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Camino de Mayo
01. Madrid - O Cebreiro - Hospital de la Condesa
02. Hospital de la Condesa - Samos
03. Samos - Ferreiros
04. Ferreiros - Palas de Rei
05. Palas de Rei - Ribadiso
06. Ribadiso - O Pino
07. O Pino - Santiago

Madrid - O Cebreiro - Hospital de la Condesa

Partida
Viernes 4-5-2007

Mambrino y Teodomiro aún no se conocen cuando se encuentran en la cafetería de la Estación Sur de Autobuses de Madrid. Mambrino es un ergonómico bastón de senderismo, de diseño telescópico y material de aleación metálica que le proporcionan solidez y poco peso, además de una longitud adaptable entre su pie de goma dura y su anatómica empuñadura sintética. Teodomiro es un rústico y venerable bordón de castaño segoviano, de altura próxima a la mía, que conoce bien mi mano tras muchos kilómetros juntos. Mambrino y Teodomiro tendrán tiempo de conocerse, pues viajarán juntos en el maletero que nos llevará a Luis (mi hermano) y a mí, hasta Piedrafita, donde iniciamos un tramo clásico y bien conocido del milenario Camino de Santiago. Luis debuta como peregrino jacobeo, y yo, aunque cuento con varias experiencias anteriores, siempre me siento aprendiz permanente. El Camino lleva enseñando infinidad de cosas a quienes lo transitan como viejo maestro de mayéutica socrática, orientando al aspirante desde su propio impulso de búsqueda. Como cauce cambiante de un caudal continuo, son inagotables sus lecciones, en apariencia siempre iguales, pero diferentes para cada peregrino y ocasión.

El viaje en autobús pasa volando hablando de mil cosas: las jornadas que nos esperan, los lugares que visitaremos, el esfuerzo que invertiremos, y hasta conversamos de antecedentes jacobeos: el hallazgo del sepulcro compostelano, el arzobispo Gelmírez o el Códice Calixtino, y presiento una vez más que es el Apóstol quien nos espera en Compostela.

Para ganar tiempo y terreno e iniciar el mismo día la marcha, tomamos un taxi en Piedrafita hasta el Cebreiro que compartimos con un matrimonio peregrino de Arévalo. El conductor es conversador y a poco que se le incita, se explaya en alabar los recursos que el Camino aporta a los vecinos del lugar, siendo muchos más lo que deja que lo que se lleva, especialmente en lugares tan significados como el que nos encontramos.

El Cebreiro, con sus casas de piedra, su tonalidad plomiza y su sabor rural, nos recibe con su espíritu peregrino de gala, desde sus viejas y remodeladas pallozas ha proliferado en asistencia al Camino y al peregrino respetando el rústico sabor añejo de su entorno que potencia su tradición de lugar emblemático. Nuestro primer objetivo es la Colegiata de Santa María la Real del Cebreiro, de origen prerrománico, el más antiguo del Camino Francés, santuario mítico donde estampamos el primer sello en nuestras credenciales, de las que el párroco dice ser copia de las oficiales, lo que aprovecho para criticar la decisión del cabildo compostelano de imponer su credencial en el futuro próximo, lo que suena a monopolizar el Camino y que el sacerdote solo enjuicia como medida administrativa de igualación. El trato cordial me anima a pedirle que silencie, si puede, el fondo musical gregoriano para poder entonar algunos cantos marianos. Visitamos el Cáliz legendario, testigo del mítico milagro eucarístico, y sobretodo nos encomendamos a Santa María, a quien dirijo mi oración cantada: "Ave María, gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus , et benedictus fructus ventris tui Jesus. Sacta María, Mater Dei, ora pro nobis peccatoribus, nunc et in hora mortis nostrae. Amen". Pensando en la madre terrenal hace tantos años perdida, entono un canto de alegría a la Madre celestial: "Regina coeli, laetare, alleluia. Quia quem meruisti portare, alleluia. Resurrexit sicut dixit, alleluia. Ora pro nobis Deum, alleluia". María Madre sonreía desde su pedestal mientras encendemos un cirio a sus pies, y con sensación de protección materna, iniciamos nuestra peregrinación.

Son las cinco y media de la tarde cuando emprendemos la marcha en un atardecer despejado y luminoso. El albergue local que me hospedó hace unos años, está cerrado por reforma, y suplido por varios módulos prefabricados que aunque ofrecen aire acondicionado, no parecen muy acogedores. No nos quedaremos para comprobarlo, sino que ascendemos por la senda que sube por detrás del albergue y enseguida nos introducimos en un bosque de poca altura lleno de pinos con formas sorprendentes, retorcidos unos, desmochados otros, que inspira en su conjunto un ambiente entre tétrico y romántico por el que avanzamos enfrascados en nuestra recién empezada aventura. Subimos primero por un tramo que asciende cómodo hasta iniciar el descenso y rebasar el bosque, dejándonos la visión despejada para contemplar la impresionante belleza de los montes de Lugo, que se nos muestran en un frondoso esplendor paisajístico a través de una vereda ancha y descendente hasta Liñares y ascendente de nuevo hasta el alto de San Roque, donde nos espera un colosal peregrino de piedra, esculpido en un momento en que parece protegerse de las inclemencias del tiempo, que viene a recordarnos que por allí, antes que nosotros, pasaron y seguirán pasando infinidad de peregrinos.

Tras el último tramo, llegamos a Hospital de la Condesa, nuestro primer destino tras lo que quiere ser una toma de contacto con el Camino de apenas media docena de kilómetros que se nos hacen cortos. Esta pequeña aldea nos recibe amablemente, y su albergue, aunque pequeño, aún nos ofrece lugar donde acomodarnos. Algo después llegará el matrimonio de Arévalo, que aunque anunció quedarse en Cebreiro, finalmente se animó a seguir nuestros pasos.

Sus dos dormitorios, ambos en el piso superior, son pequeños y sólo con dieciocho plazas, dan sensación de hacinamiento, a pesar de lo cual resulta acogedor, más que nada porque el peregrino necesita poco, y ese poco, en el Camino, es suficiente.

Nacen aquí los primeros contactos, de los que unos se repetirán en días sucesivos, y otros morirán allí mismo, pero unos y otros en un ambiente solidario y cordial. Unos americanos nos saludan mientras toman el sol en el césped del tendedero. Un italiano silencioso saluda serio mientras se acomoda los pies mientras "Juan" relata por teléfono la subida a Piedrafita, y aunque lo que explica son dificultades e inclemencias, se muestra exultante: "esto hay que vivirlo", decía, recordándome el lema de mi gran amigo Mario Calvo: "El Camino no se anda, se vive". Aparece Pepe Seisdedos, de la Asociación de Madrid, saludando y repartiendo panfletos del Camino de Madrid, que recibo bien como madrileño. Converso un rato con una peregrina americana que domina el español (estuvo trabajando en hispano-América) y que empezó su Camino en San Jean pie de Port.

Dispuestos nuestros enseres, y ausente todo indicio de hospitalero, sellamos y rellenamos el libro nosotros mismos y tras un paseo por la aldea, nos recogemos en el mesón O Tear, de magnífica instalación y servicio, donde tomamos primero un refrigerio y luego cenamos el menú del día: caldo gallego y estofado de ternera, bien guisado y a estupendo precio. Durante el café y los imperdonables chupitos de orujo, conversamos con Amador, un lugareño peculiar que emigró a Holanda y al retorno no encuentra más que problemas con la administración que le tiene atrapado ya durante dieciséis años como víctima del terrorismo oficial, en palabras literales, que expresa en un ánimo entre resignado y nostálgico, sin perder la sonrisa y el humor, que es lo que le mantiene activo aunque atrapado por unas propiedades que no puede vender ni arreglar.

Son más de las diez de la noche y aunque la jornada ha sido muy asequible, es momento de recogerse, que mañana será más exigente para las piernas. El cansancio es moderado, pero suficiente para conciliar bien el sueño, que acepta sin dudar las credenciales de nuestras almas.

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Hospital de la Condesa - Samos

Diálogo de bordones
Sábado 5-5-2007

Tras un descanso nocturno intermitente, quizás por falta de verdadero cansancio, en cuando siento que el día empieza a clarear, me anticipo al despertador que, aunque programado a las 7, no dejo sonar, me levanto, despierto a Luís, de sueño más profundo que el mío, nos aseamos, recogemos nuestros aparejos y nos ponemos en marcha tras un desayuno premeditadamente ligero. Allí dejamos a Juan exultante y ávido de un desayuno más completo mientras nosotros salimos con idea de almorzar en el alto de Poio, y de paso saldar el que perdoné hace tres años; encontré entonces tanta gente allí, que desistí, tiré de frutos secos y seguí en solitario hasta Triacastela.

Ascendemos en un día pleno de magia, con dos lenguas de niebla que surgen como brazos algodonosos que parten del valle que es ahora un mar de nubes, envuelven la aldea que poco a poco va quedando a nuestra espalda. Pero sobre nuestras cabezas el día es despejado y claro y nos muestra una panorámica única. Variedad de aves amenizan nuestra progresión con su concierto de trinos mientras un cucú lejano parece llamarnos. En Padornelo un gallo rodeado de su arén gallináceo, nos recibe con un canto pletórico proclamando que estamos en sus dominios: ¿será el mismo de hace años?. Desde aquí un fuerte repecho nos impone un paso corto y esforzado hasta coronar el alto de Poio. El bar de la cima nos espera hoy vacío, somos los primeros, y la propia Remedios nos recibe con humor y nos prepara unos huevos fritos con solo insinuarlo, y charla un rato con nosotros y nos da un chupa-chups para aumentar la glucemia y prevenir las agujetas.

Los siguientes trece kilómetros son enteramente de bajada, por momentos muy pronunciada, hasta Tiacastela, atravesando prados y parajes que rezuman un verdor exuberante, y como los días precedentes han sido lluviosos, cruzamos frecuentes arroyuelos accidentales que atraviesan el camino y dejan pasos embarrados. En Fonfría pasamos un albergue privado de buen aspecto que se venía anunciando. El día es soleado y caluroso, pero corre un viento generoso que hace la marcha agradable. Se oye el proyecto de levantar aquí un parque eólico con molinos adornados con alusiones jacobeas, y no es de extrañar, pero el Camino perderá un encanto natural en un tramo emblemático y milenario. Proliferan, cada vez más, tramos asfaltados, autopistas, campos eólicos y polígonos industriales que merman el encanto rústico y van alterando el Camino en una lucha desigual.

Durante largos tramos se divisa una cantera activa que rememora el porte de piedra caliza que los peregrinos hacían desde aquí hasta los hornos de Castañeda, para contribuir a las construcciones de la catedral compostelana. Tras atravesar las pequeñas aldeas de Biduedo, Filloval, As Pasantes y Ramil, entramos en Triacastela con ganas de reponer fuerzas. Lo primero es tomar un buen bocata y un tanque de cerveza. Mientras tanto llega Juan, como siempre exultante, esta vez charlando con la madre de un amigo que ha salido a su encuentro y que nos presenta; aunque aún es pronto, nos expresa su intención de pernoctar allí, así que nos despedimos por hoy, porque nosotros aunque descansaremos aún un rato, queremos continuar hasta Samos. Pero antes queremos hacer una buena sesión de reposo, así que entramos en el recinto del albergue de Triacastela, sellamos y nos tumbamos un rato a la sombra en su magnífica pradera. Aprovecho para arreglarme un poco los pies, pues en uno de ellos se ha formado una zona recalentada y es momento de parchear y prevenir. Media hora es suficiente, pero no reanudaremos la marcha sin acercarnos a la iglesia de Santiago, cuya torre hemos visto desde el albergue. Ante la imagen del Apóstol entono el Dum Pater Familias, canto gregoriano del siglo XII recogido en el Códice Calixtino, tras el cual cuerpo y espíritu están en perfectas condiciones de afrontar el último tramo, así que retomamos la marcha y nos disponemos a dejar detrás este tradicional núcleo del Camino que aún conserva vestigios de su pasado medieval y peregrino.

A la salida de Triacastela el camino se bifurca en dos alternativas una izquierda o sur pasando por Samos, y otra derecha o norte pasando por San Xil. Como ya hice hace unos años, tomamos la alternativa de Samos que se ajusta mejor a la distancia que tenemos prevista para hoy. Los primeros cuatro kilómetros son por arcén, en compañía del río Oribio que se hace notar visualmente unas veces y acústicamente otras. Este tramo de asfalto genera el diálogo de nuestros bordones, hermanos ya, como sus dueños. Toc-toc propone Teodomiro desde su experiencia que resuena a lo largo de su noble madera castellana. Tic-tic responde Mambrino desde su debutante aleación sintética. Toc-toc, tic-tic, continúan dialogando sin reservas mientras oímos su rítmico discurso a la vez que nos dan su valioso apoyo. Mientras el Camino transcurre por una vaguada estrecha que se hace garganta por momentos entre grandes bloques de pizarra que forman una pared vertical a nuestra derecha, formando a veces peñascos amenazantes, con algunos brotes de agua y un manantial en el que saciamos la sed y reponemos nuestras reservas de agua. El margen izquierdo del río, la pared es más abierta y rica en vegetación.

Dejamos el asfalto y entramos en un tramo rural que nos lleva hasta San Cristovo do Real, un bello y viejo poblado del Camino donde se produce un atractivo encuentro formando un salto de agua que nos saluda junto a un puente. A partir de aquí río y camino van a cruzarse una y otra vez como amigos que se descubren, que se atraen, que se buscan y que terminan siendo amantes. Unas veces el camino persigue al río; otras el río se salta las leyes de la Física para aproximarse al camino. Río y camino juegan a acompañarse y a separarse, a perderse y a buscarse, a encontrarse y a cruzarse, hasta que en un viejo molino abandonado, cauce y senda se unen, se abrazan, se besan y se aman, porque río y camino son aquí dos hileras que transmiten, conducen, comparten e intercambian vida.

Junto a una finca donde pace el ganado, encontramos un área de descanso con un surtidor de agua donde decidimos compartir algunos instantes con las vacas. Ellas no dejan de comer y rumiar y nos miran sin demasiado interés. Nosotros las saludamos y tomamos un poco de agua y de frutos secos. El diálogo agota pronto sus posibilidades, pues las vacas no suelen ser muy parlanchinas, así que pronto continuamos nuestra marcha hacia Samos que se adivinaba ya cerca. Después de un repecho que nos obliga a un último esfuerzo, aparece de sopetón la vista de Samos que aparece a nuestros pies ofreciéndonos una soberbia panorámica de su monasterio. La bajada se hace corta y gozosa cuando sabe a fin de jornada, aunque el día todavía dará mucho de sí.

Nos recibe en el albergue del monasterio su hospitalero, Luis Gutiérrez, natural de León, que se presenta, nos saluda, nos registra, nos explica las normas, nos sella la credencial y nos asigna una cama. Se agradece esta recepción que en Hospital de la Condesa brilló por su ausencia. La gran nave está algo reformada, mejor dispuesta y ordenada que en mi anterior estancia, las paredes restauradas y adornado con pinturas de motivos medievales. Es momento de una ducha, que los rigores monásticos imponen de agua fría, impactante para el cuerpo pero estimulante para el espíritu. Reavivados por este estímulo, llegamos la última visita al monasterio benedictino, soberbio en sus dimensiones, sus claustros, sus patios, sus pinturas, su historia. Hace unos años fuimos solo dos los visitantes; esta vez somos un nutrido grupo y la mayoría peregrinos, a los que se nos invita a participar con los frailes en los rezos de vísperas de tiempo pascual. La incrementada y rejuvenecida comunidad de monjes, junto a las viejas glorias, rezan y cantas las vísperas con algunas partes en latín y otras traducidas al castellano, y aunque con limitaciones lógicas aun se reconoce la línea del canto llano, más inspirado en el fervor que en la técnica vocal. Ya fuera del monasterio todavía nos allegamos a la capilla del Salvador junto a un gigantesco ciprés milenario, que forman un atractivo conjunto en una pradera cercana. Tanta actividad nos tiene hambrientos y frente al albergue encontramos un lugar de comida casera: macarrones con bonito, calamares a la romana, vino de la casa y tarta de Santiago. Aún quedan ganas para paseo y orujo, tras los que el sueño es un aliado que nos hace conciliar el sueño sin darnos cuenta de cuando pasamos de la vigilia a las fantasías oníricas, que en el Camino forman parte de un mismo mundo en el que se camina soñando y se sueña caminando.

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Samos - Ferreiros

De hospitalero a hospitalera
Domingo 6-5-2007

La noche pasa sin sentir cuando el cansancio acuna el reposo. A las siete nos levantamos, y el hospitalero, ya a pie de cañón, anda despidiendo a cada peregrino y asegurándose que todos se levantan y dejan el albergue. Gracias, amigo Luis Gutiérrez, es una suerte encontrar hospitaleros como tú en el Camino.

Tras un buen desayuno, dejamos Samos a nuestra espalda en un día cargado de niebla que convierte la marcha en una inmersión mágica. Los primeros tramos transcurren por un andadero al margen izquierdo de la carretera a Sarria, que se anuncia a 11 kilómeteros. Enseguida encontramos un conjunto escultórico alusivo a la peregrinación medieval, que nos recuerda con emoción que seguimos pasos milenarios. Pronto aparece un monolito que anuncia Santiago a 142 km, ¡imposible!, quedarán unos 120 según mis notas. Recuerdo este error en mi anterior paso por aquí, quizás por un mojón destinado a otro lugar y finalmente ubicado aquí sin corregir guarismos. Poco después las flechas amarillas nos sacan del andadero y nos sumergen por tramos salvajes donde navegamos a través de un mar vegetal, junto a carballos que vigilan nuestro paso como centinelas custodios camuflados en medio de esa jungla singular, de firme embarrado por las recientes lluvias, y en un zigzag continuo en busca de la variante oficial, que encontramos en A Guiada, poco después de Calvor, donde nos topamos con el km 116, confirmando que los 142 km anunciados antes, estaban equivocados. Este tramo no está jalonado y la distancia por sus vericuetos incrementan en 2 ó 3 km los 11 anunciados hasta Sarria, que finalmente aparece en nuestro horizonte.

El sol reina y calienta sin reparos y como no hemos parado desde Samos, lo hacemos en un área de descanso a la entrada de Sarria. Atravesamos luego la ciudad y advertimos la proliferación de muchos albergues privados en este punto que muchos eligen para iniciar el Camino cumplimentando los 100 km que requiere la "compostela". En la parte alta, junto a la torre vestigio de su castillo medieval, se levanta el animado mercado de los domingos, improvisamos una visita a la feria de ganado y a los tenderetes alineados, y hacemos parada y fonda en una pulpería donde invertimos más tiempo del previsto, pues llegamos al mediodía y son las 13,30 cuando salimos junto al monasterio de la Magdalena y atravesamos el imponente puente de A Áspera, romano o medieval y acaso ambas cosas a la vez.

Durante un tramo acompañamos a la vía del tren que finalmente cruzamos y puestos a cruzar, cruzamos también el río que ya y para siempre anda en abiertos amoríos con el camino. Un ascenso bien sombreado nos lleva por un fabuloso bosque de robles de dimensiones respetables, como gigantes informes de contornos tan amenazantes como inofensivos, que custodian el camino desde que era transitado por peregrinos de saya y esclavina.

Llegamos a Barbadelo y su albergue, donde Luis exige un alto para atender sus requerimientos intestinales. Yo ya procedí en Samos, dejando allí mi recuerdo visceral junto a mis sentidas oraciones y mejores propósitos. Mientras mi hermano se esmera y yo tomo algunas notas, llegan algunos peregrinos para quedarse. No tendrán problema porque el albergue está vacío. Llega un peregrino chapoteando español con una caja de fresas medio vacía, o medio llena, que deja a mi lado sobre una mesa: "esto... para peregrinos...", me doy por aludido y cojo un puñado mientras doy las gracias, tras lo que el oferente proclama: "resto..... aquí", mientras se masajea circularmente el abdomen antes de desaparecer por las escaleras que conducen a los dormitorios supongo que buscando una siesta.

Es hora de continuar, y tendremos que apurar el paso porque llevamos intención de llegar a Portomarín, y faltan aún 16 km. El calor es muy fuerte y la marcha se hace muy costosa por trochas ascendentes que transcurren entre fincas delimitadas por muretes de piedra, atravesando varios "pasos de invierno" inundados y embarrados. Como cuentas de un rosario pasan bajo nuestras pisadas las aldeas de Rente, Mercado da Serra, Leiman, Peruscallo, Lavandaira, Brea y Morgade, mientras pasamos el mítico mojón cien poco antes de Ferreiros, que se hace desear más de lo esperado. Es momento de revisar si paramos o seguimos. El albergue está completo, incluso reservadas algunas parcelas de suelo. Se impone reponer fuerzas y líquidos porque hemos llegado exhaustos bajo un calor mortal; descansados se analiza mucho mejor: quedan 9 duros km a Portomarín, son las seis de la tarde y el calor es criminal, y Primitiva, la hospitalera, además del suelo, nos habla de una casa rural cercana. Reservamos por teléfono, y mientras vienen a recogernos, conversamos a la sombra con otros peregrinos, y con Primitiva, que además de conversación nos da compañía con un toque de bondad y cariño que no está incluida en el sueldo, y nos ofrece unas uvas negras que nos saben a gloria bendita. La solución de una casa de turismo rural no estaba contemplada, pero resulta magnífica, y a buen precio. Cenamos formidablemente en "A,Veiga" en la Rua dos Cabaleiros de Santiago de Padarela, y descansamos a pierna suelta en Casa Cimadevilla, donde nos acostamos temprano dejando a medias el partido del Madrid con el Sevilla y el escrutinio de la segunda vuelta de las elecciones francesas. En una casa de pueblo soberbiamente adaptada, perdimos la noción de estar despiertos, quizás porque en los sueños de un peregrino los propios pasos sobre el Camino siguen siendo protagonistas.

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Ferreiros - Palas de Rei

La ciudad sumergida
Lunes 7-5-2007

De acuerdo con la propietaria de la casa rural y para coordinar necesidades mutuas, nos levantamos a las seis, para asearnos y ordenar nuestro petate y estar desayunando poco después de las seis y media. El desayuno, en la enorme cocina del caserón, fue soberbio, con variedad de productos autóctonos que no acabábamos de catar, mientras el televisor nos informaba que el Madrid remontó el partido en que le dejamos perdiendo, y que el escrutinio francés había sido favorable a Sarcozy. Después la dueña nos dejó en el mismo punto donde nos había recogido, en el albergue de Ferreiros, desde donde a las siete iniciábamos la marcha. En el próximo bar de O Mirallo varios peregrinos se disponían a la tarea de cargar reservas. El día amanecía con una espesa bruma que nos impedía ver la bella panorámica del valle del Miño y el pantano de Belesar que solo apareció ante nuestros ojos cuando ya lo teníamos a los pies. El descenso hasta Portomarín, hace años durísimo final de etapa, es ahora asequible inicio, y sus nueve kilómetros transcurrieron sin darnos cuenta, inmersos en una neblina que parecía transportarnos, y lo otrora fue bajada agotadora para unas piernas cansadas, para unas fuerzas íntegras son un tobogán que nos llevó hasta las aguas del Miño. Como un vía crucis, encontramos varias cruces a la vera del camino, sucesivamente de madera, metal y hormigón, como expresión de que lo cristiano y lo profano, van de la mano.

Como si de una vieja leyenda se tratara, parte del viejo Portomarín yace bajo las aguas del Belesar, y cuando su nivel es muy bajo, los arcos de su antiguo puente y algunas ruinas se atreven a asomarse para contar su desventura. A nuestro paso, sumergidas, las sentimos palpitar bajo nuestros pies mientras subimos, por la escalinata de entrada, al nuevo Portomarín, de gran belleza en sus edificios y calles y sus rescatados templos de San Pedro y San Nicolás (hoy de San Juan), que nos reciben con sus mejores galas y nos permite reponer las pilas de nuestra cámara de fotos y las de nuestro cuerpo.

Salimos del poblado por un puente colgante sobre las aguas de un afluente del Miño, tras el que ascendemos por un bosque de cuento, de dura rampa pero de placentera marcha por la frondosa naturaleza que nos envuelve, como si de la inmersión fluvial de la que salíamos entráramos en las profundidades de un cauce vegetal en el que nos envuelven la fragancia de las plantas y el canto continuo de los pájaros entre sombras forestales que nos protegen de un sol que ya calienta fuerte.

Acaba el influjo del Miño; paisaje y vegetación modifican bruscamente su fisonomía; un cambio de rasante instaura el falso llano en un espacio abierto en el que aparece el tejo bordeando un camino que avanza a uno u otro lado de la carretera hasta que Gonzar se nos ofrece como lugar idóneo donde descansar y reponer, líquidos más que nada. El buen hombre que sirve el bar nos avisa que el próximo albergue, de Ventas de Narón, está cerrado por reforma, y que si lo necesitamos hay plazas en el de Gonzar, que lleva su mujer y que acaba de ser reformado. El aspecto es excelente, pero llevamos mejor horario que ayer y preferimos recuperar trecho, así que continuamos pronto la marcha, hasta que algunos kilómetros después, pasado Castromaior, a la altura de Hospital, el estómago protesta y en un área de descanso bien dotada de sombra y agua, improvisamos una comida con alguna conserva que llevamos para el caso.

Todo este tramo ¡que lástima!, ha sido asfaltado, y sendas antes de humilde belleza rústica, son ahora monótonos tramos alquitranados. El daño me parece mayor que los puntos de cruce con autopistas, pero aquí la metamorfosis se ha producido sigilosamente. Un arcén izquierdo hace las veces de senda peregrina, mientras el resto queda para el tráfico. Parece que se ha querido mejorar las comunicaciones respetando el camino, pero creo que no han logrado ni una cosa ni otra. Hasta el cruceiro de Lameiros y la magia de Ligonde han palidecido. Confío que Vilar de Donas conserve la suya; traía intención de desviarnos hasta su bella iglesia, pero la duda de si estaría abierta y un sol de justicia nos hizo desistir. Se impuso un alto en "La Calzada", que ha prosperado y ahora ofrece camas; nos cuenta la dueña que la "asfaltización" de este tramo es reciente y que deja descontentos a todos, porque era innecesaria esa caricatura de carretera y porque se hace ingrato su tránsito a los peregrinos. Creo que el camino ha sufrido un penoso deterioro en un tramo histórico de más de diez kilómetros, desde Ventas de Narón hasta poco antes de Palas de Rei.

Cerca de Palas, creo que a la altura de Rosario, encontramos un albergue de la Xunta de reciente construcción. Lo visitamos y su aspecto soberbio nos tienta, pero nos atrae más llegar a Palas. El diligente hospitalero intenta contactar con el albergue de Palas para informarnos si hay plazas disponibles, pero dice llevar horas intentándolo sin éxito, y ante el nuevo fracaso decidimos arriesgarnos.

Palas nos recibe con todos los honores peregrinos, porque a pesar de los agravios del progreso, algo tiene el Camino que no pierde ni un ápice de su contenido esencial, quizás porque. Así viene siendo desde hace siglos.

Sin hospitalero que nos reciba, sellamos y ocupamos nuestra litera en el dormitorio de balcones a la plaza. La ducha hace milagros, y el café-bar Vilariño nos brinda un buen lugar donde cenar bien y económicamente con puesta de sol incluida, apuntándonos por donde deberemos continuar mañana. Todavía habrá tiempo y ganas para un paseo y un chupito de hierbas, y hasta para intercambiar impresiones con un peregrino alemán con el que nos hemos cruzado varias veces en ruta y que optó por el albergue privado. No hay mejor modo de acabar una jornada peregrina que conversar de las cosas del Camino entre peregrinos.

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Palas de Rei - Ribadiso

El bosque de Elízabeth
Martes 8-5-2007

Despierto de noche ante necesidades que nadie puede atender por mí. Una vez atendidas me siento en el suelo del balcón iluminado con la luz que llega de la plaza mientras el albergue duerme, me atuso un poco los pies que agradecen el masaje y la pequeña cura, y permanezco un rato ante la paz y el silencio de la plaza iluminada en la noche por la luz de las farolas hasta que el sueño me invita de nuevo al camastro.

Diana a las siete y buen desayuno antes de atender la llamada diaria del Camino. Pasado el Carballal atravesamos un bosque estrecho y cerrado como un túnel, oscurecido por la frondosidad que ahoga la entrada de la luz, cruzando un paso de invierno junto a un pantano donde mil y una ranas croan a granel, alguna esperando ser desencantada, porque allí, sin duda, hay magia y encantamiento. Pasajes parecidos se repiten esta mañana, pero ese ha sido especial, como si una emoción humana hubiera quedado allí retenida. Le pongo nombre, desde entonces se llama el bosque de Elizabeth, en memoria de una buena amiga.

San Xulián do Camino aparece con su excelente albergue privado (que pasamos por alto), sus viejos rincones rústicos, su iglesia y su cementerio. Estampa frecuente y nostálgica la del cementerio a la vera del Camino, como conexión permanente entre un presente continuo y un más allá al que nos dirigimos, acaso con el mensaje de que la muerte no es final. Se suceden bellísimos tramos entre bosques frondosos como túneles en el tiempo por los que salimos de Lugo y entramos en A Coruña, a través de pasadizos sombreados bajo un palio vegetal que nos protege de un sol justiciero, como una pasarela que navega fluctuante entre árboles que custodian nuestro avance, como vienen haciéndolo durante siglos. Mato Casanova, Porto de Bois, Couto y Leboreiro se suceden ante nuestros pasos a través de unos de los tramos más hermosos del Camino, hasta llegar a Furelos, en el que entramos a través de su fabuloso puente medieval. La Iglesia de San Juan de Furelos nos espera con su puerta abierta de par en par; desde dentro el padre Javier, arcipreste del lugar, invita a pasar a los peregrinos, y en un momento nos juntamos allí peregrinos de Madrid, Valencia, Asturias, Colombia y Rusia, cada cual con su motivo y circunstancia, escuchando todos con agrado la afanada explicación del canónigo junto al conmovedor Cristo de la mano tendida. Es momento para entonar el Dum Pater Familias, que compartimos con emoción, especialmente el sacerdote, que reconoce entusiasmado como canto que entonó tantas veces en sus lejanas peregrinaciones.

Que lo sacro y lo profano van de la mano quedará aquí patente, pues junto a la iglesia de Furelos la taberna Farruco reclama el pertinente culto bajo su ambiente musical popular, y enseguida Melide y el pulpo de Ezequiel, rito peregrino de obligado cumplimiento, no menos que la visita a la Iglesia de San Pedro en donde es gloria entonar un canto gregoriano desde lo alto de su coro, y rezar un instante en la capilla Sancti Spíritus.

A partir de aquí el panorama se hace más abierto bajo un sol acuciante mientras pasamos por la bella estampa de la ermita románica de Santa María. Caminando los dos hermanos a la par y durante algunos kilómetros entramos en discrepante y apasionada conversación, ante el esmerado y sorprendido silencio de los bordones Mambrino y Teodomiro que siguen a lo suyo, ante la evidente terquedad de sus dueños en cuestiones dialécticas.

El diálogo apasionado y el sol radiante secan las gargantas, que encuentran alivio en la generosa fuente de Boente. Hay muchos peregrinos en estos tramos, con un sol de justicia, frecuentes subibajas y algunos pasajes arbolados que sombrean nuestro acalorado avance, pasando por la histórica Castañeda, donde los peregrinos dejaban las piedras de cal que portaban desde la cantera de Triacastela.

A poco de cruzar el río Iso por un pequeño puente de origen medieval, nos espera el emblemático albergue de Ribadiso, histórico centro asistencial del Camino Francés, hace algunos años rehabilitado al uso peregrino como moderna y espaciosa instalación que conserva el sabor tradicional en un entorno de admirable belleza. Tras el aseo ritual, el clima es propicio a la colada y tendido bajo un sol de tarde que aún le da tiempo, aunque justo, a un secado de las prendas. Pocos peregrinos saben que a menos de un kilómetro de allí está el "chiringuito de la playa fluvial", ideal para ver declinar el día después de una dura caminata, al amparo primero de un tanque de cerveza y unas raciones, y luego de una apetitosa cena, todo bien adobado con reposo ajardinado, lectura y toma de notas. Cuando empieza a oscurecer retornamos a tiempo de recoger la ropa tendida, y dejarnos envolver por nuestro camastro.

Traspasando la difusa frontera del sueño, creo oír un leve llanto femenino, pero ya no alcanzo a discernir si es imaginario o real, no solo porque ando sumergido en las dimensiones oníricas, sino porque lo real y lo imaginario, en el Camino, son parte del mismo paisaje.

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Ribadiso - O Pino

El llanto de la peregrina
Miércoles 9-5-2007

El toque de diana apremia menos cuando se sabe que la jornada será menos exigente. El día también inicia hoy con densa niebla que nos roba el paisaje lejano pero aportando una atmósfera de magia adicional. Desayunamos en O Retiro, entrando en Arzúa, con buenas tostadas y bizcocho casero, y un tanque de zumo de naranja recién exprimida, mientras la TV anuncia día soleado y caluroso. Hay mucha afluencia de caminantes y el ambiente es solidario. Una peregrina pregunta si es nuestra la crema solar que hay junto a nuestros macutos; es tuya, le respondo.

Nos reciben continuos ascensos y descensos, constantes en Galicia, al abrigo de densas masas forestales en los que se hace frecuente, como nunca hasta ahora, el eucalipto. En plena y prolongada subida una pareja joven nos adelanta y justo delante de nosotros, en alarde de cariño y holgura de fuerzas, se dan la mano y desaparecen enseguida por delante, sobre un horizonte muy accidentado. En un paso mas rural que urbano el trayecto se estrecha a la par que una furgoneta rural viene en dirección contraria; me detengo a un lado y el conductor decelera, facilitándonos ambos el cruce en mutuo alarde y gesto de convivencia. Y aparecen de nuevo los peregrinos tortolitos que se han detenido un rato; ¿a descansar?; no; ella llora sobre el hombro consolador de su compañero; identifico el llanto, el mismo que oí mientras el sueño se adueñaba de mí en Ribadiso. ¿Problemas?, ¿necesitáis ayuda?, digo en tono de ofrecimiento. Ella no interrumpe el llanto, casi se acentúa un poco, y él, sin decir palabra, levanta una mano como sugiriendo: "no pasa nada". Quizás sea un llanto de desahogo afectivo cuya razón se me escapa; ofrecida la ayuda el respeto aconseja continuar la marcha.

En la aldea "La Calle", el café-bar Lino nos da descanso y refresco bajo un sol que calienta muy fuerte y mientras cachorros de perro y gato juegan juntos. ¡Este é o mellor bar do camiño!, dicen los dueños, un matrimonio joven, herederos de un bar con tradición peregrina con quien entramos en animada conversación.

Una pareja de vetustos abuelos alemanes avanzan despacio portando enormes mochilas. Son muchas las parejas que encontramos en el Camino, ya antes conocimos un matrimonio colombiano, varias alemanas y españolas, amén de un japonés que saludamos en Triacastela y que camina junto a una inglesa que le ha dado cuartelillo durante un par de jornadas.

El itinerario suaviza ahora sus continuos desniveles mientras pasamos por Boavista, Salceda y Brea, y mientras en la vegetación se hacen abundantes los helechos, las hierbas y los musgos, acompañando de nuevo los bosques de grandes eucaliptos, cada vez más frecuentes, que como impertérritos centinelas custodian nuestro paso e intimidan nuestro ánimo por su descomunal altura y su admirable grosor.

Por dos veces atravesamos la carretera por un túnel de hormigón que aumenta el eco de los pasos y del toque del bordón con el suelo. Algún vehículo pasa por encima y quiere imponer su zumbido, pero acentúo entonces los impactos de mi bordón Teodomiro, sobre el firme, toc - toc, como diciendo "aquí manda el caminante".

Algunos monumentos rememoran a personajes vinculados con el Camino por una u otra razón y leemos varios mensajes improvisadamente pintados en alguna roca. Retengo uno sugerente: "Si la prisa te persigue, deja que te adelante". Nosotros las dejamos pasar ya antes de partir.

El apetito arrecia en San Miguel de Cerceda, donde en un bar soberbio tapeamos a base de bien, y al amparo de dos cervezas gigantes encontramos la excusa para enzarzarnos en otra de nuestros tercos trances dialécticos.

El último tramo del día, a pesar del intenso calor, se hace asequible, pasando Santa Irene, con su singular iglesia y fuente y sus dos albergues consecutivos, privado el primero, público el segundo, y llegando poco después a Arca (O Pino), donde encontramos de nuevo al madrileño Pepe Seisdedos, ahora oficiando de hospitalero. Hay mucho tiempo por delante para desglosar y saborear tranquilamente la ubicación en el albergue, la ducha y el aseo, la cura podálica, el paseo por Arca, el refresco, la lectura de la prensa, la toma de notas, la charla con algunos peregrinos, y la cena casera en el restaurante cercano. Estas menudencias cotidianas se saborean con especial satisfacción mientras la fatiga se diluye en un bienestar moral en el que Santiago se intuye, y cada paso, cada vivencia, cada anécdota, por trivial que parezca, cobran un valor específico que merece paladearse como un buen licor.

El descanso y el sueño reparador llegan como un premio merecido que ocupa su lugar sin sentirse, mientras rememoro el llanto de la peregrina, que ahora me suena, entre sueños, como el llanto dulce de una niña que llora y ríe al mismo tiempo sabiendo que el final está cerca.

[subir]

O Pino - Santiago

Gozo compostelano
Jueves 10-5-2007

Amanece sin niebla pero con cielo plomizo amenazante de lluvia que nos dará una jornada fresca, aunque solo entrando en Santiago se convertirá en leve llovizna, no incómoda sino alivio para la fatiga.

La salida de O Pino nos devuelve a los inmensos bosques de eucaliptos y robles que, como sólidos vigías, observan nuestro paso. Lamentablemente en ese trayecto estos colosos del camino han sido salvajemente talados a beneficio de un polígono industrial que traiciona el paso histórico de los peregrinos. Lo que a nuestro paso era un bosque vigoroso lleno de encanto milenario, ahora es páramo desolado que amenaza convertirse en área de fábricas y almacenes. Ojalá que el proceso iniciado por un puñado de peregrinos irreductible despierte las conciencias de quienes deciden y les desvista de la impunidad con la que operan de espaldas al patrimonio histórico, amputando las raíces del árbol milenario o secando el manantial que nutre pastos que se quieren perennes. Algo sagrado puede morírsenos entre las manos y el Apóstol Santiago llora en el camarín de los abrazos.

Paradiña en Sampaio por imperativo biológico, anticipo de nuestro paso por Lavacolla, donde en la cabeza de pista de aterrizaje coincidimos con un avión que, más que aterrizar parece envestirnos. Poco después atravesamos el regato de Lavacolla donde, de modo simbólico, nos lavamos las manos y refrescamos la cara, como recuerdo de la vieja tradición, que revalidamos a pesar de los eruditos filólogos que la desdicen, confundiendo filología con tradición y palabras con hechos.

En el Monte do Gozo, junto al monumento del papa, comprobamos que desde allí no se divisan las torres de la catedral. Algo ocurre, porque la tradición recoge que desde este punto los peregrinos divisan por primera vez la ciudad de Santiago y sus torres como lirios desafiantes del cielo compostelano, y al peregrino que llegaba primero se le designaba "rey de la peregrinación". Sin hacer caso de las flechas y mojones indicadores, nos desviamos a la izquierda del recinto del albergue "Monte del Gozo", salvando una verja y caminando en zigzag hasta una colina próxima, en cuya altura dos grandes peregrinos de bronce saludan gozosos el fin de su peregrinación, dando sentido al nombre del lugar. Subimos junto a ellos y desde allí, en efecto y a pesar del día nublado, se divisan, lejanas pero bien nítidas, las torres compostelanas. No entiendo por qué se roba al peregrino esta experiencia y la señalización ignora este mítico lugar que la mayoría de los peregrinos se pierden y que incluso la gente del lugar ignora.

Quizás por la emoción de nuestra llegada, en el descenso hacia la ciudad del Apóstol, los cielos descargan una suave llovizna que no solo no incomoda la marcha sino que alivia nuestro avance entre las estribaciones urbanas, que nos ven entrar pausada y señorialmente, como ministros que celebran un rito milenario por la rúa dos Concheiros, San Lázaro y San Pedro hasta Porta do Camiño, por la que entramos en la ciudad vieja antiguamente amurallada, y seguimos por Casas Reais, Algalia de Arriba, plaza de Cervantes, Azabachería y plaza de la Inmaculada, entre la fachada norte de la catedral y el imponente monasterio de San Martín Pinario y, bajando a través del arco bajo el palacio arzobispal, entramos en la Plaza del Obradoiro, donde la imponente fachada catedralicia nos recibe con sus mejores galas, y los sueños se hacen gozo y en su pórtico de gloria Santiago Apóstol nos alberga.

Anunciado ya desde el Monte mítico, el gozo se hace presente en forma de sentimiento de culminación y de abrazo fraternal, nunca mejor dicho. Es mucho lo compartido y un abrazo gozoso es la mejor manera de sellarlo. Los peregrinos Ludovicus y Albertus llevan muchos años compartiendo cosas bajo el mismo techo y bajo el mismo cielo, y el Camino y su meta es un momento único para conmemorarlo.

Visita al Apóstol para el abrazo tradicional y rezar en su cripta por los nuestros. Todos los familiares y amigos vienen a la mente, incluso todos vosotros, con una petición muy especial por una gran amiga portorriquense.

A los rincones monumentales históricos se añaden encuentros que conjuntan alegría y nostalgia a un tiempo como en ninguna otra ciudad. Los gestos y las miradas se hacen más expresivos que nunca para abrazar o sonreír, para saludar o despedir a los compañeros de camino o albergue. Cada rincón de Compostela mezcla emociones y contrastes. Unos gestos muestran la dicha efusiva de quienes entran en la ciudad como peregrinos. Otros se combinan con miradas húmedas y brillantes, y palabras de afecto que fluyen sinceras desde el corazón de quienes las pronuncian, buscando dejar eco de lo vivido. Un simple instante compartido, puede dejar una huella para siempre. El encuentro con la peregrina llorosa y su compañero son el mejor ejemplo. Nos reencontramos en la encrucijada de Rúa Franco y Fonseca, ahora no llora, sino que su rostro es alegre y su sonrisa ilumina Compostela. Nos habla en buen español con acento extranjero: "Gracias por ofrecer ayuda... solo ofrecerla sirvió mucho... había problemas familiares... ahora ya todo bien...", improvisé unas palabras emocionadas que no se si llegue a decir o fueron solo ideas y sentimientos: "únicamente por compartir antes tu llanto y ahora tu sonrisa ha merecido la pena este Camino".

Compostela ofrece mucho que ver, que sentir, que vivir, que compartir, y lo sagrado y lo profano se suceden como caras de un mismo poliedro. Desde los visitables tejados de la catedral, Compostela ofrece panorámicas únicas mientras rompe a llover y perlas de agua alimentan la piedra verdosa. Un momento muy especial de oración me traigo como broche. Tenía pensado dedicar al Apóstol un canto medieval desde el triforio, pero el murmullo turístico lo hace desaconsejable. Me desplazo entonces a la cripta sepulcral, ante la urna de plata. El Apóstol escuchaba atentamente. Ya antes le expresé mis sentimientos y mis oraciones como un niño grande que ha sido feliz en el Camino y quiere expresarlo a plena voz, y el Dum Pater Familias fluye entonces vibrante flotando sobre un eco corto e íntimo que ensalza cada nota y la proyecta al universo de piedra que nos envuelve: Dum pater familias... Rex universorum ... Donaret provincias... Ius apostolorum... Jacobus Yspanias... Lux illustrat morum... Primus ex apostolis... Martir Jerosolimis... Jacobus egregio... Sacer est martyrio... Jacobi Gallecia... Opem rogat piam...Plebe cuius gloria... Dat insignem viam... Ut precum frequentia... Cantet melodiam... Herru Sanctiagu... Grot Sanctiagu... E ultreya e suseya... Deus adjuva nos... Primus ex apostolis... Martir Jerosolimis... Jacobus egregio... Sacer est martyrio... A... men...

Termina el canto y la cripta sigue cantando un instante, hasta que se hace el silencio, un silencio sonoro que suena a paz y a sonrisa de apóstol, a eternidad de piedra, a llanto risueño de peregrina, a Camino compartido entre hermanos, a oración cantada y abrazo de amigo. El Camino no termina allí. Allí es donde empieza.

Alberto desde Madrid.