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Plata gallega
00. Prolegómenos
01. A Gudiña - Campobecerros
02. Campobecerros - Laza
03. Laza - Vilar de Barrio
04. Vilar de Barrio - Xunqueira de Ambía
05. Xunqueira de Ambía - Orense
06. Orense - Cea
07. Cea - Bendoiro
08. Bendoiro - Ponte Ulla
09. Ponte Ulla - Santiago

Prolegómenos

Hay razones para elegir una alternativa de garantías cuando se sale al Camino a finales de Mayo y se busca entrar en Santiago a primeros de Junio, y hacerlo con pretensiones de encontrar rincones solitarios por los que perderse a gusto.

El Camino Meridional o Sudeste de Galicia o Camino Mozárabe como prolongación de la Vía de la Plata, me atrae desde hace meses, sobretodo tras la información recabada, así que sin dudarlo más, lo elijo para los días libres llovidos del cielo; la programación del Coro de la Comunidad de Madrid al que pertenezco, hará un concierto en Fez (Marruecos) para interpretar el Stabat Mater de Pergolesi, solo para mujeres, así que entre ensayos y viajes, los hombres libramos unos días que ya tengo decidido como invertir.

Esta variante completa, inicia en Granja de Moreruela, donde la Vía de la Plata, que desde Sevilla y Mérida sube hasta Astorga, ofrece esta variante que seguían muchos mozárabes que venían desde Al-Ándalus, pero en vez de allegarse hasta el Camino Francés, tomaban esta desviación zamorana que pasaba por Sanabria y entraba en Galicia por el alto de A Canda para llegar a A Gudiña, primera localidad gallega de esta ruta.

Mi deseo hubiera sido hacer todo su trazado, pero desde Granja de Moreruela hasta Santiago hay unos 350 km, demasiados para los días de que dispongo, de modo que tras mis cálculos, resuelvo comenzar en A Gudiña, desde donde hay unos 200 km, para hacer en 7 jornadas. Además desde Madrid hay conexión directa con A Gudiña.

Tras los preparativos pertinentes salgo de Madrid el día 26 de Mayo a las 14 horas en el Tren Talgo que sale de Chamartín con dirección Vigo y Pontevedra, con parada en A Gudiña prevista a las 18,50, aunque en este casó con 45 minutos de retraso, porque un incendio en las gargantas del Alto de los Leones, obligó al tren a recular y esperar su remisión. Sentí que algo obstaculizaba el inicio de mi camino, al que también había mostrado resistencia mi mujer, a quien le parecía una locura que volviera a salir otra vez al Camino, y con tanto calor, que si los niños, que si el trabajo... Tuve que negociar duramente para lograr su aprobación, solo parcial y a regañadientes. El incendio también remitió y cotinuó el viaje.

El albergue de A Gudiña, como todos los albergues gallegos de esta ruta y de otras, es espléndido. Allí encuentro a Bea, una peregrina belga afincada en málaga que habla un español que se nota extranjero pero con deje andaluz. Hace el Camino en solitario desde Zafra. Conectamos bien desde el principio y nos hacemos amigos de inmediato. La dejo descansando y me dedico a ordenar mis cosas en mi camastro; detecto que he olvidado mi chubasquero en casa, pero llevo además capa de aguas que espero sea suficiente llegado el caso.

Todo colocado, voy a cenar al restaurante Oscar, parece que el único disponible en la zona, donde ceno estupendamente por 10 euros, no caro pero sí un poco más de lo que busca un peregrino. Allí encuentro terminando de cenar a tres peregrinos alemanes bien talluditos pero de muy buena condición física. Saludo protocolario entre quienes terminaríamos siendo grandes amigos, como se verá: "Bueenn Caminooo" me llega en voz grave y germana de gran cordialidad.

Está puesta la TV, y el telediario insiste en que atravesamos, no una ola, pero sí una onda de calor que afecta a toda la península por anticiclón y vientos del sur. Galicia no escapa y se anuncian días de sol y calor que superará los 30 y 35 º C. Después de todo parece que el olvido del chubasquero no será un inconveniente.

Después llamadita a casa para comunicar que todo está en orden, y ablandar un poco a mi mujer que no se ha quedado muy conforme con mi salida y, en cuanto puede, me lo reprocha. Me deja un poco descorazonado y culpable. Será una carga más en mi mochila.

Paseo por A Gudiña antes de acostarme y, al recogerme en el albergue, mis compañeros ya duermen, así que me acuesto con toda discreción. Pernoctamos solo cinco peregrinos, la belga Bea, los tres chavalotes alemanes y un servidor.

Todo está dispuesto para comenzar y mi ánimo oscila entre la ilusión por un nuevo camino y los reparos de mi mujer. Entre esos dos frentes opuestos termino por conciliar el sueño.

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A Gudiña - Campobecerros

El extravío

Antes de que suene mi despertador a las 6,30, Bea ya anda con preparativos y pronto también los alemanes. Ya despierto y con ganas de iniciar, prefiero salir el último, así que recojo mis cosas con lentitud y atuso mis pies, mientras van saliendo mis compañeros tras desayunar en el propio albergue. Prefiero hacer esta etapa en solitario y como presiento que soy el más lento, salgo premeditadamente el último con idea de caminar solo, hasta el próximo albergue, el de Laza, a 35,5 km del de partida.

Encuentro donde hacer un buen desayuno con café, totadas y zumo de naranja (3,20 euros), y cuando por fín me pongo en marcha son las 7,20, justo después de llenar mi depósito de agua en una fuente del camino. Se recomienda llevar una buena reserva de agua, pues hay tramos en que escasea. Por eso traigo mi botella de 1,5 litros en funda de neopreno (el tejido que usan los buzos) y que me hará un servicio formidable.

Llego enseguida a la Plaza Mayor de Agudiña, donde se bifurca este camino, con una rama izquierda por Verin (228,556 km) y otra derecha por Laza (195,953 km). Por Verin hay 33 km más y parece que es un camino más propio para ciclistas. Ascendiendo por la rúa Cima de Aldea saliendo de A Gudiña entre los cantos de un gallo y el saludo del sol, que ya levanto lo suficiente para dibujar mi sombra, de traza longilínea y abriendo mis pasos. La Luna preside el día a buena altura y a mi izquierda. La mañana nace totalmente despejada y no se divisa ni una nube en todo el horizonte a la redonda.

A lo lejos se escuchan acelerones de motos que suenan como carcajadas burlonas ante mi lento avance pedestre pero que termino por hacer callar paso a paso. Sobre el camino ascendente de desnivel llevadero, sopla un fuerte viento que hace agradable el ascenso, sin sofoco ni sudores. Corono el Alto do Espiño, que empieza a mostrar una amplia panorámica. Desciendo a Venda de Espiño, pequeña aldea de pobres casas y aspecto desabitado, si no es por dos perros que ignoran mi presencia en afán reproductivo que encarama al macho sobre la hembra.

Nuevo ascenso hasta llegar a una altura en que se divisa la via del ferrocarril, que me acompañará de modo intermitente bajo continuos túneles por los que el tren atraviesa A Serra Seca hacia Orense. El sol por detrás, mi sombra por delante, la luna por la izquierda, el viento abanicando fuerte, el tren a mis pies, y una panorámica que se abre con amplísimos horizontes, son los compañeros que viajan conmigo conformando un equipo excepcional.

Llego a Venda da Tereixa, otra pequeña aldea de aspecto desabitado con casas derruidas. Me agrada pasar junto un viejo caserón con un hombre emboinado asomada a la ventana que me saluda. Una mujer retorna de las faenas del campo. Una fuente de agua anuncia su presencia. A la salida del pueblo unas ovejas rumian y balan en un prado y un perro pastor ladra fuerte, no hostil sino avisando de cual es su responsabilidad y su territorio.

Aparece a la derecha, majestuoso, el pantano de As Portas, aunque bastante menoscabado de su nivel máximo, mientras el Camino crestea de modo privilegiado y serpenteante por lo alto de la sierra, ofreciendonos paisajes de gran belleza de doble vertiente y de enorme amplitud que alcanza las tierras portuguesas.

Una bajada y un puente sobre el tren nos llevan a Venda da Capela, que fue centro ferroviario de la zona, y por ello, aldea de cierta importancia. Aunque hoy abandonado como sede ferroviaria, hay mayores signos de habitabilidad y conservación, y algunas de las casas de los funcionarios, a pie de camino, podrían ofrecer algun servicio de albergue y descanso al peregrino en medio de esas inmensas soledades. A la salida del pueblo un cultivo de centeno muestra sus altísimas espigas formidablemente onduladas por el fortísimo viento dibujando una espectacular imagen de mar agitado.

Un pronunciado ascenso nos lleva hasta el punto más alto de A Serra Seca, donde nos recibe una panorámica aún más inmensa desde la divisoria de la vertiente. Siento la invitación de probar el eco, y lanzo varios OEEEE... que no reciben respuesta. El espacio es demasiado abierto como para encontrar rebote y resonancia y además el viento amortigua el sonido en cuanto sale de mi laringe. A pesar de esta lógica, siento cierta decepción, porque necesitaba comunicar con el Camino de esta forma, y siento que el Camino se me esconde. Sé que su espíriritu está presente, que me acompaña y me observa, pero que aún no desea contactar conmigo y acaso se alía con el reproche de mi mujer y esto me produce cierta desazón. Tengo que probar en otro momento, necesito oir su voz inmensa y eterna, y saber lo que me dice.

Poco después me sorprende, en un paraje tan remoto, una bellísima estampa de un pastor vigilando su rebaño de cabras (bien armadas de glándulas mamarias) y su perro pastor que me dirije una mirada despreocupada y benevolente. La paz es abrumadora, impresionante, indescriptible. Hay que estar allí para respirarla. ¡La paz de los pastores y sus rebaños en A Serra Seca!. Pero, curioso contraste, algunos cientos de metros después, y tras rebasar un cambio de rasante, surge imponente el bramido del viento, con un sonido tubárico sobrecogedor que intimida. Tras la primera impresión intuyo enseguida que no es de amenaza su mensaje, sino de inmensa compañía que me sale al paso y me dice: ¡estoy aquí, sigue tu camino, peregrino, ya hablaremos!. Obedezco emocionado, sin rechistar, consciente de un contacto que ha iniciado su dinámica de diálogo y que debe seguir su propio curso.

Hasta allí las flechas amarillas, no frecuentes, pero si precisas, han marcado con claridad el itinerario a seguir; a partir de aquí, las señales se hacen escasas y surgen dudas. Llego a Venda do Bolaño, una modesta aldea de pocas casas donde una mujer trabaja su huerto. La pregunto por el Camino y me dice que voy bien y que en este tramo las señales están casi ausentes pero que poco después reaparecen. Pero reaparecen con cuenta gotas hasta que Campobecerros llega a divisarse en lontananza. Quizá el exceso de confianza por el contacto visual, o simplemente el azar o el despiste, o vaya usted a saber la causa, me llevan a perder la ruta y termino en una carretera que descubro después que no es la esperada. Convencido de que ando por el buen camino llego a un cruce que hace sonar mi alarma. Un cartel avisa de que Sangudeño queda a mi izquierda a 2,7 km. Semejante topónimo no esta ni por aproximación en la ruta y llevo tiempo sin advertir ni una señal. ¿Retroceder?. ¡Llamaremos a Riera, que para eso es mi tutor!. No se explicarle bien por donde ando, (es lo que pasa cuando se anda perdido), y su orientación es confusa. Por la carretera, albricias, pasa una furgoneta a la que detengo y pregunto... Si, esta carretera, llega a Campobecerros, voy allí, ¿le llevo?... No gracias solo quería saber lo que me ha dicho. Y en efecto, llegaba a Campobecerros, tras algún confuso cruce que acerté a seguir bajo un sol de justicia, pero por un circuito envolvente que después de unos tres o cuatro kilómetros entraba Campobecerros por la comarcal OU-114 que viene de Verin y se une perpendicular al camino en Campobecerros.

He dado una buena vuelta alargando el Camino en unos 3 km, y llego a Campobecerros totalmente empapado en mi propio sudor. Al menos entro al pueblo por su parte alta, y allí encuentro un "Merendeiro" idóneo para hacer un descanso en toda regla. Pido un bocadillo gigante de jamón y varias botellas de agua mineral (3,50 euros). Una cabeza de jabalí y varias moscas me observan. Un vecino de la mesa de al lado me indica que he entrado mal al pueblo. Asiento. No es de extrañar, me dice, hace unos días hubo un borramiento de señales por un removimiento forestal en busca de madera. En estos días se han perdido varios peregrinos. Llega otro vecino y se entabla una conversación animada sobre el camino, el bordón, el borramiento de señales, la coyuntura gallego-política y hasta algún que otro chiste que nos hace reir a todos. Es justo lo necesario para un buen descanso.

He perdido tiempo, porque preveía estar en Campobecerros a las 12 y he llegado a las l3 y entre el descanso y el buen ambiente he permanecido allí hasta más de las 14 h. No he perdido el tiempo realmente, lo he aprovechado como buena tortuga. Además este poblado merece una mirada y alguna foto. Su conservación es buena, con edificios más modernos y servicios para el peregrino (bares, tiendas). Es un buen lugar para pensar en un albergue, hay lugares para ello, y estamos a unos 20 Km de A Gudiña.

Pero mi destino está más lejos, y aún me faltan unos 15 km cuando sobre las 14,15 h decido salir de Campobecerros por la parte alta de la Avda Cardenal Quiroga en dirección a Laza.

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Campobecerros - Laza

La voz del Camino

El sol calienta a tope y se impone protegerse con el sombrero sujetando un pañuelo que cubre mi cogote. Además el trazado asciende con cierta intensidad y hay que andar lento y protegido del sol. Cesa la subida y viene un descenso amable que nos va llevando hacia el río Camba que nos anuncia su presencia y acercamiento con un rumor creciente y refrescante para el ánimo.

A la derecha y a en la otra vertiente del río se nos anuncia (cartel) punto de interés panorámico con visión de "albarizas". Hago una foto y consulto que explica que las albarizas son una reliquia etnológica consistentes en cercas de piedra para proteger las colmenas de los ataques de osos, abundantes en el pasado por estos lares.

La vía del ferrocarril reaparece a mi vera para ocultarse de inmediato en un túnel, jugando continuamente al escondite. Atravieso el río a través de un puente y asciendo por el pueblo de Porto Camba a través de su calle-camino, que pasa entre casas de época que conservan la mágica arquitectura rural propia de la zona que me transporta a otra época. La apariencia es de abandono, aunque algunos indicios demuestran que no es total, como una canasta de baloncesto en una puerta que revela presencia juvenil, un cartel publicitario reciente, una casa moderna en construcción y algunas voces en el interior de una casa. Menos mal, porque por momentos se siente uno en un pueblo fantasma, aunque de belleza extraordinaria y sabor popular añejo como he visto pocos. Así llego hasta una fuente con motivos jacobeos tras la que poco después salimos de la aldea.

Bien alejados de Porto Camba, nos sale al encuentro una vieja cruz de madera que invita a detenerse un instante para orar. A los pies de la cruz, ligeramente elevada, al mirarla, su fondo son las nubes desplazándose con cierta rapidez, conformando una dinámica espectacular que me indica Dios esta cerca. Rezo un Padrenuestro.

El camino cubre durante algun tramo un duro repecho aunque el cielo se ha semicubierto por nubes de evolución diurna que alivian la temperatura y apantallan el sol como una sombrilla natural que agradezco. Enseguida empezará una fenomenal bajada, más que por su intensidad, por prolongada, acaso más de 10 km hasta Laza. El paisaje adquiere además una extraordinaria frondosidad que contrasta con la sobriedad que nos ofrecía A Serra Seca, cuyo nombre se entiende ahora mejor. Es como si aquella Galicia que ha quedado a nuestra espalda fuera menos Galicia que esta otra, mas acorde con lo que el viajero espera encontrar. En medio de esta frondosidad, al otro lado de la garganta junto a la que progresamos, aparecen embutidos en la vegetación bellísimas aldeas que nos acompañan en el paisaje durante un buen tramo.

Así se llega hasta Eiras, que después de pasar entre sus casas y su pequeña capilla, encontramos, a su salida, un área de descanso esmeradamente cuidada, perfecta para un reposo en regla en uno de sus coquetos bancos, a la sombra de su techumbre y renovando el agua en su apetecible fuente. Agua y frutos secos y algunos apuntes hacen el descanso más provechoso.

Laza ya no está lejos y echo en falta mi diálogo con el Camino. Un cucú suena a lo lejos y parece jugar al escondite. Me trae el recuerdo de juegos infantiles y pienso en mi benjamina Blanca que se va haciendo mayor sin darme cuenta, y mi ánimo se torna sensiblón. Es entonces cuando un recodo del camino me abre un valle con las dimensiones y la concavidad idónea para un diálogo que intuyo inminente. Con cierta timidez emito un OEEE... que encuentra respuesta también tímida; reitero el OEEE... ahora con energía, presintiendo que habrá milagro, y el valle me contesta un OEEE... esplendoroso, no reiterativo sino como un eco único y prolongado, con bella resonancia armónica. Con gran emoción lanzo mi primer KIKIRIKIIII que encuentra su contestación vibrante mientras mi piel se eriza, y entonces se desata el diálogo con sucesivos kikirikeos de ida y vuelta, graves unos de reflexión, agudos otros de júbilo, y se mezcla la emisión con el retorno en una auténtica conversación que absorve mi existencia durante instantes de eternidad en los que termino por descubrir que mi rostro esta inundado por un llanto jubiloso. Como plañidera, no tendría precio. Me dice que la actitud de mi mujer no es reproche, sino amor, que a veces es exigente y celoso y que el final de esta ausencia temporal será feliz. Y otras muchas cosas que no puedo revelar, y acaso ni sabría hacerlo, pero que solo por ellas, ha merecido la pena venir hasta aquí, ahora se que Dios y el Camino me acompañan y me hablan.

El cansancio acumulado hasta entonces cobra otro valor, y no es que la fatiga no se sienta después de 30 km de marcha bajo el calor, sino que se interpreta de otro modo emparentado paradójicamente con el gozo, de modo que fatiga y gozo se convierten en los dos elementos de un bipolo peculiar e insólito. El espíritu del Camino me ha escuchado y he hablado con Él. Es una de las cosas que venía buscando y que ya he encontrado.

Los últimos kilómetros a Laza serán coser y cantar en una bajada gozosa y en un tránsito por el fondo del valle en el que Laza se aposenta. Su formidable albergue me recibe de la mano de funcionarios amabilísimos de Protección Civil. Allí encuentro a Bea con quien mantengo una cariñosa conversación sobre los motivos del Camino y nos intercambiamos una regalos, ella me obsequia una pulsera conmemorativa de Juan Pablo II y Benedicto XVI (dásela a un peregrino con fé, le dijo la amiga que se la dio) y yo le regalo una gorra.

Bea ha llegado a las 15 h, y los alemanes a las 17 h. Yo lo he hecho a las 19 h. Casi 12 horas andando. ¡¡¡Fantástico!!! estoy hecho una tortuga de mil pares de caparazones.

Encuentro a los alemanes comiendo en el Restaurante Bar Blanco Conde, el único del lugar, y terminamos haciéndonos buenos amigos hablando por señas y dibujos en el mantel de papel y cantando canciones populares alemanas que sigo como puedo. Herman tiene 66 añitos, Norbert 63 y Karl 61. Yo soy un infante que se acerca a cumplir el medio siglo. Se nos añade un matrimonio alemán, septagenario, que me he encontrado en algún punto del camino, que se hospedan en hostales y que volveré a ver después.

La cena me cuesta 8 euros más 1 euro más para un bocadillo de queso para el desayuno de mañana ya que no habrá donde desayunar temprano. Es decir una jornada intensa de camino me ha generado un costo de 15,70 euros. Sostuve una vez que puede bajarse de los 20 euros al día, y aquí está la prueba, que se repetirá en días sucesivos. La cena además es abundante con opción a repetir, que por supuesto aprovecho (pasta con carne, estofado de ternera y helado, además de agua mineral bien fresquita). Prefiero durante el día hacer dos o tres comidas pequeñas y fragmentadas, y luego a la noche una cena más completa y más bien temprana.

Es tiempo de llamar a casa y hablar con Carmen que me recibe tranquila y cariñosa, lo que tambien me reconforta. Pernoctamos en Laza los cinco mismos que en Agudiña. La Belga Bea, los tres alemanes y un servidor. Hay razones más que sobradas para conciliar bien el sueño y descansar a pierna suelta hasta el día siguiente.

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Laza - Vilar de Barrio

Subir para bajar

El albergue de Laza es excelente, de instalaciones modernas bien cuidadas, edificio en U, con ala derecha para dormitorios, ala central para servicios (aseos, cocina...), y ala izquierda para comedor y estar. En este ambiente, como ayer, retardo mis preparativos para salir solo.

Es importante el orden metódico al preparar el macuto, para evitar extravíos y como disciplina personal. Primero el saco de dormir bien plegado, luego las bolsas de ropa (limpia, sucia, mudas); importante que estas bolsas sean de tela, se elimina ruido. Y finalmente el resto, (chanclas, toalla, aseo, etc.). Finalmente desayuno mi bocadillo de queso y me pongo en marcha, antes de las 7,30 de la mañana, con el día bien abierto (soy enemigo de salir de noche a golpe de linterna).

Al salir de Laza un cruce sin señal crea dudas. Además de flechas y mojones, el Camino en Orense se indica, en cruces y bifurcaciones, con señales artísticas de piedra del orensano Carballo, todos distintos pero de estilo común: piedra con concha y calabaza, y una rosa de los vientos que incluye la flecha amarilla. En este cruce parece que fue derribada y no repuesta. Hay que girar a la derecha (una lugareña de negro me lo confirma) y seguir por la comarcal OU-113, flanqueda por arboleda y cultivos colindantes, que nos lleva, intercalando con algún andadero de tierra, hasta Soutelo Verde, por momentos junto al río Támega, que se hace muy agitado y ruidoso al paso por un salto de agua. En algún tramo el polen es tan abundante que forma alfombras blancas sobre el terreno. La vida en mil formas, colores, olores y sonidos abordan al peregrino a cada momento.

En este fragmento del Camino las señales escaséan y surgen dudas. Pero no hay problema en llegar a Soutelo Verde, otra aldea de extraordinario sabor popular y encanto arquitectónico autóctono. Su calle-camino nos lleva por una fuente, un viejo puente sobre un arroyo y otro puente moderno sobre el río, junto a una capilla que parece un juguete medieval.

Pasado Soutelo Verde, el Camino es un paseo amable sobre una pista de tierra que progresa por el valle del Támega, que traíamos desde Laza, por un trayecto delimitado a la izquierda por muretes de piedra enmarcando viñedos, y a la derecha abriéndose al espléndido valle, ocupado enseguida por fértiles terrenos de huertas, sembrados y cultivos, algunos en pleno laboreo. Un chisporroteo anuncia una fuente antes de Tamicelas, pero voy provisto de agua y aún no toca parar. Unas veces la biología, otras la razón y otras el alma, dictan si procede parar, y aquí junto a la fuente, aunque hay una pequeña zona des descanso, ninguna de las tres me lo reclama aún.

Tamicelas nos indica el abandono del valle, por donde hemos avanzado unos 7 km de marcha llana y comoda. Pero, como no podía ser de otro modo, la cosa cambia radicalmente. El trazado adopta un ascenso muy empinado entre pinares, ganando pronto una considerable altura sobre el valle en pocos cientos de metros. Ahora la fatiga me impone un descando en el pinar, sobre unas piedras que me dan asiento a la sombra de los pinos, desde donde contemplo el paisaje y tomo agua y frutos secos. La subida continúa superando la zona de pinares y siguiendo por matorral y monte abierto en ascenso de gran dureza que nos muestra el sustrato rocoso del terreno por efecto del arrastre pluvial mientras vamos dejando atrás el valle y subiendo de forma muy pronunciada mientras se oyen algunas explosiones lejanas de dinamita. En continuo ascenso, el camino desemboca en un ancho cortafuegos por el que es fatigoso avanzar, pues el firme, con huellas de vehículos oruga, es blando e inestable, y los tobillos deben hacer un esfuerzo añadido para compensar la inestabilidad, en subibaja continuo en que las subidas superan a las bajadas, con una resultante ascendente hasta que, por fin, después de unos 4 km durísimos, se corona el alto llegando de nuevo a la carretera comarcal, que ha subido dando un gran rodeo lleno de curvas (hasta 77 me informan luego) que serpentean hasta llegar a lo alto. El peregrino en cambio asciende de una forma más directa y vertical, acortando hasta 3 km respecto a la carretera, pero a costa de un ascenso por momentos brutal. A base de pasos cortos y marcha regular asciendo de un tirón y una vez arriba la carretera continúa 1 km más hasta llegar a Alberguería, en donde se llega a un bar de gran sabor y tradición, "El rincón del peregrino", regentado por Luis, hombre recio y buen conversador.

El esfuerzo ha sido tan exigente que se impone descansar y tomar alimento, y aunque no se hacen comidas, hay latas (mejillones, sardinas), pan, huevos duros, y empanada gallega, y por supuesto bebidas variadas. Es un lugar rústico de cuyo techo penden conchas de vieira firmadas, atendido por Luis, una institución del camino, que da conversación sin que se le pida y hace la estancia muy amena y entretenida con los mil chascarrillos que cuenta del lugar, del temperamento gallego, del poder de los caciques y adinerados, de la resistencia al progreso en muchas aldeas, del asiento en una de ellas de extranjeros ecologistas con vehículos que hacen un ruido infernal (curioso contraste, dice) y mil otros detalles por los que me intereso, lo que incita aún más a Luis a la conversación. Cierro con un licor café exquisito y Luis me invita a otro ante mis piropos mientras me cuenta que lo elabora ilegalmente un abuelo de Vilar de Barrio, a quien se lo compra y lo envasa en mini-botellines que vende a los peregrinos y visitantes. Me llevo uno para una emergencia, pues un trago de ese néctar resucita a un peregrino exhausto. Es recomendable subir al aseo, un alarde de imaginación y aprovechamiento de materiales que convierten el baño en un museo. Al final Luis, me invita a poner nombre y fecha en una concha que coloca de inmediato en un hueco del techo. En total gasto 9 euros que doy por bien invertidos, no solo por la comida y la bebida, sino por la conversación y la visita al baño-museo.

Atravieso Alberguería, también con gran encanto etnológico. Hay un puñado de aldeas llenas de encanto popular por las que el Camino Mozárabe irá pasando. Pronto un prolongado "paso do inverno" facilita el tránsito por terreno habitualmente encharcado. El camino se hace ligeramente ascendente en los próximos km, pero se hacen a buen ritmo en comparación con la dura subida anterior, y pronto se divisa una gran cruz elaborada con traviesas de madera, justo en un alto (monte Talariño) desde el que se alcanza una buena panorámica de la Limia. Es un magnífico lugar para una oración, más aún al saber que es mítico para los segadores gallegos, donde pedían la protección de la aún visible Virxen dos Miragres, en sus migraciones recolectoras a Castilla.

Desde allí el camino desciende hacia la amplísima vega de la laguna Antela. Mientras desciendo tiento al eco, que me responde con un eco único y prolongado, para mi sorpresa, porque el valle es muy abierto y corre buen aire. Me parece un indicio de que, en mi soledad, voy acompañado y protegido. Son unos 5 km de bajada por firmes distintos y en ocasiones bastante pendiente, que nos va abriendo poco a poco una espectacular panorámica de la Limia, hasta llegar a Vilar de Barrio, al que se entra por su barrio más arcaico, y donde me encuentro con los primeros hórreos, como si con el avance me fuera adentrando en una Galicia más genuina. Pronto llego a la plaza, de aspecto más moderno. Allí encuentro a los tres alemanes que, alojados en el albergue, vuelven a él después de comer algo. Nos saludamos con afecto y les digo que mi plan es continuar hasta Xunqueira de Ambía, unos 14 km más. Me desean suerte y me proponen encontrarnos en Orense.

Sello en la gasolinera de la plaza y antes de seguir me concedo un buen descanso en el bar próximo, donde repongo líquidos (2 euros) y encuentro animada conversación con distintos vecinos. Será una constante la conversación con los lugareños, que se prestan fácilmente al encuentro y la charla, y a veces son ellos quienes la promueven.

Todavía queda por delante, en la jornada de hoy, la dureza de un tramo de características que jamás hubiera imaginado encontrar en Galicia.

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Vilar de Barrio - Xunqueira de Ambía

Rectas sin fin

Queda por delante un tramo de características que jamás hubiera pensado encontrar en Galicia, con llanos y rectas insolitamente largas, como si estuviéramos en la misma Mancha castellana, no por similutud con las tierras del Quijote, sino por lo interminable de sus caminos rectilíneos.

A poco de Vilar de Barrio, llego a Bóveda, aldea con bellísimas escenas de hórreos. Siento que alguien me llama por detrás: ¡oiga señor!, ¿Si?, tenga usted, para el calor, está fresca... Emocionado acepto la pera grande y fría que la mujer guardaba para el primer peregrino que pasara frente a su puerta. Con que placer me la como de pocos bocados, porque el sol calienta fuerte y una fruta fresca entra sola. Me alimenta también el gesto de aquella buena mujer.

En Vilar de Guimareites un perro encadenado me dedica fieros ladridos y rugidos, que ignoro sin dejar de mirar de reojo. Llego a San Miguel de Padreda, donde una mujer pequeña, chaparra, de rasgos grotescos y simpáticos me sale al encuentro y me pregunda de donde soy; de Madrid, contesto; ¿donde va?... a Xunqueira de Ambía... ¿y despois? ... a Orense... ¿y despois? ... a Lalín... ¿y despois?... a Santiago... ¿y allí que le dan?... Una catedral soberbia donde rezar al Apóstol... Me dedica una sonrisa y una mirada dulce, no se si de incrédula benevolencia o de piadosa complicidad, y con unas palabras de despedida que no entiendo bien, me saluda con la mano volviendo a sus quehaceres.

A partir de aquí el Camino se interna a través de unas pistas longilíneas como una pesadilla. Se trata de la laguna Antela, o lo que fue tal, porque, desecada, ofrece hoy tierras de enormes dimensiones para uso agrícola, divididos por caminos rectos larguísimos, unos de este a oeste, y otros de norte a sur, que convierten la laguna Antela en una extensa cuadrícula de caminos y parcelas tan extensa, que no acaba de verse su final mientras se atraviesa. Junto a huertos y cultivos inmensos, otras parcelas quedan aún sin explotar, dadas las fenomenales proporciones del paraje. Menos mal que al adentrarme en ese laberinto de rectas sin fin, el sol se cubre de nubes piadosas y se levanta el viento, que alivian el calor y me conceden una travesía menos penosa, en donde, por más pasos que se dan, parece que se está siempre en el mismo sitio. En una de sus encrucijadas aparece una cruz de mármol de doble pedestal, de mensaje funesto. Finalmente, cuando se teme que aquello no acabe nunca, un giro brusco me saca de la pesadilla y me lleva a Bobadela.

De nuevo con sol, llego a una plaza donde me espera un banco que la Deputación de Orense ha puesto para mí. Me descalzo para optimizar el descanso junto a la fuente con lavadero en que unos vecinos lavan a cubos su coche levantando un sirimiri artificial del que no se me ocurre protestar, no vaya a ser que me dejen sin él. Un vecino me pregunta mi origen y me cuenta que la cruz de mármol rememora la muerte de un joven del lugar en accidente coche-moto que ocurrió en ese cruce, hace algunos años; que en paz descanse. Una señora llega y hace su colada mientras masajeo mis pies, y llego a sentirme feliz ante acontecimientos tan comunes.

Repongo fuerzas y encaro los 7 u 8 últimos de los 35 km de esta jornada, con deseo de acabar por hoy. El tramo se hace muy rural y frondoso entre bosques y algunos cultivos. Tras pasar Pedroso, de gran sabor agrícola, un campesino tardío detiene un instante su labor y en tono de saludo dice: ¡va usted muy solo...! , ¡la soledad es buena para caminar!, contesto saludando con el brazo, mientras asiente con la cabeza.

Las últimas aldeas se hacen desear como cuentas que van desgranando los últimos kilómetros, y así veo pasar, con gozosa fatiga, en tramo descendente, Cimadevila primero, y Quintela después, tras la que el camino me lleva, por fin, a Xunqueira de Ambía, a cuya entrada y junto al polideportivo, se encuentra el albergue de peregrinos. Son las 19,40, y más de 12 horas de marcha, más que ayer ¡¡hurra por la tortura atómica!!. Nada mejor que dosificar fuerzas sin mirar el reloj, porque, aunque fatigado, me siento en plena forma.

Bea, la belga, me saluda desde una ventana, pero al entrar al albergue la encuentro descorazonada, anunciándo su abandono. Sus pies lo dicen todo, heridas supurantes en carne viva, con feo halo cianótico. La consuelo con palabras de aliento mientras espera un coche que le llevará a un hospital de Orense y la ayudo a recoger sus cosas. Hallo incluso el modo de bromear y provocar una sonrisa antes de su partida, convenciéndola de que no es fracaso llegar aquí desde Zafra; y que el año que viene rematará la faena.

Pernoctaremos solo dos peregrinos, el francoportugués Rui, que viene de Puebla de Sanabria, y un servidor. Antes hay que ir a sellar al bar que guarda las llaves del albergue, e improvisar una cena, pues no hay donde den cenas en víspera del Corpus. Junto a un bocadillo de queso para el desayuno de mañana, gasto 7,50 euros, lo que hace un total de 18, 50 euros hoy, de nuevo por debajo de los 20, y en dos etapas exigentes.

Mientras anochece, doy un paseo por Xunqueira, que el pueblo lo merece, especialmente su Colegiata, de la que al menos puedo admirar su espléndida figura exterior, entre el bullicio de algunos vecinos que preparan cestos de pétalos junto a los dibujos del entorno al templo, para elaborar las alfombras florales del Corpus. Se nota el ambiente festivo.

Son ya las 11 de la noche del día 28 de Mayo de 2005, cuando me acuesto con verdaderas ganas de descansar y me duermo sin sentir como un bendito.

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Xunqueira de Ambía - Orense

El Corpus

Rui, enemigo de madrugar, duerme en otro dormitorio para no despertarse hasta las 9. Sin interferencias me levanto a las 6,30, preparo mi equipo, me como mi bocata de queso y me pongo en marcha antes de la 7 h.

Es domingo 29 de Junio del 2005, día del Corpus, y Xunqueira amanece con sus calles principales alfombradas de ramos y pétalos de flores, por donde pasará la procesión y en la Colegiata hay alfombras de gran belleza, todo colocado con esmero por la noche. Hay un especial encanto en salir así del pueblo, sin un alma en las calles, pero todo engalanado para la gran fiesta, una fiesta que unifica de tradición y sentimiento toda España. Aunque haya quien insiste en notar las diferencias, es mucho más lo que nos unifica, no me cabe ninguna duda.

Rebasando el centro de salud, el área recreativa de Pelamios y el campo de fútbol, salgo de Xunqueira con destino a Orense, una etapa corta, de 20-22 km según fuentes y creo que la cifra buena es la 2ª.

Atravieso el viejo puente sobre el Arnoya, a cuya vera se anuncia, tentadora, una playa fluvial. A la altura de San Xillán me cruzo con un lugareño que incita la charla aludiendo a mi soledad, a lo que respondo que el buey suelto bien se lame, que da pie a un discurso que no acabo de entender pero a lo que contesto, pues si, si, así es, en efecto, y continuamos ambos nuestros caminos.

En A Pousa, me atrae como un imán la capilla de la Virxen do Camiño, abro el cerrojo de su puerta de frondoso cerco de hojas y flores. La capilla está cerrada, pero me siento un rato en su recinto, admiro dos escudos heráldicos y una imagen central de la Virgen a la que me encomiendo. Al lado un bello conjunto de fuente y hórreos. Alguien observa desde una ventana y el canto de un gallo me anuncia que hay que continuar. Apenas diez minutos que no he perdido, sino que he ganado, porque el Camino se gana visitando sus pueblos, orando en sus capillas, conversando con sus gentes, bebiendo en sus fuentes o en sus tabernas.

Al dejar A Pousa a mi espalda, como una despedida, suena el carrillón del campanario con un conocido tema mariano, y por delante y a lo lejos se oye toda una jauría de gallos que parecen competir por quien canta más alto y más tiempo. Al llegar creo que a Salgueiros, se anuncia que Xunqueira queda atrás a 5 km y que faltan 17 a Orense. Dado que en esta etapa el Camino transcurre muy parejo a la carretera, es objetivo adjudicar a esta jornada los 22 km, que algunos amplían y otros reducen.

Al pasar junto a una zona de juncos, uno se enreda en mi mano y tiro de él reflejamente, pero aguanta el envite, se enclava en mi meñique y me abre un corte, nada serio pero que sangra duante un buen rato.

Por momentos cae un leve sirimiri que refresca el ambiente. Al pasar bajo un tendido de alta tensión, la humedad desata un chisporroteo eléctrico en los cables y acelero el paso hasta sobrepasar holgadamente el tendido, por si acaso.

Tras pasar entre las viejas casas de piedra de Gaspar, el Camino cambia radicalmente de aires, dejando el marco de praderas, bosques y viejas aldeas, por el de lugares bien urbanizados, con aceras y alumbrado en serie, acorde con la condición de zonas residenciales de buenos coches, casas modernas ricamente ajardinadas con hórreos de adorno, donde muchos orensanos pasan el fin de semana. Galicia, por fortuna, dista mucho de ser lo que fue. Una pintada proclama "Galiza, mais que nunca, Espanha". Aparecen carteles de la campaña electoral. Suenan cohetes que pregonan los festejos del Corpus. La vida de Galicia pasa ante los ojos del caminante a poco que se observe.

Desayuno bien en Penelas (2,50 euros), y en un entorno bien urbanizado paso Venda do Río, Pereiras y Castellana, hasta desembocar en un agobiante polígono industrial, donde un chimenea, como un alambique gigante, levanta una fumarola continua entre infinidad de talleres, naves, almacenes y fábricas, entre anuncios publicitarios, y junto a una carretera de abundante tráfico local muy agobiante y arriesgado para el peregrino.

Por fin el camino encuentra una alternativa secundaria a la carretera, a veces a las espaldas de casas ricas con perros ladradores. A través de éstas, el camino se hace descendente hasta mostrar las inmediaciones de Orense, que se intuye cercana. La vista engaña, pues no es lo mismo aproximarse que entrar en Orense. Se vuelve a la carretera, que en algunos tramos es peligrosa para el peregrino. Hay que cruzar, a lo salvaje, la vía del tren: miro a un lado y otro, escucho, y como no parece venir nada, marica el último, me digo, pasando la vía al trote cochinero, con la satisfacción de ser el primero en llegar al otro lado e ignorando que también el último. Encantos de caminar en solitario, uno se siente libre y elige si ir el primero o el último, y habla consigo mismo, incluso en voz alta.

Para salvar este feo tramo, llego a Seixalbo, nucleo rural de altísimo valor etnográfico, en el que parece que se ha invertido para su conservación. Resulta ensoñador entrar en el pueblo por la Rúa de Amento, y ya en su interior reclama mi atención una de sus plazas, donde se ha reunido buena parte de sus gentes. Los balcones están engalanados con banderas de España y alguna de Galicia, se lucen los mejores vestidos, y preside la reunión las autoridades eclesiásticas y municipales y, sobretodo, una custodia con la Sagrada Forma que luce entre flores y velas, y bajo palio. Me entremezclo entre las gentes que me abren hueco sin sentirme extraño. Me uno al rito y sigo las preces, siquiera durante un rato. Me adelanto a la procesión y llego a la Plaza Mayor, con bellísimo cruceiro con el Crucificado pon un lado y la Madre doliente por el otro. Allí espera otro nutrido grupo de gente con sus ropas dominicales, acaso de estreno, y en lugar privilegiado destaca un altar adornado con finas telas, flores y velas, donde rendirán honores al Cuerpo de Cristo. Allí se disponen bellísimas alfombras de pétalos de diversos colores conformando motivos geométricos. Algunos niños juegan a saltar sobre ellos sin pisarlos. Nadie parece extrañar a un grotesco y barbudo peregrino que observa, emocionado, todo aquello, sentado en un banco pétreo sin quitarse el macuto. Me adelanto a la Parroquia de San Breixo de Seixalbo, que luce con sus mejores galas y donde espera un numeroso grupo de lugareños el paso de la procesión, junto al cementerio, que hoy mas bien parece lugar de gloria que de duelo. Me asiento allí atrapado por el ambiente festivo de las calles y de las gentes, pero hay que continuar, Orense me espera.

Saliendo de Seixalbo me veo adelantado por manadas de gentes con dorsal numerado. Entre lo que cuentan unos y otros me voy enterando que se trata de la II Andaina Popular de 36 km, que organiza el concello de Orense, y les faltan ya, como a mí, los últimos kilómetros. Con originalidad, la organización a elegido flechas amarillas para marcar la entrada de la "Andaina" en Orense, y sacan al peregrino del trazado original en una desviación rectificada en que un aspa amarilla cancela una flecha peregrina y es sustituida por otra flecha amarilla de la Andaina. El error en este caso merecerá la pena, porque lleva a un andedero de tierra muy bien cuidado, con alumbrado, papeleras, bancos y postes con parrillas elevadas (vacías) para dar sombra. Así, de modo mucho más amable que por la entrada urbana, se llega hasta el corazón de Orense por ese largo andadero que desciende junto al río Barbaña antes de desempocar en el Miño. Hay que abandonar el curso de la Andaina y subir a la Avda de Marcelo Macías para llegar a la Rúa do Progreso y la Alameda do Concello, área hermosamente ajardinada con templete para banda de música y atractivas terrazas donde merece la pena descansar y tomar un refresco con aperitivo (1,60 euros).

Un fuerte, aunque breve y bellísimo ascenso urbano, sube por la Plaza Mayor y la Catedral hasta llegar a un mirador con espléndida panorámica de Orense. El albergue queda allí mismo, en el antiguo convento de San Francisco. Como me he entretenido mucho en el Corpus de Seixalbo, llego a las 15,30, y el albergue cierra entre las 14,30 y las 16,30, así que me siento a esperar en la esplanada a la sombra de un árbol al amparo de unos frutos secos y unos tragos de agua. Después de llamar a mi mujer y darle cuenta de mis pasos, me quedo medio traspuesto apoyado hasta que Félix, hospitalero voluntario palentino, antes de la hora anunciada, me recibe con toda amabilidad, y tras instalarme y ducharme (que gusto), me facilita un plano de la ciudad y me sugiere cosas que visitar, recordándome que el albergue se cierra a las 22,30, y llegar tarde supone quedarse fuera. Le pregunto por Oseira y me dice que merece visitarse, pero que es imposible pernoctar allí, los monjes lo tienen todo ocupado hasta el 14 de Junio próximo, lo que trastoca algo mis planes.

Callejeando por Orense, aparecen los alemanes, nos saludamos efusivamente y les indico como llegar al albergue, indicándoles que la subida es dura pero breve.

Orense, capital de la única provincia gallega sin mar, y quizás por ello la más desconocida, resulta todo un descubrimiento. Son obligadas, a paso de peregrino tortuga, las visitas a las fuentes termales de las Burgas, la Plaza Mayor y la Catedral románica con su retablo y su capilla del Santo Cristo, donde se encuentran razones sobradas para agradecer estar allí. Luego toca callejear sin rumbo fijo, lentamente por sus plazas y sus calles, entrando en sus iglesias y enamorándose de sus rincones, y por qué no, platónicamente de sus mujeres, que no se si será por la soledad de estos días, pero las veo pasar a cientos a mi vera y me alegran la vista. Hombres, no se por qué será, no veo ninguno. Recorrido el casco viejo desemboco en el parque de San Lázaro, en el ensanche de Orense, donde encuentro un bar-restaurante con el nombre "Ruta de la Plata". ¿Para que buscar más?.

Son las 19,30, pronto para cenar y tarde para merendar, pero no he comido nada desde hace horas, tengo hambre y en el Camino no hay horarios fijos para nada. El restaurante no abre hasta las nueve, así que como estoy cansado, me siento en el bar y pido un tanque de cerveza y un pincho de tortilla. Como muestra de mi eclecticismo sobre la tortilla de solanáceas, os juro que no me entero de si es con o sin cebilla y me importa un ardite. Reposo miestras tomo unas notas y luego estudio la distribución de etapas restantes ante la imposibilidad de pernoctar en el Monasterio de Oseira pero viendo la forma de no dejar de visitarlo. Todo cuadra bien, aunque hay una etapa que rondará los 40 km.

Un carrillón cercano (el de la Torre del hotel de San Martín, me informan), toca las notas emblemáticas del "Negra Sombra", que como decía el Maestro Miguel Groba (Pontearense fudador de mi Coro), es todo un derroche de alegría gallega, esa alegría que eriza la epidermis y desborda los ojos. Por la mañana, me aclara el dueño, toca la Oda a la elegría de Beethoven. No sabría cual elegir y me quedo con ambas. En cualquie caso marca la hora de subir al comedor, donde el menú del día me ofrece una riquísima crema de marisco, una merluza a la cazuela y una abundante macedona de frutas en almíbar, con una botella de 1,5 litros de agua que me trasego entera. En total, junto al cervezón y el tortillón de antes, todo hacen 12,50 euros, que sumados a los 3 que dejé de donativo en el albergue, suman para hoy un gasto total de 19,60 (2,50+1,60+3+12,50), otra vez por debajo de los 20 euros, y sin privaciones de ningún tipo. Tres veces seguidas por debajo de esta cota, no es casualidad, exigo mi título de perefrino económico.

Todavía hay tiempo de dar un paseo breve a tiempo de llegar a las 10,20 al albergue y conversar un rato con Félix, ahora también su mujer Eugenia, que me dan noticias de Bea; le hicieron una cura local, le dieron antibióticos, pernoctó en el albergue con problemas para asistirse, la ayudaron en todo lo que pudieron y se marchó a Vigo donde cogió un avión a Málaga.

Pernoctamos 6 en el albergue: los tres alemanes, Rui el Francoportugués, una peregrina ciclista inglesa y un servidor.

Mientras hago de vientre, apagan las luces. Vaya situación. Lo peor no será limpiarse, que para eso no es imprescindible la luz, sino buscar el dormitorio en la planta superior. Hago memoria de donde está la escalera y mi cama. Esto no ocurre en albergues anteriores, en donde hay detectores de presencia que encienden luces de emergencia. Me siento perdido por momentos, hasta que doy con el dormitorio, y después con mi litera, gracias a Dios, en donde caigo rendido.

Todavía es día del Corpus, y lo tengo presente en mis oraciones y mis reflexiones finales, que sin solución de continuidad me transportan al mundo onírico de los peregrinos en ruta.

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Orense - Cea

Pitusa y el espantapájaros

Son las 6,30 del 30 de Mayo cuando suena el despertador, y solo la ciclista inglesa y yo nos levantamos con agilidad. La etapa de hoy será corta (20 km). Pensaba llegar hasta Oseira (8-9 km más) pero desisto si no hay garantía de albergue. La mañána es limpia, sin una nube a la redonda, lo que anuncia calor.

Enseguida encuentro donde desayunar. El dueño participó en la Andaina de ayer, y anda contando su experiencia a los clientes asiduos y foráneos. Le escucho sin rechistar y hasta con interés, a cambio de que me sirva un buen desayuno (3 euros). Sobre las 7,45 en marcha. Para salir de Orense hay dos alternativas. Una, la más usual, sale por el Puente Nuevo y pasa por Tomellancos. Otra sale por el Puente Romano y pasa por Mandrás. O bien salir en ambos casos por el Puente romano y hacer luego la bifurcación. No he encontrado criterios en favor por una u otra, así que opto por salir por el puente romano e improvisar. Este Puente Viejo además del sabor emblemático, ofrece una vista preciosa del Miño y el Puente Nuevo. El cruce de un gran río es siempre un momento significado en el Camino que nos da, como ningún otro, idea de progresión geográfica.

No encuentro la bifurcación, de modo que, sin elegir, camino por la ruta sur, que durante buen tramo sigue la N-120 hacia Vigo-Pontevedra, con mucho tráfico y no poco riesgo, en especial un tramo en que se anda entre el trafico y un desnivel, pues han retirado la pasarela para renovarla, pero sin suplirla. Dos km después se llega a Quintela (Pasé un Quintela en Xunqueira, éste pertenece a Orense), y se abandona la Nacional, con alivio de dejar el agobiante tráfico.

Tras rebasar una serrería y pasar la vía del tren a través de un estrecho túnel que obliga a pasarlo a la carrera para no coincidir con un vehículo contrario (por los pelos no me veo en ese trance), viene una cuesta durísima por asfalto, de pendiente continua y brutal, por su pendiente y lo soleado del día, que al menos nos ofrece un bello y frondoso panorama a mi derecha. Pasito corto, continuo, rítmico, y buscando la sombra. Es hora de bajar a los niños al cole, y desde los coches que bajan se adivinan miradas de compasión de las mamás, y chanza de unos niños o asombro de otros. Estos malos tragos es mejor hacerlos de una tacada, y este, después de todo, no es de los peores, porque aunque realmente duro, no es largo y en no más de 1 km se corona en Cima da Costa.

Se olvida pronto la subida, porque a partir de aquí, salvo algún repecho que nunca falta, el camino ofrece parajes de poco desnivel en que abunda el encuentro con la naturaleza, las arboledas o las zonas de cultivos o viñedos, que tan buenos vinos dan a las tierras orensanas. Así llego hasta Liñares (Otro Liñares distinto al de Lugo), donde un cartel de tráfico descubre que hemos dejado atrás Orense a 10 km, al par que dos perros belicosos amenazan con saltar la berja (podrían hacerlo si quisieran), ante lo que cambio prudentemente de margen (astuta estrategia peregrina que da sus resultados).

Avanzo por caminos rurales de tierra o tramos asfaltados secundarios, con contrastes en aldeas como Regengo, con sencillo y emblemático hórreo que alterna con fincas bien urbanizadas y ajardinadas, con piscina y perro policía, junto a otras donde pace un rebaño de ovejas. Tres corderitos escapan al Camino ante la pasividad del perro pastor (¿que le pasa a este perro que ni ladra ni cuida sus ovejas?); un servidor con su bordón las devuelve al recinto.

El camino se adentra por tramos frondosos, entre bosques y arboledas que forman túneles vegetales, lindados entre muros de piedra cubiertos de gruesos tapices musgosos. De ecuando en cuando un cartel advierte: "Adestramento de cans", ¡canastos, espero que no sea yo quien tenga que adiestrarlos!. Así atravieso un bellísimo puente sobre el río Barbantiño que me lleva a Ponte-Mandrás. No preveía parar en esta aldea, hasta que una fuente de buen chorro, despierta mi atención y mi sed. Un vecino afirma que esa agua es la mejor entre Orense y Santiago. No he parado aún hoy, y detecto que frente a la fuente hay un banco de la Deputación de Orense que me reclama. De la finca vecina salta una perrita, ¡¡Pitusa!!, no para ladrarme, sino para recibirme. Hay que parar, no hay duda, así que me acomodo como un sultán en ese improvisado edén que forman el banco, la sombra, la fuente, el sonido del agua sobre la piedra, la vieja aldea entre viñas y árboles; y sobretodo Pitusa que corretea agitada y me mira con ojos curiosos y brillantes.

La fuente está restaurada no hace mucho, lo delata su aspecto y sus adornos recientes, también una inscripción del año 1997, con dedicatoria "A noso alcalde Sr Valladares". Bebo a su salud. Llega el cartero repartiendo correo y lotería "de la que toca" (dice), y el dueño de Pitusa se va con él a la taberna de Mandrás después de encerrar a su perrita, que escapa enseguida y se viene a mi lado y corretea por la zona. Comparto con ella mis frutos secos, los extraña, pero come después de husmearlos. Vuelve el vecino y me encuentra con la perrita, ¡pero Pitusa!, esto es milagroso -dice- siempre escapa y viene a la taberna, pero hoy se ha quedado con usted. La novedad, contesto. Puede, pero es la primera vez que pasa, y no faltaron ocasiones. Quizás Pitusa -pienso para mí- ha intuído el afán peregrino y ha querido compartirlo un rato. Cuando me despido, lo hago bajo la mirada atenta de Pitusa, y detecto que por momentos hace ademán de seguirme. Pero al final elige bien y se queda con su dueño.

Paso pronto Mandrás y a su salida una abuela asusta a su nieto: "mira ese señor con el palo, lleva os nenos malos". No le diga usted eso, por Dios, que soy inofensivo. Hay que recurrir a lo que sale al paso, me responde en tono de broma. Reímos y el niño deja de llorar, pero creo que advierte nuestra complicidad. Espero que ese niño comprenda pronto lo que somos y hacemos los peregrinos.

Hace sol y calor abundante, pero el camino me introduce de nuevo en la naturaleza, así que otra vez a dejar la mente al pairo, otra vez a dejarse llevar, otra vez a liberar los sentidos entre bosques, helechos, musgos y naturaleza infinita entre mil tonos de verde, entre miles de olores y sonidos que mis sentidos, aturdidos perciben sin saber ponerles nombre, pero si disfrutar de ellos.

Paso Pulledo de soslayo, pero no puedo evitar detener un instante ante un viejo peto de ánimas deteriorado, en el que se reconoce a las mujeres piadosas junto a un Cristo sin rostro. Hay encanto en ese deteriorado peto de ánimas. Rezo un "Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero...".

A la entrada de Casanovas me recibe un espantapájaros, bien vestido, seguramente con ropa sobrante de sus dueños. Su rostro parece un poco avampirado, pero su mirada es dulce y nostágica. Adios amigo, rezaré por tí en Compostela. ¿Me creéis si os digo que percibí una lágrima mezclada con una sonrisa?. Nadie le habrá dicho algo así nunca, y quizás nadie se lo vuelva a decir. Un espantapájaros hace lo que sabe hacer, por eso se quedó allí con sus dueños, como Pitusa, pero también estuvo apunto de seguir mis pasos.

Enseguida se cruza la carretera, donde un cartel nos informa que Orense queda atrás a 20 km, lo que me indica que esta etapa se ajusta a los 20 km anunciados, pues creo que el camino recorta respecto a carretera y no falta mucho para llegar a Cea. Tras cruzar la carretera paso junto a una fábrica de piensos donde, en un entorno pestilente un perro parece enfurecer ante mi presencia y lo proclama sin reservas, razones más que suficientes para acelerar el paso y rebasar pronto ese lugar; no será sin percatarme de que en el centro del camino alguien ha perdido unos calcetines hechos un paquete, que recojo con la corazonada de que serán de alguien que conoceré pronto y a quien le daré esta pequeña alegría.

Algo después de Pasar por Casasnovas, se llega a Cea, donde lo primero que veo es el grupo escolar lleno de niños en el recreo, pequeñas fierecillas que me sorprenden con sus requiebros: "le queda todavía muchísimo", "no llegará nunca", "vaya usted al carajo, señor", y otras lindeces que prefiero omitir por no herir sensibilidades. Resultó más amable la compañía de Pitusa y del espantapájaros. Pero no les censuro, un grupo de niños juntos puede autoincentivarse en quien es capaz del mayor dislate y la mayor crueldad. Por separado es otra cosa.

Cea es un pueblo precioso con un conjunto arquitectónico que cautiva entre sus viejas casas, su lavadero con techumbre y sus románticos hórreos. En seguida se llega al albergue en una casa rústica rehabilitada como albergue, con magníficas instalaciones. Son las 2 casi en punto y la etapa ha requerido algo más de 6 horas. Nadie me recibe aunque luego aparecerá el hospitalero para registrar y sellar, un hombre amable, carismático, serio, alto, con sombrero y bigote, que le dan un aire señorial. Se oyen voces y risas en el aseo de mujeres. Me instalo, me ducho y hago colada, porque es pronto y hace un sol esplendido que garantiza el secado de la ropa. Conozco entonces a Sita y Sandra, orensanas, madre e hija, de muy buen humor. Los calcetines que encontré, son de la hija, Sandra, que en efecto se lleva una alegria al rescatarlos de ese modo inesperado. Se asustaron por el perro y salieron deprisita de allí. La casualidad quiso que yo pudiera revertir esta pérdida y crear una muy buena sintonía entre nosotros.

Salgo a comer junto al grupo escolar (ya sin niños) y allí me cruzo con los tres alemanes que llegan, y les explico que el albergue está cerca, que es formidable, pero que es "Germans ferboten" (prohibido para alemanes). Entienten mi propósito y se despelotan de risa mientas me desean "bon apetit".

Tras comer (9 euros, igual que la cena) me entretengo a los postres y el café, tomando unas notas y charlando con unos vecinos, y cuando vuelvo al albergue los alemanes ya han comido (cocinando ellos mismos) y me invitan a tomar un orujo en un bar cercano. Allí terminamos de hacernos buenos amigos, no se bien como porque nos entendemos con dificultad anti mi ignorancia en lenguas, pero hay sintonía y buen humor, y terminamos cantando juntos cantos en alemán para que voy aprendiendo o improvisando: "Oh du lieber Augustin, Augustin, Augustin, oh du lieber Augustin, alles ist hin".

Gallegas y Alemanes cenan en el albergue de sus propias reservas, y Rui y yo vamos a cenar juntos. Resulta un hombre interesante, reservado, y con quien me entiendo bien porque habla un perfecto español. Nos entretenemos con filosofías del camino y terminamos recogiéndonos poco antes de las 12. Hoy si, he rebasado los 20 euros, han sido 21.

Pernoctamos 9 peregrinos: las 2 gallegas, los 3 alemanes, 2 ciclistas holandeses, Rui y yo.

El día ha marcado un cambio, hasta ahora viviendo una soledad que buscaba, pero a partir de hoy entablando motivos y nexos de unión entre unos y otros, y viviendo esa otra cara del Camino, la de convivencia compartida. Se puede ir solo, pero nunca se va solo.

Que bien se concilia el sueño cuando se conjuntan sensaciones tan dispares y compatibles como la vivencia del Camino, la fatiga, la soledad, la oración, la fe, la amistad, la convivencia, los cantos, el buen humor y el orujo. El sueño es el cemento que amalgama estos distintos elementos y entonces uno no es consciente de cuando pasa de estar despierto a estar dormido.

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Cea - Bendoiro

¡¡Manos arriba!!

31 de Mayo de 2005, si ayer fue la etapa más corta, hoy será la más larga, (unos 40 km). Además quiero visitar el monasterio de Oseira, del que se dicen maravillas. La 1ª visita es a las 10 h, por lo que me propongo llegar a Oseira holgado de tiempo. Improviso un desayuno con alguna cosa de la cena de ayer junto a algo que me facilitan Sita y Sandra, que no se desviarán por Oseira y ahorrarán unos km. Me pongo en marcha sobre las 7 h. La distancia hasta Oseira, según planos y guías es de unos 9 km.

El camino atraviesa fincas delimitadas entre muros de piedra colindantes, con excedentes de agua que se vierten al camino hasta anegarlo, ayudando su travesía un paso de invierno de unos 20 a 30 metros de longitud. En este tramo son bastantes los tramos inundados, que dificultan la marcha y ponen a pruba las botas. El día es limpio y abierto, y este desvío hacia Oseira gira un poco hacia el noreste, con el sol que aparece por delante y por la derecha, cegando la vista y dificultando la detección de flechas. Por momentos los muros desaparecen, se camina campo a través y se pierden las señales, ¿borradas por el agua?. Una torrecita de piedras salva el momento en que parece que se navega al pairo hasta que reaparecen los muretes y el camino se encauza de nuevo entre ellos. Llego a Silvaboa, donde el camino apunta, en subida, hacia el este, frente al sol, lo que obliga a mirar bajo y fruncir el ceño. En la aldea de Pieles el camino se rorienta hacia el noroeste liberándonos del sol frontal, y ofreciéndonos una fuente de caudaloso y resonante chorro. Oseira se anuncia a 2,5 km por una carretera descendente con falsos llanos, en donde el monasterio se presiente a las 9 en punto por el solemne sonido de su carrillón.

Se accede a Oseira por el imponente lateral del monasterio cisterciense que hay que bordear para acceder a su entrada. Son poco más de las 9,30, con tiempo de comer algo antes de la visita. Algo después llegan los alemanes que también quieren visitarlo. En correspondencia a su invitación de ayer, pago el desayuno general (7,30 euros) y nos dirigimos a la entrada a las 10 en punto. La visita (2 euros) resulta espectacular y extensa (1 hora), no envano se le conoce como el "Escorial gallego". Algunos rincones de sus clautros, fachadas, salas y dependencias, resultan de soberbia factura con algunos detalles considerados hitos de la arquitectura. Si se os pone a tiro, no dejéis de visitarlo. Prometí a los alemanes, en correspondencia a sus cantos, un fragmento de canto llano gregoriano en algún lugar del monasterio, pero la visita fue guiada y no se dio el ambiente adecuado, así que me comprometí a hacerlo en otra ocasión.

Pasan las 11h y se impone dejar el monasterio y abordar el largo trecho por hacer. El camino asciende por una subida muy respetable, dejando el monasterio debajo y a nuestra espalda, y merece volverse de vez en cuando para verlo a nuestro pies en preciosa estampa, hasta desaparecer de la vista. Pega fuerte el sol y las cigarras cantan monótonas y estridentes. El ritmo de los alemanes es fuerte, no puedo seguirlo y termino por perderlos de vista. ¡Aaahhh! por fin se corona y viene una descansada bajada, otra vez en solitario. Se pasa por Vilarello y se baja a Carballeiriña a través de una atractiva congostra o camino estrecho entre muros, hasta llegar hasta el lugar de Outeiro, que marca el paso de la provincia de Orense a la de Pontevedra, para llegar a Gouxa y caminar entre hermosos bosques de castaños, robles, eucaliptos y pinos. En Vidueiro me asedia una manada de perros, pero la fatiga y el sol produce mi indiferencia y los perros lo detectan, me rodean y me dejan tranquilo, salvo uno, que me ostiga y rechazo con el taco de mi bordón, hasta que aparece el ama y con dos voces detiene el asedio. Justo después me rebasan de nuevo los alemanes que se habían detenido en un bar a reponer líquidos. Yo lo vengo haciendo poco a poco y en ruta. Me rebasan otra vez y vuelvo a perderlos.

Se cruza la Nacional-525 con agobiante tráfico y tramos peligrosos. En una pradera lindante, pace ganado mixto de vacas y ovejas ajenas al ruidoso tráfico. Que mundos tan diferentes uno junto al otro, tan cercanos y tan distantes al mismo tiempo: la mansedumbre del ganado y la intransigencia del tráfico rodado. Así llego a Castro Dozón, con parada obligada en Casa Fraga, donde alcanzo a los alemanes ya comiendo y bebiendo, que me reciben con guasa: ¡eeehhh peregrino!... no has leído el cartel de entrada... ONLY GERMANS (solo para alemanes). Me entra un ataque de risa que disipa mis fatigas, se suman los alemanes contagiados y descubro que alemanes y españoles reimos en el mismo idioma.

Hay que reponer fuerzas después de los 22 km acumulados y voy dando cuenta de un magnífico bocadillo de jamón con un doble de clara de cerveza y una ración de helado, que cierro con un café con hielo (5,40 euros). Estoy a los postres cuando los alemanes deciden continuar y yo opto por reposar un poco más.

A partir de aquí y durante un buen tramo el Camino transcurre paralelo a la N-525 a través de andaderos de tierra que alternan con la carretera, próxima y zumbante, en tramos áridos e insulsos, hasta llegar al alto de Santo Domingo (700 m). Hace fuerte calor pero aliviado por el viento. Poco después en el mojón 64,569, el camino se distancia por fin de la nacional y llega a Pusayos, donde una finca muestra una talla moderna del Apóstol y un cruceiro. Desde aquí el Camino desciende hasta Pontenoufe después de atravesar la autopista por alto e introducirse en tramos frondosos de bosque mixto hasta llegar a Xesta. El camino desemboca en una zona urbanizada que identifican como estación de Lalín, que se deja a la izquierda para tomar una senda ascendente que me lleva hasta Botos, donde me anuncian un buen bar uno o dos km más arriba. Se hace decepcionante ver que la estupenda terraza de la cantina de los Caballeros esta desatendida y el local cerrado. Al menos puedo reponer el agua en un grifo externo y opto por seguir hasta el próximo pueblo que no debe estar lejos.

Así llego a Donsión, donde a la entrada de una taberna que me llama a voces, observo las mochilas de los tres alemanes, a quienes creía ya en el albergue. Tomo mi bordón como un fusil y entro en la tasca al asalto: HANDS UP! (¡¡manos arriba!!), sin poder contener una carcajada que encuentra réplica estereofócica, ¡Alberto, fantástico!, me reciben con los brazos abiertos, reparten su cena conmigo (mientras traen mi ración) y, además del vino, la tabernera comete la imprudencia de dejar la botella de orujo de hiebas a nuestro albedrío, y claro está, entre un ole y una carcajada, nos la pimplamos sin dejar ni el olor. A la hora de pagar, no me dejan hacerlo, soy su atracador y su invitado, y ni uno ni otro tienen que pagar nada.

Allí les anuncio que mi hospedaje en Santiago será en un hostal modesto el corazón de Santiago, en el que hoy, que ya puedo asegurar la fecha de llegada a Santiago, debo hacer reserva, y les ofrezco reservar para ellos. Les encanta la idea de un hospedaje céntrico y me piden que haga la gestión, de modo que allí mismo reservo dos habitaciones dobles para los cuatro. Esta es una simbiosis que funciona y brindamos por ello, ¡¡yuuuuppppiiii!!.

Salimos de allí flotando, más allá de las 21 horas, entre risas y canciones y con media estocada de orujo. No caminamos si no que bailamos sobre el camino, y a todo coche que pasa, le hacemos el túnel peregrino levantando y uniendo nuestros palos y bordones dos a dos, mientras cantamos algo, no se qué, yo repito lo que oigo a plena voz. Poco antes de las 22 horas llegamos al albergue de Bendoiro (Laxe), donde un letrero indica que hay que llamar a Victoria: ¡¡¡Victoria!!! ¡¡¡Victoria!!!¡¡¡Victoria!!!... no se sabe bien si clamamos nuestro triunfo o llamamos a la hospitalera, que justo entonces aparece para abrirnos: ¡¡Bienvenidos amigos!!, os esperábamos, vuestros amigos han avisado de vuestra llegada desde Oseira, y estaban preocupados de vuestra tardanza. Le explico a Victoria que hemos cenado en Donsión y que llegamos exultantes entre la euforia y las copitas de orujo de hierbas que traemos puestas. No te excuses -me dice-, da gusto veros, los peregrinos no suelen llegar aquí con vuestro ánimo, enhorabuena, acabáis de culminar los 42 km desde Cea por Oseira. Fue necesario invertir 15 horas de marcha, aunque visitando Oseira. Sellamos nuestras credenciales y nos instalamos sin dejar de reir y cantar, contagiando a las gallegas y a Rui que salen a recibirnos. Nunca olvidaré ese glorioso fin de etapa, porque el Camino es espacio para orar y para hablar con el eco, pero también lo es para compartir, y para reir y cantar con los compañeros. Mezclar ambas experiencias es lo más cercano que he conocido a la felicidad.

Aún hay tiempo de asearnos antes de irnos al catre, que nos recibe con benevolencia después de un día intenso con emociones variadas en que los gastos solo ascienden a 14,70 euros gracias a mi atraco a bordón armado.

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Bendoiro - Ponte Ulla

Tras los pasos de la Leyenda

Como la jornada de ayer fue dura, pactamos retrasar el despertador hasta las 7 h de hoy, 1 de Junio de 2005. Por las circunstancias de ayer, no he previsto nada para el desayuno, así que me arrimo a los alemanes y me facilitan algo de embutido y pan gallego para hacer un montadito, completando la dieta con frutos secos y agua. Rui sigue resoplando y las gallegas desayunan mientras preparamos la salida, con tiempo de despedirnos; ellas, como Rui, se quedarán en Bandeira, tras una etapa corta de unos 17 km. No volveremos a encontrarnos. Yo propongo llegar a Vedra (34 km), pasado Ponte Ulla. Luego el intenso calor nos hace cambiar de plan. Será la primera vez que salgo en equipo, sintonizamos bien y surge espontáneo. Son las 7,50 cuando nos ponemos en ruta, y el día es totalmente abierto y será el más caluroso de todos.

Llegamos a Prado por un tramo sobre la N-525 . Desde allí una bajada bucólica nos lleva hasta las orillas del río Deza, desde donde veremos los distintos puentes que, a través de la historia, cruzan el río; un puente medieval del siglo X, por el que cruzamos; a más distancia un puente del siglo XIX; y finalmente el viaducto contemporáneo que soporta la carretera actual. Subiremos nuevamente a la N-525 para llegar a Ponte-Taboada, donde reforzamos el desayuno con un café y unos dulces (1,60 euros) y donde poco después nos detenemos un instante, en un área de descanso, junto a una iglesia románica de particular atractivo, con cementerio gallego típico de viejas lápidas a ras de suelo.

El Camino describirá un trayecto envolvente para salvar un polígono industrial y llevarnos a Silleda, tras 10 km de marcha, y reposamos en una plaza-parque con sombra y fuente, frente a la iglesia Corazón de María. Luego y durante 7 km el camino entra en una red de desviaciones marcadas con frecuentes mojones (hasta 16 en este tramo). En Bandeira dejamos a la derecha el albergue, pues es pronto solo llevamos 17 km. Entramos en el pueblo y apabullados por el calor, paramos en un bar para reponer líquidos (2,30 euros).

A partir de aquí se suceden frecuentes bosques de enormes eucaliptos, alternando con robles y pinos. Así rebasamos Piñeiro y Dormelas, tras los que aparece ante nuestros ojos el mítico Pico Sacro apuntando al cielo, tan emparentado con la Leyenda Jacobea, pues se trata del lugar donde la Reina Lupa mandó a los discípulos tomar unos toros salvajes que fueron milagrosamente amansados. En plena ruta se anuncia a pocos km, el Restaurante-hotel América que elegimos como lugar idóneo para comer por la hora y los km que llevamos, pero será en pleno bosque donde nos encontramos un cartel que dice "Restaurante a 700 m, cerrado miércoles". La fatalidad consiste en que ese día es miércoles, así que hechos a la idea de parar, y como el lugar es sombreado y fresco, paramos allí mismo, improvisamos algún alimento de nuestros recursos y hacemos una siesta sobre esterillas durante media hora.

A las 15,30 reanudamos la marcha, nuevamente entre fabulosos bosques de eucaliptus y pinos, y vuelvo a quedarme descolgado, porque yo no se ir a otro ritmo que no sea el mío. A la entrada a San Miguel de Castro, me llega una grave y lejana voz: "Albertoooo, aquiiii, noooo hayyyyy aguaaaa"; el calor y esa voz me dejan aturdido, hasta que Karl se compadece y sale del arbol que le oculta, diciento: "solo hay cerveza", mientras sale a mi encuentro con una jarra de cerveza helada en la mano. Lloro y río de emoción por el detalle genial de este hombre al que no se si abrazo antes o después de beberme media jarra. Herman y Norbert esperan a la sombrilla de la terraza de un bar-tienda típica del camino. ¿Os he dicho que hacía un calor terrible?. Pues aunque allí no sirven formalmente comida, acuerdo con la tendera preparar ensalada, tortillas, y unas latas de sardinas y mejillones, además de pan y bebida. Resolvemos así bien la Comida y tocamos a 5 euros por cabeza.

Desde aquí entramos en una pronunciada bajada hacia el río Ulla, también de fuerte vinculación con la Tradición Jacobea, pues fueron sus aguas las que trajeron los restos apostólicos hasta nuestros lares. Desde la bajada hay una colosal vista del viaducto. Al llegar a la altura del río Ulla, lo cruzamos por un formidable puente moderno que marca la entrada en la provincia de La Coruña y el final de nuestra etapa, en el Restaurante Río, nada más pasar el puente. La idea era continuar 4 km más hasta el albergue de Vedra, de reciente apertura, pero se avecina una dura subida, hace un calor sofocante, son más de las 17 horas, llevamos 30 km a cuestas, allí hay camas en habitaciones dobles, y se está en la gloria a la vera del mítico Ulla, así que decidimos quedarnos. Desde la soledad y las decisiones individuales me he adaptado al equipo con decisiones colectivas. Es el propio Camino el que propone estos cambios que se asumen con naturalidad.

Mientras Herman se retira para una siesta, los demás nos quedamos tomando cerveza fresquita mientras charlamos sobre el camino, sus anécdotas, sus motivos, sus encuentros, y después no entregamos al placer de ducharnos y asearnos. Nos reunimos de nuevo para cenar y efectuamos el pago para tenerlo ya liquidado mañana. Las cervezas varias y las tapas, la cena (abundante y rica), el desayuno de mañana y la cama, asciende todo a 30 euros. Es decir, los gastos hoy son de 38,90 euros, el doble de otros días. La conclusión es clara, dormir en hostales viene a duplicar el gasto de dormir en albergues. Es aconsejable hacer noche en los albergues, no solo por el costo, también por la convivencia. Pero hacerlo de vez en cuando en un hostal, en un buen paraje y en buena compañía, es una gozada que tampoco supone un despilfarro. Sumando y haciendo la media, el costo diario puede andar en unos 25 euros.

La legendaria ribera del Ulla resulta un lugar perfecto para conciliar el sueño antes de entrar en Compostela.

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Ponte Ulla - Santiago

Magia en la Colegiata del Sar

2 de Junio de 2005. El despertador suena a las 7h y tras los preparativos de rigor, nos espera un completo desayuno con café, tostadas, bollería, galletas, pastas y zumo de naranja. Por delante los últimos 21 km que nos conducirán a la ciudad del Apóstol. Atravesamos Ponte Ulla dejando atrás su lavadoiro techado, una casa con antiguo capitel añadido, y algún pazo de sobria factura. Tras un tramo por la N-525, entramos en una senda de duro ascenso que transcurre entre vegetación exuberante con dominio del eucalpito. No muy lejos se oyen explosiones y ruido de maquinaria de alguna cantera o quizás el nuevo trazado de alguna carretera.

Los alemanes suben como liebres y yo como tortuga hispana, y pronto quedo a la zaga. En mi amparo surge un incontenible apretón en los intestinos de Norbert, que se camufla entre la maleza para liberar sus tripas, dándome tiempo a tomar la cabeza de la comitiva, para perderla poco después y volver a custodiar la retaguardia. Superamos el nuevo albergue de Vedra y llegamos a la capilla de Santiaguiño con su bella fuente presidida por talla del Apóstol. Cuando llego, Karl, Herman y Norbert me reciben haciéndome el túnel con sus bastones y cantándome una diana floreada. Ya se habían ganado mi afecto estos brivones, pero aquel detalle resulta emocionante.

Volveremos a fraccionarnos casi de inmediato porque uno es testarudo en sus cosas, entre ellas mi ritmo de andar, que es el que es, y no lo cambio, pues me permite llegar a donde haga falta, aunque sea más tarde. A la altura de Lestedo el camino se bifurca en una rama derecha que sigue la carretera y los mojones, y otra rama izquierda por senda de tierra indicada por flechas amarillas. Sin saberlo, hemos tomado caminos distintos, ellos la carretera y yo el sendero por la "Ruta do Pereiro", reuniéndose ambas de nuevo unos km después, a la altura de Susana, donde flechas y conchas vuelven a ser confluentes. Doy alcance a mis hermanos germanos en la ermita de Santa Lucía donde se han detenido a hacer un descanso de esterilla y ronquido. Me han sacado 14 minutos y van a descansar 30, que para mi serán 16. Suficiente. El lugar es idílico, con río de aguas tranquilas, el río Santa Lucía, donde las ranas cantan a coro, y hay un cesped acolchado ideal para tumbarse, que es lo que hacemos.

Santiago ya se huele y a partir de entonces pactamos caminar juntos hasta entrar en la ciudad, a la que iremos accediendo por el Camino Real do Piñeiro, Rúa do Camiño Real de Angrois y Calzada de Sar, que nos ofrecerá la primera y emocionante visión de Santiago y las torres de la Catedral, diría que la más hermosa entrada que ofrecen los caminos que entran a Santiago. Descendemos hacia el Sar donde nos recibe su esplendorosa Colegiata de Santa María, contemporánea a la Catedral. Está cerrada y abrirá má tarde, así que nos conjuramos para volver después y cantar, en acción de gracias, un fragmento de canto gregoriano. Desde el Sar hasta el casco viejo de Santiago se accede por una pendiente de mucho respeto, pero nuestras almas ya se saben en Compostela y entonces el cuerpo enmudece sus quejas y refuerza el paso. La acera no es muy ancha así que subimos en fila. Se me cede generosamente la cabeza y lo acepto como un honor.

Llegamos a la Rúa de Mazarelos que nos da acceso al viejo Arco de Mazarelos, único resto que se conserva del antiguo recinto amurallado medieval y, como se lee en letrero cercano, puerta por la que entraban en la ciudad los vinos del Ulla y del Ribeiro así como los peregrinos que recorrían la Vía de la Plata. Hacemos un zigzag por la Rúa del Cardenal Payá, Rúa da Caldeirería y Rúa de Tras Salomé que nos lleva a la iglesia de Santa María Salomé, madre del Apóstol; doblamos por Rúa Nova hasta la Rúa Xelmirez que nos lleva a la Praza das Praterías, con su fuente de los caballos y la admirable fachada de Platerias. Ya está, hemos llegado, nos abrazamos emocionados, ¡¡¡Congratulations!!!! nos decimos unos a otros entre risas y lágrimás contenidas.

Se hace gozoso como si fuera la primera vez, el paso por la oficina del peregrino, totalmente despejada, para obtener nuestra compostela, y visitar la Catedral para abrazar al Apóstol y rezar ante sus restos. Siempre me emociono al arrodillarme ante el viejo reclinatorio donde siento que mi Camino culmina y alcanza su máximo sentido, como si los últimos pasos fueran dados allí, de rodillas, donde me siento acogido y abrazado, donde todos mis sentidos se hacen uno solo, y vuelvo a sentir que estoy en la montaña hablando con el Espíritu de Santiago, ...OOOEEEEE....., y su voz suena dentro de mí, o yo dentro de ella.

Queda una promesa por cumplir que no puede quedar sin saldar. Además de mis tres hermanos alemanes, se incorporan dos buenos amigos que compartirán un momento dichoso. Se trata de volver a la Colegiata de Santa María del Sar, para admirar su claustro y sus inclinadas columnnas y, sobretodo para cantar una acción de gracias. Llegamos cuando están a punto de cerrar. Hay poca gente. Admiramos su claustro y sus dependencias, y entramos en su iglesia donde sus columnas asombrosamente inclinadas, nos saludan. Desde la parte más posterior de la nave central pero frente al altar mayor, me dispongo a cumplir lo prometido. Mientras inhalo aire para insuflar el torax, siento que lo que entra en mis pulmones es un aliento mágico, y me invade la convicción de que lo que va a ocurrir y sonar allí va a ser algo extraordinario. En mi ánimo flota el gozo del peregrino recien entrado en Compostela y mi propósito es proclamar mi júbilo. Quiero que mi canto sea una alabanza al Apóstol. Quiero que sea un homenaje al encuentro entre peregrinos más allá de las lenguas. Quiero que sea un himno dedicado al Espíritu del Camino con el que he hablado en la soledad de los montes. Quiero que sea un diálogo con el mismo Dios que nos contempla dentro y fuera del templo. Quiero que sea una comunión de amistad con los compañeros de ruta y los amigos presentes y ausentes. Viene a mi mente la invocación al Espíritu Santo, canto gregoriano que se utiliza no solo en Pentecostés y ritos eclesiasticos, sino también en actos académicos con significado de apertura o inauguración. Ya está el sonido en el aire, acabo de emitirlo con emoción, ya está en el espacio mi timbre, reconozco mi color, siento como se extiende por la nave central hasta el altar mayor, y desde allí como se refleja y se proyecta por las naves y por las inclinadas columnas, entre las que rebota y se amplifica, circulando a raudales en circuitos caprichosos entre las piedras milenarias que lo lo difunden por todo el recinto del templo y lo enriquecen entre sus gruesos muros románicos, entres sus bóvedas de cañón, entre sus arcos fajones, entre sus absides semicirculares, entre sus vanos laterales y su rosetón de entrada, y después de ese circuito realimentador y laberíntico, retorna el sonido a mis oídos con muchos más armónicos y quilates de los que yo emití. Ya no soy yo el que canta, es el templo mismo y su caja de resonancia pétrea quien lo hace en ese momento mágico del que soy un espectador más: "Veni, Creator Spiritus, mentes tuorum visita. Imple superna gratia quae tu creasti pectora. Qui diceris Paraclitus, Altissimi donum Dei, fons vivus, ignis, caritas, et spiritalis unctio. Deo Patri sit gloria, et Filio qui a mortuis, surrexit, ac Paraclito in saeculorum saecula. Amen".

Algunos sones escapan por el portón semiabierto que da al claustro, y suben hasta el cielo como un enlace divino, y El Espíritu Jacobeo responde a la invocación, y se hace presente en ese lugar recóndito y poco visitado de Compostela, entre los muros solidamente reforzados por los robustos arbotantes de la Colegiata de Santa María del Sar.

Alberto desde Madrid