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Camino de Santiago
00. Prólogo
01. Astorga - Ponferrada
02. Ponferrada - O Cebreiro
03. O Cebreiro - Portomarín
04. Portomarín - Arca do Pino
05. Arca do Pino - Santiago de Compostela

Prólogo

Hola Foro,

Después de realizar el pasado Diciembre cinco etapas del Camino en solitario, decidí poner por escrito mis vivencias, a petición de mi madre. Así que me puse a ello y escribí este pequeño diario.

Como va dirigido a mi familia y amigos, la mayoría desconocedores del Camino, es muy descriptivo y elemental, por eso me daba hasta vergüenza ponerlo en el foro, pero animado por algunos de vosotros me he decidido a hacerlo. Espero que no os aburra demasiado.

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Astorga - Ponferrada

3 de Diciembre de 2003

Me levanto a las ocho. A pesar de los nervios del día anterior, he dormido bien, pero sigo teniendo muchas dudas. Es lo que ocurre cuando planeas algo con mucho tiempo de antelación y con mucha ilusión.

Un buen rato después, doy la primera pedalada del Camino desde la Catedral de Astorga. El día está nubladillo, pero no llueve, no hace demasiado frío y no hay viento. Muy buen día para ir en bici. La salida de Astorga es cuesta abajo, lo cual siempre se agradece. Valdeviejas es el primer pueblo, aunque prácticamente hoy es un barrio de Astorga. Allí hago una foto a la Ermita del Ecce Homo.

Al llegar a Murias el Camino se separa de la carretera, pero sigo recto porque quiero pasar por Castrillo de los Polvazares, quizás el pueblo más emblemático de la Maragatería. Atravesarlo en bici por sus calles adoquinadas es bastante incomodo, pero merece la pena. Salgo por un caminillo de tierra que desemboca en la carretera que me conduce a Santa Catalina de Somoza y a El Ganso. En este último pueblo, paro para tomar algo en el bar Cow-Boy, pero me lo encuentro cerrado.

Al salir del Ganso tuve mi primer y único momento de crisis en el Camino. Me pregunte "¿qué coño estoy haciendo aquí?", pero logré sobreponerme. Tenía que seguir adelante.

Comiéndome la cabeza llegué hasta el centenario roble que vigila la entrada de Rabanal del Camino, bajo cuya sombra millones de peregrinos han parado a descansar. Aquí empiezo a ver las primeras manchas de nieve, presagio de lo que me esperaba arriba del Monte Irago. Aprovecho para tomar un cola cao antes de empezar la subida al Puerto de Foncebadón.

Es una subida que siempre me ha gustado, por ser menos dura de lo que la pintan y por conocerla bastante bien. Conforme voy ganando altura, cada vez hay más nieve y la niebla se va cerrando. Al llegar al abandonado pueblo de Foncebadón, antes de la cima, el Camino se desvía de la carretera. Mi intención es seguir por allí, pero la nieve me llega a las rodillas, la niebla es muy espesa y oigo unos ladridos de mastines muy poco amistosos, así que decido acabar la subida por carretera.

Una vez arriba, de repente aparece delante de mí la Cruz de Ferro. Quizá sea el símbolo más conocido del Camino Francés, no es una catedral gótica, ni un monasterio, ni siquiera es un cruceiro de piedra. Es una simple cruz de hierro sobre un poste de madera enclavado en un montón de piedras que han depositado los peregrinos durante cientos de años. Es un lugar en el que hay que parar y escuchar el silencio de la montaña. Todas mis dudas se habían despejado: iba a llegar a Santiago.

Tras depositar una pequeña piedra que había recogido al azar a la salida de Castrillo, me pongo el forro polar y comienzo el descenso. Enseguida llego a Manjarín, un pueblo abandonado en el que sólo viven Tomás y su hijo. Tomás se define a si mismo como el Último Templario, y toda su vida se basa en ayudar a los peregrinos. Ofrece al caminante todo lo que tiene: techo, una estufa de leña y café caliente. En invierno toca una campana cuando ve llegar a un peregrino para orientarle entre la niebla.

Me tomo un café con Tomás y charlamos un buen rato sobre el Camino, sus orígenes astorganos, sobre los pocos peregrinos que pasan estos días. Mucha gente le tacha de loco. Yo pienso: ¿salirte del sistema en el que estamos obligados a vivir desde que nacemos es estar loco?

Me despido de Tomás y sigo bajando, muy despacio por miedo a encontrar hielo en la carretera. Me encuentro a un peregrino andando, venía viendo sus huellas en la nieve desde Rabanal. Paro a saludarle y quedamos en vernos en el albergue de Molinaseca.

Pronto abandono la carretera y tomo un sendero que me lleva hasta El Acebo. Es un tramo precioso, pero por desgracia la niebla sigue cerrada. A la salida de El Acebo un sencillo monumento recuerda a un peregrino alemán que perdió la vida tras estrellarse con la bicicleta.

Por fortuna la niebla y la nieve han desaparecido, pero la carretera sigue húmeda, así que sigo bajando despacito hasta que el Camino toma de nuevo otro sendero que me lleva a Riego de Ambrós, donde de nuevo tres mastines me dan la bienvenida. A la salida tomo otra vez la carretera, y ya no la abandono hasta Molinaseca, donde tenía previsto acabar. En el albergue me dice Alfredo (el hospitalero) que se ha averiado la calefacción. Más que por el frío, el inconveniente es no poder secar la ropa después de lavarla, así que decido seguir hasta Ponferrada, son seis km. más y cuesta abajo.

Creo que ha sido un acierto, porque el albergue es fantástico. Muy limpio, con calefacción y con una hospitalera muy simpática... y muy guapa. Estamos sólo seis peregrinos en el albergue. Me ducho, lavo la ropa, la tiendo en radiadores y me voy a comer un bocata de cecina en el bar de al lado, y después me doy un vuelta por Ponferrada.

Al volver al Albergue me encuentro que ha llegado Vicente, el peregrino que me había encontrado bajando Foncebadón. Al llegar a Molinaseca al igual que yo había decidido continuar hasta Ponferrada. Es un chaval ibicenco, algo más joven que yo, y que viene andando en solitario desde Roncesvalles. Somos los únicos españoles, el resto son una alemana, un belga, dos franceses y Pedro, un finlandés que lleva caminando seis meses y medio desde Finlandia y que prepara para cenar una tortilla de patatas excelente.

Cenamos todos juntos, la tortilla de Pedro, pasta con chorizo y tomate que preparamos entre Vicente y yo, ensalada del belga, etc, todo ello regadito con vino. Después de cenar se acuestan todos menos Vicente, la hospitalera y yo, que nos quedamos charlando frente la chimenea hasta las once de la noche.

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Ponferrada - O Cebreiro

4 de Diciembre de 2003

Hoy me despierto a las ocho. He dormido fenomenal, yo solo en una habitación de cuatro. Soy el penúltimo en levantarme, pero me da tiempo a desayunar con los demás. Un rato después se levanta Vicente, después de pensárselo por la noche decide aceptar la propuesta de quedarse de encargado del albergue mientras la hospitalera va a Logroño a una reunión de su asociación.

El día parece muy bueno, aun así la gente está muy perezosa. Pedro es el primero en partir y yo un rato después. La salida de las ciudades siempre es un coñazo, por el tráfico. Abandono Ponferrada por la urbanización de Endesa en la que vive el personal de la Central Térmica de Compostilla. A la salida alcanzo a Pedro, nos deseamos buen Camino y nos despedimos.

Los primeros pueblos son Columbrianos y Camponaraya, al principio el Camino es un poco feo, pues sigue el arcén de la antigua N-VI, hasta que se desvía por unos senderos entre viñedos de la Cooperativa del Bierzo. Así llego a Cacabelos, donde paro a tomarme un cola cao en Prada a Tope.

Se sale de Cacabelos de nuevo por carretera, pero tras superar un fuerte repecho de nuevo tomo camino.
Una fuerte bajada me conduce a Villafranca del Bierzo. Allí paro en el albergue "Ave Fénix", uno de los más carismáticos del Camino. El encargado habitual, Jesús Jato, no está estos días, pero en su lugar Joaquín el hospitalero me invita a un café y a un buen rato de charla.

Me encuentro muy a gusto, pero debo continuar. Villafranca es impresionante. Antiguamente, los peregrinos que por motivos de salud no podían continuar su viaje podían recibir las indulgencias en la Iglesia de Santiago. Unas gotas hacen que me ponga el chubasquero por primera vez, pero a los diez minutos me lo vuelvo a quitar.

El Camino transcurre ahora por el arcén de la antigua N-VI, paralela al río Valcarce. Tras la construcción de la autovía, apenas tiene tráfico y se va muy tranquilamente. Unicamente se abandona para pasar por pueblos como Pereje, Ambasmestas, o Vega de Valcarce, donde se abandona definitivamente dirección a Herrerías.

El año pasado habíamos continuado para subir Cebreiro por Piedrafita. Esta vez no quería abandonar el Camino, a pesar de saber que la subida sería más dura.

En Herrerías, mientras lleno de agua la cacharra, un paisano al verme me cuenta que él ha hecho el Camino varias veces, hace muchos años. Se llama Serafín y seguro que tiene más de setenta años. Me tiene un buen rato contandome anécdotas. La verdad es que cuando vas solo agradeces estos momentos.

Al salir de Herrerías, el Camino toma un sendero a la izquierda que conduce a La Faba, pero los ciclistas debemos seguir de frente pues es un tramo totalmente imposible de realizar en bici. Así que continuo por la carreterilla de tercer orden que me llevará por Laguna de Castilla, el último pueblo de León. De momento la ascensión no es demasiado dura, pero después de una curva a la derecha la pendiente aumenta a lo bestia y me obliga a poner el plato pequeño. Pienso que no puede durar mucho, pero una larguísima recta termina de comerme la moral. Por lo menos las vistas son impresionantes, el río Valcarce abajo, el pueblo de La Faba a mi izquierda y enfrente la cima nevada de Cebreiro. Con la excusa de hacer fotos, hago pequeñas paradas de un minuto que me ayudan a recuperarme, pero la recta no se acaba nunca. Poco a poco, empieza a aparecer nieve y niebla, voy tan cansado que cuando me doy cuenta la niebla es totalmente cerrada y en la carretera apenas queda un carril de medio metro sin nieve. La subida se me está haciendo eterna.

Tras una curva aparece de repente Laguna de Castilla. Parece un pueblo fantasma. Por suerte, a la salida la pendiente suaviza un poco, pero llevo una pájara impresionante. Un poco más adelante noto que la cuesta se acaba. Debo de estar llegando a Cebreiro, porque no se ve nada.

Por fin llego a O Cebreiro. Voy al albergue, tiro las cosas en una litera y me voy a Casa Carolo a comer algo. Me tomo un caldo gallego que me hace resucitar, lomo adobado y un orujito. De nuevo en el albergue, me ducho y lavo la ropa. Estoy en una habitación de ocho literas con un matrimonio mallorquín bastante simpático. El resto de la gente del albergue son otro chaval español, un francés y dos inglesas bastante autistas. Una vez descansado, me voy a dar una vuelta. Cebreiro es un lugar mágico. Está totalmente nevado y la niebla es cerrada, una pena, porque las vistas son impresionantes. Visito la Iglesia de Santa María la Real. En ella se produjo el milagro del Grial: un campesino de una aldea cercana subió a Cebreiro a escuchar misa un día terrible de invierno, y al llegar el párroco le recriminó su actitud. En el momento de la Eucaristía, la Hostia se convirtió en Carne y el Vino en Sangre. Desde entonces se guardan en una urna el Grial y la Patena.

Después me tomo un cola cao en una taberna de ambiente celta y compro algo para cenar en la única tienda del pueblo. De vuelta al albergue, cenamos juntos el francés, los mallorquines y yo. A las diez menos cuarto estoy en la cama. Ha sido un día duro, pero estoy muy contento.

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O Cebreiro - Portomarín

5 de Diciembre de 2003

Hoy he vuelto a dormir de un tirón. Me despierto a las ocho, y para variar soy el último en hacerlo. Cuando termino de preparar las alforjas y la bici todos se han marchado del albergue. Es lo malo de la bicicleta, todos los días hay que ponerle las alforjas, limpiar y engrasar la cadena, hinchar las ruedas...

Voy a Casa Carolo a desayunar. Allí coincido con un periodista de RTVG que ha hecho el Camino y que suele ir a Cebreiro a hablar con los peregrinos. Charlamos durante un buen rato y me invita al desayuno. A cambio, le concedo una pequeña entrevista en directo para la radio. Me comenta que las peregrinas inglesas han cogido un autobús para bajar a Triacastela. Allá ellas.

Entre unas cosas y otras, empiezo a pedalear a las diez de la mañana. El día es espléndido, apenas hay nubes, el sol brilla con fuerza y el paisaje desde aquí arriba es impresionante. Lo único, que el viento sopla muy fuerte.

El Camino discurre paralelo a la carretera, pero está totalmente impracticable por la nieve, así que recorro los primeros kilómetros por asfalto, con cuidado de no encontrar hielo en la carretera, aunque han pasado las máquinas esta mañana y está bastante limpia. Por suerte el viento me viene de espalda, pero a veces entra de lado y tengo que agarrar el manillar con fuerza.

Al principio una ligera bajada, más tarde una subidita al Alto de San Roque. Aquí alcanzo al peregrino francés y me hace una foto en el monumento al peregrino. Más adelante, en Hospital, adelanto a los mallorquines, y subiendo el Alto del Poio alcanzo al otro español. Es una subida muy corta pero durilla, en el fondo la agradezco porque me hace entrar en calor. A partir de aquí, una larga bajada por carretera, a veces lo paso mal cuando el viento entra de lado.

Casi al final de la bajada el Camino se desvía de la carretera y toma un senderillo que pasa por Filloval y As Pasantes. A la entrada de esta última hago una foto a un enorme castaño. El mismo sendero me lleva hasta Triacastela, llamada así porque en la antigüedad tuvo tres castillos. Aquí el Camino se bifurca y hay dos opciones: por la derecha por San Xil y el Alto del Riocabo, y por la izquierda por Samos. La primera opción la hicimos el año pasado, así que tomo el sendero de la izquierda, paralelo al río. Paso por varias aldeíllas de diez o doce casas, el Camino está tapizado de hojas caídas, hace calorcillo... una gozada.

Casi sin darme cuenta llego a Samos, aparece delante de mí su impresionante monasterio. La parada es obligada. Me recibe un monje que me sella la credencial y que resulta ser de La Bañeza. Me regala una postal del monasterio, pero me cobra dos euros por dejarme pasar al patio, por lo menos me deja verlo solo y a mi aire. Magnífico. A la salida me siento al sol en un cruceiro para tomar unos higos secos que había comprado en Cebreiro.

De Samos a Sarria continuo por carretera, tras superar un pequeño alto desciendo rápidamente y atravieso Sarria deprisa, es una pequeña ciudad sin nada destacable, solo su iglesia y su cementerio situados a la salida, después de una cuesta bastante empinada. Quiero sellar la credencial en la iglesia, pero está cerrada. De Sarria se sale por el Ponte Aspera que cruza el río, nada más pasarlo una cuesta muy dura me hace bajarme de la bici y empujarla.

A partir de aquí es uno de los tramos más bonitos del Camino, pero también de los más duros, pues se alternan los falsos llanos con subidas cortas pero muy duras, por corredoiras que en esta época tienen mucha agua y barro (y mierda de vaca), y en más de una hay que empujar la bici. Pero es precioso, se atraviesan aldeas como Barbadelo, Brea (donde está el mojón que indica los últimos 100 km. a Santiago), por un laberinto de caminos, carreterillas, corredoiras... si no fuera por las flechas amarillas sería muy fácil perderse.

Ya por Vilachá el Camino es más llano, pero estoy algo cansado y tengo ganas de acabar la etapa. A Portomarín se llega después de una fuerte bajada. Se entra por un puente sobre un embalse del río Miño. El nivel está muy bajo y se puede ver el antiguo puente medieval y los tejados de la antigua Portomarín, que quedó inundada por el embalse, menos la Iglesia de San Juan, auténtica joya del románico, que fue desmontada piedra a piedra y edificada de nuevo en el nuevo pueblo.

Al albergue se llega subiendo una corta pero empinadísima cuesta, que acaba de rematarme. Creo que hoy también llego empajarado. El albergue es una antigua escuela, con dos grandes salas llenas de literas. Para el año que viene están construyendo uno nuevo. No hay absolutamente nadie, así que dejo las cosas y me voy a comer al mesón de al lado. De camino me cruzo con dos peregrinas que vienen andando, no sé cuál de las dos es más guapa, lo que no son desde luego son españolas, por su acento.

Doy buena cuenta de una sopa de cocido y de carne asada con patatas. Las patatas de Galicia siempre me han parecido riquísimas. De postre, tarta de Santiago y chupito de orujo. Al terminar vuelvo al albergue a ducharme y a descansar un rato. He cogido la litera que tiene al lado el único radiador del albergue, pero aun así está bastante frío. Hoy tendré que echarme una manta encima del saco de dormir. Las extranjeras están en la otra punta del albergue y no parecen muy simpáticas, pero son espectaculares.

Después de un rato me voy a dar una vuelta por el pueblo. La iglesia de San Juan está cerrada, para variar. Así que entro en un bar para tomarme... sí, un cola cao, y me tiro un buen rato leyendo periódicos y viendo la tele, hasta la hora de cenar.

El albergue de Portomarín no tiene cocina, y me apetece cenar caliente, así que ceno en el mismo mesón donde comí, esta vez caldo gallego y huevos fritos con jamón y patatas. Después de una breve sobremesa, me voy a dormir.

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Portomarín - Arca do Pino

6 de Diciembre 2003

Me despierto un poco antes de las ocho porque las guiris están preparando las mochilas. Mejor, porque la etapa de hoy es la más larga. Una vez que se han marchado y al firmar en el libro de registro del albergue, veo que eran suecas y que tenían 18 añitos...

Hoy es otro día espléndido. Desayuno en el mismo mesón de ayer, y a las nueve y media empiezo a pedalear. Abandono Portomarín por una pasarela sobre el Miño y enseguida comienzo una subida bastante dura por un senderillo, me pilla con las piernas duras pero por lo menos rompo a sudar rápido. En Gonzar termina la subida, pero sigue siendo un falso llano hacia arriba. Adelanto a las dos suecas y me despido de ellas.

Al llegar a Castromayor debo salir a la carretera porque el Camino está impracticable por el barro. En Hospital de la Cruz tomo una carreterilla de tercer orden por la que subo el alto de Ligonde. En la bajada paro para contemplar el cruceiro de Lameiros, quizá el más conocido del Camino. Le hago un par de fotos y dejo un mensaje en papel en su base.

Desde aquí hasta Palas de Rei el Camino sigue esta carreterilla vecinal, muy tranquila. Pasa por muchas aldeas típicas de Lugo, en una de ellas me sorprenden unos berridos, al pasar por delante de la casa miro de reojo y veo la matanza de un enorme gocho, un kilómetro más adelante continúo escuchando al berrón.

Entro en Palas de Rei por el polideportivo, me trae buenos recuerdos, pues allí dormimos el año pasado. Paro en lo que parece ser el ayuntamiento, y me tomo unos higos sentado al sol, tan ricamente.

Poco después de Palas entro en la provincia de La Coruña, la última del Camino, el primer pueblo es Leboreiro, donde paro a hacer una foto de su plaza y su cruceiro. A la salida veo un grupo de unos veinticinco peregrinos, de unos cincuenta años y sin mochila, y a tres franceses. Poco después llego a Furelos, entro por su puente y visito su Iglesia. Es otra de las paradas obligadas, para ver el único Cristo clavado a la Cruz de una sola mano. El otro brazo lo tiende al peregrino, dicen que para ayudarle a subir al Cielo.

A la salida me encuentro a los tres franceses. Como no entienden castellano ni yo francés, les explico en inglés que deberían visitar la Iglesia. Me lo agradecen y amagan con volver, pero un poco más adelanto miro hacia atrás y veo que no me han hecho caso. Peor para ellos. Enseguida entro en Melide, es la una y decido parar en Casa Ezequiel a tomar el que dicen que es el mejor pulpo de España. Así que me zampo yo solito una ración de pulpo, regada con vino tinto, y de postre un café y un orujo. El pulpo, excelente, pero no es el mejor que haya probado. Desde el bar veo de nuevo a los tres franceses, que vuelven a pasar de largo.
Reemprendo Camino un poco calentito por el vino y el orujo, menos mal que sigo por corredoiras y senderos, porque estaría gracioso que la benemérita multase a un bicigrino... Pronto llego a Ribadiso y, tras una subida corta pero muy empinada, llego a Arzúa. A partir de aquí habíamos pasado este verano, así que lo recordaba bastante bien. Aprovecho una gasolinera para lavar la bici, que no se sabe de qué color es por el barro y los pasteles de vaca.

El Camino atraviesa bosques de eucaliptos típicos de La Coruña, me encuentro muy bien, parece que el pulpo y el orujo me han dado fuerzas. Al llegar a Salceda, paro en la taberna para saludar a Emilia, no se me olvida que el año pasado nos dejó pasar la noche en su casa un día que llovía a mares y no encontrábamos dónde dormir. En verano casi no se puede entrar de la cantidad de peregrinos que hay, pero hoy estoy yo solo. Después de un rato charlando sobre lo que se avecina para el Xacobeo 2004, nos despedimos hasta el año que viene.

Acabo la etapa por carretera, pues es un poco tarde. Hasta Arca do Pino es cuesta abajo. Hoy es el día que más kilómetros he hecho (77) y el que mejor me he encontrado. En el albergue hay dos chicas de Barcelona y tres americanos. Después de ducharme y lavar la ropa llega la hospitalera. En todo el Camino los hospitaleros son voluntarios, menos en Galicia que son funcionarios de la Xunta, normalmente mujeres y encantadoras. Después de charlar un rato con ella me voy al pueblo a tomar... un cola cao, y a comprar algo para cenar.

Ceno con las catalanas y con dos de los americanos, compartimos lentejas, chorizos criollos y embutido. Las catalanas son majísimas, pero los americanos (un chico y una chica que empezaron en Roncesvalles) tienen un comentario que no me hace ninguna gracia, Mercedes de Barcelona se da cuenta y cambia rápido de tema. Por suerte los americanos se van a la cama rápido y nos quedamos de sobremesa los tres. El ambiente es de nervios y euforia, pues mañana llegaremos a Santiago, aunque ellas piensan continuar hasta Fisterra.

A las diez menos cuarto me acuesto. Quedan 20 km para Santiago.

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Arca do Pino - Santiago de Compostela

7 de Diciembre de 2003

Me despierto a las siete y veinte, sin necesidad de despertador, pues he dormido casi diez horas. Las catalanas se han marchado ya, querían salir a las seis y media de la mañana para poder llegar a la misa del peregrino a las doce.

Desayuno en el albergue un yogur, una manzana y galletas de chocolate que había comprado ayer. Me encuentro la rueda delantera desinflada, una espina de zarza tiene la culpa. Cambio la cámara, preparo las alforjas y me dispongo para los últimos veinte kilómetros del Camino. Los americanos se despiertan poco antes de irme, se ve que no tienen ninguna prisa por llegar a Santiago.

A las nueve estoy en marcha. La cercanía de Santiago hace que no sienta cansancio de los días anteriores, hoy la etapa es muy corta y debo saborear cada metro. Empiezo por asfalto, pero enseguida tomo un sendero a la izquierda con un fuerte repecho, pero hoy las cuestas se suben solas. Un poco más adelante la pendiente suaviza, pero la subida es larga, hasta alcanzar los límites del aeropuerto de Lavacolla. No puedo ver los aviones por los eucaliptos, pero los oigo cerca. Lavacolla se llama así porque en la antigüedad aquí se lavaban los peregrinos para presentarse limpios ante la tumba del Apóstol.

El Camino discurre ahora entre las pistas del aeropuerto y la autopista de entrada a Santiago. Un poco más adelante comienza la subida al Monte do Gozo, alternando repechos cortos y duros por el paso de los últimos pueblos.
Al pasar por uno de ellos adelanto a un peregrino a pie y le doy ánimos.

Por fin llego a la cima. El día hoy está nublado y amenaza lluvia. Me hace ilusión la idea de entrar a Santiago lloviendo. Hoy los árboles lo impiden, pero aquí los peregrinos medievales podían ver por primera vez las torres de la catedral, alzaban los bordones al cielo y cantaban:

Herru Sanctiagu
Grot Sanctiagu
E Ultreia!!!
E Sus eia!!!
Deus, adiuvanos!!!

Permanezco unos momentos parado, pensando y recordando todo lo vivido estos cinco días. Llega el peregrino de antes, con una cara de felicidad alucinante.

Empiezo a descender y me encuentro con las chicas de Barcelona a la altura del ¿albergue? de Monte do Gozo. Como la propia Xunta lo llama, es una "ciudad de vacaciones", ocupa prácticamente toda la ladera del monte, tiene decenas de pabellones, hamburgueserías, oficinas de bancos... aquí paro a poner el último sello de la credencial, y aparece el segundo problema con la bici en cinco días: no puedo sacar la zapatilla del pedal, así que tengo que desatármela y sacarla con la mano. Se ha perdido un tornillo de la cala (la pieza que se engancha al pedal, como unas botas de esquí a las fijaciones). Por suerte llevaba de recambio y no me lleva más de un minuto ponerlo.

Al final de la bajada, paso por un cartel que pone: Santiago. La entrada es por las afueras, inconscientemente pedaleo cada vez más despacio, para poder alargar estos momentos. Paso una larga avenida, más adelante una calle empedrada me lleva hasta la Avenida de Lugo, que cruzo para entrar por la Porta do Camiño al casco viejo de Santiago. Pedaleando a 3 km/h. llego a la Plaza de Quintana, bajo andando las escaleras, tuerzo a la izquierda y entro a la Plaza del Obradoiro. Nada más llegar empieza a llover. Me quedo parado, mirando hacia las torres. Hay una banda de gaiteiros y tamborileiros, pero no los oigo. Noto la cara húmeda, pero creo que no sólo por la lluvia.

Nada es comparable.

Después de unos minutos, me hago la foto de rigor y me voy a la Oficina del Peregrino a recoger la Compostela. De camino me aborda un japonés, me pide si podría estar en el Hostal Reyes Católicos para una entrevista con la televisión japonesa, pero me perdería la Misa del Peregrino, así que rechazo la oferta.

Normalmente, en verano la cola para recoger la Compostela llega casi hasta la calle. Hoy estoy solo. Al recogerla veo que soy el quinto peregrino en lo que va de día. Dejo la bici en la oficina y me voy de nuevo al Obradoiro, allí doy la bienvenida a las catalanas. Entro en la catedral, al ser domingo está llena de turistas... pero casi ningún peregrino. Para escuchar la misa me voy a la entrada de Platerías. Está lleno de cámaras de la televisión japonesa, parece ser que van a retransmitir la misa...

Al principio de la misa, el sacerdote da la bienvenida a los peregrinos que han llegado hoy. Nombra a un peregrino de Madrid que viene desde Astorga. También da la bienvenida a la televisión japonesa... no acabo de escuchar la misa, me da igual no ver el "espectáculo" del botafumeiro, así me ahorro los codazos de los turistas que quieren fotografiarlo.

Así que sin prisas salgo andando del casco histórico y me dirijo a la estación de autobuses. A las dos de la tarde pongo rumbo a Astorga, dejando atrás la ciudad y el Camino que tanto me han dado.

¡¡¡ULTREIA!!!