Este diario se encontraba en:

http://www.biescasvignau.com/03Espanol/07.Trekking/15.Camino%20a%20Finisterre/Diarios/Alfonso/15.Alf.01.06.htm

Diario a Finisterre
(Continuación del Camino Primitivo)
00. Introducción
01. Santiago - Negreira
02. Negreira - Olveiroa
03. Olveiroa - Finisterre
04. Finisterre - Santiago

Introducción

Los sueños son para disfrutarlos hasta que uno despierta
O para seguir soñando mientras te dejen
El Camino a Finisterre viene de antiguo, de cuando los pueblos se asomaban al fin del mundo, ante el abismo al cual caía el sol. Estremecidos por el momento, recapacitaban. De la noche viene el día, todo renacer está en nosotros mismos. El peregrino dejó en aquel lugar a través de los siglos al hombre que fue para recibir al nuevo. Quemó las ropas que lo vistieron y comenzaba una nueva vida.
Prólogo

Tras terminar con exito y mucho sufrimiento el Camino Primitivo, reunirme con César, amigo del alma y dejar que Jorge disfrutara de su libertad, tras dormir una noche con sábanas y no embutido en un saco, caliente y limpio, tras dejar descansar durante casi un día mis atormentados tendones y mimarlos con Voltaren, despierto a la ilusión de otro Camino por recorrer. La compañía de dos grandísimos amigos lo va a hacer agradable. El tiempo parece que va a ser bueno y el recorrido parece corto y fácil, ya que ha de ser más o menos cuesta abajo, hacia el mar. No pueden quedar muchas montañas de aquí a la costa.

[subir]

Santiago - Negreira

21.01.06. Viernes (1+10)
026.42+295.30 km.

Me despiertan los golpes de una paliza. Asustado, abro los ojos y lo veo hecho ya unos zorros. Le han vuelto a dar, le han calentado bien de verdad. Lleva el rabo doblado y los bigotes arrugados. El pobre Silvestre ha vuelto a cobrar. Mi héroe, impertérrito, se va a su rincón como siempre, rumiando el próximo proyecto. César me ha despertado con la tele, con los dibujos. Qué lujos, en la cama a las 8h y riéndome con Silvestre. Ni en casa.

Pactamos quién va a la ducha primero. Resuelto el trámite y tras ponerme de nuevo Voltarén en los tendones, bajamos a pagar y nos tomamos un café, el mío con churritos. Mientras estamos en ello nos comentan que Jorge ya ha pasado por aquí, que nos espera en el Parador. A saber a qué hora habrá salido del refugio.Es un placer pasear a estas horas por la ciudad antigua, cuando no hay nadie salvo la magia del amanecer. En el Obradoiro la soledad es absoluta y allí esperamos a que aparezca nuestro amigo, que algo estará haciendo, para pasar al garaje y que nos den el permiso para acceder por cocinas al desayuno. Llega en compañía de otro peregrino, Pepe, que acaba de hacerse el Francés desde Roncesvalles y continúa hacia el fin del mundo. Hacemos las presentaciones y nos vamos a por el yantar. César no tiene Compostela, pero lo colamos, que para el pícaro Jorge eso es una nadería. Nos dan churros, croissants y café con leche. Pero Jorge tiene ganas de desayunar con huevos fritos. Así que va liando a unos y otros hasta que nos dan cuatro, uno para cada uno. Y allí nos tienes, conociéndonos, hablando de nuestra ilusión y de nuestro peregrinar hasta que decidimos empezar con el día en serio.
Recogemos y mientras Pepe va a hacer unos recados, salimos nosotros alegres y a buen paso hacia el campo, en el que hace muy buen día. Son casi las diez cuando vemos las torres de la Catedral desde las afueras.

El camino es fácil y vamos a buen ritmo. Aunque mis tendones están algo mejor me retraso en alguna cuesta. Mis amigos, ambos, son buenos caminantes y he de andar ligerito si no quiero retrasarlos.

Al llegar a Aguapesada, como sólo nos quedan unos 10 kilómetros, decidimos hacer una parada en el Mesón Cruceiro para tomar algún refresco y algo que alegre a nuestro estómago, que ya no recuerda el desayuno. Como no hay nada de picar, César saca embutidos y pan de su mochila mágica y nos organiza en un momento un sensacional aperitivo. No hay nada como ir con un buen riojano. Pena que no ha traído la bota.
Parece que mis amigos se van entendiendo. Si esto sigue así, cuando lleguemos a Finisterre son íntimos. Pero es que ambos, cada uno en su personalidad, son excelentes personas. Soy un afortunado porque gente así me acepte y aprecie.

Al pasar por el puente medieval, me detengo a hacer unas fotos. Cuando alcanzo a mis amigos a la carrera, veo unas señales que indican la dirección contraria a la que llevan. Se lo digo y empezamos a dudar. Preguntamos a una chica que por allí pasa y nos indica que sigamos todo derecho. Así lo hacemos. Y burla burlando como le gusta decir a César, vamos haciendo kilómetros por una carretera. Al rato empezamos los tres a dudar si vamos bien o no. Jorge intenta parar a varios coches para preguntar, pero claro, siguen sin hacernos caso. Pero esto no amilana a nuestro amigo que tras decirnos aquello de la pifiaste Burt Lancaster y sortear en una casa un par de perros que se lo quieren comer, consigue hablar con los dueños que en efecto, nos dicen que vamos mal. Nos indican por dónde podemos reencontrar el Camino y hacia allí nos encaminamos, retrocediendo unos quinientos metros y cogiendo una pista forestal que cruza un pinar. Llegamos a un conjunto de casas en el que no hay ni indicación ni nadie a quien preguntar. Así que guiándonos por nuestro instinto tiramos por una carretera nacional hacia donde creemos que debemos seguir. Tras muchos kilómetros de asfalto y varios desvíos, llegamos a nuestro objetivo a las 16h bastante desorientados y con un atracón extra de kilómetros.

El refugio es excelente, aunque los acabados dejan que desear. De todas formas es interesante apreciar cómo ha intervenido alguna otra mano que la del arquitecto, ya que en un edificio moderno con buen diseño aparecen detalles muy kitch y de pésimo gusto. Cuando bajamos al bar a tomarnos una cañita, volvemos a comentar que el kilómetro gallego es un concepto elástico. Hemos de encontrar a algún natural de la tierra, culto y amable, que nos clarifique esta duda.
Pepe, que tras muchos días de peregrinar por el Francés, se ha reunido con su mujer, opta por ir a cenar como un señor y darse el lujo de un hotel. Nosotros nos conformamos con un humilde bocadillo y un agua que nos saben a gloria. La hospitalera viene dos veces a sellarnos la credencial y a darnos la de Finisterre. A la tercera, ya a las 22.30h, nos encuentra. Amable y cariñosa nos explica las anécdotas y desventuras del refugio y nos da los consejos pertinentes para la conservación del edificio y el buen dormir.
Como el ordenador del refugio está encendido y conectado a internet, matamos el rato poniéndonos Jorge y yo al día de correos y visitas, que ya llevamos doce días dando tumbos por los caminos. Terminamos tarde y nos vamos directos a la cama. Mientras me vuelvo a poner Voltarén en mis tendones, César que está con su radio nos informa de los resultados de los partidos. Más tranquilos sabiendo ya que han hechos unos y otros, nos dormimos en el mejor de nuestros sueños.

[subir]

Negreira - Olveiroa

22.01.06. Sábado (2+10)
065.09+295.30 km.

César le gana a Jorge y nos despierta. Parece que hagan carreras a ver quién se levanta antes. Deben ser las ganas por descubrir nuevas tierras, vivir un nuevo día. Tomamos un café de máquina en el refugio y charlamos los tres un poco, que no hay más peregrinos, esperando a que amanezca.
A las 8.25h Jorge no puede más y sale, que dice que algo ya se ve. Al poco, cuando empieza a clarear salimos César y yo. Y para empezar una cuesta. Me recuerda al Primitivo. Pero esta es relativamente corta y mucho más suave. La niebla desdibuja el campo y la helada lo priva de colores, degradándolos hacia blanco. Pero está precioso.

Nos metemos a desayunar en el primer bar que vemos y que tarda en llegar. Hemos hecho ya unos diez kilómetros y al menos yo voy desesperado de hambre. Pero las alegrías hay que merecerlas, que primero hay que subir una cuesta increíblemente dura. En verano se deben hartar de vender refrescos, porque siendo invierno, muy temprano y con helada, llegamos empapados en sudor. Mientras nos tomamos unos cafés con leche, que yo aprovecho para acompañarlo con unos cuantos sobaos, nos dice quien nos sirve que Jorge acaba de irse y que ha dejado recado de que irá suavecito para que le alcancemos.

Antes de seguir he de decir algo interesante, que el que avisa no es traidor. Si se continúa el Camino a partir de este punto, siguiendo religiosamente las flechas, te das un paseo largo y bonito, con un par de cuestas para entretener el caminar. Pero si nada más salir por la puerta tiras hacia la izquierda, por la carretera, ganas cosa de diez minutos. Y lo comprobamos yendo cada uno por un lado, cubriendo y cronometrando el recorrido. Quedan avisados los caminantes y demás víctimas peregrinas. Así que burla burlando, César aprieta el paso para alcanzar a Jorge, pero él ha debido de poner el turbo porque no hay forma de divisarle.

Poco a poco el camino se va haciendo bonito según nos vamos internando por los campos, alejándonos de la carretera. La falta de señales hace que empecemos a sospechar que nos hemos perdido. Sí, otra vez. Al cabo de un buen rato nos encontramos con un cazador en un paraje muy agradable y sereno. Le preguntamos y nos dice que vamos mal, que hace cosa de unos 4 kilómetros que nos hemos confundido. Así que media vuelta y a desandar lo hecho. Nos hemos regalado unos 8km, si no más. Que quien no tiene cabeza ha de tener pies, ya lo dice el refrán.
De nuevo en la carretera no entendemos por qué nos hemos metido por esa desviación. Estaba clarísimo, señaladísimo. No podemos culpar a nadie de nuestro error salvo a nosotros mismos. Seguro que íbamos hablando de chicas o de fútbol y en la pasión uno pierde el norte. Hemos perdido una hora larga y hemos alargado una etapa de por sí ya extensa.
En Santa Mariña paramos a comer algo, que ya llevamos muchas horas dale que te pego. Allí encontramos a Pepe, que al igual que nosotros se ha pedido un bocadillo y un refresco para ir matando las amarguras del día. Le contamos de Jorge, que va en cabeza y de nuestras desventuras. Nos tranquiliza pues lleva un maravilloso mapa con el que a partir de ahora no vamos a tener ningún problema. Seguimos caminando con alegría, que el comer anima mucho, por lo menos conmigo lo hace.

Como Pepe es gallego, amable, culto y tiene un maravilloso sentido del humor, le preguntamos sobre el concepto elástico del kilómetro en estas tierras. Con una sonrisa nos lo confirma. Y nos aclara que el coeficiente a aplicar varía con la simpatía que puedas despertar en el nativo interpelado. Es decir, a mayor simpatía, menor es la distancia que cubre el concepto. Si les resultas desagradable, pueden colocarte una maldición en longitud. Lo bueno es que si analizas matemáticamente esta explicación, resulta que aquellos que te odian te acortan el kilómetro pues te ponen mayor número teniendo que recorrer la misma distancia que aquellos a los que les caes bien y te dicen una menudencia. Pero son los encantos de Galicia, su magia.

Llegamos a Olveiroa sobre las 17,15h. El refugio, restaurado por el mismo arquitecto que adecuó el de Ribadixo, es extraordinario en todos sus conceptos. Nos sorprende gratísimamente. Al rato aparece Jorge, radiante de felicidad con un perol de leche de vaca recién ordeñada. Repite que es deleitosa, haciendo un inteligente juego de palabras con el gallego y el castellano. Mientras vamos probándola, que de verdad que está rica, nos cuenta de cómo estaba ya preocupado por nuestra tardanza. Se muere de la risa al saber de nuestros rodeos.
Aparece Puri, cariñosa y encantadora hospitalera que nos está preparando un caldo para cenar. Sorprendidos por su simpatía le proponemos que se escape con nosotros. Contenta por el halago, nos dice con maravillosa sencillez que no puede, que está casada.
Mientras nosotros estábamos con ella, que nos enseña las dependencias adjuntas al albergue, Pepe ha hablado con su mujer y unos amigos que al rato se presentan con mil viandas con las que nos preparan una maravillosa cena. A César hay que sentarlo porque dada su natural bondad se desvive por los presentes y no nos come. Jorge alegra y ameniza la tertulia contando de sus aventuras por los 505 países del mundo que conoce. Yo, más sencillo de experiencias y personalidad, me dedico a probar un poco de todo, repitiendo para que nada sobre y se estropee. Que hacer un feo está muy mal. Contentos, felices de haber rematado así tan sensacional jornada, nos vamos a la cama con la agridulce sensación de pensar que mañana llegaremos a Finisterre y con ello habremos logrado nuestro objetivo, pero que allí terminará esta pequeña aventura que para Jorge y para mí dura ya más de dos semanas.

[subir]

Olveiroa - Finisterre

23.01.06. Domingo (3+10)
099.77+295.30 km.

Nos levantamos a las 7h. No hemos dormido muy bien. Ayer cenamos demasiado. Me he encontrado, debería decir chocado, con Jorge dos veces en el baño. Desayunamos en el refugio con la poca leche que nos sobró anoche y un poco de pan que aún quedaba.

Cuando salimos los cuatro, todavía está oscuro y la niebla protege las formas. Hablando, César, Pepe y yo nos perdemos nada más coger el Camino. Jorge que es el más listo nos salva, nos avisa de que vamos mal, de que vamos de mal en peor. Dice que vaya grupito de peregrinos diplomados formamos, perdiéndonos en cada recodo. Cuánta razón tiene. Hoy la esperanza de ver el mar nos anima a todos. El día va aclarando y las nieblas se disipan con la mañana. El sol luce en todo su esplendor cuando llegamos a un pueblo en el que nos tomamos un café. Jorge hace rato que ha desaparecido por delante, que se sentía desaprovechado.
Desayunamos tranquilos y seguimos el Camino que hoy es suave y agradable. El café nos ha sentado muy bien, pero diría que se nos ha subido a la cabeza. César dice que no es la bebida sino la forma del vaso lo que nos ha afectado, porque según seguimos camino nos encontramos primero las líneas de la carreterita por la que vamos casi en la cuneta, con sus prohibidos adelantar, y demás. Es como si la hubieran hecho para bicis en un sentido y camiones en el otro, ya que una dirección es como cinco veces más ancha que la otra.
Pero no acaban ahí las sorpresas, que luego encontamos piedras verdes justo al pasar por una fábrica. No sé lo que son, pero me llevo un par, espero que no sean radioactivas o me voy a poner como una central. Un poco más adelante, un cruceiro, antiguo e interesante, se yergue en medio de otra carretera, en el mismísimo centro. Y al rato, Pepe nos enseña en una enorme piedra petroglifos antiquísimos, prehistóricos, que no están señalizados. Qué día llevamos. Se nos está subiendo la magia de Galicia a la cabeza. Y en estas estábamos cuando nos cruzamos con un caminante, natural del lugar, que nos dice que un tal Jorge le ha dicho que nos dijera que nos espera en el ciber del próximo pueblo. Es que me da la risa, son demasiadas emociones para quien vive en una gran ciudad, fría y amarga, sosa ella.

La vista del mar en un día tan seco y soleado, después de haber caminado tantos y tantos kilómetros, después de haber sudado las cuestas astures, es como un regalo maravilloso que acogemos con gritos de alegría. Llegamos a Cee y allí encontramos a César que ha dicho que se adelantaba para localizar a Jorge. Reunidos los cuatro, nos tomamos unas cañitas, que venimos sudando. Nos invitan a tapitas y ya casi nos dábamos por comidos cuando Pepe, que conoce la zona por haber trabajado durante años por aquí, sugiere un paseo por la costa hasta llegar a Corcubión, en donde nos lleva al Club Náutico a comer. Nos ponemos como brutos con una tortillita de patatas deliciosa, unos chipirones a la plancha que estando riquísimos le sientan mal a Jorge y una caldeirada maravillosa de pulpo. Pepe nos invita al vinito, delicioso. El problema es levantarnos cuando terminamos.

Son las 16h. César y Jorge imponen un ritmo endiablado en la durísima cuesta que hay nada más iniciar la salida. Pepe resopla por todas partes y me comenta que es de locos caminar de esta forma, que él es médico y esto no es sano. Sólo le puedo contestar que llevo así desde Oviedo y que no me voy a quejar ahora, hoy, que hasta me he podido peinar. Al rato hemos de buscar un super para comprar algún refresco para Jorge, que va hecho polvo, como si se le hubiera cortado la digestión. Nos comenta que ya lo sabía, que los chipirones le sientan mal desde siempre, pero como estaban tan ricos no se ha podido negar a acabárselos. Cuánta razón tiene, estaban buenísimos.
Resuelto el problema, recuperado nuestro queridísimo amigo, seguimos a buen paso. Tiramos César y yo hasta llegar a la entrada de Finisterre en que se nos unen nuestros compañeros. Cuando no queda ni un kilómetro aprieto el paso en un rush muy de final olímpica, para demostrarme que aún puedo a pesar de mis lesiones y edad y sobre todo, para hacerles la foto de la llegada. No consigo sacarles más de 30 metros, pero me da la posibilidad de inmortalizar el momento. Lo he conseguido de milagro, pero me he ganado tres cervecitas por lo menos. O más, depende de cómo se lo plantee.
Mientras Pepe va a un apartamento que le han dejado unos amigos, nosotros vamos al refugio e intentamos que César le diga cosas bonitas a la hospitalera mientras nos sella. Vuelve Pepe y salimos disparados hacia el faro. A mí me fallan las fuerzas y me quedo atrás, tengo un bajón brutal y camino por aquello de que llego o reviento. Paramos a ver una iglesia interesantísima al comenzar la subida. En ella me recupero un poco y casi puedo mantener el ritmo de mis compañeros. Está oscureciendo y queremos ver la caída del sol sobre el mar. Al pasar por los bloques que forman el modernísimo cementerio, pienso que es un extraordinario lugar y concepto, en el que no me importaría reposar eternamente. Comenta Pepe que los lugareños no lo aceptan, precisamente por las razones que a mí me gusta. Así es el mundo, por eso se hicieron los colores. Arriba, en el kilómetro 00.00, celebramos con alegría el haberlo conseguido, que Jorge y yo sabemos el esfuerzo que nos ha costado llegar hasta aquí.

Atrás quedan un sinfín de penalidades y esfuerzos que el atardecer nos hace olvidar. Tras mirar a occidente, horizonte tras el cual viven nuestros sueños, el mar se confunde con el cielo según la tarde va cayendo. Meditar cada uno en un momento como este se hace inevitable, el silencio nos sobrecoge a cada uno en su intimidad hasta que el frío de la noche atlántica, las estrellas del fin del mundo, nos invitan a volver a la realidad. Como expresión de la vuelta a la normalidad tras terminar nuestro recorrido, bajamos por una oscuridad peligrosa hacia el pueblo y refugio. Vamos en silencio, que los finales siempre son íntimos. Poco queda por contar, salvo una cena sencilla y deliciosa los cuatro juntos, rememorando las aventuras y desventuras de este caminar, proyectando nuevos caminos, dejando ahora que hemos llegado que las ilusiones vuelen en busca de nuevos objetivos. Las literas del refugio nos recogen una noche más, la última. Nos entristece separarnos, dejar que el tiempo y la distancia permanezca entre nosotros. Pero el futuro está ahí, es nuestro y lo vamos a disfrutar.

[subir]

Finisterre - Santiago

23.01.06. Domingo (3+10)
105.72+300.25 km.

Me despierto muy temprano. He dormido muy muy bien, de un tirón. Supongo que he roncado de verdad. Me visto silenciosamente y cuando me dispongo a despertar a mis amigos, veo que César no está. Sorprendido llamo a Jorge, que está en el mejor de los sueños. Tengo por un momento una tentación, vengarme de las catorce veces que me ha llamado y metido prisa por la mañana, cada alba. Me apetece decirle aquello de deprisa deprisa, que ya salimos, vamos vamos, venga, pero me puede la amistad y el cariño y lo llamo suavemente, hasta que vuelve al mundo de los vivos. También se sorprende de la ausencia de César. Y en ellas estamos cuando se nos ilumina la bombilla de las ideas perversas. Ya está, claro, se ha escapado con la hospitalera. Será sinvergüenza... En ese momento, cuando nos estamos muriendo de la risa, aparece nuestro caballerete, sereno y tranquilo, con cara de aquínohapasadonada. Nos abalanzamos sobre él y le inquirimos
- ¿Qué tal, golfo...?
- No nos esperábamos esto de ti...
- Hacernos esto el último día...
- Qué calladito te lo tenías ¿eh?
ante lo que, perplejo que no dormido, nos dice que no entiende nada. Y claro, nos lo pone en bandeja para que sigamos tomándole el pelo, que llegamos al bar de enfrente nosotros apretándole, riéndonos y él defendiéndose. Que las magdalenas y el café se nos atragantan a los tres de las risas.
Y en esas estábamos cuando Jorge, que no para, que no calla, descubre que quien nos sirve, dueño del local, ha sido timonel durante muchísimos años en el Hamburg, barco que ahora se llama Máximo Gorki y en el cual se va a embarcar la próxima semana para ir del Puerto del Callao hasta la Isla Pitcairn, la del motín de la Bounty. Y si no los callamos, que hasta postal del trasatlántico le regala, perdemos el bus que nos ha de llevar a Santiago para volver a casa, que ya está aparcado frente al refugio.
Al subir y acomodarnos, volvemos a la carga contra César, que si le dará pena dejar a la hospitalera abandonada, etcétera. No paramos de reírnos. Y para variar, Jorge no calla, preguntando de todo a todos, incluyendo al conductor. Cuando todos los chicos que van al cole a otro pueblo llegan a su destino, nos despachamos a gusto con los pasajeros que quedan. No dejamos a ninguno, que a todos hablamos, Jorge de líder y voz cantante.
Hay mucha niebla en la carretera y el chófer va despacito y con cuidado. En una curva nos encontramos con un coche volcado, pues seguramente se le ha ido en el hielo que hay en la umbría.

Al llegar a Compostela, Jorge sale disparado para ver si encuentra a su sobrino Isaac, al que perdimos al término del Primitivo, en Palas de Rei. Hoy ha de coger el avión a las 13h y ha quedado con él frente a la Catedral a las 10.30h. De cualquier forma, Jorge habría salido como un tiro, que vive deprisita.
Mientras César y yo nos acercamos paseando hacia la ciudad antigua en un día que promete ser despejado y soleado, nos llama Quim, otro amigo queridísimo, que ayer terminó su Camino. Lo empezamos juntos en Somport un 03.03.03, hace ya casi tres años, y fue cuando ambos conocimos a nuestro Jorge, el derviche veloz. Lo ha ido haciendo a trocitos, cuando ha ido teniendo tiempo. Nos encontramos en la plaza del Obradoiro y nos damos un abrazo emocionado.
Reunidos con Jorge que no ha encontrado a Isaac y al cual suponemos todos ya en el aeropuerto, los cuatro nos vamos a tomar un cafelito al Dakar a la espera de la Misa del Peregrino. En ella nos vuelven a sentar en uno de los bancos situados en el altar. Vuelvo a defenderme diciendo que ya no somos peregrinos, que es un pecado de vanidad, que se nos va a notar, pero vuelvo a perder y oigo la misa bajo la atenta mirada de la monja que acostumbra a cantar y supongo que observado por los asistentes al oficio, porque sigo con el pantalón roto por mil partes, lo que me permite enseñar medio cuerpo. Quim, que es un valiente, hace la lectura. Acabada la Ceremonia, el sacerdote se acerca a nosotros. Como resulta que todos somos de la península se queda desconsolado pues se le veía con ganas de hablar idiomas. Si le llega a tirar de la lengua a Jorge, hubiéramos hecho alguna risa.

Como Casa Manolo sigue cerrada por vacaciones, nos tomamos primero un vinito y un chorizo en un bar y luego nos vamos todos a comer un menú de peregrino a donde Jorge nos lleva, que le encanta hacer de guía y pastor. Tomamos café en el Casino y hoy no nos dormimos. Muertos de la risa le preguntamos a César si no anda con sueño. Nos responde con cara de santo.

Llega el momento de ir pensando en subir hacia el aeropuerto. Nos despedimos de nuestro riojano tras quedar con él para hacer el Camino Portugués el próximo mes de diciembre o a lo más tardar, en enero. Un enorme abrazo sella el pacto. Anécdotico es que volamos los tres separados porque aunque vamos tanto Jorge, como Quim y como yo a la misma ciudad, los tres nos pedimos ventana, que nos gusta mirar. Y así, viendo las montañas desde el cielo en una tarde preciosa de luz y color, termina nuestra pequeña aventura, días que recordaré con cariño, por los paisajes, por la gastronomía y por la satisfacción de haber superado todas las dificultades y flojeras con las que hube de enfrentarme. Pero lo mejor, por mucho, fue la amistad y cariño que mis compañeros me ofrecieron. Gracias Amigos (y lo escribo con mayúsculas a propósito, naturalmente)

Buen Camino

Alfonso

Mi agradecimiento a:
Jorge Sanchez
César Villar
Pepe Rey
Quim Margenat