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Camino Fonseca 2008
00. Introducción
01. Prólogo
02. Presentación
03. A Salamanca
04. Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino
05. El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora
06. Zamora - Santiago
07. Vuelta a casa
08. Intermedio
09. A Santiago
10. A casa
11. Epílogo
12. Final

Introducción

Se me han ahogado los patos
Tradicional castellano
Quizá se pregunten cuál es este camino. Pues de verdad que deberíamos llamarlo el de los mil nombres, que hay quien lo llama, Mozárabe o de la Plata, quien Fonseca y alguno Sanabrés. Y de algún otro apelativo goza, para distracción de peregrinos y estudiosos, confusión de malandrines y alegría de todos los que por el tema se interesan. A estos les recomiendo dos webs. Una, la de Arturo:
http://www.godesalco.com/
página maravillosa con toda la información que uno pudiera pensar, soñar o desear, incluyendo el trayecto dibujado sobre planos de Google Earth, o lo que es lo mismo, el camino tal cual lo ve Santiago y amigos. O más en este mundo, las aves, avionetas y aviones, astronautas y extraterrestres.
Otra que nunca debemos olvidar es la de Javier, plena de maravillosos diarios, luz en las noches de bosques oscuros, ayuda para los que se pierden por los caminos de la vida
http://www.euskalnet.net/diariosdeperegrinos/index.htm
Gracias amigos, por ayudar a peregrinos y curiosos.
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Prólogo

Hacemos este camino de milagro, pues aunque así lo pensamos ahora hace un año, a punto estuvimos de volar a Cuba y hacer el Camino Cubano, en una idea genial de nuestro querido y admirado Jorge Sánchez, el derviche veloz.
Y se volverán a repetir la pregunta ¿cuál es ese camino? Pues no otro que el hacer andando los últimos 100 kilómetros hasta llegar a las mismas puertas de la Catedral de Santiago de Cuba. Y conseguir, sino la Compostela, sí unas risas a mojar con mojitos por la gloria de nuestro querido Santo.
Si, ideas no le faltan a nuestro Jorge. Y divertidas.
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Presentación

De nuevo la aventura de recorrer los caminos que llevan a dar un abrazo a Santiago nos reúne a gentes con ilusión por la aventura y el viaje. Esta vez a cuatro. Es de ley presentarlos tal como los siento.
Otro año, otro encuentro con César, con el que sólo coincido hacia Compostela. Qué voy a decir de él que ya no haya dicho, pecador reincidente de bonhomía, riojano honesto y caminante como ninguno. Amigo querido y quien suministra un auténtico y excelente clarete a la casa, a la mía. Para regocijo de quien esto suscribe y de aquellos que tienen la suerte de catarlo. Y bien pocos son los afortunados, voto a tal, que lo estiro todo lo que puedo.
Quien no conoce al más extraordinario de los viajeros del siglo XXI, al inenarrable, imparable e inabarcable Jorge Sánchez, el de las mil lenguas y las cien mil leguas, el conocedor de todos los países, el de las aventuras desaforadas y picardías inauditas, hombre de inocencia extrema, viajero enorme, niño grande y generoso, de alegre e imparable nervio, escritor desbordante, amigo del alma a quien quiero más que admiro y he de reconocer que es mi héroe. Él es Clark Kent, el auténtico alter ego de Superman, el de andar por aquí. Y por allá, porque no para y a mí me arrastra.
Y este año incluimos en la aventura a un compañero nuevo, amigo de Jorge y persona extraordinaria. De fina pluma y hablar amable, hidalgo caballero de sombra larga y delgada, caminante extraordinario y viajero consumado. Fue una alegría saber que se apuntaba a nuestra pequeña aventura. Por gozar de su presencia y por la oportunidad que nos daba de conocerlo durante estos días y consolidar otra amistad memorable.
Falta añadir que yo también estaba en el grupo. Pero no voy a hablar de mí, que sería de mala educación y grave pecado de vanidad. Que la intención no fue otra que disfrutar de la presencia de los demás, de la alegría de estar juntos y en movimiento.
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A Salamanca

14.01.08
05.35km (05.35)

Me reúno con Jorge a la espera de que Miguel Ángel nos recoja. Su encantadora mujer nos sube a los tres al aeropuerto. Voy feliz porque me voy, porque salgo, porque me gusta el Camino y estoy a gusto, muy a gusto, con mis amigos. Y porque voy al aeropuerto, puerta a otros mundos, lugar en el que se concentra una de mis pasiones, la aviación comercial.
Llegamos con tiempo y nos organizamos. Tomamos un café mientras nos ponemos al día. Al rato pasamos el arco. Nada pita, todo está bien. Antes hemos facturado la mochila de Miguel Ángel con los palos y las navajas. Ya se sabe, todo lo que pincha no pasa. Vaya, me ha quedado como otra de las leyes de Benito.
Como queda un rato hasta el embarque. Jorge se echa un rato y duerme. Ha estado con gripe y se siente pocho, flojo. Pero a él, que duerme en cualquier parte, el sueño le recupera y en un momento vuelve a ser el de siempre, encantador y divertido. Nuestro superman particular.
El vuelo se retrasa por avería, pero finalmente embarcamos en un CRJ200 (Canadair Regional Jet) un maravilloso avión fabricado por Bombardier y operado por Air Nostrum. O lo que significa, todos en primera. Porque sólo hay una clase y el trato es exquisito.
En la cola, Jorge, amante de los juegos de inteligencia, de todo aquello que haga pensar con lógica, nos reta con una adivinanza:

"Le falta un brazo y esta en un salón"

mientras pone una inolvidable cara de pillo. Pero está con dos tipos duros y si no inteligentes, sí espabilados y le damos la respuesta enseguida. No se trata de una butaca, no, sino de algo que en este momento nos concierne más:
SALA-MANCA

Animado por el éxito, nos prepara otro. No sé si se los inventa o se los saca de la manga, de su prodigiosa memoria, sobre todo geográfica. Dice así:
Se ve a un pingüino y la pregunta es:
¿A dónde vas?

Al rato se apiada de nosotros y nos dice la respuesta:
AVE-NECIA

y mientras se muere de la risa, a la pregunta de
¿Qué te has comprado?

nos escribe en un papel otro, supongo que para machacarnos, para dejarnos rabiando un rato, para matar el tiempo de espera mientras una señora, oronda, torpona y gris discute con la azafata de tierra. Lo arranca del block de notas y nos lo da:
gu gu.

Y nos deja pensando. La cara se le transforma y llega a límites insospechados de picardía e inocente perversión. Me da la risa cada vez que lo miro y no puedo concentrarme. Miguel Ángel, más serio que yo, lo intenta. Al rato, ya por la pista, camino del avión, le digo que sopitas, que me rindo, que ni idea. Miguel Ángel me apoya. Le pedimos la solución y en las mismas escaleras nos dice que nanay, que no nos la da hasta que lleguemos a Compostela. Que guardemos la notita y que la meditemos. Trabajo de campo, dice.
Será canalla...
La sonrisa de la azafata le libra allí mismo de una respuesta como se merece. Hay que ser muy amigo para que te hagan algo así y no lo tires por la ventana. Y sonriente nos sigue por el pasillo.
Me toca ventana o amablemente me la ceden, que ellos van de pasillo. Saben lo que disfruto volando y me dejan. Así callo y no les digo que vamos de LEBL a LESA según la terminología de la ICAO, a SLM según la IATA, al aeropuerto de Matacán, en Salamanca. Como no me hacen mucho caso, algo que en este caso comprendo, me concentro en el vuelo mientras ellos van arreglando el mundo.
Salimos hacia la pista 25L como un tiro, cruzando la 02/20 y aventajando a todos lo aviones que hacen el carreteo tradicional hacia la cabecera de pista. En un momento oímos al comandante decir aquello de:
"Entrando en pista para despegue. Buen vuelo"
Hace buen día y el vuelo es delicioso. Disfruto de la vista de los Pirineos, embalses y tierras de Castilla. Las caras norte de las colinas están nevadas, o sea, hace fresquete.
La tripulación nos trata como a reyes y les sirven un zumo de naranja y un botellín de vino a cada uno de mis amigos. Y a mí una cola. Y dos bolsas de almendras para cada uno. Parece Business Class. Me gusta volar, pero así ya es una locura.
En una hora, cuatro minutos y siete segundos tomamos tierra. El aeropuerto es pequeño y hace fresco si no frío. Cuando me vuelvo para hacerle una foto al avión, descubro que está lleno de hidroaviones de ICONA, los Canadair CL-215, Super Scooper o Pato Amarillo. Hay unos seis, toda una visión para un aficionado.
Empezamos bien.
Recogemos la mochila de Miguel Ángel y nos vamos para el bus, que nos está esperando. Jorge, que nunca calla, se lía a hablar con el conductor y le explica nuestra situación. El hombre, amable y cariñoso o deseando librarse de nuestro querido amigo que no deja de hablar, nos deja junto al puente del Tormes.
Hace fresco, o así a mí me lo parece.
Al albergue llegamos dando tumbos, y digo tal porque vamos de aquí para allá rebotando en transeúntes a los que Jorge pregunta. Nada como buscar algo en una ciudad que no conoces para entablar conversación con los que pasean por deleite. César, que ha llegado esta mañana desde Burgos, está en la puerta, esperándonos. Tras cuatro risas nos abrazamos y pasamos a mayores, es decir, a contarnos brevemente las aventuras y desventuras del año mientras la encargada trata con todo su encanto de poner algo de orden en el desconcierto que hemos creado.
El refugio es sensacional, la hospitalera encantadora y la ciudad maravillosa. Qué más se puede pedir si además estamos reunidos unos amigos y tenemos un proyecto entre manos.
Nos vamos a visitar la ciudad brevemente y a cenar. Pero antes, aprovechando que Jorge se reúne con uno de sus admiradores, que no es como yo, que él tiene fans por todo el mundo, nos tomamos unas cervecitas y hacemos mil risas
La cena es breve y moderada, que somos gente seria aunque no lo parezca. En ella, entre mil otras cosas, tratamos de sacarle a Jorge la solución del jeroglífico, pero nada, no suelta prenda.
Como buenos peregrinos, que no sé si lo somos, volvemos al refugio antes de que sea demasiado tarde. Nos despedimos de la hospitalera que, antes de irse, me dice que me conoce. No sabe de qué, pero me conoce. Y en esos momentos Jorge rabia, porque hoy mi admiradora es mucho más guapa y encantadora que su fan. Venganza trapera por dejarnos con el enigma desde antes de coger el avión.
Un francés nos pide dormir en el albergue a pesar de no ser peregrino. Pensamos en dejarlo pasar, porque una obra de caridad no hace daño a nadie Pero cuando nos enteramos de que le ha montado un escándalo esta tarde a nuestra querida alberguera, declinamos y le sugerimos que vaya a la policía si lo que quiere es dormir gratis.
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Salamanca - El Cubo de la Tierra del Vino

15.01.08
35.77km (41.12)

No ha amanecido y ya estamos recogiendo los sacos. Esta vez no he de pegarme mucho con el mío, porque me lo han dejado, grueso, gustoso, de invierno. Y por una vez la bolsa es más grande que el contenido.
Y será de invierno, pero hacía fresco esta noche y me he echado un par de mantas que, no sé cómo he hecho, se han adaptado a mi saco quedando totalmente envuelto para regocijo de los presentes.
A la pregunta de si he roncado y les he molestado, contestan los tres que sí, pero César apostilla que no sufra, que por roncar hemos roncado los tres y bien. Y se va para la ducha mientras nosotros discutimos cual de los culpables ha sido el peor.
Salimos a la carrera a buscar un bar en el que desayunar mientras voy haciendo fotos a esta ciudad maravillosa que aun duerme. A estas horas no hay muchos abiertos, que no son las ocho, pero la suerte nos sonríe y encontramos uno que además tiene unos churros enormes y riquísimos. Y el café no desmerece.
Repito de churros en cuanto se distraen un momento.
Salimos. No hace frío. Me he de quitar ropa, que no ha empezado el día y ya voy sudando. Cuando me reúno a la carrera con mis amigos, ya se les ha unido un hombre mayor de paso decidido y rápido. De nombre Eulogio Manchado Manchado, ha hecho un montón de Caminos y ahora se dedica a esperar a que algún peregrino pase para acompañarlo un rato. Eso se llama pescar al acecho.
En un momento estamos en el extrarradio de Salamanca. No me sorprende, estamos marcando un ritmo de record. Si seguimos a esta velocidad vamos a llegar a Santiago el jueves. Y hoy es lunes.
Esta ciudad me depara sorpresa tras sorpresa. En un lateral de la carretera, antes de llegar al estadio, casi en un vertedero de chatarra, aparece un DC3, un autentico Douglas DC3 Skytrain de los 30. Allí mismo, un histórico DC-3, el primer avión civil comercial de éxito. El que está considerado mejor avión del siglo XX, un aparato que ha volado por más de setenta años en todos los lugares del mundo, siendo un icono del pasado y presente de la aviación, el avión de Indiana Jones en dos de sus películas. Hecho polvo, sin cristales y con las hélices semi rotas y sin embargo, maravilloso, precioso, magnifico. Lo fotografiamos Miguel Ángel y yo mientras Jorge, César y el señor Eulogio siguen en su desenfrenada carrera.
A la altura de Aldeaseca de Armuña nos encontramos con el señor Eulogio que nos espera para indicarnos una pequeña variante. Ha dejado ir por delante a César y Jorge, porque según sus palabras, esos tiran mucho. Nos acompaña casi hasta Castellanos de Villiquera. Allí se despide amablemente y se vuelve a casa. El hombre, con 74 años, se ha hecho a la carrera más de 11 kilómetros que ha de recorrer de vuelta. Ya quisieran muchos jóvenes llevar su paso y mantener su vigor.
En Calzada de Valdunciel nos espera la avanzadilla del equipo. Nos paramos a tomar una tortillita de patatas, la primera del viaje y para empezar la hemos de celebrar con alegría, pues está buenísima o así nos lo parece. Lo bueno es que como somos cuatro, es muy fácil de dividir sin que nadie proteste en demasía, que si las miradas fueran obras, más de un hurto habría habido. Valoramos la iglesia, la fotografiamos y entre ráfagas de un viento fortísimo que se ha levantado, nos ponemos en movimiento.
Voy sufriendo. Faltan unos veinte kilómetros para llegar al Cubo y el viento se me lleva. He de forzarme para mantener la ruta y el ritmo de mis compañeros. Los tres andan mucho y muy rápido, mucho más que yo. La pierna izquierda empieza a dolerme. Trato de andar normal, olvidando el dolor, para evitar que un gesto cree una tendinitis. Pero a pesar de ello el mal crece.
Queda mucho y sé que si me esfuerzo, lo pagaré. Hago lo que puedo, pero empiezo a contemplar un horizonte oscuro en un día de maravillosa luz castellana. Y el viento se me lleva, he de luchar aunque poco a poco me voy retrasando.
En una duda, mientras discuten qué camino coger, los alcanzo. Pero para mantener su ritmo he de luchar y la pierna cada vez está más corcho, más torpe. Del dolor no merece la pena hablar.
Cuando cogemos el sendero paralelo a la N 629, al pasar junto a una charca, me falla la pierna y me voy al suelo. Como estoy acostumbrado a caerme desde mi tierna infancia, no me hago daño, pero aprecio cómo llevo la pata de palo, que ya no es más. Al levantarme vuelvo a caerme desequilibrado por la mochila. No me voy al agua de milagro.
Aparece al fondo una especie de torre de aeropuerto. Cada uno con su obsesión o pasión y la aviación es la mía. Nos preguntamos qué puede ser y resulta que no es sino el puesto de vigilancia de la prisión de Topas. Nosotros tan libres, andando de aquí para allá y otros tan privados de movimiento. No puedo evitar la congoja que me produce la comparación.
A partir de este momento, avanzar se convierte en un tormento. Dolor físico y síquico, porque sé que este esfuerzo no puede llevarme a nada. Pero en la nada estamos, en una tierra de nadie, llena de obras de autopista, de horizontes infinitos.
El viento ha seguido subiendo y ahora es un vendaval que me arrastra allí a donde quiere. Mis 50 kilos y 4 de mochila no son nada para este huracán. Pero como aquí no me puedo quedar, tirando de bastón que hace muchos kilómetros que he sacado para ayudarme, avanzo como puedo.
Miguel Ángel en su inmensa bondad me acompaña los últimos kilómetros. Dándome apoyo moral y conversación. Pero la distancia es mucha y la dicha poca, sólo la que él aporta. Son en estos momentos cuando piensas qué o quien te ha traído aquí, por qué esta lucha contra ti mismo.
A la vista de las primeras casas de la Cuba, vemos a Jorge que viene hacia nosotros. Nos separa una gran distancia pero es Jorge. Nos tememos lo peor y no es hasta cuando ya estamos muy próximos cuando nos damos cuenta que no es nuestro amigo sino alguien que va exactamente vestido como él y que la distancia nos ha engañado. Increíble el poder de las semejanzas en un mundo ya de sombras largas.
A menos de cien metros para llegar, para que comprenda Miguel Ángel cómo voy, le comento que si esto fuera una maratón y la meta estuviera ahí, a unos 80 metros, en donde las casas empiezan, llamaría a una ambulancia porque la pierna me está matando.
Pero siempre hay un final, aunque esté en el horizonte, eso todos lo sabemos. Solo hay que creer en él. Que como dice la 3ª ley de Benito:

"El mundo es pequeño si cabe en tu sueño"

Llegamos y como no encontramos a nuestros compañeros, nos metemos en un bar a tomar una cañita, que bien nos la hemos ganado. Sentado, la pierna no duele tanto y el cansancio se disimula. Al cabo de un rato aparecen por la puerta. Resulta que hay otra tasca y en él estaban. Al no vernos llegar han sospechado en dónde pararíamos.
Jorge está agotado, ha llegado muerto. Miguel Ángel con una rodilla tocada y César ni siente ni habla, porque todos son quejas y el está perfecto, sólo ligeramente cansado. Claro, se ha comido el trozo más grande de tortilla.
La boticaria, al vernos mal nos dice que busquemos al alguacil. Decimos que no hemos hecho nada malo, todavía. Y tras unas risas nos manda a tomar vientos y nunca mejor dicho porque vamos viento en contra a por él. Llego el último y cojo, pero llego. Y el buen hombre, viéndonos como vamos nos lleva al tanatorio. Sí, no es broma, que el refugio está en él, así, como lo cuento.
Firmamos, sellamos, pagamos y nos vamos a las literas. Parece la morgue. Jorge, que sigue flojo por su pasada gripe se tumba. Y como es costumbre en él, se queda frito en un santiamén. Lo tapamos para evitar que se enfríe, aunque puede dormir en un banco a 0ºC y ni se entera. Sí, ya lo he dicho antes, es Clark Kent, en su versión roncadora. Pena que no le acompañe Louisa Lane, que es más mona que Miguel Ángel o César. Y muchísimo más que yo.
Mientras César va a la ducha, me miro los pies. Tengo una ampolla descomunal en un dedo. La más grande que he visto en mi vida. Con sangre. La pincho, la desinfecto y me voy a la ducha. Ojalá todos los males fueran estos.
Cuando acabamos de pasar por la enfermería, cuando nos hemos organizado y descansado un rato, llamamos a Jorge para ir a cenar. Todos renqueamos aunque el cansancio ya ha pasado. Pero llego al bar con la ayuda de mis amigos ya que no puedo caminar.
La cena es excelente. Ensalada, sopa, huevos fritos con chorizo, San Jacobo, conejo con salsa, postre, orujitos y bebidas y pan por un precio ajustadísimo. Gente cariñosa y comida excelente. Jorge aprovecha para entre chupito y chupito preguntarnos cómo llevamos el jeroglífico. Menos mal que ya han retirado la mesa y los cubiertos y no corre la sangre. Muertos de la risa nos tomamos otras "gotas" para olvidar el desencuentro.
Volvemos de buen humor al tanatorio aunque sé que la noche para mí va a ser Zamorana, como las mantas. No lo digo por el temporal de frío y viento que sopla sino porque mañana seguramente tendré que tomar una decisión que ni es fácil ni es de mi gusto. Pero mañana está muy lejos. Si ha de llegar, vendrá en su momento y no hay que sufrir por lo que todavía no sabemos qué será.
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El Cubo de la Tierra del Vino - Zamora

16.01.08
12.65km (53.77)

Ha hecho una noche terrible, con muchísimo viento y lluvia, mucha lluvia. Jorge ha roncado y yo le hecho los coros. A pesar de todo dormimos bien pero con calor. Nos dejó el alguacil una estufa eléctrica y nos dijo que la podíamos dejar encendida toda la noche. Y así ha sido. Total, que hemos amanecido semidesnudos y con los sacos abiertos, que parecía aquello un lugar de mal tono de Somorra. O de Gomorra.
Cuando me levanto y apoyo el pie, compruebo lo que ya sabía, que tengo una tendinitis y que no puedo andar. He pasado la noche con dolor. Físico y sobre todo síquico, sabiendo que debería tomar una decisión muy difícil para mí, dejarlo.
De todos es sabido que las tendinitis sólo se curan con descanso, que forzarlas sólo contribuye a empeorar la lesión. No tengo opción. No puedo enfrentarme a más de 30 kilómetros cojo desde primera hora. El único camino es descansar. Así que muy a mi pesar, se lo digo a los demás. Oigo protestas y me dicen que le eche valor, pero les explico que si hubiera una única y pequeña posibilidad, la aprovecharía. Que la única que encuentro es descansar hoy, ir en bus a Zamora y entrar en la ciudad por la puerta de atrás. Y si hay suerte y me encontrara mejor, salir al Camino mañana de nuevo. Muy a regañadientes, tanto o más que yo, lo aceptan. Que yo llevo pensándolo toda la noche y a ellos les ha caído de sopetón. Y son buenos amigos, quizá los mejores.
Para olvidar penas, nos vamos a desayunar. Tras cuatro sobaos sintéticos y un café con leche, se van. Se me parte el alma verlos seguir y yo anclado aquí, a la espera del bus. Se me hace cuesta arriba, muy cuesta arriba. Me duele mucho y no hablo ahora de la pierna.
Me quedo un rato en el bar hablando con los dueños. Les digo quienes son los que se acaban de ir, de sus aventuras e historias. Les doy las direcciones de la web de Jorge, para que se enteren a quien han tenido en casa.
Al rato, me voy cojeando a la plaza, a esperar el autobús que por allí ha de pasar. Mientras llega, me entretengo haciendo fotos al sol de este humilde pueblo. Cuando ya no sé que hacer para olvidar la tristeza que me sobrecoge, se me acerca un hombre y me pregunta qué hago allí. Cuando le digo que espero al bus para ir a Zamora, que me he quedado cojo, me invita a un café, que queda mucho rato. Yo, que soy un tipo fácil y me voy con todos, lo sigo, aunque sea renqueando. El camarero dice que el bus ya ha pasado hace rato. Y mientras me van liando, lo veo pasar camino de la parada. Como ahora soy cojo, no intento correr a cogerlo. Me río con ellos de lo acertados que han estado, que deberían meterse a Ministros de Información o algo así. Y mientras tomamos café, nos reímos todos. El que me invita se llama Miguel y es noble hasta el final, entero.
Si, dicen que no hay cojo bueno. Lo digo por comparación.
Cuando salimos al fresco de la mañana, quien me lió al tomar café y que finalmente me ha invitado a él, me dice que me lleva, que lo tiene prohibido, pero que me lleva, que no me va a dejar ahí tirado. Que si lo para la policía les dirá que me ha recogido, que iba cojo y no me podía dejar abandonado. Que si sucede así, a partir de ese momento paso a estar bajo su responsabilidad. Y me lleva a un camión cuba de Repsol mientras se fuma un purito. Si salgo de esta me espera la policía...
Por qué me meto siempre en líos que nunca son de faldas...
Subo como puedo a la cabina y me pregunta si tengo prisa. A mi respuesta de ninguna, me lleva a una fuente a coger un par de garrafas de agua, que dice que es muy buena. Y allí vamos. Que dice que es estupenda y que hoy estamos de suerte, que no hay cola, que a veces hay diez camiones y veinte coches haciendo turnos.
De allá nos vamos a descargar gas, supongo que propano, a una urbanización. Allí nos pasamos un rato, que gastan mucho y tarda en llenarse el tanque. Mientras, vamos hablando de nuestras cosas, de la ciudad, del campo, de las gentes y de cómo vamos perdiendo el norte a pesar de tener navegadores y GPS, que saben exactamente en dónde está en cada momento en la central. Que no es normal que un taxi valga más que un vuelo y no tengamos para vivir con un poco más de soltura, que la vida se complica y nosotros la terminamos de liar. Y así hasta que terminamos de arreglar el mundo y de completar la carga.
Me lleva a la entrada de Zamora y allí me invita a una cañita, que tiene que comprar tabaco. Él, muy prudente, bebe un café, que aún le quedan un par de entregas antes de terminar. Después de esto, se despide tan cariñoso como se ha presentado y me desea lo mejor. A ello le respondo que tiene una casa en la mía, cuando quiera y me necesite. Nobleza obliga.
Subo hacia la parte vieja, que me ha dejado justo junto al puente de piedra. Vuelvo a visitar esta sorprendente ciudad, maravillosa y desconocida. Que ya pasé un día aquí en mi segundo intento de hacer la Vía de la Plata. Que esta ruta la tengo atravesada, que la primera vez casi me ahogo con los temporales que encontré. Y en la segunda casi me matan los toros. Sí, como lo digo, que me encontré en medio de un rebaño de reses que iban a sus cosas con trote fácil y alegre. Pero son animales de 500 kilos y si te rozan, los demás te pisan. Y había unos cuarenta. Eso sí, no eran negros, solo marrón oscuro. Y yo haciendo el Tancredo.
Y ahora, tercer intento, cojo. De verdad, no sé si me animaré de nuevo. Que hay que luchar por conseguir tus sueños, pero cuando uno se atraviesa quizá es mejor emprender otro, que tengo muchos y muy variados y no quiero jugar al frontón, enfrentándome una vez y otra contra la misma pared.
Visito las callejuelas, la Catedral, el museo y dando vueltas admiro la belleza insospechada que esta ciudad guarda. Hago mil fotos que luego pasaré a mis amigos y así completamos la descripción. Investigo el refugio y me dicen que no lo hay, que lo inauguran a final de mes, junto al Parador. Otra joya del Camino, que esta vez no vamos a poder disfrutar. Me recomiendan una pensión y hacia ella me voy. Reservo dos cuartos a 12 euros por persona en cuartos dobles y con baño en la ducha. Precio casi de Parador por mucho cutrerío. Más vale que aprovechen ahora, que en un par de semanas se les acaba el chollo.
Como cualquier cosa y vuelvo a pasear por la ciudad mientras espero que lleguen mis amigos. Qué vacío me siento, qué solo. Que siendo muy independiente lo que me duele es no poder hacer lo que tenía pensado desde hace ya un año.
Pero esta es la lección a aprender este año. He de aprender a perder, a comprender que cuando no puede ser hay que tener resignación para aceptarlo. Que ya lo dijo Francisco de Asís.
Si, se me han ahogado los patos, todos mis sueños sobre este Camino se han hecho añicos. Porque la pierna me duele tanto como ayer. Que las tendinitis se curan con tiempo y reposo. Se me ha acabado la aventura anual de este camino a Santiago. He de aceptarlo y asumirlo.
Pero para qué voy a aburrir con mis penas. Muchos antes las habrán vivido y ahora he de aprender yo de esta lección. He de mirar hacia delante y tratar de comprender lo que ha pasado. He de decirles a mis compañeros cuando lleguen, que me vuelvo a casa, que esperarlos cada día es un martirio que no voy soportar. Además de estar haciendo el idiota.
Los voy a echar de menos, su compañía, su amistad, sus particularidades y personalidades. Voy a echar de menos los espacios y el campo, el aire y la esperanza de la aventura o la anécdota acechando cada día en cualquier esquina, las risas por la ocurrencia de cualquiera, las gentes encontradas en el andar, el arte y la historia, la humildad de lugares que fueron poderosos. La meditación adquirida a través del esfuerzo y la superación de las dificultades.
Llegan mis amigos. Los espero en el puente, mirando al Duero, al Douro del año pasado en Oporto, al Volga que decía que se tiraba Jorge cuando no encontrábamos el Camino y decía que seguiría el río.
Qué difícil es verlos llegar, ellos con el trabajo hecho y yo sin ensuciar las botas. Me cuentan las historias del día, los paseo por la ciudad y les enseño mis hallazgos, la arquitectura nouveau e incluso decó en una ciudad románica. Visitamos la Catedral y repetimos fotos. Los llevo a la pensión y se inscriben aunque les parece un robo, que lo es. Se duchan, que yo ya lo he hecho y Jorge lo hará después.
César nos invita a tomar un vino al Parador. Se agradece la comodidad y el calorcito después de estar un día al aire. Aquí dormí hace cinco años. Pero eran otros tiempos, que en aquella época me lo podía pagar. Pero ahora, la vida está muy emocionante.
Pasamos por una tienda que inauguran y nos invitan a un vinito. Y van dos. Jorge, hábil como ninguno, consigue un plato de jamón recién cortado. Su picardía le vale de poco, porque cuando se acerca a nosotros, radiante de felicidad, le atacan cuatro señoras que no lo son y en un momento le dejan el plato que nos traía completamente vacío. Su inocencia le ha traicionado esta vez, que aves de rapiña le han robado el ganado mientras lo llamaba por los apriscos. Su cara de desolación es histórica.
Cenamos mucho, demasiado. Solo nos disculpa la frustración de la perdida del jamón. Hemos de reconocerlo, ha sido dolorosísima. Acusamos a Jorge de no haberlo sabido defender, peregrino de tres cuartos. Y nos morimos de la risa con sus excusas.
Al rato, no sé si por venganza o maldad, por travesura o ejercicio intelectual, nos vuelve a preguntar cómo llevamos el jeroglífico, que el tiempo va pasando y el toro nos va a coger. Le digo yo que a las reses ni las nombre, que les tengo repelús. César dice que son vacas. Y Miguel Ángel se muere de la risa mientras nosotros atacamos a los otros como podemos.
Cuando nos acostamos, la pierna sigue doliéndome mucho. No me quedan muchas opciones. Sólo puedo elegir el medio de transporte, que el destino sé que es la ciudad en la que resido. Mañana les diré que he de irme, que salvo un milagro, aquí ya no hago nada salvo dar pena, que es patética mi figura. La única posibilidad es si me recupero pronto, volver y retomar el Camino allí en donde ellos se encuentren. Pero si he de ser sincero, a pesar de seguir siendo muy niño, hace tiempo que no creo en cuentos.
Mala pata.

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Zamora - Santiago

17.01.08
13.02km (66.79)

A pesar de los pesares, duermo bien. Tengo la conciencia tranquila y no puedo arrepentirme de nada ya que no tengo otra opción que la de irme a casa. Otra cosa es la tristeza de no seguir y la frustración de quien pierde sus sueños. Pero estoy acostumbrado a luchar contra las decepciones.
Jorge se levanta unas tres o cuatro veces para ir al baño. Creo que no se encuentra bien o quizá cenó demasiado. Y así es, que me lo confirma cuando a las 7.30 horas de la mañana me despierta.
Me ducho corriendo y bajo a desayunar con ellos. Después, la despedida tras acompañarlos hasta la salida. Los veo irse y si no se me saltan las lágrimas es porque estoy curado de espantos,. Que pena, de verdad que sí me da quedarme aquí sin ellos, perderme su compañía y las mil historias que van a vivir. Pero la vida hay que tomarla como viene y valorar lo que se tiene, que siempre es mucho.
Mucho.
Lo que voy a decir a partir de este momento probablemente no interesará a nadie. Pero lo cuento porque es parte de mi ejercicio de aprendizaje. Sí, a perder. De cómo traté de superar una decepción. De cómo se me escapó de las manos la ilusión.
Dejo la mochila en la fonda y me voy a la biblioteca a conectarme a Internet. Me dejan hacerlo gratuitamente durante una hora y no abuso aunque no hay nadie. Saco un pasaje de avión de Santiago a casa, miro el correo y me voy para la Estación de autobuses. Allí, cuando abren, que bien es verdad que es muy temprano, saco un billete a Santiago.
El círculo se ha cerrado. El Camino está hecho y el retorno listo. Pero hemos perdido el norte, ya lo decía Miguel ayer. Sí, en la edad del GPS no sabemos por dónde nos da el aire. Y lo digo porque me ha costado más el ticket de autobús para recorrer unos cientos de kilómetros que el avión para cruzar la Península. No es lógico salvo que se pague por horas de viaje o incomodidades sufridas, entre ellas las películas que has de ver y sobre todo oír, quieras o no.
Desayuno otra vez y tras pasear y fotografiar de nuevo la ciudad, me como un bocadillo y una cola y me voy para el autobús. Llevo la mochila y todas mis tristezas. Las ilusiones las perdí el primer día. A mis amigos, su compañía, hoy.
En el bus, aburrido mientras miro paisajes de carretera, pienso en que ha sido una gran oportunidad perdida para conocer mejor a Miguel Ángel y hacerme amigo de él, que mucho me equivoco o es mejor persona que periodista y de verdad que es bueno. Una pena perderme su charla, sus risas y su amistad, sus ratos de silencio. Y la compañía de los tres, que aquí y ahora, echo de menos.
En Orense paramos en la estación de servicio. Aprovecho para tomar una cañita y brindar por ellos. Con suerte se me sube y me quita penas. Y atontado ya, no oigo la próxima película del bus, que seguro que es de tiros, como todas las que ponen.
Cuando salimos ya está anocheciendo, así que ya no me queda otro remedio que mirar en mí y comprender el vacío que me ha quedado. Todo por una pequeña lesión. Qué debe sentir un campeón olímpico cuando todos sus sueños de gloria se desvanecen con una rotura en la final. Tanto esfuerzo, tanto trabajo, para quedarte a nada de la gloria. Suerte tengo de no ser nadie, de haber perdido una pequeña oportunidad, de no vivir una divertida experiencia. Pero nada más. No era la oportunidad de mi vida y si tengo suerte, en unos días estoy de nuevo en el tajo, muerto de risa con mis amigos, perdido por el monte en el tiempo, vagando en mi espacio interior. Tomando tortillas de patatas, gotas de orujo y disfrutando de la amistad de mis compañeros.
Llego a Santiago. Llueve, Me acerco al centro cojeando y mojado como voy, le doy un abrazo al Santo. Le pido que no me lo tenga en cuenta, que el sabe que no soy un blando, que no me rindo tan fácilmente. Que ya que la lesión me ha echado del Camino, que les eche Él una mano a mis amigos. Aunque esos poco necesitan, que son fieras redomadas, comemillas salvajes.
Me busco un hotelito, limpio, cómodo, barato y en el de siempre me presento. Me reconocen, tantas veces ya. Y les advierto que en unas dos semanas llegamos de nuevo, todos. Y ya les reservo cama.
Llamo a mis compañeros. Me cuentan las incidencias del día y les cuento yo las mías. Y en cuanto puede, Jorge me pregunta por el jeroglífico. Dice que lo llevan muy atrasado, que voy a tener que volver a ayudarles. Y entre risas agradezco de corazón la amistad que me ofrecen.
Ceno y tras pasear por esta inacabable ciudad, de oír las campanas en la lluvia, de cojear por las ruelas, me subo a mi cuarto a dormir la decepción que supone no haber llegado andando, radiante de alegría. Y a soñar con lo afortunado que soy por todo lo demás, por todo lo que poseo y atesoro. Salud, tiempo y sobre todo la amistad de mis compañeros.

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Vuelta a casa

18.01.08

Me despierto tarde, he dormido de un tirón. Estaba cansado y empiezo a aceptar que me voy a casa. Buena señal. Si no me atormentan las tristezas es que voy aprendiendo la lección. Que es bastante más difícil que andar con un pie lleno de ampollas y perdiendo uñas por los montes embarrados. Lo digo como lo siento.
Desayuno mientras me comentan los del hotel las historias del año, que ya hace doce meses que no venía por aquí. Cómo vuela el tiempo, como pasa la vida, casi sin enterarnos, que a veces es difícil aprovecharla, no dejar que se nos escape entre los días.
Doy un paseo y me acerco al Dakar, a tomar otro café y uno de sus enormes croissants, a leer el periódico, a escribir el diario, a ver llover y oír al ciego que vende cupones en correos, mantra de ciudad antigua y sosegada.
Voy a hacer fotos y acabo en la Misa del peregrino. Vacía, ningún peregrino ha llegado en las últimas horas. Que yo no lo soy, que no he alcanzado el mérito.
No son tiempos de muchedumbres.
Cuando salgo, camino de un restaurante de menú barato, me encuentro con Zapatones. Va de paisano, supongo que está de vacaciones. Me reconoce y me saluda. Son muchas ya las veces que he llegado a Santiago.
Me van a echar, por pesado.
Tras la comida, me voy a tomar un té al casino y a leer un poco tras escribir en mi diario. Siempre llevo conmigo un libro de la editorial el Parnasillo en la mochila, en mis viajes. No ocupan lugar y me dan la satisfacción de leer los clásicos..
Más tarde, me acerco a Santiago, le doy un abrazo y me despido de Él hasta muy pronto. Que volveré para terminar con mis amigos. O para recibirlos cuando lleguen. Pero algo muy grave ha de pasar para no estar aquí con ellos en unos días, de celebración.
Recojo la mochila y me subo al aeropuerto. Se me iluminan los ojos en cuanto veo el primer avión. Sí, lo he dicho en alguna ocasión, me gustan. Me gusta volar, me gusta viajar como los pájaros. Y sin videos asesinos.
Antes de embarcar, me llaman mis compañeros para informarme cómo ha ido el día. Me cuentan un par de anécdotas y me mandan ánimos, que me esperan en breve. Y Jorge, una vez más, me pregunta cómo llevo el jeroglífico. Y nos morimos de la risa.
Cuando subo al A320 voy contento. Tengo unos amigos que no me los merezco y en unos días estaré con ellos. Qué importancia tiene una cojera en una vida en la que algunos me sonríen con cariño.

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Intermedio

En casa los días pasan lentamente. El reposo y el trabajo hacen milagros en las tendinitis pero la rutina es mala para el espíritu. César, Miguel Ángel y Jorge me llaman cada día, al llegar al refugio, al estar tranquilos celebrando que han llegado, cómo van avanzando.
Me entero de cómo César se ha doblado un tobillo y lo lleva todo hinchado. Que sobrevive gracias a su tesón y fortaleza, que ha de llevarlo vendado y bien untado de anti inflamatorio. De cómo Miguel Ángel avanza sufriendo una tendinitis en la rodilla. De cómo Jorge llega exhausto cada día, que ha de parar cada hora porque los pies le arden.
Desde aquí, desde la vida fácil de la ciudad y las comodidades de las que ahora gozo, comprendo mejor el esfuerzo que mis amigos viven al tener que dormir algún día con frío en el suelo de un polideportivo, de quedarse sin cenar porque no han querido servirles, de ser despreciados por algunos en ciertos pueblos, de llegar cansados tras recorrer cuarenta kilómetros de montes y senderos, de perderse por los apriscos.
De las alegrías que han sentido al encontrarse con alguien que bien los ha recibido, de quienes les han ofrecido la bondad de sus vidas. De todos aquellos monumentos, historia y museos que han podido visitar y admirar.
Del placer que aporta la naturaleza salvaje y los senderos que los han llevado de ladera a ribera, de monte a pradera, de bosque a río. Del cielo que los ha acompañado. De la luna que les ha iluminado las noches y el sol anunciado el día. Del compañerismo de saberse en amistad, en comunión con otros individuos. En el tiempo, en el espacio. En la aventura y en la ilusión. En el esfuerzo.
Y cada día Jorge me pregunta por el jeroglífico. Me pierdo su cara de pillo, sus ojos iluminados por la sonrisa, pero me muero de la risa igualmente porque oigo su voz, llena de vida e inteligencia, de libertad y alegría. Porque sé de su cariño y amistad, la de los tres.
Les cuento que voy a mejor, pero que todavía no estoy bien, que no puedo llevar su ritmo, caminar treinta o cuarenta kilómetros. Que si no mejoro muy deprisa en los últimos días, cogeré un avión el día 30 para estar allí cuando lleguen. Que ese abrazo, ese momento, no me lo pierdo.
Me prometen que ya que no puedo escribir el diario, que lo harán ellos completando los días de peregrinaje que yo no he vivido. Quizá sea una suerte esta cojera, porque además de la riqueza personal que me ha aportado el superar mis decepciones y tristezas, de comprender mejor lo que vale la vida, la salud y la amistad, la comunidad de peregrinos consigue un diario escrito desde cuatro puntos de vista, desde cuatro personalidades diferentes viviendo todas una misma experiencia en un mismo tiempo. Aquellos que tengan la suerte de leerlos todos, comprenderán mejor qué es el Camino, que nos lleva a Santiago por qué volvemos una y otra vez.
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A Santiago

30.01.08

Y llegó el día. He seguido su recorrido desde casa, con ilusión. He vivido su peregrinar desde fuera aunque con sus llamadas y amistad me han hecho partícipe de él. Esta noche han dormido a 17 kilómetros, en San Pedro de Vilanova. Hoy, tranquilamente llegarán a Santiago.
Madrugo y cojo un avión a las 6.00 de la mañana. Ni los bares del aeropuerto están abiertos. Pero me da igual el esfuerzo porque lo hago con ilusión. Porque nunca pondré peros a coger un avión, porque despertar significa vivir y soy un enamorado de la vida. Pero sobre todo, porque voy a tener la alegría de ver cómo mis amigos llegan tras un esfuerzo de dos semanas.
Despega el avión entre estrellas. Oscura, la noche en las alturas me lleva a pensar en la dimensión del tiempo. En las diferentes velocidades a las que pasa en valor de una ocupación u otra. Un tiempo breve en el Camino es una eternidad en casa. Algo que es un fluir por los montes, es un estancamiento en la rutina del hogar.
Pero el frío me saca de mis pensamientos. El avión va prácticamente vacío y el aire se nota. Digo el acondicionado, que llevamos las ventanillas cerradas y el de fuera no nos molesta. No es como en tiempos de Asdrúbal, piloto legendario del que mi madre tanto me habló y que mis amigos tuvieron la enorme suerte de encontrar su casa museo en Xunqueira de Ambía.
Aterrizamos en Santiago, todavía de noche. Chispea y hace fresco. Quizá es la hora o que llevo el frío dentro. Como queda casi una hora hasta que pase el primer bus a la ciudad, me voy a desayunar, que ya voy desesperado de hambre.
De allí a la parada y tras una media hora de recorrido y tres mil paradas en las que va amaneciendo, llegamos a la ciudad. Me acerco al hotel, dejo la bolsa y desayuno otra vez. Es muy temprano y mis amigos no van a llegar antes de las once.
Paseo un rato y les mando un mensaje. Están a 5 km del casco antiguo. Ya está, lo han logrado. Es curioso, me siento orgulloso de ellos. Más que si lo hubiera hecho yo mismo.
Como falta poco, me voy a la Oficina del Peregrino y espero a que lleguen. Me entretengo haciendo fotos de los alrededores pero cuando ya no me queda nada por meter en mi cámara me pregunto qué pasa que no llegan. Se hacen de rogar porque no los veo aparecer ¿O son las ganas que tengo de abrazarlos?
Por fin aparecen por la esquina, cojeando, sobre todo Miguel Ángel. Me sorprende ver lo morenos que están, salvo César. Lo barbados que van, excepto César. Lo sucios que visten, excepto César, claro, que va impecable. Un señor de la ruta.
Tras unos breves abrazos, subimos a la oficina. Me pasan una Credencial que han ido sellando de estrangis, para mi colección de sellos y para que me den una Compostela que no me merezco pero que me permita ir a disfrutar de los ágapes gratuitos de los Reyes Católicos. Picardías del Camino.
De allí a todo correr a Misa del Peregrino en la que Miguel Ángel leerá un texto. Jorge lo ha liado desde que le dijo que había hecho de monaguillo un verano. Y se va corriendo para avisar a la monja y a los sacerdotes que ofician mientras César y Miguel Ángel siguen saboreando de la gloria del momento, de haber llegado a pesar de las mil vicisitudes.
Cuando llegamos los tres a la Catedral, Jorge ya desde la sacristía ha liado a todo el mundo y anda pidiendo ropa adecuada para Miguel Ángel. No sé de qué lo quiere vestir, pero no lo consigue. De milagro.
Subimos al banco de los elegidos. Al que yo no tengo ningún derecho pero al que me arrastran mis amigos. Sucios, barbados y morenos como van, yo debo parecer una princesa. Y la monja me mira, porque no entiende nada. Menos mal que César va impecable y eso me disimula un poco.
Sale Miguel Ángel, se atasca en una palabra y termina el texto con voz clara. Yo no habría pasado de la primera línea y me hubieran pitado. Por torpe, tímido y mal lector. Y hubieran pedido que alguien les aclarase lo que hubiera leído, porque lo hubiera hecho mal. Fatal diría.
Termina la Misa y nos vamos a comer un caldo gallego y a que me cuenten todas las historias. Seguimos por el Casino, en donde Jorge, que sigue pochito, se queda traspuesto y suelta un par de ronquidos suaves y elegantes.
Paseamos la tarde y nos vamos a los Reyes Católicos a cenar. Nos juntamos con otros peregrinos que han venido por otras rutas. Comentan experiencias y anécdotas mientras por una vez callo. Porque esta vez no tengo nada que decir, que lo que he vivido no tiene mayor interés para quienes no me conocen.
Pasamos el resto de la tarde hablando, riendo y yo oyendo sus historias. Fotografiando lo que tantas veces hemos hecho ya, viendo las fotos que han ido haciendo en estos días.
En el Casino de nuevo, Jorge nos pregunta si ya hemos resuelto el jeroglífico. Como no hemos sido capaces de hacerlo, se ofrece a darnos, por fin, la solución. Alborozados, le prestamos atención. Y es esto lo que dice entre sonrisas pícaras:

UN DE PAR DE GU ANTES DE PUNTO

Nos sorprende la sencillez del resultado y le felicitamos. Nos ha llevado de cabeza durante dos semanas cuando la solución estaba ante nuestros ojos. Y el muy canalla no ha soltado prenda. Un tipo duro.
Nos vamos a un bar con wifi a tomar unas gotas de orujo y a curiosear por internet. Ellos llevan desconectados muchos días y tienen un montón de correos amontonados. Yo le paso a Jorge una carta en ruso para que me la traduzca, que no tengo a mano mi traductor on line, ese que traduce como quiere, pero que me saca de apuros la más de las veces.
De allí a la cama, que a todos se nos cierran los ojos. A ellos por el ejercicio. A mí por el madrugón. Pero ni Jorge ni yo podemos dormir. No sé si por los nervios y emociones, si como los niños, por tener mucho sueño.
Pero cuando me doy cuenta, está amaneciendo.
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A casa

31.01.08

Nos reunimos los cuatro en la cafetería del hotel. César se va a casa en el tren de las 9 de la mañana. Lo acompañamos a la estación y se escapa hacia el andén. Creo que lo agobiamos, hablando todos a la vez, despidiéndonos hasta el próximo año, que haremos el Camino del Norte o quizá nos tomemos una libertad, un año sabático y nos vayamos al Caribe a hacer el Camino Cubano, si la situación política lo permite, que a los cuatro nos apetece.
A las 9 vamos al Parador a desayunar otra vez. Nos encontramos con un peregrino alemán que durante el último mes ha hecho el Camino Francés. Ha aprendido a decir gracias y mañana y se nos queja de que en Santiago no hay nada en alemán. Algunos salen de su país para recorrer mundo y no se enteran de las diferencias. Lamentable.
A las 12, después de callejear y tomarnos unos vinitos, volvemos a los Reyes Católicos a comer. Nos dan tantos platos que no podemos con todo. Nos hemos de ir a tomar un orujito para disolver tanto alimento y hacer una buena y apacible digestión en el Casino, en donde Jorge se echa una discreta siestecita, con algún elegante suspiro, mientras Miguel Ángel me cuenta cosas y anécdotas del caminar.
A media tarde subimos al aeropuerto. Ellos vuelan un par de horas antes que yo. Me despido de ellos hasta muy pronto y me voy a tomar un café y leer un rato mientras espero la hora de embarque.
Ya en el avión, pienso que ha sido una aventura extraña y especial, pero interesante, instructiva, y afectiva. La noche me recoge de nuevo en el aire y en paz regreso a casa.

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Epílogo

Siento haberme perdido la aventura. Siento el no haber vivido lo que ellos sí. Lamento no haber sufrido en mi físico las venturas y desventuras de dos semanas por el monte. Echo de menos no haber visitado los lugares, iglesias y museos que ellos pudieron. Sufro el no haber probado todo lo que comieron y bebieron, lo bueno y lo malo. Echo de menos el no haber estado con ellos en la casa museo del piloto Asdrúbal, pero sobre todo, echo de menos el no haber compartido este tiempo con ellos, haber gozado de su amistad y alegrías, de su cariño y compañía. Lamento el no haber unido un poco más nuestras vidas a través de lo vivido.
Les agradezco todo lo que me ofrecieron y contaron, lo que me dieron y dijeron, lo que me ayudaron. Fue un tiempo difícil que ellos supieron convertir en puro trámite. Les agradezco lo que no se puede pagar nada más que con amistad y cariño.
Sí, lo que más siento es haberme perdido los pinchos de tortilla.
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Final

Creo que todos estamos cumpliendo y hemos escrito el diario. O lo estamos acabando. A ratos, cuando nuestras obligaciones nos lo permiten. El primero en acabarlo fue Jorge, el derviche veloz, rápido como la luz. Pero era tan bueno lo que escribió que un editor se lo secuestró para editarlo.
Qué se puede hacer con un amigo así...