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La Vía de la Plata
Segundo intento
0a. Introducción
0b. Prólogo
00. A Sevilla
01. Sevilla - Itálica
02. Itálica - Gillena
03. Gillena - Castilblanco
04. Castilblanco - Almadén de la Plata
05. Almadén - El Real de la Jara
06. El Real de la Jara - Monesterio
07. Monesterio - Fuente de Cantos
08. Fuente de Cantos - Zafra
09. Zafra - Villafranca de los Barros
10. Villafranca - Torremejía - Merida
11. Mérida - Mérida
12. Mérida - Mérida
13. Mérida - Aljucén
14. Aljucén - Alcuéscar
15. Alcuéscar - Aldea del Cano
16. Aldea del Cano - Cáceres
17. Cáceres - Cáceres
18. Cáceres - Salamanca
19. Salamanca - Salamanca
20. Salamanca - Zamora
21. Zamora - Santiago de Compostela
22. Santiago - Santiago
23. Santiago - Santiago
24. Santiago - Casa
25. Epílogo
26. Final

Introducción

No hay oscuridad para quien camina con luz.
Hace un mes me hicieron un cateterismo al corazón, lo que llaman una ablación. Las arritmias y las taquicardias, consecuencia de los nervios, me estaban matando. Todo salió bien, aquellas desaparecieron y me encuentro restablecido. Pero yo, que acostumbro a estar en reposo a unas 52 pulsaciones (alrededor de 30 en descanso) estoy ahora por encima de las 90. Dicen que bajarán, pero no me gusta y me siento raro. No me imagino salir a correr con este ritmo cardíaco. Llevo un pulsómetro y voy estudiándome. Veremos lo que pasa, cómo me siento durante la ruta. Tras ella tengo cita con el cardiólogo y allí podremos comentar cómo ha reaccionado mi cuerpo al esfuerzo y obrar en consecuencia. Pero así no me voy a quedar.
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Prólogo

A Ademir lo conocí ahora hace un año en el Camino Francés. Juntos caminamos, en compañía de Derren, desde Roncesvalles hasta la plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela. Tras meses de intercambio de fotos y cartas, de emails y de recuerdos, se animó a acompañarme a hacer la Vía de la Plata.

Voy al aeropuerto a recogerlo. Viene en vuelo directo desde Río de Janeiro. Conociéndolo, sabiendo de su histrionismo, sé que aparecerá agotado, hundido, acompañado, si no colgado, de un par de azafatas, dos guardias civiles y un piloto, acusando las horas de vuelo, el cambio de horario, el jet lag.

Él es así, sufre mucho con todo. Al igual que disfruta.

Ya reunidos, tras los abrazos y la alegría del reencuentro, nos vamos hacia casa de mi hermano. La mía está en obras y me han acogido, casi adoptado. A los pobres les hago cargar con mis manías y últimamente con amigos. Ya es de agradecer.

Para no molestar más de lo necesario, mañana me llevaré a Ademir a San Sebastián. Así conoce una maravillosa ciudad, va adecuándose a los ritmos y horarios de Europa y a mí me acompaña mientras resuelvo un par de asuntos por allí. Después, volvemos, nos meteremos en un avión y volaremos a Sevilla para tratar de llegar a Santiago por la Vía de la Plata, ruta que usaron aquellos que viniendo del sur desearon llegar al norte y en la que, de ley es reconocerlo, fracasé el pasado año por culpa de los temporales.

A San Sebastián volamos en diferentes aviones. Cuando llego, Ademir duerme. Aprovecha para reencontrarse consigo mismo y con el país que lo va a acoger durante el próximo mes. Lo despierto y me lo llevo a ver el lugar. En los momentos de vigilia le hago saborear las delicias de los pintxos, txakolí, clarete y demás alegrías de la tierra. Le enseño de los pescados de nuestro mar y de sus sabores. Le llevo a ver mis paisajes favoritos, le presento a mis mejores amigos y saludamos a los perros que me recuerdan. Me acompaña mientras me hacen una entrevista para una revista de surf y se ríe de las anécdotas que relato. Vamos de paseo y se compra pantalones, mochila y botas. Cumplido el tiempo, tomamos un avión, esta vez juntos, y volvemos a casa de mi hermano. A dar guerra y a preparar el equipo para volar a Sevilla.

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A Sevilla

I
01.03.02
14.50 km-14.50 km

Al día siguiente, casi sin haber molestado, nos despedimos de mi familia, cargamos las mochilas y subimos al aeropuerto. Somos una pareja lenta, he de decirlo. Ademir no acaba de recuperarse del viaje ni acaba de adaptarse al cambio de horario. Y yo, que sufro desde hace un par de días un gripazo de los gordos, con fiebre y antibióticos no soy lo que acostumbro. Somos sombras de nosotros mismos

El ritmo que llevamos nos hace una trastada. Distraídos, hemos llegado tarde y el vuelo está cerrado. Desesperados, buscamos una solución. Preguntando, solicitando ayuda para resolver el problema, llegamos a la azafata jefe de tierra de Iberia que nos dice amablemente que si hay una posibilidad, nos hará un sitio. Y en efecto, al cabo de un momento nos entrega las tarjetas de embarque. Como el avión va lleno nos ha sentado en primera. Con nuestras mejores sonrisas mientras yo le prometo matrimonio, le agradecemos su gentileza y su excelente gestión. El vuelo lo compré hace meses, baratísimo, a un precio cómico, y resulta que vamos a volar en él como señores. Decidimos celebrarlo en la sala VIPs, tomando un cafelito, que nos lo hemos ganado con el susto. Más vale que nos vayamos olvidando de todos estos lujos, que nos esperan días de austeridad y esfuerzo.

El vuelo IB 1134 es perfecto. Además, como vamos en primera, las gentilezas se suceden. Una hora, diecinueve minutos y treinta y cinco segundos después de que haber despegado, el A320 toma tierra en el aeropuerto de San Pablo por la pista 09, creo

Un taxi nos baja a la ciudad y nos acerca al Convento de Santa Rosalía, en el que me recuerdan del año pasado. Llueve menos, comento. Y las monjitas, persignándose entre aspavientos, recuerdan el temporal de la pasada primavera.

Tras el pago de 12€ por noche, 500 pesetas más que el año pasado, nos instalamos en el dormitorio. No hay más peregrinos, estamos solos, por lo que nos lo repartimos a medias. Es decir, de esta cama hasta el final de la izquierda, para ti. De la misma cama hasta aquí, al final de la derecha del enorme dormitorio, para mí. Y que no te vea por aquí...

Está nublado en Sevilla pero no llueve. Hay anuncio de lluvias y la temperatura es de unos 15º C. La ciudad no luce su maravillosa luz, pero a pesar de todo me deslumbra con su belleza, con su encanto. Ademir no la disfruta mucho. Va como adormilado, entre tristón y ausente. Lleva así desde que llegó, no es el brasileño alegre, nervioso y latino del año pasado. Mucho le está durando el jet lag. Le falta ilusión. Y se pregunta qué hace aquí, en tierra extraña, de aventura con un loco.

Le hago probar un fino, fresco, seco y luminoso. Le hago olerlo y paladearlo, trato de hacerle comprender en dónde está. Le cuento del Guadalquivir y del Archivo de Indias, de la historia, cultura y aventuras que esta tierra dio y cobijó. Del pasado árabe, del presente en occidente, del futuro en el mundo. Pero nada, permanece ausente a todo lo que le explico y presento.

Paseamos y visitamos la Catedral, la tumba de Colón. Aprovechamos para conseguir una credencial para Ademir en la sacristía. Hemos tenido mucha suerte en encontrar a alguien a estas horas en ella y que nos pudiera ofrecer ayuda para resolver este pequeño problema.

De allí pasamos a visitar una exposición maravillosa de paisajes de la Escuela de Alcalá de Guadaíra. Me llevo el póster que la anuncia, extraordinario cartel, que no sé cómo voy a hacer para que llegue en buen estado a Santiago y luego a casa.

Cenamos una tontería y nos vamos al convento. Ya en la cama, a oscuras, con Ademir durmiendo, me pregunto qué me trae al Camino de nuevo, por qué desde hace tres años vuelvo cada primavera a él, a sufrir penalidades, a vivir en profunda austeridad, a padecer frío y calor. A ser libre y disfrutar, a oír a los pájaros y oler el campo, a sentir la brisa, la lluvia y el sol. A visitar monumentos y escuchar historias y leyendas de los lugares por los que paso. A olvidar todo aquello que no es esencial y recordar lo que sí lo fue. A encontrarme, perdido por los montes.

Me tranquiliza saber que antes de esta noche, muchos otros se han hecho la misma pregunta y quizá, sin saber la respuesta, han vuelto a caminar por los campos de Europa hacia donde la leyenda dice que una noche fue hallado el cuerpo de Santiago.

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Sevilla - Itálica

II
02.03.02
23.73 km - 38.23km

Hemos dormido muy bien y mucho, pues cuando salimos a desayunar, después de recoger y ducharnos son casi a las nueve de la mañana. Da casi vergüenza ir con este horario, pero Ademir sigue con su jet lag. Yo, que estoy griposo, acuso el bajón de la fiebre y los antibióticos que llevo tomando desde hace unos días.

Hace una mañana maravillosa, sensacional de luz y color, con el aire transparente y un solazo que es una alegría. Pero hace frío, mucho frío, muchísimo frío. No sé por qué, pero el día es aterradoramente frío. Por aquí, por estas tierras, no hay lobos, pero dan ganas de mirar. Quizá viera bisontes, que es tierra de toros...

En el primer bar que encontramos nos metemos a tomar un café caliente. El frío ha podido con nosotros, que Ademir es de tierras cálidas y yo, casi. Nos dan unos churros tipo fritanga chunga que harían historia en la peor churrería de feria del pueblo más olvidado del universo, allá por San Lejanio. Para colmo, los camareros son los menos amables que he encontrado por el mundo, tirando a bordes y mal educados. En fin, que nos amargan el inicio del día y se quedan sin propina.

De allí por la calle de las Sierpes nos vamos hasta la Puerta de la Ascensión. Nos hacemos una foto, que en realidad nos la hace un señor que por allí pasa, para recuerdo del momento y para comparar con la del final, si con buen pie llegamos.

Comenzamos a andar conscientes de lo que ahora iniciamos y de lo que mañana nos espera, porque hoy vamos de señoritos, de bonitos. Sí, sin mochila y con la intención más de entrar en calor, en sustancia, que otra cosa, pues nos vamos a dar un paseo hasta Itálica para calentar motores. Y aprovechar y visitar las ruinas, que bien se lo merecen.

Cruzamos el Guadalquivir y al salir del barrio de Triana tomamos la variante que pasa por el Cortijo de Gambogaz evitando así pasar por Camas. El camino es agradable, sin más. El resto lo hace el día y la primavera, que siembra de flores el campo

El día avanza, el sol aprieta y la temperatura sube. Poco a poco desaparece aquel frío aterrador y empezamos primero a entonarnos, luego a entrar en calor y después a sudar. Nos quitamos algo de ropa que nos atamos a la cintura y seguimos adelante, comentando cosas, anécdotas y recuerdos, que es demasiado pronto para tener historia de esta ruta.

Camino con el pulsómetro para analizar mi ritmo cardiaco. Como voy alto, no lo dejo pasar de 105 pulsaciones con lo que me veo obligado a andar bastante suavecito si no quiero que me pite. Ademir me lo agradece, que está potxo. No sé lo que le pasa, pero no va bien. Para ser el jet lag han pasado demasiados días. Quizá tiene algún problema que le entristece. Espero que no sea nada y que esta Vía le ayude en todos los sentidos, que yo poco puedo ofrecer salvo la compañía y la amistad.

Llegamos a Santiponce a las 11.30 de la mañana. Compramos unos plátanos y nos los comemos al sol en un banco del pueblo mientras descansamos un rato, que ha sido un paseo de nada. Los vecinos nos miran con curiosidad, pues no saben cómo clasificarnos. No damos ni la imagen de turistas ni la de peregrinos, que vamos sin mochilas. Debemos ser un híbrido de ambos con un toque de extranjeros y una pincelada de artistas. O sea, todo un espectáculo para las gentes sencillas, porque comiendo plátanos debemos de quedar muy monos. Esto me hace recordar una anécdota. Hace años, tomando un café en una terraza de un bar en una pequeña y olvidada isla, una chica se me acercó y me preguntó si yo era arqueólogo. Todavía no me he repuesto de la sorpresa y aún me río cuando lo recuerdo. Me pregunto la imagen que debía dar. O lo peliculera que era ella. A quién se le ocurre...

Mientras nos reímos de nuestra apariencia nos acercamos al conjunto arqueológico. La entrada nos cuesta un euro y medio a cada uno, es decir, 250 pesetas de antes. Nos pateamos todas y cada una de las calles de la Colonia Aelia Augusta visitando y admirando los mosaicos, casas y anfiteatro. Nos dejamos llevar por la imaginación y recreamos un mundo del pasado. Pero he de reconocer que echamos mano de un montón de películas con lo que no sé hasta qué punto nos queda muy real aunque eso sí, muy divertida. Cuando encontramos un banco, nos sentamos, que cansa más visitar que caminar, que yo al menos no sé andar despacio ni con lesiones de corazón.

Vergüenza da decirlo, pero volvemos a Sevilla en bus, como señores. Si, lo reconozco, debería añadir el adjetivo comodones, o sea, señorones. Pero ya he dicho líneas atrás que esta etapa era de contacto, para calentar músculos y comprobar el estado de la máquina. Y para disfrutar de la tierra y del clima, que si recuerdo lo que sufrí por aquí el año pasado me dan tembleques y se me acelera el pulso. Y lo más importante, gozar de la compañía de un amigo, compartir con él lo bueno y lo malo de un año de existencia, lo importante y lo que no lo es tanto, todos esos instantes sin aparente valor que conforman nuestro días y con ellos, la vida.

Ya en Sevilla vamos hacia el convento. Ademir está enfadado porque se ha cansado. Yo me siento fresco como una lechuga. Parece mentira que un mes después de haber pasado por el quirófano y todavía con un gripazo de los de 40º de fiebre, me sienta fuerte y en forma a pesar de ir acelerado. Debo de ir tirando de reservas, que se dice que quien tuvo, retuvo. O es la buena forma adquirida haciendo yoga estos últimos meses según recomendación de mis cardiólogos. Que esto del Ashtanga te pone como un torete. Sí, como el de Teruel, que soy pequeño como aquél.

Como es hora de comer y mi amigo no quiere saber nada de la vida y se acuesta, me voy a dar una vuelta por esta maravillosa ciudad y aprovecho para comer un menú barato, pasear, leer la prensa al sol y aprender de la vida, de la luz.

Paso la tarde pateando la ciudad. En ella encuentro tiendas maravillosas, con piezas que sólo se pueden encontrar en esta extraordinaria tierra. Disfruto mucho curioseando en ellas. Pero naturalmente, no compro nada. No me imagino con la mochila llena de objetos. Pero me prometo un viaje turístico a Sevilla, a disfrutar de la ciudad que ahora casi no aprovecho, a buscar aquello que siempre me ha emocionado y que sólo aquí es posible encontrar.

De vuelta al convento, tarde ya, me reúno con Ademir que aparentemente está algo más animado. Cenamos en la cocina que tienen las monjitas habilitada para los peregrinos, y nos concienciamos que mañana empieza de verdad la aventura, que lo de hoy ha sido un regalito que nos hemos hecho. Para empezar con buen pie, claro.

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Itálica - Gillena

III
03.03.02
16.25 km - 54.48 km

Vergonzoso. Sí, nos hemos vuelto a dormir. No puedo contar con Ademir para despertar temprano pues sigue en otro mundo, no sé si todavía en el nuevo. Yo estoy achacoso y blandengue con los restos de fiebre, gripe y antibióticos. En fin, que eran ya las 8.30 cuando duchados y organizados, estábamos listos para salir.

Dormidos íbamos en verdad, que cuando cruzamos la puerta vemos que llueve a cántaros. Jarrea y no nos habíamos enterado. Sin comentarios. Así que de vuelta al dormitorio, a cambiarnos de pantalones, a ponernos los de agua, a sacar los chubasqueros, y a hacernos una idea de que la primavera de ayer se ha convertido en un otoño húmedo y tristón.

Listos ya, con la vestimenta apropiada, con la mente preparada para coger el Arca de Noé si fuera necesario, tiramos palante. En una jugada turbia y casi alevosa, me llevo a mi amigo a la calle de las Sierpes a desayunar unos maravillosos bollos de leche en La Campana. Ademir no se ha enterado del desvío que hemos trazado y le he alegrado la mañana con camareros eficientes en un local clásico en el que es difícil antes de salir al diluvio dejar de pedir otro bollo y uno más después. Porque lo de fuera es el diluvio, no sé si el universal o tan sólo local, pero llueve a gusto. Impresionante.

Todo esto me recuerda el año pasado. No quiero imaginarme otra llegada a Guillena como la que hice en el 2001. Ademir no la resistiría y creo que a mí ya no me quedan fuerzas para repetirla. Ni ganas. A veces pienso que salí vivo de milagro. No me extraña que mi familia estuviera a punto de llamar a la guardia civil.

En la Puerta de la Ascensión, a la vera de la Catedral, nos hemos concienciado de lo que nos espera. Hemos repetido foto y nos hemos deseado buen camino. Si todo va bien, en unos cuarenta días estamos abrazando a Santiago. Nos deseamos suerte y fuerza, que ambas vamos a necesitar

Aunque suene cómico tras tanto teatro, nos hemos ido muy serios, muy en nuestro papel de peregrinos, a la estación de autobuses. Allí nos hemos montado en el que va a Santiponce. Genial, qué bien se va en autobús. Los científicos andan buscando un agujero de gusano y no saben que lo tienen ahí mismo, al lado de casa, que coger un bus cuando se camina no es otra cosa, te transporta por el espacio en un santiamén

Entre una cosa y otra hemos llegado a la entrada del conjunto arqueológico de Itálica a las doce de la mañana. Hasta aquí caminamos ayer y a partir de aquí lo haremos hoy. Otra media etapa, para ir entrando en calor. Nos dejaremos ir, tranquilitos, hasta Guillena y ya mañana empezaremos con las etapas de verdad, enteritas.

Al llegar a los eucaliptos, en los que has de elegir la pista forestal o el senderito que va junto a la antigua vía del ferrocarril, hemos encontrado los primeros lodos. Había mucho charco de las lluvias de estos días, pero aunque Ademir ha hecho muchos aspavientos, que los barros se nos pegaban a las botas y pesaban, hemos pasado si no con cierta gracia sí con dignidad. Ha sido un momento, un suspiro. A partir de ahí hemos seguido como señores. Que mi amigo haya hecho tanto teatro quizá se deba a que lleva botas nuevas y le da pena mancharlas por primera vez. Las mías han pasado por estos lugares sin mirar atrás, que ya se saludan con el barrizal. Me han comentado que si esto sigue así se van a meter a anfibias. Pero me han avisado de que no piensan bucear, que ya tuvieron suficiente con lo del pasado año. He de reconocer que esta vez estamos de acuerdo los tres, es decir, la derecha, la izquierda y quien calza ambas. Y si los cordones tuvieran voz en este entierro estoy seguro que dirían que se niegan a hacer de nuevo el gusano de agua, que el año pasado casi se los come el monstruo de las profundidades.

Sí, fue impresionante.

Pero tanto discutir y recordar no nos lleva a nada y nos estamos perdiendo el cambio que se está produciendo. Ha salido el sol y la primavera vuelve a lucir. El caos que recuerdo del pasado intento se convierte en un maravilloso sendero pleno de florecillas, mientras caminamos por donde iba la antigua vía del tren. Delicioso deambular. Todo es agradabilísimo. El silencio, la vegetación, la vereda, y el clima. Y pensar que en un momento habremos llegado, que esta etapa que nos hemos montado no llega a los quince kilómetros. Una fruslería.

Vadeamos un par de arroyos muertos de la risa. Nos negamos a descalzarnos, pues las aguas bajan con un cartel que pone:

HELADO CON SABOR A TRUCHA.

Haciendo filigranas, equilibrios e ingeniería con cuanto árbol, piedra u objeto caído hemos encontrado, pasamos muy dignos y sobre todo secos. Si meto una bota en esas aguas, además de perder un par de dedos por congelación, estoy seguro de que se me niega a continuar. Y no es este momento para empezar a discutir cuando todavía se ve la maravillosa Sevilla allá en el horizonte.

He de decir que aunque en algún momento hemos dudado por dónde seguir, esto se ha debido más a nuestra torpeza que a otra cosa, porque el camino está bien señalizado. Pocas dudas caben en esta etapa y todas están resueltas con claridad e inteligencia. Vamos, que si yo he llegado, cualquiera puede hacerlo.

Este pensamiento me hace recordar otro, memorable, del astrofísico Stephen Hawking, quien refiriéndose a la tierra, en un elegante guiño dice que no hay vida inteligente en el universo.

Sin comentarios.

Cuando entramos en Guillena me embarga una inmensa alegría. Es la primera etapa terminada, que esto siempre anima, y sobre todo, llego entero, fuerte y seco, no como el año pasado, que todavía no sé cómo sobreviví. Hoy me he quitado una espina que llevaba clavada muy adentro. Que mientras lo del año pasado fue una locura, hoy ha sido un delicioso paseo con un par de pequeñas dificultades para darle salsa.

Nos acercamos al Hostal Francés, que nos reciben tan cariñosos y amables como siempre. Cuando me pido un fino para celebrar que hemos llegado, me recuerdan del año pasado. No me extraña, debió ser histórica la pinta de superviviente que llevaba. Y el cuarto que muy a mi pesar les dejé, embarrado hasta las lámparas. Y mira que tuve exquisito cuidado para ensuciar lo menos posible.

Nos duchamos y nos vamos a dar un paseo por el pueblo. Volvemos pronto porque en seguida se nos acaba la villa. Nos quedamos en el bar, tomando un par de refrescos y comentando las vicisitudes del día.

Mañana tendremos que enfrentarnos a la primera etapa verdadera, aunque no sea de muchos kilómetros. Pero hemos de cruzar un par de fincas de toros. Espero que anden a sus cosas y no les vea ni el rabo. Que las reses a mí no me gustan nada más que en el plato, porque lo siento pero soy de mar.

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Gillena - Castilblanco

IV
04.03.02
21.66 - 76.14

Hemos dormido muy bien., sin enterarnos del aguacero que ha caído durante toda la noche y seguía cuando nos duchábamos. No sé en donde caía más agua, si en la calle o en el plato de la ducha.

Cuando bajamos al bar a desayunar vemos que están retirando todas los cuadros con fotos de toros y toreros con las que están forradas las paredes. Cuando preguntamos por qué, nos responde el hombre que a un hijo que tenía mucha afición, un toro se lo ha matado. Nos quedamos hechos polvo y no sabemos cómo animarle, que se ha hundido en su tristeza. Qué felices vivimos en nuestro mundo mientras otros padecen tragedias.

Tras las tostadas y el café, el camarero nos hace un plano para que no nos perdamos al pasar el polígono industrial y tomemos la vereda de los naranjos. El hombre se esmera, que ya es de agradecer y nos dibuja un croquis que conservo por autentico. Los GPSs deberían ser así, Serían si no más claros, sí mucho más divertidos y sobre todo, humanos.

A las 9.15 horas pagábamos. Mientras, el dueño nos dice que el camino es bueno. Salimos contentos, que la lluvia ha parado y parece que empieza a despejar. Queda todo encharcado pero sin barros. Es el agua de la última lluvia que no ha tenido tiempo de ablandar las tierras.

Caminamos hasta el polígono industrial por la carretera y al llegar a la rotonda nos desviamos hacia la izquierda tal cual el plano indica. Siguiendo éste hemos ido perfectos hasta la última desviación que cruza el arroyo y desde donde ya se ven los campos de naranjos con alambrada, tal como nos ha dicho el buen hombre.

El día es agradable, no hace ni frío ni calor, va despejando y apenas hay aire, una ligera brisa que nos refresca y nos trae los olores del campo. Hay mucho romero en flor y también, más adelante, mucha lavanda. El aire está perfumado. Una maravilla, un lujo.

A lo lejos nos parece ver un toro. Según nos acercamos vemos que no se trata de tal sino de unos veinticinco que impertérritos, nos miran mientras nos acercamos. Están en la misma entrada de la finca que hemos de cruzar, junto a la cancela. Le digo a Ademir que yo por ahí no paso, que son muchos para mí, que si solo fueran un par y estuvieran por ahí, a sus cosas, quizá. Pero con toda esa cuadrilla, en la mismísima puerta, en medio del sendero que hemos de seguir y mirándonos así, yo no paso. Ni hablar. O encontramos una solución, o esperamos que se vayan o me vuelvo a casa, pero yo por ahí nanay. Ni loco, que son muy grandes y para colmo negros. Que los cuernos nunca me han gustado y estos los tienen enormes.

Remirando a los morlacos, me ato bien las botas y me medio suelto la mochila, por si acaso hay que empezar a correr, a buscar un olivo o cualquier otro árbol al que subirse para sobrevivir. No pienso perderlos de vista ni un instante. No. No me fío.

Mientras, pensamos tratando de encontrar una solución, que dar la vuelta es muy humillante. Rodeando la cerca, unos 150 metros más allá, está ésta caída y se puede pasar a la finca con cierta facilidad. La mayoría de los toros quedan a una cierta distancia y parece que andan distraídos y no nos han visto. Aunque hay alguno que otro por el campo, se puede acceder al caminito y con más miedo que vergüenza, avanzar.

La dehesa es bonita. El campo está en flor y los árboles, en su mayoría alcornoques y encinas, llenos de brotes y hojas nuevas. El sol ha salido y aunque calienta, se camina muy bien. Todo es muy agradable, salvo la amargura que da ver de vez en cuando una sombra grande y oscura que nos mira muy fijo bajo sus cuernos. Y nosotros sin cuadrilla ni capote.

A Derren me gustaría ver aquí, que le daban reparo hasta las vacas gallegas.. Hace bien de seguir por Alaska con sus obligaciones y aficiones y dejarnos a nosotros el trabajo sucio. La verdad es que nos acordamos mucho de él, que formamos el año pasado un gran equipo por el Camino Francés. Qué gran recuerdo tengo de aquellos días.

Poco a poco vamos avanzando y aunque vemos al otro lado de una cerca un grupo de toros bravos, no tenemos más sobresaltos. Ni ganas, que cuando lo recuerdo me doy cuenta de que son animales grandes y poderosos.

Hoy voy alto de pulsaciones, paso varias veces de 120, por lo que voy parando para serenar el pulso con respiraciones. El camino no es duro, seguro que son los nervios que me están comiendo. Los toritos, que me alteran la moral.

Cuando paro, me duele el empeine. No sé a qué se debe. Parece como un pellizco de algún nervio o algo que se ha descolocado. Me pongo una tobillera por si acaso, pero no tengo la sensación de que se trate de nada serio sino algún pequeño problema de esa zona del cuerpo que pasará tal como ha llegado, sin pedir permiso y sin dar explicaciones.

Llegamos a Castilblanco a la una y media. Buscamos la pensión de la señora Salvadora, en la que ya estuve el año pasado, y una vez instalados nos vamos corriendo al bar Reina, en el cual me tomé un excelente jabalí en aquella ocasión. Este año optamos por un humilde menú de 6€ que nos quita el hambre y el mal recuerdo de los toros.

De allí, a la fonda en donde me doy una ducha mientras Ademir se echa a dormir. Sigue desmotivado, ausente y cansado. Mientras él duerme, me voy a pasear por el pueblo, a hacer fotos y a comprar fruta para cenar algo.

Siempre es igual, te hartas de andar por el campo para llegar a un lugar y luego no paras porque la curiosidad o el hambre te pueden. Creo que es una lástima ir a cualquier lugar del mundo y por cansancio o apatía no tratar de ver y aprender lo que allí hay.

Y probar el vinito del lugar. Una copita, no más.

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Castilblanco - Almadén de la Plata

V
05.03.02
31.40 - 107.54

Amanece una fría mañana de cielos azul intenso. Las nubes que estos días cubrían las alturas han desaparecido, Por fin un día de sol en dos años, que ni el pasado ni este había visto el cielo de esta maravillosa tierra desde que salimos de Sevilla.

Ademir me sigue renqueando mientras vamos a desayunar. Dice que le molestan las botas, que le hacen daño. Todo puede ser. Se las compró en San Sebastián y se metió a hacer la Vía sin haberlas estrenado. Lo normal es que le destrocen los pies. Veremos cómo acaba esto, que me temo lo peor.

De momento vamos desayunando. Buenas tostadas de pan de pueblo con mantequilla y café con leche. Disfruto de ello. Sí, lo he de reconocer, soy de buen comer, todo me sienta bien y no se en dónde lo meto.

Es el mismo bar, Las cuatro esquinas del Salvador, por el que pasé el año pasado. Ahora que lo pienso, el nombre se me hace raro. Quizá, dormido todavía, distraído por los pesares de Ademir, he leído mal y se llame Las cuatro espinas del Salvador, aunque pocas me parecen estas. Pero olvidemos mis despistes y volvamos al texto, que ya sabemos que el cerebro me engaña.

El cerebro, como los cangrejos, tiene exoesqueleto. Cubierto de cáscara, no ve, no siente. No busca la verdad sino sólo sobrevivir. Y el corazón te engaña. Me pregunto a quien recurrir en caso de apuro.

Algunos hombres me reconocen y se me acercan, me recuerdan del año pasado, Se preguntaban si habría salido entero de aquellos temporales. Les digo que sí, que sigo vivo, pero que tuve que desistir, que no pude seguir. Dicen que fue una decisión inteligente el dejarlo, que aquello era una locura. Y como les cuento que lo estoy volviendo a intentar mientras les invito a otro café, me dan consejos para la etapa de hoy. Nos mandan por la carretera, que la pista por el campo está muy mal y las reses muy alborotadas. Creo que no hay duda de la ruta a seguir...

Primero vamos al Ayuntamiento a que nos echen el sello y luego por la carretera adelante, hasta llegar a Almadén. Unos treinta kilómetros de asfalto. Lo ideal para rematar al pobre Ademir, que se ha puesto blanco sólo de pensarlo.

A las 9.15 empezábamos a caminar por el asfalto. Al poco, Ademir me dice que no puede seguir, que las botas le están matando. Así que paramos, se las quita y se hace un invento para caminar con las chancletas. Mala solución es, pero de momento puede seguir e incluso parece que sonríe.

No lo he dicho antes, pero desde hace un par de días se nos ha unido un grupo de moscas. Son de las pesadas, de aquellas que las tienes orbitando alrededor tuyo sin que nadie ni nada las aleje. Mejor esto que una corná. Creo que vamos bastante limpios, con un par de duchas al día y ropa todavía bastante digna, que sólo llevamos unos pocos días. Así que debe ser amor puro. Tiene gracia, que no me quiere nadie y ahora va y me adora todo el grupo. Veremos hasta dónde llegan, que es muy fácil ser amante y muy difícil ser pareja.

El día es maravilloso, bueno de luz y temperatura, aunque ya se sabe que andando siempre se suda. El campo está precioso con los diferentes tonos de verde y marrón que este sol le da, con las florecillas que lo llenan.

Entre tanta belleza hemos de admirar unas reses bravas que vemos más allá de un cercado. Hemos pasado ligerito, que miedo dan verlas allí, que parece siempre muy aquí. De verdad, que me dan mucho repelús, que ya lo dijo alguien, que son muy grandes y tienen cuernos. Y además son negras, que eso impresiona mucho.

Caminando por el arcén parece mentira lo que puede llegar a pasar, aunque sea por esta carretera por la que casi nadie va. Nos hemos encontrado un par de calcetines. Primero uno y más allá, el otro. Nos hemos reído pensando que ahora hallaríamos los pantalones, luego la camisa, etcétera, hasta llegar a alguno metido en su saco, durmiendo a la fresca y que ha ido desnudándose mientras se acercaba a donde sus sueños estaban. Pero no, lo siguiente que hemos visto ha sido una cucharilla. Quizá, tras descansar, ha recogido sus ropas, se ha hecho un café y ha seguido camino. Son los misterios del ir por la vida.

Hemos llegado pronto. Aunque he parado un par de veces a esperar a Ademir que se retrasaba, hemos hecho bastante buena media. Pero el asfalto mata. Las plantas de los pies las tenemos machacadas, pero sin ningún tipo de heridas o lesiones. Ademir ha llegado bastante entero a pesar de ir con chancletas. Esto le anima un poco. Mi empeine sigue doliéndome, pero puedo caminar perfectamente y me siento muy fuerte ahora que he superado la gripe y ya no tomo antibióticos. El pulso sigue acelerado, pero como me siento bien no le presto tanta atención. Quizá es lo mejor que puedo hacer, no obsesionarme y dejar que vuelva a ser, poco a poco, lo que fue, evitar el efecto Nocebo, es decir, evitar que la información negativa sobre un proceso degenerativo desencadene y acelere el proceso en el enfermo.

Cogemos un cuarto doble en Casa Concha, nos duchamos y tomamos algo con gusto, que hambre llevábamos. Y esta tierra da unos jamones y embutidos que animan a cualquiera. Para algo tenían que servir todos esos animales que ves por el campo, además de asustar al personal.

Mientras Ademir se va a descansar un rato, voy yo a dar una vuelta por el lugar, a curiosear, a hacer fotos. Que Dios sabe si volveré por aquí otra vez, algún día. Visito la antigua Ermita, los restos del Castillo, las casas típicas del lugar, A la plaza de toros no me acerco, que está muy retirada y ya está bien de dar vueltas. Aunque una al ruedo no le sentaría mal a mi ego.

Vuelvo, me reúno con Ademir que parece más animado que estos días pasados y cuando oscurece vemos la tele mientras dejamos que el tiempo pase. Aprovecho para escribir estas notas y cenamos.

Tras comentar las vicisitudes del día y estudiar lo que mañana hemos de hacer, nos acostamos, que parece mentira el sueño que da esto del andar. Que vinitos sólo hemos tomado una copita cada uno mientras picábamos algo esperando la cena.

Ya en la cama, vuelvo a pensar en los cangrejos. Si todo su cuerpo fuera cabeza, qué cerebro poseerían...

Y me duermo sonriendo de mis estupideces científicas.

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Almadén - El Real de la Jara

VI
06.03.02
19.50 - 127.04

La 2ª Ley de la termodinámica dice que la evolución espontánea de un sistema aislado (o sea, yo) tiende al desorden y se traduce siempre en un aumento de su entropía. Es decir, tiende al caos. Esto explica el por qué del desbarajuste en la mochila, haga lo que haga, del desorden que cada mañana, mientras dormimos, hemos creado en una noche de descanso un par de peregrinos.

Lo que esta ley no deja claro es cómo se produce este aumento de entropía. Si estás en el saco o entre sábanas ¿cómo se desarrolla el caos? Y que no me hablen de la teoría de los Fideos blandos o de fractales, porque sigo sin comprenderlo. Es como la teoría cuántica, que cuanto más sabes, menos se comprende.

Lamento este inicio de jornada tan científico, pero es que esta mañana nos moríamos de la risa al ver el lío que se había esparcido por el cuarto. Inenarrable, indescriptible y sobre todo, imposible de definir.

Vayan estos desarrollos intelectuales dedicados a aquellos que leen mis diarios y se quejan de que no digo nada interesante, que sólo hablo de tonterías, lo cual es cierto en gran parte. Pero las guías dejan muy claro para que lado hay que torcer y en donde te puedes tomar algo para acallar el estómago. Y si me lío con sentimientos o pensamientos profundos la vamos a liar, que está todo más revuelto que el Rayuela de Julio Cortazar.

Así que sigamos como si no hubiera pasado nada, que tras un rato hemos conseguido meter todo en la mochila y dejar el cuarto si no impecable, sí muy presentable cuando entregamos la llave al ir a desayunar. Hambre había. También la hay ahora, quede esto entre nosotros.

Cuando, tras que nos pongan el sello en el Ayuntamiento, salimos al Camino, vemos que hoy el azul del cielo es maravilloso. Esto es algo que pone de buen humor al más depresivo cuando se ha de salir al monte y es todavía invierno. Hasta Ademir iba silbando y cantando al fresco de la mañana. Porque el fresco no se ha ido, sigue aquí con nosotros, haciéndonos compañía mientras nuestro grupo de moscas se despereza, que son de poco madrugar y llegan cuando empieza el calorcito. Todo se andará y nunca mejor dicho, que a ello vamos.

Es inevitable pensar cómo debe calentar el sol por estas tierras en medio del verano. Por mucho árbol que haya, debe de ser duro sobrevivir entre dos refugios. Aunque al menos hoy la etapa es cortita, muy corta para esta ruta.

Hemos salido al campo a las 9.20 y en un momento nos encontrábamos inmersos en un paisaje maravilloso y absolutamente bucólico. Los alcornoques cobijaban a piaras de cerdo ibérico que al vernos se nos acercaban. Andaban ellos con hambre y nosotros a lo nuestro, que si nos llegan a pillar más apurados, alguno hubiera perdido alguna pata.

No habíamos dejado a los cerdos detrás y nos hemos encontrado un grupo de vacas pastando. Hemos tenido que pasar entre ellas, a menos de un metro y la verdad es que impresionan, que estas no son como las del norte, que son unos torazos de 500kg. Y gastan cuernos. Uff.

Después de tanta belleza, el Arroyo Mateos me ha sabido a poco. Por los repechos he ido pinchando, que he llegado perdiendo aire por todas partes y creo que estoy bastante en forma este año, que aunque el pulso vaya acelerado el resto de la máquina va muy fina. Ya me lo dijo el mecánico al salir del quirófano.

Ademir ha llegado enfermo de cansancio, con una cara de desaliento que me hace temer lo peor. Dice que no se encuentra, que esta ruta no le motiva, que le duele todo el cuerpo y que está muy cansado. Si sigue así, poco va a durar. Me veo por los campos de Extremadura, Castilla y Galicia caminando solito, si a ellos llego. Lo que haya de ser, será. Trataré de enfrentarme ello lo mejor que pueda y se me ocurra, que no hay rosas sin espinas.

La verdad es que la etapa era corta, pero de siete botas. O al menos así nos lo ha parecido, hemos sentido, hemos vivido. Es curioso cómo hay días que te comes el monte y puedes caminar 40 kilómetros subiendo y bajando repechos endemoniados bajo un clima infernal y otros estás muerto antes de terminar el café del desayuno. Misterios .

El pie y el empeine me siguen doliendo. Pero puedo caminar perfectamente y no se me hincha. Este dolor, mientras no se transforme en lesión, no me va a mandar a casa. Por peores he pasado.

Hemos llegado a las 14.25 y nos hemos ido directamente a comer unos macarrones para recuperar energía, glucógeno, nada más situarnos. Después, tranquilamente, hemos buscado la pensión Molina y tras ducharme, mientras Ademir se acostaba. me he ido a dar vueltas y ver todo lo que el lugar ofrece.

Otra etapa hemos cumplido, otro día ha pasado como las aguas del río en su camino hacia la libertad del mar, mientras en los laberintos del corazón buscamos la razón de nuestro ser, de nuestro existir. Caminamos por la vida con la intención de avanzar y reconozcámoslo, a veces retrocedemos, como mis queridos cangrejos, desandando en un momento de debilidad o desconcierto lo que tanto tiempo y esfuerzo nos ha llevado conseguir. No es esta razón de desconsuelo sino mas bien de todo lo contrario, que es ver y conocer nuestros errores en un momento de lucidez.

Y quien no lo entienda que se líe con la mecánica cuántica y disfrute.

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El Real de la Jara - Monesterio

VII
07.03.02
20.70 - 147.74

Hemos dormido en la cama pero dentro del saco, porque en la pensión hacía un frío tremebundo, de sueño con tembleque y moquita. Pero a pesar de todo hemos descansado que era lo importante.

Ademir se ha quejado de la muchísima humedad que en el cuarto había. Es cierto que exagera pero había mucho de verdad en lo que decía. Que si no hemos pescado alguna trucha por las sábanas ha sido porque no nos puesto a ello, que por lo frías y mojadas que estaban era lo que más abundaba.

Hacia las 9.25, tras desayunar y comprar pan, empezamos a caminar. Hace buen día y el camino es bonito y agradable desde el principio. Mientras nos alejamos de nuestro origen de etapa le explico a mi compañero sobre lo que ayer vi mientras él dormía. Le echo todo el teatro que puedo para excitarlo un poco, pero no lo consigo del todo.

El sol asciende y el calor va apretando. El aire es fresco pero vamos sudando. Hemos de hacer un alto para quitarnos ropa. Si esto es así a final del invierno, cómo será en pleno verano. Pavoroso. Supongo que según vayamos avanzando iremos encontraremos los esqueletos calcinados de los peregrinos que lo intentaron por esas fechas. Pobrecitos.

Hoy todas las reses están tras las cercas, lo cual me alegra el corazón y me reposa el pulso. Hoy voy más tranquilo, que los cuernos me ponen de los nervios como creo que ya lo he dicho varias veces.

Cuando llegamos a Monesterio vamos a la Cruz Roja. Como está cerrada hemos de llamar a hoteles. Tras preguntar en cuatro encontramos un cuarto en el Puerta del Sol. La habitación es correcta y el restaurante excelente. Supongo que se me nota que llevo hambre por este último comentario.

Ademir se acuesta al llegar, tal como lo ha venido haciendo cada día desde que iniciamos este peregrinar. No quiere saber del mundo, de la vida. La única pregunta que ahora me hago sobre él es hasta dónde va a llegar, hasta que día va a seguir.

Mientras él descansa, me doy una ducha maravillosa y me voy a comer. Disfruto muchísimo con los platos de la tierra y de los extraordinarios embutidos que me sirven. No me extraña que estén tan buenos después de haber visto de dónde los sacan. Que ya lo dije, que los cerdos y reses que andan por las dehesas van librando de nuestras artes porque son grandes y se defienden.

Me voy luego a visitar el pueblo, grande y blanco. Lo paseo y termino sentado al sol del atardecer de un suave invierno en un banco de la plaza, viendo a los niños jugar, a las gentes ir de aquí para allá en su cotidiano quehacer y vivir.

Descanso física y mentalmente. Lo necesito. El desánimo de Ademir va afectándome. Ver su falta de ilusión y su desidia desde que nos levantamos, y su abandono cuando llegamos a destino hace que me sienta culpable de haberlo arrastrado a una aventura que no está disfrutando. Da la sensación de que sigue aquí sólo por mí, lo cual ya es de agradecer, porque me dijo que se venía a hacer la Vía. Pero creo que nada más lo retiene. La duda es saber cuando su hartazgo será mayor que el compromiso que siente que ha contraído conmigo y el cual no es tal.

Sin embargo, me siento muy bien. Mi físico va excelente, llego en perfecto estado a cada final de etapa y podría hacer muchos kilómetros más. No he sufrido ninguna ampolla o rozadura. Mis pies van perfectos e incluso mi dolor de tobillo va mejorando. No me duelen las piernas ni la espalda. Me siento lleno de energía y de vida. Si todo sigue así, si la mente no me hace alguna trastada, llego a Santiago comiendo millas. Que así sea.

Me reúno con Ademir a última hora. Le pregunto cómo se siente y le comento un poco lo que he visto. Cenamos para llenar el rato libre, esas horas de peregrino en la oscuridad con todos los deberes hechos, cuando has llegado, duchado, visitado el lugar, dibujado en el cuaderno junto a las notas que resumen las vicisitudes del día, cuando el cuerpo está ya fresco y la mente relajada. Con el alma en paz sólo queda soñar o cenar. Soñar con la cena o cenar de ensueño, que en el restaurante del hotel se han vuelto a lucir. Una gozada. Sensacional.

Ya en mi cama medito sobre el día, sobre el camino recorrido, sobre mi comunicación con Ademir en portuñol, un hablar que no es el de ninguno de los dos, aunque nos permite entendernos, que lo importante es comprender lo que los demás sienten, piensan, desean.

Dicen que cada día desaparece alguna lengua en el mundo. Lamentable tragedia ya que es riqueza cultural, historia de un vivir que desaparece. Y la extinción, desgraciadamente, es para siempre.

Sin embargo hay lenguas que son eternas. Como el griego clásico, que la hablaron los dioses en el Olimpo. O las matemáticas, que sin ser lengua es entendimiento y además es perfecta y exacta.

Me gusta el castellano, quizá porque es mi lengua materna, la que oí a mi madre de niño, la que casi siempre uso, en la que más leo, estudio y escribo Pero me aterra comprender que la palabra más importante de este idioma es de origen inglés:
FÚTBOL
Si esto me desmoraliza, imagínense señores lo que debe sentir cualquier lingüista. Aunque pensándolo bien, quizá les encanta este deporte y se lo pasan tan ricamente viendo un partido y analizando la adaptación a nuestro idioma de tantos vocablos que originalmente fueron ingleses.

Pero ignorando todas estas elucubraciones he de reconocer que alegra el pensar que todos los sueños acaban en una palabra de ascendencia más intima y querida en mi historia, vocablo que no es otro que almohada, de origen árabe y bellísimo sonido.

Y a ella voy, que me pesa la cabeza y resto del cuerpo después del paseíto que hoy nos hemos dado.

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Monesterio - Fuente de Cantos

VIII
08.03.02
21.95 - 169.69

Ademir me ha despertado muy de mañana, casi no había amanecido. Parece que está hoy más animado. Ojalá se vaya recuperando y todas mis sospechas sobre su abandono no se confirmen.

Tras ducharnos y montar la mochila nos hemos ido a desayunar unas tostadas excelentes y un rico café con leche al bar El Gallo, que es también la Peña del Athletic de Bilbao. Lejos de casa me ha hecho ilusión ver en la bolsita de azúcar el escudo del equipo de fútbol de mi infancia. Y eso que a mí el fútbol ni fu ni fa, que me gustan más los deportes solitarios.

Del bar nos hemos ido al Ayuntamiento a que nos pusieran el sello en la credencial. Amablemente lo ha hecho una empleada que se ha interesado por nuestra pequeña aventura. Agradecidos, pero sin poder prometerle matrimonio por estar Ademir casado y yo ya comprometido con la azafata que nos resolvió el pasaje a Sevilla, hemos salido ligerito, que tenía ella ganas de hablar y nosotros nos reconocemos débiles.

El día es precioso, maravilloso, de primavera. El aire es transparente y seco y la luz extraordinaria. A las 9.00 a.m. ya estábamos fuera del pueblo, internándonos por caminos bordeados de muros de mampostería en seco, que podríamos definir en algunos momentos como casi ciclópea. Los paisajes que nos rodean son de una belleza extraordinaria.

En un momento en que nos encontrábamos saboreando de semejante esplendor nos hemos de subir a uno de los muros para dejar pasar a unos hombres a caballo que nos saludan amablemente mientras llevan ganado en trashumancia. Impresionante experiencia encontrarte con el pasado, con la historia ganadera del país en medio de un lugar tan sensacional como este. Porque aunque no está indicado, es esta una Cañada Real.

Es la cultura de un pueblo transmitida de generación en generación a través de la historia. Los memes, unidades de transmisión y replica de la cultura según Richard Dawkins, es decir, genes culturales que si no heredamos sí adquirimos de las generaciones pasadas y transmitimos a las que nos siguen en el tiempo.

Al poco de seguir, deslumbrados por el mundo que nos rodea, vemos un dolmen. Hacemos un alto para admirarlo. Es esta una tierra vieja llena de sabiduría, antigua en el conocimiento. Surgen en mí muchas preguntas ante la aparición de obras como esta. Lo triste es que apenas sí sé un par de respuestas. La ignorancia ensombrece mi breve conocimiento. Soy una brizna en el espacio y el tiempo, mi sabiduría es poca aunque la curiosidad me motive.

A mitad de jornada el paisaje cambia totalmente pasando este a ser tierras de labranza de gran belleza, absolutamente diferente a la vista en las horas previas. Campos llenos de serenidad en los que no existen apenas referencias.

Entre ambos tipos de horizontes, entre las tierras de primera hora y por los que ahora caminamos, aparece una vegetación de altura, con rocas peladas y erosionadas que surgen por entre el verdor del monte. Paisaje minimalista de extraordinario contenido estético. Menos es más, siempre.

Ademir va sufriendo todo el camino y llega derrotado de nuevo. Las chancletas están empezando a crearle alguna tendinitis, sino varias. Su error de empezar un peregrinaje con botas nuevas lo va a pagar, desgraciadamente caro. Lo que pudo ser llagas se va a convertir en un mal mayor y peor, porque hay lesiones que no sangran, pero te mandan a casa.

Lamento decirlo en este contexto, pero yo cada vez me encuentro mejor, más fuerte. Recuperado de la gripe, fiebres y antibióticos, mi cuerpo, a pesar de ser de serie B, empieza a recuperar la forma y fuerza. Cada vez me canso menos y cada día llego más fresco y con más hambre. El pulso se ha normalizado algo y ya voy a unos 80 pulsaciones. En dos meses, como los yoghis.

Según llegamos alquilamos un cuarto en una pensión y mientras Ademir se acuesta me voy yo a comer y tras ello a pasear el postre. Aquí terminé el año pasado mi odisea. Malos recuerdos tengo, pero este año lo veo todo desde una óptica más luminosa.

Cómo cambia todo con luz...

Me harto de hacer fotos y me llevo a Ademir a tomar una cañita al hotel rural La fábrica. No consigo animarlo y ya empieza a contemplar la idea de dejarlo todo. O quizá lleva ya días pensándolo y ahora se atreve a comentarlo. La verdad es que está sufriendo mucho y disfrutando muy poco. Le aconsejo que no tome decisiones desde el agotamiento y el dolor sino desde la luz de la mañana.

He de dejar claro que aunque me puede dar una gran tristeza que se vaya, lo que haga será lo correcto si así a él le parece. No debe sentirse obligado por nada. Ha de ser lo que él piense, conforme con lo que sienta. Ha de tener en cuenta cuerpo y mente y nada ajeno. Y que la decisión que tome no le deje la amargura posterior de pensar que fue equivocada. Quizá es por todo ello por lo que está tardando tanto en irse, volver a casa, dejar una aventura que no le ha motivado desde el principio.

Cenamos en El gato. Un camarero eficiente y amable nos sirve y se gana una buena propina, que bien se lo ha ganado con su esfuerzo y cariño. Alargamos un rato la sobremesa porque no tenemos nada mejor que hacer. Hablamos de lo divino y de lo humano, le cuento todo lo poco que sé de estas tierras a mi amigo y paseando en una noche fresca pero tranquila y agradable nos vamos hacia la pensión.

Un cielo de estrellas nos recuerda que somos insignificantes en el universo. Pensar en los años que ha tardado la luz de las estrellas en llegar hasta nosotros hace que tomemos conciencia de nuestro tamaño real. Cualquiera de las pasiones, de las necesidades que a diario nos desbordan aparecen sino ridículas sí minúsculas ante la inmensidad que nos rodea. Deberíamos mirar más al cielo. De día y de noche. Por la mañana para valorar la belleza de la luz y cuando oscurece para comprender nuestra autentica dimensión.

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Fuente de Cantos - Zafra

IX
09.03.02
27.81 - 197.50

Vuelvo a dormir bien. Decía un amigo que si tienes la conciencia tranquila, ha ganado el Athletic y has ido al baño, el dormir es bueno y sereno. Quizá tenga razón, que lo he hecho sensacional.

Tras un lavado de gato con agua fría y haber cerrado las mochilas nos vamos a desayunar a la estación de autobuses., tal cual lo hice el año pasado en una gentileza del conductor cuando me vio ¡Que recuerdos...!

A las 9.01h. estamos en marcha. El camino serpentea por un campo de labranza agradable pero sin particularidades a destacar. La etapa de hoy es larga y el sol nos va a acompañar. Supongo que sudaremos en cuanto el calor empiece a apretar.

Ademir se ha calzado hoy las botas y parece que va bien. No le molestan y sus pies se van recuperando de lo que han sufrido con las chancletas. Aún me sorprenderá y conseguirá seguir sin grandes sufrimientos.

En Calzadilla de los Barros nos hemos tomado un descansito acompañado por un café. Eran las 10.30h y hemos parado más por darnos el gusto que por necesidad o cansancio. Pero hay pequeños placeres que no hacen daño a nadie y alegran la vida.

Camino adelante nos hemos encontrado un riachuelo crecido. Entre dudas y risas y tras unos momentos de vacilación me he aventurado a cruzarlo. Las botas se han hundido y nos hemos empapado los pies. Tras cambiarnos, que Ademir ha vuelto a las chancletas y yo me he puesto calcetines secos y el calzado que llevo para descanso, hemos aprovechado para tumbarnos sobre una pradera a la vera del camino al agradable sol que hoy hacía.

Y cual un picnic, nos hemos comido allí unos bollos que llevábamos y chocolate. Mientras, los calcetines y botas se iban secando, para no meter nada mojado en la mochila, que aunque vaya todo en plásticos para evitar humedades, más vale prevenir. Además, todo sequito, pesa menos.

Sobre las 12.20h hemos seguido camino hasta Puebla de Sancho Pérez en donde hemos parado un momento a tomar una cañita en un bar del pueblo, frente a la plaza y rodeado de lugareños que estaban a sus cosas. Hacía mucho calor y el cuerpo lo pedía.

Al salir nos hemos perdido. Tras pasar tras la iglesia no conseguíamos ver ninguna flecha que nos guiara. Hemos ido primero a la derecha hasta bastante lejos y nada, vuelta atrás. Hemos tirado entonces a la izquierda y tras meternos por una barriada residencial nos han mandado de vuelta con alguna ligera indicación. Tras un par de vacilaciones más, tras haber hecho un extra de unos tres kilómetros y conseguir que Ademir se enfadara y deprimiera, hemos encontrado la ruta más allá del puentecillo.

Siguiendo el sendero hemos llegado a la estación de ferrocarriles de Zafra en la que me he liado a hacer fotos. Me gustan los trenes y me gustan las estaciones clásicas aunque estén abandonadas. Esta tiene la particularidad de que en ella se filmaron en su tiempo algunos planos de la película Plácido, creo. No me extraña, es una maravilla.

Tras ella, con Ademir en el límite de cansancio, depresión y mal humor, hemos tirado por la recta que nos llevaba a la villa y en ella a la ducha y descanso. Mi compañero ha empezado a mirar hoteles según hemos llegado a las primeras casas. Le he recordado que tenía una reserva en el parador, que si quería podíamos compartir el cuarto. A su respuesta de que era demasiado caro para él, le he contestado que ya que he de pagar el 75% del precio de la doble si voy solo, si el pone el 25% restante podemos dormir los dos. A mí me va a costar lo mismo que si se va a otra parte y él va a pagar la mitad que si se mete en un hotel mucho peor. Dado el mal humor que lleva le cuesta aceptar mi propuesta, pero finalmente comprende que otra cosa sería hacer el estúpido.

Llegamos, nos tomamos un refresco, nos inscribimos, valoramos el cuarto y el hotel, nos duchamos (enorme y deliciosa, con dos alcachofas) lavo ropa y cuando veo a mi compañero ya más tranquilo y de mejor humor, mientras él se echa a dormir me voy yo a visitar el lugar, que es grande e interesante.

Doy vueltas por aquí y por allá. Hago fotos, me siento en una terraza a tomar un té y medito. Pienso en Ademir, en lo que está sufriendo y en la insatisfacción que arrastra y emite a los demás. Recuerdo lo que decía Gandhi:

Yo no sigo a ningún otro sino a mi mismo.
Busco mi salvación por medio del servicio a los demás.

Viene a mi memoria por un concepto, un comportamiento, que siempre he defendido y que no es otro que sonreír para que me sonrían. Parece egoísta si se mal interpreta, pero resulta que es todo lo contrario. Me gusta que los demás me quieran, sean amables conmigo, me miren con afabilidad. Ello es mucho más fácil de conseguir con educación, amabilidad y una sonrisa noble y sincera. Quizá para muchos sea entrega. Para mí es disfrutar de la vida y hacerla más agradable para los demás y sobre todo para mí.

Llegado el tiempo vuelvo al cuarto, reanimo a mi tristón brasileño y me lo llevo a tomar una copa. Cenamos y nos vamos al cuarto a descansar. Allí Ademir me comenta que se va, que lo siente pero que lo deja. Que ni la Vía le motiva ni el cuerpo le aguanta.

Acepto su decisión y le digo que es este un buen lugar para volver a casa por tener mejores comunicaciones que cualquier pequeño pueblo por el que hemos pasado. Le ruego que duerma tranquilo, y que mañana, tras descansar, al fresco de la mañana me confirme su decisión, que por la noche todos los gatos son pardos y las cosas se ven muy negras si no hay luna y estrellas.

Queda él tranquilo, como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. Que las decisiones son soluciones, sean estas buenas o malas, y nos llevan a la tranquilidad. Al menos momentáneamente si desgraciadamente aquellas tienen consecuencias negativas.

Desde mi cama le oigo respirar tranquilo y sosegado. Me tranquiliza el saber que ha encontrado la paz y el no tener que darle más vueltas a aquello de si seguirá o no. Descanso yo relajado, que no hay nada como las verdades, aunque no nos gusten, para poder dormir bien. Siempre y cuando que haya ganado el Athletic y hayas ido al baño, claro.

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Zafra - Villafranca de los Barros

X
10.03.02
20.33 -217.83

Una buena cama vale un reino. Al menos el reino de los sueños. Lo digo porque he dormido colosal. No sé si he roncado o si lo ha hecho Ademir, si me ha llamado la atención por ello o no. No me he enterado de nada. Nada de nada. La nada absoluta.

A veces la nada es lo mejor. El nirvana.

Cuando llegamos a la conciencia, de vuelta al mundo y a la luz de la mañana, estamos rebosantes de alegría y vitalidad. Ademir me sorprende diciéndome que se encuentra bien y contento y que sigue adelante. Qué bien, qué alegría.

Es interesante ver cómo cambian nuestras decisiones según en qué momento se tomen. Debe ser lo que un amigo llama la doble moral, que ahora dices esto cuando ayer fue lo otro. Y se refiere a aquello de donde dije digo, digo Diego. Era así ¿no? Que de noche los gatos son pardos, ya lo comentamos.

Alegres pues por su decisión, nos vamos al buffet del hotel. Lo he dicho muchas veces, me encantan los desayunos de Paradores. Y Ademir que no los conocía hace gala de disfrutarlos tanto como yo. Entre ambos dejamos a los camareros temblando y ceñudos, que poca cosa hemos dejado para los demás. La jarra de café la hemos agotado y hemos tenido que pedir más leche. Sin comentarios. Así que optamos por irnos antes que nos echen. Les decimos al servicio gracias con una sonrisa y nos despiden con alegría, que se temían lo peor si nos quedábamos diez minutos más.

La vida es maravillosa. Y quien lo niegue es que no ha visto la luz de la mañana, no ha salido a la naturaleza, no ha desayunado bien y no va muerto de risa con un amigo. Porque hoy, por fin, Ademir ríe.

Avanzamos acompasados. Sirva esta polisemia por andar al mismo paso y cantar el mismo compás, que vamos silbando música brasileña, pues aquí el amigo no se sabe ni lo del carro que me robaron, ni aquello de que soy minero, ni ha oído de mi jaca. Quizá mejor, que lo de la copla tiene tomate.

El mundo cuando hemos salido estaba desenfocado. Difuso y gris perdía sus formas y colores aunque aportaba una belleza especial. No, no era sueño sino niebla espesa que cubría el sol. Pero en mi infancia se decía:

Mañana de niebla, tarde de paseo

Y así ha sido, porque según avanzaban las horas y nuestros pasos hacia su destino, ha ido aclarando hasta quedar en un maravilloso y luminoso día.

Como el calor comienza a apretar Ademir empieza a ponerse nervioso porque no llevamos agua. A las 10.57 estábamos en los Santos de Maimona. Compramos una botella y tomamos un café en donde Casimiro Gordillo quien, muy amable, nos pregunta cómo vamos. Se le ve muy vinculado a Vía. Buena persona y además gentil.

A partir de aquí mi querido compañero comienza a flaquear. No eran las 12.25 y ya no le llegaba la camisa al cuello. Vuelve con lo de que se va. Le animo a seguir hasta que lleguemos a Villafranca de los Barros, que aquí, en medio del campo mal lo tiene. Allí podrá llamar a un taxi o coger un autobús para volver a Sevilla y embarcarse, vía casa de mi hermano, hacia Brasil. Y así seguimos, él lentamente y quejándose y yo igual de lento y tratando de animarlo entre maldiciones y collejas. Que no me llega, que se me queda entre dos aguas, aquí muerto.

Y mira que el camino hoy es fácil, que parece para señoritas.

Paramos un rato para que descanse Ademir y aprovechamos para comer. Son las 14.15 y ya lo tengo deprimido, hundido y enfadado por haber seguido hoy con esta historia. Pues qué voy a decir si yo sigo de buen humor y fresco como una lechuga. Tumbado sobre la hierba, apoyada mi cabeza en la mochila, miro al infinito y pienso que peregrinar es un ejercicio tridimensional. Me explico y ruego que me perdonen quienes esto lean y les parezca geometría descriptiva que, a decir verdad, tiene sombras propias y arrojadas.

Bueno, a lo que iba, que hablo de tres dimensiones en un espacio que por serlo las posee, pero que en este caso las asocio a elementos intangibles ¿Lo estoy liando? Sí, creo que sí. Vuelvo a empezar.

Si consideramos el avance por el camino como la coordenada horizontal, la espiritualidad, o al menos el pensamiento, conforma la verticalidad. Tenemos ya un plano que podríamos definir como ascético, místico o humildemente filosófico. Si a las dos dimensiones que la conforman le asociamos la anchura, la tercera coordenada, tendremos el espacio tridimensional. No es esta otra que el compañerismo, el trato con las gentes que te encuentras, lo que das y recibes de los demás. Si añadimos el tiempo tenemos cuatro dimensiones y un espacio curvo. Pero a esto yo llego mal y tarde.

Y hablando de tarde, hemos de reconocer que se nos van pasando las horas y hemos de ir llegando, que con tanta tontería no acabamos de hacerlo.

Damos vueltas por el pueblo y preguntamos en varios locales. En uno de ellos nos encontramos una excursión de chavales que van haciendo la Vía en autobús y estudiando la historia de los lugares por donde pasan. Algunos se interesan por nuestra aventura y se sorprenden por ver a un brasileño en ella, que nunca habían conocido a ninguno.

No encontramos en donde meternos en la villa, así que acabamos en el Hotel Romero, que está en la carretera. Dependientes amables nos acogen en un hotel feo como un demonio, con interiorismo kitch de pueblo. Es lo malo de haber estudiado estética, que a veces has de vivir y aceptar horrores sin fin.

Ademir se acuesta. Mañana volverá comenzará su vuelta a casa. Ahora no quiere ni pensar. Mientras, como no hay nada que hacer, hecho una siesta. Después dibujo un poco y escribo estas notas.

Nos reunimos al final del día y entre tristezas y amarguras consigo que cene algo. Hoy no tengo apetito. Me duele mucho la cabeza y tengo mal cuerpo. A ello he de añadir el cansancio de la etapa y que me afecta la depresión de mi amigo. Pero no por ello dejo de tomar un buen plato de pasta para recuperar el glucógeno que haya podido gastar durante el día. Mañana supongo que estaré como siempre. Más me vale.

De ahí a la cama y a pensar que esta vez sí, que mañana me quedo solo y he de cruzar media península con mis recuerdos, sueños e ilusiones por única compañía. Como decían en la Guerra de las Galaxias:

Que la fuerza me acompañe.

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Villafranca - Torremejía - Merida

XI
11.03.02
27.60 - 245.43

Ayer no me encontraba muy bien. Tenía mal cuerpo y me dolía la cabeza, ya lo dije. Pero el descanso hace maravillas y hoy vuelvo a sentirme fuerte y lleno de vida. He dormido extraordinariamente bien y ahora lo noto. Adiós a las flojeras.

A las 8.30h nos hemos reunido en la cafetería del hotel para desayunar. Muy amables se han desvivido por tratarnos bien. Decía Ademir mientras tomábamos tostadas que ha oído mis ronquidos desde su cuarto. He de aclarar que era éste el contiguo y de paredes transparentes, casi. Que soy un monstruo pero no como da a entender su comentario.

Ademir que vive sin vivir en él porque va medio muerto y sin aliento me asegura que desde Mérida se va a casa. He de aceptar su rendición y valorar el esfuerzo que ha hecho para llegar hasta aquí. Ha caminado más de doscientos kilómetros sin motivación y con problemas físicos. Ya es de agradecer su tenacidad.

A las 9.00h estábamos en camino. El día está un poco nublado pero no demasiado feo. Se agradecía la ausencia del sol para caminar un poco más frescos. Pero echábamos de menos la maravillosa luz de estas tierras. No se puede tener todo. Demasiado agradecidos hemos de estar a la vida por disfrutar de salud, tiempo y libertad.

A pesar de todo, me he quemado el cuello. Parezco un redneck. Espero que solo de apariencia externa, sin todas las connotaciones de ignorancia y cerrazón que la palabra implica.

Como la etapa era larga, casi de 30 kilómetros, hemos decidido partirla en tres partes de unos 10 cada una. La primera parada la hemos hecho a las 11.20h. Hemos descansado unos diez minutos.

La Vía era hoy prácticamente una recta sin fin. Bajo el camino por el que vamos parece ser que está la original calzada romana. Sería interesante recuperarla y dejar una pista forestal a su lado, para que todos estén contento y pueda gozar el mundo del pasado y la historia.

He disfrutado del día. Me sentía bien y contento, fuerte y animado. Ademir ha comenzado pronto a quejarse, aunque esta vez ya sé que su decisión es definitiva. Así que ya no me he preocupado más en animarle sino solo en ayudarle a llegar. Pasado mañana, una vez en Mérida, se irá y seguiré solo hasta donde la fuerza me alcance.

La belleza de hoy era casi conceptual en un paisaje minimalista. Líneas rectas, campos planos, ausencia de árboles y muy pocas matas o elementos que acompañaran esta sencillez. Me gustan estos lugares en donde la referencia es el horizonte. Quizá los valoro porque me gusta el mar o porque soy partidario de la simplicidad. Me siento a gusto en ellos, en el silencio que mis botas ritman al caminar. Dejo que mi pensamiento vaya a donde quiera y encuentro espacios e ideas que me motivan.

A las 13.42h hemos vuelto a parar. Otro descansito para tomar algo de chocolate y agua. Este camino me va a matar de hambre, que no encontramos lugar alguno entre los puntos de inicio y final para tomar algo.

A las 14.00h estábamos de nuevo en ruta. Listos para la última parte de la etapa. Quedaban unos 7km y mientras Ademir se arrastraba yo iba muy fuerte. Al menos no se ha puesto de mal humor como ha hecho cuando se cansaba, cada día desde que salimos de Sevilla.

A las 16.00h habíamos llegado a Torrevieja, fin de la etapa de hoy. Pero no teníamos en donde dormir. Preguntamos si hay alguna pensión o lugar en el podamos alojarnos y nos dicen que no.

Dudamos qué hacer y optamos por coger un bus a Mérida. Podemos descansar allí, Ademir se puede ir a casa un día antes y yo ya volveré aquí mañana para hacer la etapa correspondiente.

Nos sentamos en la parada del autobús hasta las 17.42 en la que pasa el que nos ha de llevar a destino. En veinte minutos nos deja a la entrada de la ciudad. Cruzamos el puente de piedra y empezamos a buscar en donde poder dormir. Damos mil vueltas ya que todos los hoteles en los que preguntamos están completos. Parece ser que hay una convención de la Guardia Civil y han colapsado los alojamientos de Mérida.

Finalmente, con Ademir de muy mal humor, encontramos sitio en el Hotel Zeus, otro horror kitch de tres estrellas. En un peregrinaje soy capaz de soportar todo tipo de austeridades, pero la mediocridad y el mal gusto es algo a lo que no me acostumbro.

Ademir se acuesta. No quiere saber nada del lugar ni de mí. Definitivamente mañana cogerá el primer autobús a Sevilla. Para él esta aventura ha acabado, se vuelve a casa. Recuerdo lo que dijo Picasso refiriéndose al Entierro del Conde de Orgaz:

No se necesitan luces para ver claro

Porque aunque sea de noche, aunque todo se vea oscuro a estas horas, está clarísimo que a partir de mañana sigo solo camino adelante.

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Mérida - Mérida

XII
12.03.02
10.55 - 255.98

En toda la noche no ha dejado de llover. Ha caído agua a gusto y cuando a las 7h me despierto, sigue diluviando. Como no se puede hacer nada con este tiempo, me quedo en la cama hasta las 9h.

Se levanta Ademir contento pero contrito. Le llega la alegría de pensar que vuelve a casa y el pesar por haber fallado. Le digo que en este momento lo importante es desayunar y para la cafetería vamos.

Tras las tostadas cogemos un taxi y nos vamos a la Estación de autobuses. Compra un billete a Sevilla el que ha sido mi compañero hasta hoy y a las 10.15 se despide desde la ventanilla mientras el bus arranca.

Sigue lloviendo a cántaros, así que he de esperar un buen rato para poder volver a por la mochila. Aprovecho, ya que me coge de camino al hotel, para ver el Puente Romano y visitar la Alcazaba y la Casa del Mithraeo. No hay mejor medio para entrar en comunicación directa con una civilización que la contemplación de sus obras de arte.

Es tarde cuando termino mi visita turística. Aunque me siento muy libre y por ello muy a gusto al seguir solo, he de reconocer que también me encuentro algo desamparado. Fuera de casa me es fácil ir a mi aire, que siempre he pecado de independiente y solitario, pero al llevar tantos días de aquí para allá con alguien pegado a mí, me falta algo.

Pero poco me dura el mal. No hay nada que más valore que la libertad, la independencia, el poder aplicar mis ritmos y seguir las rutas que la curiosidad me provoca. Quizá es un tema de egoísmos. Creo que no, creo no serlo. Simplemente me gusta estar conmigo mismo. La vida me ha enseñado que solo estoy muy bien.

Total, que entre el mal tiempo que hace, lo tarde que nos hemos levantado y el rato empleado con la gestión del billete para Ademir y el tiempo que he perdido, es decir, aprovechado, con la gira turística que he realizado por alguno de los monumentos de la Ciudad, se me ha hecho tarde como para volver a Torremejía para iniciar la etapa que hoy debería haber hecho. Algo avergonzado por la trampa que voy a hacer pero con sonrisa de pillo por llevarla a cabo, recojo la mochila y chino chano me voy hacia el Parador en donde había reservado una habitación para dos noches.

Se me puede acusar de lo que ustedes quieran por saltarme esta etapa a la torera, pero quizá, si lo pensamos bien, es lo mejor que podía hacer. No me consta que el recorrido que debería haber hecho hoy tenga mucho atractivo y así dispongo de un día extra para visitar esta maravillosa ciudad ¡Cómo disfrutaría Derren! Viviendo la historia de Gladiaror, que era de Emérita Augusta, de aquí.

Igualmente se me puede llamar comodón, señorón o lo que ustedes quieran, pero me gustan los Paradores y si paso por uno de ellos, me alojo y lo disfruto. Creo que no está reñido con la peregrinación gozar de unas horas de confort. Y si no se me comprende, pueden ir entreteniéndose con la mecánica cuántica, ya lo dije el otro día.

Aprovecho una oferta por la que puedo alojarme dos noches por el precio de una. El cuarto es sencillo pero muy agradable, con vistas a una espadaña en la que han anidado dos parejas de cigüeñas. No se puede pedir mas por un precio mucho más económico que por el espanto de la noche pasada.

Me voy a ver el Arco de Trajano, el Palacio Mendoza y la Catedral de Santa María. Desde allí me acerco al Museo Romano y admiro el contenido y el continente, maravillosa obra de quien en su momento recibí lecciones en la cátedra de estética, Don Rafael Moneo. Sigo por el Anfiteatro en donde además de admirar la arquitectura y la historia, me voy mojando

Como no para de llover aprovecho para ir a una peluquería a afeitarme. Llevo muchos días sin hacerlo y empiezo a parecer un santo de Zurbarán. El hombre anda aburrido y sin clientes. Me refiero al barbero, no al pintor, claro. Me recibe como agua de mayo. El barbero, digo, que el pintor está ya a otros menesteres. Me enjabona y mientras le tiro de la lengua habla y disfruta. Acabamos tomando un café juntos en el bar de al lado, porque cuando termina con la navaja todavía le queda mucha historia para contar y no quiere abreviarla. La verdad es que es buen conversador y me entretengo con él y con todo lo que me cuenta. Pero aviso, no calla.

Vuelvo al Parador, pues sigue lloviendo, se ha hecho de noche, hace fresco y empiezo a estar cansado. Me ducho, me cambio y me bajo a tomar una cervecita al bar, que sentado en el patio del edificio, oyendo el sonido de la lluvia, se está en la gloria.

Llegado el momento, paso al comedor y disfruto de una exquisita cena. Desde el cuarto, caliente y acogedor, oigo cómo llueve y cómo las cigüeñas hacen su característico sonido, crotorar creo que se dice. Todo ello me da una inmensa sensación de paz y tranquilidad, de sosiego. De bienestar.

Me acuesto y disfruto de la armonía que en mí siento, pienso que mañana seguiré con la visita de la Ciudad. He de aprovechar. La última vez que pasé por aquí fue cuando era casi un niño, hará ya unos cuarenta años y no sé cuando podré volver.

Más allá queda la Vía, por la que iré caminando solo hasta Santiago, si puedo. Puede ser interesante cruzar lo que me queda de península en soledad, descubriendo lugares que nunca he visto. En la naturaleza y en mí mismo.

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Mérida - Mérida

XIII
13.03.02
13.55 - 269.53

Llueve. Lleva toda la noche lloviendo sin parar y amanece dale que te pego. Las cigüeñas han estado desveladas, que no han callado. Una de dos, o se quejaban de lo caras que van las ranas o hablaban del chaparrón.

Aún en la cama, pienso en la lluvia. Somos viejos conocidos, me he criado entre caracoles, babosas y helechos, rodeado de charcos. Creo que no debemos quejarnos de las nubes cuando las tenemos rondando porque significan una incomodidad. Olvidamos que de ellas, de la lluvia que nos ofrecen, nos llega la vida.

Si un amanecer es deslumbrante y un atardecer maravilloso suele ser consecuencia de que el sol ilumina masas nubosas coloreándolas, a veces, indescriptiblemente. Y los disfrutamos, olvidando que quizá, allá en el horizonte, está cayendo agua a mares y hay gente que se queja.

Espero que mi defensa del clima se tenga en cuenta la próxima vez que nos mojemos. Disfrutemos de ello, hagamos como los niños, juguemos con los charcos, hagamos de un inconveniente un divertimento.

Para mi, que vi llover casi cada mañana de mi infancia, la película Cantando bajo la lluvia fue una bendición, la apertura de la mente a una nueva dimensión, la comprensión de que no hay inclemencia que pueda hundir a la felicidad, la sublimación de la alegría.

En el desayuno pierdo los papeles. Creo que no me llaman la atención porque me ven feliz entre platos y cafés. Como no tengo gran cosa que hacer hoy, alargo un poco más este pequeño placer. Glorioso, diría yo.

Mientras me organizo para salir, aparece el sol. Aprovecho para visitar los monumentos del lugar que me faltan. Compro postales para la familia y amigos y me voy a comer unas habichuelas que están deliciosas.

Vuelvo a la habitación a escribir un poco y dibujar algo. Aprovecho para organizar todo para mañana salir tempranito. Vuelve a llover torrencialmente. Esta noche miraré la información metereológica, a ver cuál es el pronostico.

Paso la tarde vagueando, esa es la verdad. Me gusta el cuarto, tan agradable y acogedor. Veo a las cigüeñas en su quehacer y las oigo en sus cosas. Medito, recuerdo. He de reconocer que soy un afortunado. Me encuentro bien y no tengo ningún problema con mis pies, piernas, rodillas, caderas.

He pasado los días de peor meteorología a cubierto, visitando monumentos y museos, tomando tés y disfrutando de un Parador sencillo pero agradabilísimo. Eso se llama suerte. Fortuna.

La tele dice que hay un borrascón enorme justo encima nuestro. Hoy es miércoles y anuncian mal tiempo hasta el sábado ya que van a ir llegando frentes de lluvias uno tras otro durante los próximos días.

Paciencia y resignación y sobre todo calma, mucha calma. De momento estoy genial, descansando y disfrutando. Mañana apechugaré con lo que haya de ser, pero hoy me dedico a disfrutar mientras busco el pantalón de aguas que no encuentro. Vacío la mochila, miro por todas partes y nada, lo he perdido. Salgo corriendo a buscar uno y no encuentro otra cosa que uno de caza, que pesa mucho y me cuesta una fortuna.

Como saldré solo, sin nadie que me acompañe ni me obligue, puedo ir a mi ritmo y parar si me canso de mojarme. O seguir hasta el final sin que nadie me condicione. Aprovecho ahora del confort del cuarto y lo disfruto más cuando pienso que mañana he de ir a refugios otra vez. Es la dinámica del peregrino, lo normal, que esto ha sido un lujo. Que llevo tres noches, si cuento la de hoy , de hotel y cama con sábanas.

Ceno, leo y me acuesto. Pienso en Ademir, que quizá esté ya volando a casa. Espero que se sienta bien física y sobre todo síquicamente. Renunciar a un Camino debe producir algún tipo de decepción sino un trauma.

Hablando de compañía, caigo en la cuenta de que llevo tres días sin saber nada de las moscas que nos seguían ¿Han optado por otra víctima o no les va la vida urbana? ¿Han encontrado otro amor o simplemente me han olvidado?

Me duermo arrullado por la lluvia y el coro de cigüeñas. Duermo, siempre que lo hago solo, con todo abierto de par en par. Casi a la belle etoile. Si hace frío, echo otra manta, pero huelo la noche, la siento. Manías, que hay locos de todos los colores.

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Mérida - Aljucén

XIV
14.03.02
22.69 - 292.22

Llueve a cántaros cuando me despierto. Aprovecho para ir a la ducha y comparar lo que fuera cae con el agua templada que recibo con placer y que desentumece mis humildes músculos de la inmovilidad del sueño. No he suspirado en toda la noche, no me he movido, he dormido como un tronco.

Desayuno a gusto. Cuando los camareros me ven llegar, me sonríen. Respondo a su gentileza de igual modo, nobleza obliga. Quizá piensen que si no pueden con el enemigo es mejor ponerse de su parte. Pobres, los tengo asustados, pero todos sabemos del hambre de un peregrino.

Me despido de quienes con amabilidad me han servido, agradecido. Recojo la mochila del cuarto y paso por recepción a decir adiós. Les agradezco todas sus atenciones, que muchas han sido y les felicito por el Parador, acogedor y confortable.

Salgo a la Vía buscando la salida de la ciudad. En un momento estoy ante el maravilloso Acueducto de los Milagros. He de parar un rato a admirarlo y disfrutarlo. No puedo evitar pensar en todos los siglos que lleva ahí, elevado hacia el cielo, trayendo la riqueza del agua desde la distancia. Maravillosa obra.

Ha parado de llover y aunque no luce el sol el día no es excesivamente malo. Tan solo nublado, con poca luz y ninguna sombra. Al menos en la naturaleza. En mí, creo que voy bastante iluminado, es decir, animado. Y con pocas sombras.

Aviso, a partir de ahora voy solo, con mis pensamientos, es decir, voy a tener más tiempo para pensar tonterías ahora que nadie me distrae. Naturalmente estas páginas las reflejarán, que estando en perfecta soledad, lo que pasa por mi cabeza con alguien lo he de compartir, que yo ya me he oído.

Así que si alguien pasa de este punto puede sufrir las consecuencias. Que no se diga que no lo indico, que tiempo hay para ir a hacer un café o como aquél, que dijo que iba a por tabaco y no volvió.

Quedan los lectores advertidos. De cualquier forma debería felicitarlos, porque llegar hasta aquí ya tiene su aquél, que es muy de agradecer. Hay más mérito en esta lectura que en la peregrinación que realizo, seguro.

Sigamos pues. Las moscas no se han ido, no, siguen aquí. Así que ya sabemos por quien beben los vientos ahora que Ademir no está. Se quedan conmigo, creo que todas. No lo puedo asegurar porque no paran y no las puedo contar, pero alguna hay que si no más si es igual de pelma que la de la Fonda Rafalet, famosa ya en medio mundo.

Hacia adelante vamos, ellas y yo, en un grupo compacto y en un momento nos plantamos en el Embalse de Prosepina. Ellas volando por este aire casi primaveral, agradable y fresco, yo por una carreterita comarcal y amable. Paro un rato impresionado por estas obras y lo que en su momento significaron y sigo por un camino muy bonito.

El cielo se está encapotando y se oyen truenos a lo lejos. Espero que no se líe una tormenta, que yendo por el campo y entre árboles, impresiona mucho. Además de que con el bastón telescópico voy haciendo de pararrayos.

Al llegar a un paso canadiense empiezo a ver muchas huellas de reses. Son pisadas frescas, como de esta mañana y profundas, es decir, que la tierra está muy blanda o son unos torazos de más de tres mil kilos. Y no puedo contarlas, hay muchísimas, aunque puede ser que hayan pasado varias veces por aquí y cuarenta parezcan los cien mil hijos de San Luis. En fin, que voy haciendo el indio y me parece que aún haré alguna otra cosilla.

El sendero es agradabilísimo, pero no estoy yo ahora para goces naturales, que ando buscando la manada, que se me ha perdido o, peor aún, anda escondida para darme alguna sorpresita, de mal gusto añadiría yo.

Sigo adelante cuando tengo unas ganas de ir para atrás de muerte. Pero le echo moral y apechugo con mis miedos. En cualquier momento me voy a encontrar unos cuernos que me van a dejar sin ganas de seguir, pero como dice mi buena y querida amiga Myriam, si sale con barbas San Antón y si no, la Purísima Concepción.

No hago muchos kilómetros y me los encuentro a todos allí juntos, tranquilos pero mirándome fijamente, midiéndome los cuernos. Están en otro paso canadiense que no se atreven a cruzar. Hay unos veintitrés, que los cuento, pero con los nervios se me van los números y puede haber muchos más. Y están muy juntos, colapsando el paso. Si quisiera cruzarlo tendría que empujarlos para hacerme un espacio por el que pasar y no me llega ni la voluntad, ni el valor, ni la fuerza como para hacer tal.

Me apoyo en un árbol y pienso qué puedo hacer. Por ahí no paso, eso seguro. Salto un muro de mampostería en seco y en otro campo ya, me acerco a la valla que separa las fincas. Intento escalar la cerca agarrándome a los huecos de la alambrada y metiendo por ellos las botas. Los toros no me pierden de vista. Siguen todos mis movimientos, circenses casi, con interés. No se si piensan que estoy loco o aquello de tranquilos chicos, que a este nos lo merendamos hoy seguro.

A cierta altura, porque tiene la vallita más de cuatro metros en vertical, veo que es imposible. Desde allí arriba miro a ver si hay otra posibilidad, pero aparte de a los de los cuernos que no me quitan ojo no veo otra cosa que campo. Eso sí, precioso.

Así que vuelvo a tierra. Mientras, recuerdo lo que dicen los pilotos:

Despegar es optativo. Aterrizar, obligatorio.

y les vuelvo a dar la razón. Anda que no saben. Yo no sé que hacer, que de verdad que no encuentro solución. Bueno, por haber, hay dos:

-Liarme a gritos y empujones con los bichos y despejar el paso.

-Dar marcha atrás. Retroceder hasta que encuentre algún camino que me lleve hacia la N-630 que debe ir por la derecha.

La primera la enuncio pero no la pongo en práctica, naturalmente. Opto por la segunda porque no puedo hacer otra cosa. Así que vuelvo a saltar el muro de piedra de mampostería en seco y tiro para atrás, como mis queridos cangrejos, que andan ellos felices en sus cosas por la orilla. Trato de no perder el sendero, que ahora las marcas que guían a los peregrinos por la Vía están por el otro lado, por el opuesto, para los que avanzan.

Veo un par de terneros muy muy jóvenes y me entra miedo. No se ría el lector de ello, que me dijeron que tuviera mucho cuidado de las vacas que acaban de parir, que por defender a sus criaturas se ponen muy agresivas. En fin, que sigo hacia atrás ligerito de verdad

Llega la tormenta y empiezas a llover a cantaros. Y truena cerca. No sé qué hacer con el bastón. Decido alejarme lo más que puedo de los árboles y si la cosa se pone realmente fea, tirar el bordón.

Tendría maldita gracia que los toros no me hicieran nada y un rayo me dejara bien refrito. Como pille a Zeus le voy a decir un par de palabritas. No recuerdo si tenía pareja estable, que los dioses griegos ya se sabe que eran muy sinvergüenzas, para comentarle que o le pone firme a su hombre o le voy a dar con la copa del elixir en donde le acierte.

Llego tras unos tres kilómetros de ir hacia atrás a una carreterita que va hacia mi izquierda, es decir, hacia el Este, por donde sospecho que está la N-630. Tiro por ella y al cabo de otros dos o tres kilómetros más, encuentro la nacional. Giro hacia la izquierda, rumbo norte, y por el arcén avanzo con los coches que me salpican agua. Toros, agua, tráfico, asfalto. Qué día llevo y todavía sin tomar un cafelito por el camino.

Al cabo de unos cuatro o cinco kilómetros llego a un camino que tira hacia la izquierda. Por la distancia recorrida creo que ya he superado la finca por donde andan las reses de la mañana. Arriesgo y me meto en él. A los pocos kilómetros reencuentro la Vía pues veo señales. He superado la crisis. Me ha costado un susto y unos diez kilómetros extras, pero aquí estoy, vivo, contento y con más moral que nadie.

De Carrascalejo tiro hacia Aljucén por un camino agradable y tranquilo. Cuando llego a destino, bastante casado por cierto, me encuentro con la sorpresa y alegría de que acaban de inaugurar un refugio privado a donde he llegado bastante cansado.

Corro a comer al bar del pueblo que me sirven con cariño y calidad en su humildad. Como decía Antonio Muñoz Molina, con la buena educación de las gentes sencillas. Tomo sopa con pasta, y un par de huevos fritos con chorizo acompañados por una enorme ensalada de cebolla, tomate y pimientos. Delicioso y casero.

Vuelvo al refugio y me doy una ducha calentita que me deja nuevo. Me dejan un periódico y cuando las hospitaleras se enteran que soy arquitecto, me llevan a ver una casa que están restaurando para hacer de ella hospedaje rural. Les corrijo y aconsejo lo que se me permite y vuelvo al bar a tomarme un vaso de leche.

Ceno algo de pasta y me voy a descansar. En mi cuarto paso repaso al día. Pasa ser el primero en el que voy solito, ha dado bastante de sí. Unos cuantos más de este porte y me meto a astronauta, para estar bien lejos de las reses y de los caminos. Palabra.

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Aljucén - Alcuéscar

XV
15.03.02
18.88 - 311.10

He dormido maravillosamente aunque he pasado un poco de frío hacia las cinco de la mañana. Porque, lo reconozco, en la cama soy friolero y no tenía mantas a mano para cubrir mi saco de verano. Es que pesa menos.

El día de ayer me dejó agotado entre el kilometraje y las emociones. No sé qué cansa más, aunque apuesto por las segundas. Que los nervios te consumen si los dejas, eso está clarísimo. Y a mí me comen.

Desayuno en compañía de las hospitaleras. Llevan muy poco en el negocio y les entretiene mucho la gente que pasa. Dadas las fechas, todavía hay muy poco peregrino. Según me cuentan, el último pasó hace más de quince días y de momento, por las llamadas a otros refugios, no se sabe de ninguno que venga detrás. Así que voy rodeado de un espacio de soledad, en el que no hay nadie, que ocupa un tiempo de 30 días.

Cuando digo que no hay nadie hablo de humanos, porque toros he visto a montones, en grupos y a solas, grandes y pequeños, marrones, negros y a manchas, rumiando o mirándome, a la sombra y al sol, en movimiento y parados. Vamos, para todos los gustos.

Esto de la soledad tiene su aquél. A mí me gusta, lo reconozco, Aunque todo tiene sus limites. Recuerdo las vacaciones de un amigo que buscaba paz y tranquilidad. Acabó junto a un lago, en Alaska, a donde le llevaron en una avioneta con flotadores en el tren de aterrizaje, probablemente una Cessna Skyhawk 172 Hydro, es decir, en hidroavión. Le entregaron las llaves de una cabaña, le enseñaron a utilizar una radio y un fusil, ambos para supervivencia, por si tenía algún problema. Le dieron la caña de pescar y tras despedirse, despegaron dejándolo solito en un lugar del cual, el ser humano más próximo estaba a más de 500 km. Volvieron a por él quince días más tarde.

Las siguientes vacaciones las pasó de turista por Calcuta.

A las 9.45 estoy en camino. La etapa es corta salvo sorpresas y voy por la carretera según me han aconsejado. Dicen que hay mucho barro entre los dos pueblos y nada interesante a ver.

La N-630 que dicen que circula exactamente por encima de la calzada romana, tiene mucho tráfico. El asfalto acaba con cualquiera. Es decir, que la etapa de hoy no la voy a disfrutar

¿Lo hice ayer?

A media mañana vuelven las lluvias. Solo, por la carretera y mojándome, que cae a cántaros, me siento mal. Dan ganas de dejarlo todo y volver a la paz de mi casa, a disfrutar de la primavera y de mi trabajo.

Cuando llego a Alcuescar me acerco al refugio. Es la Casa de la Misericordia. Muy amables me atienden entre minusválidos, la mayoría cerebrales y desvalidos. Es de admirar a quienes viven en servicio de estas pobres gentes.

Un hermano me acompaña a las habitaciones, en un ala semi abandonada, allá arriba en el último piso. Parecen las humildes celdas de los que vivieron aquí en épocas de mayor esplendor. Actualmente están un poco desangeladas.

Ya lo dijo Cervantes:

El camino es siempre mejor que la posada.

En los aseos, que están bastante adecuados, me doy una ducha caliente y bajo. Allí me dan de comer gratuitamente. La verdad es que son muy amables y cariñosos pero de una gran humildad. Qué lejos estamos de semejante santidad.

Leo un rato y cuando me empieza a entrar la ñoña, cojo la cámara y me voy a dar una vuelta por el lugar, a conocerlo, curiosearlo y fotografiarlo antes de que se me haga de noche. Empiezo cuesta arriba buscando el centro, en donde acostumbra a estar lo más antiguo e interesante, que el refugio está situado casi en las afueras, abajo de todo.

No me doy cuenta y llega una tormenta. En un momento llueven mares y no encuentro en donde refugiarme. Me calo y mojadito como un pez vuelvo en cuanto puedo al cuarto, a cambiarme de ropa. Vaya día de aguas llevo, que cuando me seco de un chaparrón de dos horas, me coge un tormentón. Y así llevo el día, que no paro.

Bajo a la portería y me quedo un rato charlando con el hermano que se encarga de ella. Me cuenta de sus cosas, de lo que hacen y quisieran hacer y le cuento yo de mi vida, de lo que no he hecho y debería hacer.

De allí me voy al cuarto. Leo un buen rato la prensa que he conseguido, dibujo, escribo y deseo que pasen rápido las horas para acostarme, para seguir mañana por los montes. Qué poco me gustan estas horas en las que no hay nada que hacer, en las que te sientes obligado a matar el tiempo.

Qué horrible concepto este de desaprovechar algunas horas de la vida. Aunque sean sólo minutos, migajas del banquete de la existencia. Me educaron en que no hay que tirar comida y me cuesta mucho quedarme aquí, sin nada que hacer, pensando en las musarañas.

Este sentir me trae a la memoria a un gran amigo, Francisco, que no para, que siempre está en movimiento, físico y mental. Cuando era joven fundó lo que se llamaba Los Inquietos No sé lo que hacían, pero no paraban.

He de contar aquí, que este entrañable personaje entre otros líos me quiere embarcar para ir desde Viena, en donde ahora trabaja en la IAEA como inspector de energía atómica de las Naciones Unidas, a Santiago. Andando, claro.

¿Se va haciendo el lector idea de la gente que me rodea?

El plan tiene su cosa. Serían cuatro meses de andadura, cruzando Austria y Suiza por la E9 alpina , según él, Francia por la Podense y España por el Francés. O consigo quien me pague el viaje, algún sponsor que me ayude o cómo me las arreglo para pagar los gastos de refugios y comidas mientras mantengo el piso, pago impuestos y no facturo nada. No es tan fácil, pero la aventura tienta ¿Aguantaría el cuerpo?

Pero aquí estoy, soñando con una gran aventura en un momento regulón, medio deprimido en una celda semi abandonada. Solo y aburrido. Con ganas de volver a casa y a mis cosas.

De momento, dado que me siento tan mal, me comprometo a llegar a Cáceres y allí ya tomaré una decisión. Es como cuando corriendo no puedes más, te engañas a seguir a la próxima marca y al final, llegas.

Lo que pensaba hace un rato, que mi paso es la trama y el Camino la urdimbre que tejen mi peregrinar, mi vivir.

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Alcuéscar - Aldea del Cano

XVI
16.03.02
14.44 - 325.54

No he dormido muy bien. Me acosté demasiado temprano por aburrimiento y como no estaba rematadamente cansado, se me ha hecho larga la noche. Así que no ha amanecido y ya estoy en la ducha, entonándome. Tengo ganas de moverme, hacer algo, lo que sea, pero quitarme este tedio de encima.

Hay dos caminos que llevan a Aldea del Cano según la información que he conseguido. Uno va por medio del campo y el otro, próximo a la carretera. Como ha llovido mucho esta noche, preguntaré al salir a algún lugareño cuál de ellas me aconseja para llegar con buen pie a Aldea del Cano.

Bajo a desayunar, muerto de hambre, pero todos están muy ocupados y no pueden atenderme hasta pasado un buen rato. Tomo unas tostadas y café con buen hambre y pregunto a quien me sirve por donde puedo ir mejor. No sabe responderme el buen hombre por lo que opto por despedirme y agradeciendo todo el cariño que me han dado, salir a buen paso a buscar quien me pueda informar.

Caminando hacia la salida del pueblo y justo antes de llegar al lugar en el cual he de tomar la decisión, veo llegar a un hombre por el camino que va por el campo. Le saludo y le pregunto si por el que aparece se puede hoy caminar bien. Me dice el hombre que por el viene, pero que está muy embarrado, que si voy a hacer muchos kilómetros mejor me vaya por el altrenativo.

Le agradezco de corazón el consejo y por donde me dice voy. Creo que de verdad debía estar muy mal la otra ruta porque esta pista está muy encharcada y los tractores van creando un barrizal.

No hace muy buen tiempo. Llueve en el inicio de la mañana y aunque pronto para, queda el día encapotado. Según pasa el rato, va empezando a hacer calor al no correr ni una pizca de aire. He de parar un momento y quitarme algo de ropa.

Al rato distingo tres perros, mastines parecen en la distancia, que vienen a mí ladrando y muy encorajinados. Avanzo hacia ellos a ver qué quieren y la cosa queda muy clara cuando se me plantan y los tres a la vez y a coro me dicen que por ahí no paso.

Vaya, tenemos problemas. Intento dar un rodeo y evitar lo que parece ser su territorio que defienden con afán y profesionalidad y nada, insisten en su quehacer y no me dejan pasar. Reculo unos metros y veo que según me alejo de un punto, se van calmando. Es decir, no es nada personal, tan solo hacen su trabajo y tratan de hacerlo bien.

Alcanzo un lugar en el cual me puedo sentar tranquilo una vez que ellos ya ven que no hay problemas. Saco un plátano y me lo como. Empiezo a tener hambre y me permite relajarme durante un rato.

Algo sé de perros desde que con ellos me crié, que el día que nací regaló mi padre a mi madre un cachorro. Y dormíamos los primeros días juntos en la misma cuna. Hasta que él se hizo grande y yo seguía siendo un bebé, que mientras él corría como loco persiguiendo cualquier cosa que se moviera, yo seguía siendo un ser indefenso e inútil.

De aquella infancia feliz me queda el conocimiento de las señales con las que los perros, sean de la raza que sean, se comunican entre sí y con los humanos. Los signos de sumisión, obediencia, etcétera. Y de esta pequeña sabiduría trato yo de sacar ahora la solución que me permita pasar por donde estos ahora no me dejan.

Me cargo la mochila y animado me tiro hacia ellos. Camino seguro y no los miro. Domino mi recelo y sigo adelante. Se acercan ellos más y más y me enseñan los dientes, cada vez más agresivos según me acerco a un punto. Si sigo adelante me comen, eso seguro. Y siendo tres y yo poca cosa no les voy a servir ni de aperitivo.

Vuelta atrás. Ellos cada vez más seguros de su poder y yo convencido que por ahí no voy a conseguir pasar. Desde donde me comí hace un rato el plátano llamo a un amigo que tiene un perro también ovejero y le pido consejo. Me dice que los dome y le digo que me ponga el circo. Entre risas y tontos comentarios le pido ayuda y no me dice nada que no sepa y ya haya intentado.

Dejo pasar el rato mientras desde la distancia observo a los tres animales. Al cabo de un rato, veo que se van hacia el valle y que desaparecen de la vista. Agarro la mochila y salgo disparado para allá, para pasar ahora que no están. Pero de eso nada, monada,. Que en cuanto me acerco al punto maldito, me salen como locos y enfadadísimos, supongo que por intentar jugar sucio.

Y van tres, vuelta a mi rincón. Me veo como los cangrejos, andando para atrás, desandando lo andado hasta que encuentre una alternativa que me permita salvar el escollo. Triste pensamiento. Otra excursión como la de antes de ayer me va a deprimir.

En esas estoy cuando veo venir un tractor por la pista. Lo paro y pregunto a quien lo conduce si me podría pasar al otro lado, que hay unos perros que no me dejan hacerlo. Me responde el hombre que sí, que suba, que me coloque bien alto, que esos perros son malos.

Le comento que lo que hacen es su trabajo y que lo hacen lo mejor que pueden, que soy un extraño y además con mochila, por lo que lo normal es que no me dejen. Dice el hombre que sí, pero que ponga bien altas las pantorrillas que aún me van a echar un bocao.

Pasamos por entre ellos en una gritería de locos, que no les hace ninguna gracia que por allí vayamos. Quizá haya un punto de dignidad ofendida por aquello de que con trucos, pero esta vez les he ganado. Pero sea como sea, el hombre me deja más allá, en zona internacional, seguro y enterito.

Le invito a quien me ha salvado a una cerveza, que bien se la ha ganado y me lleva para un bar en donde comentamos nuestras vidas y lo que me ha traído por estas tierras. Me da buenos consejos, de gente de campo que sabe mucho desde generaciones y me despide con un

Vaya con Dios

que no hay mejor deseo entre mortales. Gente noble la de esta geografía. Gente que ha luchado durante muchos siglos para sobrevivir y tener una esperanza.

En Casas de Don Antonio he reencontrado la Vía de la Plata. Una senda fácil y agradable aunque a veces demasiado cercana a la N-630. Los toros que veo están todos al otro lado de la alambrada, que eso es lo bueno de andar cerca de una carretera.

He encontrado algún otro pedro ladrador, pero de uno en uno y siempre tras las vallas de las fincas que protegían y a las cuales no me he acercado para no molestarlos y seguir nuestras vidas, ambos, contentos y tranquilos.

A las 13.45h he llegado a Aldea del Cano. Directamente me he ido al bar Las Vegas a comer, que las tripas ya me hacían ruido. Tras un menú que me ha sabido a gloria, he pedido las llaves del refugio, que lo gestionan ellos. Me indican en donde está y me quedo horrorizado del lugar.

Se trata de una vieja nave agrícola que ha sido cedida para cubrir las necesidades de los peregrinos. Hasta ahí, bien. Según entro, en un suspiro, vislumbro algo salir corriendo a esconderse. Son varios y no sé si son ratas pequeñas o ratones grandes, que no distingo. Pero haberlos, haylos. El local está extremadamente sucio por lo que de momento no me quito la mochila. No hay catres ni nada parecido. Se trata de dormir en el suelo. Encuentro un tablero grande y lo coloco sobre un volumen, también de madera, de forma que evite que los roedores me coman las orejas o me chupen los dedos por la noche. Paso a ver los servicios e inmediatamente decido que voy a intentar encontrar algún otro lugar en el que pueda alojarme. No hay duchas y los aseos están embozados y no explico, para no dar ascos, lo que hay por la taza y el suelo. Repugnante.

Doy una vuelta por el pueblo y pregunto en una casa rural que hay en la misma plaza. Por un precio extraordinariamente razonable me ofrecen un cuarto agradabilísimo con un baño impecable. El precio no incluye desayuno, pero eso es lo de menos.

Por la noche, cuando vuelvo a Las Vegas a cenar y devolver la llave, hace un frío tremendo. Mientras me sirven, se disculpan por el estado del refugio, pero dicen que nadie se preocupa por él y que no hay presupuesto. Como estoy contento con lo que he encontrado para dormir y son gente de buena voluntad, quedamos tan amigos y nos tomamos un vinito juntos, que no tienen hoy mucho trabajo.

Quedo en volver a desayunar y vuelvo paseando a mi cuarto. Llego helado y no me puedo creer lo bien que estoy en este hotelito. Es lamentable que ofrezcan refugios que no lo son o que se tengan abandonados. Sería mejor decir que no lo hay y uno se organiza de otra forma. Pero pasar el día caminando para que te metan en el frigorífico del vertedero me parece exagerado.

Pero dicen que los peregrinos no se quejan.

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Aldea del Cano - Cáceres

XVII
17.03.02
16.09 - 341.63

Ha amanecido encapotado otra vez. Es esta una primavera sino lluviosa, si nublada. Chispeaba al salir del hotel camino del bar para desayunar y ponerme en camino, que hoy la etapa tiene premio, Cáceres.

He dormido bien y a pesar de la lluvia voy contento hacia el café. Es hoy domingo y no hay un alma por las calles, que es temprano y ya he dicho que el día es desapacible. En estos momentos siempre me pregunto qué hago yo aquí, pero unas buenas tostadas me quitan todas las dudas.

Empezar a vivir lleva su tiempo. Empezar a disfrutar, también. Ambos son procesos de desarrollo, en los que según vas evolucionando vas alcanzando metas. De momento, yo aquí, solo, feliz y medio dormido, voy a intentar llegar sonriendo a Cáceres y a partir de ahí empezaré a ver las cosas más claras. Bueno, eso creo

Mientras desayuno, acodado en la barra del bar Las Vegas, como no hay nadie más que quien me sirve y un parroquiano, pregunto si hay reses sueltas y perros peleones por el camino que va a Cáceres. Me responden ambos hombres que no, que como es festivo están todos en sus rediles. Supongo que se refieren a los animales, claro.

Contento con lo que oigo, pago, dejo propina y me tiro al monte. Bueno, a la dehesa, que eso es lo que hay, preciosa por cierto. Los alcornoques y las encinas allí en donde nacieron, rodeadas de ligeras lomas verdes conforman un paisaje agradabilísimo. Alguna flor adorna el verde.

Paso cerca de un par de alambradas y allí veo a los pobres animales condenados hoy al encierro. Los miro de lejos y paso ligerito, que me alegro mucho de que las cosas estén así y cada uno en su lugar.

Voy feliz por esta deliciosa dehesa, disfrutando de la belleza de la naturaleza y de la libertad de andar suelto, hacia donde deseo. Me hago muchas preguntas y sólo encuentro respuestas a algunas de ellas.

¿Por qué hago cada año el camino? ¿O debería decir que es éste el mismo que inicié un día en marzo del 99 en Saint Jean y continúa por aquí? Sin interrupciones, haciendo de los años simples etapas ¿Es así?

En esas estoy cuando oigo detrás a mi derecha una especie de trueno prolongado. Me vuelvo para ver qué pasa y ¡OH, HORROR! veo venir hacia mí a unos cuarenta toros a paso ligero. Helado, estupefacto, paralizado por el pánico, no puedo reaccionar por lo que no soy capaz de acercarme a uno de los árboles que están relativamente cerca para protegerme.

¡Estoy perdido!

Permanezco inmóvil porque no puedo huir mientras llegan ellos a mí y casi rozándome, van pasando por mi lado en una sucesión de ruidos. Desde el rumor de su trote hasta el murmullo de su respiración, desde el rugir del aire a su paso hasta el chasquear de las matas que aplastan, desde el batir de mi corazón hasta el sonido de mi pulsómetro, disparado al máximo.

Ahora comprendo, por fin, la teoría de la relatividad. Ahora sé como unos instantes pueden ser eternos, como el tiempo es elástico. Porque desde que he visto aparecer a los animales por entre los árboles hasta que los veo irse por el campo tras haber pasado a mi lado, unos a mi izquierda y el resto a mi derecha, no más alejados de un metro, no habrán pasado más de 30 segundos y para mí ha sido un tiempo eterno, toda una vida.

Dicen que cuando estamos a punto de morir vemos las imágenes de nuestra existencia pasar ante nuestros ojos. Yo me he sentido morir y lo que he visto han sido pasar rozándome cuarenta torazos que ya los quisiera Alí Baba para hacer cuadrilla.

Pasado el peligro, pasados ellos, me doy cuenta de que estoy temblando. Grito con todas mis fuerzas y doy un par de carreras para quitarme la adrenalina de encima. Algo más tranquilo, pero todavía poco, muy poco, me acerco a un árbol, me apoyo y me alivio, que si no me lo he hecho encima es algo que todavía no me explico cómo ha sido.

Nunca he pasado tanto miedo, ni haciendo surf en días grandes y difíciles, en un mar que me superaba, en donde mi técnica, conocimiento y físico no alcanzaba, ni en cualquier otro momento de gran riesgo. Nunca. Nunca jamás. Si antes decía que no me gustaban los toros, puedo afirmar que ahora ya les tengo fobia.

Si he salido vivo creo que ha sido de puro milagro. Una, porque no me han tirado por un roce al pasar y después el resto pisado, aplastado, machacado, que ellos iban a sus cosas y no me han prestado la más mínima atención. Otra, porque mi corazón podía haber explotado por todas partes, válvulas incluidas.

Sin pensármelo dos veces, impulsado, sacudido, imbuido, impelido, empujado. movido, arrastrado, aconsejado, estimulado, incitado, provocado, apremiado, urgido y presionado, forzado, requerido y animado por un instinto de supervivencia y por todos los sinónimos de inducido que se me puedan ocurrir, me voy para la N-630, que creo que va cerca por la derecha.

Y mientras para allá voy, saltando muros y cruzando campos, ganas me dan de volver a Aldea del Cano, tirarles encima de la barra el cuernazo que me he encontrado y que ahora llevo en la mano, y decirles tres palabritas a quienes me han dicho que hoy estaban todos encerrados. Pa matarlos...

Como las desgracias vienen juntas, se pone a llover a cantaros y no sé si es que ya lo veo todo muy negro, pero empieza a hacer un frío de mil demonios. Al rato me cae una granizada y cuando llego al arcén de la general estoy empapado, helado y con un shock encima que no me lo quita nadie. Pero el cuerno no lo suelto.

Según llego a Valdesalor me voy para el primer bar que veo y que resulta ser un local de jubilados. Me pido un café y un orujo. Me tomo el segundo de un trago y después saboreo el otro. No, no se confundan, no me tomo dos. Digo que primero bebo la copa y después el café, que me explico mal. Quienes me ven, además de pensar que soy extranjero y zumbao por andar por esos de mundos de Dios con un día como el de hoy y con un cuerno bajo el brazo, deben de pensar que le doy a la bebida a gusto. Y nada más equivocado. Pero cómo les explico yo a estos hombres por la que he pasado.

Al rato les pregunto si pasa un autobús que pare en el pueblo y que me lleve a Cáceres. Porque no lo he dicho, pero tengo clarísimo que aquí acaba mi aventura. Que desde este momento dejo de ser peregrino para convertirme en turistino y sigo hasta Santiago en vehículos que me lleven cómoda y rápidamente, disfrutando del paisaje y del arte que encuentre. Que a la Vía, con todo mi cariño, le pueden mandar flores porque para mí ha muerto, se ha acabado. Yo aquí no vuelvo, que llevo dos intentos y en las dos he salido vivo de milagro.

Me siento en la parada y aguanto el frío hasta que llega el bus. Veo llover mientras sentado, medito lo que hoy he vivido. No puedo mirar más atrás de momento, todo llegará. Y será entonces cuando con objetividad pueda juzgar si ahora hago lo correcto o estoy cometiendo otro error más que añadir a los que ya llevo en mi vida.

Y mientras revivo una y otra vez, cual en una cinta de Moebius, lo que hoy he vivido, llego a Cáceres. Veo en un termómetro que hace sólo 10ºC. Me acerco al Parador, que ya he dicho de mi debilidad por ellos, me inscribo y me voy directo para la ducha. A templarme, que vengo helado y a tratar de relajarme, que todavía voy aceleradísimo.

Como, porque a mí el hambre no me la quita nadie. Pregunto si tienen algo de toro, que va a ser mi venganza personal y mientras me repongo físicamente, leo la prensa. Salgo a ver y disfrutar de esta maravillosa ciudad, Patrimonio de la Humanidad. Inenarrable, no me puedo creer lo que veo. Llego a pensar que merece la pena pasar por un susto como el de esta mañana por ver algo tan maravilloso como el barrio Monumental de Cáceres. Lo digo sinceramente y con toda mi admiración. Que pasé por aquí, como por Mérida, siendo muy joven y no recordaba algo tan maravilloso y espectacular.

Durante la cena me llaman un par de peregrinos amigos para interesarse por mis andanzas y les cuento de mis aventuras y de cómo me vuelvo a casa pasando por Salamanca, Zamora y Santiago. Me dan la razón y me quedo más tranquilo, pues al menos parece que alguien me comprende.

Cuando me acuesto y cierro los ojos veo la escena de la mañana y oigo los sonidos de la estampida en la que me he visto envuelto. Y con ellos vivo de nuevo el terror, que se me ha quedado muy dentro. Poco a poco, ya más torero, me voy relajando hasta que me duermo.

Sí, qué noche la de aquél día...

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Cáceres - Cáceres

XVIII
18.03.02
14.20 - 355.83

Cuando despierto llego a la conclusión de que he dormido de un tirón y sin pesadillas. Al menos no las recuerdo. Y mira que me acosté nervioso. Pero el cansancio hace maravillas con la mente.

Aunque tengo aún muy viva la experiencia que ayer viví, estoy muy tranquilo. Los toros quedan lejos ahora que estoy en la ciudad y he decidido seguir en buses. Se acabaron mis preocupaciones. Ahora soy un simple turista disfrutando lo que cada lugar que visite me pueda dar.

La ducha es maravillosa. Los grandes hoteles se distinguen de los que quieren y no pueden en los baños. Este es de los gozosos, con doble alcachofa y mármoles calientes. Toda esta comodidad se valora y aprecia cuando uno viaja pero, cuando llevas más de quince días durmiendo en saco, pensiones humildes y hotelitos, aparece como un lujo asiático, que lo es. Y he de reconocer que en esta ruta me he visto obligado a dormir la mayoría de las veces en cama con sábanas, no como en otras peregrinaciones en los que sales del saco para meterte en las botas y viceversa, que no hay más.

Desayuno en el Parador. Lo hago a gusto y con hambre. El andar, aunque haya sido el día anterior cuando lo hayas hecho, te despierta el apetito. Así que disfruto de lo que me ofrecen con amabilidad.

Alguien dijo: Tenemos estomago para comer, ojos para ver las injusticias y admirar la belleza, y labios para denunciar la intolerancia, para sonreír al mañana. Tenía razón, o al menos así lo veo yo.

Salgo a ver la ciudad antigua. Ayer vi una pequeña parte y quedé maravillado. Cuanto más visito más me sorprende su belleza. Usando un viejo truco de viajero solitario, cuando algo me interesa, espero admirando el monumento a que llegue algún grupo de turistas con guía y escucho las explicaciones de este da si las da en un idioma que entiendo. Así me entero y me hace sentir bien cometer estas picardías. En algún caso me dejo arrastrar por el grupo y pasar a la siguiente obra en el que vuelvo a oír lo que se dice. Pero no llego al tercero. No quiero abusar ni aguanto tanto tiempo con tanta gente.

Me tomo un reposo para tomar una cañita en una terraza ahora que ha salido el sol. Estoy de vacaciones y lo estoy disfrutando. De este pequeño placer paso al de comer un humilde menú que sacia mi hambre y me entretiene viendo a los turistas que entran al local o pasan ante mi ventana. Hay de todo y para todos los gustos.

¿Por qué los turistas somos tan diferentes del lugareño? ¿Por qué actuamos de diferente forma? ¿Es la distancia lo que crea la variedad al arrastrar culturas diferentes? ¿Es la inseguridad lo que trae consigo que actuemos como acostumbramos, según lo que conocemos y no nos adaptemos a los hábitos locales? ¿Es la ignorancia, la falta de educación, la prepotencia?

Dicen que el cerebro nos engaña, ya lo comentaba el otro día, que en donde encuentra un vacío, una laguna, lo rellena con recuerdos u otras imágenes, algo que ya poseemos, que pertenece a nuestra historia. Creo que se llama Síndrome de Charles Bonnet. Quizá por eso en la ignorancia hay quien dice semejantes barbaridades.

Salgo al sol a ver pasar el tiempo, a ver cómo las sombras de las torres se mueven sobre otros planos cual relojes de sol. Relajado, sosegado, viendo como pasan los minutos a su ritmo, pausadamente, sin sobresalto alguno salvo el movimiento de la brisa, sigo con mi visita cultural.

Doy vueltas y revueltas por la parte monumental y repito edificios que por la mañana me han impresionado. Miro en los planos que gentilmente me han dado en la oficina de turismo y cuando estoy seguro de que no me he dejado lugar, casona, iglesia, arco, muro, rincón o pared por mirar, opto por volver al Parador y darme una ducha.

Bajo a leer la prensa y a escribir este diario mientras me tomo un te en el bar. Los camareros, interesados por mi experiencia de peregrino, se acercan y comentamos aventuras y deseos. Quieren hacer la Vía pero piensan que no van a poder. Les explico que si no llega a ser por los bichos a mí no me para nadie y a pesar de los pesares vengo desde Sevilla en el caballo de San Fernando. Que si yo lo he hecho, cualquiera puede hacerlo. Y mejor con alguien en compañía, que siendo yo de pocas gentes, la soledad me ha pesado. Así de sencillo.

Salgo a dar un paseo y me entretengo viendo todo el barrio antiguo de noche, que siempre tiene otro mirar, otro ambiente. Poca gente y poca luz. Mucha historia y con imaginación, muchas aventuras.

De vuelta al hotel, ceno agradablemente y tras un breve paseo, vuelvo a mi cuarto y organizo todo para irme mañana a Salamanca. La mochila no la he tocado apenas por haber dormido en cama. Estoy listo para leer un rato y acostarme, que mañana estaré de nuevo en otro lugar y no hay nada que me guste más que andar de aquí para allá.

En la cama, en el lujo de este cuarto, recuerdo cómo en Aldea de Cano me hubieran comido las ratas. O los ratones, que ya dije que no distingo. Como en la vida, que no distingo de buenos y malos.

Y así me va.

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Cáceres - Salamanca

XIX
19.03.02
08.92 - 364.75

Se acabó lo que se daba. A partir de ahora la Vía ha pasado a la historia, a la de mis fracasos, que hay que saber aceptarlos cuando llegan. No doy la talla para esta ruta. O me falta arte taurino. No sé.

Tras el magnífico desayuno y recoger lo poco que he sacado de la mochila para pasar estos dos días, paso por recepción y me despiden con un par de olés. Les conté de mi aventura y ahora me jalean. No saben que a partir de ahora sigo sentadito tan ricamente en bus.

Je je, travieso que soy.

Dejé de ser peregrino hace un par de días. Ahora, justo es reconocerlo, no paso de turista. Y la verdad es que me gusta más lo otro, pero cuando no se puede, no se puede, que para mí la estampida fue un límite.

Desde el hotel y haciendo gala de mi condición de turista, cojo un taxi a la Estación de autobuses, saco el billete y a las once y media salimos. Caliente, sentado y mirando por la ventana las cosas se ven diferentes, muy diferentes.

Disfruto del paisaje, el de Extremadura y el de Castilla, que van cambiando, pasando de la dehesa a la meseta. Todo es de una gran belleza. Es tan interesante ver cómo las formas se van suavizando, poco a poco para pasar de lomas a planicies. Esto lo habrán visto muchos, muchísimos, antes que yo, pero no puedo dejar de admirarme y entonces comentarlo. La vida todavía me sorprende.

Los grandes planos de las tierras de Castilla me seducen. Parece mentira que un par de colores y líneas tan sencillas me parezcan tan atractivas, pero he de reconocer que siempre he disfrutado de lo sencillo, a veces al límite con el minimalísmo.

Esto me hace recordar el cuento Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carrol cuando el gato de Cheshire dice: puede usted estar segura de llegar, con tal de que camine durante un tiempo bastante largo, porque aquí sí que es verdad.

Hacia las cuatro de la tarde llegamos a Salamanca. Caminando a ciegas por una ciudad que no conozco por haberla visitado sólo de muy joven y muy deprisa, de paso, llego a la Casa de las Conchas. Pura casualidad llegar aquí, a un lugar tan emblemático y extraordinario sin intentarlo. Dicen que la suerte sonríe a los toreros...

Me sorprende todo. Acabo de llegar y todo me maravilla. La arquitectura en general, las gentes, en especial la belleza de las mujeres, el castellano puro que hablan, el aire tan seco, todo.

El viaje me ha descentrado. Acostumbrado a caminar, a ver como las cosas van variando poco a poco, lentamente, a la misma velocidad que mi avance, apreciar todas las diferencias respecto al mundo en el que me encontraba esta mañana, me desorienta.

Es este uno de los misterios del Camino, el pasar a una dimensión menor en la que el mundo se detiene, en la que todo permanece. El sosiego te acoge y despierta el espíritu, acelera la mente. El cerebro se adapta al proceso de la vida. Aquí no hay trampa ni truco, es la apreciación del equilibrio que sigue su proceso.

Busco una pensión por los alrededores y acabo en una que algunas guías recomiendan. Tirando a cutre, consigo en ella un cuarto individual tipo submarino, largísimo y aún más estrecho en el que puedo dejar la mochila y organizarme para ver esta maravillosa ciudad.

Paso por la oficina de turismo en donde me dan un plano y me dan cuatro consejos. Al poco me doy cuenta de que es uno de aquellos lugares en los que cuanto más los visitas más te atraen, te maravillan, te subyugan.

Pasando de un estilo a otro, a cual más maravilloso, te vas perdiendo por las calles mirando aquí y allá. Me sorprende que sea una ciudad tan olvidada. Que otras se visitan y se vuelve de ellas con la boca llena de adjetivos cuando esta se las come a todas aquellas, que es incomparable. Vergüenza nos debería dar ir por el mundo haciendo el turista cuando tenemos Salamanca aquí al lado y no la visitamos. Que nos manejan y nos llevan a donde ellos quieren.

Además de merendar, he aprovechado para cenar y después pasear la noche. El frío destroza mis labios y mis ojos lloran las penas que no sufro. Pero merece la pena la tiritona que llevo por contemplar tanto monumento a la luz de farolas e iluminaciones.

Que son dos siempre los lugares por los que pasamos. A la luz del día y a la sombra de la noche y de ello obtenemos diferentes impresiones. Y si nos pusiéramos exigentes deberíamos decir que al amanecer y en el atardecer hay luces que no se repiten a otras horas. Pero eso es ya hilar muy fino y se va haciendo tarde y he de entrar en calor rápido o no habrá un mañana para mí.

Llego a la pensión muerto de frío, que no estoy acostumbrado a estos climas tan duros. En un momento estoy entre mantas, calentito y disfrutando de un descanso que no me merezco, que no he hecho hoy nada sino regalarme.

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Salamanca - Salamanca

XX
20.03.02
14.54 - 379.29

Duermo muy muy bien, cobijado bajo las mantas, defendiéndome del frío que anda suelto. Tanto es así, tan a gusto estoy, que hago un poco el vago y me levanto a las 8.30 a.m. Me doy una buena ducha y me tiro a la calle a desayunar, que ahora lo que tengo es un hambre atroz y unas ganas de comerme la ciudad y sus monumentos, que no sé si voy a poder verlo todo en un solo día.

Hace un principio de mañana con mucho frío y niebla. Si hay suerte y ésta se desvanece va a quedar un maravilloso día de sol. Espero que así sea y mientras voy a desayunar le voy a dar tiempo al día a que levante.

Llego a la Plaza Mayor y allí me pido un café con leche y churros. Me encantan, por lo que pido otra ración. Ya he dicho que tengo mucha hambre y las porras y churritos me gustan con locura. He de reprimirme para no pedir una tercera.

Me paso la mañana haciendo fotos en la niebla. Ayer comentaba que las luces y sombras del amanecer o atardecer, del día y la noche, dan formas y sombras diferentes. He de ampliar el comentario, pues la niebla aporta difuminados que es imposible encontrar de otra forma. Si fuera un buen fotógrafo y tuviera una buena máquina, hoy me podría lucir porque los edificios se evaden entre las brumas mientras una tenue luz los ilumina. Maravilloso.

Tras visitar creo que casi todos los monumentos de la ciudad, me voy a comer. Es una maldición esta hambre que me persigue, que interrumpe mis actividades. Pero al cuerpo he de respetarlo y quererlo para que mi espíritu vaya de aquí a allá.

Mientras tomo un humilde menú que me satisface, recuerdo lo que he ido visitando. Maravillado por las obras que he visto no puedo evitar una sonrisa cuando recuerdo al astronauta de la Catedral. El susto que me ha dado, que me he quedado perplejo un momento. Sensacional idea del pedrero y gran ocurrencia la suya y la de los que le consintieron esta travesura. Que la creatividad no está reñida con el humor.

Compro la prensa y paseando me acerco a la Universidad. Allí, sentado al sol en las escaleras de acceso, me entero de lo que está pasando por el mundo, que llevo ya más de veinte días sin saber qué sucede. Todo tragedias y egoísmos, para variar. Un drama.

Tanto sol hace ahora que se me están empezando a quemar la frente y las orejas. Parece mentira, después de tres semanas por el campo de peregrino, voy y me quemo ahora en la ciudad haciendo de turista. Ya no entiendo nada.

Dedico la tarde a visitar una excelente exposición de relojes y otra maravillosa de aparatos de radio y disfruto de ambas. De allí paso al Museo de Art Nouveau en la Casa Lis. En él aprecio maravillosas piezas y me sorprende un exquisito Pierrot de porcelana exacto a otro que hubo en casa de mis padres.

Más tarde voy a un concierto de clásica. No me entusiasma, quizá porque está dedicado al romanticismo y es esta época la que menos me atrae en la música. Hubiera preferido algo barroco y del clasicismo. O mejor aún, algo de los incomprendidos compositores de la segunda escuela de Viena.

De allí me voy a cenar, que ya lo dijo alguien, que la admiración y disfrute del arte y la cultura dan hambre, Y si no lo ha dicho nadie, lo digo yo y que nadie me lo niegue porque es una gran verdad. O ¿no?

Como ha vuelto el frío al caer la noche, me voy a la pensión en donde arrebujado entre mantas escribo este diario y luego paso a meditar sobre lo que hoy he visto y oído, sobre lo que da un día, la vida.

Mañana seguiré camino a Zamora, ciudad absolutamente desconocida para mí y para todos aquellos de entre mis conocidos a los que he preguntado. La sorpresa me espera, que poco puedo decir de ella. ¿Hay algo más atractivo que correr el velo de la ignorancia para descubrir la historia, cultura y gentes de un lugar? No para mí, que me parece apasionante abrir puertas por las que pasar a conocer algo nuevo.

Son ya horas de dormir, los ojos se me cierran en este camarote de submarino, largo y acogedor. Mañana descansaré en otra cama de otro lugar. El clima será más o menos el mismo y las gentes variarán poco, pero serán nuevas para mis sentidos.

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Salamanca - Zamora

XXI
21.03.02
15.12 - 394.41

Madrugo para ducharme, recoger todo, desayunar tranquilo y poder coger el bus de las 9.30h. Tan temprano me he levantado, que haciéndolo todo con paz y sosiego, he llegado a tiempo de coger el de las 9.00h.

Admiro la sencillez del paisaje, los planos que conforman la tierra. El cielo azul intenso que hoy hace conjuga con las tierras, marrones aún. Disfruto de una belleza simple, austera, mientras los kilómetros pasan

Aunque se dice que Zamora no se tomó en una hora, es ese exactamente el tiempo que le ha costado al autobús traerme hasta aquí ¡Cómo cambia la historia! Pero en su defensa puedo decir que la verdad es que me ha llevado veintiún días alcanzar sus murallas y eso que llevo con el de hoy, cuatro de trampas.

Una vez que llego al casco antiguo, empieza mi admiración. Decía que tenemos medio olvidada a Salamanca, pero la ignota Zamora, tierra de leyendas, historia, nobleza y traiciones, es una sorpresa. Voy pasando del nouveau al románico mientras camino hacia el Parador en donde he reservado una habitación para esta noche.

Amablemente me reciben en el hotel y tras interesarse por mi aventura, me conducen a un cuarto muy acogedor. Dado que hay una reparación de las cloacas justo delante de él, al abril las ventanas hemos de cerrarlas inmediatamente pues el hedor es insoportable. Amablemente me ruegan que les acompañe y me acomodan en otra habitación, esta perteneciente al antiguo edificio y por tanto absolutamente clásica. Parezco el Caballero Sineuro, que ya voy justísimo de dinero, alojado por los Condes de Alba en su palacio del siglo XV.

Me voy a tomar un café y aprovecho para comerme un pincho de tortilla. La tradición obliga, que allá a las doce es lo que casi siempre tomo y disfruto mientras hago el Camino. He de calificar la que me sirven como bastante buena, pero no le llega a la de Calzadilla de la Cueza, que es un cinco estrellas en la Guía Michelín. Y si no lo es será porque no se enteran de la calidad sencilla.

Salgo a visitar la ciudad y voy de sorpresa en sorpresa. Desde su catedral del siglo XII con cimborrio de influencia bizantina hasta sus creo que 25 iglesias románicas. Debe de ser la única ciudad del mundo con esta cantidad, porque no sé si se da en algún otro lugar semejante concentración. Lástima que la gran mayoría permanecen cerradas y no las puedo visitar.

Otra cosa que me sorprende es su bandera, prácticamente roja con una tira verde horizontal en su borde superior. De precioso diseño, me comentan. cuando por ella pregunto, que se la denomina la Seña Bermeja.

He de aclarar aquí que no me interesan las banderas salvo como concepto estético, de diseño o semiótica histórica. No se hicieron para mí las patrias ni las naciones. No soy de fronteras que separan las gentes y enfrentan a los pueblos.

Decía Fernando Pessoa que para ser grande hay que ser entero. Lo digo a cuenta de los pueblos que se creen superiores y se arrogan unos valores que quizá no son tales, que comparten las mismas virtudes y defectos de los que viven allende de sus fronteras y no se dan cuenta. Que como decía el refrán, en todas partes cuecen habas.

Hace calor, el día es perfectamente azul y el sol aprieta. Ahora entiendo eso de que tiene un clima mediterráneo continental que leo en un prospecto. Debe de ser como Valencia, pero a lo seco. Al menos esto permite que la sombra sea agradable.

Me pateo la ciudad y me sorprende cómo dos estilos pertenecientes a épocas tan lejanas como el románico y el nouveau se conjugan en esta pequeña ciudad, como si el tiempo, haciendo gala de que es curvo las reuniera.

Cuando creo que lo he visitado todo, disfrutando los edificios a los que he podido entrar e imaginando el interior de aquellos en los que no lo he conseguido, me retiro hacia el Parador. Me doy una buena ducha y limpio ya, me bajo al bar a tomar una copa de vino de la tierra y escribir este diario. Vease por estas líneas que no abuso del alcohol, porque diciendo las tonterías que acostumbro, no creo haber dicho todavía ninguna.

Pero queda mucha tarde, que todavía oscurece pronto y la cosa se puede liar. Pido disculpas si tal ocurriera, porque habré perdido además de la conciencia, las formas. Pero creo que cuando termine de escribir pasaré a leer en perfecta paz hasta que llegue la hora de la cena, que entre nosotros, la deseo ya. Gracias he de dar al amable camarero que me sirve, que con la copa me ha ofrecido unas patatitas que de momento me van a salvar.

Estoy algo deprimido. Quizá sean los días de absoluta soledad pero pienso que se debe más al fracaso en la Vía. Había puesto mucha ilusión, tiempo y dinero en ella para no haber hecho demasiado. Quizá sea este bajón debido al dejar de caminar, que el cansancio te alcanza en el descanso. Sea como sea y por la razón que sea, no estoy muerto de risa como acostumbro. Y no voy a utilizar el vino para alegrarme. Todo tiene su proceso.

Paso al restaurante y disfruto de una cena de platos de la tierra. Allá a donde fueres, haz lo que vieres, que hoy estoy refranero. Lo digo porque creo que es una barbaridad no curiosear por las cocinas de los mundos que visitas. Que hay quienes van a Roma y buscan un lugar en donde tomar una paella y viceversa, que los hay que de allí vienen y en una pulpería piden lasaña, que he sido testigo de ambas majaderías.

Cuando el día se me acaba y con él el libro que estaba leyendo de Leopoldo Alas Clarín, que por cierto nació aquí, en la muy antigua ciudad de Zamora, me acuesto. Otra cosa que hoy he aprendido, que ya lo dice el refrán, no te acostarás sin haber aprendido algo nuevo.

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Zamora - Santiago de Compostela

XXII
22.03.02
09.69 - 404.10

No voy a repetir la descripción del desayuno que me he servido en el buffet del Parador porque van a parecer estas líneas más una guía gastronómica que un diario de peregrino que tira a turistino. Además, me repetiría, que solo hablo del comer. Pero déjeseme decir brevemente que ha sido un momento glorioso, sublime, extático casi. Y dejémoslo estar así, sin abusar de adjetivos que bien se lo merecen.

A mí los desayunos me producen felicidad, o redondean la que ya poseo al levantarme, que a mí esto del vivir me alegra mucho el cuerpo y me serena el alma, de verdad. Para comprender lo que me gusta la vida hay que pensar en que me he metido en ella a sabiendas de que ello me lleva inevitablemente a la muerte. Aceptar la parca a cambio de conseguir algo significa que mucho lo hemos de desear. O ¿no?

Tanta alegría me recuerda la Oda de Schiller, la que utilizó Beethoven para la parte coral de su novena. Aquella que si tradujéramos de su original en alemán, diría:

Alegría, Luz Divina,
del Elíseo dulce lar,
inflamados alleguemos
Diosa, a tu celeste altar.
Une otra vez tu hechizo
a quienes separó el rigor.
Fraterniza el orbe entero
de tus alas al calor.

A quien el azar ha dado
verdadera amistad,
quien consorte dulce halla,
ha sin par felicidad.
En la redondez terrena
suya un alma invocar!
A quien no le fuera dado
sumiríase en pesar!

En el seno de Natura
alegría liba el ser,
su florida vía sigue
males, bienes, por doquier.
Besos, vides, fiel amigo
hasta el morir nos dio;
el deleite, a los gusanos;
y al querube, un gran Dios.

Cual los soles en su vía
magna, juntos! oh! marchad!
y como héroes disfrutad
dicha, triunfos y felicidad!

Abrazaos, oh! millones!
Beso de la Humanidad!
Brinda celestial bondad
Padre a tu séquito sin par
Os postráis, oh! Juntos
Ante el Creador Eterno
Busca en el azur, y reina
Sobre el plano etéreo.

Ahí queda eso, para los que les va la poesía pura y dura. Y que no se me desoriente el personal, que en alemán es mucho más difícil, de verdad, que fíjense cómo comienza:

Freude, schöner Götterfunken
Tochter aus Elysium...

Quizá por eso Miguel Ríos lo redujo y resumió en breves frases que puedan llegar más al pueblo del siglo XXI, entonces todavía XX, quedando en un más sencillo verso que seguro que todos recuerdan:

Escucha, hermano, la canción de la alegría,
el canto alegre del que espera un nuevo día.
.
Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol
en que los hombres volverán a ser hermanos.
.
Si en tu camino sólo existe la tristeza
y el llanto amargo de la soledad completa,
..
Si es que ya no encuentras la alegría en esta tierra,
búscala, hermano, más allá de la estrellas.

Total, que no ha empezado el día y ya he cantado dos veces, casi tres, el himno europeo. A lo que lleva el vino. El que tomé anoche, que Dios me libre de probarlo por la mañana. Además, prometo que no bebí nada más que una copa mientras leía y otra mientras cenaba. Eso sí, colmaditas.

De todas formas, ya lo decía el sabio: Bonunm vinum laetificat cor hominis Y con este latinazo doy por concluido el tema. Sí, lo lamento, vaya día llevo hoy...

Como todavía me quedan unas horas hasta la salida del bus que me llevará a Santiago, aprovecho el rato para rematar las visitas turísticas y culturales por la ciudad. Repito algunos monumentos, como la Catedral y visito algún museo que ayer me dejé. Cuando ya no puedo más de arte, que todo cansa, me meto en una pastelería y saboreo algunos dulces de la tierra. No soy muy goloso, pero de todo hay que probar que no ofenda al cuerpo y al prójimo.

Tras despedirme de la gente del Parador y agradecerles su amabilidad, me acerco a la estación de autobuses alegre y bien solito, que desde que se fue Ademir solo me acompaña mi sombra. Y a veces ni ella, que cuando se nubla desaparece. Y de las moscas no puedo hablar bien porque en cuando me metí en comodidades, en cuanto deje de andar, me abandonaron.

Mientras espero la salida del que va a Compostela, me tomo un menú que si llega a ser más asqueroso me muero. Parece mentira como se puede servir algo así y seguir con la conciencia tranquila. Pero gracias a que conocemos lo malo, disfrutamos de lo bueno.

No me gustan los autobuses. Prefiero cualquier otro medio de transporte, muy especialmente el avión. En los autocares me siento apretado, encerrado y no puedo abrir las ventanas. Además siempre hace frío o calor. Y lo peor, te ponen un par de películas en el vídeo que siempre son de tiros. Y con el volumen muy alto, para que las oigan bien los que van atrás de todo.

No, no me gustan los autobuses, pero quizá lo digo porque hace ya días que dejé de ser peregrino y se me ha olvidado lo bien que se está sentadito, calentito y que te lleven de aquí para allá sin hacer el mínimo esfuerzo.

Cómo cambiamos, cómo olvidamos el sufrimiento para recordar sólo el placer que nos produce lo bueno. La vida es así y ello hace que entonces nos aburguesemos. No valoramos lo que tenemos, las comodidades que disfrutamos.

Llegamos a Compostela hacia las 20.30 h. Caminando me acerco al centro histórico y una vez allí, paso por la Oficina del Peregrino. Enseño mi credencial y me dan una Compostela que según las normas del arzobispado y de la Xunta no me merezco, pues no he hecho caminando los últimos cien kilómetros. Ellos no valoran lo que hayas hecho antes, que en mi caso poco es, pero que suma más de 350 kilómetros.

Busco un hotel y me ducho. Salgo a pasear y acabo en la Plaza del Obradoiro. Desde ella, mientras la lluvia cae sobre mí, le pido a Santiago perdón por llegar tarde y no poder pasar a abrazarlo, pero sobre todo por haber hecho el sarasa y haber llegado a él en bus.

La lluvia me obliga a buscar refugio en un restaurante en donde tomo un humilde menú, que pocos euros me quedan ya. Qué tiempos aquellos en los que llegaba aquí con queridos compañeros, la mente serena y la economía saneada, todas ellas buenas razones para celebrarlo con una mariscada.

El sueño me alcanza mientras paseo las rúas. Me acerco al hotel y me dispongo a dormir entre los recuerdos de una aventura que no ha terminado como peregrinación. Cuando el sueño me vence me siento en armonía pero triste porque no he logrado mis objetivos. Quizá, la solución para descansar en paz sea pensar que el año que viene volveré a peregrinar y no voy a fallar.

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Santiago - Santiago

XXIII
23.03.02
12.40 - 416.50

Amanece un día radiante y salgo a disfrutar de la vida en una ciudad maravillosa, sorprendente e inacabable como es esta Compostela. Compro la prensa y me voy a desayunar al Dakar en donde siempre me han tratado muy amablemente, incluso con cariño.

Entro, saludo al dueño que afectuosamente sale de la barra a recibirme, me siento en una mesa junto a una de las ventanas que dan a la Rúa do Franco y me pido un café con leche y uno de sus enormes y maravillosos croissant.

Qué bonita es la vida cuando hace sol y se tiene la conciencia tranquila. He de enterarme si va ganando el Athletic, para según decía mi amigo, redondear la paz que me rodea.

El ciego de correos sigue con su cantinela que ya asocio a las mañanas perezosas de esta ciudad. Veo la gente pasar y como dice la canción, no estabas tú. Pero dejándonos de historias, veo como cada cual va a sus quehaceres y deleites, que pasa el público mezclado entre locales y turistas

Repito croissant y después también café mientras remato el crucigrama que se me está resistiendo, pero que finalmente cae. Recojo y paso a pagar. Mientras me cobran, se interesa el dueño por mis aventuras y dice a los camareros que me traten bien si por el Café paso y no está él. Ya es de agradecer semejante deferencia siendo quien esto escribe un desconocido casi, que solo vengo un par de días al año.

En la calle aprovecho la maravillosa mañana que luce para callejear y admirar la arquitectura que conforma todo el encanto de esta ciudad. Una vez, más me sorprende que no haya ni una sola casa en el conjunto histórico que esté fuera de tono, que rompa el equilibrio. Todas cumplen con la altura reguladora, todas son de piedra y clásicas. Una a una componen un milagro.

Aprovecho el paseo para comprar algunos regalos para los amigos, la familia, y un servidor, que se regala unos quesitos para ir recordando esta tierra cuando llegue a casa. Porque una cosa es austeridad y otra hacer el tonto olvidando parte de la experiencia.

Dejo los trastos en el hotel y me acerco a la Catedral. Como es algo pronto para la Misa del Peregrino, aprovecho para disfrutar del Pórtico de la Gloria y de la belleza, apocalíptica casi, del altar mayor. Puedes pasar horas sentado en un banco admirando las formas y esculturas que rodean a Santiago. Cuanto más miras, más te sorprendes.

Salgo a disfrutar de la fachada, de sus piedras labradas, de sus musgos y líquenes, de la belleza que unos grandes constructores supieron crear y la que luego le han dado los años. Miro y remiro las esquinas en la búsqueda de conceptos y abstracciones, de formas y composiciones, de soluciones atrevidas para la época y admirables hoy en día.

Dando vueltas por la escalera me encuentro con otro peregrino que siendo del sur ha hecho el Camino Francés, mientras que siendo yo del norte he hecho, o mejor debería decir he vuelto a intentar, La Vía de la Plata. Divertida inversión de personas y rutas, que parece que no estemos a gusto con lo que tenemos, con nuestra tierra. Hablando, me abre su corazón y me cuenta de sus desdichas, su penar, mientras entramos a la Misa del Peregrino.

Seguimos la ceremonia juntos y cuando salimos nos vamos a Casa Manolo en donde prosigue nuestra conversación, nuestra comunicación. Es curioso cómo convivimos con personas a las que nunca les decimos qué sentimos, qué pensamos y sin embargo, en un momento de luz, de iluminación, abrimos el arca de los secretos a un desconocido. Y todo esto sin dejar de comer, porque todos sabemos los platos que en este restaurante sirven.

Nos separamos en el café. Él ya vuelve a casa mientras yo no lo haré hasta pasado mañana. Quedamos en seguir en contacto, porque la distancia no tiene sentido en un mundo que la tecnología, además de la amistad, ha hecho pequeño.

Otro amigo que me ha regalado el Camino. O Santiago, que uno ya no sabe porque todo es uno. Si miro atrás y recapacito veo todos aquellos personajes entrañables que han ido jalonando y creando mi experiencia en el mundo Jacobeo. Son muchos, desde aquellos que tuvieron un papel fugaz y afable, hasta todos los que ahora pertenecen a mi mundo intimo. Tan solo por ello ya merece la pena sufrir cansancio y las inclemencias de la naturaleza. Lo de los toros ya no lo tengo tan claro, porque cada vez que lo recuerdo me tiemblan los miembros.

Camino de un restaurante pequeño para cenar, oigo que alguien grita mi nombre y me llevo una enorme sorpresa al encontrarme a un matrimonio venido del pequeño pueblo de no más de 15 familias, en el que vivo y trabajo durante los seis meses de la temporada estival. Están ellos en Los Reyes Católicos y me dicen que huelo a vaca. Les contesto que no les cuento la historia completa porque no quiero que tengan pesadillas durmiendo en un hotelazo como en el que están. Se mueren de la risa y me mandan a la ducha. Benditos ellos que vienen aquí en avión y taxi y se alojan en el mejor lugar.

Tras la cena, paseo un rato en la oscuridad de las tranquilas rúas que quedan fuera de los circuitos de los estudiantes hasta que el sueño hace que se me pongan ojos de oriental. Opto por tomar el camino más corto al hotel, que en esta ciudad no es exactamente la línea recta, y tras darme una buena y caliente ducha, me quedo frito, siendo un pecador, en la paz de los inocentes.

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Santiago - Santiago

XXIV
24.03.02
08.93 - 425.43

Hoy, día de descanso, último de esta pequeña aventura pues mañana vuelo a casa y termina la libertad. Vuelvo a mis pinceles y rutinas, a buscarme la vida en vez de disfrutarla, aunque he de aclarar que soy un privilegiado, que a pesar de los pesares, tengo una existencia de maravillosa calidad.

Quizá por eso soy feliz. O quizá tengo una extraordinaria existencia porque soy exactamente eso, feliz ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Que quizá las tristezas no nos dejan ver la suerte que tenemos de vivir, de estar vivos, de realizar el misterio de la vida.

Entiendo que hay que ser feliz, por el sencillo y extraordinario hecho de estar vivos. Creo que no es éste un pensamiento hedonista o decadente. Es lo mínimo que podemos hacer para corresponder al inenarrable regalo que se nos ha hecho, que nos ha sido concedido, la vida. Quien imagina a un niño con un regalo quejándose, malcriado y consentido. En un mayor sería incomprensible, lamentable, incoherente y muy triste. Entonces señores ¿a qué esperamos? La vida está ahí fuera y con ella, la felicidad. Que se queden aquí los aburridos, que yo salgo a gozar del día, a desayunar, a disfrutar del aire y de la luz y si llueve, de las gotas que me mojarán. Del café con leche del Dakar, de sus maravillosos croissants y de la cantinela del ciego de Correos, que cual mantra invoca a la luz.

Hoy llueve, pero no importa, esta ciudad es bonita siempre. Y ya que hoy estoy filósofo, me pregunto ¿por qué nos quejamos de las nubes y de la lluvia? Lo vuelvo a decir, a recordárselo, de ella viene la vida, a ella nos debemos y hay quien declara guerras por su posesión. A qué entonces estas malas caras porque chispea. Paraguas y a sonreír, como Gene Kelly en aquélla memorable película en la que sí que caía agua...

Recuerdo una vez en la que al atardecer fui con un pescador a echar las redes. Cuando volvíamos a puerto, las nubes cubrían el sol. Ante mi queja, con la sabiduría de las gentes sencillas me desarmó al decir una gran verdad ¿No es más bonito así?

En fin, que no he desayunado y ya llevo agotados a los lectores. Ustedes perdonarán, pero me da rabia y entristece que no sepamos disfrutar de lo mucho que tenemos. Pero no sufran, que paso ya a mis habituales descripciones de desayunos, a la rutina de mis diarios.

Lo que decía, café con leche y croissant. Y repitiendo de ambos mientras leo la prensa. Tranquilo, disfrutando de sentir cómo el tiempo pasa lento, despacio. Gozando del sonido de la calle, relajada, con el ciego anunciando los iguales. Tiempo de paz, de sosiego, para quien, aunque sea con trampas, ha llegado a la meta.

¿En dónde estarán mis toritos? Que nadie piense que los echo de menos. Estamos muy bien así. Ellos en su dehesa, rumia que te rumia y yo aquí, tomando cafés, recordando lo que fue y reconozcámoslo, soñando lo que pudo ser. Pero bien está, hay que saber aceptar lo que hay.

Paso a visitar a Santiago. Paso por la Catedral y veo a los pocos peregrinos que han llegado. Con la luz en sus ojos y la alegría en sus corazones los veo abrazar al Santo. Qué gran momento si es la primera vez, aunque siempre alegra.

Paso por Casa Manolo y como, hoy solo. Y me voy a pasear. Disfruto de las rúas y rúelas, hago fotos y parece mentira cómo es imposible encontrar lo que ayer apareció ante mis ojos. Visito librerías y admiro la profusión de libros en ediciones antiguas y modernas, actuales, dedicados al Camino. Casi todos tan malos como este diario en el que ahora escribo y ustedes, mártires, leen. Y sin embargo, se agotan y alguno se reedita. Somos muchos a los que se nos ha quedado la experiencia pegada al alma.

Aprovecho mi condición de peregrino y me acerco a cenar gratis al Parador. Ayudo a un par de alemanas jóvenes y a dos holandeses. Servidos y contentos, quedo sumido en mis sueños mientras ceno con alegría. Ellos hablan, cuentas sus experiencias, comparten sus recuerdos. No llego a comprender más. Allí los dejo, mientras sigo yo a mi aire.

Me gusta esta expresión, a mi aire, dicho maravilloso que dice que soy libre y que además de sentirme así, lo disfruto. Y gozando de mi libertad vuelvo a perderme por las calles, en penumbra ya, de esta inabarcable urbe.

Voy a un concierto de música antigua en la iglesia de San Paio y lo saboreo. Esta ciudad tiene muchos actos musicales gratuitos y siempre que estoy aquí y me entero, paso a oírlos. Protegido de la lluvia y del fresco de la noche, en agradable ambiente, alegro el alma con las armonías que interpretan, que llevo casi veinticinco días sin ellas.

Pasan las horas. Mojado y cansado, me acerco a un café que no sabría decir en dónde queda. Pido un té y lo paladeo mientras releo lo que hoy he anotado en el diario. Y sonrío. Porque estoy contento, feliz, relajado y por las tonterías que veo que llego a decir, pensar, escribir. Perdonen ustedes, lectores que hasta aquí han llegado.

Al rato estoy en la ducha del hotelito. Termina de relajarme y me quita la sensación de haber andado bajo la lluvia. Templado, seco y tranquilo, me echo en la cama y antes de que me pregunte en qué barbaridad se me va a escapar el pensamiento, me quedo dormido.

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Santiago - Casa

XXV
25.03.02
09.39 - 434.82

Fin. Hoy se acaba mi pequeña aventura y también este diario. Y con ello llega la paz a sus corazones, que no los voy a molestar más. Justo decir lo que he hecho hasta que haya de coger el avión que me lleve a casa.

Las vueltas siempre son agridulces. La alegría de volver a tus rutinas, a tu cama o sillón favorito se combinan con la tristeza del fin del viaje. Dependiendo de cada circunstancia y de cada persona, el dulce vencerá al amargo o viceversa. En mi caso hay empate. Soy feliz de estar aquí, o a donde me manden, que ya lo dije, a mí esto de ir de aquí para allá, me gusta. Pero también disfruto de mi casa, de mis libros, de mi música, de mis cosas.

Pero antes de que me líe mucho filosofando con el ser y el estar, me voy a la ducha, la disfruto y una vez vestido, recojo todo y me bajo a pagar, que despedirme lo haré esta tarde cuando recoja la mochila para subir al aeropuerto.

Voy contento, me espera un café y un buen croissant y ya veremos si la historia no se lía y repito. Voy pensando que esta tarde volaré, que es de las cosas que más me gustan en esta vida. Así que otra razón más para sonreír.

En el Dakar me siento en mi mesa favorita y leo la prensa mientras desayuno. Como me entretengo con las noticias, pido otro croissant y después otro café con leche. No tengo remedio, me pierden.

Me voy al mercado porque me han dicho que allí quizá encuentre queso fresco de O Cebreiro. Mientras, de camino, voy curioseando las tiendas interesantes que encuentro. En algunas se me hace la boca agua, pero domino la situación y sigo adelante.

Ya allí, en el Mercado de Abastos, disfruto las parada, remiro todo lo que hay, desde algas del mar hasta verduras maravillosas, desde marisco fresco hasta conservas con una pinta excelente. Pero no acabo de encontrar el quesito que busco. Pregunto en uno de los puestos y muy amablemente me dirigen a otro en el que han tenido pero ya no y de allí me mandan a un tercero en el que finalmente lo consigo. Contento con la consecución de este pequeño capricho, me acerco al hotel a dejarlo en la mochila.

Como son ya casi las 12h, me acerco a la Catedral, a oír la Misa del Peregrino. Pequeña despedida del Santo en su gloria, aunque luego pase a verlo y a darle un abrazo en la intimidad.

No veo muchos peregrinos, no han debido de llegar más de tres o cuatro que veo desperdigados por la iglesia. Pero perdón, la Catedral está a rebosar de gentes que han venido en excursiones, en autobús, avión, tren o barco y que son tan peregrinos como el que más y por quienes al final de la ceremonia bailan el Botafumeiro.

Me voy a comer a Casa Manolo y como hay poca gente me siento a la primera y me despido de sus menús con un caldo gallego, que probablemente no volveré a tomar hasta el próximo año.

De nuevo al Dakar a tomar un té y cuando paso a pagar, me despido del dueño pues no creo que vuelva hasta el año que viene. Cariñoso como siempre, me despide en la puerta. No lo olvidaré. Ni tampoco los desayunos que en su local disfruto.

Paso un momento por la Catedral antes de volver al hotel a por la mochila. Meditando en un banco se me van las horas. Suena en ese momento el órgano, en un ensayo del concierto que habrá esta noche y al que no voy a poder asistir. Lástima. Apuro un poco el tiempo que me queda para disfrutar algo de lo que no podré oír y paso a darle un fuerte abrazo al Santo. Seguramente hasta el año que viene, que he de aceptar que el Camino y todo lo que le rodea, me ha cautivado.

Son las cinco cuando recojo la mochila y me subo al aeropuerto. Tengo poco tiempo para embarcar en el A320 de Iberia de nombre Sierra España. Sonrío cuando pienso que es, con acento del sur, el grito de batalla en la reconquista, Santiago y sierra España. El vuelo, IB1569 sensacional, me deja en casa en una hora, 14 minutos y cinco segundos.

Y mientras reparto quesos en casa de mi hermano en donde me tienen acogido por las obras en la mía, les cuento de mis aventuras y desventuras y entre otras cosas les saco el cuernazo que me encontré tras la estampida y que me hacen sacar al balcón, que huele.

Entre risas celebramos la vuelta y aprovechamos la ocasión para tomar una copa, una sola pero colmadita, eso sí, de buen vino. Porque como alguien dijo, si se hace de frutas, ha de ser sano.

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Epílogo

Semanas más tarde, en una revisión de rutina tras la ablación, le comenté al cardiólogo que me atiende la experiencia que viví con los toros. Tras su risa vino su dictamen:

-Eso quiere decir que tienes un corazón sano y fuerte.
-Pues será otra cosa lo que tengo regular, porque todavía me tiemblan las rodillas cuando lo recuerdo

Que una cosa es meterse a peregrino y otra muy distinta a torero.

O peor aún, a Tancredo...

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Final

Me gustaría terminar repitiendo una bellísima expresión hoy en día casi olvidada y que he oído en varias ocasiones mientras iba por tierras de Andalucía y Extremadura.

Vaya con Dios.

No hay mejor deseo.