http://www.biescasvignau.com/03Espanol/07.Trekking/16.CaminoPortugues/Diarios/2006.Alfonso/%2016.DiariosAlf.01.07.htm
G. Lightfoot
Camino Portugues.
John Brierley.
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Camino Central Portugués.
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Me reúno con César al amanecer. Voy cojo. No sé qué me pasa en el tobillo izquierdo pero desde hace una semana he de caminar con una tobillera porque me da unos pinchazos inenarrables. Espero que poco a poco me recupere, pero de momento no tengo muy claro que pueda llegar a Santiago.
Nos vamos para el aeropuerto en donde nos encontramos con Jorge. Mientras hacemos el check in, se nos cuela un gallego con muchísimo arte. Acabamos hablando con él y felicitándole por su picardía. Tenemos tiempo y estamos de muy buen humor, los tres reunidos de nuevo listos para un nuevo Camino.
Aún en la cola, que no sabemos qué está haciendo nuestro gallego pero lleva ya casi quince minutos en el mostrador, me encuentro a un amigo de toda la vida. Mejor debería decir que me encuentra él, que yo todavía estoy medio dormido. Se va para Bilbao y está feliz.
Por una vez, no nos pegamos Jorge y yo por la ventana. Para César es el primer vuelo de su vida, y se la cedemos. Pedimos la de estribor, F de fox-trot. Con suerte podrá ver algo de los Pirineos y disfrutar de la vista si no hay demasiadas nubes.
Como estamos en ayunas, una vez hemos pasado el arco y los controles de policía, después de haber hecho sonar todas las alarmas con las botas, nos vamos medio descalzos todavía a tomar algo, que mis tripas están bramando. Mientras Jorge coge mesa y vigila las mochilas, que solo hemos facturado los bastones que no nos dejan llevar con nosotros porque pinchan, César y yo nos esforzamos denodadamente por conseguir unos cafés y otros tantos bocadillos. Hay seis personas tras la barra y solo cuatro clientes y no pueden con ellos. Como decía mi padre, son como los jugadores de fútbol malos, que corren mucho y no hacen nada. Nos lleva un buen rato lograr lo que pretendíamos, con lo que el hambre ya es desmesurada. Pero como casi todo en esta vida, la historia acaba bien y finalmente desayunamos.
Embarcamos y empiezan las risas. Como es un vuelo de ClickAir de a 9 euros, hay que entrar de los primeros para coger ventanilla. Eso para Jorge no es nada y allí nos tienes, sentaditos los tres juntitos, en un avión absolutamente nuevo, listos para iniciar nuestra pequeña aventura.
El avión despega y a César parece que le está gustando esto de volar. Y eso que el piloto, al que no se le entiende nada, ha hecho un despegue bastante agresivo. En un momento estamos a muchos pies de altura. En mi Flight Simulator soy más prudente, pero también es verdad que vuelo en un DC3 y que soy un matao, que la mayoría de las veces todo acaba en accidente. Pero siempre he dicho que la culpa es de la torre de control, que no se les entiende.
Descubrimos que una azafata es extranjera. De Murmank, en la península de Kola, en Rusia frontera con Noruega. Así que Jorge la entretiene un rato hablando ruso con ella. Pero nuestro amigo ha perdido acento, encanto o picardía, porque no consigue que nos invite a algo
Cuando nos aproximamos al aeropuerto y el avión comienza el descenso, despeja y nos damos el gusto de ver el Atlántico con un oleaje de costa importante, la desembocadura del Duero y la ciudad antigua de Oporto, verdadera joya, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El aeropuerto Sa Carneiro es moderno, funcional y estético. Muy agradable y de muy fácil recorrido, hace casi innecesaria la señalización. Derechitos nos vamos los tres a los lavabos, impecables y de allí a la Oficina de Información Turística en donde muy amablemente una joven y atractiva portuguesa nos regala mil folletos y llama a la Catedral en donde parece que nos hospedarían. Como el sacristán duerme la siesta, nos sugiere ir a comer unas Tripas ao modo do Porto para ir haciendo tiempo.
Buscamos la conexión de metro, sacamos los billetes entre risas, que cuando las máquinas hablan portugués y no estás acostumbrado te vuelves tarumba. La parada es al aire libre, con hierba entre las vías. El día es maravilloso, precioso de luz y temperatura. Cuando llega el convoy nos maravillamos de lo moderno y bonito que es. Y además cómodo y muy claro. Hemos cogido la línea morada y hemos de hacer un cambio en Trindade para pasar a la línea amarilla e ir hasta Sao Benito. Al entrar, un tipo con cara de gringo se mosquea al vernos y se va a otro vagón. No sé qué hacemos que nos sentamos a su lado. Se levanta y se va lo más lejos que puede. Es un extranjero, los portugueses son gente encantadora.
La salida a la calle es espectacular, junto a la maravillosa Estación Central. Todo es de una increíble belleza en esta ciudad. Tras visitar la estación y un par de iglesias nos bajamos hacia la ribera del Duero. Nos mete Jorge entre callejuelas, para sentarnos finalmente en la pequeña terraza del Restaurante Marina, soleada y agradabilísima, en donde camareros amabilísimos nos sirven las famosas tripas tras una exquisita sopa de legumes. Y todo baratísimo.
Debo hacer aquí un aparte para explicar la cultura de las tripas. Dícese que en la época de las grandes navegaciones, se curaba la carne en sal para que durara grandes travesías. Pero como las vísceras no se conservan, se desarrolló una cultura tripaire, de la cual son hijos estas maravillosas tripas que nos hemos regalado. Que son algo tan rico y sencillo como unos callos con alubias blancas. Pero exquisitos, señores, mejores a mi gusto que nuestros callos con garbanzos. Para bajar la comida nada mejor que una visita, con mochila a la espalda y a toda velocidad por el casco marinero con final en la Catedral, con subida incluida.
Allí nos sellan la credencial pero nos dicen que de dormir nanai, que nos busquemos la vida. Vamos a la Oficina de Turismo que hay al lado y nos vuelven a llenar la mochila de folletos, planos e información. Decidimos que nos vamos a la Pensao Duas Naçoes cuando terminemos con nuestra visita turística.
Bajamos otra vez al Duero y damos mil vueltas por las callejuelas por las que no habíamos pasado, elegimos un lugar para cenar y otro para oír fados. Todo ello dirigidos por Jorge que se conoce bien la ciudad por haber hecho de guía con rusos y franceses.
De allí a la pensión en la que por cuatro duros, unos 25 euros, nos meten en un cuatro, todos juntos. Nos organizamos, dejamos las mochilas y nos vamos a tomar un cafelito al Majestic, maravilloso café modernista, obra de João Queiros e inaugurado en 1921 con el nombre de Elite. Disfrutamos del local, de la amabilidad de los camareros, de la calidad de lo pedido y del maravilloso precio.
De allí y de un excelente humor nos bajamos a buscar las setas, las flechas amarillas que han de indicarnos el camino en nuestro peregrinar. Encontramos la primera en una pared en la subida a la Catedral desde el Duero. A partir de allí las vamos siguiendo en un vertiginoso zigzag hasta llegar a la Plaça da Cordoaria, junto a Bellas Artes, en donde desaparecen. Nos volvemos locos los tres buscando juntos y separados y no conseguimos encontrar la siguiente. Pasamos en estos vanos intentos más de una hora y nada. Jorge se pone nervioso y dice que se baja al Volga y que mañana va por la orilla hasta la desembocadura y de allí por la costa hasta Santiago. Y se lía a caminar por la Rua da Restauração hasta un barecito junto a la rivera del Duero, casi en donde ya desemboca. Allí nos tomamos unas cañitas para serenarnos y llamamos a la Asociaçião de Amigos del Caminho Português. Hablando portuñol, Jorge se entiende con una señora que dice que le vacila, que está sola y que no sabe nada. Tras mucho hablar nos da el número de la doctora Almindez que amablemente y en un momento nos indica por dónde siguen las setas. Pagamos y nos cobran 8 euros por las llamadas. Si algo no es barato en Portugal son los teléfonos.
Nos vamos a cenar unas francesinhas al restaurante Dom Antonio y luego a oír unos fados mientras nos bebemos unos oportos en el Mal Cocinhado, un local del siglo XVI en el que gracias a una picardía de Jorge nos invitan y además nos tratan como a príncipes.
Para rematar la noche, nos buscamos un taxi que por 3 euros está a punto de matarnos. Hubiéramos salido a euro el cadáver, a menos que alguno sea más valioso que los otros dos, cosa que no creo. Un suicida peligrosísimo. Intento coger el número para avisar a quien por aquí venga, pero es más rápido que yo y para cuando miro ya debe estar en Lisboa. Tremendo elemento.
En la Pensao se está bien y calentito. Lo hemos pasado hoy tan bien que da pena irse mañana de esta maravillosa ciudad. No se puede pedir más para un buen principio. César ha de estar encantado. Su primer avión, a 9 euros y con excelente vuelo y su primera salida al extranjero a una ciudad maravillosa de amables gentes.
Así que nos dormimos con una sonrisa en cada cara. El primero en caer es Jorge, que es de los que se están desatando la bota y ya ha empezado a roncar. Angelito...
Nos levantamos a las 7h. Es muy tarde para los tres. Somos gentes de buen madrugar y con el cambio de hora estamos hartos de cama. Hacemos unas risas cuando comentamos quien ronca más. Salvo César, los demás no paramos, yo de siempre y Jorge que empieza a hacerlo, ligera pero continuadamente. Ya no me siento tan solo.
El pie parece que no va a peor. Ayer anduvimos entre una cosa y otra casi 20 kilómetros y aunque me tira algún pinchazo, todavía funciona. Me conformo si sigue así hasta Santiago.
Desayunamos en el bar de abajo y preguntamos si saben por donde andan las setas. Nos dicen que vayamos hacia el Ayuntamiento y que en seguida las veremos. Salimos listos para la aventura a las 8.18, una hora bonita, capicúa. Inmediatamente y tal como nos lo habían predicho, encontramos las flechas amarillas que nos han de guiar hasta Santiago. Así que lo mejor es olvidar la señalización que viene de la parte baja de la ciudad y desaparece en la Plaça da Cordoaria, junto a Bellas Artes y empezar desde aquí.
Con alegría y a buen paso vamos cruzando y admirando esta hermosísima ciudad. El recorrido se alarga por zonas urbanas durante muchos kilómetros, cada vez menos atractivos. Pero es el peaje a pagar por haber disfrutado de un día como el de ayer. A veces las recompensas se cobran antes de haber hecho el trabajo y eso es lo que estamos viviendo hoy.
He de decir que el Camino está extraordinariamente señalizado desde el inicio. Hay setas por todas partes y cuando podría haber una duda lógica siempre aparece una señal que te indica por dónde o por dónde no. Hemos de agradecerlo a la Asociaçião de Amigos del Caminho Português.
Hace un día maravilloso. de exquisita temperatura primaveral con cielos absolutamente azules y carencia de vientos. No podríamos desear salgo mejor, que siendo enero nos podríamos ver barridos por galernazos de Cantábrico o borrascas de invierno. Hemos de parar al poco a tomar un refresco y templar los pies, que todavía no estamos en forma extrema. Todavía me pesa la mochila aunque apenas llevo peso. He de adecuarme a esta vida aunque me mantenga en forma. Pero todo llegará.
Jorge sigue nervioso con aquello de que quiere ir por la costa y traza mil planes y cientos de recorridos en los que pasa por medio Portugal. Hemos de tratar de centrarlo pero él es así y si acelera es mejor dejarlo ir a su aire. Mientras nos invita, que esta vez no le dejamos pagar a César, repite aquello de que da gozo invitar en Portugal, porque es muy barato.
Al pasar por Araujo nos encontramos a un chico que ayer en el aeropuerto nos recomendó un restaurante en Porto. Hacemos mil risas de la casualidad y nos aconseja por dónde ir y dónde tomar algo. Lo deberían incluir en las guías como asesor gastronómico de peregrinos despistados.
Al salir de esta población tomamos un camino adoquinado que nos aleja después de muchas horas del área urbana. Pero al poco y tras cruzar un pequeño puente, hemos de cruzar una carretera nacional en un lugar peligroso, tirando a peligrosísimo. Y pasar la separación de calzadas, que si eres paticorto o torpón no lo tienes fácil. Es un momento difícil en una etapa bastante aburrida de momento.
En Vilar do Pinheiro nos tomamos un refresco, que vamos sudando. Jorge que ya no puede más acelera y se va por el horizonte. Le dejamos ir pues los nervios lo están matando y seguro que nos espera en algún sitio. El es así y lo aceptas y lo quieres o más vale que no vayas con él.
Cuando Jorge sale por la puerta se nos acerca un hombre y nos pide el planito que tenemos, Y hablando ex cathedra nos deja boquiabiertos cuando siguiendo la línea del Camino en el papel y leyendo los pueblos, nos dice que vayamos al siguiente y luego al que viene detrás y así uno tras otro hasta llegar a Vilarinho, que es donde tenemos pensado parar hoy. Y se queda tan hueco, como si nos hubiera salvado la vida. No puedo mirar a César porque nos entraría la risa y la liaríamos. Así que pago y salimos con un muito obrigado.
A partir de este punto vienen muchos kilómetros por una carretera asfaltada y sin arcenes con mucho tráfico y muy rápido. Es una etapa de riesgo. A mi casi se me llevan por delante dos coches y César ha de hacer señales a un camión para que no lo arrolle. En las curvas caminamos bien pegados a la valla llena de zarzas y con el bastón desplegado a modo de antena lateral para que nos vean. Conducen todos muy muy deprisa y casi todos hablando con el móvil.
Cuando llegamos a Vilarinho ya me duele todo. Tengo ganas de darme una ducha y descansar. Pero allí está Jorge, nervioso perdido, que hay que seguir, que se siente desaprovechado haciendo etapas tan cortas, que no tenemos en dónde dormir. Le pedimos un momento de reposo y estudiamos el caso. Decidimos seguir hasta Sao Pedro de Rates que parece estar a unos diez kilómetros.
Sale Jorge escopeteado y César y yo nos tomamos una cola y unas patatas fritas para recuperar sales y azucares y dejar que los pies se enfríen. A la media hora seguimos camino adelante comentando lo sosa que está resultando esta etapa aunque empezamos a encontrar más bosque y campo y aunque vamos por carreteras comarcales, no es el tráfico desaforado de los kilómetros anteriores, de los que hemos salido vivos de puro milagro.
Nada más empezar esta segunda parte, casi nos despistamos y perdemos la ruta. Cuando estamos ya en el buen camino se nos acerca un hombre en furgoneta y nos dice que por ahí no sigamos, que el puente sobre el río está roto y no vamos a poder pasar. Nos quedamos perplejos, no sabemos que hacer. Decidimos seguir por donde las flechas dicen y ver de superar las dificultades con buen humor. Al rato nos encontramos un bonito puente de piedra en ruinas. De los tres ojos que tiene, dos están semiderruidos. Saltamos por unas vallas y caminando por un lateral que se mantiene en pie de milagro pasamos como podemos. Y seguimos camino adelante un poco más contentos, pues de habernos visto obligados a ir por la Nacional hubiera sido muy duro y frustrante.
César que también se siente desaprovechado, acelera e marca un ritmo de campeón. Lo sigo como puedo, pero no me saca ni un metro. Lo que no sé es lo que voy a durar a esta velocidad.
Es de destacar que en este Camino Portugués hay infinidad de cruçeiros, muchísimos más que en cualquier otro Camino por el que haya pasado. Yo que los colecciono en foto, no paro de encontrar sorpresas en los lugares más recónditos e insospechados. Y luego están las capillitas portuguesas, de indudable encanto rural.
El paisaje mejora, vamos entre bosques de eucaliptus y el campo huele a gloria mientras cae la tarde. Pasan las horas y el sol se pone y Sao Pedro no aparece por ninguna parte. Y perdernos no nos hemos perdido porque seguimos viendo flechas por todas partes. Cuando calculamos que estamos a unos dos kilómetros de nuestro objetivo, hemos de sacar las linternas porque no se ve nada. Es una noche negra azabache y empieza a refrescar. Los perros nos ladran cada vez que nos acercamos a alguna casa, pero parece que están atados y nos dejan seguir.
Nos desviamos en un punto, convencidos de que ya estamos en Sao Pedro, pero tras perdernos por las calles y no encontrar señal alguna, optamos por preguntar a unos niños. Como son de pueblo y hablan portugués cerrado no conseguimos entendernos. Al final aparece la madre y con dificultad nos explica que estamos equivocados, que hemos de coger la carretera y seguir hasta el alto en donde reencontraremos las señales.
Así que dale, a jugarnos la vida por el arcén de la nacional, con la linternita para que nos vean. Nos lleva un buen rato encontrar las setas, que quedaban quizá un par de kilómetros. Y cual es nuestra sorpresa cuando las señales nos llevan cada vez más hacia la espesura del bosque, alejándonos de la carretera y las cuatro casas que divisábamos.
Llenos de dudas y ya bastante cansados, las seguimos obedientemente. Se ve un cierto resplandor en el horizonte aunque el camino nos dirige más a la izquierda. En lo alto de una loma vemos por fin las luces del pueblo, de la que todavía nos separan unos buenos kilómetros.
Llegamos cansados, yo derrotado y nos quedamos admirados ante la maravillosa iglesia románica. Aparece el sacristán y le preguntamos por el refugio. Dice que nos acompaña pero se mete en la iglesia y la enciende para que la veamos. Tras una visita no muy detallada por el agotamiento, buscamos al hombre y nos explica en portugués que medio entendemos, un recorrido larguísimo, con vueltas y revueltas a derecha e izquierda al llegar a uno u otro cruçeiro.
Caminamos por la fría noche y tras muchas dudas aparece un senhor muy amable que me explica exactamente por donde hemos de ir. Muy profesional, me lo hace repetir y cuando el hombre se queda tranquilo de que lo he entendido, nos deja intentarlo.
Hace un frío de muerte. No estoy acostumbrado a estas temperaturas. Aquí los de Vitoria o Soria se encontrarían como en casa, pero yo llego tiritando al refugio. Jorge está en él y nos abre. Ya estaba el pobre preocupado por nosotros y la tardanza pues entre una cosa y otra se nos ha hecho muy tarde. Pero me gustaría encontrar aquí al que decía que hay unos 9 kilómetros desde Vilarinhos. Que como no hay forma de aclararse, me guío por lo que dice mi podómetro que llevo muy ajustado y ya marca hoy 40 y pico...
Tras la ducha e intentar poner un sello muy complicado de dos piezas en la credencial, nos vamos a tomar una sopa de legumes y un bacalao a la plancha. Durante la cena llegamos a la conclusión de que si nos hubiéramos quedado un día más en Oporto y al caer la tarde hubieramos cogido un autobús que nos trajera a Sao Pedro de Rates hubieramos hecho bien. Porque la etapa, además de ser de alto riesgo con cruces de nacionales, conductores asesinos y puentes en ruinas, no tenía ningún interés ni religioso, ni turístico, ni espiritual, ni deportivo. Y a mí se me está acabando la capacidad de sufrimiento con la edad.
De vuelta al albergue cae la niebla, cerradísima y muy húmeda. Llegamos casi a tientas. Me duele mucho la espalda, que todavía no está muy fuerte y las piernas, incluyendo abductores muy cargados. De los pies prefiero no hablar
Ya en el magnífico refugio, oculto bajo miles de mantas que César amablemente me ha colocado y ajustado, me duermo en un reparador y delicioso sueño en compañía de un par de verdaderos amigos. No puedo pedir más. Bueno si, un beso de buenas noches que nadie me ha dado.
Jorge se levanta sobresaltado a las 6 de la mañana y grita su famosísimo:
- Venga chicos, que es la hora y nos vamos
a lo que un paciente César le contesta que se relaje, que adelanta dos horas. Yo me hago el muerto, que los conozco y son capaces de salir ahora. Y en ayunas.
Al poco volvemos a oír:
- Venga chicos, que es la hora y nos vamos
Y esta vez si que son las 8 horas, las 9 de España. Así que para la ducha y tras ella, tras dejar la voluntad y tocar la campana, nos vamos al mini-mercado en donde hemos de devolver las llaves.
Me gusta Portugal, en donde las gentes son amables y cariñosas. Y en donde las cosas tienen su justa medida. Aquí no se llama súper-mercado a una tienda si no todo lo contrario. Encantador.
La senhora de la tienda nos pone el sello que es de los más bonitos que he visto en el Camino, en dos tintas que hecho por ella queda maravilloso. Nos indica en donde podemos desayunar y para allí nos vamos en una mañana que promete un día azul y soleado.
Las tostadas que nos sirven son grandes y están riquísimas. El café bueno y el precio excelente. Desayunamos los tres por lo que uno casi no lo haría en casa. Es un gozo invitar, como dice Jorge.
El tobillo aunque me duele y a veces me da pinchazos fuertes, sigue aguantando. Llevo la tobillera y me doy Voltaren por la noche. No sé qué puede ser, si un problema de ligamentos, muscular o de huesecillos. Pero si aguanta así, llego seguro a Compostela.
A las 9.29 (hora bonita otra vez) empezamos a andar entre bosques de eucaliptus. Hace frío pero el cielo esta extraordinariamente azul. El paisaje es agradable. Ojalá no se convierta en una etapa de castigo como la de ayer. Hoy puede ser agradable pues en principio, que nunca se sabe con estos dos, la etapa va a ser cortita, de unos 20 kilómetros, un verdadero paseo.
Jorge se ha levantado con cresta. Lleva el pelo en punta, como un punkie. Ya que vamos hacia Barcelos con una leyenda de gallo, la misma que en santo Domingo, lo tomamos por un homenaje. Es un hombre con detalles.
He de explicar aquí lo de las horas bonitas. Desde que me pasé a un reloj digital por aquello del correr y cronometrar los kilómetros y las carreras, me he dado cuenta que por una bendita casualidad, de unas 100 veces que miro el reloj, unas 75 o más me da horas que yo llamo bonitas. Se trata de cifras con cierta belleza. Pueden ser capicúas como la de hoy o pueden ser repeticiones que contengan un valor estético, Como un 10.10 o un 4.44. A veces pienso que es un regalo de la vida que me llega y lo sé valorar. Otras, que es un cúmulo de casualidades increíbles. A veces creo que es un espíritu travieso y cariñoso el que me las regala. Pero de verdad, incluso cuando me despierto a media noche y veo que son las 03,30 no puedo evitar sentirme bien y sonreír.
Bueno, como decía, caminamos los tres juntos en amena charla. Aunque a veces me retraso haciendo alguna foto, los alcanzo con suma facilidad pues hoy caminan muy relajados. Vamos a llegar en un suspiro aunque caminemos solo a 4 kilómetros a la hora.
El Camino es muy agradable hasta Pedra Furadada en donde paramos a tomar un café y comer algo, que a mí las tripas ya me hacen ruido. Desde allí Jorge que hoy está más satisfecho con el cariz que toma la etapa y el camino Portugués, se lanza. Nos espera en Barcelos para comer. Mientras, resuelve lo del dormir.
Es curioso pero hoy la ruta coincide con el E9 que viene desde Budapest a través de Austria, Suiza, Francia y España y el GR.11, que en España así se llama al que va del Cap de Creus, en el Mediterráneo, hasta el Cabo Higuer en Fuenterrabía/Ondarribia a lo largo de los Pirineos. Quizá aquí tienen diferentes denominaciones aunque es raro, porque son códigos internacionales. A saber.
Seguimos suavecito porque hace calor. La verdad es que con la mochila se suda aunque vayamos así de lentos. Como en Barcelinhos César entra en una farmacia a comprar una crema para los pies, me meto yo en el bar de al lado, cutre como no hay otro, a pedir una fina, es decir una cañita y a descansar un rato. Sólo queda cruzar el puente y habremos llegado a destino. César, cuando termina con la boticaria que esta vez se la liga él, se sienta conmigo y le traigo otra cervecita.
Jorge debe estar de los nervios y con hambre, que va siendo hora de comer. Pero en cuanto pasamos a Barcelos nos lo encontramos en los jardines del Arqueológico con todo organizado. Nos lleva a la pensão Residencial Arantes en donde ha conseguido una habitación con baño para los tres, con desayuno incluido por 30 euros.
Tras una ducha rapidísima nos vamos a comer. Intentamos una sardinas pero no tienen muy buena pinta. Se piden ellos un cabrito y yo huevos fritos, por lo del pollo del lugar. Que digo yo que tendría mujer y sería gallina. Como no ha llegado a Portugal la maldición de las patatas fritas congeladas, las que nos sirven son caseras y maravillosas. Ponemos un sello en la Oficina de Información Turística, visitamos una exposición de gallos de Barcelos artesanales y nos dejan usar los ordenadores para conectarnos un rato a Internet.
Pasamos la tarde paseando, viendo monumentos y tomando finas mientras definimos la etapa de mañana hasta Ponte de Lima. Compramos una tarjeta de 500mb para la cámara de Jorge, que se ha venido sin ninguna y tras 20 fotos se ha quedado sin memoria y muy frustrado.
Como a veces comento lo del pie, César me canta aquellos famosos versos:
Nos da un ataque y nos vamos a cenar a un vegetariano. Siempre dan mucha comida y aunque no es muy energética, sí sana. Nos dan tres jarras de té que acabamos. Como hace frío, nos vamos a la pensão y estamos un rato charlando. Al poco a mí me vence el sueño.
Madrugamos. Hoy tenemos una etapa larguita y queremos tener tiempo. Amanece tarde en Portugal, no antes de las 8.30 hora local. Y es noche cerrada a las 18 horas. Es decir, tenemos casi diez horas para hacer unos 35 kilómetros. Tenemos más que de sobra, pero como siempre estamos parando para hacer fotos, beber un refresco o un café o comer algo, hay que ir con cuidado. Que la noche por el camino es complicada aunque lleves linterna y lanza destellos. Y sobre todo, que no estamos seguros de la distancia que hay hasta nuestro objetivo, que puede que haya menos, pero puede que haya el doble.
En la pensão nos han llamado a las 7 de la mañana. Antes de que Jorge y César acabaran de despertarse, ya estaba en la ducha. He pasado frío por la noche y necesitaba entrar en calor rápidamente. Les he ganado por velocidad, astucia y picardía. Desde el baño los oigo parlotear con la boca pastosa todavía. Empaño el espejo y me doy el gusto de dibujarles un monstruo gritón que les asuste cuando vayan a peinarse. Porque ya lo dijo alguien, no hay cojo bueno.
Cuando a las 7.27, hora bonita, bajamos para salir, vemos que nos han dejado un pequeño desayuno. Una jarra de zumo de naranja, unas galletas, mantequilla y mermelada y un termo con café y otro con leche. Genial. Al menos no empezamos con el estómago frío y vacío.
Cuando salimos a las 7.40 a la calle, hace frío. Aún no ha amanecido y hay mucha niebla. Encontramos la primera flecha justo al lado de la puerta. Y diciendo adios al gallo, salimos de Barcelos a buen paso y mejor humor.
En cuanto dejamos el valle atrás, la niebla se desvanece y el sol, en un cielo impresionantemente azul, nos hace sudar. La mochila se pega al polar y el cuerpo nos pide pronto un refresco.
Jorge y César caminan a un paso para ellos bueno pero para el resto de los mortales muy muy fuerte. Debe estar por encima de los 6km/h. Cada vez que paro para hacer una foto he de forzarme al máximo para alcanzarlos, lo que a veces me lleva un buen rato y un no menor esfuerzo. Cuando esta situación se produce en una cuesta arriba, trato de mantener la distancia y apretar en las bajadas. Pero me llevan asfixiado.
Como vamos medio en ayunas y sudando, a los aproximadamente 10 km desde la salida, paramos a tomar algo. Una cola y un bocadillo de pueblo hacen que me ponga de buen humor, aunque no lo haya perdido a pesar de los tirones de campeones que dan mis amigos.
Dado lo fuerte que van, trazamos un plan. Si me retraso, me esperan en algún bar a unos diez kilometros de aquí, para partir la etapa en tres trozos y disfrutarla.
Cuando me paro a la sombra de un pino para aliviarme veo como se alejan cuesta arriba. Aprieto el paso mientras me abrocho el pantalón aunque sé lo que me espera. En medio del esfuerzo he de parar a hacer una foto. A ésta le siguen tres más en un lugar de especial interés. Cuando miro al frente veo que mis amigos han desaparecido ya. Al cabo de un rato, en una serie de contracurvas con visibilidad veo que me han sacado más de un kilómetro. Así que me relajo y continúo caminando a buen paso pero no de record. Y aprovecho para fotografiar todo lo que se me pone en medio, disfrutando de la belleza del día, del campo, de los lugares por los que paso. Pero a mi ritmo. Ritmo que según van pasando los kilómetros y la distancia va pesando, decrece.
Me adelantan cinco peregrinos portugueses que van en bici. Hoy es sábado y aprovechan.
Los veo bajar la cuesta abajo frescos y veloces y he de reconocer que me muero de envidia. Pero hace un tiempo tan maravilloso y la etapa es tan bonita que me olvido de todo y disfruto de este discurrir en soledad y paz.
Sigo camino adelante por sendas muy agradables y caminos que cruzan bosques inmensos de esbeltos eucaliptus, en donde respirar es un regalo. Me siento bien aunque me duela el cuerpo y me pese el cansancio. Me siento sano y en paz. Y aunque no estén ahora a mi lado, me siento acompañado por mis amigos en este peregrinar. Creo que no se puede pedir más a la vida. Bueno, si, una bici.
Voy sudando como un loco. Porque hace calor y voy a buen ritmo. Y la mochila se me pega a la espalda. Estoy deseando llegar a donde hemos quedado y tomarme un refresco y alegrarme con la compañía de quienes quiero.
Al alcanzar el pueblo en el que creo que hemos quedado paso por un bar y miro si están allí. No los veo y supongo que no han parado, que he entendido mal el lugar, que será en el siguiente. Así que sigo adelante con la lengua seca y medio fuera.
Me interno en bosques, en campos maravillosos mientras el sol sigue apretando. Parece mentira que sea enero, hace unos 25ºC. Así que pasito a pasito, sudando y silbando, perdido por los vericuetos de mis sueños y de mis pensamientos voy comiendo kilómetros a la espera de encontrar a mis amigos y un refresco que me alivie.
Pero nada, no los alcanzo. Aprieto el paso para tratar de recuperar el kilometraje perdido a pesar de saber que con estos dos maravillosos caminantes es muy difiíil mantener la distancia. Pero de ilusión también se vive. Y la verdad es que es un placer compartir ideas y amistad con ellos. Y el refresco que se van a pagar por llevarme con la lengua fuera a mi edad. Y cojo. Que por cierto, el tobillo sigue aguantando aunque alguna vez dé unos pinchazos escalofriantes.
Lo que si me molestan son los cuatríceps, que se me van cargando. Y los pies, que me van haciendo ver las estrellas. Creo que llevo alguna herida además de alguna ampolla nueva. Cuando llegue y me duche me curaré, que no es algo que no se pueda soportar.
Agradezco a los cielos que el Camino esté tan bien señalizado. Al ir solo y rezagado me da un poco de repelús perderme y llegar a las tantas, derrotado y agotado. No me apetece hacer hoy kilómetros de más.
El cansancio va haciendo acto de presencia y no tengo ni idea de cuanto me queda. No llevo ni plano, ni guía, ni ningún papelote en el que tomar referencias. Pueden faltar 5 km o 15. Y esto me produce una desazón muy desagradable. No puedo dosificarme, con lo cual no se qué ritmo seguir. Como la duda me mata, mantengo el más salto que el cuerpo me permite y así llego antes.
Cuando paro un momento a hacer una foto, me cuesta arrancar. Me duelen las piernas, las articulaciones y los condenados pies. Los regalaría. Me hacen pensar en el burrito que mientras hacía una foto se me ha acercado, cariñoso. Casi me lo llevo, la honradez me lo ha impedido. Me hubiera hecho un favor inmenso y además hubiera tenido compañía. Y me muero de la risa pensando la cara que pondrían mis amigos si me vieran llegar montado en su lomo y con una mano el la cadera, más chulo que un ocho.
Cuando calculo que debo estar muy muy cerca me encuentro con el camino cortado por unas obras. No encuentro a nadie para pedir consejo así que dudo por un momento. Como no encuentro mejor solución, decido seguir recto y ver cual es el problema que obstruye mi trayecto. Al cabo de unos 250 metros he de saltar a un agujero y luego trepar por el otro lado. Bajar ha sido relativamente fácil, pero lo de salir me lleva más rato y mil sudores. Me anima a esforzarme pensar que hoy es sábado y que si no salgo no me sacan del hoyo hasta el lunes. Vamos, que no me convence.
Ya arriba y bien sudado sigo otro ratito hasta encontrar unos paneles por los que paso como puedo y luego una alambrada que traspaso reptando. A mí edad y haciendo una pista americana... Sigo camino y me da la sensación de que me estoy metiendo en una finca privada. Como salgan los perros me comen, que además como soy puro hueso van a disfrutar.
Pero no, poco a poco las obras van dejando paso a un camino urbanizado, de parque, junto al río Lima. De allí a una preciosa alameda por la rivera y ya al fín, distingo el puente y la villa.
Llego agotado a Ponte de Lima a las 14.29. No he parado en los que calculo habrán sido los últimos 25 km. Llego al maravilloso puente y aún tengo valor para hacer unas fotos antes de sentarme en una de las terrazas de la plaza y pedirme una cola y unas patatas para recuperar sales y azúcares. Desde allí mando un mensaje a César para saber por dónde andan, en qué refugio o pensão se han metido y comentar las alegrías y desdichas del día. Y saber por dónde han pasado las obras. Me contestan que están entrando en la población, que en una media hora llegan.
¡Les he ganado!
Increíble, les he ganado. Se que no puedo competir con ellos, que me ganarían cien veces de cien, pero esta vez les he ganado. No sé lo que habrá pasado. Quizá se han parado en algún lugar y los he adelantado sin enterarme.
Cuando al cabo de casi cuarenta minutos llegan frescos como lechugas, me dicen que andaban preocupados, que me habían esperado 40 minutos en el bar que habíamos quedado y que no se han quedado más porque estaban seguros que había pasado sin parar porque no me sacan tantos minutos en tan pocos kilómetros. Ha debido coincidir que iban al lavabo cuando he pasado y no nos hemos visto.
Jorge dice que por él seguiría al próximo albergue, que creo que está a unos 20 km de aquí. Le respondo que si quiere que se lance, pero que a mí hoy no me da el cuerpo para más, que estoy muy cansado y tengo los pies con algún problema.
Se van a buscar algún lugar para dormir y vuelven muy contentos al cabo de un rato porque por cuatro duros dormiremos en unas camas que parecen sacadas de El Quijote. Como caballeros.
Cuando vamos a instalarnos me da un tembleque y sudor frío. Supongo que tengo un gran bajón y el cuerpo se queja. Así que directos a cenar, que ya nos ducharemos después. Pedimos sopa de legumes, bacalao y un variado de embutidos. Además de cervecita bien fresca. No podemos con los embutidos pues son unas fuentes enormes. Y mira que los tres somos de buen comer.
Tras la ducha me miro los pies y no me sorprende que me dolieran. Aparte de dos enormes ampollas que se han explotado, tengo tres dedos sangrando por las heridas que les han producido las uñas de los dedos contiguos. Y una ampolla bajo el callo de la planta. Una uña está tocada. Me curo y desinfecto y me pongo esparadrapos para proteger. Me quedan tres dedos sanos.
Salimos a pasear la noche y vemos a grupos de senhores cantando unas canciones muy alegres. El cansancio ya se me ha pasado y los pies ya no me molestan. Es sorprendente como se puede llegar a recuperar el cuerpo. Paseando acabamos en una plaza en la que se han reunido todos y hay un gran ambiente de alegría. Preguntamos qué celebran y nos dicen que a noite do Reis.
De allí nos vamos directamente a la cama, muy próxima y desde donde oímos la alegre música que los grupos interpretan. Bueno, Jorge no oye nada. Porque antes de apoyar la cabeza en la almohada, ya está roncando dulcemente.
A las 7 de la mañana no puedo evitar una carcajada cuando Jorge y yo decimos lo mismo:
- Venga chicos, que es la hora y nos vamos.
Tras una buena ducha, recuperado de la paliza de ayer y de excelente humor, nos bajamos al bar de abajo que nos han dicho que abren a y media. Son las 7.27, hora bonita, cuando entramos a desayunar. Nos hacen unas tostadas buenísimas con un café con leche excelente por un precio inenarrablemente barato. Cuando estamos metidos en faena, empiezan a entrar parejas, familias, grupos. En un santiamén el bar se ha llenado hasta la bandera. Ha debido acabar la Misa en la iglesia de al lado y han pasado todos al bar. Si nos llegamos a retrasar 5 minutos, hubiéramos tardado horas en ser servidos.
Cuando cruzamos el puente está empezando a clarear. Son las 8 de la mañana y aquí no amanece antes de las 8.30. Sigue haciendo un tiempo maravilloso, de cielos inmensamente azules y brisas serenas. Y hoy apenas hace frío. Nos vamos a asar.
El paisaje por donde discurre el Camino es bonito, entre bosque y preciosos campos iluminados por la luz de la mañana. César se adelanta en uno de sus maravillosos tirones. Jorge y yo vamos a buen ritmo pero más tranquilos. Al pasar junto a un arrollo vemos a una ardilla trepar a un pino. No se asusta y la podemos admirar bien. Es preciosa, de pelo muy oscuro. Termina subiendo a la copa en donde desaparece entre las ramas. Bendita agilidad la suya.
Al caminar por el valle, pleno de pequeñas aldeas con iglesias blancas de campanarios barrocos que recuerdan a los moscovitas, se oyen las misas por altavoces. Se oye el Angelus y el sermón de algún sacerdote que gracias a la megafonía resuelve el problema de servir a varias parroquias. El efecto es maravilloso, intercalando entre las oraciones cantos muy alegres
Al llegara a Labruja paramos en una tasca muy autentica a tomar algo. Hemos hecho ya unos 15 km y el cuerpo nos pide alimento. Los tres coincidimos en comentar que a Portugal le falta una cosa para ser perfecto: la tortilla de patatas. La de bacalao está muy buena, pero en este momento una de patata nos entraría increíblemente bien. Pero en cada sitio hay que disfrutar de lo que hay y en este maravilloso país hay infinidad de cosas para ser feliz.
Al salir nos despistamos unos 100 metros y hemos de volver atrás. Empieza ahí una subida que llega a ser durísima en su última parte. Y además de ser posiblemente más fuerte que la de O Cebreiro, es infinitamente más larga. Hasta Jorge que es un superhombres ha de parar para coger aire.
Al llegar a la cruz César dice que la vamos a subir por tres razones. A saber:
- Por la primera
- Por la segunda
- Por la tercera
Y tiene razón, porque al cabo de un buen rato alcanzamos la cima.
Llegamos arriba empapados en sudor. Jorge ha acelerado mientras trepábamos, que no era otra cosa nuestro ascender, y ha desaparecido. Ya nos lo encontraremos por algún lado, que es de ley. La bajada se agradece aunque no es fácil.
En un momento nos adelantan unos diez ciclistas de pueblo que van como locos, no avisan y además no llevan ninguna protección. A la velocidad que van no pueden frenar, así que si se te llevan por delante vas directamente a urgencias. Pero salimos vivos y la turba desaparece en un momento.
El día se ha ido nublando con una ligerísima bruma que oculta el sol. Da pena después de unos días tan maravillosos, pero quizá es mejor así para caminar, que vamos completamente empapados.
Tardamos un buen rato en llegar a Rubiães. El refugio está al lado del Camino, es bonito y muy nuevo. Como todavía no sabemos qué vamos a hacer, vamos a buscar la llave que está camino del bar en donde trataremos de comer y beber algo, que la cuestecita nos ha desfondado.
En una tasca nos encontramos con Jorge. Nos tomamos unas cervecitas y sugiere que podíamos comer algo y seguir hasta Valença, que no debe haber más de 20 km y es muy pronto y todavía vamos frescos a pesar de la cuesta asesina. Cuesta que es más del Camino Primitivo que del Portugués. Asesina total.
Cuando nos disponemos a comer en el Bar Constantino, ejemplo del mal gusto rural, en donde hace tanto frío que hemos de abrigarnos al sentarnos a la mesa, le llaman a César y por razones que no vienen al caso ha de volver al refugio, que está a unos dos kilómetros marcha atrás. Jorge va comiendo un arroz con pollo del cual me da una parte. Se va poniendo nervioso y le digo que se lance, que tire para adelante, que cuando vuelva y coma César, salimos tras él. Se va y espero un buen rato, quizá una hora. Lo llamo para preguntar qué pasa y me dice que la cosa se complica. Como César no acaba de volver y me estoy quedando helado, salgo a esperarlo fuera, que no hace tanto frío. Tarda más de otra hora en volver. Entre que comemos, me cuenta lo sucedido y nos organizamos hemos perdido más de tres horas. Nos quedan como mínimo unos 20 km hasta Valença, lo que a un ritmo alegre nos puede llevar más de tres horas. Analizamos la situación y vemos que llegaríamos de noche cerrada. Hemos de aceptarlo y aunque desilusionados, decidimos quedarnos a dormir hoy aquí. Como él dice, no se puede estar en Misa y en la procesión.
Comemos, él unos espaghetti cortados muy cortos y muy difíciles de coger y yo una tortilla muy amarilla , con poco huevo y mucho volumen, supongo que de harina o maíz. No está mala pero es muy pesada.
Mi tobillo va bien pero mis dedos me están matando. No sé cual es el problema de hoy, pero me están martirizando. Ya en el refugio nos metemos en el dormitorio más pequeño. Hace mucho frío porque no hay calefacción. Y no hay mantas. Así que hoy me toca dormir vestido. Y aún así me voy a congelar.
Como quedan muchas horas, nos bajamos a la tasca a matar el tiempo. Dejamos que anochezca leyendo la prensa local y tomando cafés. Me estoy durmiendo, supongo que del cansancio. Y también de aburrimiento en un pueblecito de tres casas cuando podíamos estar en un lugar mucho más atractivo. A última hora llega el senhor Francisco y nos dice que ha pasado por el refugio y al ver que había gente ha encendido la calefacción. Le invitamos a una cervecita con profundo agradecimiento.
Cuando nos vamos hacia el refugio me sale un mensaje de Jorge. Ha llamado cuando estábamos en la tasca en donde no había cobertura. Ha llegado a Tui, que está solo en el albergue, que nos espera, que por dónde andamos, etcétera. Si por la hora de la llamada ha llegado poco antes, lo ha hecho muy tarde. Si él que camina incansable cientos de kilómetros a un ritmo muy alto ha llegado a estas horas quiere decir que Tui está a bastante más distancia de la que suponíamos. Hemos hecho bien en quedarnos o llegaríamos a media noche y con una paliza encima de muerte.
Al llegar al refugio vemos que la calefacción va medio mal. Digo que va a medias porque calienta poco y el resto de la energía la gasta en ruido, que es bastante escandalosa. Nos va a dar la noche. Y es una pena porque este refugio está realmente bien.
Mientras hojeo un catalogo de arte barroco me entra una tiritona tipo las que tenía de pequeño cuando me daba fiebre y me ponía a 40º. Me acuesto vestido, me pongo un colchón encima y trato de controlar el tembleque. Cesar me pasa unos plásticos para protegerme del frío, que voy con saco de verano.
Esta noche va a ser toledana.
Duermo poco y mal, con muchísimo frío. La culpa es sólo mía por traerme un saco tan fino. Si salgo vivo de esta, me voy a comprar uno de supervivencia, de los que sudas en medio de una ventisca polar. Aunque `pese 30 kg. Que estoy harto de pasarlas canutas cuando es tan fácil resolverlo.
Bajamos a devolver la llave y seguimos hasta la tasca en donde nos pedimos un café con leche grande y caliente y un copo de leite y cacao. En el mini-mercado de al lado nos compramos unos bollos sintéticos y nos tiramos al monte.
Son las 8.18, hora bonita, cuando comenzamos a caminar. Vamos por un camino muy agradable y fácil. Aunque no me encuentro muy, bien camino con alegría. Creo que tengo algunas décimas y me duelen las articulaciones, como cuando tienes fiebre. Todo puede ser, con las palizas que nos pegamos, sin comer apenas carbohidratos. Con ratos deprimentes y fríos como el pasado ayer en el bar Constantino y luego la noche toledana en el refugio acaban con cualquiera. También tengo pupas en los labios, quizá de la fiebre. De los pies no voy a hablar. Sigo con tres dedos supervivientes.Los demás se defienden como pueden. Pero sigo a César casi sin problemas, que es lo importante.
El cielo está cubierto pero no llueve. En cuanto nos encontramos con la primera cuesta empezamos a sudar. Hay al principio unas obras de adecuación del Camino que te obligan a pasar por unos barros inmensos, pero luego todo se normaliza.
Paramos cuando llevamos unos diez kilómetros a tomar un refresco y un panecillo en una panadería al lado del Camino. Descansamos un rato y seguimos. No sabemos cuanto nos falta porque si tenemos tres datos, los tres difieren en muchos kilómetros y no nos atrevemos a decir quien tiene razón. Pero parece que hay más de los que pensábamos.
Como César va contento, va cantando aquella canción de Fito y los Fittipaldis que dice:
Le digo que a mí no me mire, que yo soy inocente y nos hacemos unas risas.
Hoy saldremos de Portugal para entrar en España. Habremos cumplido con la primera parte de este Camino, aproximadamente el ecuador de la distancia. Pero a ambos nos da tristeza dejar este maravilloso país de gentes amables y cariñosas. Porque hemos de seguir adelante, que si no nos quedaríamos unos días más. Maravilloso país.
Hay aviso de un frente frío. Vengo diciéndoselo a mis amigos desde hace unos días, desde que vi un mapa de isóbaras. Una de las cosas que nos enseñó el surf es a leer los cambios de tiempo por las líneas de presión. Y el que viene es importante. Quizá deberíamos acelerar para terminar un par de días antes de lo previsto y olvidarnos de la continuación hacia Finisterre por Muxía. Se va a liar una gorda y en casa se está muy bien con la conciencia tranquila por haber cumplido con nuestro objetivo.
Al llegar a Valençe disfrutamos un poco de la ciudad y pasamos por la Oficina de Informação Turística para que nos pongan el último sello portugués y pedir folletos de Madeira y Azores, por si nos podemos escapar algún día a hacer algún trekking por allí.
Cruzamos el puente y disfrutamos de la vista. Me lleva un rato pasarlo con tanta foto por hacer. De ahí hacia la Catedral, siempre cuesta arriba, claro. Que siempre acaban las etapas así, para rematar. Si es que me da la risa.
Me quedo clavado al ver la matricula de un coche aparcado en la calle. PO-OOOO-OO. Increíble. Casi se queda sin matricula. Mientras le hago una foto se me acerca una chica y me pregunta qué pasa. Le cuento que me ha sorprendido y me dice bastante seca que es suyo. Si es que Dios da pan a quien no tiene dientes.
Cuando a las 14.24h llegamos, todo está cerrado. Así que nos vamos a comer algo. Y claro, como ya estamos en España encontramos tortilla de patata. Nos sirven una ración descomunal, quizá nos han notado en los ojos la necesidad que de ella llevábamos. Entre comer y beber algo se nos pasa un buen rato. Hace calorcito y nos entra la ñoña, así que para evitar dormirnos salimos a pasear.
Damos una vuelta por la villa y aprovecha César para llamar a su familia, que la tiene abandonada y ya le protestan. Reviso yo mis llamadas y me pongo al día aquí que las tarifas son más aceptables.
Mientras, César me va cantando otra cancioncilla de las que se sabe. Dice esta:
Nos acercamos a la Catedral a visitarla y a que nos pongan el sello mientras esperamos que den las 17h y podamos llamar a Protección Civil para que nos abran el albergue. El sacristán no es muy amable, pero quizá es que venimos de otro país mucho más cariñoso que el nuestro y hemos de readaptarnos a las malas formas de este.
A las cinco llamamos y nos viene una especie de bombero que tras abrir, en un santiamén veloz nos dice:
- Luces, calefacción agua caliente, mantas...
y se va tan rápido como ha venido. Probamos los radiadores y nada de nada, están helados. Pruebo la ducha y tras un cuarto de hora de luchar llego a la conclusión de que no hay agua caliente. Mantas hay una y una especie de alfombra, o sea la mitad de la mitad. Luchamos con el cuadro de interruptores y no conseguimos resolver nada. Vemos que tras una puerta acristalada hay cientos de mantas, pero está cerrada a cal y canto. Abrimos todo de par en par para tratar de caldear el local, pues aunque dentro de él hace un frío aterrador, en la calle no hace nada.
No me quejo. La culpa es mía por hacer el Camino en invierno y aprovechar la Red de Albergues de la Xunta. Pero ya que están, quizá se podían cuidar un poco más y hacer de nuestra estancia un momento agradable y no una prueba más de hasta dónde aguantamos.
Como el humor no nos lo van a quitar, tras hacer un lavado de gatos y después de que César se afeite, nos vamos a tomar una cañita a un bar muy antiguo, fundado en 1832 y luego nos conectamos un momento a internet en donde nos encontramos un correo de Jorge. Ha llegado a Pontevedra. Nos lleva unos 75 km de ventaja. Angelito.
Cenamos en una pizzería pasta para reponer carbohidratos y tener energía. De buen humor nos vamos al refugio. Ha llegado un peregrino en bici. Es eslovaco y no sabemos de dónde ha venido. En el libro pone que ha salido de Viena. Quizá ha ido hasta Santiago y ahora sigue hacia Fátima por las setas azules.
A pesar del frío de la noche he dormido bastante bien. He descansado y me siento fuerte. Cuando hablo me siento algo afónico y me molesta la garganta. Espero que la cosa no vaya a mayores. Mi tobillo ha superado la prueba y aunque sigo con la tobillera por si acaso, no me molesta nada. Los siete dedos parece que se recuperan con el tratamiento que les he impuesto. Es decir, en resumen sigo vivo y contento.
Desayunamos en el Café Central en donde nos hacen unas estupendas tostadas de pan integral. Esperamos a que amanezca y salimos. Y acabamos en un callejón sin salida. No hemos salido de la villa y ya nos hemos perdido.
Recuperamos el Camino pero echamos en falta la extraordinaria señalización del Camino en Portugal. Siguiendo la que ahora nos parece deficiente, llegamos a un lugar en el que las flechas desaparecen. Tras mucho buscar encontramos un senderito que nos lleva a la N-550 por la que volvemos a ver alguna señal. Caminamos un buen rato por el arcén para llegar a una plazoleta en la que pone Desvío Provisional y te manda hacia la derecha cuando las flechas señalan recto. Hacemos caso y nos perdemos de nuevo. Después de muchas vueltas reencontramos el camino original. Hemos andado como un kilómetro para hacer unos cien metros en un lugar en el que no hay obras, ni barros, ni nada que pudiera impedir el paso.
No sé, pero parece como que al entrar a esta tierra quieran sublimar la idiosincrasia del no sé si subo o si bajo, de la duda y el misterio. Galicia es enigmática, pero el Camino se convierte a veces en una especie de broma pesada.
Muertos de la risa, comentando estas tomaduras de pelo y con mucho cuidado para evitar la siguiente, llegamos a unos mojones del Camino, de aquellos que señalan hasta los milímetros, exactamente el que marca en 109.278 la distancia a Santiago, en el que con spray azul han escrito CRUZAD OBRAS. Pues nada, a estas alturas, después de mil aventuras y más de 200km a las espaldas, tras haber atravesado puentes en ruina, caminos en obras, barros inmensos y alambradas que menos mal que no estaban electrificadas, esta advertencia nos hace sonreír. Seguimos muy decididos a luchar contra lo que nos echen, pero al final todo es un bluff. No hay nada. La obra debió de terminarse hace muchos meses y el spray permanece.
¿Es esta una tierra de emociones o no?
Tras estas pequeñas aventuras cómicas pasamos por un lugar idílico, en donde un mojón junto a un precioso puente y un riachuelo cantarín dice:
El respeto con el que lo leemos quede en nuestro recuerdo.
Esta zona es quizá la más maravillosa del Camino Portugués. Es de una belleza que aunque diferente, me recuerda a la de los parajes próximos a Samos o San Xil en el Francés. Extraordinaria de cualquier forma. Este sería un buen lugar por el que te hicieran pasar dos veces, en un bucle de admiración y respeto por la naturaleza.
Pero después del premio viene el castigo, porque a continuación viene una recta de Polígono Industrial que tras tres kilómetros nos pone a la entrada de Porrinho. He de advertir aquí que por caminar por el arcén izquierdo no vimos la señal que había en el derecho. Como si continuábamos nos íbamos a la autopista, retrocedimos una y otra vez hasta que dimos con la señal que nos mandaba a cruzar por un puente azul sobre las vías del tren.
Casi en el primer bar paramos a tomar un refresco y un pincho de tortilla. Está riquísima y hacemos unas risas con las camareras a cuenta de lo buenísima que está. Cuando salimos y aún en el extra-radio, nos llama un hombre desde un coche. Nos acercamos. Es de etnia gitana e increíblemente gordo. Nos pregunta que hacia donde vamos y al decirle que a Santiago se echa las manos a la cabeza. Dice que nos lleva hasta Pontevedra. Le decimos que vamos andando y no se lo puede creer. Nos pregunta si es fe o afición y le dejamos en la duda al responderle con otra pregunta. Vamos cogiendo el estilo de la tierra. Se despide deseándonos lo mejor. Buen hombre.
Al llegar a Mos empieza a llover. César se pone su capa y yo mi vieja trenka que ya casi no impermeabiliza. Con las capuchas puestas y yo además sin gafas, vamos con mucho cuidado con las señales, que hoy no es nuestro día.
La subida al Alto dos Cabaleiros se prolonga y nos hace sudar. Llega un momento en el que no sé si son gotas de sudor o de lluvia lo que resbala por mi cuerpo. César va con paso muy alegre y yo me defiendo como puedo. De premio tenemos el encuentro con uno de los pocos miliarios que quedan.
La bajada es quizá peor que la subida. Vertiginosa y con todos los frenos puestos. Pobres de los que sufren de las rodillas en este tramo. O de los que lleven mochilas de treinta kilos, porque a esos no los frena nadie.
A partir de aquí empieza a llover fuerte y gordo y en un momento estamos calados. Este trozo, con el cansancio acumulado por tantos kilómetros, mojados por dentro por el sudor y por fuera por la lluvia, se hace penoso. Para colmo de desdichas, se accede a la N-550 por la que se camina durante un buen rato antes de llegar a Redondela.
El refugio está cerrado cuando llegamos a las 15.30. Hasta las cinco no abren, así que nos vamos a una cafetería a descansar, refrescar y esperar que podamos pasar a darnos una ducha.
Cogemos frío esperando pero la recompensa merece la pena. El refugio de Redondela es el mejor que he conocido. Mejor que el de Lugo y que el de Ribadixo. Funcional y bien diseñado, hecho por buenos profesionales, impecable. Intento encontrarle un fallo constructivo, funcional y no puedo. Solo me puedo quejar de que las literas son bajas y te das unos golpes tremendos en la cabeza si no estás al tanto. Pero es por buscarle los tres pies al gato, porque es mejor que muchos hoteles de cuatro estrellas por los que he pasado. Im-Presionante.
He de felicitar también a la hospitalera, amable y servicial, cariñosa y divertida. Y es de agradecer que además de salvar un edificio del patrimonio histórico de la ciudad, esté vivo, ya que hay sala de exposiciones, sala de estudio y biblioteca.
Como estamos solos y cierran a las ocho de la noche y sin llave, quiere decir que compras y cocinas aquí o que si quieres cenar fuera hay que hacerlo por turnos y que el que se queda dentro abre al otro.
Optamos por ir a un súper y comprar pasta y un poco de queso y jamón. Hacemos unos spaghetti con tomate fresco que me quedan un poco sosos y picamos un poco de queso manchego semiseco y un poco de jamon. Como tenemos pan del día y una botellica de rioja, cenamos extraordinariamente tras darnos unas duchas de mil estrellas.
Tengo la garganta destrozada por lo que me la abrigo y me tomo una aspirina. Nos acostamos pronto. Hemos de descansar de la pequeña paliza que nos hemos dado y sobre todo, para disfrutar de este maravilloso refugio.
Gracias.
Nos levantamos tarde. Para qué madrugar si es una barbaridad salir de noche, a oscuras, cuando no se ven las flechas. Tras una buena ducha después de un maravilloso descanso preparamos todo tranquilamente. Amanece muy tarde.
Estoy sin voz. Me he quedado totalmente afónico. He de hablar susurrando. César me contesta igual y le pregunto si me está vacilando ya tan de mañana. A Jorge lo imaginamos ya en Santiago.
Intentamos encontrar un bar en el que desayunar, pero salimos de la ciudad y no vemos ninguno abierto. Está oscuro y llueve. Se acabaron las mañanas soleadas de Portugal. Llegamos a una gasolinera, en la N-550 creo y allí me tomo un café de máquina. César se toma el poco queso y jamón que sobró de la cena de anoche.
En esas estamos cuando se acerca un hombre y nos pregunta si vamos a Santiago. Cuando le respondemos afirmativamente nos dice que vamos mal, que nos hemos equivocado. Que mejor volvamos unos metros, crucemos la carretera y bajemos una escalera., Y allí mismo nos encontraremos con la pista y las flechas.
Pues empezamos bien el día. Menos mal que el buen hombre se ha dado cuenta y ha tenido la amabilidad de avisarnos y ayudarnos. Pero ya lo decía antes, de noche todos los gatos son pardos, no se ven las flechas y cuando hemos salido aún no había amanecido. Y que César y yo somos de buen perder, que si nos lo ponen un poco bien, nos vamos al huerto seguro.
De vuelta al Camino nos damos cuenta que no hemos dejado donativo en el cepillo del refugio. Nos sentimos avergonzados y doloridos, pues es la mejor noche de este peregrinar la que hemos pasado en este albergue. Quizá podamos mandar un giro pidiendo excusas. Aunque nuestro olvido es en verdad imperdonable.
Paramos a tomar un café al pasar por un pueblo sin nombre y nos sorprendemos de lo sosita y lenta que puede llegar a ser la camarera. Se nos va media hora en tomar un par de donuts. Riéndonos de lo que hemos tardado, aceleramos el paso. Será que tratamos de recuperar instintivamente el tiempo perdido.
Pasamos por lugares maravillosos y por otros que son de verdad horribles. Hay de todo, mezclado. Cuando uno está embelesado en la belleza del lugar por donde camina, avanza unos metros y se encuentra perdido en un horror inenarrable.
Al llegar a Pontevedra me acerco a una farmacia. La garganta me duele mucho y me he quedado absolutamente sin voz. De allí a por un pincho de tortilla y un refresco para tomar la pastilla que me han recetado y que he de tomar cada 6 horas. Y prohibido hablar. Me perderé en mis pensamientos y dejaré a César en paz, que menudas batallas le cuento.
Como no son ni las 13h, decidimos seguir. No sé a dónde vamos a llegar, pero probablemente intentemos llegar a Briaños o a Caldas de Reis. Son muchos kilómetros pero César va muy fresco y yo, salvo el problema de la garganta voy muy bien. Ya me he puesto en forma y los pies no me molestan, se han curado. Aunque verlos por la noche da mucha pena, siete dedos en postoperatorio, todos juntitos.
Salimos a las 13.30h y como hemos perdido las flechas al entrar a la ciudad, hemos de ir preguntando. Como sabemos que hemos de cruzar el puente de piedra, preguntamos por él, es lo más seguro. Y paso a paso vamos caminando por el casco antiguo hasta llegar a una señal del Camino en la que nos indica un DESVIO PROVISIONAL. Pánico nos da, pero lo seguimos. Y en efecto, nos lleva a unas obras en las que hemos de cruzar un lodazal memorable. De allí y otra vez sin encontrar señal alguna nos acercamos al puente y lo cruzamos. Muy en nuestro estilo, nada más pasarlo dudamos un poco, pero enseguida vemos un mojón que nos indica seguir rectos. Tiramos por una calle muy larga y como no vemos señales durante muchos metros, preguntamos a un hombre. Nos dice que sí, que vamos bien, pero para mí que era el tonto del pueblo y nos ha liado.
En efecto, kilómetros después, caminando por el arcén de la N-550 hemos de entrar a un bar a preguntar. El buen hombre nos confirma lo que temíamos, que nos hemos equivocado. Que les pasa a muchos en este punto, nos dice. Y a todos los manda por la desviación a Arousa, por la que enseguida encuentras las flechas y te llevan adelante junto a las vías del tren.
Con la pastilla que me ha dado la farmacéutica la garganta me ha mejorado mucho. Ya no me duele y he recuperado parte de la voz. Así que me desquito de todo el día de silencio que llevo. No callo.
Caminamos bastantes kilómetros muy bien. El camino es agradable y fácil y hablando pasan las horas. Vamos a buen paso. Cuando creemos que hemos llegado a Briaños preguntamos a unos obreros que hay en la carretera y que no saben decirnos en donde estamos. Sorpréndase el personal, que hay gente que no sabe en dónde está, ni en dónde trabaja. Lo dicho, Galicia es un país de sorpresas. Al poco, descubrimos que aún nos faltan unos 5 kilómetros.
Llegamos a un punto en el que un hombre muy serio nos dice que desde aquél árbol quedan exactamente 5 kilómetros a nuestro destino. Es poco, pero teniendo en cuenta el montón de ellos que ya llevamos hoy (calculo que unos 40 ya) no vamos a hacer una media superior a los 5km/h, es decir, que por lo menos nos falta una hora.
Al menos por esta zona no hay muchos de los palacios, enormes, vulgares y carísimos, que se hacen los gallegos. Ya lo dije en una ocasión, se peca de mal gusto y de prepotencia con unifamiliares de más de 1000 metros cuadrados junto a la nacional. Y todos están cerrados a cal y canto. Me alegro por el arquitecto y el constructor que deben hacerse de oro a cambio de la ética y la estética. Pero no quiero ser como la gata Flora, que si se lo ponen grita y si se lo quitan llora.
Nos paramos en una tasca en la que sólo tienen bebidas. Pido una cola del tiempo para no castigar más a mi garganta y me la trae más fría que la que ha servido a César del frigorífico. Le digo que si puede ser natural y me dice que es de las que no tiene en la nevera. Como no quiero liarme, declino amablemente y me quedo sin hidratar.
A los diez minutos seguimos andando y en efecto, al cabo de una hora aproximadamente y con cierto paso cansino, llegamos a Caldas de Reis. Son ya las 19.19h, hora bonita. Hace rato que ha oscurecido pero la última zona estaba urbanizada e iluminada. Nos hemos pasado unas once horas andando y calculo con el podómetro que hemos hecho unos 45 km. Estamos cansados pero perfectos. Podríamos descansar y hacer diez más sin ningún problema.
Buscamos un hotel y nos metemos en el Lotus. Y al igual que el refresco que he intentado tomar cerca de Briaños, la temperatura que hay en el interior del local es muchísimo más fría que la que hace en el exterior, en una tarde apacible y agradable de este caluroso invierno. La chica de recepción nos deja una estufa para calentar el cuarto cuando me ve que estoy enfermo.
Tras las duchas nos llama Jorge. Preocupado por nosotros y por dónde estamos. Ha llegado hoy a Santiago. Se ha retrasado un poco porque le ha llovido mucho y se perdió por un lodazal enorme. Le pregunto si antes había visto una señal de DESVÍO PROVISIONAL. Parece ser que sí. Normal. Nos pregunta que cuándo vamos a llegar, porque tiene unos planes buenísimos. Ya metidos en faena le prometo que mañana por la tarde estamos ahí. Seguro. Quedamos en alquilar una habitación para los tres.
Con las ideas claras de lo que vamos a hacer mañana, nos vamos a buscar algún lugar para cenar. Mientras lo encontramos me da un tembleque de los gordos, con flojera. Tanto es así que nos metemos en el local que tenemos más cerca y la verdad es que cenamos bien.
Casi a la carrera, que tengo los pies estupendos, aunque eso si, convalecientes, me voy a acostar. César me tapa, porque me coge la tiritona. Me ha vuelto la fiebre y la garganta me duele mucho. Espero que el descanso me siente bien y mañana lleguemos a Santiago sin mayores complicaciones.
He dormido mal, con pesadillas de fiebre, pero cuando me despierto me siento fresco y bien, a pesar de la garganta, que me duele muchísimo, como para gritar si tuviera voz. De cualquier forma hoy yo llego a Santiago aunque sea en ambulancia, y le doy un abrazo al Santo.
Desayunando trazamos un plan perverso. Primero pedirnos otro croissant más cada uno, porque están buenísimos. Segundo, evitar los barros que por poco acaban con Jorge. Porque si él que es un monstruo ha tenido problemas, yo no salgo.
Con las ideas bien claras arrancamos al clarear el día. Se nos pone a llover gordo y fuerte nada más salir de Caldas, pero afortunadamente para pronto y podemos caminar sin capuchas.
En Santa Mariña de Carracedo nos tomamos un café y preguntamos sobre los barros y el camino a seguir. Nos dicen que cojamos el camino que indican las flechas, pero que después lo mejor es que sigamos por la carretera. Por la N-550 todo derechito.
Le hacemos caso y nos va bastante bien. Vemos cómo el Camino serpentea cruzando una y otra vez la carretera, añadiendo kilómetros y más kilómetros en un trazado sin el mayor interés.
Al pasar por Padrón recuperamos la pista oficial y seguimos religiosamente las flechas amarillas. Nos paramos en un bar de la alameda, casi frente al fálico, por no decir otra cosa, monumento a Cela. A César le hacen un enorme bocadillo de tortilla que liquida en un santiamén. A pesar de haber pedido lo mismo, a mí me dan una tortilla descomunal con algo de pan. Son los misterios de Galicia.
Al pasar por la fundación Cela me entretengo haciendo fotos y cuando miro al frente, veo a César a unos 500 metros. No paro de milagro en el Museo de Ferrocarriles. Porque me iba a retrasar una hora, pero me hubiera encantado.
Sigo camino, de nuevo a solas, por la carretera, por la N-550. Al llegar a Picaraña, César me ha sacado unos kilómetros de ventaja. El camina mucho más rápido que yo. Y además no hace fotos. Me espera a que llegue y nos metemos en un bar de carretera que se llama Alfonso. Pedimos unos refrescos y observamos cómo todos los clientes tienen cara de estar enfadados con el mundo y con ellos mismos. Da mucha tristeza ver gente que vive así, amargada y sufriendo cuando quizá tienen salud y familia a la que querer, que probablemente son lo mejor de esta vida.
Al salir, César vuelve a acelerar en un momento en que me entretengo haciendo unas fotos a un cruçeiro. Cuando me doy cuenta lo veo por el horizonte. Lo dejo ir y sigo a mi ritmo, alegre pero no de record.
Llego a Millaoiro, lo cruzo y acabo en la SC-9. Busco la N-550 y ha desaparecido. En dónde la he perdido es un misterio, uno más de esta tierra de brumas. Pregunto en un bar si se puede caminar por la autovía y me dicen que sí, que siga tranquilo, pero no lo veo nada claro. Tiro adelante y cuando llevo como un kilómetro por la autopista me llama César, que a ver en donde estoy. Le cuento y me dice que me he vuelto a perder y van n. Le digo que he seguido derechito y aquí me ha traído la línea recta. Insiste en que me he perdido, que me está esperando junto a la gasolinera. Desando lo andado y retrocedo volviendo a cruzar el pueblo, que por cierto, está en cuesta, a la ida y a la vuelta. Sigo hacia atrás y no consigo encontrar la N-550. No sé qué he hecho, pero me he perdido del todo. Le llamo a César que ya está hasta la coronilla de esperarme y le digo que siga, que yo ya me espabilaré, pero que me va a llevar tiempo.
Mucho rato después, harto de ir y volver, después de darme un hartón de kilómetros sin encontrar la N-550, decido coger un autobús para salvar la autovía. Y así lo hago. Hago una trampa de unos 2 ó 3 kilómetros y me planto en la entrada de Santiago. Me bajo en cuanto veo que hay arcén y puedo caminar y tiro adelante. Al cabo de un buen rato paso junto al Parque de la Herradura y tras el semáforo paso a la Rúa do Franco. De allí al Obradoiro, escalinatas, Pórtico de la Gloria y Santiago, que también me parece que me mira con cara de decirme que llego tarde.
Me recojo un momento en mí, le escucho, oigo a mi corazón. No me entretengo mucho, que César debe estar en la Oficina del Peregrino de los nervios. Paso a darle un abrazo y le rindo homenaje en la cripta. De allí disparado a por la Compostela.
De Camino suena el teléfono. César, que me espera tomándose una cervecita en el hotel. Me dan la credencial, y voy a su encuentro. Saludo a los de recepción que me recuerdan de otras peregrinaciones y le explico mi pequeña aventura, pérdida y trampa.
Nos subimos a duchar y nos vamos a tomar un té al Casino. Aparece Jorge al rato. Estaba cenando en los Reyes Católicos. Hoy se ha ido a La Coruña y se ha hecho hasta Bruma, medio Camino Inglés. Nos propone ir a Finisterre por Muxía y los dos declinamos. Decepcionado al principio, acepta después y quedamos en sacar mañana los billetes para volver a casa antes de que llegue el temporal que se acerca.Va a ser fuerte. Pobres de aquellos peregrinos a los que les coja.
Por la noche, entre risas y recuerdos, quedamos en hacer el próximo año el Camino Mozárabe desde Salamanca. Son 444 km, número bonito, que según Jorge se pueden hacer en diez días. Tendría que haberse metido a motorista. Y César también, que vaya dos. Y yo a tonto de circo, por seguirlos.