http://www.biescasvignau.com/03Espanol/07.Trekking/13.CaminoPrimitivo/Diarios/Alfonso/13.Alf.01.06.htm
Cuando llego al aeropuerto, mi amigo y su sobrino Isaac ya han facturado. Por falta de coordinación no nos han dado ventana a ninguno. Pero eso lo arregla el pícaro de Jorge en el embarque en un santiamén. Pedimos de estribor para ver los Pirineos y me la adjudican a mí, pero él que es muy hábil, me la quita. Como me deja mirar y un amigo es con la salud la mayor riqueza que poseemos, nos reímos. Al poco de despegar empieza el espectáculo. Como se acerca el atardecer, la luz incide en las cumbres nevadas dándole unos colores maravillos. Parece irreal tanta belleza sobresaliendo entre las nubes.
Cuando el entretenimiento se nos acaba, cuando terminan los Pirineos, empiezan a clarear las nubes bajo nuestros pies y maravilla de las maravillas, mientras el A320 vuela sobre la costa cantábrica, vemos desfilar ante nuestros admirados ojos San Sebastián, Orio, Zarautz, Getaria y la isla de San Antón, los flis de Zumaia, Deva, Mundaka y la isla de Izaro, Plencia y el Abra de Bilbao. De allí a Santoña, Laredo, Castro, Santander y un largo etcetera de maravillosos pueblos costeros hasta que el avión cambia el rumbo en su aproximación al aeropuerto de Asturias. Un vuelo perfecto, delicioso, el IB1502, con una lección de geografía magistral, en la mismísima cátedra. Gracias Iberia.
En el aeropuerto esperamos el bus que nos ha de llevar a la ciudad. Hace fresquito pero la ilusión mata las penas. Cuando llega, pagamos los 5 euros que vale el pasaje, subimos y volvemos locos al chófer y a los escasos pasajeros haciendo preguntas de todo tipo. Jorge no calla y así vamos aprendiendo de sus respuestas.
Como vamos tarde, el conductor se apiada y nos para en un semáforo próximo al refugio, que tememos que nos lo cierren. Nos deja salir, y tras agradecerselo y despedirnos de todos los que siguen viaje, corremos hacia el centro. Como vamos un poco despistados preguntamos a un hombre que por allí pasaba. Cariñoso, amable y servicial, se ofrece a acompañarnos a la carrera hacia donde cree que debemos ir, pues no tiene ni idea de por dónde cae el albergue. De nombre Benigno, es la persona más encantadora que he encontrado por esos mundos de Dios. Por el camino vamos admirando la Catedral, el Ayuntamiento y todo el barrio antiguo de la ciudad y lo que es mucho más importante, vamos sintiendo la amabilidad de las gentes, la bondad de nuestro cariñoso e improvisado guía.
Cuando ya a las puertas del refugio nuestro acompañante se despide, es tan afectuoso que hace que me emocione. Jorge e Isaac ya están en el interior presentándose a Pablo, amabilísimo hospitalero. Este nos explica un poco el Camino Primitivo. Nos sugiere amablemente en qué etapas podemos ganar tiempo e intentar hacer dos y en cuáles no deberíamos ni pensarlo. Hacemos un nuevo plan con sus consejos y abusando de su bondad, le pedimos información sobre la ciudad, monumentos, gastronomía, restaurantes, etcetera. Salimos con permiso para llegar un poco tarde y poder cenar tranquilos.
Recorremos la ciudad, maravillosa y encontramos un restaurante junto al mercado que ofrece un buen menú a un precio peregrino. El dueño es amable y mientras admiramos la magnífica estructura contigua nos ofrece un pote asturiano que decidimos probar por desconocido. La verdad es que está riquísimo y lo disfrutamos. Los segundos nos sobran pues nos ha dejado la sopera y repetimos varias veces, unas tres cada uno. La buena cena, la amabilidad del buen hombre, la extraordinaria obra arquitectónica y el buen precio, 7 euros, nos ponen de buen humor.
El refugio es humilde pero correcto, en el que dormir vale 3€ . Jorge se ha olvidado el saco. Pedimos mantas a Pablo, pero no las hay. La noche está muy despejada pero no hace excesivo frío a pesar de que está helando fuera. En un momento nos quedamos dormidos, a pesar de los nervios.
A las 7 de la mañana Jorge enciende las luces y nos despierta con un buenos días, peregrinos que nos devuelve a la realidad y a la ilusión de un nuevo Camino por andar.
Isaac se queja de que no ha dormido bien por culpa de nuestros ronquidos. No puede ser verdad porque aquí nadie ronca. Otra cosa es que te eches junto al grupo de viento de la orquesta y no te guste la obra, pero roncar, lo que se dice roncar, imposible...
Me da tiempo justo para meter el saco en la bolsa y cerrar la mochila. Este ejercicio de destreza y habilidad me martiriza cada mañana y he de ir deprisa o me rezago. Jorge vive deprisa, avanza hacia el futuro a muchísima velocidad, probablemente al doble de la de un ser normal, y no quiero perderme el placer de vivir y compartir experiencias con él. Me peino con las manos y le sigo.
Pero claro, como es de noche y muy temprano, hemos de encontrar algún lugar para tomar un café que nos entone. Junto al refugio hay un horno que abre a las 6h, con lo que el problema del bollo, panecillo o croissant queda resuelto, así como si quieres comprar algo de fruta, que también tienen. Pero lo de tomar algo líquido y calentito ha de esperar un buen rato, que a esas horas ni el bar del mercado está abierto. Finalmente, casi en la salida de la ciudad, más allá del barrio antiguo encontramos una cafetería. La dueña, muy amable y tirando a madura atractiva, nos pone unos verdaderos cuencos de desayuno y unas medias lunas que nos dibujan una sonrisa en los labios y a mí me ponen el bigote echado a perder.
Salimos a caminar contentos e ilusionados bajo un cielo estrellado y a 3=BAC. El Camino está bien señalizado a través de toda la ciudad con conchas metálicas clavadas en el suelo. En una nos perdemos. Señala hacia allá en donde nuestros instintos nos dicen que no puede ser. Preguntamos a algunos viandantes que no saben respondernos. Tras varias dudas Isaac, descubre que al estar suelta, pivota sobre su eje. Así que ahora ya tenemos 360 posibilidades. Nos desplegamos hasta que probando calles damos con la siguiente señal. Nos avisamos a gritos, colocamos la que estaba girada indicando hacia donde debe y seguimos camino.
He de aclarar aquí que en Asturias las conchas indican religiosamente hacia Santiago. Y entiendo por indicar el que la confluencia de las líneas que forma la representación gráfica de la vieira está en el lado más próximo a Compostela.
Ha helado bien esta noche y las umbrías están peligrosas. Nada más salir al campo, yendo por una carreterita comarcal, Jorge pisa hielo y se va al suelo. Su sobrino que intenta ayudarlo se va detrás de él. Aquél cae mal y se tuerce la muñeca. Le duele y se le hincha. Tiene mala pinta pero parece que no se ha roto. Le dejo una muñequera. Manteniendo la mano en el bolsillo, caliente e inactiva, parece que no le duele demasiado.
Al pasar por el puente medieval que cruza el río Nora nos llaman la atención las muchas telarañas que las arañas han hecho en la barandilla y que ahora están heladas y llenas de escarcha, produciendo un efecto entre navideño y gore. De los insectos constructores ni huella. Deben estar en sus castillos de invierno, que este frío aquí a la fresca no hay quien lo resista.
El día se mantiene despejado, pero en los recodos de los valles, la niebla cubre los colores.
Mis compañeros calculo que están caminando a unos 7km/h, lo cual está en mi limite. Ello implica que he de forzarme al máximo para poder seguirlos. En las cuestas me pesan los años y me retraso. Es de agradecer que al final de muchas me esperen. Pero las subiditas cada vez son más duras y más largas. Aquí no se andan con tonterías, que son de verdad. Y las bajadas están dedicadas a los que sufren de las rodillas. Lo que hasta ahora ha sido un agradable sube y baja con algún repechito memorable, comienza a ponerse emocionante. La cuesta que te lleva al Alto del Escamplero se las trae. Llego arriba sudando, resoplando y muy justito de fuerzas. Si allí preguntas, las gentes del lugar te mandan por la carretera, pero el sendero que te lleva de nuevo al río para subir a lo loco merece la pena. Si sobrevives, claro, porque por allí ya vimos los primeros cadaveres del día. Qué cuestas...
Pasado Premoño nos encontramos un toro pastando junto al camino. Es enorme, de los más grandes que he visto en mi vida, con unos cuernazos que te hacen dudar. Pero el hombre está a lo suyo y no molesta. Menos mal, porque es para pensárselo.
El Camino de momento es muy bonito. Asturias es una tierra preciosa, con unas montañas en el horizonte majestuosas, nevadas, impresionantes. Las colinas son suaves y los valles verdes. Los hórreos son cuadrados y grandes, tan diferentes de los gallegos. Un paisaje de calendario.En Grado hay mercado cuando llegamos. Por sugerencia de Jorge nos acercamos a la parte en donde venden alimentos y además de saborear los productos de la tierra con la vista, nos compramos un bollo preñado que es una especie de bomba atómica de embutidos y pan de pueblo. Lo repartimos como hermanos entre los tres y con el aceite resbalando por el mentón, entramos en un bar a tomar un vino ellos y un café con leche yo.
Desde aquí, Pablo el hospitalero de Oviedo, nos aconsejó tirar hacia Acevedo y El Fresno. Preguntamos a los naturales y no nos saben decir. Acabamos en la carretera, que está más dura que nunca. Al rato vemos el anuncio de que el albergue de San Juan de Villapañada está cerca, pero no lo vemos. No teníamos intención de quedarnos aquí, pero quizá haberlo visitado, beber un vaso de agua, poner el sello y el descansar un poquito nos hubiera sentado bien. Llevamos casi unos 30km de repechos y el cuerpo empieza a protestar. A cambio nos encontramos con una carretera que sube, sube, sube y sube. La cuesta es dura, pero sobre todo es terriblemernte larga. Cuando llegamos al Alto de Cabruñana estamos muy cansados. Bueno, yo llevo arrastrándome unos 5km, así que me tomo dos colas para reponer azucar. Es que ya no me encuentro. Mientras nos refrescamos miramos la única guía que tenemos y llegamos a la conclusión de que no tenemos ni idea de en dónde estamos. Así que seguimos adelante con la intención de llegar a Cornellana, en donde el refugio es un monasterio.
Bajando la maldita cuesta, nos sale un perrillo, canelo y cariñoso que se nos pega. No lleva collar ni identificación alguna. No sabemos de dónde ha salido, pero nos sigue religiosamente. Le gritamos, hacemos como que nos enfadamos, le tiramos piedras con exquisito cuidado de no darle, pero el animal ha decidido que se viene con nosotros. Luchamos por quitárnoslo de encima y no hay manera. Jorge se enfada y dice muy serio que eso lo arregla él en un momento. Por primera vez en mi vida lo veo indignado y por detrás de mí. Seguimos camino y oímos sus gritos en la distancia, luchando contra la lealtad del animal. Al cabo de un rato, aparece muy serio con el perro pegado a sus talones. Nos entra la risa. Pasan los kilómetros y ya es imposible que vuelva a casa, porque está demasiado lejos para encontrarla. Cuando se cansa, se sienta y en una carrera nos alcanza de nuevo. No sabemos qué hacer. No lo podemos llevar con nosotros pero tampoco podemos dejarlo desamparado. Al cabo de un rato, ya desesperados, pasamos junto a una casa. Está llena de perros que nos ladran. Coge Isaac al perrillo y lo echa dentro, por encima de una reja muy alta. El animal adopta las poses de sumisión correctas, los otros lo observan, huelen y parece que lo aceptan. Cuando seguimos camino, allí todo el mundo mueve el rabo. Ya tranquilos nos vamos muertos de la risa pensando la cara que va a poner el dueño cuando vuelva a casa y lo encuentre. Va a tener que pensar mucho para comprender cómo ha pasado al interior de su jardín y se ha hecho amigo de toda la jauría.
Ya más tranquilos pero también más cansados llegamos a Cornellana, en donde habíamos pensado dormir. Nos acercamos al refugio y es muy bonito, pero no hay nadie, cosa que no nos sorprende ya que hace más frío dentro que fuera. Intento ducharme y el agua sale helada. Cuando me seco y visto estoy tiritando. Salimos a comer algo, a visitar el lugar y a que nos pongan el sello en algún bar. Jorge está muy entero e ilusionado y nos invita a sidra, Isaac no va mal. A mí ilusión no me falta, pero estoy agotado.
Al acostarnos buscamos mantas y no las hay. Jorge no lleva saco así que puede morir congelado. Optamos por protegernos del frío con colchones, creando una especie de caseta con ellos alrededor de cada litera y otro encima haciendo de manta. Vestidos y en semejante tenderete el sueño acaba venciéndonos.
Cuando a medianoche voy al baño, estoy tiritando de frío y debilidad.
A las 7h oigo ruidos raros. Es la diana, es Jorge que trata de salir de la litera, si es que al tenderete que ha montado se le puede llamar así. En la oscuridad y a través de los colchones que me protegen de la ventisca, que este frío no es otra cosa, lo veo luchar. Rápidamente salgo como puedo del saco y empiezo a quitar todos los trastos que me rodean. Recojo y me preparo para salir antes de que sea demasiado tarde. Me peino de camino al bar, con las manos. Menos mal que voy para calvo.
Desayunamos y nos metemos en faena, con cuidadito para no resbalar en el hielo, evitar los lobos y ver las señales, que la mañana es muy oscura. Y muy fría. Para primer plato nos ponen una cuestecita bonita pero peleona. Al menos la hojarasca produce un sonido maravilloso y hace que sepamos por dónde van los demás que la niebla no nos deja vernos. Pero no hay mal que cien años dure y poco a poco aquélla va aclarando. Entre los jirones vemos tres corzos que huyen hacia la espesura en cuanto nos presienten. Lo decía ayer, esta tierra es preciosa.
Tan de mañana y con el frío, sentimos tirones y agujetas. Vamos algo tocados del esfuerzo de ayer. Fueron muchos kilómetros, muchas cuestas y para postre el último trozo todo sobre asfalto. A saber cómo estará el perrillo.
Tras el primer repecho, el Camino es bonito y fácil. Esto nos recupera. Al llegar a Salas el día ya es maravilloso. El cielo es de un azul impresionante, limpio y puro. Todo se ve definido. Ya hemos caminado unos diez kilómetros así que hacemos una paradita para tomar algo, que el hambre aprieta. Tras el sandwich y el café intentamos visitar la iglesia pero esta cerrada. Nos acercamos a la policía a que nos pongan un sello y que nos cuenten algo del lugar. Ya más enterados y con el estómago contento seguimos caminando.
Naturalmente, nos encontramos con una cuesta. Es preciosa gracias a la vegetación y al riachuelo que corre por su lado. Pero sube y sube, no se acaba nunca y lo que es peor, cada vez es más empinada. Llega un momento en el que hasta Jorge, que es inagotable, se sienta un momento a descansar. Acabamos de salir de un bar y venderíamos nuestras almas por otro. Hay una cascada desviándonos del sendero, pero nos falta valor. El repecho que nos aguarda es para desmoralizar al más duro.
En la guía que llevamos pone que junto a la carretera, cuando termine este rompepiernas, hay un lugar en el que se puede beber algo. Cuando llegamos resulta que es un club de alterne de carretera y que está precintado por la policia. Y con cadenas de las gordas. Mejor seguimos.
El día ha ido templando y ahora hace verdadero calor. Voy empapado en sudor con tanto subir. Así que paro un momento para quitarme ropa. Mis compañeros me esperan a la entrada de La Espina, disfrutando en la sombra de los refrescos que se han comprado en el super del lugar. Les imito y descansamos un rato, que los tres vamos tocados y nos quedan muchos kilómetros todavía hasta Tineo.
A la salida del lugar, las señales no están claras. Es creo, la única vez que esto sucede en todo el recorrido por tierras astures, en donde una flecha poderosa y omnipresente te indica el camino y confirma continuamente que vas bien. Pues aquí lo que hay que hacer nada más salir del pueblo es tirar a la derecha por el sendero y olvidar la carretera.
El camino a seguir es precioso, eso sí, ahora sube y después también. Y cuando baja hay un barrizal acuático que hace dificil el avance. Los muros de mampostería en seco son maravillosos, las vallas de piedra impresionantes, los carreiros exuberantes. Y las cuestas infinitas.
Llega un momento en el que el cansancio nos hace dudar de si vamos bien. Da la sensación de que nos hemos perdido por la espesura pues caminamos durante horas y no llegamos a ninguna parte. Los 7 kilómetros que hay entre el Pedregal y Tineo se nos hacen interminables.
Cuando a las 17 h llegamos, malinterpretando lo que nos dijo Pablo, hospitalero de Oviedo, buscamos el nuevo refugio. Total, que con la confusión nos damos una media hora extra de paseo, para rematar. Llegamos agotados, al límite, como en las marathones duras. En el bar en el que tienen la llave del albergue me he de tomar una bebida isotónica y dos paquetes de patatas para recuperar las sales que he perdido.
El refugio es humilde y no tiene agua caliente. Se paga la voluntad. El hospitalero no está pero al menos ha dejado el sello y podemos ponerlo en la credencial. Pero hay mantas y algo tan sencillo como eso nos alegra los ojos, pues aún es de día y ya empieza a hacer frío.
Isaac tiene los pies destrozados. Lleva un calzado poco apropiado y ha caminado todo el día con los pies empapados. Es increíble cómo los tiene. Tratamos de curárselos pero aparentemente no hay heridas. Simplemente están arrugados.
Como Tineo se extiende por la ladera de un monte, no nos movemos, tratamos de encontrar todo lo que necesitamos en el mismo nivel. Cenamos un pote asturiano bastante malo, pero al menos nos lo sirven pronto. Jorge sigue invitándonos a sidra, con lo que nos vamos animando.
A las diez estamos en la cama. Creo que ni roncamos ni soñamos de lo cansados que estamos. Ha sido increíblemente duro, pero en dos días hemos hecho tres etapas, hemos ganado una. Tendríamos que ganar otras dos para llegar a Santiago en la fecha que debemos, que vamos muy justos de tiempo.
Pero como decía Jack el Destripador, Vayamos por partes...
Entre mantas dormimos bien. Cuando a las 7h Jorge se levanta, recojo todo a gran velocidad para no quedarme atrás. Isaac va a dejar la llave del refugio en el buzón del bar Stop, y vamos hacia el que hay frente al Ayuntamiento, nos han dicho que es el único que está abierto a estas horas. Desayunamos café con leche, un par de sobaos sintéticos y cuestecita. Porque nada más salir del local, allí mismo, en la mismísima puerta, empieza el primer repecho del día. Y como siempre en este Camino, es de verdad. Y larguísimo.
Parece que nos hemos recuperado de la paliza de ayer con el descanso. Pero a mí me empiezan a molestar los talones, los tendones de Aquiles. En las subidas, cuando el pie apoya sobre su parte posterior, empiezo a ver estrellas. Nunca me había pasado, veremos en qué queda.
Jorge que se encuentra ya más en forma y aunque todavía le molesta una pierna, marca un ritmo endiablado. Lo sigo a duras penas. Entre las cuestas y las paradas para ir haciendo fotos de este maravilloso paisaje, he de apretar de lo lindo en los llanos para recuperar el espacio perdido. Isaac se va quejando pero sigue adelante a buen paso.
El día amanece precioso, transparente, limpio, soleado, con un cielo de un azul tan intenso que hace dudar si es real. El paisaje es extraordinario. Grandes montañas de nevadas cumbres rodean verdes colinas entre las que se forman valles cubiertos por la niebla matinal.
Una vez superado el Alto de Piedratecha, el camino no es demasiado duro para ser el Primitivo y es de una gran belleza. Ayer fue el sonido de las aguas, de los arroyos y fuentes que por el camino encontramos, uno tras otra, el que nos acompañó todo el día, continuamente. Hoy, el de la hojarasca bajo nuestros pies nos cuenta los secretos del lugar durante muchos kilómetros.
Al llegar a Campiello paramos en un colmado del pueblo a comprar algún refresco, que hace calor con el ejercicio y el solazo que luce. Isaac aprovecha para comprar calcetines que de alguna manera recompongan su maltrecha zapatería. En esas estábamos cuando descubrimos a Herminia, personaje donde los haya de este Camino. Cariñosa, amable, guapetona y liante, nos echa dos sellos, nos escribe una dedicatoria en la credencial a cada uno y nos sienta para que probemos su pote asturiano.
Allí sentaditos, con nuestras cañas a la espera de lo que nos sirva y que va haciéndose en la trastienda, nos cuenta de cómo el camino se bifurca en dos al cabo de unos kilómetros. El de los Hospitales y el que va por Pola de Allande. Del primero no teníamos noticia, pero por lo que nos dice no podemos tomarlo pues nos quedaría mucho hasta el siguiente refugio y ya es tarde para emprenderlo. Se nos haría noche cerrada por los montes en un recorrido casi de alta monta.
El local es de una gran belleza por su sencillez, por el colorido que dan los variopintos productos colocados desordenadamente sobre baldas, alacenas, amontonados en el suelo. La luz del sol ilumina el local mejor que un profesional de la fotografía. Y las viandas, tal como Jorge gusta de llamar a la comida que nos sirve, están buenísimas. Repetimos varias veces y cuando intentamos continuar nos cuesta levantarnos.
Seguimos camino recordando con alegría el rato que hemos pasado, el cariño de Herminia y la perola de pote que nos hemos comido. Como este nos pesa y vamos bien de tiempo, aminoramos la marcha e incluso en varios puntos nos sentamos un rato a la fresca a admirar el lugar.
Al llegar a Porciles entramos en la tienda-bar de Boto, otro personaje del día. Mientras tomamos un refresco nos cuenta las historias del lugar, de su tienda-museo y de los atajos que debemos o no tomar. Hemos de salir porque se nos va haciendo tarde y porque un perrillo faldero y malencarado se nos pone como una fiera y nos arrincona junto a la puerta. Llorando de la risa nos tiramos camino abajo hacia el castañar y el arroyo para encontrarnos una subida de inclinación superior a los 60º y que es posible salvar gracias a unos artesanales peldaños hechos con troncos. Me esmero en no resbalar, que siendo tan patoso como acostumbro, si me caigo por aquí me descalabro. Jorge nos espera arriba. Se siente desaprovechado haciendo tan pocos kilómetros al día y tan despacio.
Todavía nos lleva un buen rato llegar a Pola de Allande en donde yo compro esparadrapo y tiritas en la farmacia y todos agua en un super y sin mediar palabra salimos disparados hacia Peñaseíta, empezando a subir lo que mañana nos espera.
Los tendones me duelen ya muchísimo y me retraso, apenas puedo caminar normal. Se nos hace de noche en la subida y el frío empieza a sobrecogernos. El camino junto al refugio termina con un repecho histórico, para que llegues como puedas, si llegas, claro.
Pedimos la llave en el bar y vamos a instalarlos. El hospitalero es el mismo de todos los alberges de los pueblos de Asturias, un fantasma. Pero al menos ha dejado mantas, sello y libro para inscribirse. Así que una vez organizados, nos vamos al bar a intentar protegernos del frío que hace y entretener todas las horas que nos quedan hasta que nos acostemos.
Cuando lo hacemos, vestidos y cada uno con cuatro mantas encima, no podemos dormir. El frío se nos mete por los huesos. Una vez que conseguimos calentar lo que rodea al cuerpo, no nos movemos para no congelarnos. Nadie va al baño por la noche, por si acaso, que se nos puede congelar.
La noche ha sido inolvidable. El frío nos ha dejado agotados. A las 7h ya estábamos caminando pues no había ninguna posibilidad de desayunar y queríamos salir cuanto antes del frigorífico que el refugio era.
Como es noche cerrada, hay una niebla en la que no llego a ver mis gafas y ha llovido durante muchas horas, tomamos la carretera y vamos subiendo el alto de Palo.
Las guías y los lugareños ponen esta etapa como muy dura aunque sea muy corta, de sólo 18 kilómetros. Teníamos intención de ganar hoy otro día, pero tal como nos la han descrito, no nos atrevemos. De momento vamos a intentar llegar vivos a La Mesa y allí ya tomaremos decisiones.
Tan de mañana, hace frío y llueve. El camino es aburrido al haber elegido la carretera. Vamos cada uno perdido en sus pensamientos y en sus dolores. Jorge ha desaparecido por el frente hace un buen rato, perdiéndose entre las brumas. Isaac renquea, con sus pies doloridos y las rodillas lesionadas. Mis tendones me están matando y no me atrevo a decir si llegaré a Santiago. Voy a peor. Me pregunto qué hago yo por estos montes, con este frío y estas nieblas, sufriendo tanto dolor con lo bien que se debe estar ahora en casa, durmiendo calentito en mi cama. Llego a la conclusión de que me estoy aburguesando, que antes no tenía tales pensamientos, tales dudas.
Cerca del alto amanece. Aprovechamos que ya se ve para dejar la carretera y tomar el camino. Aquella serpentea para salvar la altura, las curvas de herradura se adivinan en el horizonte. Preferimos atacar el repecho, embarrado y de terrible pendiente a hacer mil kilómetros más.
Isaac ha superado sus dolores y ha acelerado. Jorge va con él. La subida es dura y a veces me vence la mochila y en vez de avanzar, reterocedo. Cuando la cuesta parece que no va a acabar nunca, alcanzo el alto en el que el viento azota y el frío corta. Allí están esperándome mis dos compañeros y amigos.
En la bajada aprieto el paso. En ella no me duelen los tendones y puedo ganar el tiempo que perderé en la siguiente subida. Camino perdido en mis pensamientos cuando me aparece un oso. Sí, un oso, como suena, que me hiela la sangre que no llevo ya congelada por la nochecita. Bueno, en realidad es un perrazo enorme y peludo. Me da un susto de muerte. Pero resulta que es tan cariñoso como grande. Jugamos un rato con él, que es todavía joven y seguimos camino.
Cuando llegamos a Lago, tras recorrer sólo unos diez kilómetros, vamos tan derrotados que no visitamos el Tejo. Vamos directos al bar de la localidad a desayunar. Nos dan un bocadillo de tortilla de unos tres huevos que nos comemos en un santiamén. Descansamos un rato y seguimos camino, dudando si alargar la etapa hasta Grandas o parar en La mesa.
En una duda nos perdemos por un pinar precioso. Parece que hemos pasado a otro tiempo y dimensión. Hemos de seguir las huellas de un tractor que encontramos en un cortafuegos para volver a la civilización. Tenemos suerte y recuperamos el Camino casi a la salida del bosque.
Hace sol pero hace frío. Hemos de abrigarnos bien. Se nota que estamos a mucha altitud. Pero este clima es bueno para andar y hace que no se nos llaguen los pies, pues no se nos calientan ni en los ratos que hemos de caminar por el asfalto.
Seguimos hasta Berducedo en el que un hombre le regala un bastón a Isaac. Allí entramos a saludar a la señora Amalia. Pero por desgracia para nosotros, ha aprovechado que es sábado para irse a Oviedo. Meditamos lo lejos que eso está, a cuatro días de camino, sufriendo repechos y barros. Nos tomamos un refresco y hablamos con su hijo Pedro, persona encantadora. Nos acompaña a la puerta y nos aconseja dormir en La Mesa, que está a unos 5 kilometros.
Nos cuesta tomar esta decisión, pero una vez adoptada nos permite ir más despacio pues aun caminando lentamente vamos a tardar una hora y nos van a sobrar muchas otras. Mis tendones lo agradecen pues cada paso es un suplicio.
Cuando llegamos vemos que es un pueblo en el que hay exactamente tres casas, una iglesia cerrada y el refugio en un paisaje de montaña. Antes de acercarnos al albergue, pactamos con una señora que nos dé algo de cenar hoy y de desayunar mañana. La llave está puesta en la puerta del refugio. Entramos y hace un frío de los de verdad. Jorge nos recuerda cómo casi pierde un dedo en Yakutia cuando sacó la mano del guante para hacer una foto a -41=BAC. Sellamos con guantes e intentamos calentar el lugar con un radiador eléctrico de medio pelo, que hace que cada diez minutos salten los plomos. Como sólo hay una silla, nos sentamos en una litera y nos entretenemos toda la tarde, hasta las 19h, leyendo el libro de inscripciones y los mensajes que dejan los que por allí han pasado. La verdad es que algunos hacen llorar, terrible expresión de la incultura y el provincialismo. Isaac escribe que caminamos en grupito. Y esa sí que es la pura verdad.
Según pasan las horas nos desesperamos pensando en que habiendo hecho un pequeño esfuerzo, unos pocos kilómetros más, a estas horas estaríamos llegando a Grandas de Salime, habríamos ganado un día y quizá el lugar nos ofreciera un poco más de emoción.
Jorge se deprime, Isaac se queja y yo me frustro. Los tres entristecidos.A las siete nos acercamos a la casa en la que hemos de cenar. La mujer nos da una sopa de pasta y carne guisada con patatas. El vino es malo rematado, tirando a picado. Cuando nos sentimos más recuperados no podemos evitar preguntarnos de nuevo qué estamos haciendo allí y no en el siguiente refugio, quince kilómetros más allá. Terminamos desesperados por no haberlo hecho y haber ganado otro día, en vez de perder toda la tarde en un congelador sin esperanzas. Tras la cena, por la que pagamos 9 euros, la mujer nos deja un radiador. Y mientras caminamos hacia el refugio, volvemos a lamentar el no haber seguido camino. Jorge construye otro parapeto contra el frío con colchones y acerca la litera al radiador. Como no hay nada que hacer y está cansado, se echa a dormir a las ocho de la noche. Su sobrino le imita y se mete en el saco. Me quedo leyendo muerto de frío el manual Cómo sobrevivir sólo y en los hielos hasta que a las nueve Isaac protesta. Apago y vestido me meto en el frigorífico, que lo he recubierto de colchones, imitando a Jorge.
Nos levantamos cuadrados, como los cubitos. Los colchones nos han moldeado, el frío ha hecho el resto. Tenemos la sonrisa helada. Son las 7 de la mañana cuando nos encontramos los tres saliendo a la vez por la puerta del iglú, chocando con las mochilas, camino de la casa en la que nos han de dar de desayunar. La oscuridad, la niebla y el hielo hacen que estando cerca, nos cueste llegar. Para habernos matado.
Es de agradecer que la mujer se haya pegado el madrugón siendo domingo. Pero nos da un café de calcetín muy aguachirri y tres magdalenas. Pagamos cada uno 3 euros, es decir, a euro la magdalena. Y son de las malas. Así que si ya estábamos contentos por el error de quedarnos a dormir aquí, ahora añadimos el lujo de un humildísimo desayuno a precio de Pera Palas Osteli. Así que unos sin hablar y otro despotricando, uno a uno y por turnos, empezamos a caminar, de noche, con niebla, frío, lluvia y sin peinar. Que ni tiempo hemos tenido.
Y claro, empezamos con una cuesta. Para calentar, será. Y es de las largas y duras, que ya lo he dicho, que aquí no se andan con tonterías. Según subimos, me rezago. Este no es mi año, no me siento fuerte. Mientras amanece y la niebla se convierte en jirones, veo a lo lejos, allá arriba, molinos. Y ya sé lo que viene después, subir hasta allí, hasta rozar el cielo con la coronilla para volver a bajar. Le vuelvo a preguntar a Santiago el porqué de tanto vaivén, a lo que el muy listo me deja que me responda yo solito. Y nunca mejor dicho porque Jorge e Isaac han desaparecido hace mucho entre las brumas del amanecer.
Espero ir por el buen camino. Espero encontrar la respuesta.
Al llegar arriba, entre montones de nieve y hielo, me los encuentro en amena conversación, haciendo tiempo a que llegue. Qué tiempos aquellos en que era yo el que esperaba a los demás.
A partir de ese punto, el camino se convierte en un vertiginoso descenso que al cabo de unos kilometros adquiere una inconmensurable belleza. Jorge lo compara con algún lugar de Alaska o de Canadá y los demás, que somos menos viajados, lo admiramos con la boca abierta pero respirando por la nariz. Para evitar las neumonías más que nada.
Como en las cuestas abajo no me molestan los tendones, acelero, porque sé que luego me quedaré atrás otra vez y ya estoy harto de ser el farolillo de cola. Pero como el escenario es tan maravilloso, me entretengo sacando fotos y me alcanzan. Siempre pierdo por no ser de este mundo, por perderme en la admiración de la belleza, y así me va.
Al terminar el bosque de castaños, en donde el rumor de las hojarasca del sendero marcaba el ritmo de nuestros pasos, de nuestros pensamientos, perdemos la visión del pantano y nos enfrentamos con una carreterita que nos llevará a la presa y todo seguido hasta Grandas.
Mientras comienza de nuevo a llover, avanzamos admirando la obra de ingenería y sobre todo la garganta que el río ha abierto a lo largo de los siglos. Lento y tenaz trabajo el suyo. No puedo evitar meditar y comparar su quehacer con nuestra desidia diaria.
Ya lo decía Lao Tse, todo gran viaje empieza con un pequeño paso.
A estas alturas yo me tomaría un café. Sigue haciendo frío, el viento sopla fuerte, el día está muy desapacible y algo caliente que nos entonara nos sentaría de maravilla. Pero de eso nada, que no hay un lugar en todo el enclave en el que pensar en ello.
Así que seguimos camino. Jorge e Isaac van delante. No sufren en las cuestas. Pero las dificultades están ahí para ser derrotadas. Aquí no hay empate. O ganas tú, o te vencen. Así que poco a poco, despacito porque los tendones me están matando, comienzo a subir la cuesta que primero por carretera y luego por un senderito nos ha de llevar hasta el fin de etapa, a donde deberíamos haber llegado ayer si no hubiéramos hecho el cursi.
Según los kilómetros pasan y se asciende, el bosque con arrullo de arroyos vuelve a rodear el camino, aunque sea carretera en su primera parte, y la belleza de la vista del pantano hace que la mente se relaje en el escenario.
Las lágrimas ya no son gotas de lluvia que resbalan por mis mejillas, son expresión del dolor que sufro en mis talones. Sé que quedan algunos kilómetros y dudo si voy a llegar. Me pregunto cómo y cuándo. Al alcanzar a mis compañeros en la proximidad de las primeras casas del lugar tengo muy claro que si no resuelvo el problema, no podré continuar. Pienso en comprarme unas zapatillas de abuelo, de las de andar por casa, que en principio son blanditas y no tocan allí en donde voy lesionado. Así que no he llegado y ya estoy preguntando en dónde hay una zapatería. Pero es domingo y todo está cerrado. Como no recurra al doping, no llego a mañana. Y por estas tierras, el único que existe es el vino.
Llegamos a las 12.45 de la mañana. No decimos nada, pero todos sabemos que ayer hicimos el imbécil quedándonos en La Mesa. Se podían hacer las dos etapas muy fácilmente y eso que todos tenemos algún problema fisico, que Jorge arrastra una pierna e Isaac va fatal.
Al entrar en Grandas vemos que hay un Museo Etnográfico. Entramos y lo admiramos. Maravilloso, lo deberían recomendar todas las guias. A pesar del dolor y de que me quedo helado, pues al haber llegado sudando por el esfuerzo el frío me come, disfruto mucho con todo lo que veo. Extraordinario recuerdo de otra época, de otra forma de vida que no conocimos o ya hemos olvidado.
De allí nos acercamos al refugio que está en el mismo centro de la villa. Aunque las guías lo ponen como muy humilde, nos resulta muy acogedor pues tiene calefacción y está calentito. Como tiene bastante buena iluminación, a mí me parece un lujo, pues puedo leer, escribir y dibujar. Un hotelazo después de los frigoríficos en los que hemos pasado las últimas noches. Y todo por la voluntad.
Nos llama la atención que las literas son de tres pisos y tirando a altas. Pobre de aquellos que en épocas de aglomeraciones hayan de subir a las alturas en las que no hay ningún elemento de anclaje. Queda claro que si te caes, te matas. Eso seguro, definitivo.
Una vez instalados nos vamos al Bar Francisquín, donde nos han dicho que nos pondrían el sello. Cuando llego, a Jorge e Isaac los tiene la señora en un rincón y les está pegando una bronca. Cuando con una sonrisa le pido el sello, me cae otra. Parece que anda de mal humor. Así que sellamos y nos vamos al bar de al lado a tomar un café.
Nos acercamos a ver la iglesia que parece interesante y al entrar vemos que hay Misa. Nos quedamos a oírla y en silencio y con un frío sobrecogedor observamos que no hay cura, que la ofician dos mujeres. No realizan el sacramento de la eucaristía, pero dan la comunión. Salimos admirados por el retablo y por ser esta la primera vez que asistimos a una misa sin sacerdote.
Para celebrar que hemos llegado a donde deberíamos haberlo hecho ayer, nos vamos a tomar una tapa y un vino del lugar. Descubrimos que hay muchos bares y todos muy auténticos. Así que antes de comernos una buena fabada, recorremos varios.Con tanto trasiego, entro en calor. Y se me ocurre una idea que quizá me salve.
Me suelto los cordones de las botas y me los ato sólo hasta la mitad, como si llevara zapatos. Esto hace que nada toque mis destrozados tendones. De momento parece que funciona, pues ya no siento dolor.
Cuando nos levantamos de la mesa tras comer, aunque sufro, puedo caminar, cosa que antes me era imposible. Cuando llego al refugio veo el cielo porque he podido seguir el paso de mis compañeros.
Todavía hay esperanza.
Tras la comida y los vinitos, al calor del albergue, Jorge e Isaac se quedan dormidos en una siesta de ronquidos. Intento leer y escribir, pero acabo frito en la única silla que hay, frente al radiador.
Cuando despertamos, nos vamos a merender y oh milagro, hay fútbol. Allí nos quedamos. Me siento de espaldas al televisor pues no tengo mucho interés en lo que llaman deporte rey muchos de aquellos que no mueven el culo del sillón y comienzo a leer. Al cabo de un rato, me apagan la luz, para ver mejor la jugada y he de irme al refugio a seguir con mi libro. No quiero hacer aquí una crtíica sobre la sociedad, sobre el morbo de la falta, sobre la tristeza que me produce que el circo haga ignorar la cultura.
Cuando antes de acostarme salgo a darme una vuelta por el lugar, hace mucho frío, muchísimo. Mañana puede ser terrible. Está muy nublado y amenaza lluvia. Pero hoy dormimos calientes. Después de unas noches durísimas, el radiador nos ha dado media vida. O entera, no sé.
A las 7,15h salimos como tiros y sin peinar a por un café. Lo acompañamos con un coro de magdalenas para darle substancia. Mientras desayunamos comentamos lo bien que hemos dormido. Bueno, debería decir que Jorge y yo lo hemos hecho a pierna suelta. Isaac viene quejándose de la suya y de la sinfonía nocturna. Es músico, pero parece ser que no le gustan las obras clásicas.Jorge parece que ya está casi recuperado de su muñeca y del tirón que tenía en la antepierna. Mis tendones, con casi un día de descanso y la bota a medio atar, apenas me duelen. No me lo puedo creer, puedo seguir el ritmo de mis compañeros. No hace frío a pesar de que está oscuro como un túnel. Y por primera vez en casi una semana, empezamos el día con una cuestecita suave. No nos huele bien. Sospechamos que nos vamos a encontrar alguna sorpresita según avance el día. Aunque pensándolo bien, hoy dejaremos atrás la agreste Asturias para entrar en la dulce Galicia y orográficamente se deja sentir. Al menos de buena mañana.
Al pasar por Castro vemos que hay un refugio que no consta en las guías. Desde Grandas sólo hay unos 5km que se hacen muy bien. Aquí se podría aprovechar para ganar un poco, pero la verdad es que ayer fue muy agradable pasar la tarde en un lugar medianamente grande, con un montón de bares muy interesantes para visitar. Y que no se me malinterprete, que no me refiero al vino sino a la decoración, tradicional y auténtica.
Pero no nos distraigamos, sigamos camino, subiendo poco a poco hasta acercarnos al Alto del Acebo al que se accede con facilidad. Vemos un par de veces lo que suponemos que son corzos, que al sentirnos salen huyendo en busca de la seguridad del bosque. Es una vista fugaz, pero el placer de admirar animales tan esbeltos queda en nuestra memoria.
Antes de llegar arriba de todo, se pasa la línea que separa Asturias de Galicia. Como niños, nos alegramos de haberla cruzado, porque sólo nosotros sabemos de todos los padecimientos que hemos sufrido para llegar hasta aquí. Esperamos a Isaac que viene renqueando. Hoy no va muy bien, se queja mucho, dice que se va a quedar inútil para el resto de su vida, que no va a poder volver a jugar a fútbol. Tanto Jorge como yo nos preocupamos, pues hay lesiones que son malas de curar. Pero tampoco podemos hacer mucho. Lo apoyamos psíquicamente y confiamos en que no sea nada, que no somos de azúcar.
Dada la altura a la que nos encontramos, hace fresco, pero no el frío de los días pasados. El día se mantiene bastante sereno, con una ligera brisa y alguna que otra nube lenticular. De momento estamos teniendo muy buena suerte con el clima.
En el mismo alto hay una casa-bar en la que una señora muy amable se ofrece a hacernos unos bocadillos de tortilla de jamón. Llevamos ya unos 15km en las piernas y ya son casi las 11.30h. Aunque nos encontramos bien, incluso mis tendones me sorprenden lo bien que van, no dudamos en parar. El lugar es muy oscuro y está helado. Se forma tanto vaho cuando hablamos que acabamos haciendo fotos. Parece que nos estamos fumando un habano de los gordos. Mientras llega el bocadillo observamos que los calendarios que cuelgan de las paredes son de vacas en vez de ser de chicas pechugonas. Es lo que hay, estamos perdidos por las montañas.
Al cabo de un rato, se presenta la señora con tres bocadillos que hacen las delicias de nuestro paladar por ricas y de nuestros estómagos por grandes. Un placer, un deleite, como sentencia Jorge. Al salir, contentos en extremo por la amabilidad, el precio y las viandas, hago una foto de la cocina, clásica en donde las haya.
Como todo había sido muy suave, ahora que vamos pesados por el bocadillo y en plena digestión, viene una cuesta de sudores. Cuando llego arriba, Jorge ha desaparecido entre la niebla que está cayendo. Chispea y hay una humedad brutal. Me encuentro con dos cachorros muy jovenes de mastín con los que juego mientras espero a Isaac llegue, que hoy renquea mucho.
A partir de ese momento cambia el tiempo, empieza a hacer un frío, que se mete por los huesos, que no te lo quitas ni andando. Parece que el clima haya estado esperando a que pasáramos a Galicia para cambiar. O que es así, que aquí empiezan las lluvias y las nieblas.
Nos quedan unos 10km a Fontsagrada, pero los vamos a sufrir aunque el camino sea fácil. A Jorge lo vemos un momento por el horizonte, pero desaparece rápidamente por entre la maleza. Acompaño a Isaac que parece que no vaya a llegar. Se queja continuamente y no es fácil ir a su lado, pero no lo puedo dejar solo.
Pienso que siempre hay un sonido que acompaña mi avanzar, el de los arroyos junto al sendero, la hojarasca al cruzar bosques, el viento que le habla a los árboles, las aves que se comunican con la naturaleza y hoy las quejas de mi maltrecho compañero, que marcan el ritmo de mis pasos.
Cuando vemos Fontsagrada no nos lo creemos. Una etapa corta y fácil que se nos ha hecho eterna, especialmente en sus últimos tramos. Pero no te lo pierdas, que todavía queda lo mejor, el repechito final. Para rematar, como a mí me gusta. En fin, que llegamos ambos sudando como posesos a pesar del frío que hace y la niebla que se nos ha echado encima, que al final el día se ha echado a perder.
Cuando me acerco a preguntar en la farmacia frente a la iglesia en dónde se recogen las llaves del refugio, oigo a Jorge que ha llegado hace un par de horas y ya tiene todo resuelto. Como el refugio está en Padrón, un pequeño pueblo que está a 1.5km y el cuarto que el sacerdote ha habilitado para que los peregrinos descansen está cerrado, pues el hombre está delicado, nos metemos en un bar a quitarnos el frío y la humedad con un café.
Llamo mientras a Víctor, de Protección Civil, que es quien nos dará la llave del albergue. Eficiente como ninguno, el primer hospitalero desde que salimos de Oviedo, se presenta a los 5 minutos en un todoterreno repleto de radios, GPSs, Walkies, celulares y demás parafernalia técnica. Cuando subo al vehículo para que me lleve al refugio y me explique in situ las características, tengo la sensación de ir camino de la Estación Espacial. El albergue lo ponen en las guías como el no va más. Me decepciona el frío y la decoración, pero por lo que leo en el libro, a los peregrinos les parece maravilloso.
De vuelta a Fontsagrada buscamos un restaurante en el que nos den de cenar pronto, bien y barato. El Prados nos abre y sirve a las 19h un caldo gallego y un bistec con patatas. Con el postre nos cobran 6 euros.
Así que contentos y ya listos, nos vamos hacia el refugio por la carretera. Ha oscurecido y es difícil ver las líneas. En una curva, un coche me deslumbra ya que voy el primero y como se mete en el arcén me echo a la izquierda. Cuando me entero, estoy cayendo a la profunda zanja que hay en el límite. Me doy un golpe de muerte. Pero como estoy muy hecho a las caídas dada mi habitual torpeza, no me hago nada más que una buena rascada en la rodilla.
Cuando llegamos al albergue veo que me he roto el pantalón por la rodilla y el trasero y que sangro por todas partes. Así que me voy a la ducha. Ya limpio, curado y peinado, trato de hacer un remiendo para no ir medio desnudo mañana.Isaac ha llegado muy mal. Lo acostamos y abrigamos Aunque estamos preocupados por su estado, confiamos que una noche de descanso haga el milagro. Como hace mucho frío, nos cogemos unas mantas y nos metemos en la cama. Escribimos y leemos un rato pero no duramos mucho vivos.
A las 7.15h estamos desayunando en el refugio unas magdalenas y un café de máquina. Esperamos que aclare un poco y la niebla no sea tan espesa. A mis compañeros les gusta bastante el albergue, están contentos. Isaac se encuentra recuperado y parece que también más animado, que la psiquis es importante. Jorge ya está prácticamente curado de espantos y lesiones y yo, salvo mi lesión de tendones que de momento resuelvo dejándome las botas medio sueltas, las heridas de la caída de anoche y el frío que arrastro, estoy estupendo. Y con un cafelito, aunque sea de máquina, mejor.
Jorge abre la puerta y nos anima a empezar el día. Hace una noche muy fea. Está todo muy muy oscuro y nada más salir nos confundimos y nos vamos a una campa que nos desorienta. Retrocedemos y vamos encontrando las marcas, que aquí ni hay tantas ni tan bien hechas como en Asturias. Hay mucha niebla, llueve y el viento es frío. Vamos a buen ritmo y no consigo entrar en calor, sigo tiritando.
Al cabo de un rato estamos empapados, calados. El tiempo nos va a deprimir. Hay tanta niebla que no se ve nada de nada. A mis compañeros los oigo, pero no los distingo. Es difícil caminar así, perdido en una pecera blanca. Y da un poco de repelús. Isaac empieza a los pocos kilómetros a flojear. Vuelve a las quejas, a la cojera. Hay que tirar de él, animarlo, que se rezaga.
Al pasar por Paradavella todos vamos un poco deprimidos y con frío, mucho frío. Necesitamos algo caliente. Tras intentarlo en tres locales, nos abre la Sra. Áurea su casa-estanco-ultramarinos-bar. Nos hace un café casero y nos comemos unas magdalenas que le compramos. Nos trata con mucho cariño y lo agradecemos, que el día no es de los fáciles ni alegres.
Tras este descanso, físico y mental, seguimos camino bajo las inclemencias, cada vez peores, que ya no es un calabobos, que ahora llueve de verdad. Al menos se ve un poco más, los árboles se vislumbran y el sendero ya no hay que adivinarlo. En un momento de debilidad pienso que podría granizar, que sería aún peor. Pero no quiero llamar a la mala suerte. Así que calladitos, en perfecto silencio, cada uno perdido en sus dudas o certezas, en su penar, seguimos como la Santa Compaña.
En Lastra los tres de común acuerdo y sin decir una palabra nos metemos en Casa Miranda, un bar-colmado muy de la tierra, auténtico. Pide Jorge algo de comer y nos hacen tres bocadillos descomunales y riquísimos de chorizo de pueblo frito. Están buenísimos. Nos dan un vino de taberna de los que ya no quedan, rico y puro. Cariñoso el hombre, nos ofrece café y gotas. Jorge se echa un buen chorro, los demás lo imitamos, que el día lo pide. Cuando vamos a pagar, sólo nos cobran los tres bocadillos, invitándonos a todo lo demás. Buena gente en donde la haya.
Seguimos y al cabo de un rato, al pasar por Fontaneira, se me traba el lazo de una bota con la otra y me voy al suelo. Otro porrazo. Esta vez es duro. Caigo bien, como de costumbre, pero al ser en zona urbana, me doy en el pecho con el canto de la acera. No hace falta que nadie me diga que me he roto una costilla, que ya he pasado por ahí. Así que calmando a mis compañeros que se preocupan por el golpe que me he dado, me aguanto el dolor y seguimos adelante. El problema es que no puedo respirar muy profundo, con lo cual, al ir a buen paso, voy falto de aire
=BFQue no quieres sopa? Toma dos tazas.
Cuando llegamos a Cádavo estamos completamente empapados, incluidos los cazoncillos. Hemos de poner toda la ropa a secar. Como sólo tenemos un radiador para tal menester e Isaac que ha llegado muy mal y de peor humor, se lo ha apropiado, pongo todo en el suelo, pues el albergue tiene calefacción radial. Aquí he de decir que este es un albergue de verdad maravilloso. Nuevo, caliente, amplio, agradable, funcional y con buen diseño. Un hotel de cinco estrellas, una maravilla. Y el hospitalero que ha venido a abrírnoslo, amable. Así que el horrible día ha tenido un final feliz.
Nos vamos a un bar próximo a tomar una cervecita y no sé qué nos dan, pero aquello tiene sabor a sidra. Es imbebible pues no es ni una cosa ni otra. Protesta Jorge y dicen que nones, que es imposible que no sepa a cerveza. Y aunque allí la dejamos, nos la cobran religiosamente.
Como no tenemos ganas de andar buscando otro lugar para cenar con lo que está cayendo, nos quedamos allí. No quedamos muy contentos y como ya venimos mosqueados por la caña de sidra, pagamos y nos vamos a disfrutar del refugio, que hace muy mala noche. Y hemos de aceptar que estamos de suerte, que por León está todo nevado mientras aquí solo hace frío, llueve y la niebla nos envuelve.
Isaac se ha cogido todas las mantas y aunque no hace excesivo frío gracias a la calefacción, me puedo helar porque mi saco es de primavera y abriga muy poco por no decir nada. Jorge va al cuarto de no roncadores en el que se ha instalado su sobrino y recupera una para mí. Gracias amigo.
A las 21,35h, cuando ya estamos a punto de meternos en el saco, llaman a la puerta. Abre Jorge. Son dos homeless que tratan de meterse en el refugio. Les explicamos que es sólo para peregrinos, que han de ir a la Policía para que les envien al refugio con cena que hay para ellos. Cuando nos tememos lo peor, no pasa nada, se van y caemos dormidos. Cada vez que me muevo, la costilla me da un pinchazo y me despierta. Me da igual, ya puede doler, que pienso dormir a pesar de todo, aunque sea a trancas y barrancas, que estoy muerto.
A las 7.15h nos saca Jorge del refugio. Justo me ha dado tiempo de recoger la ropa que tenía secando por el suelo y que ya está seca. De peinarme con peine, ni intentarlo. Justo justo con la mano. Está muy oscuro, hay niebla pero no hace frío. Como el único bar que está abierto es aquel que te dan sidra por cerveza y te lo discuten, empezamos a caminar en ayunas. Es que si pedimos un café igual nos dan té. Que no, que no queremos polemizar a estas horas. No encontramos el Camino en la oscuridad. Al pasar por una casa en la que hay luz, llamamos y amablemente nos reconducen.
Isaac empieza pronto a renquear. Y a quejarse. El hombre va sufriendo y no lo lleva bien. Jorge trata de animarlo, pero se le está agriando el caracter. Aguantar, aguanta, pero enfadado. Sigue con aquello de que no va a poder volver a jugar a fútbol.
Pasamos por Villabade y como no hay nada seguimos adelante en ayunas. Parecemos un tractor, no por caminar como un todoterreno por veredas, ríos y rocas, sino por el ruido que nos hacen las tripas. Se deben oír en Lugo. Pero cuando encontremos algo, algún bar, nos vamos a tomar los tres la revancha, eso seguro.
En Castroverde espero a mis compañeros, pues Jorge camina con su sobrino para ayudarlo y animarlo. Nos metemos en el primer bar que vemos. Pedimos dos cafés para nosotros y un Cola Cao para Isaac. El dueño nos ofrece una fuente de bocadillos diminutos pero que tienen muy buena pinta. Dice que cojamos los que queramos. Cuando voy por el octavo nos llama la atención Jorge. Dice que nos estamos pasando, que paremos, que entre los tres llevamos ya unos 30 (8+8+12) No me había fijado, pero la bandeja está como mi nevera cuando llego de viaje, vacía. La costilla no me deja reírme. Muy gracioso, Jorge recoloca los que quedan para disimular un poco y se pide otro café con leche para hacer méritos. Cariñoso y atento como es, le dice al hombre que es el mejor café que se ha tomado desde que salió de casa. Y nos vamos cada uno con sus penas, pero felices, por el sube y baja con curvas por el que corre el camino.
Pero todavía queda mucho, unos 20km bien puestos, antes de llegar y que se hacen a veces interminables. Tras la belleza de los paisajes de Asturias, Galicia se hace aburrida. Y mira que es bonita. Pero es que hemos pasado por lugares de tal esplendor, que lo bello queda en simplemente agradable.
La mañana que salió con niebla ha ido dejando paso a un día precioso de sol. Hace calor y vamos sudando, un poco deshidratados, que se nos ha acabado el agua. Apetece que una ciudad nos recoja y podamos pasear un rato por ella y beber algo fresco.
En la entrada de Lugo, Isaac, que va acabado, quiere ir por la autopista pues viene una zona de barros. Le tenemos que convencer que por ella está prohibido caminar y que además es muy peligroso. Cuando cede nos metemos en un chocolate a la francesa, claro y ligero que nos pone perdidos. Pero a estas alturas poco nos importa mancharnos, al menos a Jorge y a mí. Para su sobrino que viene penando todo es un suma y sigue.
Merece el esfuerzo llegar. Lugo, Patrimonio de la Humanidad. La muralla, la Catedral, el barrio antiguo y el maravilloso refugio con hospitalero amable y cariñoso. Me duelen terriblemente los tendones y la costilla apenas me deja respirar pero en esta ciudad hay demasiado para ver. Me voy a la farmacia a comprarme una faja para la costilla y no me la quieren vender si antes no voy al Centro de Salud. Así que me escapo con Jorge a tomar una cerveza y a ver la Catedral, Isaac se queda descansando.
Vuelvo a por él cuando oscurece. Jorge aprovecha para pasar por un cyber y ponerse al día. Cuando nos reunimos, les enseño un bar que he descubierto que es inenarrable. Auténtico cutre de los años 40, mantiene todo, hasta el calendario parado en aquella fecha. Nos tomamos un vino y vamos al restaurante que nos ha recomendado José Antonio, el hospitalero. Cenamos bien y barato.
De vuelta en el refugio, me acuesto entre mantas, sin saco, para evitar forzar la costilla en sus estrechuras de momia. Hago un mal gesto y el dolor de la costilla es inenarrable. Se ha descolocado y hace un daño increible. No puedo dormir. La luz que permanece encendida hasta las 23h y se apaga automáticamente, lo hace más complicado. Pero no hay mal que dure cien años y donde dije Lugo, digo luego. Y al fin, cansado y a oscuras, caigo en un pesado sueño.
A las 7.15h Jorge tira de nosotros hacia delante. Como la luz se enciende automáticamente a las 8h, hemos de recoger todo a oscuras y deprisita. Me peino con las manos camino de la cafetería en la que desayunamos de capricho. Para mí curritos y café con leche del bueno.
Mientras nos reconfortamos y planeamos el día, me comentan que se me ha oído quejar en mi sueño. Supongo que a cada movimiento que hacía, perdía el aire por el dolor de la costilla y gemía. La verdad es que esta mañana no podía ponerme la mochila. Lo que no les comento es cómo tengo de hinchados los pies. La parte del talón parece la pata de un elefante. Y no lo digo por grande sino por la forma. La tendinitis que arrastro desde hace una semana está ya al límite. Y cómo duele...
Planeamos ir hasta San Román de Retorta y allí decidiremos qué hacemos. En principio Jorge y yo queremos seguir y llegar hasta la unión con el Camino Francés. Pero vayamos por partes, que ya lo dijo Jack el destripador. Isaac está muy tocado y dice que él no sigue, que se queda allí.
He de decir aquí algo importante, según nos contó ayer José Antonio, el hospitalero. Todas las guías unen el Primitivo con el Francés en Melide o en Arzúa. Eso supone una etapa de más de 50km si se quiere hacer desde Lugo, lo cual hasta para los más preparados y sufridos es dura. Pero parece ser que si la unión se hace en Palas de Rei la distancia a recorrer es de unos 35km, bastante menor y manejable.
Así que unos cojos y otros no tanto, pero todos animados, caminamos hacia la Puerta de Santiago, por la que durante tantos siglos han pasado los peregrinos camino de Compostela. Nos abrigamos porque de buena mañana el frío se nota. En un termómetro vemos que marca 8=BAC, pero está resguardado en el escaparate de una óptica. A saber qué es lo que hará aquí fuera.
La niebla nos sorprende desde la salida. Al cruzar el puente perdemos de vista la ciudad. Pero el día va templando, cada vez hace menos frío. En un momento que paro a hacer una foto en la niebla, me encuentro solo. Tiro hacia delante por la comarcal y aunque camino al límite, no consigo alcanzar a mis compañeros. O los he adelantado en la niebla y no me he enterado, o van a una velocidad endiablada.
Al cabo de un buen rato, tras un desmesurado esfuerzo que mis tendones van a pagar, los vislumbro entre los jirones de niebla. El día comienza a clarear, Isaac empieza a desfallecer y todos sus males se le echan encima. Se retrasa y hemos de esperarlo.
Al llegar a San Vicente del Burgo, me voy para la iglesia y cementerio y de allí al bar a esperarlos. Me recibe un perro aullador tipo sirena de fábrica, que parece colocado para avisar de la llegada de clientes. Me recibe una sorprendida señora. Parece ser que soy el primer peregrino del año.
¡Al fin he llegado a alguna parte el primero...!
Reunidos ya los tres, nos hace un café de calcetín. A mí me sabe a gloria, más por tomar algo caliente y descansar un rato que por lo demás. Isaac insiste en que no va hasta Palas, que se queda en San Román. Jorge y yo tenemos decidido seguir y llegar al Francés aunque sea arrastrándonos.
Seguimos e intentamos visitar Bóveda de Mera, lugar enigmático donde los haya. Pero no podemos. Lo lamentamos profundamente dado el interés que teníamos. Que los que vengan detrás tengan más suerte.
El día va mejorando y al cabo de un rato es excepcional. Un cielo azul nos ilumina cuando llegamos a San Román. Estamos sentados en el banco que hay junto al bar, esperando que lo abran y todavía no son las 12.30. Cuando pasamos dentro, nos tomamos un clarete de la tierra suave y agradable mientras nos explican que el refugio está prácticamente abandonado. Los cristales de las ventanas están rotos, lleva meses sin ser limpiado, no hay camas por lo que hay que dormir en el suelo sobre cartones y parece ser que tampoco hay agua. Cuando nos enteramos, decidimos hacer una comentario en la oficina del Xacobeo de Santiago, para que de alguna forma sea mejorado. No se puede hacer creer que uno puede terminar la etapa aquí. Que luego hacer 20km más puede ser muy duro si uno cree que ya está, que ya ha llegado.
A pesar de estar en semejante estado, Isaac insiste en quedarse. Mientras visitaba la capilla románica y el Camino Medieval que fue antes Calzada romana, que el miliario no lo he sabido encontrar, Jorge ha tratado de convencerlo de que se viniera con nosotros hasta Palas, que va a ser camino cómodo y tranquilo al ser todo por la comarcal. Pero ha decidido quedarse y no hay forma de hacerle cambiar su decisión. Lo acompañamos al refugio y seguimos camino.
Va a ser duro por las horas que nos quedan y porque los tendones me van matando. Como el día es precioso, nos encontramos muchos lugareños paseando por la carreterita. La verdad es que la tarde es maravillosa de luz y temperatura. Como no tenemos información y sabemos que quedan muchos kilómetros, vamos preguntando a aquellos con los que nos cruzamos. Oímos diez kilómetros, ocho, seis y finalmente tres señoras nos dicen que ya sólo quedan dos, que en un cuarto de hora ya estamos. Jorge oye coches en un repecho, con lo que suponemos que en la bajada estará Palas. Pero de eso nada. Pasan los kilómetros, pasan las horas y no llegamos a ninguna parte. Lo peor es el desespero de no saber cuánto queda, para poder calcular las fuerzas, la paciencia y la ansiedad. Porque se nos está haciendo muy largo este último trozo. Nos animamos diciendo que en llegando, nos habremos liquidado el Primitivo, en invierno y a toda velocidad. Ahí queda eso, para los libros de records.
Caminando, arrastrándome casi, pienso en la dimensión que los gallegos dan al kilómetro. Llego a la conclusión que para ellos es una medida variable, elástica. Lo que todavía no hemos conseguido saber es cuál es el coeficiente, si es que sólo hay una variante, que hay que aplicar para normalizarlo. He de preguntarlo.
Finalmente, hacia las 18h, llegamos al refugio. Está abierto pero no hay ni hospitalero ni nada. Sellamos y celebramos que hemos terminado el camino desde Oviedo con una cañita. Decidimos coger un autobús a Melide. Así cenamos en la Pulpería Ezequiel que Jorge no conoce y dormimos en un buen albergue. Para él es la segunda vez y para mí esta es la sexta que paso por aquí, por lo que no consideramos imprescindible hacerlo de nuevo hasta Santiago. Dado que hemos estar allí mañana al haber quedado con César para hacer el Camino a Finisterre, nos vemos obligados a rematar con autobuses. Nos han faltado dos días, el que perdimos en la nada, en los páramos de La Mesa y algún otro.A las 20h cogemos el bus que en un momento nos deja en nuestro destino. Nos acercamos al albergue, en el que por enésima vez en Galicia, no hay hospitalero. Allí encontramos a tres señores de Irún, encantadores y amables. Organizando el grupo de viento, los roncadores, uno de ellos, Joaquín Mirón, descubre que quien le habla es Jorge Sánchez. Nos quedamos absolutamente sorprendidos de que lo haya reconocido sin habernos presentado y nos dice que lo ha oído muchas veces en las entrevistas de Radio Euskadi, en Levando Anclas de Roge Blasco. El mundo es un pañuelo y hay gente con memorias extraordinarias. Cenamos mano a mano comentando las incidencias y anécdotas del peregrinar por este Camino tan bonito y tan duro y nos volvemos a felicitar por haberlo terminado con buen pie.
Lo que no sabe Jorge es como tengo los míos.
Madrugamos y salimos silenciosos para no molestar. Cuando me he puesto las botas me he asustado. Tengo los tendones increíblemente hinchados. Y duelen, claro. Quizá este día de descanso me permita recuperarme un poco para seguir mañana hacia Finisterre. Rendirme, no me voy a rendir fácilmemte, eso ya lo sabemos.
Desayunamos deprisita en la churrería y vamos a coger el bus a Santiago que nos han dicho que pasa a las 7.45h.
Una vez en él y cómodamente de camino, oímos un mensaje de Isaac en el móvil. Acabó llegando a Palas y se sorprendió de no encontrarnos. Pobre, la desilusión que se debió llevar. Para colmo llegó tarde, sobre las 21,20h y el albergue estaba cerrado. Jorge, como tío suyo que es, se preocupa. Le digo que tranquilo, que no es tonto, que de alguna forma se habrá espabilado. Como no llevan ninguno de ellos teléfono, hemos de confiar para contactar con él, que nos llame al mío y yo me entere, que soy un desastre para eso.
Por la carretera hay mucha niebla y el conductor va con cuidado, que no está para muchas alegrías.
Llegamos a Compostela a las 9h y tras perdernos un poco de la Estación a la ciudad antigua, alcanzamos el centro. Nos acercamos a tomar un café al Dakar en donde aprovechamos para ir al baño. De allí nos organizamos. Jorge va a por dinero y yo a la farmacia a por Voltarem para intentar mejorar de mis pies.
Vamos a la Oficina del peregrino y nos dan las Compostelas (ya van ocho, que pinché en el Aragonés del año 2003) y de allí a la Catedral. Subimos a abrazar a Santiago y nos cruzamos con un grupo de turistas italianos. Suben por donde hay que bajar, con lo que nos embotellamos. Y como siempre, se hacen los graciosos sin tener ninguna gracia. Van pasadísimos de perfumes y de ropajes y complementos, ellos y ellas. Después de tantos días en el campo, no hay quien lo resista. En la Cripta se repite el incidente, entran por donde no deben y todos a la vez, hablando. Lamentable.
Pasamos por la Oficina de Turismo a recoger información de los eventos artísticos del día, por si podemos disfrutar de alguno de ellos. Hablando con la chica que nos atiende y comentando los idiomas que habla, le digo una cosita en japonés. Jorge me sigue y cuando nos damos cuenta tenemos a un turista de aquel país, joven, tímido y respetuoso, sonriéndonos con una cara de sorpresa inenarrable. Correspondemos a su amable saludo y nos vamos comentando que ha debido ser como ir a la conchinchina y oír a un par chapurrear castellano. Para morirse de la risa.
Vamos a dar una vuelta y vemos que Casa Manolo está cerrado por vacaciones, todo enero. Aprovechamos que nos queda un rato para pasar por la Oficina del Xacobeo a comentar el lamentable estado en el que encontramos el refugio de San Román de Retorta. Escribimos un pequeño informe que acogen amablemente. De allí a Misa a la Catedral.
Cuando entramos, unas azafatas nos ofrecen subir al altar a oírla. Yo me niego, pero Jorge dice que sí, que vamos. Le comento para disuadirle, que eso es un pecadso de vanidad, pero no cede y me hace ir con él. Muerto de vergüenza, con el pantalón roto por dos sitios en el culo y tres en las rodillas, sucio, maloliente y sin peinarme desde hace unos cinco días, oímos la misa. No hay más peregrinos. La monja que acostumbra a cantar no sale de su asombro y nos mira continuamente. Es que parecemos refugiados, huidos de Dios sabe qué infierno. El Sacerdote que oficia, cuando nos pide que nos demos la paz, se acerca a nosotros y nos estrecha la mano. Me he quejado muchas veces del trato que en la Catedral se da a los peregrinos, pero esta vez he de decir que es exquisito, quizá excesivo. Que tampoco es necesario tanto.
El día ha pasado de ser neblinoso y triste a azul y maravilloso. Esta ciudad es maravillosa siempre, pero con este clima es extraordinaria y distinta. Otra en la de siempre, con otras luces y diferentes sombras en los maravillosos edificios que la forman.
Nos tomamos un vino y un chorizo gallego de aperitivo y nos vamos a comer a Entre Rúas, bien y barato. Pena que es un sótano. Nos tomamos un té en el Casino y nos quedamos fritos. A Jorge le despierta un ronquido que se le escapa. Nos morimos de la risa, que nadie se ha enterado.
Llamo a César, peregrino de los mejores, por su andar y personalidad, por su carácter y bondad, para saber por dónde está, ya que hemos quedado con él para seguir mañana hacia Finisterre. Dice que sigue en el tren, que calcula que llega sobre las 20h. Me pregunta si hemos pensado qué vamos a hacer para dormir. Le respondo que quedo a su voluntad pues Jorge se va a dormir al Monte do Gozo y a mí no me apetece meterme en aquel macrorefugio. Decidimos alquilar una habitación en el Hostal Suso, en donde ya lo hemos hecho otras veces y está muy bien, es barato y son cariñosos.
Pasamos la tarde en cibercafés y tomando algún té. A las siete nos vamos al Hostal de los Reyes Católicos a cenar. Somos los únicos peregrinos que hay en la cola del garaje. De allí nos llevan a la puerta principal y pasando dos patios, a cocinas. Nos dan una menestra de verduras y arroz con huevo frito. Fruta, agua, vino y pan. Gracias.
Allí nos despedimos pues Jorge se va para el refugio y yo para el hotel a esperar a César. Antes, quedamos a las 8.30h en el Parador para desayunar. Cada uno coge su camino, por primera vez diferentes desde hace más de diez días. Se me hace raro, ya me he acostumbrado a caminar a su sombra.
En el hotel aprovecho para organizar tranquilamente la mochila, lavar alguna cosa y darme una ducha de tres cuartos de hora. Me pongo Voltaren en mis tendones y ya limpio y ordenado, leo un rato. César, al cual ya he llamado para decir que aquí lo espero, me ha dicho que está al caer, pues el tren entraba en la estación en ese momento. Al cabo de un rato se presenta en la habitación. Qué alegría poder darle un abrazo a tan buena persona, a amigo tan querido, a quien no he visto hace más de un año.
Nos vamos a tomar un vino y un queso de Idiazabal, que para cuando lo intento ya ha pagado él y nos ponemos al día de nuestras vidas, pasiones y peregrinajes. De allí nos acercamos al Casino a tomar un té y dejamos que la camarera coquetee con nosotros.
Ya en el cuarto, cuando estamos a punto de dejar que el sueño nos venza, le comento con lengua ya de trapo que hemos quedado con Jorge a las 8.30h en el Parador para desayunar y empezar los tres el Camino a Finisterre.Pero esa ya es otra historia.
Buen Camino
Alfonso
SIGUE POR EL CAMINO A FINISTERRE
Mi agradecimiento a:
Jorge Sanchez
Juan Holgado
Carlos Olmo Bosco