http://humano.ya.com/sinfoalicia/camino_santiago.htm
También hay quien asegura que la peregrinación hasta Finisterre (fin de la tierra etimológicamente) siempre se ha realizado y que la iglesia católica se apuntó hábilmente un tanto sacando el cuento del Apóstol, de cualquier manera la romería hasta el sepulcro está amparada oficialmente por la iglesia católica y si además se realiza en año santo, cuando el día de Santiago (25 de Julio) cae en domingo se obtiene el jubileo, que implica el perdón de los pecados cometidos hasta la fecha, para ello se necesita de un visado del obispado, de cualquier ciudad, que se irá sellando en distintos puntos y que al final del viaje supondrá la obtención de la compostela. El peregrino además debe confesarse en un plazo de quince días, antes y/o después de iniciar viaje para ganar el jubileo.
Santiago significa camino de estrellas ya que se supone que es el seguir la vía láctea lo que conduce hasta la tumba del apóstol. Antiguamente a los peregrinos se les ofrecía protección a su paso por los distintos reinos, hoy día hay montada toda una red de albergues, gratuitos, en los que el romero puede dormir, lavarse e incluso, en alguno, tomar lo que se ha dado en llamar sopa del peregrino.
Antes de comenzar este a modo de diario del Camino de Santiago quiero decir que lo escribo porque tú, mi rubia hermana, me lo has pedido. Supongo que a medida que avancen etapas y el cansancio se acumule acabaré por escribir poco o no hacerlo.
Hemos venido en dos coches, salimos de Almería a las cinco de la madrugada, la hora me recordaba la emoción previa a aquellos viajes de la infancia con los seis hermanos a bordo del simca 1000 rumbo a algún destino de playa levantina, íbamos a ser ocho pero nos quedamos en seis (un poco coñazo por que todos son pareja menos Guti y yo).
Antonio (el que conduce uno de los coches) es informático, parece buen chaval, también su novia Azucena, aunque los dos resultan un poco enterados, con ellos viajamos Guti y yo, de este poco voy a decir ya que nos conocemos de más. La otra pareja es bastante peculiar, él un grandón cachondo e ingenuo, ella (María del Mar) va toda equipada de Nike y se le ve un tanto agobiada, es muy risueña y simpática y, según me han dicho, llueva o truene, no sale de casa sin pintar, por lo pronto se ha encontrado con que tenemos por delante doscientos kilómetros a pie y no cien como ella pensaba, la pobre ha dejado, con gran dolor, un montón de cosas, eso sí; se sigue acompañando del armazón de un carrito de la compra para atar a él su mochila.
Llegamos a Ponferrada, una ciudad grande, sobre la cinco de la tarde, hemos dejado los coches en un Parking y comprado alguna comida. Más tarde visitamos el castillo templario (parece que fue bastante importante) previo pago de 200 pts, está bastante arruinado por dentro pero en sus tiempos debió ser alucinante, es curioso como esta parte de León parece ya Galicia, casas con tejados de pizarra, todos los alrededores verdes y las callejuelas estrechas y de trazado irregular.
Por más que he buscado entre las piedras de los basares de caliza, el resto de los muros son de pizarra, los símbolos de los masones no lo he conseguido, una pequeña desilusión, creí que eso se daba en todos los castillos y que eran fáciles de detectar. Más tarde hemos intentado ver la iglesia de Santa María, de obligada visita para el peregrino, pero ya era tarde y la encontramos cerrada.
Ahora mismo estoy escribiendo con un frontal en la cabeza en el pabellón de deportes de Ponferrada, me encuentro rodeada de gente metida en sus sacos, ya durmiendo, son las once de la noche. Hemos visto peregrinos de todo tipo: algunos que, como nosotros empiezan mañana y se les nota emocionados, otros que caminan cojeando y a duras penas, con vendas en los pies y con una clara determinación en la mirada; Santiago como sea.
Me voy a dormir porque mañana nos levantamos a las seis para andar con la fresquita y entre unas cosas y otras en dos noches he dormido siete horas ¡ya veremos que nos depara el día!
Anoche alguien comenzó a reírse solo, por los ronquidos de otra persona, y buena parte del pabellón acabó contagiándose. A eso de las tres y media de la madrugada ha empezado a levantarse gente apenas un par de bultos, a las cinco la mayoría andaba bullendo, con frontales o linternas y bastante silenciosos para no molestar.
Comenzamos a caminar de noche, atravesando Ponferrada y siguiendo siempre la flecha amarilla que conduce a Santiago, pasando entre avenidas y callejas bien iluminadas. El día ha amanecido nublado y, ahora, en Cacabelos, está lloviendo, pasamos por tierras rojas y verdes, por campos de vides y cruzamos la autovía un par de veces.
Es una pena que la mayoría de las iglesias y ermitas estén cerradas porque sería interesante poder detenerse a visitarlas, sobre todo el Santuario de la iglesia de la Quinta Angustia, en la que un niño Jesús juega a las cartas con S. Antonio Abad. Cacabelos es un pueblecito repleto de casas blasonadas, me gusta la tienda de productos artesanales, todo el suelo es de pizarra, el techo artesonado y en el local suena música medieval. Hemos sellado aquí nuestra credencial, D.N.I del peregrino, la llave que abre la puerta de los albergues o bases de acampada que hay diseminadas por los distintos pueblos, se puede sellar en iglesias, albergues o locales comerciales, cada sello es distinto y será un recuerdo del esfuerzo realizado, permitirá rememorar un camino que, sin duda, habrá sido duro. La traemos desde Almería, por cuyo obispado ha sido expedida.
Destaca la amabilidad de la gente que a nuestro paso tienen una palabra de ánimo y te desean buen camino.
Ahora mismo son las doce de la mañana, hemos caminado quince kilómetros y ya se empiezan a notar los gemelos cargados, espero acabar sin ampollas ni grandes dolores y tener ánimos para escribir alguna línea más a la noche.
La segunda parte del recorrido la hacemos bajo un gran aguacero, le hemos puesto a las mochilas una bolsa de basura con rajas para poder sacar las correas y encima llevamos un chubasquero de ínfima calidad comprado en un todo a 100.
Hacemos nuestra entrada en Villafranca cruzando por delante de la iglesia de Santiago (S. XII) y su puerta del perdón, único lugar de todo el camino en el que se puede ganar el jubileo para aquellos peregrinos que, por enfermedad, no pudieran continuar. Hemos llegado todos bastante tocados, aunque Guti y yo estamos un poco más enteros, después de comer, en un bar y mientras los compañeros descansan en la base de acampada, los dos, deambulamos por las calles de Villafranca y visitamos un par de iglesias, una barroca y otra que me recuerda a la catedral de Granada en pequiñito, se ve que ha sido remodelada recientemente. El paseo por la calle del agua resulta atractivo, casonas grandes de balcones con voladizos de madera y pilones, en casi todas las fachadas hay escudos de armas, me ha llamado la atención el que tenía sobre un caldero una cruz.
Escribo mientras el personal no acaba de organizarse para dormir dentro de la tienda de la base de acampada (la verdad es que está muy bien, tiene duchas con agua caliente, lavaderos para la ropa, baños, una tienda comedor), me resulta alucinante que seis personas no sean capaces de acoplarse en una tienda de tres por tres metros. Un vecino acaba de pedirme el frontal para buscar no sé qué en este momento.
Hoy el carrito ha dado el coñazo más de la cuenta y ha habido que reorganizarlo en numerosas ocasiones pero al fin se ha llegado. Sigue el buen ambiente y la amabilidad de la gente, cada vez nos juntamos más peregrinos, no sé cuántos acabaremos en Santiago pero supongo que bastantes cientos.
Antonio y Azucena dicen tener tendinitis, María del Mar anda con los pies machacados, en fin: todo lamentaciones.
Nuestra procesión lacerada (tobilleras, rodilleras) ha avanzado lentamente, sobre todo le ha costado mucho a Azucena y Antonio, esta a ratos cogía el bordón con las dos manos.
Al castañar ha sucedido un descenso brusco entre jaras hasta alcanzar la carretera. Allí hemos continuado la marcha, ya por asfalto, charlando con dos chicas mallorquinas y un hombre (al que conocieron en el avión que les traía hasta Barcelona), con un gran bigote, que de inmediato le ha valido el sobrenombre de "el bigotón", en un momento en que Antonio legionario y él se adelantan al resto del grupo, le ha confesado que está quemado de los dos caracoles reumáticos que le acompañan.
Las discusiones entre María del Mar y Antonio en torno al carrito son una constante, se desmonta constantemente, hay que cargarlo a lomos a trozos... pero realmente me resultan cómicas, ellos andan bastante bien.
Hemos parado a comer antes de llegar a Ambasmestas para ver si recuperábamos. Otro día más que sigue lloviendo aunque hoy mansamente y a intervalos.
Los pueblecitos de hoy son "típicos" de la zona (muros de piedra y techos de pizarra) sin monumentos de interés. A partir de Ruitelán el paisaje cambia, se huele a Galicia, todo comienza a ser más verde y el agua corre, hay prados con vacas y olor a excrementos.
Estamos durmiendo en una casa a medio construir, en lo que en el futuro será una cochera, estrenamos la sartén que acarreo desde que empezamos, para zamparnos unos huevos fritos que nos han sabido a gloria (el mío con ajos), no me duelen prendas de portear la sartén y el aceite. tenemos por paisaje una pradera y por sonido el del agua del río que nos relajará el sueño.
Al final hemos recorrido cuatro kilómetros más de los planificados, la gente pregunta con interés de donde venimos y donde hemos empezado la etapa, parece desilusionarles que caminemos tan pocos kilómetros (diecinueve), todo lo que no sobrepase los cuarenta no es nada para estas gentes acostumbradas desde siempre a los peregrinos, no obstante siempre saludan sonrientes.
Hoy he conocido a un chaval que viene desde Sudáfrica, lleva un mes, y se ha cruzado toda España desde levante, él me ha dicho que a su vez conoció a un holandés que salió de su tierra hace ahora tres meses. También a una chica que andaba toda coja y que tenía promesa, le pidió al santo que curase a una amiga de un derrame cerebral y pese a que el milagro no sucedió ella igual hace el camino, la pobre se ha echado a llorar y se ha alejado cojeando con un amigo de camino que volvía a buscarla.
El propietario de un bar, en el que he entrado a comprar, me ha pedido que le ruegue al santo que le devuelva a su mujer, que se fue de peregrina para nunca regresar, siento pena al ver la tristeza pintada en sus ojos.
La anécdota del día la ha protagonizado una paisana a la que preguntamos si en las Herrerías hay albergue, ella pensativa y con un fuerte acento gallego sentencia: "Puede que si... u puede que no" sentencia que adoptaremos como muletilla en los días que nos restan.
Ahora son las diez y media y voy a dejar de escribir, mañana nos toca la etapa más temida: la subida a O'Cebreiro en la que hay que salvar 800 metros de desnivel.
Ha llovido toda la noche, también por la mañana. Buena parte de los peregrinos han enviado sus mochilas en coche, al módico precio de trescientas pesetas. Nada más comenzar el ascenso hay dos posibilidades, una por carretera y otra por el monte. Antes de darnos cuenta María del Mar y su carro han desaparecido a bordo de un coche al que ha hecho autostop, Guti y Antonio han optado por la carretera y el resto por el monte, creo que lo de Guti ha sido más por no dejar a Antonio solo que por ganas, tiene prisa en reencontrarse con su chica.
El ascenso por el camino del campo es alucinante, el agua corre entre las piedras pulidas de la angosta vereda, se escuchan trinos de pájaros y andamos inmersos entre castaños retorcidos con los troncos repletos de enredaderas, el suelo a los lados de la empinada senda es de helechos. Ascendemos constantemente y entre la lluvia y la niebla de repente resuenan los cascos de los caballos, nos apartamos para dejar paso al grupo de peregrinos, que antes de perderse entre los robles y castaños en su montura, nos desean buen camino.
Desembocamos en una pequeña aldea: La Faba, en la que parece que el tiempo se detuvo, encontramos a una mujer con madreñas caminando por las calles enlosadas con pizarra, entre barrillo, excrementos de vaca y agua.
Al salir de la aldea nos encontramos con una cañada, aquí el paisaje se abre y se ven valles lejanos cuyos colores van del marrón a los distintos tonos de verde, los campos de pastos alternan con otros más secos y con los distintos ocres de las tierras. Ahora entre niebla, llovizna y viento continuamos el ascenso, la vegetación cambia, los cerros son ralos y con jaras. En pleno aguacero nos hemos encontrando con una madre y varios hijos (el menor de ocho años), todos de morros por que la madre les ha obligado a dejar sus mochilas y, según ellos, eso es trampa. De repente topamos con un mojón que indica que hemos entrado en la provincia de Lugo, a partir de ahora los kilómetros hasta Santiago aparecerán indicados cada quinientos metros, según las guías con mejor voluntad que acierto, grabados en hitos, y sobre ellos una viera enmarcada en un recuadro.
Nos adelantan peregrinos a caballo que se pierden en un momento tragados por la niebla y que nos hacen sentir un poco de envidia por lo rápido de su trote. Está todo embarrado, hace tres días que no deja de llover y ya no nos queda ropa seca.
Por fin llegamos a O'Cebreiro, el ascenso ha terminado. La aldea está en la cima del monte con el mismo nombre sobre ambas vertientes. El pueblo con pallozas (casas circulares con tejado de paja de origen prerromanas) tiene una ermita recoleta del XII, muy bien conservada y en la que se guarda como testigo de un milagro lo que se ha dado en llamar el santo grial gallego, también románico, donde carne y cuerpo de Cristo se consolidaron como tales. Suena música medieval. Sabemos que estamos a domingo porque hay misa. Hace frío aquí arriba, llegan turistas en autobuses y se venden toda suerte de souvenirs, bordones, vieras, calabazas... de todo menos impermeables, los nuestros están ya bastante deteriorados.
El atuendo de los peregrinos es cada vez más uniforme: impermeables-capa o imperbeables-bolsa de basura para la mochila y el cuerpo y bolsas sobre los calcetines para evitar que el agua se cuele a través de ellos en las botas. Bastón con calabaza y viera, también la forma de caminar, a paso ligero, se va contagiando de uno a otro caminante.
Nos reencontramos todo el grupo y tomamos un café que nos caliente las tripas. La salida del pueblo se hace a través de un bosque de cedros que apenas deja pasar la luz con todos los troncos rebosantes de líquenes; sencillamente espectacular. Tras él nuevamente dominamos valles distantes y multicolores, ahora de la otra vertiente. El camino tiene a los lados helechos gigantes, de más de un metro. Continuamos la marcha descendente hasta alcanzar una carretera donde nuevamente hay que subir un puerto, vuelta a internarnos en un bosquecillo, esta vez de avellanos y muérdago, al final del ascenso topamos con la escultura de un peregrino luchando contra un gran vendaval junto a la que, inevitablemente, nos hacemos una foto.
Hasta el alto de Poio el paisaje pierde todo interés, este último tramo me ha costado, tengo la sensación de los pies abiertos y me arden. Nuestra intención era dormir aquí pero no hay sitio en el albergue y nos piden diez mil pesetas por una habitación, conocemos a un holandés que lleva tres meses andando, habla pestes de lo mercantilistas que son los gallegos, "son como franceses" repite con énfasis y a grandes voces ante la mirada crispada de Guti, que es medio gabacho, asegura que aquí ha concluido su camino, que no está dispuesto a soportar semejante atraco y que el santo puede esperar, imposible convencerlo de que continue.
Mientras, pese a que son las cinco de la tarde, nos han servido un magnífico caldo gallego, a base de patatas y una verdura que se parece a las acelgas, y una buena fuente de pollo al ajillo con patatas.
Pese a que la guía indica que no hay lugar donde guarecerse hasta dentro de unos trece o catorce kilómetros decidimos arriesgarnos, la mujer del bar nos ha ofrecido su cochera, pero no reúne condición alguna, incluso el suelo es de tierra. Seguimos tres kilómetros entre barro y por terreno llano para acabar en Fontfria. Ya conocemos a bastantes peregrinos, nos los encontramos en las distintas etapas y nos preguntamos por la respectiva salud. Volvemos a toparnos con las mallorquinas, se han separado del "bigotón", no dan demasiadas explicaciones aunque imaginamos que el buen hombre se ha hartado de su paso cansino.
Al fin nos han acogido en un pajar, dormimos bastantes peregrinos, algunos de bici, también las mallorquinas. Nosotros seis nos hemos acoplado en el remolque de un tractor como auténticos piojos en costura. Antes de ir al único bar del pueblo colocamos cuerdas para tender la ropa, hemos repetido esta operación varias veces a lo largo de los días pero la humedad es tal que nada se seca. Seguimos adelantando kilómetros con respecto a lo previsto.
En Fontfria también hay vacas y ermita con espadaña. El camino huele a húmedo, a árbol, a tierra mojada y a excrementos de vacas.
Me preocupan un poco los piques que parecen existir entre las dos parejas, espero que se queden solo en eso. Hemos andado por caminos anchos, paralelos a la carretera, hay musgo, florecillas, helechos, cerezos, alisos y robles, paredes por las que se filtra el agua para formar pequeños regatos que cruzan a nuestro paso.
Por fin ha salido el sol, a ratitos, aunque amaneció con niebla, como siempre en estas latitudes. Según el marido de nuestra asiladora ya no va a llover más, esperemos que así sea. Todos los pueblitos que cruzamos tienen su iglesia pequeña, con cementerio incorporado, soportal y espadaña. "Tendemos" como se puede la ropa mojada por fuera de la mochila para que el sol la vaya secando.
Ahora mismo estoy en un bar de Triacastela (a tan sólo 9 km de Fontfria) esperando que regresen del centro de salud los Antonios y Azucena que han ido a acompañar a Guti, tiene fastidiado el tendón de Aquiles, acaban de regresar, le han diagnosticado una tendinitis leve y aunque puede seguir andando, a decir de los médicos, vamos a tener jornada de descanso, menos mal que es una simple tendinitis, yo creía que iba a ser algo más serio, puesto que Guti es de los que no se quejan sin razones.
Un viejo y eufórico peregrino, que ha hecho el camino cinco años seguidos, me aconseja que me embadurne los pies con "Vicks Vaporub" al llegar y al comenzar a caminar, a la vez que lanza su zapatilla al aire para mostrarme el buen resultado que da semejante remedio en sus propios pies.
Hemos cogido sitio en la base de acampada, tiendas militares sin suelo y con forma de tienda de los indios, además de nosotros duermen tres ciclistas.
Aprovechamos el parón para lavar la ropa que llevamos puesta, ver si se seca la otra, y ducharnos, nunca se sabe cuando tendremos otra oportunidad de sentirnos aseados.
Por la tarde damos una vuelta por el pueblo, después de comernos un menú del peregrino (caldo gallego, churrasco, postre, pan y vino). El pueblo es un poco más grande de lo habitual pero apenas está alterado por construcciones modernas. Visitamos la iglesia medieval con cementerio de lápidas modernas que genera un curioso contraste de épocas, de hecho la lápida más antigua es del veintitantos, entre ellas se bambolea erráticamente una rata gorda que causa el pavor entre peregrinos y turistas.
¡Menos mal que llevábamos kilómetros de adelanto!.
Alguien nos ha dicho que anoche hubo bronca en no sé qué albergue, porque hay algunos caraduras que van en coche, lo aparcan a pocos metros del pueblo y haciéndose pasar por peregrinos, cogen todas las camas porque quiénes llegan los primeros las ocupan, al parecer han conseguido echarlos. La prioridad, a la hora de alojarse, dice que primero los de a caballo (cosa que no alcanzo a comprender), luego los de a pie y por último los ciclistas. También ha habido palabras con unos hippies que, no contentos con aprovecharse de la infraestructura que hay montada para dormir, se dedicaban a reírse a media noche de los peregrinos y sus cuitas.
El día, como todos los días gallegos, ha amanecido nublado. Salimos de Triacastela a eso de las ocho menos diez de la mañana, a poco de cruzar el pueblo nos internamos en un sendero por el que ascendemos, hay sobre todo castaños, el color predominante es el verde salpicado por las distintas tonalidades de las flores.
Me ha impresionado un corredor de robles, el camino está excavado en la tierra un par de metros, arriba las ramas de los robles se unen formando un pasaje encantado, efecto que se reforzaba con la niebla entre las ramas que generaba distintas tonalidades de plata.
Otra imagen para el recuerdo es la de la entrada en Pintín, al fondo de un corredor similar al anterior aparece de pronto el perfil de una casa, se avanza para desembocar en una pequeña plaza rodeada de casas de piedra con sus tejados de pizarra, del cuadrante de una puerta entran y salen aviones revoloteando en círculo sobre mi cabeza. No hay nadie en este pueblo, solo la niebla, los aviones y yo, es un pueblo fantasma y vacío. El camino, que hoy ando sola en buena parte, sirve de reflexión, para encontrarme conmigo misma, con mi pasado y presente, para analizar mis acciones, buenas o malas, con objetividad, con simpleza, las cosas son como son y yo soy como soy.
El eclipse de sol nos coge, cuando ya he alcanzado a los compañeros, entrando en Sarria, se puede mirar directamente porque el sol, cubierto parcialmente por la sombra de la tierra, es blanco al estar entre nubes. Entramos en la localidad y comemos en el bar O'camiño unos espagueti vomitivos y una especie de lenguado de excelente sabor.
A eso de las siete reanudamos la marcha no sin antes visitar la iglesia de Santa María, del XIX y el claustro de un monasterio gótico, suelo de empedrado irregular y pozo en el centro todo lleno de flores. El sol aprieta. Volvemos a cruzar un bosque de castaños y en plena cuesta nos sorprende uno muy, muy viejo, hacemos una foto subidos en su tronco. Durante esta parte del camino el suelo es de piedras grandes e irregulares, arroyos pasan por los lados y a un bosque sucede otro.
No he podido apreciar el último tramo de la etapa porque lo hemos hecho casi de noche y en condiciones precarias. Guti, Antonio y Azucena han impuesto una marcha rápida que les ha separado del resto, no ha habido manera de contactar con ellos para detenernos. María del Mar anda toda coja, a mí me duelen los pies, el carro tropieza en todas las piedras y resulta torturante el llevarlo... me siento atrapada, no puedo pararme, para quedarme aquí a dormir, porque no hay forma de avisar a los de delante, y tampoco puedo caminar más aprisa para alcanzarlos y decirles de descansar. Azucena y Antonio un día están magníficos y el otro llenos de lesiones, rodillas, tobillos, pies, espalda... todo, pero después de dormir unas horas se les acaba el dolor. No entra dentro de mi lógica, los dolores y así me lo dice la experiencia, no desaparecen por arte de magia salvo que sean ficticios o se trate simplemente de cansancio no reconocido.
En este último y penoso tramo, que a la luz del día debe ser hermoso, entre las sombras del crepúsculo se oyen un montón de pájaros y se divisan siluetas de árboles enormes. Se nos ha unido Teresa, una leonesa de entre treinta y cuareta años que camina a la aventura, sin saco de dormir y con una bolsa de plástico, llena de sepa Dios qué, en cada mano. Durante un rato ha caminado detrás de mí cantando no sé qué con una voz profunda y una cadencia tribal, me ha gustado.
Cuando por fin alcanzamos a esta gente mi cabreo es tal que ni me detengo a saludar, me queda un kilómetros y medio para llegar al refugio y después de los penosos dos - tres últimos, no estoy dispuesta a parar, me da igual que no se vea casi nada y no tener luz, me da igual ir dando resbalones y perdiendo el equilibrio constantemente, ni siquiera me fijo en que me duelen los pies del enfado que tengo, casi he corrido en este último trecho de pura impotencia y rabia.
Ahora, a las once y media, estoy escribiendo con mi vela, el viento mueve la llama y amenaza con apagarla, bajo un improvisado tenderete entre dos tiendas, Teresa duerme a mi lado con un saco que alguien le ha prestado, es una extraña mujer. Rememoro los resbalones por aquellas pendientes de piedra medio a oscuras y siento ganas de llorar, me duelen los pies y todo el cuerpo y me siento impotente de pensar que mañana no podré levantarme...
Los gaditanos, a los que vimos por primera vez en la subida a O'Cebreiro se acercan a pedirnos pan y comida, son graciosos aunque yo no esté para bromas, ni conversaciones.
La primera parte del camino, hasta Portomarín es más o menos aceptable, el terreno resulta un tanto más árido que el de días anteriores, el camino desciende suavemente hasta desembocar en el pueblo, la vegetación arbórea es la misma que en jornadas anteriores, pero se ven más terrenos de labranza y menos verdor y agua. El pueblo, casi ciudad, tiene una entrada agradable, a través de un largo puente sobre un embalse, subiendo se llega a una plaza asoportalada, dominada por una iglesia-castillo hospitalaria; una fortaleza de techos altos, austera, en su pórtico aparecen los doce apóstoles.
Hemos perdido un montón de tiempo, hasta las dos, no hemos empezado a caminar porque María de Mar seguía con fuertes dolores de tobillo, de hecho le han dicho que es muy probable que tenga rotura fibrilar en la rodilla y una posible fractura en el hueso flotante del pie (¡qué dura que es, prácticamente no se ha quejado!).
Durante todo la jornada de vez en cuando se oye "¡bici, bici!" y todos los peregrinos se apartan a un lado con sus mochilas para dejar paso a los grupos de ciclistas, ellos dan las gracias, dicen lo de buen camino y se pierden de vista rápidamente.
El resto del trayecto ha resultado bastante penoso, caminando, en las horas del mediodía, bajo un sol fuerte, sin un sólo bar, ni prácticamente agua y con todos doloridos en mayor o menor grado, yo sigo con los pies hechos polvo, con grietas y con el aspecto de los garbanzos cocidos, la cáscara por un lado y la carne por otro. Las imprudencias se pagan y estamos recibiendo la factura de la pasada que nos dimos ayer. Si a esto añadimos que paisajisticamente es de las etapas más feas, es lógico que se nos haga tan duro. Todo aquí es mucho más seco y despejado. Casi todo el tiempo hemos caminado o por carretera o muy cerca de ella. Nuestro consuelo del día han sido los mojones que nos indican que Santiago está, cada metro que pasa, mas cerca.
Seguimos encontrando las mismas caras, los gaditanos pidones con su foxterrier, la madre con sus hijos que encontramos por primera en O' Cebreiro. Vemos también como surgen y se deshacen grupos, así el correcaminos (apodado así porque el día que lo conocimos se había hecho cuarenta Kilómetros del tirón) ya no va en solitario sino que se acompaña de dos canarias.
Llegamos al albergue de Airexe, en el que por supuesto no hay camas libres, para coger una hay que empezar a andar a las cinco de la madrugada y así estar en el lugar de destino sobre las doce. Mari Paz, quien lo lleva es simpatiquísima y regordeta, nos ha mandado a la casa de al lado donde por poco dinero se puede comer y dormir (quinientas pesetas, la noche), por su parte tiene preparada una sopa para recibir al peregrino, un tanto aguada pero rica.
Nuestro dormitorio es un sótano con los ladrillos vivos y medio en obras con un montón de camas, pero nos ha parecido un hotel de cinco estrellas. En este momento me encuentro en el salón de la casa esperando cenar, es una mesa larga con mantel de hule y dibujo de flores, las paredes están pintadas de azul y a mis espaldas hay un mueble provenzal lleno de horteradas. Por supuesto, como en cualquier hogar que se precie, la tele está encendida para nadie.
Acaban de entrar los gaditanos a saludar y de paso han picado un poco de la ensalada, que está sobre la mesa.
Por fin me libro de un par de huevos que llevo en la mochila desde cuarenta kilómetros atrás, Mari Paz me dice que no me preocupe, que ya se los comerá alguien.
Anoche le llevé a los gaditanos lo que me sobró de los espagueti con roquefort, ellos me invitaron a un cuatro rosas, dicen que a partir de ahora caminarán más lentos; cuanto antes lleguen antes se les acaban las vacaciones, andan mal de dinero, y por eso prefieren pedir comida y comprar güisqui (al revés no funcionaría).
Esta mañana hemos desayunado, junto a otros peregrinos, unas tostadas con café. María del Mar (mi "Nancy peregrina" -se ríe cuando se lo digo-, aprovecha cualquier parada para pintarse y alifarse) ha tirado en coche, está bastante chunga, Antonio ha salido a todo correr para llegar cuanto antes. Por mi parte he mandado la mochila en el mismo coche. Aunque el camino es un poco más boscoso sigue sin ser el de jornadas anteriores. Azucena, "María lamentos" y Antonio," Rambito", andan bastante mal hasta tal punto que yo, medio coja, ando más deprisa. Ahora mismo estoy esperándolos, tomando un cortado, en el restaurante "Fonteroxan" en Palas de Rei, llevo aquí más de cinco minutos. Es un pueblo grande y moderno, no me ha parecido nada del otro mundo, tan sólo un pueblo grande, aunque parece ser que tiene un castillo bastante espectacular.
Definitivamente esta es otra etapa de transición, un poco más bonita que la de ayer aunque de características similares. Hoy hemos entrado en la provincia de La Coruña, hay bastantes zonas de pinos y eucaliptos, de repoblación, plantados al lado del camino que se ha construido junto a la carretera, supongo que para evitar accidentes, pero hasta que no se hagan grandes el sol seguirá dando fuerte, sobre todo durante el último tramo de la etapa.
De los pueblos cruzados me ha gustado Leboreilo, además de por sus casas por la calzada romana y el puentecito, alomado, que hay a su salida.
La entrada a Furelos es también impresionante, se hace a través de un puente, también alomado, con cinco ojos desiguales, que va a dar a una pequeña plaza en la que hay una ermita.
Me ha llamado mucho la atención el cementerio "al revés" que hay a los pocos kilómetros de Eirexe, por al revés quiero decir que los nichos miran al exterior, directamente a la carretera.
Taxonomizamos a los peregrinos según su grado de falsedad, en ese sentido están los muy falsos, tanto que van en coche, los falsos; llevan sus mochilas en coches de apoyo, y los auténticos que van a caballo, en bici o andando, estos últimos son los más auténticos.
Poco después de entrar en la provincia de la Coruña, y mientras caminaba a la par que dos falsos peregrinos (van sin mochila permanentemente), entre castaños ha llegado a nuestros oídos un ruido ensordecedor de sapos, mirando a la izquierda vemos una charca, a la que el sol arranca múltiples destellos, en la que estos anuros están celebrando una orgía. Paisajisticamente es el único tramo de la jornada que vale la pena; con el camino de barro asentado y transitando entre robles y castaños y con la luz solar incidiendo en la charca.
He hecho los últimos cinco kilómetros en solitario, casi corriendo, porque el soletón de macetilla me estaba cociendo el cráneo, con la ayuda de los mojones me he planteado andar un kilómetro cada diez minutos , al final he entrado en Melide a las dos y cuarto.
Después de caminar en silencio o acompañada del trino de pájaros o de ranas, la ciudad me resulta tremendamente ruidosa. Antonio, Guti y Azucena han llegado una media hora más tarde, ahora mismo estamos en el refugio; dos camas para seis personas (habrá que organizarse), ya hemos comido y estamos esperando a que Antonio y Azucena se acaben de lavar para irnos a visitar una iglesia del XII. Pese a que nos vamos a acercar en taxi han preferido quedarse durmiendo, el resto, tras apearnos del taxi, nos hemos remojado los pies en un río, mañana pasaremos de nuevo por aquí, el remanso está entre eucaliptos gigantescos, castaños y robles.
De vuelta a Melide, ahora andando, pasamos por delante de la ermita, lástima que esté cerrada porque tiene muy buen aspecto y como todas en esta zona, su cementerio alrededor. compramos algo de fruta y nos vamos a visitar la plaza del pueblo, y en ella una iglesia de planta románica con altar barroco y otra más modesta con el emblema de la orden de malta en el escudo de armas que hay sobre el dintel.
Hoy nos hemos reencontrado con el del bigotón, el que se peleó con las mallorquinas, parece que a pesar de sus mosqueos tampoco ha adelantado tanto.
El chaval que acompañaba al peregrino del Vicks Vaporoub y a una pareja, se ha desvanecido al llegar al albergue, el experto caminante sabe que estas etapas no dan demasiado de sí y ha optado por el coche como medio de transporte, así yo también hago el camino...
Por fin hemos logrado salir a las siete, a punto de acabar el camino se han convencido de que lo mejor es madrugar un poco.
Los primeros kilómetros de la etapa son bastante espectaculares, discurren, más allá de la iglesia románica, entre eucaliptos enormes, pinos y robles, constantemente cruzamos regatos de aguas límpidas por puentes de losas grandes e irregulares. El perfil de la jornada de hoy es irregular, con subidas y bajadas frecuentes que machacan las piernas. Ahora los árboles predominantes son los eucaliptos y pinos aunque en el paisaje predomina el verde no alcanza la exuberancia de las anteriores jornadas. En cuanto a las aldeas están peor conservadas, destacando un puente medieval.
En Arzúa, a mitad de la etapa, María del Mar y yo mandamos las mochilas en taxi hasta un bar de Salceda, (me estoy transformando en una auténtica falsa peregrina), el Esquipa, donde vamos a comer. Optamos por un menú de pulpo a la gallega de primero, carne con patatas ,de segundo y de postre, uno de la casa. El precio resulta un tanto caro para estas tierras (milseiscientas), pero cualquiera se pone a buscar otro sitio con este calor y a esta hora, además la calidad resulta magnífica y lo compensa.
He llegado con los pies ardiendo, nada más sentarme en el restaurante me he quitado las botas y al poner los pies en el suelo frío, el dolor ha sido muy intenso, empiezo a pensar que la idea del Vicks Vaporub es descabellada, y que su puesta en práctica me ha recocido los pies como si de garbanzos en agua se tratase.
Deberíamos continuar andando hasta Santa Irene pero no sé si los pies me van a responder, aunque los dueños del bar nos permiten acampar en las inmediaciones, esto está demasiado cerca de la carretera, el sol pega fuerte y no hay agua para beber o lavarse. Nos encontramos con peregrinos a caballo, andan pensativos porque no saben si les van a dejar entrar con sus monturas en Santiago. Sentimos no poder resolver sus dudas.
Al final hemos optado por seguir.
Detrás de nosotros caminan dos peregrinos que se ríen compulsivamente, creo que el sol y el cansancio se está ensañando con su salud mental.
Da mal fario ver las lápidas de peregrinos muertos en el camino, tres en esta etapa. En un hueco encontramos unas zapatillas esculpidas en bronce con una inscripción dedicada a Guillermo Watt, la gente va depositando flores, casi todas están secas, y estampitas de santos.
Nuevamente nos montamos en los treinta kilómetros para llegar al refugio de Santa Irene que es recogido y está bastante bien acondicionado.
Hoy también siguen predominando los eucaliptos, aunque hemos atravesado un bosque de robles retorcidos por los años con el suelo verde de helechos y musgo salpicado de florecillas silvestres que aportan su nota multicolor. Hay menos agua.
Buena parte del camino transcurre junto a la autovía hasta el bar en que ahora nos encontramos, por cierto, ha habido un accidente, yo, por suerte, no lo he visto porque caminaba un poco por delante, pero Guti y Antonio, el legionario, han sido los primeros en llegar, parece ser que el hombre, joven, no tenía ni fuerza para hablar, María del Mar lloraba y preguntaba si estaba vivo, no se ha atrevido a acercarse.
A partir de Lavacolla la carretera se empina para desembocar en una recta infinita, se hace interminable, ya no hay "manolitos" de piedra, que nos indiquen la distancia, han sido sustituidos por otros de igual forma, pintados de blanco y con su correspondiente viera.
Me he decorado el pelo con florecillas para celebrar la entrada en Santiago. Llegamos al monte del Gozo a la una y media, cuatro kilómetros nos separan de Santiago, que ya se ve desde aquí arriba.
Ayer oí hablar del síndrome del peregrino, parece que la gente que viene desde muy lejos cuando llega a estas etapas finales decelera, para retrasar la entrada en Santiago y que el camino no termine.
Por la tarde bajamos a Santiago, es un paseo. En la oficina del peregrino, a espaldas de la Plaza de Obradoiro, sellamos las credenciales y tras cerciorarse de que no hemos hecho trampa nos dan la Compostela, no sin antes asegurarse de que nuestro móvil es espiritual o religioso, a quien dice que es cultural le dan la bienvenida a la ciudad, nada de compostela.
Les tomo el pelo a Azucena y Antonio diciéndoles que es una pena que hayan hecho los últimos kilómetros sin mochila, que no vale la pena hacerse falso peregrino para tan poco trayecto, a ellos no les hace gracia, se pican.
Por la noche subimos en taxi, es raro subir a un automóvil después de tantos días, este emprende una carrera loca que un poco más y da con nuestros huesos en un hospital; triste forma de acabar la peregrinación.
Santiago sigue siendo la ciudad monumental que me impresionó años atrás; ya entonces me encandilaron sus callejas con sopórtales y sus casas de piedra con ventanas blancas, la inmensidad de la Plaza de Obradoiro y lo recargado de las plazas adyacentes, los rincones, que al doblar cualquier esquina te encuentras, las iglesias suntuosas diseminadas por la ciudad y su gente sencilla y acogedora.
No obstante me ha decepcionado el cómo aquí se pierde el espíritu del camino, y no por los peregrinos, que nos reconocemos y saludamos mutuamente, sino por lo que de España de pandereta tienen las tradiciones en torno al apóstol, por la irreverencia y falta de respeto de la gente, de los turistas nacionales. Durante la misa todo el mundo habla, comenta en voz alta, se empuja o discute con el vecino por el espacio, están pendientes de las fotos o máquinas de vídeo. Varios monitores de televisión (tecnología punta), emiten la misa a la vez. Los chorizos aprovechan la aglomeración para mangar carteras, la policía hace ronda cono si estuviesen en mitad de la calle, incluso se avisa por megafonía del peligro... el colmo de la ordinariez se alcanza cuando arranca el botafumeiro, la multitud lanzan "oes" e incluso aplaude entusiastamente cuando este alcanza su máxima altura, ¡esto es espectáculo!. Una vez frena la gente abandona el templo sin la más mínima consideración hacia quienes comulgan dirigiéndose a los paraguas que enarbolan monaguillos en las distintas esquinas de la catedral, los de la calle chillan que qué hacen esos "paragüones", el tumulto es tal que los oficiantes llaman la atención de los fieles, los conminan a que guarden silencio hasta el final.
Ya no hay peregrinos avanzando solidariamente por caminos verdes, están orillados, asistiendo atónitos a un espectáculo que en poco se diferencia del circo. ¡Por fin llegamos a Santiago para esto!.
Al final ni he conseguido entrar por la puerta Santa para abrazar al apóstol, ni subir los cientoventiuno escalones que conducen al Pórtico de la Gloria, para unir mi cabeza a la de la efigie de Mateo, a ver si me inviste de sabiduría... tal era la longitud de la cola y tan poco el sentimiento de los que esperaban.
Todo el mundo compra bordones, vieras o calabazas sin ton ni son, sin significado ni sentido , por la plaza d'Obradoiro pululan hombres disfrazados de peregrinos, que se hacen fotos con los turistas... estamos ante el mercadeo y la España negra, mi España cañí.
Entramos en León, al día siguiente, la catedral es impresionante, por lo alto de sus techos pero sobre todo por las vidrieras, filtran la luz exterior con mil colores. Caminamos por ella con la boca abierta y la mirada en el techo.
Después nos paseamos por las callejas del barrio húmedo y comemos en un restaurante empiezo a sentir que esto ha llegado a su fin. Me gustaría volver el año que viene o tal vez algún año de estos.