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Camino de Santiago
00. Llegada a Roncesvalles
01. Roncesvalles/Orreaga - Zubiri
02. Zubiri - Pamplona/Iruña
03. Pamplona/Iruña - Puente de la Reina
04. Puente de la Reina/Gares - Estella
05. Estella/Lizarra - Los Arcos
06. Los Arcos - Logroño
07. Logroño - Nájera
08. Nájera - Santo Domingo de la Calzada
09. Santo Domingo de la Calzada - Villafranca Montes de Oca
10. Villafranca Montes de Oca - Olmos de Atapuerca
11. Olmos de Atapuerca - Burgos
12. Burgos - Arroyo de San Bol
13. Arroyo de San Bol - Boadilla del Camino
14. Boadilla del Camino - Carrión de los Condes
15. Carrión de los Condes - Sahagún
16. Sahagún - Reliegos
17. Reliegos - León
18. León - Villar de Mazarife
19. Villar de Mazarife - Astorga
20. Astorga - Rabanal del Camino
21. Rabanal del Camino - Molinaseca
22. Molinaseca - Villafranca del Bierzo
23. Villafranca del Bierzo - Ruitelán
24. Ruitelán - Triacastela
25. Triacastela - Sarria
26. Sarria - Hospital de la Cruz
27. Hospital de la Cruz - Melide
28. Melide - Pedrouzo (Arca)
29. Pedrouzo - Santiago
30. Santiago de Compostela
31. Santiago - Negreira
32. Negreira - Cée
33. Cée - Finisterre

Llegada a Roncesvalles

"El camino de peregrinación es para los buenos:
carencia de vicios, mortificación del cuerpo,
aumento de las virtudes, perdón de los pecados,
penitencia de los penitentes, camino de los justos,
amor de los santos, fe en la resurrección
y premio de los bienaventurados,
alejamiento del infierno, protección de los cielos.

Aleja de los suculentos manjares,
hace desaparecer la voraz obesidad, refrena la voluptuosidad,
contiene los apetitos de la carne que luchan
contra la fortaleza del alma, purifica el espíritu,
invita al hombre a la vida contemplativa,
humilla a los altos, enaltece a los humildes,
ama la pobreza. Odia el censo de aquel
a quien domina la avaricia; en cambio del que lo distribuye
entre los pobres, lo ama.

Premia a los austeros y que obran bien;
en cambio a los avaros y pecadores
no los arranca de las garras del pecado."

Día 0
16 julio

Viaje sin contratiempos. Llegamos a la hora de comer a Zaragoza donde nos vimos con José Santiago. Visitamos el Pilar. La basílica no es excesivamente interesante, pero sí majestuosa. La Pilarica es muy pequeña. En toda la basílica hay motivos hispanos. Continuamos el viaje hasta Roncesvalles. El sur de Navarra es más seco de lo que esperaba. Llegando a Pamplona, en unos 50 kilómetros el paisaje cambia radicalmente y se vuelve más arbolado. Ya en el Pirineo los bosques son muy densos, de árboles autóctonos y bien conservados. Los últimos kilómetros coinciden parcialmente con la ruta Jacobea. Llegados a Roncesvalles pedimos alojamiento en el albergue, pero éste sólo se reserva a los peregrinos procedentes de Francia. A los nuevos se nos acoge en una base de acampada tipo militar. Unas chicas muy majas nos toman los datos, nos sellan y nos dan algo de información que nos será muy útil en adelante.

Pronto vamos a la misa del peregrino en la colegiata. Allí estamos peregrinos de todos los rincones de España, franceses, alemanes, italianos y hasta gente del otro lado del Atlántico. En total sumaremos no más de 60. La misa es concelebrada con la participación de 7 sacerdotes. Hay cantos gregorianos, incienso y una estructura que hace la homilía un tanto peculiar. Al final los peregrinos son bendecidos en español y francés. En ese momento es cuando percibo la sensación de que la aventura comienza definitivamente y pido a Dios que nos ayude en el Camino que nos queda por delante y que nos sea provechoso de cualquier modo.

Después de la misa cenamos con mis padres y sobre las 11 nos acostamos. Esa noche pasé bastante frío por la humedad. A demás costó bastante dormir porque dos franceses muy pesados no pararon de cascar hasta bien tarde.

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Roncesvalles/Orreaga - Zubiri

Día 1
17 julio
21,8 km.

La gente se despierta muy temprano a pesar de que no es un lugar caluroso y que, al contrario, a esas horas hace más bien frío. Nosotros nos ponemos en pie sobre las 8:00. Desayunamos un zumo y frutas que nos dejó mi madre el día anterior. Al fin llega la hora de la verdad y comenzamos a caminar. Nada más salir de Roncesvalles encontramos el primer crucero de la ruta. Aún quedan decenas hasta Santiago, sobre todo en Galicia. Tomamos una senda entre bosques muy espesos y húmedos de hayas, robles, acebos y otros muchas especies representativas de la vegetación atlántica. Al llegar a un cruce nos equivocamos de camino y mal andamos unos cientos de metros en la dirección incorrecta. Enmendado el error llegamos al cruce y allí contemplamos la posibilidad de pillarnos un bordón. No muy convencidos de su utilidad dejamos esa tarea para más tarde. Al poco de disfrutar del paseo entre bosques y de empezar a conocernos Armando y yo, llegamos al primer núcleo urbano. Es un pueblecito muy típico del Pirineo Navarro, con los recios casones de piedra donde pueden vivir varias generaciones familiares. Las ventanas y puertas están adornadas con flores y todo se ve muy limpio. Me sorprende comprobar que incluso en un pueblo tan pequeño la diputación de Navarra ha instalado contenedores para la recogida selectiva de basuras.

Aprovechamos para almorzar unas galletas y zumo para después continuar nuestra marcha. Saliendo del pueblo cruzamos el primer río. El Camino, que hasta ahora discurría por senda, ahora lo hace por una pista muy ancha y no muy agradable. El bosque desaparece momentáneamente para dar lugar a prados. El paisaje sigue siendo grandioso con las cumbres pirenaicas al fondo y otros bosques por cruzar al frente.

Pronto nos internamos en una nueva masa boscosa y aprovecho para cagar. Retomamos el camino por senda que se empina fuertemente. Al poco hay una bajada por pista hasta otro pueblico. Sin saber muy bien porqué el ambiente hace olvidar el individualismo y la indiferencia a los demás para convertirse en una necesidad de contacto con otra gente, que nos hace saludar a cuantos nos vamos encontrando.

Dejando atrás el pueblo, muy similar al anterior, pero con algo menos de encanto, comienza otra leve ascensión que afrontamos sin mayores dificultades. Desde lo alto de la montaña ya se ve Biscarreta, hacia adonde nos dirigimos. La bajada es paralela a la carretera, nunca abandona el bosque. En algunos tramos el camino se hace verdaderamente oscuro porque la luz del sol no puede penetrar la profusa vegetación. A mitad de bajada hacemos un descanso y una revisión de pies. Un parche por aquí, unos polvos por allá y adelante. A partir de esta parada siempre me pondría tres pares de calcetines. Ya llegando a Biscarreta nos sobrevuela un águila y poco después se nos cruza una culebrilla. En Biscarreta no hay nada a parte de un frontón, una fuente y sus deliciosos plátanos conocidos en el mundo entero. Aquí comienza la ascensión al alto de Erro, la más dura de la jornada. Sin embargo se hace muy llevadera por discurrir entre uno de los bosques mejor conservados de todo el Camino. En la cima echamos un vale y pronto comenzamos un largo descenso que nos conducirá hasta Zubiri. Llegando al cruce con la carretera nos contemplamos muy de cerca el vuelo de un alimoche. Más allá del asfalto la senda baja en picado por un terreno de roca viva muy resbaladiza que debe ser muy peligrosa estando mojada. Por primera vez hubiéramos agradecido llevar un palo. Finalmente llegamos al Puente de la Rabia que cruza el río Arga para dar paso a Zubiri.

Son las 15:30 y ya no encontramos tiendas abiertas ni nada parecido. En el albergue nos acogen en el frontón ( cualquier pueblo navarro, por pequeño que sea, tiene uno) ya que las literas ya están llenas. Nos duchamos, hacemos la colada y compramos algo para comer - merendar. Después de descansar un poco y leer en la guía la etapa siguiente damos una vuelta por el pueblo, sin demasiado interés. En un hostal venden postales y sellos. Cuando estábamos comprando aparece el sevillano flacucho y calvo. La chica le enseña una postal de "Roncesvalles /Orreaga" (Orreaga es el nombre en vasco de Roncesvalles) pero él quiere una de "Roncesvalles /Zubiri". A la vuelta nos encontramos a mis padres con sus amigos de Pamplona. No será la última vez que les veamos. Cuando vamos a cenar al bar nos encontramos con que las existencias se han terminado, así que compramos víveres en la tienda para hacernos una ensalada. Cenamos en la mesa de piedra junto con un grupo muy cachondo de Palencia y un Navarro que venia de St Jean Pied de Port y al día siguiente llegaría a Puente de la Reina (un fiera). Esa noche dormimos bien. Sobre la 1:00 cayó una buena tormenta con granizo y todo. Menos mal que tendimos la ropa dentro del frontón.

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Zubiri - Pamplona/Iruña

Día 2
18 de julio
20,8 km.

El día amanece nublado, aunque a mitad de jornada saldría el sol y no volvería a llover hasta estar en Pamplona. Para abandonar Zubiri se cruza el puente de la Rabia. Se toma entonces una senda muy maja por los bosques que rodean al Arga. Hay una subida hasta por encima de la fábrica de magnesitas, la cual afea bastante el paisaje. En lo alto de la subida nos encontramos con Javi de Barcelona y con él recorremos toda la etapa. Es un tío muy al tanto de todos los detalles del Camino y que nos será de ayuda en ciertas ocasiones durante el resto del viaje.

La senda por la que nos movemos está muy llena de barro y charcos, así que me pillo un palo a la primera de cambio. Está un poco torcido y es pesado, pero me saca de bastantes apuros en esa primera parte de la etapa. Armando también se pilla uno más recto , largo y robusto, pero un poco pesado.

Paramos en Larrasoaina para sellar. Es un pueblo hermoso, con casas y calles de piedra. Santiago Zubiri, el alcalde , es un hombre entrañable que conversa con nosotros y nos enseña unos libros de peregrinos de lo más curioso, lleno de dibujos hechos con mucho esmero. Su despacho está decorado con toda clase de motivos Jacobeos.

Siguiendo un poco más por el sendero, y siempre a la izquierda del río llegamos a una pequeña aldea donde almorzamos. Sale el sol. A partir de aquí el valle se abre mucho augurando la salida del Pirineo. Los bosques y prados ceden su lugar al monte bajo y los cultivos. Al parar en una fuente ocurre un acontecimiento al que no doy más importancia, pero que sería fundamental durante el resto del Camino: allí apoyado me esperaba mi bordón, ese que sería mi compañero de fatigas durante tanto tiempo y que de tantos apuros me sacaría.

Tras cruzar la carretera se pasa por un lugar donde hay un chiringuito infestado de moscas donde sellan credenciales. Allí paramos a hacer otro descanso. Tanta parada y un ritmo muy lento me iban rompiendo las piernas y harían de esta una de las etapas más cansadas para mí. El trayecto hasta Pamplona se me hace muy largo desde que entramos en Villaba. Alcanzando ya las murallas de Iruña estamos destrozados y caemos rendidos a la hierba. Me duele mucho la espalda y estoy muy muy cansado. Nos levantamos buscando exprimir las últimas fuerzas y continuamos, ya queda muy poco. La entrada a la ciudad es por la Estafeta. Para llegar al albergue hay que cruzar todo el casco urbano. Está situado en el seminario y pocos saben respondernos con certeza cómo llegar hasta él. Sobre las 16:00 conseguimos cama (500 pts.).

Encontramos una bar cercano para comer, donde aún quedan menús de peregrino por unas 1000 pts. Tomamos macarrones y bacalao, que sin ser ninguna maravilla nos supieron a gloria después de tanta fatiga. Acto seguido comenzamos nuestra visita turística a Pamplona. Lo primero con lo que nos encontramos fue con la plaza del castillo. No es un lugar especialmente interesante, pero me agradó estar allí después de haberlo visto por la TV unos días antes. Bajando por una calle nos encontramos con la plaza del ayuntamiento. En las fachadas de los edificios circundantes aún podían verse manchurrones de huevo y otras porquerías arrojadas allí en el Chupinazo.

Preguntando conseguimos averiguar adonde queda la iglesia que sirve de custodia a San Fermín. Mientras nos dirigíamos allí recorrimos calles, que sin tener mala pinta hacían a uno sentirse incómodo por la propaganda fascista y pro-ETA que soportaban sus paredes.

La iglesia donde se encuentra la imagen de San Fermín no está dedicada a este santo. Él únicamente tiene una capilla en dicha iglesia. Hechos unos rezos al santo pidiendo su protección para el Camino nos dirigimos al parque de la ciudadela, muy cercano. Todo fue cruzar las murallas y comenzó a tronar. Un cielo oscuro amenazaba tormenta. Un par de vueltas inciertas, las primeras gotas y se acabó nuestra visita a Pamplona. De vuelta al albergue presenciamos el triste acontecimiento del atropello de un ciclista. Un equipo médico se encarga rápidamente del herido aunque nunca supimos de su suerte. De vuelta en el albergue encuentro a mis padres . Sería la última vez que nos viéramos hasta el final de la aventura.

La cena en el albergue está bien, aunque me clavan 1000 pelas. Me siento con unos ciclistas de Cartagena muy cachondos que me amenizan la comida.

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Pamplona/Iruña - Puente de la Reina/Gares

Día 3
19 de julio
23,5 km.

La salida de Pamplona no está muy bien señalizada. Por eso nos colgamos a Arancha, Eva y Estrella, tres chicas muy majas de Valladolid. Aunque ya rondan los 30 son solteras y tienen mucha marcha. Con ellas caminaremos durante toda la jornada. Serán unas de las personas más entrañables del Camino. Arancha anda a mi ritmo, así que pronto se hacen dos grupos: por un lado Armando, Eva y Estrella y por otro los dos que quedamos. Ya saliendo del campus universitario caminamos unos kilómetros con una profesora de educación física gallega muy cañera que piensa llegar a Santiago el día 10 de agosto (nunca sabré si lo consiguió, pero algo me dice que sí, pues era una mujer con mucha vitalidad).

En Cizur nos reagrupamos y abandonamos la carretera para tomar un camino de tierra que es el inicio a la subida del Alto del Perdón. Los primeros kilómetros de ascensión son de pendiente muy ligera, para ir aumentando el porcentaje según se aproxima uno a la cima. Al poco de salir de Cizur encontramos un trigal calcinado. Un lugareño nos contó que le habían prendido fuego los etarras de pacotilla y que casi queman a unos peregrinos que allí acampaban. Comentando lo sucedido llegamos a una laguna donde aprovechamos para hacer el primer descanso del día. En unos minutos más llegamos a Zariquiegui, donde almorzamos algo junto la iglesia románica. Desde allí al alto nos llevó solo un tirón. El paisaje se vuelve más verde, con abundante vegetación arbustiva. En el alto hay una fuente, habitualmente seca, donde se dice que el diablo tentaba a los peregrinos. Toda la cumbre es un parque eólico. Un monumento hace referencia a los peregrinos que alcanzan el alto. Desde allí se puede ver Pamplona.

Tras la subida, la bajada. Muy empinada y empedrada. Tengo que ir con Armando que empieza a pasarlo mal con los pies. Yo voy bien. Un espeso encinar y bosque bajo componen ahora la vegetación. Al fondo ya se ven algunos campos y los siguientes pueblos de la ruta. Uterga marca el final de la bajada, pero no del descenso pues aún estamos algunas decenas de metros por encima del valle del río Arga, donde se encuentra Puente de la Reina. Ya por tierras de campos y cultivos llegamos a Murunzábal. No queda mucho para el final pero ya el calor aprieta. Arancha y yo llegamos primero. Buscamos a la señora que tiene las llaves de la iglesia (románica). Dentro de la iglesia hay una imagen de Santiago Peregrino que nos cuesta encontrar. A estas alturas reparo en que el suelo de las iglesias navarras es siempre de madera. Descansamos al fresco de la iglesia y rezamos un poco. La señora no acepta una limosna por el favor.

Ya hace calor y reemprendemos la marcha con templanza. Al pasar por Óbanos no podemos evitar parar un poco. Es un pueblo medieval con casas de piedra blasonadas y con cierto encanto. En la plaza del pueblo, con su iglesia, su ayuntamiento y su pozo, se preparan para hacer la representación del Misterio de Óbanos.

Hasta Pte. de la Reina se hace pesado. Aprieta ya mucho el sol y, aunque todo es bajada, los últimos kilómetros siempre son malos. Ya en la ciudad el primer albergue está completo. Damos unas vueltas buscando el nuevo. Resulta que está fuera del pueblo así que nos lo pensamos mejor y nos buscamos un bar para comer. En la calle principal, la que va de este a oeste, como toda calle de origen jacobeo que se precie, encontramos un lugar donde dan menús del peregrino. En la comida todos estamos muy hechos polvo, pero pronto tomamos fuerzas. Al salir, ya sobre las cuatro, vemos al húngaro que se va para Estella. Armando y yo nos planteamos seguirle. Tras pensarlo mejor decidimos abandonar tan estúpida idea y nos encaminamos al albergue. Este era un gallinero, pero ha quedado muy cómodo, con habitaciones separadas, somieres de tablas y unos baños nuevos. Los cinco nos instalamos en la misma habitación. Tras la ducha y la colada reglamentarias, le doy un repaso al palo de Arancha y Armando y bajamos a comprar. Él va fastidiado con los pies.

Me queda poco dinero y busco un cajero. No consigo sacar, algo va mal. Repito en todos los demás cajeros del pueblo, pero nada. Me pongo un poco nervioso, pero bueno, solo momentáneamente. Pensándolo bien no es para tanto. Sin embargo es la primera vez que me siento lejos de mi casa.
Por moñear demasiado, casi nos quedamos sin pan. Ya de vuelta nos encontramos a las chicas y entramos con ellas a una iglesia a ver a la Virgen del Pajarico (egún la leyenda, un pajarico empapaba sus alas en al río para luego entrar por un agujero al interior de la iglesia y lavarle la cara a la Virgen).

No podría abandonar la descripción de esta jornada sin comentar algo de Puente da la Reina. La pequeña ciudad se extiende de este a oeste siguiendo el eje del Camino. Su calle mayor conserva casones antiguos, arcos e iglesias. Al final de la calle se sale del casco urbano cruzando el Arga por el puente que da nombre a la ciudad. Será el puente más impresionante del camino hasta llegar al de Órbigo, ya en la provincia de León.

Una vez cenados compartimos un buen rato en la "terraza" del albergue con Amparo, una chica de Sevilla a la que ya no volveríamos a ver porque al día siguiente acortaría en autobús hasta León. Viajaba con su madre y su tía. Se sentó junto a nosotros cinco como si nada y preguntó "¿venís juntos? ". Con la inocente pregunta trataba de resolver una profunda duda existencial que le venía corroyendo las entrañas durante todo el día. Resulta que las de Valladolid habían empezado el camino con unos amigos de Irún. Automáticamente Amparo, que tenía mucho tiempo para pensar durante todo el día, presupuso que todos eran pareja. Al aparecer Armando y yo le hicimos añicos su teoría y quedo profundamente desconcertada. Aclarado todo nos puso al tanto de los últimos cotilleos del Camino, como por ejemplo de los detalles más precisos del sevillano calvo y flaco (que si es vegetariano, que si carga con su miel de algarrobo...). Así sin darnos cuenta se hizo tarde y nos fuimos a acostar.

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Puente de la Reina/Gares - Estella/Lizarra

Día 4
20 de julio
22,1 km.

Nos levantamos tarde. En principio pretendemos comprar unos bambos para Armando a ver si anda mejor y tratar de sacar dinero del banco. Pero es demasiado temprano para que bancos y tiendas estén abiertos. Así que lo pensamos mejor y tiramos para adelante. Trato de que llevemos un ritmo un poco más alegre que en días anteriores. Armando anda despacio y eso a mi me cansa bastante. Antes de llegar a Mañeru damos alcance a un peregrino ya algo viejo que veníamos viendo días atrás. Es alemán, aunque habla muy bien español. Tiene 67 años y viene de Le Puy. Cuando llegue a Santiago habrá recorrido 1600 kilómetros. ¡y nosotros que creíamos estar haciendo una proeza¡ Después de esta lección de humildad, una subida corta pero empinada nos calienta las piernas y al poco, Mañeru. Allí preguntamos por una fuente y una mujer cruza todo el pueblo cuesta arriba para mostrarnos dónde está. La gente por aquí es bastante amable.

Saliendo de Mañeru ya se ve Cirauqui al fondo. Es una villa medieval bien conservada. En el trayecto entre estas dos villas nos paramos a observar un camposanto. Son muy distintos a los del sur. No hay nichos. Las tumbas están en el suelo y las cruces son de hierro. Algunas me recuerdan a las cruces celtas. Sin más espera llega Cirauqui. Sus empinadas callejuelas de piedra nos trasladan a otra época. No se ven coches por aquí. Hacemos una parada en la fuente de la iglesia para ventilarnos unos sobaos. De la iglesia destaca un decorado pórtico románico. Las flechas amarillas continúan por la plaza del pueblo. Traspasamos una puerta que da lugar a una sala. Allí hay un sello para que cada cual se lo estampe si así lo quiere. La sala se abandona por un pasillo que da al exterior. De Cirauqui se sale por una vía romana muy bien conservada. No en tan buen estado está el puente romano.

Muy atrás quedan ya aquellos bosques pirenaicos. Andamos ahora por tierras más secas. El bosque, donde lo hay, es puramente mediterráneo: pinos, encinas , coscojas y matorral. En algunos tramos creemos estar en Murcia. Donde no hay bosque hay sembrados de cereales o plantaciones de espárragos. Entre tanto cruzamos el río Salado, ya comentado en el Codex Calistinux. Unos kilómetros más y llegamos a Lorca. Nos sorprende el buen ritmo que estamos marcando y no queremos dar un parón muy grande, así que bebemos y compramos avituallamiento para seguir caminando sin más demora. Contemplamos la posibilidad de continuar hasta Los Arcos. El primer tramo entre Lorca y Villatuerta lo caminamos sin problemas. Un parón de Armando para ponerse un parche nos hará mucho daño. En Villatuerta la mala señalización nos hace perdernos. Aunque vamos ya un poco jodidos no podemos pasar de largo ante la iglesia gótico - románica.

Al salir de Villatuerta hay una subida fuerte hasta un monte con un depósito de agua. Ya no son horas para andar y hace mucho calor. En el alto una fuente nos anima bastante. Estella aún no se ve. Estos últimos kilómetros se hacen especialmente largos. A demás a Armando le cuesta horrores la bajada por culpa de las ampollas y vamos muy despacio. Al final llegamos a la ciudad, aunque un poco tarde. (13:30 aproximadamente). Necesitamos una caja, una tienda de deportes y una tienda de comida en menos de 25 minutos si queremos continuar a Los Arcos. Nos ponemos a buscar, pero a este ya le da igual todo. Como no puedo sacar dinero en ningún cajero entro en un Banesto a ver que pasa. Un empleado muy amable que veranea en Mazarrón me indica que debo tratar de sacar con el DNI y la tarjeta en una caja y me diga donde hay una. Corriendo me meto en la caja y le cuento la papeleta al cajero. Me hace la jugada y no funciona. Me dice que debo tener un problema de saldo porque mi sucursal deniega el acceso. Eso me deja un poco fuera de juego. Ya son las 14: 00 y cierran todo. Armando ha comprado algo para comer. Buscamos el albergue. Solo quedan dos plazas. Después de todo lo ocurrido y del cansancio que acumulamos pienso que lo mejor es quedarse en Estella esa noche. Paradójicamente a Armando no le parece bien esta idea a pesar de estar en peores condiciones que yo. Después me lo agradecería.

El albergue está bien: duchas muy buenas, cocina completa y literas de tablas. Sin embargo encontramos aquí al hospitalero más estúpido de todos . Fugazmente encontramos a Eva y Arancha. Están en el pabellón y nos piden los aislantes. Al final de una breve comida durante la cual vemos por primera vez a Gustavo, el argentino, un tío nos expuso sus axiomas sobre el cuidado de los pies en un monólogo de unos 45 minutos durante el cual me harté y aproveché para iniciar la colada. Seguidamente la siesta, pinchado de ampollas (mi primera ampolla) y a ver Estella.

El núcleo urbano encierra interesantes edificios históricos entre los que se encuentran las iglesias de San Miguel y San Pedro y el convento de Santo Domingo, con su capilla barroca. Las callejuelas del casco antiguo y la plaza del ayuntamiento tienen también cierto encanto. No hay que olvidarse en Estella de mencionar su río, el Ega que divide en dos la ciudad.

Después de la cena Armando decide que al día siguiente se va a comprar unos bambos. La idea en principio no me sienta nada bien, porque habíamos pasado toda la tarde en el centro y en aquel momento pensó que seguiría con las botas. Esta medida nos obligará a salir muy tarde la próxima jornada, la cual, sin ser larga, sí que tiene un tramo final que no es aconsejable caminar con mucho calor, pues son doce kilómetros con muy poca sombra y en completa soledad: ni pueblos ni fuentes.

En este día se produce nuestro primer contacto con el grupo internacional: el belga, la brasileña las israelitas y tantos otros.

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Estella/Lizarra - Los Arcos

Día 5
21 de julio
21,3 km.

La gente se despierta muy temprano. Nosotros lo hacemos a las siete y a esa hora todo el mundo ha abandonado ya el albergue. Mientras nos preparamos el hospitalero se sienta a leer el periódico en la puerta de la habitación y nos echa miradas como queriendo decir "daos prisa y largaos pronto". También se encargó de amenizarnos el desayuno recordándonos los minutos que teníamos antes de abandonar el albergue, supongo que de una patada en el culo, si hubiéramos consumido nuestro tiempo.

Hacemos tiempo hasta las nueve que abren la Caja de Navarra. Mientras tanto en Cajamurcia me confirman que no hay ningún problema y que el día anterior hubo un fallo de línea. Finalmente consigo sacar dinero. Después Armando se compra los bambos en la tienda de una chica muy amable y salimos zumbando que ya rondan las 10:00 .

La salida de Estella es bastante fea y a demás cuesta arriba. Ya lejos del extrarradio se llega a Irache. Allí hay una bodega que en su exterior tiene una fuente de vino. El peregrino puede beber allí cuanto desee siempre y cuando no se exceda. Dimos buena cuenta del vino de Irache arreándonos un par de chatos. Junto a la bodega está el monasterio, uno de los más importantes de Navarra. Aprovechamos para sellar allí y visitar el claustro, única parte accesible y sin más demora, continuar el camino.

Tras atravesar unos viñedos y unas obras en la carretera se entra en un encinar que hace a uno imaginarse cómo sería el camino en la edad media. Pronto llegamos a Azqueta, donde pasamos mucho de Pablito, el de las varas (Pablito, el de las varas es un personaje que regala una vara de avellano al peregrino que se la pida). Allí nos encontramos con un peregrino de Bilbao que va de hoteles. Nos acompañará hasta Villamayor.

De Azqueta a Villamayor de Monjardín hay un suspiro. Antes de entrar en Villamayor hay una fuente medieval que es una especie de baño. Hay una porchada sostenida por tres columnas y dos arcos con unas escaleras que terminan en el agua. En el centro de la zona inundada hay un rebosadero de piedra. Supongo que los peregrinos usarían esta fuente para asearse.

Villamayor es un pueblo pequeño de casas de piedra. Como ya es tarde y el calor aprieta decidimos dejar para después los 12 kilómetros restantes hasta Los Arcos para por la tarde. Nos ponemos cómodos, nos instalamos en la iglesia y buscamos algo para comer. Llevamos algo de chorizo y pan duro, pero el bilbaíno encuentra un lugar donde venden bocadillos. El lugar en cuestión es un albergue privado que regentan unos holandeses evangelistas o algo así. Cuando llego a la puerta me encuentro unas mesas de plástico con una sombrilla. Sobre la mesa hay una garrafa de agua, vasos, unos libros y un cartel que dice "AGUA VIVA, gratuita". Abro la puerta y pregunto si hay alguien. Entonces llega un coche. De el se baja un hombre, una mujer y una joven. Son los del albergue. En inglés nos entendemos y consigo que me den un par de bocadillos. De regalo me dan dos libros de esos de "AGUA VIVA".

El descanso en la puerta de la iglesia es realmente reparador. A mitad de la siesta me entran las ganas de cagar y a ver dónde. Me subo a lo alto del pueblo, allí entre los matorrales. Bajando un perrazo me da un buen susto (¡y yo sin mi vara¡). En lo alto del monte en cuya falda se asienta el pueblo hay un castillo, el de los señores de Monjardín.

Tras el sesteo y ya cercanas las cinco de la tarde empezamos a recoger para continuar la marcha. Nos quedan dos horas y media de caminar por sendas solitarias. No hay ningún pueblo intermedio ni fuentes. A demás la sombra en estos parajes es escasísima por no decir nula. Pero bueno, hay que seguir adelante. Hemos de llegar a Los Arcos antes de que se haga demasiado tarde.

Partimos los tres juntos, pero a unos cientos de metros el de Bilbao no puede seguir nuestro paso. No nos quedamos con él pues él no tienen ningún tipo de prisas. Duerme en hoteles y se levanta cuando quiere. Nosotros debemos conseguir aunque sea un hueco en el suelo y ponernos a descansar lo más pronto posible para estar frescos el día siguiente.

Al poco de quedarnos solos un águila levanta el vuelo casi a nuestros pies. No nos dejará hasta unos dos kilómetros después. Vuela raso paralela al camino y espera nuestra llegada en cualquier rama próxima observándonos. Caminamos por una pista ancha y por el fondo de un ancho valle franqueado de pequeñas colinas. Según cae la tarde el esfuerzo se hace más llevadero. A unos 6 kilómetros de Los Arcos decidimos abandonar la seguridad de las flechas amarillas que marcan el camino a Santiago para tomar un atajo que resulta algo más costoso de lo que esperábamos. Finalmente y tras unos 20 minutos encontramos de nuevo nuestras queridísimas señales amarillas.

La llegada a Los Arcos se produce de improviso. Una curva a la izquierda y sin casi darse uno cuenta pasa de la pista de tierra al cemento de las calles de esta villa. Lo primero que encuentra el peregrino es lo que más podría desear después de los 12 kilómetros anteriores: una fuente de agua. Ya en el Códice Calixtino se nombra la existencia de la fuente. El pueblo justifica su topónimo por los abundantes arcos de piedra o ladrillo que unen las fachadas de las casas sobre los estrechos callejones. Aunque hubiera merecido la pena detenerse un poco a curiosear, nos habíamos propuesto de antemano descansar. El ritmo de vida de los días anteriores esta haciendo mella en nuestras fuerzas: por la mañana caminamos, por la tarde la colada la compra y visitar todo lo que se pueda del pueblo en el que nos encontremos. Nunca queda tiempo para descansar, así que ya está bien.

El albergue es acogedor y está bien preparado, aunque no es muy grande. Está completo y la hospitalera, una chica muy maja, se hecha las manos a la cabeza al vernos llegar a las 8:00 de la tarde. Finalmente nos acogen en la capilla de la colegiata. Nos reencontramos con Eva y Arancha y recuperamos así nuestros aislantes. No hay tiempo para mucho: un bocadillo, una llamada a casa y a dormir. La etapa de mañana es larga y hay que madrugar para aprovechar la fresca.

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Los Arcos - Logroño

Día 6
22 de julio
27,9 km.

A las 5:00 nos ponemos en pié. Es aún de noche. Estamos un poco lentos de reflejos a estas horas y hasta las 6:30 no nos ponemos definitivamente en marcha. Según amanece se aprecia que el cielo está cubierto. Será esta circunstancia un factor muy beneficioso para nuestro caminar pues no hay sombra en esta etapa.

Pronto llegamos a Sansol. Allí, en lo alto del pueblo, junto a la iglesia hay una excelente vista de Torres del Río, el siguiente pueblo de la ruta ,a tan solo unos cientos de metros. Tras el ya ritual de mirarnos los pies y tomar unos sobaos (Martínez, por supuesto) empezamos a bajar a Torres. Hay allí una capilla octogonal, la del Santo Sepulcro que se usa de oratorio y batisterio y que está emparentada con la ermita de Sta. María de Eunate. Sellamos en este peculiar lugar y continuamos la marcha hasta Viana. El sube y baja hasta esta localidad marca nuestros últimos pasos por Navarra.

Viana se ve ya desde unos kilómetros antes de llegar. Al fondo a la izquierda se intuye Logroño. La entrada a Viana parece prometer poco. Sin embargo según se alcanza el centro vamos entrando en el casco antiguo y se recupera el sabor añejo de los pueblos de esta parte de Navarra. A demás están en fiestas. Por la mañana ha habido encierro y está a punto de comenzar el desfile de gigantes y cabezudos. El bullicio de la fiesta es más patente en la plaza de la iglesia. Hay gente que asa pescado en la calle, otros que abarrotan los bares, bandas de música y en definitiva todo lo necesario para una buena fiesta de pueblo. La iglesia, dicen, es muy bella en si interior pero se está celebrando el culto y no podemos entrar. De entre toda la gente aparecen Eva y Estrella. Arancha no está porque ha tomado el autobús a Logroño por un problema con una ampolla. Continuaremos con ellas lo que queda de jornada. Justo cuando vamos a emprender la marcha una mujer se queda sorprendida de nuestras calabazas. Charlamos un poco con ella. Es gallega y está haciendo el Camino en coche y en sentido contrario. Nos habla sobre el fin del Camino en Finisterre y el rito de renovación que simboliza. Con sus palabras me empiezo a plantear más seriamente no concluir mi camino en Santiago.

El tramo que nos queda aparentemente no debe presentar ninguna complicación sin embargo llevamos ya veinte kilómetros caminados y el factor sicológico de los últimos kilómetros de una etapa juega en contra nuestra. No se por qué exactamente pero los últimos kilómetros de una etapa siempre son los peores. Quizá es que se subestimen, quizá sea la ansiedad o yo que sé. Lo cierto es que los últimos kilómetros de una etapa suelen hacerse eternos. La cosa es que en los días anteriores los tramos finales habían sido de unos cinco kilómetros. Ahora son diez kilómetros.

Nuestros pasos dejan atrás Viana, y con ella Navarra. Sin reparar en ello y con los pensamientos fijados en terminar la jornada seguimos caminando. Navarra ha sido la tierra que ha encauzado nuestros primeros pasos y nos ha visto nacer como peregrinos. Muy lejanos quedan en nuestra mente los hermosos bosques del Pirineo, San Fermín o el Puente de la Reina.

Logroño no aparece. No vemos cual es nuestra meta del día y el desánimo se va apoderando de nuestro espíritu. Armando va algo mal con los pies y le cuesta seguir el paso del grupo. Definitivamente se queda atrás. Las chicas continúan. Yo lo espero un buen rato. Yo no es que vaya como una rosa, pero él está realmente tocado. Sin embargo a base de coraje sigue adelante. Logroño está ya muy cerca en distancia, pero lejos de nuestra vista.

Ya enfilada la bajada final y con la ciudad a un tiro de piedra nos encontramos con la señora Felisa, la del "agua, higos y amor". Es una mujer ya anciana, de aspecto desaliñado y pobre. Vive junto al camino en una casa vieja y algo cochambrosa, pero pasa la mayor parte del tiempo en un tenderete donde atiende y sella a los peregrinos. Nadie se le escapa, hasta tal punto que en Logroño se sabe si un peregrino ha llegado andando si tiene el sello de la Felisa. Si no es que ha cogido el autobús o el coche. Cuando alguno se pierde, comprueban si ha pasado por la Felisa y ha dejado su firma en el libro. Con el libro de peregrinos y una piedra que esta señora arroja a un cubo por cada caminante o ciclista que pase, la hija de la Felisa hace recuento de cuantos peregrinos pasan por allí cada mes, en invierno o en verano.

Después de haber firmado y sellado, el aspecto de miseria de la señora y un plato con monedas encima de la mesa nos conmovió a dar limosna a esta "pobre" mujer. Después, echando cuentas, dedujimos que no debía ser tan pobre. No se le escapa ni un peregrino y si cada uno le da algo de limosna la suma total no es nada despreciable. Algún tiempo después nos dirían que la "pobre" Felisa posee varios pisos en Logroño y también en Roma, pero ¿quién puede saber realmente esto?

Al fin se produce la llegada a la ciudad. La entrada es una de las más bonitas a una ciudad del Camino. Se cruza el imponente Ebro (imponente al menos para alguien acostumbrado al Segura) por un puente de piedra . Por este mismo lugar han pasado millones de peregrinos a lo largo de la historia. Enseguida enfilamos la Rúa Nueva trazado histórico del Camino y a muy pocos llegamos al albergue. Quizá esta circunstancia de encontrar el refugio al comienzo del casco urbano haya hecho que le tenga un especial cariño a esta ciudad (en casi todas las ciudades grandes el refugio suele estar saliendo del núcleo urbano y frecuentemente en lo alto de una cuesta).

Es un albergue nuevo, muy bien cuidado y acogedor. También es más barato que los de Navarra. No tardamos en instalarnos y salir para comer. En principio la idea era ir de vinos y tapeo, pero ya son las tres pasadas y ese tipo de bares están cerrados. Armando está hecho polvo y se queda acostado. Yo me voy con las pucelanas. Encontramos un bar donde dicen que se come bien. El menú incluye varios platos a elegir, todos muy buenos. Arancha y Eva me convencen para que pruebe los cayos. No lo volveré a hacer, desde luego no son lo mío. Sin embargo Eva, muy servicial como siempre, me cambia su plato.

Por la tarde no me apetece dormir la siesta y me voy con Arancha a dar una vuelta. Damos un paseo por los jardines del río. Nos pasamos un par de horas hablando sin parar de nuestras vidas como si fuésemos personas de absoluta confianza. Por un momento me paro a pensar qué hago yo en una ciudad a una porrada de kilómetros de mi casa hablando con una persona que apenas conozco de unos días. Pronto comprendo que eso también es parte del Camino.

Ya pasada la hora de la siesta Armando vuelve al mundo. Salimos a comprar provisiones y a ver un poco la ciudad. También vamos a correos a enviar un paquete de cosas que no necesitamos. Yo envío los cubiertos, el plato, algo de ropa interior y una camiseta. No llega al kilo y no se de qué más deshacerme. Visitamos la catedral. Por fuera no dice gran cosa. El interior, sin ser una maravilla, no está nada mal. Lo que más me llama la atención es el ambiente de recogimiento que invita a la oración. La gente que hay allí va a rezar. Prácticamente no hay turistas. En un rincón está la imagen de San Mateo, patrón de Logroño. En otro lateral, una hermosa talla de la Virgen con el Niño. Faltan algunas obras, sobre todo referentes a Santiago, porque se exponen en Compostela con motivo del Año Santo. Cerca del albergue está la Iglesia de Santiago. No podemos verla porque está cerrada. En la misma plaza se encuentra la fuente de los Peregrinos. En el suelo de esta plaza hay dibujado un juego de la oca con referencias a localidades del camino. No será la última vez que encontremos relaciones entre el Camino y este juego.

La cena de ese día hacemos ligera y a pesar de disponer de una completa cocina no estamos muy animados a guisar nada. Hay que irse pronto a la cama. Mañana toca otra etapa de las largas hasta Nájera.

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Logroño - Nájera

Día 7
23 de julio
29,1 km.

A las siete menos veinte ya estamos andando. La salida de Logroño no se corresponde con la entrada. Sería como abandonar Murcia por el Rollo y luego por la carretera de Murcia. Entre tanto un apretón me hace ingresar por urgencias en el cuarto de baño de una providencial gasolinera. Después del contratiempo continuamos y pronto abandonamos el asfalto para tomar un camino peatonal recién estrenado que conducirá al pantano de la Grájera. Hace un poco de frío. Después de cruzar la autovía nos encontramos con "El Pesado de todos los Días". Este fue nuestro primer encuentro y su bautizo sería mucho después. Nos aleccionó sobre la importancia de usar protector solar y nos invitó a terminar su botella de factor doce. Después de unas friegas toma su mochila y con unos largos pasos nos deja atrás enseguida. No sabemos su nombre real. Es un hombre alto y delgado de unos cuarenta años. Lleva unas gafas gruesas y le gusta imponer sus consejos a cualquiera, de ahí el seudónimo.

No tardamos en llegar al pantano. Es un entorno natural bien cuidado. Hay árboles alrededor. No es un embalse muy grande y el agua está limpia. En la presa encontramos a algunos pescadores. En los alrededores hay mesas de madera, fuentes y papeleras. Todo está bastante limpio. El camino no está muy bien señalizado aquí. Sin embargo no es fácil perderse, pues únicamente hay que bordear el lago. En el extremo más oriental tomamos una pista de tierra cuesta arriba. Es nuestra primera toma de contacto con los viñedos riojanos. No los dejaremos de ver hasta Santo Domingo. A nuestra izquierda y en sentido de este a oeste se extiende el sector más septentrional del Sistema Ibérico. La sierra de la Demanda, los picos de Urbión, Valdezcaray... De Logroño a Burgos siempre quedarán a nuestra izquierda las sierras abundantes en bosques e incluso en prados. Siempre caminaremos unos kilómetros, a veces metros, demasiado al norte, fuera de la protección de la vegetación. Sin embargo en nuestras mentes, la visión lejana de la montaña, nos ayudan a intuir cómo debió ser el camino en la Edad Media: ausencia de caminos y puentes, lobos, osos y bandidos, pero también la protección y fecundidad del bosque virgen. Será en los montes de Oca, ya en la provincia de Burgos cuando al fin crucemos la cordillera.

Pero por lo pronto son los viñedos los que acompañarán a nuestros pasos hasta Nájera. Y entre viñedos llegamos a Navarrete, único alto en el camino de la jornada de hoy. A la entrada del pueblo están las runas de un antiguo hospital del siglo XIII. La portada románica es ahora la entrada al cementerio municipal, en el otro lado del pueblo. Lo primero al entrar al pueblo es localizar la fuente. Esta junto a un bar cerca de la plaza y de la iglesia. En el bar hay unos cuantos peregrinos. El grupo internacional toma el desayuno allí. Junto al bar hay un albergue. El hospitalero charla un poco con nosotros y nos cuenta que conoce Orihuela.

Después del descanso retomamos la marcha momentáneamente porque paramos en la iglesia. Es barroca. El ambiente sombrío y de recogimiento me recuerda mucho a la catedral de Logroño. Como siempre, lo primero que hacemos al entrar a una iglesia es rezar. Siempre dar gracias por haber llegado hasta ese lugar y luego pedir fuerzas para seguir adelante. Luego, la parte, digamos, turística. A las alturas que escribo estas páginas sería incapaz de describir nada en concreto de la iglesia, pues fueron muchas a lo largo del Camino y el caos en mi memoria es total. De esta solo recuerdo el recargado, pero sin embargo elegante altar barroco. Mientras merodeamos por la iglesia se empiezan a escuchar cantos gregorianos. En principio pienso que es una cinta por megafonía. Después veo a un chico Belga de pié delante de la Virgen cantando. Y lo hacía realmente bien. El joven tendría unos pocos años más que yo. Delgado y pelirrojo siempre llevaba consigo un didjeree-doo casero. Vestía una camiseta cortada por encima del ombligo. Por su apariencia jamás me lo imaginaría cantando gregoriano. La gente del Camino puede ser de lo más curioso.

La salida del Navarrete es por la carretera nacional bajo cuyo asfalto yace el trazado original de la ruta de las estrellas. Pronto nos desviamos a la izquierda por caminos de servicio de los viñedos. No hace nada de calor y el ambiente es más bien fresco y seco. En una pequeña subida al alto de San Antón abandonamos momentáneamente los viñedos para caminar por un encinar. En lo más empinado de la cuesta, donde hay centenares de montoncitos de piedra dejados allí por los peregrinos y bajo la portentosa sombra de una portentosa encina descansa un pequeño grupo de caminantes. Están Arancha, Natalia e Iñaki, el matrimonio de Bilbao y el Canario (de cuyo nombre no quiero acordarme). Juntos continuamos la breve ascensión. Pronto comienza el descenso al valle del Najerilla. Armando y yo no llevamos un ritmo como para tirar cohetes los demás enseguida nos dejan atrás. Nájera se divisa en el fondo del valle, pero aún estamos lejos. Al menos el camino es cuesta abajo.

Ya no muy distantes del final de etapa vamos contemplando el vuelo de una rapaz. De pronto detiene el vuelo y planea estáticamente para después lanzarse en un radical picado hacia su presa. No logramos admirar por completo tan maravilloso acontecimiento porque a pesar de estar cerca el ave desapareció tras una pequeña loma. Sin embargo el hecho de que no remontara de nuevo el vuelo nos induce a pesar que la cacería fue exitosa.

Se acerca Nájera, bueno, más bien nos acercamos nosotros a ella. Un cura, de los de sotana, en un coche nos advierte de que no pasemos por alto un poema escrito en una pared dedicado a los peregrinos. A la vez nos da ánimos para continuar y para que el Camino nos sea fructífero. Unos cientos de metros más adelante encontramos el poema que así dice:

Polvo, barro, sol y lluvia
es camino de Santiago
millares de peregrinos
y más de un millar de años.

Peregrino ¿quién te llama?
¿qué fuerza oculta te atrae?

Ni el campo de las estrellas
ni las grandes catedrales.
No es la bravura navarra
ni el vino de los riojanos
ni los mariscos gallegos
ni los campos castellanos.

Peregrino ¿quién te llama?
¿qué fuerza oculta te atrae?

Ni las gentes del camino
ni las costumbres rurales.
No es la historia o la cultura
ni el gallo de la calzada
ni el palacio de Gaudí
ni el castillo de Ponferrada.

Todo lo veo pasar

y es un gozo verlo todo
mas la voz que a mi me llama
la siento mucho más hondo.
La fuerza que a mí me empuja,
la fuerza que a mí me atrae
no se ni explicarla ni yo
¡Sólo el de Arriba lo sabe!

(E.G.B.)

Y mientras meditamos estas palabras nos metemos de lleno en Nájera, la que fue capital del reino de Navarra. La ciudad es bastante alargada, y nos lleva un buen rato llegar hasta el albergue, ya en el casco antiguo y anexo del monasterio de Santa María la Real. Es uno de los mejores albergues del Camino y además es gratis. Todo el interior es de piedra y madera. Al entrar hay una estantería donde se deben dejar las botas para que el ambiente en el dormitorio sea más saludable. Se ve bastante nuevo y sobre todo acogedor. Cada nuevo refugio de La Rioja va superando al anterior.

Tras la ducha nos planteamos si ir a un bar a comer o arreglarnos con lo que llevamos, que no es más que un poco de chorizo, queso y pan del día anterior. Después de dudarlo un poco nos decantamos por la segunda opción: el chorizo viaja ya unos días con nosotros y no estamos dispuestos a que siga así. Por otro lado nos atrae la idea de ir a comer a la rivera del Najerilla cuyas limpias aguas bajan de la cercana sierra cruzando la ciudad por un cauce flanqueado de mullido césped arbolado. Es un sitio ideal también para dormir la siesta.

Comidos y sesteados es el momento de ponerse en píe si queremos ver algo de la ciudad. No podemos perdernos el monasterio, uno de las perlas del Camino. Según cuenta la leyenda el rey Don García, mientras andaba cazando por estos parajes entró en una cueva y encontró allí una imagen de la Virgen. Quizá alguien la ocultara allí en tiempos de la invasión musulmana. El rey mandó construir en aquel lugar el monasterio, allá por el 1502. La imagen de la Virgen permanece en el mismo lugar donde Don García la encontró, en su cueva. Cerca de la cueva permanecen los sepulcros de piedra tallada de este rey y su esposa así como la de sucesivos reyes, infantes y otros nobles de sangre real. Para la nobleza navarra de aquella época era un honor ser enterrado aquí y hacían importantes aportaciones económicas al monasterio con tal de que al final de sus días sus cuerpos pudiesen ser recibidos en tan sagrado lugar. Con estos pagos el monasterio se hizo grande y se pudieron construir el claustro gótico y la magnífica sillería del coro, inspirada en muchos aspectos en el Nuevo Mundo. Así que hasta este punto Santa María la Real de Nájera es la mayor joya que hemos encontrado en el Camino hasta el momento. Cierto es que aún quedan casi seiscientos kilómetros hasta Santiago que darán mucho de sí, no cabe duda.

Aquella noche hay que enmendar de alguna forma la deficiencia de la comida de la mañana. Tampoco hay que abandonar La Rioja sin beber vino, así que nos preparamos una buena cena acompañada de un tinto que adquirimos en una bodega cercana. Armando no suele beber y el vino le afectó un poco. No paraba de reírse.

A estas alturas del día lo normal es irse a la cama a descansar para la siguiente jornada, pero resulta que justo en la puerta del refugio están montando el escenario de la anual representación de la historia de Nájera. Por un lado convendría descansar, pero por otro no va a ser fácil con miles de vatios de sonido al otro lado de la ventana y tampoco nos debemos perder el espectáculo de más de trescientos actores. Tomamos una solución intermedia. Armando se queda a dormir y yo salgo a ver la obra. Me siento con las pucelanas. Arancha está bastante apenada porque esta será su últimamente en el Camino. La representación empieza con espectacularidad. Intento seguir el hilo argumental, pero según se suceden los actos se va convirtiendo en un verdadero culebrón venezolano. Que si el rey engaña a la reina, que si la reina tiene un hijo secreto... Finalmente el sueño me puede y me cuelo en el albergue por detrás del escenario.

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Nájera - Santo Domingo de la Calzada

Día 8
24 de julio
20,8 km

A pesar de que nos levantamos a las siete y veinte, la usual lentitud de Armando se complica hoy aún más con un contratiempo. Resulta que a media noche se levantó al cuarto de baño. Al bajar de la litera tiró la botella de vino de la cena, y para no golpearla de nuevo a la vuelta la puso en el saco. Al volver no se acordaba de la botella y no se percató de ella hasta estar acostado, momento en que decide que no es momento de bajarse de nuevo a colocarla en su sitio. La fortuna, y la ley universal de la gravitación, quisieron que esa noche el saco se resbalara al suelo. Consecuencia: botella rota, saco lleno de cristales y empapado de vino.

Pronto solucionamos el problema riéndonos bastante de lo ocurrido y comenzamos la marcha. Si bien la etapa de hoy no tiene un interés paisajístico ni cultural especial tiene un gran encanto. El final de etapa es Santo Domingo de la Calzada, ciudad que nació del Camino y para el peregrino. Una de las ciudades más místicas de toda la ruta Jacobea. Quizá hasta llegar a Santo Domingo no empecemos a ser verdaderamente peregrinos. Si Navarra fue la niñez, La Rioja es la adolescencia y Santo Domingo la mayoría de edad.

La jornada discurre por viñas al principio y los primeros campos de trigo, presagio de Castilla, al final. El único estímulo inmediato para el ánimo es la cordillera que, desde nuestra izquierda, se va acercando a cada kilómetro. En algún momento el Camino es frontera del magnífico bosque de robledal adehesado que baja de la montaña, pero jamás se beneficia el peregrino de la sombra al caminar.

Pasamos Azofra y Cirueña casi sin detenernos y sin prestar más interés que a sus fuentes. Desde poco después de Cirueña se divisa ya Santo Domingo, pero aún está lejos. Los últimos kilómetros son en línea recta por campos de trigo ya segados, a la una de la tarde y bajo el sol de julio. Pero al fin entramos en el casco urbano, no sin antes atravesar la periferia donde proliferan los almacenes de patatas. En el casco antiguo la Calle de Santiago es el eje principal. En ella están los dos albergues. El primero es el de las monjas del Císter. Tiene un aspecto rural y muy atractivo, pero una pareja de peregrinos nos dice que las camas son de somier de muelles, así que probamos en el siguiente, el de la cofradía del santo. Lo encontramos solo unos metros más adelante. Es también un edificio antiguo con una gran puerta de madera. En frente, en una plaza, vemos a un peregrino de Cádiz con el que Armando había entablado relación en días anteriores. Dice que va a continuar al pueblo siguiente, a unos cinco Kilómetros. Armando piensa que es una buena idea que hagamos lo mismo. Otra vez me desconcierta su actitud. Los últimos kilómetros hasta la ciudad había caminado bastante mal, con dolor en la cadera. Intento convencerle de que nos quedemos argumentando que Santo Domingo es un buen lugar para permanecer al menos una noche. Pero él sigue en sus trece. El fantasma de la separación venía rondándonos desde algunos días atrás y ahora parecía tomar forma. Opto personalmente por quedarme en Santo Domingo. Él decide continuar después de descansar un poco. Entramos y pedimos cama. Las estancias están en el segundo piso. El dormitorio es una buhardilla. Es el primer albergue donde encontramos camas en lugar de literas, todas con su mesita de noche y separadas de cuatro en cuatro por paneles de madera a media altura. A demás es gratis. Mientras tanto empezamos a planificar cómo repartir los bienes comunes de cara a nuestra separación. Trato de quitar transcendencia a la situación diciéndole que en cualquiera de los siguientes día podría alcanzarle. Yo sabía que la idea de continuar iba perdiendo consistencia en su cabeza.

No es tarde y salimos a ver un poco la ciudad. En la catedral, muy cercana al albergue, se celebra una boda y aprovechamos la salida de los asistentes para entrar. Por dentro es mucho mejor que por fuera. Tiene una iluminación muy conseguida, y sin ser una catedral majestuosa si tiene un cierto aire de grandeza a la vez que de sencillez. Sin duda, el altar mayor y el ábside son los elementos de mayor belleza arquitectónica. Al entrar a la izquierda hay una jaula con un gallo y una gallina blancos y con la cresta roja. Están allí conmemorando el milagro que, se dice, obró Santo Domingo.

Resulta que en aquel tiempo pasaba por Santo Domingo una familia, el padre, la madre y el hijo, en peregrinación y fueron hospedados en una posada. La hija del posadero se enamoró del joven, pero él la rechazó. Para vengarse, ella metió entre el equipaje del joven una copa de oro la noche entes de su partida, y denunció que la había robado. Pronto fue prendido y ajusticiado en la horca. Cuando los padres conocieron lo ocurrido fueron corriendo al patíbulo y sorprendidos encontraron a su hijo aún con vida, pues Santo Domingo lo sostenía por los pies para que no se ahogara. Los padres comunicaron lo sucedido al gobernador para que bajase de allí al ahorcado. Entonces el gobernador dijo: "Ese chaval está tan vivo como la gallina y el gallo asados que me estoy comiendo". En ese momento la gallina y el gallo salieron volando del plato. Por eso se dice que en Santo Domingo de la Calzada, cantó la gallina después de asada.

Y cierto es que Domingo fue un santo. Nacido en Viloria de Rioja, pueblo cercano, intento entrar como monje a los monasterios de San Millán de la Cogoya, Suso y Yuso pero en todos le fue denegado el acceso por la saturación que sufrían en aquella época. Entonces Domingo, que era un hombre muy sabio, decidió dedicar su vida a los peregrinos. Levantó un hospital, trazó caminos y construyó puentes. Todo ello para el bien del peregrino. También construyo una iglesia sobre la cual se levanta hoy la actual catedral. De aquel conjunto surgió la ciudad que se ha mantenido hasta nuestros días.

En frente de la jaula del gallo y la gallina, que ya casi había olvidado, se encuentra el mausoleo del santo. En el nivel principal hay una escultura del santo yacente. Debajo se encuentra la cripta donde está la tumba. Aprovechando la situación de la boda tuvimos la oportunidad de entrar en la cripta. Varios obispos, cardenales y algún que otro papa parece ser que han admitido, y sigue vigente, que todo aquel que de once vueltas a la tumba del santo y rece un padrenuestro un avemaría y una salve en cada vuelta obtenga ciertas indulgencias. ¿Promocionando al santo...?

No tardaron en echarnos de la catedral, pues era ya la hora de cerrar. Así que vamos a comer con las de Pucela. Hoy ha sido su última etapa. Quizá marcaran un antes y un después en nuestra peregrinación. A decir verdad serían con quien más amistad entabláramos de todo el Camino. Ellas a su vez habían quedado con Iñaqui y Natalia, el matrimonio de Bilbao. Si en un principio íbamos a ir a comer por un módico precio a las monjitas la cosa se sube de tono y terminamos en un restaurante muy pijo de 1200 pts el menú. Así que Armando y yo nos cortamos un pelo. El restaurante está lleno y mientras se abre hueco deciden ir a tomar un vino. De esta manera salvamos la situación para no dar la nota. Acompañamos el vino de un bocadillo y allí nos despedimos definitivamente.

Al llegar al albergue me pongo a hacer la colada. Armando se hecha en la cama. Al rato yo vuelvo y para entonces ya había desistido definitivamente de su idea de seguir. Sin querer demostrarlo me alegro enormemente de que las cosas volvieran a su quicio.

Sesteados ya, decidimos ponernos en marcha a ver el pueblo. El antiguo hospital que Santo Domingo fundó es hoy un parador de turismo. Solo nos dejan ver una pequeña parte. La torre de la catedral está separada del cuerpo principal y se alza solitaria separada de este por un callejón. Sin pensarlo mucho entramos en ella. Las escaleras son de piedra y van dando vueltas piso tras piso. Todo está bastante descuidado, pero con sabor añejo. El mecanismo del reloj, del siglo XVIII puede verse detrás de una reja. En la azotea se divisa una perfecta panorámica de la ciudad y de la cercana sierra. Hay un montón de campanas aquí arriba. La mayoría parecen en desuso. Otras son las que están conectadas al reloj. Esperamos que den las cinco en punto para escuchar las campanadas. Pero yo que no me podía esperar acerco el badajo de la campana más grande a su pared con extrema suavidad. La fuerza del impacto fue mínima, pero el efecto sonoro pudo ser oído en toda la ciudad. Lo peor es que no había nadie más para echarle la culpa...

Callejeamos un poco y admiramos las murallas, palacios y plazas de esta antigua localidad. Encontramos casualmente a Javi que iba de camino al convento de las monjas a los rezos gregorianos. Nunca antes había escuchado gregoriano de voces femeninas y menos en directo. Realmente mereció la pena. Los cantos no solo eran hermosos, también serenaban e invitaban a la paz y al sosiego. ¡un descanso para el alma! Cansados ya de vagar por ahí volvemos al albergue a realizar tareas que últimamente estábamos descuidando, como cuidar los pies y escribir el cuaderno de bitácora. Junto a la sencilla cocina hay un salón comedor con una robusta mesa de madera. Es este uno de los albergues más acogedores del camino. Los cofrades del santo habían mantenido la misma línea de actitud ante el peregrino desde la fundación de la ciudad. En ningún otro albergue encontraríamos mejor atención ni se respiraría tan buen ambiente.

La cena y la sobremesa fuero realmente familiares. Allí se compartía todo entre todos. Fue en aquel momento cuando conocimos por primera vez a Miguel Angel, "el Místico"; también estaba un matrimonio de valencia que daría mucho que hablar y que protagonizaría muchas de nuestras anécdotas; "el Pesado de Todos los Días", aunque aún no había sido bautizado, y Magu, la que pensábamos era su mujer.

Si bien en la sobremesa se estaba muy a gusto, la conversación se elevó en exceso hasta entrar a discutir de temas como la naturaleza del bien y del mal y cosas aún más profundas. Aquí empezarían a definirse los Valencianos y el Místico. Llegada la situación nos fuimos a la cama.

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Santo Domingo de la Calzada - Villafranca de Montes de Oca

Día 9
25 de julio
34,4 km.

Hoy es el día de Santiago y todos los pueblos a lo largo del Camino lo festejan en mayor o menor medida. Hoy vamos a abandonar La Rioja para introducirnos al fin en Castilla. Cuando salgamos de ese reino ya estaremos muy cerca de Santiago, pero hasta ese momento la tierra que está a punto de recibirnos dará mucho que caminar: los montes de Oca, Burgos, los páramos burgaleses, el románico mas profundo, la inmensidad de la tierra de campos, los montes de León, el Bierzo...

La jornada de hoy se presupone sencilla, pero también monótona por ir siempre cercana a la carretera nacional. No obstante la carretera se construyó aprovechando el trazado del Camino y el asfalto cubre hoy las pisadas de millones de peregrinos. A pesar de caminar siempre muy cerca de la carretera, el peregrino actual prácticamente no tiene necesidad de pisar el asfalto. Los tramos que hasta hace poco transcurrían por el peligroso arcén han sido desdoblados en andaderos de tierra para uso y disfrute del caminante o ciclista. Si bien es nuestro objetivo hacer final de etapa en Belorado, no concluirá allí nuestra jornada, sino en Villafranca de Montes de Oca, pero no adelantemos acontecimientos...

A las siete de la mañana ya estamos en marcha. Sin embargo un descuido hace retrasarnos: me he dejado los Tobblerones en la cocina del albergue. Ya cuando casi habíamos abandonado el casco urbano me doy media vuelta y voy a por ellos. Qué gran sorpresa cuando descubrí que misteriosamente habían desaparecido.! Qué se le va a hacer¡. Al menos la vuelta tonta me sirve para echar un último vistazo a la ciudad. Santo Domingo es uno de esos lugares de los que cuesta marcharse y uno de los puntos del Camino de los que imprimen carácter al peregrino.

La salida de Santo Domingo invita aún más a no marcharse. De pronto te ves abocado a la estepa cerealista y a demás caminando con el ruido de los coches de fondo. Un giro a la izquierda devuelve la visión no muy lejana de la serranía Ibérica y conduce los primeros pasos del día hacia Grañón, última localidad riojana. Aunque aún no he bebido mucho llevo la cantimplora casi vacía por ahorrar peso y necesito encontrar una fuente. Pregunto a un paisano que salía de su casa y con gran amabilidad me pide la cantimplora para llenármela. Además me regaló un bastón cortado y pelado por él mismo. Tiene una buena empuñadura de rama es ligero y flexible, pero lo encuentro un poco corto así que al final lo regalé al peregrino canario con el que veníamos coincidiendo algunas decenas de kilómetros atrás.

Dejamos atrás la villa. Hemos salido con un buen paso. Sin embargo Initt (no se si se escribe así), la chica israelita del grupo internacional que ahora va sola, nos sobrepasa cómodamente. ¡Cómo anda esta tía!. Con este ritmo pronto se produce la entrada en Castilla. Ya hemos dejado atrás dos comunidades y nuestras piernas, y especialmente nuestros pies, ya están curtidos en el arte de caminar. No obstante hemos caminado ya casi doscientos kilómetros.

Redecilla del Camino es el primer pueblo burgalés. Su nombre lo delata. Es una de esas poblaciones de siempre vinculadas a la ruta jacobea. De redecilla se sale pronto sin embargo merece la pena pararse en la fuente junto a la iglesia (no en la que hay al principio del pueblo, que es de agua municipal), aunque el tirón hasta Castildelgado se afronta con facilidad, pues a penas son dos kilómetros de ligera pendiente en descenso. En Castildelgado también hay una buena fuente de nacimiento, junto a la iglesia románica, que alimenta a una balsa con peces de colores. A estas alturas de la mañana es un buen momento para ventilarse unos sobaos. Aunque nuestra velocidad de crucero no es mala estamos parando mucho. Pronto empezará a apretar el calor y aún quedan unos doce kilómetros de campos hasta Belorado.

Nada más salir de Castildelgado se nos plantea la duda de si continuar por la ruta principal, siguiendo en línea recta, o por el contrario desviarnos unos cientos de metros a Viloria de Rioja. Viloria es la población en la que nació Santo Domingo. Allí se conserva la iglesia y la pila donde fue bautizado. Junto a la iglesia hasta hace no mucho se mantenía la casa en la que nació allá en el 1019. Villoria hoy está en seria decadencia y en ella apenas habitan veintidós vecinos. No está demás que los peregrinos caminemos unos minutos más para dar un poco de vida a esta entrañable localidad.

Ciertamente Viloria guarda mucho de la espiritualidad de Santo Domingo. La iglesia no parece gran cosa, pero sobrecoge el saber que es tan antigua y es fácil retroceder mentalmente mil años y pensar cómo sería entonces la vida. Aquí las cosas parecen haber cambiado poco. En frente de la iglesia hay un montón de piedras, tejas y traviesas de madera. Es lo que queda de la casa de Domingo. Aunque es una pena que haya quedado destruida por desidia nos sorprende que haya permanecido en pie tantos siglos. La gente del pueblo habla de esta casa y de aquel su célebre inquilino como si realmente le hubieran conocido, contribuyendo así a la presencia que hay del santo en el ambiente. Una señora nos abre la iglesia y nos cuenta historias sobre ella. Nos muestra la famosa pila bautismal. Ahora es cuando comprendemos especialmente el por qué de esa intensa presencia de Domingo de la Calzada, mucho mayor que en la ciudad que lleva su nombre. Desde que en el siglo XI fuera bautizado aquí Santo Domingo todos los nacidos en el pueblo han recibido allí su bautismo. Así que no es de extrañar que manifiesten un vínculo con tan ilustre antepasado. La iglesia, a parte de la pila, no presenta un contenido artístico demasiado interesante, especialmente porque ha sido objeto de sucesivos expolios por parte de la propia Iglesia y de otras instituciones como museos. Solo gracias a la actuación de algunos vecinos como la señora que ha abierto la puerta los expolios han cesado y se han iniciado acciones de restauración y mantenimiento. Algo especial es la imagen procesional de Santo Domingo que contiene una reliquia suya. Esta imagen lo representa con algunos años menos que lo habitual en otras. La mujer nos cuenta que hace algunos años una muchacha holandesa que peregrinaba a Santiago pasó por aquí. Tenía las piernas tan encarnizadas e incluso le sangraban. La mujer rezó al santo y prometió que si se curaba y conseguía llegar a Santiago volvería a darle las gracias. Así ocurrió, y un par de años después volvió a Vilora a cumplir su promesa.

Nos vamos de Vilora y lo hacemos impregnados de la presencia dominicana. Se puede decir que ha sido otra de esas experiencias que forjan al peregrino. Pero volvemos nuestro oficio: caminar. Hay un tirón hasta Villamayor del Río y ya va haciendo calor. Al llegar allí encontramos una fenomenal fuente con una balsa para meter los pies. Si bien remojarnos es algo que apetece mucho, aún hay que llegar a Belorado y el calor se hace cada vez más insoportable. Tras un tira y afloja Armando decide quedarse y yo decido marchar. Cada vez nos vamos haciendo más conscientes de que cada peregrino debe hacer su propio Camino.

En el trayecto me encuentro a Javi. Vamos charlando sobre la continuidad del camino hasta Finisterre. Parece ser que ya antes de la existencia de Compostela existía un antiguo rito celta por el que también se peregrinaba al final del mundo conocido. Quizá no sea así, pero esto me hace pensar en esa tendencia innata que me está conduciendo hacia ese lugar. Pudiera ser que esa tendencia que yo siento ya la experimentaran personas de otros pueblos y otras culturas mucho antes que yo. Puede que a los peregrinos cristianos no solo les moviera la devoción a Santiago. Desde luego se hace inevitable continuar hasta Finisterre. El problema será el tiempo. Natasha en principio vendrá sobre el diecisiete de agosto. Si quiero ir allí tendré que correr.

Entre estas deliberaciones nos metemos de lleno en Belorado que está justo al pie de la sierra (pero nunca conseguimos entrar en contacto con ella). Como pueblo no está mal, con sus casicas de piedra y sus callejuelas. El albergue está junto a la iglesia. Al llegar nosotros la misa del peregrino estaba finalizando. Es un albergue un poco espartano, pero en cierto modo acogedor. Las habitaciones y literas dejan algo que desear: un poco sucias, húmedas y oscuras. Consigo la última cama que queda y me ducho mientras espero a Armando. Pronto llega. Comentamos con Javi la posibilidad de continuar hasta Villafranca de Montes de Oca. Esta opción alargaría la etapa en doce kilómetros pero permitiría hacer noche en Olmos de Atapuerca, con la posibilidad de echar un vistazo a uno de los yacimientos prehistóricos más importantes del mundo. El pretende salir a las tres de la tarde. Hace mucho calor y finalmente quedamos en partir sobre las cuatro y media.

Entre tanto se hace hora de comer. Es domingo, día de Santiago y las tiendas están cerradas. Nuestra economía sin embargo no aconseja ir a un restaurante. Sólo hay una tienda abierta en el pueblo: la panadería. Allí encontramos pan y unos huevos. Podemos hacer una tortilla pues en el albergue hay una buena cocina. La hospitalera es una mujer muy amable y nos echa una mano. Nos da un buen truco para conseguir antiadherencia en una buena sartén: calentar en ella un poco de sal antes de usarla. El truco funciona.

A las cuatro y media y con bastante sol salimos cortando para Villafranca. Vamos realmente rápido. Nuestras piernas parecen funcionar ya a pleno rendimiento. Además el trayecto se hace llevadero, pues ya no caminamos por trigales y no hay grandes distancias entre los tres pueblos que debemos superar hasta nuestro final de etapa. El primero es Tosantos, y cerca de él hay una ermita excavada en un cortado rocoso. Nos planteamos subir hasta allí, pero desistimos de esa idea y continuamos nuestro camino y en un santiamén llegamos a Villambista, que es un pueblo muy pequeño pero muy antiguo a juzgar por sus casas y su iglesia. En Villambista decido bajar un poco el ritmo. Ahora estoy caminando muy bien, pero empiezo a notar algo cargados los ligamentos de la rodilla y me asusto más que nada por las consecuencias que podría sufrir al día siguiente. Espinosa del Camino ya se ve a un tiro de piedra. Allí espero a Armando que se ha quedado descolgado. Cuando llega continuamos la marcha ya mucho más despacio hasta Villafranca. El camino es casi todo bajada y la única parte mala son los últimos cientos de metros por el arcén de la N-120 pero ya está todo hecho.
Han sido más de treinta y cuatro kilómetros, nuestra etapa más larga hasta el momento.

Sin embargo llegamos con el tiempo un poco justo a Villafranca. El albergue ya está completo pero encontramos sitio en la base de acampada de la Junta de Castilla y León. No será la última base de la que nos sirvamos durante nuestra marcha por esta comunidad. El hospitalero de la base nos advierte sobre el terrible frío que hace por la noche. Más tarde comprobaríamos que es costumbre suya exagerar siempre, ya verás por qué. No quedan muchas horas de sol, así que hay que lavar cuanto antes y aprovecharlas para secar la ropa. Es domingo y a demás día de Santiago así que tratamos de ir a misa. Sin embargo esta fue a la mañana y ya no hay ninguna posibilidad. Por este mismo motivo las tiendas están cerradas. Solo queda abierto un bar. Pero dentro del bar hay un dispensario donde nos abastecemos de comida. No podemos comprar nada para cocinar pues si bien en las bases de acampada hay un camping -gas, no hay utensilios. En el bar y después de mucho tiempo vemos la televisión. El telediario de las nueve es desde Santiago y buena parte de las noticias tienen que ver con la festividad. Contemplando con gran cariño las imágenes de peregrinos en lugares por los que ya hemos pasado tenemos un sentimiento de regocijo y de vínculo con el Camino. La visión de la catedral de Compostela y del propio Santiago son para nosotros un profundo estímulo. Compostela es algo de lo que todo el mundo habla pero que nadie parece conocer. Es un lugar en tierras muy lejanas al que no estamos seguros de si algún día llegaremos.

A la salida del bar nos encontramos con que está lloviendo. No es más que un chaparrón y en ningún momento deja de brillar el sol. Esa noche habría una buena tormenta. La cena se prolonga por la sobremesa con un peregrino - deportista que va haciendo etapas dobles de El País - Aguilar. Hay que acostarse. Ha sido una jornada larga y cansada. Hace frío. Esto no es de extrañar en tierras burgalesas, menos aún si tenemos en cuenta que estamos a unos setecientos u ochocientos metros de altura ya metidos en los montes de Oca. Acostándonos me doy cuenta que mis botas no pueden durar mucho. El interior de la suela se está despegando y se desprenden trozos de goma. Tendré que inventar algo para llegar a Burgos con este calzado. Allí podré encontrar a un zapatero. Pero hasta entonces aún nos quedan dos etapas por tierras bastante despobladas.

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Villafranca de Montes de Oca - Olmos de Atapuerca

Día 10
26 de julio
20,2 km.

Realmente el Camino no pasa por Olmos de Atapuerca. El pueblo queda a un par de kilómetros de la ruta principal. Bueno, para hacer honor a la verdad no hay una sola ruta desde San Juan de Ortega hasta Burgos sino tres. El de Olmos es uno de esos tres. Nuestra variante no es la más corta, pero sí la que nos permite pasar por Atapuerca, donde se encuentran los tan importantes yacimientos prehistóricos.

No madrugamos mucho esa mañana. Hace un día de pleno sol pese a la tormenta de la noche, que a pesar de todo no ha sido mala. Lo primero que hago es buscar un remedio improvisado para mis maltrechas botas. Con un poco de hilo de pita consigo fijar la suela para que no se siga desprendiendo. Ya a punto de salir aparece Miguel Angel, el Místico, y con cara de felicidad nos comenta lo bien que lo hemos debido pasar por la noche con "los relámpagos que nos arropan". El buen hombre no lo decía de cachondeo, es más parece que lo viviera al decirlo.

Nada más salir de Villafranca hay una subida muy empinada de unos veinte minutos. En seguida nos metemos en un bosque de robles bastante espeso. El suelo está cubierto de helechos, yerbas y otras plantas habituadas a lugares húmedos. No pisábamos un bosque desde las etapas del Pirineo y qué lejos quedaban ya. Pronto se suaviza la subida. La mañana está fresca por la lluvia de la noche. Con este ambiente las piernas caminan solas, incluso cuesta arriba.

Hay una fuente a la izquierda de la senda con unas mesas de piedra. Allí encontramos a Gustavo, el argentino. Charlamos un poco con él y continuamos la marcha todos juntos. Personalmente los siguientes kilómetros se me hacen un poco largos por la lentitud del caminar y por las conversaciones historicosociopoliticofilosoficotrascendentales que me lleva esta gente. La zona de bosque espeso no dura mucho. En unos pocos kilómetros la densidad arbórea desciende bruscamente. Tiene pinta de que allí hubiera habido un incendio hace algunos años.

Una gran bajada de suave pendiente nos conduce hasta San Juan de Ortega. Yo pensaba que era un pueblo, pero es un santuario con un par de casa al lado. El lugar es ideal. Está en el fondo de un amplio valle, en plena sierra. San Juan de Ortega fue colaborador de Santo Domingo y ayudó a los peregrinos en el tránsito por estas tierras en otro tiempo muy hostiles por las fieras y los bandidos. Está enterrado en la capilla románica que él ayudo a levantar. Esa capilla fue después ampliada gracias a Isabel la Católica y constituye hoy el monasterio gótico que podemos contemplar. Es una construcción de piedra grisácea que encaja perfectamente en el entorno. Yo creo que si viéramos el paisaje primigenio pensaríamos que le falta algo.

El ambiente del conjunto invita a quedarse. San Juan podría haber sido un buen final de etapa. A demás dicen que en el albergue dan sopas de ajo a los peregrinos para cenar. Nuestra estancia en San Juan se limita a visitar el monasterio. La cripta es muy oscura y sencilla. Nada que ver con la de Santo Domingo: un foso de paredes frías y el sarcófago, en medio en un atrayente y misterioso ambiente. Cada equinoccio ocurre aquí el milagro de la luz: solo el 21 de marzo y el 21 de septiembre un rayo de luz ilumina el relieve de la anunciación tallado en un capitel.

Aunque se está muy a gusto aquí hay que seguir. Al principio no tenemos muy claro por donde seguir, por aquello de los tres itinerarios distintos. Enseguida encontramos una magnífica senda entre robles jóvenes. Se camina muy bien hoy. Está nublado, la temperatura es ideal y el paisaje anima mucho. Pero pronto se nos van los árboles. Entramos en una tierra de páramos que a pesar de tener menos vegetación no es por ello menos atractiva.

Se divisa ya Agés y en menos que lo pensamos nos encontramos de lleno caminando por sus calles. No hay ni una tienda ni nada. Las casas del pueblo parecen muy antiguas, todas de piedra. Se tiene la sensación de estar en un lugar alejado de la mano de Dios. De Agés a Atapuerca es todo asfalto. Pero la carretera es muy estrecha y por aquí no pasa ningún coche. Ya a estas horas quiere uno llegar. En Atapuerca pretendemos comer, ver los yacimientos y continuar hasta Olmos, donde hay un refugio. Pero resulta que los yacimientos están a seis kilómetros del pueblo y no hay nada que ver allí. Los arqueólogos terminaron su trabajo hace unas semanas. A demás el cielo da un aviso y empiezan a caer las primeras gotas. Olmos no está lejos, así que damos el último tirón. Por el camino se desencadena la lluvia y por primera vez hacemos uso del impermeable. No sería la última.

Me adelanto en la llegada al pueblo y busco el albergue. Me encuentro un casón de piedra con la puerta cerrada. Después de aporrearla y dar un par de voces pregunto en la casa de al lado. La vecina me conduce hasta la hacienda del hospitalero, al otro lado del pueblo. El buen hombre, que estaba a punto de echarse la siesta, en un principio le da la llave a su mujer, pero después sale de la casa y me acompaña. Allí me encuentro a Javi y a Armando. El refugio está genial. Son dos plantas. En la baja está la cocina, con una buena chimenea. En las otras dos están las literas. La última es una buhardilla y hay un montón de cuartos de baño. El edificio es antiguo, pero parece haber sido remodelado hace muy poco. El hospitalero alardea de que es el mejor albergue de todo el Camino. También alardea de que el sello es el más bonito de todos.! Cualquiera le contradice¡ El hombre, después de enseñárnoslo todo nos pide, más bien exige, el "donativo" . Quinientas pesetas.

Resulta que no hay ninguna tienda. El único bar está a punto de cerrar porque el día de antes fue la fiesta grande y hoy no están para muchos milagros. En el bar no nos pueden hacer de comer, pero al menos venden alimentos. Pillamos un paquete de espaguetis, un bote de tomate, chorizo, algo de fiambre para la cena, pan y el desayuno del martes. Más que suficiente.

En principio pensamos que seríamos los únicos en pasar allí la noche. Por suerte, y aunque nos hacía felices esta idea, no fue así. Pronto llegó una pareja de San Sebastián: Natalia y Borja. Muy majos los dos. No tardan en llegar el Pesado de Todos los días y su amiga y un poco más tarde otra pareja de Asturias también muy buena gente. Les advertimos de que el bar iba a cerrar. Los asturianos no llegan a tiempo.

Fuera llueve. No parece verano, al menos no el verano al que estamos acostumbrados en Murcia. Aprovechamos la tarde para descansar. Las ultimas etapas han sido bastante cansadas. Nunca había tiempo para pararse a respirar. Si no estabamos andando, entonces estábamos viendo cosas por ahí con una gran avidez turística. Pero ya estaba bien. Olmos no tiene nada que ver, llueve y el escaso bullicio permite el profundo descanso.

Fue una siesta magnífica. Para unos más que para otros: Armando se despertó a las diez y media de la noche. Javi y yo lo hicimos bastante antes. Aproveché para escribir las crónicas de las últimas jornadas y leer un poco la guía a ver que teníamos por delante. En esto llegaron Borja y Natalia y tuve la ocasión de platicar un rato. Si señor, gente muy maja. En seguida llegó el hospitalero con ánimo de cobrar el "donativo". El chico asturiano bajó de la habitación y el hospitalero le dio la cuenta. El problema era que no tenían dinero. Se les acabó unos pueblos atrás y en estos parajes no encontraron ningún cajero. Los pobres juntaron lo poco que tenían, pero no llegaba a las quinientas pesetas por barba que parecían condición imprescindible. La actitud que hubiera cabido esperar del responsable del refugio hubiera sido aceptar lo que buenamente les hubieran podido dar, sin embargo puso cara como diciendo "apáñatelas como puedas, pero suelta la guita". Borja se hizo cargo y pagó al muy pesetero.

Cayó la noche. Comenzamos los movimientos preliminares a la cena. Los asturianos no tenían comida así que todos compartimos lo que teníamos. Fue una cena memorable por el buen ambiente que allí había. Ya en la sobremesa bajó Armando y tomó un bocado. Poco a poco todos nos fuimos a dormir. El que más duró fue el Pesado que repetía una y otra vez que poco antes de llegar a Burgos tomásemos el coche de línea para ahorrarnos unos kilómetros de polígono industrial. Lo que me hace gracia es que el tío no sugería, ordenaba que cogiésemos el autobús.

Durante los últimos días, especialmente a partir de Santo Domingo, parece que el gran grupo que partió de Roncesvalles se ha ido dispersando. Aunque siempre te encuentras nuevos peregrinos hay un grupo que empezamos a sernos familiares. Esto se va convirtiendo en una experiencia mucho más íntima. Hemos pasado de las doscientas y pico plazas del refugio de Pamplona a las escasas veinte de Atapuerca.

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Olmos de Atapuerca - Burgos

Día 11
27 de julio
21,4 km.

La mañana se presenta húmeda. Hace poco que ha dejado de llover y el cielo sigue cubierto. Sólo Magu y El Pesado de Todos los Días salen del refugio después de nosotros.

El pueblo lo abandonamos por un camino empinado que va directo hacia la montaña. Mal comienzo para unas piernas ya bastante vagueteadas y con más de doscientos kilómetros caminados. Para más inri, en lo más empinado de la cuesta oímos como un perro se acerca por detrás ladrando con una actitud más bien poco cariñosa. No hay escapatoria vamos cuesta arriba y cargados con las mochilas. Pero al volvernos los tres, bordón en mano y con cara de recién levantados el agresivo chucho se lo piensa mejor y da media vuelta. ¡Y pensar que antes dudaba de si cargar o no con el palo!

Las nubes pasan al ras de nuestras cabezas. Nada más subir un poco nos metemos de lleno en la niebla. El paisaje es realmente misterioso y mágico. Hay pocos árboles y abundan los arbustos pequeños y hierbas. Lo más alto son los cardos, ya secos, que están todos llenos de telas de araña. Es de lo que más hay: un campo de telarañas humedecidas con gotitas de rocío. Si miramos a nuestro alrededor no hay nada que nos indique que estamos en el año que estamos. Podríamos ser gente de cualquier otra época. Es una sensación que nunca antes había tenido. Parece que el tiempo hubiera desaparecido.

Pero pronto este sueño se rompe al tropezarnos con la verja metálica de una cantera. Bordeando la verja se llega a un campo, que con la lluvia de la noche anterior, está hecho un barrizal. Es un barro pesado y pegajoso que se acumula en nuestras botas y hace cada vez más difícil dar un paso. Pero bueno, tras unos cientos de pasos se alcanza el régimen estacionario y según se pega nuevo barro se va cayendo por su propio peso.

Así entre barrizales nos metemos en las aliviadoras calles de Cardeñuela. Desde aquí hasta Burgos todo es asfalto, que en principio se agradece en un día como hoy. Pero como siempre el asfalto es aburrido y cansado y aunque no estamos lejos del fin de etapa, si que se nos hace bastante largo el recorrido. Javi nos adelanta y nos despedimos de él. Pasará un par de días descansando en casa de unos amigos aquí en Burgos y ya no lo veremos más.

La entrada a Burgos es de las más feas de las grandes ciudades del Camino. Se atraviesa un polígono industrial de varios kilómetros de interminable recta. Parece mentira que en par de horas hayamos pasado de la edad media de Olmos al triste presente.

Cerca de una gasolinera sobrepasamos a la pareja de asturianos. Nos preguntan que si por casualidad teníamos unas sandalias que se habían dejado en el albergue. En ese momento no pudimos ayudarles, pero más adelante seríamos nosotros los que se las devolviéramos. Y después de esto, platicando, platicando llegamos al primer edificio de la ciudad. Pero Burgos es una ciudad que ha crecido a lo largo y aún estamos muy lejos del casco viejo y aún más del albergue, en las afueras del lado opuesto. Así que no resistimos la tentación y tomamos el coche de línea hasta la misma estatua del Cid, en pleno centro. Desde el autobús observamos perplejos a los asturianos: los adelantamos hacía una media hora y ahora estaban por delante de nosotros ¿cómo lo habían hecho?

Mis botas necesitan con urgencia una reparación. Llevan ya más de cincuenta kilómetros con la suela sujeta por hilo de pita, así que lo primero es encontrar a un zapatero. Resulta que allí cerca hay uno ,por el otro lado del río un poco más abajo del edificio de correos. Aquí empieza nuestra intensísima vida social en Burgos.

Resulta que el zapatero, que debe ser evangelista o algo así, se pone a calentarnos los cascos con la inutilidad del Camino por culpa de la naturaleza pecadora (de la pradera supongo yo) del ser humano. Bueno, por lo menos me pega la suela. Al salir de la zapatería una mujer se para a hablar con nosotros. Resulta que es peregrina también. Salió unos días antes que nosotros de Roncesvalles pero no podía continuar. Pero como es de aquí puede descansar todo lo que quiera y después seguir.

Nada más irse esta señora y avanzar unos metros nos llaman la atención dos peones de mudanzas que almorzaban en su camión. Extrañados nos preguntaban que de dónde veníamos cargados con las mochilas, que qué comíamos, dónde dormíamos. No parecían encontrarle un porqué a tanto caminar. Bueno, parece que aquí todo el mundo quiere hablar con nosotros. Pero aún hay más. Siguiendo calle arriba en dirección al río está correos. En la puerta hay una mesa y están recogiendo firmas para la no privatización de esta empresa. Uno de los sindicalistas nos pide nuestro apoyo y aquí comienza otra nueva discusión sobre las deficiencias del servicio postal. Al final le dimos la firma y fuimos corriendo a ver el Papamoscas. Allí a las doce nos vemos a un muñeco que da las campanadas a la vez que abre la boca en cada tirón. Muy típico de Burgos.

Bueno, llevamos más de una hora en la ciudad y todavía no hemos llegado al albergue. Tomamos toda la rivera del río hacia arriba. Me gusta este río. El agua está bastante limpia y los márgenes conservan vegetación de rivera. Hay un paseo a lo largo de su margen derecha. Allí nos encontramos con el último personaje. Es un joven hospitalero encargado de la base de acampada. Nos recomienda que vayamos a la base. En el albergue se junta mucha ente mientras que en la base siempre sobran tiendas. Ni si quiera en mi pueblo se había parado nunca tanta gente ha hablar conmigo en tan poco tiempo. Parece que fuéramos de aquí de toda la vida.

Hay poco tiempo para el descanso. Simplemente dejamos las cosas en la tienda y salimos pitando a buscar un supermercado o algo así. Hay que ver todo lo que se pueda de la ciudad. Deambulando por las calles encontramos la plaza de abastos y muy cerca de allí está la bellísima puerta de Sta. María que da paso al recinto de la catedral. Allí mismo, en frente de la puerta nos ventilamos el bocata.

Ya nos metemos en las dos de la tarde. La catedral la han cerrado, así que habrá que esperarse a después. Al menos calor no hace. Es cierto eso que dicen de que en Burgos hay solo dos estaciones: el invierno y la estación del tren. A estas horas hasta las tiendas de regalos para turistas están cerradas. Rodeamos la catedral por fuera y callejeamos arrastrando los pies. Ya a las cuatro abren la catedral. Merece la pena pasarse la tarde entera aquí dentro. Es la catedral más hermosa que yo he visto jamás. Un guía llama enseguida la atención de cuantos estábamos cerca de él y empieza a contarnos detalles y anécdotas de una de las capillas. Su voz es clara y su forma de hablar hace que sin querer se le preste atención. Es un verdadero artista y nos gana a todos para que le sigamos. Este tío sabe. No nos exige dinero, simplemente nos invita a seguirle y que en medida de nuestra satisfacción luego paguemos o no la módica cantidad de doscientas pesetas. ¿Quién le podría decir que no? Le seguimos y no es algo de lo que me arrepintiera, sino todo lo contrario. Ese hombre parece que hubiera vivido cada una de las historias que contaba. El Cristo de Burgos, la sacristía, el cofre del Cid, la capilla del Condestable, el artesonado, el claustro, la tumba del Cid... una maravilla.

En la visita nos encontramos de nuevo y por última vez con Javi. Al terminar echamos un vistazo al interior de la puerta de Sta. María. Allí hay una exposición sobre el Cid que también cuenta un poco el origen de la ciudad. Merece la pena. La tarde da para poco más. Bueno al menos yendo a pie. A las ocho sale un tren turístico gratuito para los peregrinos que no nos debemos perder, así que buscamos un super para comprar el desayuno y seguidamente salir para la base de acampada. Pero buscando el super nos encontramos con el museo de Burgos. Es gratis para estudiantes, así que no podemos resistirnos. Quedan quince minutos para que cierren, pero solo podemos permitirnos diez si queremos comprar y montar en el tren. Lástima no haberlo encontrado antes: recoge la historia de Burgos desde Atapuerca a la actualidad.

Del museo al campamento vía supermercado vamos a la carrera. Hacer turismo de esta manera y a la vez que se peregrina nos va a matar. Pero el esfuerzo tiene su recompensa y llegamos a tiempo del tren. La cena la tenemos solucionada con una torta de chorizo picante que habíamos comprado. Si bien quita el hambre no la recomiendo. El chorizo no hay quien lo aguante, pica demasiado.

El paseo nos viene que ni pintado. Allí sentados y viendo cosas vamos en la gloria. El monasterio de las huelgas, la puerta de Sta. María, el convento de los cartujos y parada en el antiguo castillo. Aquí hay un mirador magnífico de la ciudad y una de las mejores imágenes de todo el Camino: La catedral, los campos de trigo iluminados por el sol de la tarde en la lejanía y el arco iris sobre un cielo muy oscuro .

El día termina y la escasez de peregrinos en el campamento augura una noche tranquila. Según nos vamos metiendo en el saco damos un repaso a la planificación de la etapa siguiente.
Ya dentro del saco alguien nos llama desde fuera. ¿Quién puede ser a estas horas?. Pues quién iba a ser: el Pesado de Todos los Días y Magu. Resulta que ellos tienen las sandalias de los asturianos se dejaron en Olmos. Así que a partir de entonces nos hicimos cargo de tratar de devolverlas a los dueños.

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Burgos - Arroyo de San Bol

Día 12
28 de julio
24 km.

Amanece nublado en Burgos y la mañana es fresca, lo que la convierte en ideal para caminar. En algunos momentos caen unas gotas. La salida de Burgos es más corta que la entrada y enseguida tomamos contacto con la campiña. En estas condiciones pronto ponemos nuestros pies en Tardajos, donde compramos provisiones. Entonces comienza nuestro transcurrir por los páramos.

Siempre subes y bajas pequeñas lomas sembradas de cereales. A pesar de ser un paisaje de secano no está nada mal. No sé de ningún lugar que se le parezca. A demás el tiempo gris embellece todo. Aquí también se tiene la sensación de que podríamos ser peregrinos de cualquier época. Y los pueblos de estos parajes no desentonan. Hornillos del Camino es otro más de esos pueblos alargados en dirección a poniente de casas blasonadas y calles de piedra. Hay allí un albergue. Aunque es temprano se me ocurre preguntar por los asturianos. Quizá hayan pasado por allí a sellar o algo de eso. Pero allí no saben nada. Un poco más adelante, en el único bar nos encontramos con Natalia y Borja. Los asturianos están dentro comiendo y al fin les devuelvo sus sandalias, acto que agradecen de corazón.

Fuera, en una mesa están los donostiarras. Borja me invita a una cerveza. La única del Camino, que yo recuerde. A esas horas entra fenomenalmente. ¡Cada vez me cae mejor esta pareja!

Pero no debemos demorar la marcha. Las nubes parecen debilitarse y el sol en estas tierras es amenazador. Así que nos ponemos en marcha y dejamos atrás Hornillos caminando como siempre hacia el oeste. En seguida, el páramo. Como sospechábamos el sol aparece y se deja entrever a través de las nubes. El efecto, junto con la humedad, hace que las subidas sean especialmente acaloradas. No queda mucho hasta San Bol y una vez en lo alto de la meseta, el resto del trayecto es descendente. En lo alto, hay un hito, que si nadie a perturbado, ahí seguirá.
En un par de botas viejas se cuenta la historia del peregrino que las llevó y que llegó con ellas a Santiago. Si alguna vez volviera, me gustaría comprobar si continúan allí.

Y pocos pasos después del alto, comienza la bajada a San Bol. No es difícil observar entre los trigales ya segados el correteo de mamá perdiz seguida de cerca por sus polluelos. Entre el amarillo dorado de los trigos resalta al fin la mancha verde de unos chopos. Hay un cruce de caminos y una señal que indica la presencia del albergue. No es nuestra intención quedarnos allí, pero ya va siendo hora de comer, es la única sombra de aquellos parajes y a demás hay un manantial de agua fresquísima. El refugio es pequeño (solo tiene capacidad para diez personas) y no tiene agua ni luz. El exterior nos parece un poco misterioso e incluso da mala espina. Todo está muy quieto y no se ve a nadie por allí. En los muros de fuera hay pinturas macabras y piedras pintadas con rostros monstruosos. De nuevo otra referencia al juego de la oca. En este caso la casilla de la muerte está en Santiago y tres casillas después, el final del juego. Curioso ¿no?

Pero ya hay hambre y cansancio. Así que empezamos a dar cuenta de las viandas a la sombra de los chopos. En tanto, empieza a verse gente por allí con lo que se va el mal rollo inicial. Están los asturianos; Gustavo, el argentino; Luigi, el italiano y luego aparecen Natalia y Borja, pero ellos no se van a quedar. Con la nueva situación nos planteamos pasar allí esa noche.

San Bol no es más que el pequeño albergue , la chopera y el manantial. Dice la leyenda que quien lavase sus pies en el agua fría del manantial, no tendría ya ningún problema el andar: ni ampollas, ni rozaduras, ni cualquier otro tipo de molestia semejante. Debo decir que el "milagroso" remedio dio resultado casi total.

Por fin pasamos las cosas al interior del albergue y nos presentamos. El refugio es regentado y mantenido por un extraño gallego ayudado de un alemán todavía más raro. El gallego es un judío converso. Solo gallego de nacimiento, pero no de descendencia, fue piloto y estaba casado hasta que dejó a su mujer e hijo para hacerse monje del Císter. Después abandonó la orden y empezó a hacer el Camino sistemáticamente durante varios años hasta que por fin se instaló aquí y se ha liado con una húngara. El alemán no era menos curioso. Era heredero de varias viviendas en el centro de Berlín Este que con la caída del muro se habían revalorizado. Con las rentas proporcionadas del alquiler de los pisos el tipo vivía sin dar un palo al agua. En verano permanecía en el albergue sin gastarse ni un chavo y en invierno viajaba por el resto del mundo gastando todo lo ahorrado en el verano.

Y en medio de este panorama aparecimos nosotros. No se, había algo en el ambiente que no me gustaba. Ese tío (el gallego o lo que fuera) me daba mala espina. No paraba de hablar y de contar cosas de él, pero con un cierto toque vacilón. En la cena estábamos a la mesa Luigi, Gustavo, el alemán y yo. A mí me picaba la curiosidad por saber de qué vivía aquel hombre, todo el año allí, en el albergue. Así que saqué el tema. Y se me puso chulo. Que si él no necesita mucho para vivir, que si somos los demás los que tenemos necesidades superfluas, que el es muy "güays" porque les da las cosas gratis a los peregrinos...ya! y un mojón. El albergue cuesta 500 pts (sin ningún tipo de gasto, porque no tiene agua corriente ni luz) y la cena 700. En fin, mal rollo. Y en esto el argentino y el italiano se ponen a hablar con él de los frailes monjes y otras cosas de curas, con lo que ya me quedo totalmente fuera de juego. !Pos tira¡

Menos mal que la tarde fue agradable con los asturianos. Él toca la flauta travesera y ella lleva un "tin whisttle" como el que yo traje de Irlanda. Me enseñaron algunas canciones, de la que solo conservo la de Luar Na Lubre.

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Arroyo de San Bol - Boadilla del Camino

Día 13
29 de julio
33,6 km.

Dejar atrás San Bol me produce una cierta sensación de relajación. Aquella noche dormí algo tenso.

Pero pronto recorremos los 5 kilómetros que separan el arroyo de Hontanas. Al atravesar el pueblo me doy cuenta de que hubiera sido preferible hacer noche en este lugar acogedor. Hontanas es pequeño y se pasa rápido. Es una mañana soleada, pero a pesar de ello no hace calor y se camina muy bien. Esta situación sería imposible allí en Murcia en estas fechas.

Según avanzamos hacia Castrojeriz, vamos descendiendo muy poco a poco. En un momento dado la rodilla empieza a molestarme y me asusto. Soy consciente de que mi rodilla no está perfecta, y a pesar de que el médico me dijo que todo esta bien siempre queda la duda. ¿Y si la molestia va a más y tengo que abandonar? Gracias a Dios, no sería así.

La senda por la que caminábamos se acaba y por continuamos nuestro camino por una estrecha carretera sin ningún tránsito motorizado. Y en esto es cuando encontramos una de esas cosas que hacen que el Camino sea algo más que un sendero de gran recorrido: el Arco de San Antón (siglo XIII), perteneciente al convento del mismo nombre. Los Antonianos eran una orden que practicaba la caridad con los enfermos del fuego de San Antón, una enfermedad parecida a la lepra y motivada por el cornezuelo del centeno. Los peregrinos que por aquí pasaban podían dormir bajo el arco y los monjes dejaban allí comida para ellos. Los Antonianos desaparecieron por presión de la Iglesia, ya que practicaban la amputación, considerada herejía en aquel tiempo. A demás según dejaba de consumirse el centeno el número de enfermos disminuía.

Al fin aparece Castrojeriz. Es una de esas ciudades, hoy pueblo, que fueron importantes en la Edad Media cuando el Camino estaba en su máximo esplendor. En Castrojeriz llegaron haber siete iglesias, cinco hospitales y un castillo. Hoy solo quedan tres iglesias y las ruinas del castillo. Como vamos bien de tiempo, y la situación lo merece, entramos a visitar la iglesia de San Juan. Allí hay una chica que nos da un tiquet. Primero echamos un vistazo rápido, pero luego Armando le pregunta algo a la chica. Se llama Eva. Es muy maja: morena, muy guapa y simpática. Estudia arquitectura en Burgos, pero es de este pueblo. Nos lo explica todo y mucho más sobre la iglesia. También es ella la que nos cuenta todo lo aquí relato sobre San Antón y sobre Castrojeriz.

En la iglesia hay algo que me llama especialmente la atención. El rosetón es un pentáculo invertido. Resulta que sobre la actual iglesia existía un enclave templario del que se conserva muy bien la torre del campanario, de aspecto defensivo. El pentáculo es la estrella de Salomón, símbolo que fue asumido por los templarios. Cuando estos desaparecieron y se remodeló la iglesia la estrella fue colocada en esa posición sin saber porqué.

Después de un buen rato embelesados escuchando a Eva nos despedimos de ella. Al salir de aquella iglesia y emprender el camino no podíamos evitar hablar de ella. Armando quedó bastante prendado y serían muchas las ocasiones en que la sacara a relucir en alguna de nuestras largas y solitarias conversaciones por los senderos de Santiago.

Nada más salir de Castrojeriz hay una fuerte subida a una colina. A pesar de la rampa, disfrutamos de la ascensión por ser la última en mucho tiempo. Detrás de ella empieza la Tierra de Campos: una interminable llanura de estepa cerealista que no termina hasta que se llega a León. FOTO. Desde lo alto de la montaña contemplamos el paisaje desolador. Es como si fuéramos marineros que van a partir en un mar de tierra. El Camino a partir de aquí se hace rectilíneo, inhóspito, sin sombra, sin un punto de referencia que delate el avance, solitario ; pero también se hace aquí el Camino más interior que nunca, místico, un reto a superar y una situación óptima para hacer retiro, meditación y oración.

Y sin pensarlo más nos "hacemos a la mar". Ahora si que hace calor. Pero eso sí, nunca un calor comparable al sol murciano. No hay ni una sombra aquí, ni un solo árbol. Pero ya cerca de la provincia de Palencia encontramos una fuente, la del Piojo. Allí han plantado unos árboles que aún no dan mucha sombra y hay unos bancos y unas mesas de piedra. Terminamos al fin con la morcilla y el queso. En esto, llega por allí un hombre mayor que bebe agua y nos cuenta lo buena que está. Pronto llegan los dos vegetarianos extraños de Alicante. Estos si que van a su bola.
Los tres empiezan entonces a hablar de metafísicas trascendentales y similares rollos. En esto, el viejo, que estaba hablando del sacerdote del pueblo exclama: "¡pues a ese cura que le den por culo!". Al oír esto, los vegetarianos se escandalizan. Sin decir nada la mujer coge sus cosas y se larga. Entre tanto el calvo barbudo vegetariano le da la vara al viejo explicando que eso no se puede decir , "porque el culo es para cagar" y otra serie de capulladas. Mientras tanto, el abuelo, que dijo aquello sin ánimo de ofensa ni intención pide perdón muy arrepentido de que se hayan enfadado tanto por algo tan simple. En fin, qué vamos hacer con esta gente tan rara...

Tras un corto descanso reemprendemos la caminata muy suavemente. Justo antes de abandonar la provincia de Burgos, está el refugio de Puente - Fitero. Es una antigua ermita. Lo regentan unos italianos de la orden de Malta. Es gratuito, incluida la comida y se respira un buen ambiente. Pero debemos continuar. A tan solo unos metros cruzamos el Pisuerga, caudaloso pero sucio, y entramos en la cuarta provincia del Camino: Palencia. En Itero de la Vega llamo a Natasha. No está. Lo único que entiendo al hablar con su madre es "Natasha no, Natasha no". No tengo muy claro que vaya a venir al final. Si bien me hace ilusión su visita, cierto es que limita bastante mi camino hacia Finisterre. Pero la verdad es que animaría mucho las últimas semanas del verano.

Nuestro final de etapa es Boadilla del Camino. Hasta allí hay ocho larguísimos kilómetros de sol y trigos. Los últimos kilómetros se hacen realmente interminables. Se ve la torre de la iglesia, pero nunca, nunca se alcanza. A demás una pegajosa nube de mosquitos ronda nuestra cabeza, metiéndose en nuestra boca, nariz y ojos. Ya es algo tarde y el sol se acuesta sobre el horizonte marcando el lugar donde yace el apóstol.

Al fin llegamos a Boadilla. A la entrada hay una fuente que funciona accionando una rueda. El agua es muy fresca. El pueblo es pequeño. En la plaza, detrás de la iglesia hay un rollo gótico, curioso poste de piedra tallada donde encadenaban a los reos antes de ajusticiarlos.

El albergue es nuevo, aunque no tiene cocina. Allí están Borja y Natalia. Sería la ultima vez que los viéramos, pues se marchaban en Frómista. En la tienda - bar del pueblo nos aprovisionamos y cenamos un plato de lomo con patatas que devoramos más bien que degustamos. Nunca había comido con tanta ansia. El marido de la mujer que regenta el bar es un poco lento de reflejos. Nos mete a comer a un patio interior muy fresco y nos dice: "a esto aquí lo llamamos el patio". Pues muy bien, pues como en todas partes ¿no?. Nos hicimos unas risas durante la cena con esta anécdota. También nos reímos con el agua que nos sirvió para beber, completamente turbia pero potable. Nunca había bebido un agua así.

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Boadilla del Camino - Carrión de los Condes

Día 14
30 de julio
25,2 km.

Comenzamos temprano esta etapa. A las 7:30 el sol aún no ha terminado de salir. Nosotros sí. Hoy será un día caluroso y una jornada nada agradable, caminando casi todo el tiempo junto a la carretera.

Nuestros primeros pasos hasta Frómista discurren junto al Canal de Castilla. Esta obra hidráulica del siglo XVIII pretendía unir las capitales castellanas con el puerto de Santander para así transportar el grano en barcazas tiradas por mulas. La obra nunca llegó a su fin, principalmente por la aparición del ferrocarril. Aún así existen 207 kilómetros de canales que hoy se usan para el riego. Al llegar a Frómista hay una cuádruple esclusa por la que cruza el Camino. Allí nos encontramos a Gustavo, que viene de Puente - Fitero. Caminaremos los tres juntos el resto del día.

En Frómista únicamente paro para sacar dinero. El sol empieza a apretar e interesa completar los veinte kilómetros que nos separan de Carrión lo más pronto posible. Y nada más abandonar la carretera nos encaminamos por el andadero de peregrinos que discurre junto a la carretera. Al menos no tenemos que ir por asfalto.

En la Población de Campos tomamos un desvío por camino hasta Villarmentero de Campos. A la salida de ese pueblo existe un área recreativa ideal para el descanso del peregrino con una gran sombra. Se nos hace inevitable parar. Pero pronto hay que seguir.

Atravesamos entre campos interminables de cereal lo más deprisa posible hasta Villalcázar de Sirga. En principio nos interesa pasar lo más rápidamente posible por esta localidad para no llegar muy tarde a Carrión, pero la imponente iglesia de Santa María la Blanca nos obliga a hacer un alto. Este es otro de esos lugares místicos del camino. Según las Cantigas de Alfonso X, los peregrinos que volvían enfermos de Santiago, sanaban al rezar a esta Virgen. Nosotros, a parte de admirar el esplendor artístico del conjunto, también aprovechamos la parada para hacer oración y soñar con Compostela.
Al salir de Villalcázar nuestros pies se mueven ya automáticamente hacia Carrión. Aprieta mucho el calor.

Finalmente, Carrión. Nada más entrar hay una hospedería de muy buen aspecto pero muy cara y con demasiados lujos para peregrinos ascetas y ya curtidos como nosotros. Más adelante hay un albergue, pero está completo. Así que decidimos continuar hacia la base de acampada, ya saliendo del pueblo. En el camino hacia allí atravesamos el caudaloso y limpio río Carrión por un imponente puente de piedra. Al llegar a la base de acampada y para sorpresa nuestra nos encontramos con el mismo hospitalero que nos atendió en la base de Villafranca de Montesdeoca, aquel que exageraba tanto. Esta vez lo hace al referirse al calor y dureza que encontraríamos en la etapa siguiente y a la lluvia que caería por la noche.

Tras la ducha compruebo que tengo una nueva ampolla. Esta vez en el talón y de muy mal aspecto. En ese lugar una ampolla es muy peligrosa. Así que me la pincho y luego voy a busco una iglesia para pedir por su curación. Sería infalible. Ninguna ampolla se me había curado antes tan bien.

Ya por la tarde y después de una leve siesta, damos una vuelta por Carrión. Es un pueblo ciertamente interesante. Lo mejor quizá sea el monasterio de San Zoilo, con el claustro más hermoso de todo el Camino francés. En el paseo nos encontramos a Gustavo de nuevo y nos cuenta otra de "las aventuras" de la pareja de colgaos vegetarianos porculeros ( no es que yo tenga nada en contra de los vegetarianos en general ). Todo ocurrió en el albergue de Puente Fitero, el de los italianos. Resulta que llegan los dos y el hombre se pone allí a hacer movimientos extraños tipo karateka. A todo esto aquel señor alemán de sesenta y pico años estaba allí con sus pies a remojo como era de costumbre. Entonces el barbas le explica que esos movimientos extraños son Tai-chi. El alemán no lo pilla. Entonces el barbas le explica : "Pues sí, el Tai-chí es una disciplina oriental que..." Y el alemán le corta "¿Oriental? ¡no! ¡no me interesa nada oriental!" Acto seguido el barbas deja de moverse y le dice a su mujer, o lo que fuera: "!Vámonos de aquí, esta gente está muy manipulada!". Y cogiendo sus trastos se largaron. Impredecible comportamiento ¿no?

De vuelta a la base de acampada llamo a Natasha. Me propone venir el 22 o 23 de agosto. Eso no interrumpiría mis planes de peregrino. Natasha es una de las mejores personas que he conocido. A demás ahora es un buen momento para que venga. Mi relación con Ana, afortunadamente, terminó. Con esto no quiero decir que Natasha me guste, ni que esté buscando nada con ella. Lo que pasa es que si su visita se produjera estando yo con Ana, o con quien quiera que fuere, cabría esperar un cierto malestar por parte de esta. Natasha es una persona a la que valoro mucho, pero nada más. Y a ella conmigo le ocurre exactamente igual.

Al atardecer cambia el tiempo y se pone a llover por la noche. Esto va a beneficiarnos muchísimo al día siguiente. Será la etapa más larga hasta el momento, con unos cuarenta kilómetros de recorrido, los 17,2 primeros en absoluta soledad, sin sombra y sin fuentes, en recorrido rectilíneo por la Vía Laietana.

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Carrión de los Condes - Sahagún

Día 15
31 de julio
39,5 km.

En una etapa como la que nos espera hoy se hace necesario madrugar. Sin embargo nuestra salida se ve retrasada por un chaparrón veraniego que pronto cesa. Mientras esperamos a que escampe en la tienda comedor charlamos con "el Místico". Esta vez nos adoctrina en el conocimiento de las líneas magnéticas que tiene la Tierra, como por ejemplo el Camino de Santiago o la Ruta del Inca, en Perú, la que sube al Machu Pichu. También nos cuenta que resulta que el Camino es una serpiente y el movimiento de sus escamas nos hace caminar. " Porque la Tierra es un ser consciente, y nos escucha"- nos contaba. Pero la bomba fue cuando decía : " ... los chacras son puntos de energía del cuerpo humano, bueno, y seguro que habéis oído hablar del tercer ojo". En ese momento Armando y yo nos miramos y a duras penas conteníamos la risa. Desde luego, el ojo en el que pensamos no era al que él se refería.

Para de llover y emprendemos la marcha. Los primeros cinco kilómetros se caminan sobre el asfalto de una estrecha y poco transitada carretera. El ambiente es fresco y hay vegetación que anima bastante. Todo es así hasta llegar a la abadía de Benivívere de la que queda muy poco, pero está rodeada de arboleda. A partir de este punto se toma la rectilínea vía Laietana: doce kilómetros de la antigua calzada romana que conducía a Legio (León) y que más tarde sería usada en la Edad Media por millones de peregrinos en su caminar hacia la tumba del Santo. Así que nuestros pasos siguen a los que antes que ellos dieron peregrinos y soldados romanos durante los veinte siglos anteriores. Casi nada.

En este punto nos encontramos con uno de esos peregrinos que hacen que del Camino algo más. Se trata de un minusválido que viaja en un triciclo que funciona con unos pedales manuales. El artilugio está muy bien, con sus ruedas de montaña, cambios, lugar para la mochila... Pronto nos deja atrás, pero volveríamos a encontrarle.

El tiempo nuboso acompaña y lo que iba a ser una etapa interminable se hace muy llevadera. Calzadilla de la Cueza marca el final de la recta. A la salida hay un área de descanso con asientos y mesas de piedra. También hay una fuente y árboles que dan una buena sombra. Pero el descanso no se puede dilatar más de unos minutos. Todavía quedan más de veintidós kilómetros hasta el final de etapa.

Al poco de abandonar Calzadilla, el camino se encauza entre un bosquete de encinas. Pero es un camino ancho así que todo el sol da de lleno. Pronto se llega de nuevo a los eternos campos de cereal, en esta zona ya segados. La etapa empieza a hacerse excesivamente larga.

Lédigos se nos presenta bastante inhóspito. Las casas son de adobe, perfectamente mimetizadas con el entorno terregoso y polvoriento. Armando lleva un ritmo lentino que a mí me agota. Así que de Lédigos a Terradillos de los Templarios sigo a mi ritmo y me adelanto, aprovechando así para comprar algo de comer. Llegando a Terradillos me da la bienvenida aquel peregrino del triciclo. Todo un ejemplo de voluntad.

Mientras llega Armando consigo algo de pan, jamón y fruta, nada baratos, por cierto. A la salida del refugio de peregrinos hay una buena sombra con hierba debajo. Allí comemos y sesteamos esperando a que baje un poco el sol. Todavía quedan trece interminables kilómetros hasta que Sahagún.

La siesta es interrumpida por un perrazo al que seguro le habíamos quitado el sitio. Pero él no se corta en tomar lo que considera suyo. Primero se acuesta en mi esterilla. Después marca su territorio orinando en el tronco del árbol bajo el que descansábamos y casi moja a Armando.

Nuestra salida no se puede demorar más y sobre las cinco y media reemprendemos la ruta. Quizá fueran estos unos de los kilómetros más aburridos de todo nuestro Camino. Únicamente las rapaces que nos sobrevuelan y sus picados a la caza de los roedores que pueblan la estepa castellana hacen más ameno el cansino suceder de nuestros pasos. Ni si quiera hay nada que nos indique el paso a la provincia de León, la última y más larga antes de entrar en Galicia.

Por fin, cerca de las ocho de la tarde, Sahagun. No hay tiempo, ni ganas, ni fuerzas para curiosear por esta ciudad. Tenemos las horas justas para asearnos, comprar y hacer la cena ( pasta, creo recordar) y acostarnos cuanto antes ya que a la mañana siguiente tendríamos que afrontar otra inhóspita y desesperante etapa al sol de los campos.
Después de todo el día bajo el sol me doy cuenta de que tengo los ojos quemados. Al acostarme me escuecen un poco.

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Sahagún - Reliegos

Día 16
1 de Agosto
30,7 km.

A las siete y media de la mañana comenzaría una de las etapas en que peor lo pasaría de todo el Camino. La larguísima etapa del día anterior nos había dejado tocados y esta no era mucho mejor.

Armando camina muy despacio y ese ritmo a mí me mata, así que decido seguir al mío y ya nos veríamos. Nunca antes nos habíamos separado durante tanto tiempo. Cada vez somos más independientes el uno del otro.

Según sube el sol me pican los ojos. Debo protegermelos y no tengo con qué. Así que no me queda más remedio que ir con ellos entrecerrados. Mi objetivo personal es el de llegar a Reliegos lo antes posible. Camino a buen ritmo y paso por Bercianos sin hacer el más mínimo gesto de parada. En el Burgo de Ranero decido esperar a Armando a ver cómo le va. Pero el Peregrino del Triciclo me avisa de que viene muy atrás, así que la mejor opción es continuar.

Desde el Burgo de Ranero a Reliegos el paisaje es desolador. Todo horizonte es campo. Hay una hilera de árboles siguiendo el andadero, pero todos plantados a la derecha, por lo que su escasa sombra no sirve para nada.

Los pies y los tendones de las piernas me duelen. Son ya muchos los kilómetros desde Roncesvalles. A demás, lo de los ojos. El Camino más que nunca se convierte en penitencia. En la soledad de estos parajes aprovecho para hacer un examen interior. Meditar sobre lo que a bien en mi vida y sobre lo que debo cambiar.

En la lejanía distingo a Luigi, el italiano, caminando por delante de mí. Al llegar a su altura, en una arboleda hacemos juntos un descanso. Allí está también Gustavo e Iñaki, el bilbaíno que empezó el Camino con su mujer y ahora va solo hasta encontrarse con ella en Astorga.

En la arboleda descansamos unos minutos que saben a poco. Hay que seguir. Creo que estoy tocando fondo. Los pies me duelen muchísimo. Es un dolor que parte del hueso hacia la piel de la planta. Veremos a ver al día siguiente...

Los últimos kilómetros voy con Gustavo. Lleva un buen ritmo y me cuesta seguirle, pero es una buena motivación para continuar hasta el final y poder descansar al fin.
Reliegos aparece de improviso. Se encuentra en el fondo de una hondonada y hasta que no estas en su calle de entrada no te das cuenta de que estás llegando a él. Por fin. Ya se terminó. Ahora solo me pregunto que será de Armando. Yo he sufrido bastante y me preocupa como pueda estar él.

Eran ya las tres de la tarde pasadas, nosotros ya habíamos comido, cuando apareció. Estaba igual de echo polvo que yo. Así que la siesta de esa tarde fue obligadísima.

Ese día era domingo. Entonces ocurrió algo que realmente me sorprendió. La misa en Reliegos había sido por la mañana. Sin embargo, en Mansilla de las Mulas, seis kilómetros más adelante, si que había una misa por la tarde. Luigi intentó buscar a alguien del pueblo que fuera a misa en coche para ir con él. Pero nadie en el pueblo parecía estar interesado. Así que recogió sus cosas y siguió caminando hasta Mansilla y todo después del palizón de la mañana. Eso sí que fue una lección de religiosidad y devoción.

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Reliegos - León

Día 17
2 de Agosto
24,3 km.

El dos de agosto es mi santo. A demás hoy es el día en que me debo encontrar con Juan Enrique, Ana y Gonzalo. León es la última gran urbe antes de llegar a Santiago. Muy atrás quedaron ya Pamplona (la infancia), Logroño (la adolescencia) y Burgos (la juventud). Podríamos comparar esta nueva etapa con la madurez.

Esa mañana salí solo del refugio muy temprano, a las seis y veinte de la mañana. Dado el estado de mis ojos debía evitar al máximo las horas de sol. Al final resultó ser un día bastante nuboso. Me vería más tarde con Armando en la catedral de León.

En el trayecto hasta Mansilla camino junto a un gallego muy amable. Me habla de su tierra, a la que tanto ansío llegar. Así que se hace bastante ameno el paso. En Mansilla encuentro a Gustavo cruzando el río Esla y sigo con él por un tramo de carretera hasta Puente de Villarente donde me deja atrás. Entonces continúo unos kilómetros caminando con un hombre francés. Era empresario y ganaba mucho dinero. Lo vendió todo y ahora vivía de las rentas. Desde luego que ahora su condición económica será mucho peor, pero desde luego su vida se ha enriquecido enormemente.

Finalmente dejo atrás al francés y sigo sólo hasta poco antes de León, donde encuentro de nuevo a Gustavo. Hacemos la entrada en la ciudad juntos, pero en seguida nos desviamos. Él va a alojarse con las monjas y yo en la base de acampada, donde había quedado con mis compañeros de clase.

La entrada a León es bastante mala. Todo por carretera nacional. Nada acogedor. Sería un mal presagio de lo que sería el Camino de aquí en adelante. Al llegar a la base de acampada comprendí que esto ya no sería igual. Era la base de acampada más sucia de cuantas había visitado. A demás estaba llena de gente muy poco respetuosa que hablaba en voz muy alta y diciendo tacos. Nada que ver con el ambiente amistoso y familiar de las anteriores.

Una vez acomodado me voy a ver León. Tras callejear un poco se hace la hora en que había quedado con mi compañero. Pero, después de casi una hora esperando, no aparece, así que me voy a comer porque son ya más de las dos y media de la tarde. Una de las mejores y más económicas comidas de todo mi peregrinaje, sin duda. Así que después vuelvo a la catedral y entonces sí que encuentro a Armando, en ayunas, y lo llevo al mismo restaurante.

Tras la comida no hay tiempo para la siesta. León espera. Primero es la Catedral con sus impresionantes vidrieras, luego el palacio de Gaudí, la Casa de los Guzmanes, la colegiata de San Isidoro... En nuestro periplo particular nos encontramos a un grupo de peregrinos que van con un guía gratuito así que les seguimos y volvemos a la casa de los Guzmanes, esta vez para entrar en su interior. Pero pronto nos sepamos del grupo para encargarnos de nuestras cosas. Hay que comprar comida y luego hay que ir a misa. Aunque sea lunes el domingo no fuimos y Luigi nos dio una buena lección.

El día lo terminamos reventados. Estos no llegan. Armando se acuesta. Yo voy por el camino, pero retardo un poco las tareas para darles tiempo. Al final sobre las diez de la noche aparecen los tres. Me alegro mucho de verlos. Les sorprende bastante la barba que llevo. Y la pinta de peregrino salvaje.

Aunque me alegrara de verles, las cosas desde este momento no serían igual. A demás de que ahora el Camino va hasta los topes de gente la convivencia en grupo será muy distinta a la que llevábamos Armando y yo.

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León - Villar de Mazarife

Día 18
3 de Agosto
21,4 km.

Si bien la llegada a León marca el fin de los campos de cereales, la etapa de hoy marca el principio del fin de la llanura.

A las ocho de la mañana comenzamos a caminar los cinco. Abandonando la ciudad pasamos junto al Hospital de San Marcos, foto hoy parador nacional en el que tuve la suerte de alojarme hace ya algunos años con mis padres.

La salida de León es aún más fea que la entrada. Se atraviesan varios pueblos contiguos pegados a la carretera. Es como caminar por la carretera de Murcia a Alcantarilla. Al fin se deja la carretera para salir al páramo. No hay cultivos de ningún tipo y si algunos robles pequeños y dispersos.

El caminar se hace muy llevadero por ir todo el grupo junto platicando y de cachondeo. A demás la etapa es corta y antes de la una estamos en Villar, pueblo sin ningún interés especial. La única atracción turística es Monseñor, un curioso artista románico que tiene un museo propio y vende artesanía a los peregrinos.

El albergue no es más que una casa vieja y con el suelo lleno de colchones sucios en los que debemos dormir. Pero no hay nada mejor. El peregrino no exige, solo agradece. Y el que no entienda esto mejor que no se le ocurra nunca recorrer la ruta Jacobea. Por lo menos tiene cocina y agua caliente. Lo malo es que nos toca dormir en un porche.

La verdad es que desde que han llegado estos siempre hay cachondeo y los ratos ociosos son mucho más divertidos. Lo malo será cuando lleguen los problemas, que llegarán.

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Villar de Mazarife - Astorga

Día 19
4 de Agosto
30,5 km.

Por la noche ha estado lloviendo. Nos levantamos a las seis de la mañana pero retrasamos la salida esperando una tregua de la lluvia. Pronto llega esta e iniciamos la marcha, pero enseguida tenemos que hacer uso de los chubasqueros y las capas de agua. Aquí comprendí que fue un error no traer una capa de agua. Una capa de agua no solo te cubre a ti y a la mochila, sino que también permite una mejor transpiración evitando que te mojes con tu propio sudor.
Pero es una lluvia suave y muy agradable. El ambiente da la sensación de que estamos en otro tiempo y en otro lugar. El paisaje ha cambiado mucho en las últimas etapas. Ahora estamos en terrenos de regadío en los que crecen pastos y maíz. Hay muchos canales de agua abundante y limpia. Los chopos crecen potentes junto a ellos.

Caminando, caminando nos hemos quedado solos Gonzalo, Ana y yo. Y juntos llegamos a Puente Órbigo. El más largo y majestuoso de toda la ruta, sin menospreciar el Puente de la Reina, claro está. En este puente un caballero medieval, muy chulo él, retaba al que pretendía cruzarlo para salvar su honor ultrajado.

Sigue lloviendo, así que optamos por la variante que discurre por un andadero junto a la carretera que estará menos embarrada. No hay ni rastro de Juanen ni Armando. Al poco sale el sol. Queda un día genial, con mucha visibilidad. Empieza a aparecer algo de bosque frondoso y al fin se divisan en el horizonte los montes de León, fin de ciento sesenta kilómetros de pura llanura y presagio de la ya no tan lejana Galicia, la tierra del Santo.

Desde Hospital de Órbigo el Camino se bifurca. Antes de San Justo de la vega hay una panorámica genial de Astorga. Allí se unen de nuevo las dos variantes en una sola. Parece que ya hemos llegado pero no hay que dar la batalla por ganada. Aún quedan casi cinco kilómetros que se hacen bastante largos.

Ya no hay lugar para el cachondeo. Gonzalo se derrumba y anda muy despacio, a Ana también le cuesta. A mi me resulta cada vez más difícil mantener ese ritmo cansino y me afecta más de lo normal el cansancio. Pero debemos llegar todos juntos al refugio.

Todos los albergues de Astorga están completos. Así que vamos a la base de acampada de la junta. Está abarrotada, pero encontramos sitio. Armando y Juanen vienen lejos y no tendrán sitio aquí pero los acogerán en un pabellón de deportes cercano. Los que estamos vamos a comer al bar de la piscina municipal que es barato. Los ánimos se recuperan al llenar el estómago y, a media comida, aparecen los dos perdidos.

Por la tarde, la siesta es indiscutible. En las tiendas no se puede estar por el calor. Así que cogemos los aislantes para dormir en un parque. Vaya una siesta rara. Ni me di cuenta cuando me dormí ni cuando me desperté pero descansé realmente bien.

Cargadas las pilas ya podemos ir a ver Astorga. Lo mejor es la catedral, el ayuntamiento (quizá herreriano), las murallas y el palacio episcopal de Gaudí. Este palacio fue construido por una curiosa circunstancia. El obispo de Astorga era Catalán y amigo personal de Gaudí. Cuando a este obispo le encargaron la misión de construir una nueva sede episcopal simplemente pensó que podía hacerlo su amigo.

Por la noche, compartimos la tienda con dos franceses. Uno era aquel que conocí de camino a León y que vendió sus negocios y ahora era un hombre libre. El otro era alguien a quien llevaba cruzándome desde el principio, pero nunca habíamos hablado. Yo no sabía que más adelante resultaría ser mi único compañero de Camino.

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Astorga - Rabanal del Camino

Día 20
5 de Agosto
20,6 km.

Entre pitos y flautas se nos hace algo tarde para salir. Nada más abandonar de la base de acampada un cura del ejercito entabla una conversación con nosotros. Dice algunas verdades sobre el Camino y su deseo de hacerlo y nos recomienda un atajo para evitar un rodeo por el interior de la ciudad. En realidad no se si por esa ruta se acorta algo.

En la Ermita del Ecce Homo retomamos el verdadero camino y empezamos el leve ascenso hacia los montes de León. El ritmo es bueno y nos estamos manteniendo en grupo. Pero a Santa Catalina de Somoza llegamos desperdigados. Allí hacemos un descanso para reagruparnos y comer unos sobaos. Armando hace el descanso muy corto y sale antes que los demás. Así que le encargamos que compre la comida por si cuando lleguemos los demás están las tiendas cerradas. Está un poco raro. El día anterior hizo casi toda la etapa por detrás y hoy se empeña en ir por delante y bastante deprisa.

Finalmente, los que quedamos reemprendemos la marcha. Empieza a hacer calor. Muy pronto me quedo solo. Al poco de salir del pueblo recojo una piedra para depositarla en la Cruz de Ferro (es costumbre que cada peregrino deposite allí una piedra).

Voy solo, ensimismado en mis pensamientos. Ana va por detrás. La intuyo cerca y al final me alcanza. Está muy distinta. Muy cambiada y mucho más agradable. No me desagrada caminar hablando con ella. Esto no me gusta pero dejo que las cosas transcurran por sí solas y confío en que la providencia del Camino de Santiago me de lo mejor.

Llegamos juntos a Rabanal. A pesar de estar en los montes de León, no hay bosques muy espesos y hace bastante calor. Los refugios están saturados y sólo conseguimos sitio en el municipal: un suelo en una habitación común, plagada de moscas con unas duchas de agua fría y sin luz. Pero ese es el espíritu del peregrino: siempre agradecer y nunca exigir.

Armando está empeñado en continuar a la Cruz de Ferro para dormir allí. Yo una vez le dije que lo haríamos. Pero el en el horizonte se levantan nubes que amenazan lluvia y la noche anterior pasé bastante frío. Por eso no me parece una buena idea. De todos modos existe la posibilidad de que si llueve nos acercásemos a Manjarín, un pueblo abandonado donde existe un albergue regentado por un templario (o al menos eso afirma ser el hospitalero). Debo confesar que quizá en otros momentos me hubiera decidido a ir con él. Pero no quería dejar al resto del grupo.

Sin quererlo el grupo me estaba limitando una vivencia más intensa del Camino, a cambio, el calor y la diversión del grupo y el apego a mis amigos.
Me sentía contrariado. Eran sentimientos opuestos. Seguir a Armando era mantener vivo el espíritu con el que comencé esta aventura, pero por otro lado no podía ignorar mis sentimientos. Lo cierto es que desde que vinieron mis "compis" siempre había cachondeo. Esa misma tarde nos reímos bastante cuando conocimos a otro Gonzalo Guillén, un tío de Cádiz.

Armando se va al fin y los demás le deseamos suerte. Esperamos vernos en Ponferrada , final de la siguiente etapa. Sería fácil encontrarle en el albergue o en la base de acampada.

Antes de acostarme llamo a casa. Mi sobrina Cristina ha nacido y todo ha ido perfectamente.

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Rabanal del Camino - Molinaseca

Día 21
6 de Agosto
24,7 km.

A las cinco de la mañana el personal empieza a levantarse de una forma muy escandalosa y con muy poco respeto hacia los demás. Estas cosas no ocurrían antes de León cuando los albergues no estaban masificados.

Está aún de noche así que desayunamos junto a una farola en la plaza del pueblo. Aunque no ha llovido hace frío. Armando no debe haberlo pasado muy bien. Durante el desayuno aparece de la nada una mujer de unos cincuenta y tantos años, regordeta y con el pelo gris. Nos pide que le acompañemos hasta que se haga de día. "Pues claro, señora, no hay problema". "¿De dónde sois vosotros? Yo soy de Barcelona. " ; - " De Murcia" - respondemos nosotros". " ¡Ah!, en Barcelona hay muchos murcianos, la mitad son paletos". Cuando escuchamos esto creímos escuchar mal y nadie hizo ningún comentario para aclarar la situación. Cada uno nos quedamos callados pensando que éramos el único que había entendido mal y que después los demás lo aclararían.

La señora caminaba muy lentamente. Decía tener la rodilla mal y que hacía etapas de unos diez o quince kilómetros sólo. Después nos sorprendería a todos y la bautizaríamos como " la señorita Marpel". El ritmo tan lento me mata. Me escapo para buscar un lugar donde hacer una cagada, en cuyo transcurso los demás me adelantan.

Va amaneciendo y me encuentro muy bien. Subo como una moto. Atravieso Foncebadón, un pueblo abandonado que de bastante importancia en la Edad Media. Hay muchas casas en ruinas y ninguna parece apta para cobijarse. Lo mejor es la iglesia. Se puede entrar por una ventana y el techo está bien, pero llegado el momento, mejor buscarse otra cosa. El paisaje y el día nublado me recuerdan mucho a mi querida Irlanda.

Dejando atrás Foncebadón, alcanzo a Juanen . Enseguida se divisa la Cruz de Ferro. No es tan grande como pensaba, pero igualmente impresionante. La Cruz de Ferro es el punto más alto del Camino, con 1504 metros de altitud. Allí hay una montaña de piedras que miles de peregrinos han ido depositando durante siglos. Muchas de esas piedras han sido traídas por peregrinos desde su lugar de origen a cientos e incluso miles de kilómetros. Es un monumento sobrecogedor, un punto mágico entre el cielo y la tierra.

Hay una ermita junto a la montaña de piedras con un buen porche. Quizá Armando hubiera dormido allí. El palo de la cruz está lleno de chucherías: pañuelos de tela, fotos, pulseras de hilo, un reloj... Yo dejo una foto de carnet.

El Bierzo comienza allí mismo. Y nos recibe con una espesa lluvia. Ya estamos Juanen, Gonzalo y yo. La sensación es genial: lluvia, montaña, valles... En el ambiente se respira algo que nos dice que estamos en territorio celta. Entonces se me vienen a la cabeza las duras, aburridas e interminables etapas de la llanura castellana. Todo eso ha quedado ya atrás. Esta es una de las jornadas más bonitas del Camino.

Llegamos a Manjarín. Ana está en el albergue del templario y así nos reunimos los cuatro. El refugio está algo sucio y el templario parece bastante zumbado, pero el ambiente tiene cierta magia medieval que invita a quedarse.
Pero ¡cómo!. No puede ser. Es la señorita Marpel. ¿Cómo nos ha adelantado al ritmo que iba? Aquí hay tongo seguro. ¡Vaya una tiparraca! Lo más probable es que la haya subido la Guardia Civil, o que leve coche de apoyo, o que hayamos tenido un deja vous.

Todo es bajada. Caminamos por la senda paralela a la carretera, pero pronto se convierte en un arrollo por la lluvia. Nos estamos mojando bastante pero no importa. Por momentos para de llover y nos envuelve la niebla. Es maravilloso. La bajada continúa por carretera. Es una de esas pocas veces que apetece pisar el asfalto porque la senda es un barrizal. Estoy pletórico y pronto me quedo solo caminando. No me importa ir solo. Así disfruto más del espectáculo. En el siguiente pueblo esperaré a los demás para ver que hacemos. Quizá sea conveniente quedarse en Molinaseca en vez de seguir a Ponferrada.

El Acebo es un pueblo precioso con casas de piedra y tejados de pizarra. A la salida paro para hacer comer algo y consultar la guía mientras espero a los demás. Definitivamente nos vamos a quedar en Molinaseca.

Cuando nos reunimos seguimos juntos hasta el final. Todo es cuesta abajo y gran parte por carretera. Vamos cantando chorradas para amenizar la jornada. Riego de Ambrós está cerca de El Acebo y allí se termina lo de ir por la carretera. Todo sigue por senda. Al principio muy bien, caminando entre castaños centenarios. Después entramos en una zona afectada por un incendio que es bastante triste.

Molinaseca aparece pronto, con sus dos iglesias y su puente románico sobre el río Maruelo. Este río tiene un color oscuro debido al alto contenido en hierro del suelo. El agua del grifo es amarilla por este mismo fenómeno (¿no me recuerda esto al Burren? -el Burren es una región caliza del oeste de Irlanda, deonde por un fenómeno de karstificación y por la presencia de turberas y minerales férricos los acuíferos adquieren tonalidades amarillas y ocres). Es un pueblo muy majo con casas de piedra con escudos en sus fachadas. El refugio está a la salida del pueblo. Es muy nuevo y muy acogedor. Está casi vacío, pero en media hora se llena por completo.

Demasiado cansados del caminar bajo la lluvia como para ponernos a cocinar, nos vamos a comer a un bar. Allí me encuentro a Iñaki, con muy mal aspecto. Creo que ha perdido bastante peso y tiene muy mala cara.

Por la noche me cuesta un poco dormir. La vivencia del Camino ha cambiado mucho. Esto no es lo que era. Hay demasiada gente y no me centro. Sé que físicamente voy muy sobrado para terminar. Pero espiritualmente me ha dado un bajón. Pienso que debo hacer mi Camino. Esto no es igual sin Armando. Se me pone difícil el sacar partido a la vena espiritual de la experiencia. Me estoy planteando abandonar el grupo. Pero hay que confiar en esa providencia que otras veces he mencionado. Con el tiempo el Camino da las soluciones sin que nosotros las tengamos que buscar.

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Molinaseca - Villafranca del Bierzo

Día 22
7 de Agosto
30,4 km.

Otra mañana de madrugar mucho. Desde que Ana está aquí siempre nos hace levantarnos temprano. Nuestra intención es hacer noche en Cacabelos porque algunos ya empiezan a ir tocados y se les nota que les cuesta andar.

A Ponferrada se llega muy cómodamente, vamos cuesta abajo, y además son los primeros kilómetros de la jornada. Una vez más mis ineludibles y frecuentes necesidades biológicas me hacen retrasarme. Directamente opto por quedar con ellos en Cacabelos porque quiero ver el castillo de Ponferrada y otras cosas interesantes de la ciudad. Pero Ponferrada me decepciona. El castillo templario es genial, pero es muy temprano y está cerrado. El resto de la ciudad no tiene encanto. Es más grande de lo que yo pensaba y también más moderna. Al pasar por el refugio de peregrinos pregunto por Armando. El día anterior debíamos habernos visto con él. Pero ya casi le doy por perdido. Me planteo seguir yo solo hasta Villafranca. Voy bastante fuerte y así a lo mejor pillo a Armando.

Saliendo de Ponferrada me encuentro a los demás. Ellos también coinciden conmigo en continuar hasta Villafranca, pues las condiciones de esta día son buenas y así acortaríamos la siguiente etapa que es bastante dura ya de por sí.

La salida de Ponferrada es cuesta arriba y voy a un buen ritmo. Solo Ana me sigue. Gonzalo y Juanen tampoco van mal y pronto nos reunimos todos en Camponaraya para almorzar. Juntos continuamos hasta Cacabelos. Ahora me arrepiento de no haber entrado en Prada a Tope. Un bar, o taberna o lo que sea, en el que dan a los peregrinos que por allí pasan vino y empanada. Quizá hubiera merecido la pena quedarse allí. Parece un pueblo acogedor y además eran las fiestas.

No me gusta en lo que se ha convertido el Camino en las últimas etapas. Hay mucha gente haciéndolo: muchos son turistas, otros son deportistas, algunos no sé ni lo que son, pero quedan muy pocos peregrinos. Antes, ningún caminante te negaba conversación. Ahora los que te devuelven el saludo lo hacen de mala gana. Más que nunca siento la necesidad de hacer mi propio Camino. Y en estos pensamientos encuentro una iglesia. Hacia ya bastantes jornadas que no entraba en ninguna para rezar, hábito que había ido adquiriendo anteriormente y que ahora estaba perdiendo. Este gesto a demás me da independencia sobre los demás y hace que me quede solo.

Pero un poco más adelante, justo cuando empezaba a llover me encuentro a Juanen peleándose con su capa de agua. Le ayudo a colocárselo y seguimos los dos. Voy muy fuerte. Quizá sea rabia por ver que me estoy perdiendo una experiencia personal única que había estado buscando mucho tiempo. Pronto dejo a Juanen atrás. La lluvia decae, pero después arrecia hasta el final. Muy cerca de Villafranca rebaso a Gonzalo y a Ana. Van bastante mal. Les hubiera acompañado, pero estoy muy cerca del final y conviene que me adelante para buscar refugio.

El albergue municipal está lleno. No así el Ave Fénix, que es bastante cutre pero que se pilla con ganas. Llueve a cántaros y no es plan de irse a la base de acampada. Este es un refugio bastante curioso. Hasta el último rincón está aprovechado. Hay unas literas muy extrañas, entrecruzadas y con muchos recovecos. El techo tiene goteras. En algunos sitios está perforado totalmente con agujeros recortados en forma de estrella por los que el agua entra que da gusto. Hay muchos trozos de madera por ahí cortados y consigo tapar el agujero con ellos.

La comida la hacemos en el refugio. Es una buena comida y la siesta mejor. Después Juanen y yo nos vamos a ver Villafranca. Es un pueblo grande y no una ciudad. Eso le da mucho encanto. De aquí es Luis del Olmo. Las casas tienen tejados de pizarra. Hay un montón de iglesias y también un castillo de torres muy peculiares. Junto al albergue del Ave Fénix, o del Jato, está la iglesia de Santiago. Un privilegio del papa Calixto III concedía a los peregrinos enfermos que pasaban por ella los mismos privilegios que tendrían llegando a Santiago. La concesión sigue en pié y aquí se concede la Compostela a todo aquel peregrino que justifique su enfermedad e incapacidad para continuar a Santiago. Villafranca, y el resto del Bierzo, son ya Galicia. Quizá no administrativamente, pero así lo delatan el paisaje, las costumbres e incluso la forma de hablar de la gente.

El pueblo tiene unas cuestas tremendas y conviene quedarse en las calles de abajo. En una tienda encontramos a Armando. Parece ser que no lo pasó muy bien en la Cruz de Ferro. Está en la base de acampada. Pretende seguir hasta O Cebreiro la jornada siguiente porque quiere anticipar un día su llegada a Santiago. Quedamos en vernos después de hacer las compras, en la misa.

Pero Armando no aparece en la misa. Juanen y Gonzalo, que ha bajado al fin, suben al albergue. Yo me voy a buscar a Armando a la base de acampada. Quiero despedirme de él y desearle suerte de corazón para que llegue bien a Santiago. Pero no le encuentro por ninguna parte, así que al final subo yo también al refugio. Ya va siendo hora de cenar y de acostarse.

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Villafranca del Bierzo - Ruitelán

Día 23
8 de Agosto
20,6 km.

El estado físico del grupo, en general, no aconseja continuar hasta O Cebreiro. Nada más salir de Villafranca hay una subida muy fuerte y de las más largas del Camino. Además tendríamos que tragarnos la ascensión más mítica y más dura de toda la ruta. Mejor quedarse en Ruitelán. Pocos sabemos que allí hay un refugio, así que seguro que hay poca gente en él.

Nos levantamos a las seis, pero como llueve esperamos a que pare y retrasamos la salida hasta las ocho. Después no caería más que algún pequeño chaparrón durante el resto del día. Ana y Gonzalo, vaya par de mariquitas, le pagan al Jato para que les suba la mochila hasta Ruitelán y así poder hacer la etapa sin peso.

La salida de Villafranca es una cuesta de muchísima pendiente que te pilla de improviso. Pero, bueno, las piernas están frescas a estas horas de la mañana. A parte, el ambiente anima mucho. Estamos subiendo las verdes montañas que nos separan de Galicia. Ya queda muy atrás la desoladora llanura de Castilla. Eso sí que te quitaba las ganas de moverte. Ahora es más entretenido. Subes montes, los bajas, sorteas valles. El paisaje cambia continuamente.

La cuesta nos cunde. Villafranca queda pronto muy abajo y se otean todas las calles del pueblo como a vista de pájaro. En la parte alta, junto al castillo se ve el albergue. Levantando más la mirada, allá en el horizonte se divisan los Montes de León por donde cruzamos un par de jornadas antes y pasamos la Cruz de Ferro. Entonces me invade un sentimiento de cierta pena. Me doy cuenta de que esto se está acabando, de que no hay marcha atrás. Por eso no tengo ningún afán por avanzar demasiado en cada jornada. Hasta ahora no había tenido ese sentimiento. Sólo pensaba en seguir adelante y llegar a Compostela. Y cuando llegue ¿qué?. Me estoy habituando mucho a esta vida y es mejor que la que siempre he tenido. Me siento muy a gusto en mi Camino.

La ascensión es selectiva y Ana y yo nos volvemos a quedar solos. Creo que ahora nos llevamos incluso mejor que antes. Pronto la rampa disminuye y el camino es una pasarela horizontal por lo alto de lo montes. Sin embargo el paisaje da algo de pena. Los montes están roturados para su aprovechamiento maderero. El valle está muy dañado por las obras de la autovía. Pero también quedan áreas intactas como el bosquete de castaños que enseguida atravesamos. Bajando a Trabadelo hay un menhir justo al lado de la senda. Como en otras ocasiones he mencionado: esto es territorio celta.

De Trabadelo a La Portela no hay más remedio que seguir la carretera. Me sorprende lo bien que está caminando Ana. Con lo mal que terminó la etapa anterior... Hasta Ruitelán se va por el fondo del valle siguiendo por una carretera estrecha y sin ningún tráfico. El sol sale de vez en cuando y a veces también caen unas gotas. Ahora sí que hay unos bosques espléndidos. Aunque estoy cansado, parece que voy en volandas por lo maravillado que estoy del paisaje. No veía tanta frondosidad desde el Pirineo.

El albergue de Ruitelán está vacío, como habíamos previsto. El hospitalero es un poco "notas". A demás pierde aceite por los cuatro costados y habla de forma muy grosera. No me inspira confianza. Al final acabaría cayéndome bastante mal.

El resto del día pasa sin más. Comida, siesta, cena... Eso sí, como es un refugio pequeño y poco conocido hay muy poca gente. En cierto modo se recupera ese ambiente familiar al que me había acostumbrado en la primera mitad del Camino. Pero pronto hay que acostarse. Mañana es la gran subida a O Cebreiro, de la que tanto se hablaba ya desde Roncesvalles y que a la que tanto todos temían. Pero mañana será también la entrada en Galicia, la tierra del Santo. Al fin Galicia. La última Comunidad Autónoma. Navarra, La Rioja, Castilla y León y al fin Galicia. También será el día en que abandonemos Castilla y sobre todo la interminable provincia de León.

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Ruitelán - Triacastela

Día 24
9 de Agosto
30 km.

Nuestro objetivo para este día es simple. Llegar a Viduedo. Nos han dicho que allí se puede conseguir una litera por quinientas pesetas. La etapa así no es larga y se puede hacer muy llevadera. No conviene castigar más al personal. Gonzalo sobre todo va un poco hecho polvo. Juanen tiene tendinitis. Ana sin embargo parece estar bien, sobre todo después de la etapa de ayer.

Pues si bien la etapa debería ser importante, desde luego ninguno pensamos que fuera a ser tan trascendental como lo sería para el resto de ruta y sobre todo para nuestras vidas. Pero no adelantemos acontecimientos.

Otra vez madrugamos en exceso. La lluvia vuelve a retrasar nuestra salida. Después del desayuno charlamos un rato con el hospitalero. Resulta que era cura, pero no ejercía. También era enfermero, pero tampoco ejercía. Un tipo raro. Como Juanen anda más lento es el primero en salir. Los otros tres lo hacemos unos veinte minutos después. Es todavía de noche. Llueve de forma muy fina, calabobos lo llaman por aquí. Para salir de Ruitelán seguimos la carretera. Pero no se ve nada y no se ven las señales amarillas que marcan la dirección correcta. Subimos y subimos por la carretera. Otros peregrinos también lo hacen. ¿Pero dónde está la famosa senda que sube al Cebreiro? Después de un kilómetro y pico después del último cruce y tras consultar la guía me doy cuenta de que me he equivocado, la senda está más atrás. Hay que retroceder hasta ese cruce para seguir hasta Las Herrerías. Cuando les digo esto a Ana y a Gonzalo me miran con cara como diciendo: "vas fresco si te crees que vamos a dar la vuelta". No están por la labor de dar marcha atrás para tomar la senda. Al fin y al cabo la carretera también llega. Es más larga, pero con mucha menos pendiente. Así que al final yo opto por bajar a Las Herrerías. Si no hago la subida a O Cebreiro reviento. Ellos dos prefieren seguir por donde iban. Nos debemos ver en O Cebreiro, al final de la subida. Pero no ocurriría así. De hecho no volveríamos a caminar juntos.

Deshaciendo lo recorrido por carretera veo las luces de Las Herrerías en el fondo del valle, a la derecha. Aunque empieza a amanecer el día es muy oscuro. Encuentro una senda que parece llegar hasta allí. Merece la pena probar. Voy solo y puedo disfrutar de hacer cosas que en el grupo serían puestas en entredicho. A demás puedo caminar al ritmo que quiera, pararme cuando quiera y hablar con quien quiera sin estar pendiente de cómo están los demás.

La senda es correcta y no tardo en retomar la auténtica ruta. La subida es muy empinada y hay mucho barro, pero eso da igual. Voy entre bosques realmente hermosos. En las laderas del fondo de los valles hay prados de un verde casi fosforescente. Ahora sí que estoy en mi medio. Una enorme sensación de felicidad me llena. Llueve a intervalos intermitentes una lluvia racheada que cae de canto por el viento. Realmente no podría estar en un sitio mejor que aquí. Es la mejor senda de todo el Camino, mucho mejor, incluso, que las sendas de los Pirineos.

En la ascensión se atraviesan un par de aldeas que parecen de otra época. En la última de León, Laguna, encuentro a Juanen. Queda muy poco para el final de la subida. Un poco después de Laguna hacemos juntos la entrada en la provincia de Lugo. Estamos ya bastante altos. No obstante O Cebreiro está a mil trescientos metros sobre el nivel del mar. Aquí arriba hay poco bosque y predomina el prado. Las montañas ya no nos dan refugio y hace mucho viento. Eso hace que la lluvia fina y helada se meta por todos los rincones del chubasquero. Mojados, con viento y con una temperatura que no estará entre diez y quince grados, la sensación térmica es muy baja.

No podemos esperar a los demás a la intemperie. La ventisca nos hiela. Vamos al albergue y allí metemos las manos en agua caliente porque están muy entumecidas y duelen. Tras una hora estos no aparecen. Nos llenamos los chubasqueros de periódicos para retener el calor y aprovechando una tregua de la lluvia continuamos. Pienso que Habrán pasado por delante de nosotros. Probablemente estén en Liñares. Opto por caminar deprisa a ver si me los tropiezo y voy preguntando a la gente que si los han visto. Pero no hay ni rastro. Empieza a llover de nuevo. El frío se hace intenso. Al final pierdo totalmente la movilidad en las manos. No soy capaz ni de subirme la cremallera del chubasquero. Es una sensación de gran impotencia y me dan ganas de llorar. Es como si mis manos se hubieran muerto. La etapa se está haciendo realmente dura. El frío, la lluvia, el cansancio y el dolor de las extremidades me están derrotando. Este es uno de los momentos más duros del todo el Camino. Más aún que las angustiosas horas rumbo a Reliegos. A ello se une la incertidumbre de qué les habrá ocurrido a los otros dos. Me preocupan especialmente porque no tienen dinero.

Después de otra subida llego solo al Alto do Poio. Allí hay un hostal y tienen una habitación con literas muy sucias para los peregrinos. Espero en la puerta por si los veo pasar. No pueden ir por delante, de O Cebreiro a aquí he venido realmente deprisa y los habría pillado. Juanen llega a los tres cuartos de hora o así. Lo mando para Viduedo. Yo sigo esperando bajo el quicio de la puerta a ver si pasan. Estoy muerto de frío. No acierto ni a pensar, no reacciono ante nada. Ni siquiera me quito la mochila. Lo cierto es que fue mejor que no lo hiciera, al menos de esa forma evitaba una mayor fuga de calo por esa parte del cuerpo. Llega un momento en que debo tomar una decisión, o ellos o yo. No puedo soportar más esta situación. Si no tienen dinero y van solos, que se las apañen. A demás a lo mejor han convencido a alguien para que los lleve a Triacastela, o algo parecido.

Después de una hora y media pasando frío, en un estado mental que no sabría describir es hora de seguir adelante. Viduedo dista casi seis kilómetros desde el Alto de Poio, eso sí, cuesta abajo. Al salir me golpea una fuerte racha de viento frío y cargado de lluvia fina y voraz. Empiezo a dar los primeros pasos. Las piernas también se me han entumecido y me cuesta articular las piernas. Tengo muchísimo frío. Nunca había pasado tanto frío, ni siquiera en la nieve. El frío duele y me pongo a tiritar. Jamás había tiritado verdaderamente de frío. Así que agarro fuerte mi bordón y me impongo un ritmo extremo. Tengo que entrar en calor y llegar a Viduedo lo antes posible. Voy realmente rápido, sacando fuerzas de flaqueza. Mis piernas son ya las de un peregrino forjado en cientos de kilómetros y ya soportan casi cualquier cosa.

En mi avance implacable encuentro a Juanen a la entrada a Viduedo. Han sido seis kilómetros en tres cuartos de hora: la mejor media. Cuando llego a su altura le acompaño hasta encontrar refugio. Nadie sabe nada de ningún lugar en donde acojan a los peregrinos. Una de las casas de la aldea es un alojamiento rural. Allí preguntamos si queda alguna habitación, pero todo está cubierto. De todos modos la señora nos deja quedarnos mientras dure la lluvia. Allí podemos comer caliente. Si llegada la noche sigue lloviendo, nos acogerá en una especie de sala de estar. La señora es muy servicial y nos seca la ropa junto a la cocina. Al fin hemos encontrado cobijo. No sé si hubiera sido capaz de seguir a Triacastela.

La comida nos sabe a gloria. Comimos un guiso caliente que nos resucitó por completo, y después una chuleta de ternera gallega. Fuera sigue lloviendo y el viento golpea las ventanas. ¡Qué gusto da estar dentro!

Al poco llegan más peregrinos por allí buscando resguardarse de la lluvia y el frío. Dos de ellos son muy poco respetuosos y se comportan peor que si estuvieran en su casa, invadiendo el sofá de la sala de estar a su antojo y con los pies llenos de barro. También llega una mujer con su hijo que se quedan a dormir en el suelo.

No sabemos nada de Ana y Gonzalo. Así que decidimos seguir hasta Triacastela si el tiempo lo permite. Podríamos optar por quedarnos aquí pero, en mi opinión, lo que ha ocurrido es que se habrán agobiado con la lluvia y le habrán pedido a alguien que los baje a Triacastela. Si así no fuera, al menos desde allí podríamos contactar con los albergues que quedan entre medio para ver si están en alguno.

Ya bien entrada la tarde sale el sol. Todo cambia en ese momento. Anima muchísimo. ¿Quién me iba a decir que me alegraría tanto de ver al que en los campos de Castilla era mi principal enemigo? La nueva y esperanzadora situación hace que nos pongamos en marcha con rapidez. Juanen sale primero, por eso de que va más lento. Yo me retraso un poco colgando la ropa aún húmeda en la mochila para que se seque. Y justo cuando iba a salir me encuentro con Gonzalo. " Dónde estabais? ", le pregunté, "nos vamos" me responde él. "¿Que os vais?, pero ¿qué pasa?".
Resulta que en la subida a O Cebreiro, por la carretera, a Gonzalo le dio algún tipo de yuyu o jamakuko y se hizo caquita. Ana por su parte alegaba que "con ese tiempo iba a pillar un resfriado de garganta" y que a demás le daban unos pinchazos en la rodilla. Patéticas excusas. Lo de Gonzalo lo comprendía, pero lo de Ana es de risa. Yo creo que lo que les pasó es que se desanimaron mutuamente durante la subida. La verdad es que desde que llegaron, la meteorología no había acompañado nada y esta circunstancia les había mermado psicológicamente. De siete jornadas desde León, cinco les había llovido. Pero no era como para abandonar. Intenté convencerlos. Era tarde para ello. En realidad habían llegado a Viduedo en el coche del hermano de Gonzalo. Le habían llamado a Madrid para que fuera a recogerlos y devolverlos a casa.

Finalmente desistí en mi intento de animarles a continuar. Les di algunas cosas que a mí me sobraban y me quedé con sus sobaos y el botiquín de Ana y me despedí de ellos. Por un lado me daba pena de que se fueran, pero por otro lado sentía como si me quitara una carga de encima. La carga que iba soportando desde los últimos días. La necesidad de hacer mi propio Camino.

La providencia del Camino nos separó. Era necesario que nos separásemos. Creo que ese día es uno de los más trascendentales de mi vida. Si hubiéramos continuado juntos las cosas habrían sucedido de forma muy distinta y quizá, puede que incluso yo hubiera vuelto con Ana. Eso hubiera sido un tremendo error por mi parte y no hubiera beneficiado a nadie. En la bajada a Triacastela y desde el momento en que Ana y Gonzalo se marcharon sufrí una extraordinaria transformación. La sensación de libertad que sentía en esos momentos no la había sentido ni la he vuelto a sentir jamás. Después de lo mal que lo había pasado ahora el agradable sol de la tarde estaba fuera e iluminaba la montaña y los pastos como queriéndolos acariciar. Yo me sentía renovado, feliz y capaz de cualquier cosa. Desde ese día aprendí a ver las cosas de otra manera. Hacer mi propio Camino equivale a vivir mi propia vida. A hacer lo que yo creo que está bien, y no lo que yo creyera que a los demás les parecería bien que hiciera. Me sentía con todo un mundo por delante. Y para recorrerlo solo necesitaba lo poco que llevaba en mi mochila. ¡Eso es LIBERTAD!

Bajando todo por senda y repleto de vigor y alegría me puse a cantar. Pero a cantar a grito pelado. Bajaba como el rayo. Rebasé a unos chavales que intentaron seguirme, pero sólo uno me aguantó unos kilómetros. No lejos de Triacastela di caza a Juanen y le conté lo sucedido. Nos dimos un abrazo y nos partimos de risa. No es que nos riéramos de las desgracias ajenas, pero es que eso...

En Triacastela no hay sitio en el albergue, pero hay una base de acampada. Nada que ver con las de la Junta de Castilla y León. Estas son mucho peores. En la tienda nos encontramos a dos tíos de Mazarrón. Estuvimos un buen rato hablando con ellos. En el Albergue veo sentado fuera a una silueta familiar. ¡Es el Místico! ¡Que alegría verlo de nuevo! .No tenía noticias suyas desde Carrión de los Condes. Esto vuelve a ser lo que era.

Esta ha sido una de las jornadas más épicas del Camino y una de las más transcendentes y cruciales en el transcurso de la gran ruta y de mi vida. La mítica subida a O Cebreiro, la entrada en Galicia, el abandono de dos de los compañeros, el temporal, frío, viento, lluvia, humedad, oscuridad, luz, dolor, belleza, incertidumbre, bosques, naturaleza pletórica, preocupación, optimismo, fe, rezo , improvisación, reto, resistencia, aventura, pena, risas, alegría, sol, vitalidad, renovación, cambio, liberación espiritual, lamentos, martirio, recompensa... el Camino en su pura esencia.

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Triacastela - Sarria

Día 25
10 de Agosto
18,6 km.

Hoy empieza una nueva etapa para nosotros en el Camino. Ya no están los demás. Volvemos a ir dos solos. Esta vez Juanen y yo. Así que los atamientos del grupo desaparecen. Dos tienen muchísima más libertad que cuatro. Como no está Ana, que es la que siempre nos hacía madrugar en exceso, y nos lo merecemos, hoy nos despertamos tarde y vamos a caminar poco. Solo pretendemos llegar a Sarria, evitando así los finales de etapa de las guías y pretendiendo de ese modo encontrar a menos gente en los albergues.

Triacastela está en la montaña. La jornada es casi toda cuesta abajo. Del pueblo se sale por un pequeño valle solitario en el que se atraviesan diminutas aldeas con un fuerte olor a excrementos de vaca. El bosque es muy sombrío. Seguro que en su interior habitan meigas. Aunque hace sol, el bosque se cierra a veces tanto sobre el camino que no entra nada de luz. Así sí que da gusto andar.

Juanen va muy lento, así que le dejo atrás y continúo yo solo, disfrutando de Galicia, tierra la que tanto deseaba visitar. Me siento muy optimista y subo con soltura el alto de Riocabo (905 m.) . Encuentro al Místico, a partir de ahora le llamaré Miguel Angel, y charlo un poco con él. La verdad es que es un gran tipo. Es muy natural y humilde en sus hábitos, nunca busca ningún lujo. Jamás le he visto de mal humor y siempre se lo toma todo a bien, sabe ver el lado positivo de cualquier cosa. ¡Hasta le gusta el olor a mierda de vaca que hay en los pueblicos que pasamos!

Desde el alto de Riocabo se ve ya Sarria. A fin de cuentas esta es la etapa más corta de las que hemos hecho. El resto de la jornada es totalmente cuesta abajo. En el descenso paso a Elías y a su compañero, que no se como se llama. Son dos personajes bastante distintos a cualquier otro tipo de gente. Son de estas personas que son tan buenas que parecen tontas. Elías es un tipo magnífico, capaz de hacer cualquier cosa por un amigo suyo, aunque se estén aprovechando de él. Los conocimos en Ruitelán. El amigo, como quiera que se llame, va bastante jodido, no creo que dure mucho.

Sarria está ya a un tiro de piedra, pero se pasan muchos pueblos antes de llegar a ella. Todos tienen fuentes y me apaño perfectamente con una botella de plástico de un cuarto de litro. Hice bien en darle mi pesada cantimplora a Ana. Me he deshecho de muchas cosas desde que salí de Roncesvalles. Que peregrino tan distinto soy ahora. Al igual que me he deshecho de todas esas cosas materiales, también he desechado otras cosas de mi persona. Me siento muy muy feliz. Pero por otro lado me da pena que esto se esté acabando. Creo que debo ir a Finisterre. Ser peregrino es lo mejor que he hecho en mi vida.

Sarria es grande y hay de todo, hasta un cibercafé. El albergue está lleno, pero podemos dormir en el suelo. Es un albergue muy majo. Lo malo es que Sarria es el punto de partida de muchos peregrinos que buscan ganar la Compostela haciendo el mínimo recorrido a pie necesario para ello: 100 kilómetros. Por ello hay más gente de lo que venía siendo habitual.

Por la tarde doy un paseo yo solo. Juanen está cansado. Vuelvo a ver a Miguel Angel. Descansa para continuar por la tarde. A ese sí que no le preocupan las colas de los albergues ni nada de eso. Es una persona que vive en completa libertad. Realmente él no iba a hacer el Camino. Empezó en Roncesvalles y sólo pretendía llegar a Pamplona. Su mujer e hijas estaban en la playa, de vacaciones y se debía reunir con ellas. Pero se vio en la brecha y sintió que aquello era lo suyo y que debía continuar. Y aquí estaba.

Mi paseo por Sarria fue entretenido. Después de ver a Miguel Angel seguí hasta el convento de unas monjas que acogen al los peregrinos. Allí conocí a una chica de Valencia bastante interesante. Me despedí de ella esperando volver a verla, pero esto no sucedería. Luego bajé a la ciudad, hice las compras, estuve en el río y escribí una postal a Ana. Fui bastante claro al expresar lo que me pasaba y sentía. La cosa a partir de el día anterior sería ya distinta para siempre.

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Sarria - Hospital de la Cruz

Día 26
11 de Agosto
33,2 km.

Según Nostradamus y otros muchos fantasmones que le siguen, hoy es el día del fin del Mundo. ¡Qué faena! Y yo sin llegar a Santiago. Lo del fin del Mundo, pase, pero lo que sí habrá hoy es un eclipse de sol que en esta latitud debe llegar el ochenta porciento. Un espectáculo que no me gustaría perderme.

Es muy temprano cuando salimos del albergue. Está oscuro y hay una niebla muy espesa. La visibilidad es muy escasa. Cuando nos metemos en el camino que va por el bosque el ambiente es extremadamente misterioso. No te das cuenta de lo que avanzas por el efecto de la niebla, no se ve a más de cinco metros. Es una buena etapa, que además se embellece por la niebla. En Galicia, cada quinientos metros hay un pilón que indica la distancia a Santiago. Hoy cruzamos el que marca cien. A partir de él la distancia al Obradoiro se contará en decenas.¡ Cómo pasa el tiempo y cómo pasan los kilómetros! Quisiera hacer las etapas más cortas para aprovechar más, pero Santiago ya ejerce un fuerte magnetismo. Estamos en su campo gravitatorio y no podemos eludirlo de forma alguna. Ya pocas cosas nos pueden impedir alcanzar nuestro sueño.

La niebla se levanta, pero está nublado. El eclipse de sol ocurre en estos momentos sin que sea capaz de percibirlo. Lástima. Al menos estoy llegando a Portomarín. El Miño se cruza aquí en forma de pantano. El antiguo pueblo está anegado por el embalse. Algunas de sus ruinas se ven por encima del nivel del agua. En el actual Potomarín están la iglesia y el ayuntamiento del antiguo. Los trasladaron allí piedra a piedra para que no quedaran inundados. A la entrada del pueblo hay unas escaleras. En ellas espero a Juanen. En esto aparece Miguel Angel. La televisión de Lugo nos saca en un reportaje sobre los peregrinos.

A partir de Portomarín, la senda no será tan encantadora como lo había sido hasta ahora. Nada más salir hay una cuesta muy empinada que para colmo termina en la carretera. Al menos hay un andadero. Sale el sol y el paisaje cambia mucho. Hay menos vegetación y menos verdor. Empieza a hacerse larga la etapa. Hay que seguir deprisa hasta el final.

En Hospital sólo queda sitio en el suelo, pero bueno. Al poco de llegar yo aparece Mari, una mujer de unos cuarenta y tantos años que es de Barcelona. Tiene mucha vitalidad y sufre el síndrome del Camino, igual que yo: le ha tomado tanto el gusto a esto que no puede dejarlo. Ella también viene de Roncesvalles. Después aparece Sonia. Otra chica de Barcelona, de unos veintisiete años. Es muy guapa pero parece muy triste. Después sabría porqué. En el albergue está también Elías, su amiguete abandonó en Sarria y ahora él continúa solo.

La siesta es imposible por la cantidad y voracidad de las moscas. Hoy debo llamar a Natasha y quedar con ella al fin. Pero me da una mala noticia. No vendrá. No le conceden el visado. Me da bastante rabia. Ya me había hecho a la idea de que vendría e incluso tenía planes. Tengo mucha estima por ella. Así que cuando le cuelgo, me paso el resto de la tarde escribiéndole una larga carta. Es una pena. Pero bueno, hay que ver las cosas del lado bueno. Con esta nueva situación se me quitan las prisas por volver. ¡Qué pinto yo en Mazarrón ! Lo mío es el Camino. Me planteo hacer el Camino de vuelta o algo así, o ir a Padrón o a Vigo. Por otro lado también tengo ganas de ver a mi familia. No sé, ya veremos. Lo que me pasa es que no quiero abandonar este tipo de vida.

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Hospital de la Cruz - Melide

Día 27
12 de Agosto
28,1 km.

Salgo cuando aún es de noche. Juanen ya lleva andando un buen rato. Al poco de salir alcanzo a Sonia. Va muy lenta. Es muy misteriosa. Intento hablar con ella, pero no sale ninguna conversación, así que la dejo atrás. Amanece. El paisaje es abierto y salvaje. Me gusta. Encuentro a Mari. Ella me cuenta lo que le sucede a Sonia. Resulta que su novio murió hace dos años. Estaban muy enamorados y ella cayó en una gran depresión. Estuvo a punto de suicidarse y aún no se ha recuperado del todo. Nadie de su familia sabe que está haciendo el Camino. Supongo que lo hace buscando alguna luz en su vida. Mari me pide que si la veo que me relacione con ella para que por lo menos esté distraída y piense en otras cosas. Me planteo esperarla y hacer con ella la etapa, pero al final me hago caquita y no voy. No sabría de que hablar con ella.

Elías, que viene por detrás, va muy rápido y nos pilla en el crucero de Lameiros foto, uno de los puntos interesantes de la etapa. Elías es programador y Mari es óptica. Seguimos juntos hasta Palas de Rey y allí nos separamos. Entonces aparece Juanen y almorzamos. Juanen sigue. Yo me entretengo mandando la carta a Natasha. El rato que voy solo hasta encontrar de nuevo a mi compañero voy pensando en si volver a casa después del Camino o retrasar mi vuelta unos días.

A Juanen me lo encuentro en la entrada a la provincia de La Coruña. Ya quedan menos de sesenta kilómetros. Solo restan un par de etapas de transición, y lo que queda de esta. Hasta Melide es todo un sube y baja. Siempre será así hasta Santiago. Por el momento nos movemos por zonas boscosas. Un poco antes de Furelos se avanza por una calzada romana que cruza el río del mismo nombre por un magnífico puente. Después de este regalo de la jornada, los dos kilómetros hasta la ciudad son muy feos atravesando zonas de naves industriales.

Melide es bastante grande. El albergue está a la salida. Hay una gran cola para entrar, pero al final pillamos cama. La cocina es grande y tiene de todo, pero los utensilios son pocos y están muy sucios. Hay millones de moscas y muchas caen en la comida.

Pero ¿cómo? .No, imposible. ¡Sí! ¡Sí que es! ¡ Es la señorita Marpel! ¿cómo leches ha llegado hasta aquí si ella "solo, hacía diez o quince kilómetros al día"? . No si más de eso no haría. Pero no los haría andando. ¡En coche sí !

Finalmente decido que me quedaré unos días por Galicia. Por la noche llamo a casa y a mis padres eso no les parece bien. Yo me disgusto pero después lo asumo y entiendo que tienen ganas de verme. Yo también tengo muchas ganas de verlos. Quedaremos en Finisterre y volveremos juntos.

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Melide - Pedrouzo (Arca)

Día 28
13 de Agosto
32,4 km.

Salimos tarde. Hay mucha gente caminando. En seguida paso a la señorita Marpel. La interrogo un poco para ponerla en un aprieto, pero se hace la "longuis". Cojo un ritmo muy duro. Respirar es igual que caminar. Toda la etapa es un sube y baja por lomas y riachuelos. La vegetación va cambiando progresivamente y perdiendo diversidad. Cada vez hay más plantaciones de eucaliptos en detrimento del bosque autóctono. Odio estos árboles. Los propietarios de los bosques venden los robles y hayas como madera para después plantar eucaliptos, que crecen con rapidez y así vender su madera a las industrias del papel. Los eucaliptos no son capaces de acoger ni la centésima parte de la biodiversidad que los bosques primigenios.

Estoy caminando francamente rápido. Nadie lleva mi ritmo y a todos dejo atrás. Entonces encuentro a una chica que va igual que yo. Me pongo a su par. Es bastante guapa y muy simpática conmigo. Vamos hablando unos kilómetros. Es jovencilla y morenita. (¿A quién me recuerda hoy día?). Al cabo de media hora se para a esperar a su amiga que iba muy por detrás. Me despido de ella y no volvería a verla.

Los últimos kilómetros hasta Pedrouzo se hacen largos siguiendo la carretera. Poco antes del final de etapa hay dos albergues, pero no hay sitio en ellos. En el de Pedrouzo me llevo una agradable sorpresa. No hay sitio en general, pero guardan camas para los enfermos y para los que vienen de más allá de Burgos. En ese grupo entro yo.

Este privilegio ocasiona después una disputa. El hecho de que acojan a gente en el suelo mientras quedan camas para los que vienen de más lejos hace que a alguno se le vallan los estribos. Un turista reclama una litera para él. Y digo turista porque un peregrino no lo hubiera hecho. Recuerda: el peregrino agradece, no exige. La trifurca se soluciona cuando aparece la Guardia Civil.

Hoy hay que acostarse pronto. Mañana madrugaremos mucho. Es el gran día. Después de setecientos treinta kilómetros Santiago está ya al alcance de nuestra mano.

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Pedrouzo - Santiago de Compostela

Día 29
14 de Agosto
20,1 km.

Llegó el gran día, el sueño de todo peregrino. Hoy llegamos a Santiago. Es muy temprano cuando salimos, a penas las cinco y media de la madrugada. Avanzamos por el interior de una de esas plantaciones de eucaliptos que en nada se parecen a un bosque. No se ve nada y nos ayudamos con la linterna. Al salir de la plantación empieza a clarear. Es un cielo precioso, lleno de estrellas especialmente brillantes en ese momento. El cielo tiene un color azul oscuro muy intenso que va haciéndose más claro según sale el sol. Está amaneciendo.

Ya hemos llegado al aeropuerto de Labacoya. Solo queda hacer la última subida de la ruta para contemplar al fin Compostela. En la subida al monte del Gozo hay muchos peregrinos pese a ser todavía muy temprano. La etapa no tiene ningún atractivo, pero su belleza tenemos que buscarla dentro de nosotros. Según subimos a la cima del monte me inquieto por divisar al fin Santiago. Definitivamente apago los motores. El campo de fuerza de la ciudad me hace avanzar rápidamente y sin esfuerzo. Ya no existe fuerza sobre la tierra que nos impida conquistar nuestro objetivo. En lo más alto, en un montículo está el monumento conmemorativo a Juan Pablo II. Un poco más abajo y hacia la izquierda, hay un punto en el que se ven las torres de la catedral entre los odiosos eucaliptos. Juanen quedó atrás hace un rato. Yo me desvío hacia ese lugar. Quiero sentir lo que otros millones de peregrinos sintieron antes que yo al contemplar al fin Compostela.

Camino un poco dejando la senda a mi derecha para evitar los eucaliptos. Delante de mí hay una valla de alambre, pero al fin consigo entrever las partes más altas de la catedral. Desde aquí no es una imagen hermosa ni nada de eso, pero en ese momento la sangre me da un vuelco y me erizo. El alma se me estremece y me pongo a llorar como una nenaza. Santiago está ahí mismo. Ha sido casi un mes caminando, sufriendo el calor, el cansancio, el esfuerzo, las ampollas, el frío...Pero también de convivencia, de aprendizaje, de humildad, de aventura, de maravillarnos con los lugares que visitábamos, de cambio, de maduración... Todo ello se condensa en ese momento y me recorre toda el alma. Después de tantas vivencias, de tantas emociones, de tantas sensaciones experimentadas la meta está tan cerca que la puedo acariciar. Y así me quedo ahí, tirado en la hierba, mirando las torres del Obradoiro y pensando en lo que está a punto de terminar. Es un sentimiento contradictorio de pena y alegría. Por un lado estoy a punto de conseguirlo. Cuando salimos de Roncesvalles terminar con éxito nuestra aventura era solo una conjetura, una posibilidad. Santiago era un mito del que todo el mundo hablaba pero nadie parecía conocer realmente. Ahora esa posibilidad, ese mito, era una realidad. Pero por otro, el viaje llegaba a su fin. Un viaje y un modo de vida con el que me sentía en completa satisfacción.

De pronto reacciono. ¡ Qué demonios! Estoy ya muy cerca y esto hay que terminarlo. Tengo muchas ganas de darle una abrazo a Santiago. Así que me pongo en pié de un salto y reemprendo la marcha. Hay que llegar. Solo queda un paseo triunfal hasta nuestra meta. Es como la etapa de los Campos Elíseos en el Tour de Francia.

Los últimos kilómetros de ruta Jacobea son cuesta abajo. La urbe nos recibe con su peor cara: naves industriales, el campo de Fútbol, calles desangeladas... Todo cambia al llegar a la Rúa de San Pedro. Desde allí la ciudad arropa al peregrino con calles y edificios de piedra que ganan en belleza hasta llegar al fin a la parte trasera de la catedral. Ya está. Hemos llegado al fin. Ya hemos culminado nuestro peregrinar.

Juanen y yo nos abrazamos. Es un momento de enorme gozo. ¡ Hemos llegado a Santiago ! Estamos aquí, de verdad. Pisando suelo compostelano. La catedral, de la que tanto habíamos oído hablar, está aquí mismo. Podemos tocarla, podemos entrar en ella. Parece que todo lo anterior haya sido un sueño. Parece muy poco tiempo. En ese momento se olvida todo el esfuerzo hecho hasta allí.

Un poco más adelante: la plaza del Obradoiro y la entrada por el Pórtico de la Gloria. Es entonces cuando aparece nuestra primera gran decepción. Una larguísima cola de turistas aguarda a poner la mano en la conocida columna del pórtico. No lo entiendo. Setecientos cincuenta kilómetros a pié hasta llegar aquí y ahora no puedo cumplir con la costumbre centenaria de poner mi mano en la huella labrada en la piedra por miles de peregrinos a lo largo de la historia por una estúpida y aberrante cola.

Bueno, pues será cuestión de pasar por la puerta del perdón y abrazar al Apóstol. Segunda gran decepción. Otra inmensa cola de turistas que me impide algo que hace ya mucho que soñaba. Eso sí que me jodió. En los momentos en que peor me encontraba caminando, yo soñaba con el momento en que llegaría a Santiago y le daría un fuerte abrazo a la imagen del apóstol. Eso me motivaba y me daba fuerzas para poder continuar. Y ahora que estaba allí no podía dar el tan esperado abrazo.

Para conseguir la Compostela, documento de la Iglesia que acredita haber hecho el Camino con motivos religiosos o espirituales, hay otra gran cola. Todo se nos viene encima. Tanto esfuerzo para llegar aquí y ahora mira. En el Monte del Gozo me sentía imparable y eufórico y ahora me tengo que ver frenado por una panda de turistas. Es lo malo del año Santo.

Después de visitar brevemente la Catedral decidimos que lo mejor es buscar alojamiento. El Seminario Menor hace las veces de albergue para los peregrinos. Podemos quedarnos allí tres noches. Está un poco retirado del centro, pero desde la tercera planta, que es donde nos alojamos, hay una espléndida vista del casco antiguo.

A continuación de dejar las cosas vamos al casco antiguo. La verdad es que hay mucho ambiente. En algunas calles casi no se puede pasar del gentío. En las esquinas hay músicos callejeros, comediantes, malabares y puestos de regalos con motivos del Camino y de Santiago.

Hacemos la comida en un pequeño restaurante. No es demasiado buena y sí algo cara en comparación a lo que estábamos acostumbrados. Juanen se vuelve al seminario a dormir la siesta. Yo me quedo en la cola para conseguir la Compostela. Tengo para rato. En todo este tiempo charlo con otros peregrinos y aprovecho para escribir unas postales.

Ya con la Compostela en mano voy a la catedral. Tengo mucho que rezar. Primero dar gracias por haber llegado hasta aquí y por todo lo que ha sucedido en el viaje. Después rezar por mi familia y por mis amigos, pero de un modo especial a la forma en que lo suelo hacer. También por los que me habían pedido que rezara por ellos al llegar ante la tumba del apóstol y por todos aquellos que me habían ayudado en el transcurso de la aventura. Finalmente pedí por mí para no dejar nunca de ser un peregrino.

Hecho esto quedaba confesarse. Hay un montón de confesionarios en las naves de la catedral y aún así hay grandes colas. Pronto me atiende un cura mayor. Es un hombre muy amable. Más que una confesión es una charla sobre viaje.

Tras mi visita a la gran iglesia siento que parte de mis tareas en Santiago ya han terminado. Me siento muy lleno por dentro. Espiritualmente nunca he estado en mejor forma. Es hora de dar una vuelta y curiosear por los alrededores para hacer un poco de turismo. Bordeando el Hostal de los Reyes Católicos me encuentro a Gustavo. Le perdí en León y ya lleva un día en la ciudad. Va con su novia de Yeste.

Unas horas más tarde de estar por ahí, regreso al albergue con víveres para la cena. Esta noche saldremos a tomar unos ribeiros. En la Rúa Nova y alrededores hay bastante ambiente, sobre todo de tapas. En uno de los bares entramos a tomar unos vinos y orujo. No repetiría yo con el orujo, demasiado fuerte. Tampoco están los cuerpos muy joteros y además el horario al que estamos acostumbrados implica acostarse a las diez y despertarse a las seis. Pronto volvemos al albergue.

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Santiago de Compostela

Día 30
15 de Agosto

Hoy es domingo y pensamos que habrá mucha gente, de modo que aprovechamos mucho para dormir. Juanen tiene que conseguir aún su Compostela. Yo mientras voy a darle un abrazo a Santiago. Asombrosamente casi no hay cola en la Puerta del Perdón. Enseguida subo a la capilla y agarro a la imagen por detrás. Es un abrazo fuerte, pero no lo que esperaba, a fin de cuentas es un abrazo a destiempo. Para colmo se me rompe el reloj al enganchárseme con una de las piedras preciosas de la coraza de oro que lleva Santiago.

Debajo del altar está la cripta con el sarcófago que, supuestamente, guarda los restos del Apóstol Santiago Zebedeo, hermano de Juan (el evangelista) y discípulo de Jesús. La mayor parte de la gente pasa por delante sin pararse. Hay una diminuta capilla con un par de bancos. Yo me quedo allí un poco y rezo ante el sepulcro.

Al salir voy a por Juanen. Hacemos un pequeño recorrido turístico y entramos a alguna de las exposiciones. La de Santiago Virtual es muy buena. A la salida es casi la hora de la misa, así que vamos a coger sitio. Cada vez entra más gente. Allí habría miles de personas. Es una misa muy larga en la que se presentan grupos de peregrinos organizados que vienen a ganar el jubileo. El botafumeiro nos impresiona. Parece que te vaya a caer encima.

Por la tarde seguimos haciendo la visita turística. En lo espiritual ya he concluido mis tareas. Hay un montón de exposiciones que ver: unas mejores y otras no tanto. Paseando encontramos a los dos asturianos aquellos que tocaban la flauta. Les perdí la pista en Arroyo de San Bol y pensaba que no llegarían, porque tenían los pies muy muy mal. Que alegría verles. También vemos a la brasileña, aquella del grupo internacional. A esa la perdí en Puente Fitero.

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Santiago de Compostela - Negreira

Día 31
16 de Agosto
20 km.

Queremos desayunar en el Hostal de los Reyes Católicos. Es un parador de turismo de primera categoría. Pero no es que estemos locos y nos queramos dejar las bielas por un desayuno. Es que allí dan de comer gratis a los diez primeros peregrinos que lleguen con una fotocopia de la Compostela. Esa mañana se nos adelantaron y nos quedamos sin nada.

Así que volvemos al albergue a tomar algo y yo a coger mi mochila. Por la tarde saldré para Negreira camino de Finisterre. Juanen se quedará una noche más y partirá al día siguiente a Murcia.

Mochila a cuestas entramos en el Museo de la Catedral. Hay bastante que ver, sobre todo en la parte del claustro. Es muy grande y el edificio tiene varios pisos. Es especialmente interesante la cripta bajo el pórtico de la gloria, donde están los soportales que aguantan la fachada del Obradoiro.

Son las once y veinte. Esta vez sí que sí que llegamos a tiempo a la comida del Hostal, que empieza a las doce. Muy buen menú. La última que haría normalmente en varios días. Después no hay sobremesa. Debo marcharme a Negreira. Son unos veinte kilómetros. Allí hay un albergue según dicen.

Llega la hora de partir. Desde este momento iré solo. Le doy un abrazo a Juanen y comienzo a caminar. Se me hace un poco duro. No es fácil dejar atrás Santiago de Compostela y menos en solitario. Tiene demasiado magnetismo. Tampoco es fácil porque la señalización es muy mala, se camina por la carretera y no hay arcén. Pero esta situación sólo se mantiene en el Concello de Santiago.

Y allá voy. En primer término voy desconfiado. No sé lo que me encontraré. Ya no tengo compañeros que me echen una mano. Es un camino mucho más solitario y echo de menos las concurridas etapas a las que estaba acostumbrado. Pero según voy avanzando me doy cuenta de la situación de aventura a la que me enfrento. A que voy solo y soy absolutamente libre. Y voy camino de Finisterre cumpliendo así un antiquísimo rito. Una especie de necesidad interior.

Otras veces he comparado el Camino con la vida. La infancia, la juventud, la madurez... Y Santiago es la muerte. Si, la muerte. El fin de la vida, el fin del Camino. También es la muerte por lo que decepciona, me lo habían advertido y no me lo tomé en serio, pero es así. Pues bien si Santiago es la muerte, Finisterre es la resurrección a una nueva vida. Hay cierto paralelismo. Mueres en Santiago y al tercer día, las tres jornadas que hay a Finisterre, resucitas.

Al salir del Concello de Santiago todo cambia. Se abandona la carretera y la señalización es mucho mejor. Siempre vas subiendo y bajando. Después de una senda entre eucaliptos salgo a una pequeña carretera. Desaparecen estos árboles y hay más pastos y bosques autóctonos. Al girar una curva me encuentro un majestuoso puente románico. Bajo él fluye el río Tambre, muy caudaloso y limpio. Unos chavales se están bañando. Allí descanso un rato. Es un paraje genial. De lo mejorcito que me había encontrado por toda la ruta. A partir del Tambre el paisaje gana mucho. Desaparecen casi por completo los eucaliptos y aparece Galicia en estado puro.

Al fin, Negreira. Lo primero de todo es comprar algo de comida. Después encontrar el albergue. Pero qué sorpresa al enterarme que el albergue está en construcción. ¿Y dónde me meto yo ahora? Voy a preguntar al Ayuntamiento, pero allí no hay nadie. Es día festivo (día de la Virgen). Una mujer en la calle me dice que valla al polideportivo, que allí acogen a los peregrinos.

El pabellón de deportes del polideportivo está vacío. Allí no hay nadie. Esperaba encontrar a algún peregrino . Tampoco está el encargado. Fuera hay una pareja jugando con su perro. Les interrogo, pero no saben nada. Así que me marcho de nuevo al pueblo. En esto, se pone a llover. La pareja del perro me acerca al pueblo en el coche.

Ya de vuelta al núcleo urbano, voy a una especie de casa de la juventud. Allí hay un chico que atiende el pabellón. Me voy con él. Me enseña todo y me da las llaves. En la pista polideportiva hay una moqueta para dormir. En las gradas me encuentro un folleto con información sobre el Camino a Finisterre. Me será muy útil.

Estoy solo completamente. Ceno antes de que se vaya la luz del sol. Por la noche acojona un poco dormir en un sitio tan espacioso y aislado en soledad. Se oyen ruidos que retumban con eco. También se oye como si corriera agua por algún lado en el techo, pero no está lloviendo. a pesar de todo dormí perfectamente.

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Negreira - Cée

Día 32
17 de Agosto
52 km.

No tengo por qué madrugar, pero no me quiero levantar tarde. En principio esta etapa debía ser de unos treinta kilómetros. Al final haría más de cincuenta.

Al salir del pabellón me encuentro con la niebla. A veces el sol se cuela y al final se despeja la niebla. Toda la etapa es un sube y baja por prados y eucaliptos. Principalmente se va por senda. Los tramos de carretera no tienen nada de tráfico. No encuentro a ningún peregrino. Estoy caminando completamente solo.

Pienso comer en Maroñas, uno de los pueblos más grandes que encontraré. Pregunto que dónde podré dormir de los sucesivos pueblos (sólo existe albergue en Finisterre). Pero nadie me sabe contestar. Parece que no hay nada, así que en Maroñas lo único que hago es comprar comida y seguir caminando. Un poco más adelante cargo agua y almuerzo una fruta y unas galletas.

A partir de ahora entro un territorio completamente despoblado. La siguiente población, supuestamente, está a unos diez kilómetros (en realidad hay más distancia). El esquema que me dieron en Santiago sobre el Camino hacia Finisterre es bastante deficiente e impreciso. Sigo avanzando por parajes cada vez más despejados. La vegetación es baja, compuesta principalmente por brezos y herbáceas. No hace nada de calor y sopla una agradable brisa. El océano se intuye cerca.

Desde una loma contemplo el nuevo valle que voy a atravesar. Hay un embalse. A lo lejos, en lo alto de la montaña y muy lejanas hay tres chimeneas humeantes de una fábrica. No pensé que pasaría por allí. En la bajada de la loma me planteo dónde comer. Paso por una aldea muy pequeña. Un poco más adelante hay una ermita rodeada de nichos con un crucero de piedra en medio. Tengo hambre y paro a comer un poco de pan con chocolate a la orilla de un riachuelo. Pienso que es mejor ir comiendo en pequeñas dosis y caminar, que parar a hacer una comida más fuerte.

Menos de media hora después de la comida, llego a Puente Olveira. El río Xallas pasa por allí. Nada tiene que envidiar al Tambre. Justo después está Olveiroa. Allí me dicen que tampoco hay nada para pasar la noche. La gente con la que hablo casi no sabe castellano y la mayoría de las palabras las dicen en gallego. Así que continúo. Ahora subo por una carretera muy estrecha. Voy sobre el río y después tomo un camino que sigue su curso. Tras pasar un pueblo que no aparece en mis mapas llego a Hospital. Allí sí me dicen que me pueden acoger en un pajar. Pero creo que seguiré a Cée porque hoy he quedado con mis padres y no quiero estar haciendo mucho el indio cuando ellos lleguen.

Salgo a la carretera y paro en un bar a tomar un batido. También como unos sobaos. Un poco más arriba, por la carretera, está la fábrica que divisé algunos kilómetros antes. Enseguida se coge una senda a la derecha que baja a una ermita. La senda atraviesa una colina. El suelo está húmedo y cubierto por una densa vegetación de pequeño porte. El paisaje me recuerda mucho al Connemara (el Connemara es una bella región salvaje del oeste de Irlanda).
Un viejo me dice que todavía queda un buen trecho hasta Cée, pero que llegaré.

Haciendo la última subida de la jornada se me ocurre mirar hacia atrás. ¡Es un peregrino! No me lo puedo creer. Le espero. Es el francés de pelo y barba gris que salió conmigo de Roncesvalles y que durmió con nosotros en Astorga. Nunca había hablado con él. Ahora lo hacemos en inglés. Se llama Jaques y me cuenta que hace el Camino porque su mujer le ha dejado.

La charla hace el trayecto más llevadero. Ya casi todo es bajada y hay unas espléndidas vistas de la costa. A lo lejos se ve el cabo del fin del mundo. Es la primera vez que antes de acabar una etapa estamos viendo el final de la siguiente. No tardamos en llegar a Cée. Entonces buscamos una pensión para compartir. Antes de alojarnos llamo a mis padres y les informo de la situación. Todas las hostales y pensiones están llenas. Al fin, en el Hostal Galicia, encontramos una habitación que no es cara.

Después de ducharme voy a llamar de nuevo para encontrarme al fin con mis padres. Qué sorpresa al verlos en persona al bajar a la recepción. Mi madre y yo nos damos un gran abrazo. Después mi padre y yo. Mi madre se pone a llorar, como no podría ser de otra manera siendo ella. Esa noche la cena fue opípara. Pulpo, navajas, calamares... Había mucho de que hablar. Jaques se apuntó con nosotros.

Al final habían sido más de cincuenta kilómetros y unas doce horas caminando casi sin pausa. Finisterre está a un tiro de piedra.

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Cée - Finisterre

Día 33
18 de Agosto
12 km.

No hay prisa por madrugar esta mañana. Se nos hacen las diez para salir. No es más que un paseo, lo malo que en su mayor parte por carretera. Nada más subir a Corcubión, ya se ve Finisterre. Hay unas playas espléndidas, de arena blanca y agua cristalina. Son playas mucho más largas de lo que estamos acostumbrados en el sur.

Qué poco nos queda ya de peregrinos. Ni si quiera sé si aún lo somos. A penas unos kilómetros más y ya estamos en el pueblo de Finisterre. A la entrada, como no, me espera mi madre y mi padre. Me acompañan al albergue. Muy nuevo y muy bien preparado, quizá sea el mejor de todos. Allí me sellan la credencial de peregrino y me dan la Finisterreta : imitación a la Compostela que acredita haber llegado al fin del Camino y al fin del Mundo.

Ya sin mochila, seguimos Jaques y yo hasta el la punta del cabo. Son lo últimos pasos de unos ochocientos treinta kilómetros caminados. Esto se acaba, ya no hay más tierra para seguir caminando hacia donde se pone el sol.

Desde el faro se puede bajar hasta el océano por las rocas. La brisa te da en la cara. Se acaba la tierra y empieza un mar que parece infinito y que se funde con el cielo grisáceo en el horizonte. Tiene aires de inmensidad. Allí me siento un rato a meditar. ¿qué es lo que he hecho? ¿qué voy a hacer de aquí en adelante? ¿Qué fue de esas primeras etapas con armando, allá por Navarra? ¿y Santo Domingo, que tanto me influyó? ¿y las largas etapas por la Tierra de Campos? ¿y la llegada a las montañas de León y Galicia ya con mis compañeros de clase? Todo ha quedado ya atrás.
Desde luego algo ha cambiado en mi vida. En el Camino te vuelves duro por dentro y aprendes a aceptar las cosas tal y como vienen, pero también te haces suave por fuera y te sabes adaptar a la gente que te acompaña.

Después de un rato meditando sobre todas estas cosas y muchas más, me pongo en pié y tomo mi bordón de avellano, ese que había sido mi fiel compañero de viaje desde los Pirineos y que en tantas ocasiones me había sido de tanta ayuda. Yo no continuaré el viaje por mar, pero él sí. Lo agarro por el extremo y batiéndolo al viento lo lanzo al océano. Aquí el mar no devuelve las cosas, las mareas y las corrientes se llevan los objetos flotantes muy lejos y no suelen retornar.

Y así concluye mi Camino. Treinta y tres días de aventura, esfuerzo, recompensa y vida interior. Sólo me queda bañarme en la Costa da Morte, a modo de bautismo, y contemplar la puesta de sol desde el fin del Mundo, donde ninguna montaña tapa la visión del sol ocultándose en el lejanísimo horizonte oceánico.
Este peregrino al fin puede descansar.

¡¡¡ULTREIA!!!

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