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Aprovechando que 2004 es un Año Santo Compostelano se decidió enviar a dos peregrinos en representación de todo el club. Con el Sr. Orueta se representaba la historia gloriosa del PIHASA, a la par que los jugadores del equipo que emigraron a otras latitudes, y con el Sr. Riestra se podían identificar los miembros del equipo que aún defienden la gloriosa camisola gualdo-azul. Ambos habían llevado una vida lo suficientemente "disipada" durante los últimos meses para ser los que más provecho iban a sacarle (a Peche no le daban el visado para entrar en la Catedral, nunca hubiese conseguido la indulgencia plenaria) , así que no había más dudas.
La salida se hizo el día 28 de marzo de 2004, festividad de San Cástor, y la llegada (según lo previsto) se hizo el 4 de abril de 2004, Domingo de Ramos, fiesta solemne, conmemoración de la entrada de Jesús en la Ciudad Santa.
Plan de viaje: 8 días (7 de camino, el octavo sería de llegada a Santiago), 215km (que luego serían algunos más), 10kilos por mochila, 4 piernas y mogollón de tiritas para curar ampollas.
Salimos de Madrid con el buen tiempo que la ley de Murphy nos hacia esperar (nevando -sí, eso que tapa la cara de Antón es un copo de nieve). Gracias a Dios (y probablemente a la cornisa Cantábrica) en Ponferrada hacia un día espléndido. Manolo lucía un atrevido conjunto en tela vaquera combinado con un gorro de lana negro que le daba un aspecto marinero a la peregrinación. El otro (el optimista) salió con las piernas al aire para aprovechar la buena temperatura que se puede imaginar que había. Nuestros padres hicieron su propio peregrinaje por nosotros. El padre de Manolo madrugó para dejarle tempranito en el Bernabéu (punto de partida) y la madre de Antón se ganó el cielo (otra vez) llevándonos hasta Ponferrada.
En el albergue de Ponferrada nos dieron la Credencial que nos permitiría dormir en los albergues, por un lado, y obtener la Compostela al llegar a Santiago, por otro. Al final del Camino nos enteramos de que había habido una reunión de hospitaleros en este albergue la noche anterior a que llegásemos, y que de haber llegado a tiempo podríamos habernos dado un homenaje gastronómico de cuidado, porque los hospitaleros invitaron a todos los peregrinos que durmieron allá aquel día. El caso es que nos plantamos al comienzo del Camino con lo indispensable en la mochila, para no pasarlo mal por llevar demasiado peso.
GPS, sombrilla, esquíes, ventilador, estufa de gas con su correspondiente bombona de butano -de CEPSA, eso si, 7kg menos-, radio, tele -no pensábamos perdernos el capítulo de los Serrano-... Lo fundamental. Ah, también llevábamos un saco de dormir (cada uno).
Se supone que deberíamos haber hecho alguna visitilla a los monumentos de Ponferrada, pero salimos a toda leche para intentar llegar lo antes posible a Villafranca, que salir a la una de la tarde no era lo mas prudente. No pudimos dejar de ver el Castillo de los Templarios, que domina la ciudad.
A la salida de Ponferrada (hay que ver que largo es este pueblo) hay un centro médico. Como acabábamos de salir pensamos que habría docenas por el camino pero no vimos ninguno más hasta Santiago, así que si pasáis por aquí con problemas, paraos. Ya empezábamos a notar el hambre y sin esperar más decidimos hacer una paradita para conseguir un bocadillo de tortilla, delicia gastronómica que se convertiría en un antojo imposible.
- "Dos bocatas de tortilla y dos cañas"
- "¿Tortilla de patata?"
- "Claro"
- "Pues no va a poder ser..."
Parecía fácil, pero a partir de ahí, en cada bar que preguntamos nos decían que no podía ser, que si tortilla francesa, que si lomo, que si jamón... En fin, teníamos el antojo y no había forma de quitárnoslo de la cabeza. Este día fue lomo con pimientos para los dos.
Esta foto probablemente es el único documento que existe que prueba que Manolo llevó botas al Camino. No tuvo suerte al preparar su equipaje en Madrid y se encontró con que todas las botas que había dado de sí durante su etapa como acampado en Vinuesa habían desaparecido del armario, así que decidió coger las únicas que quedaban, prácticamente nuevas y poco indicadas para andar. En apenas 10km ya le habían salido dos ampollas en el pie derecho. A partir de ahí las cambió por las zapatillas de deporte y no se sabe si fue peor el remedio o la enfermedad.
Este tramo es bastante anodino. Se llanea entre pueblos sin ningún interés, entre zonas residenciales, sin contacto con la naturaleza ni nada parecido.
Como si fuésemos paseando por cualquier urbanización nueva de las afueras de Madrid. En Cacabelos se supone que invitan a vino y empanada en la tienda "Prada a Tope" y en Camponaraya, en las bodegas que hay a la salida del pueblo te llenan la cantimplora de vino, pero, como era de esperar, nuestra desinformación hizo que no nos enterásemos hasta mucho después.
Si va a ser que debíamos haberlo preparado un pelín más... El caso es que comimos a la puerta de las bodegas, pero bebiendo agua. El "consuelo" es que conocimos a Myriam, una alemana que fue la primera peregrina con la que hablamos.
Lo importante es que ya nos íbamos a poner a andar de una vez, porque entre pitos de salida y flautas de ampollas y no se sabe qué de comida, no terminábamos de empezar. Parecía que nos metíamos en lo que respondía a la imagen clásica del Camino, entre bosques y en mitad del campo. El paisaje de la izquierda muestra como se presentaban las cosas.
- "¿Y tenemos que llegar hasta las montañas del fondo?"
Después de haber pasado desde 1º de EGB hasta 6º de ICAI juntos, Manolo y Antón llevaban un par de años sin verse y tenían que ponerse al día en los detalles de la vida del otro: - "¿Que tal en Orense?"
- "Pse..." Manolo siempre abundando en detalles...
Este día no paramos de hablar entre nosotros tratando temas sobre todo lo divino y lo humano que se nos podía ocurrir. El Madrid y el Atleti, las mujeres, el coche nuevo de Manolo, los amigos o no tan amigos de Madrid, los planes de futuro, etc. Aparte de la experiencia espiritual o turística que pueda suponer el Camino, pasar juntos esta semana nos hizo valorar la peregrinación aún más.
El tiempo era estupendo y empezamos a ver paisajes que merecían la pena. Antón era un agonías con la cámara de fotos (como seguiría siéndolo casi todo el Camino) y parecía un turista japonés queriendo hacerle una foto a todo, pero gracias a Manolo el reportaje se pudo limitar un poco. Aquí si que nos hizo bueno y empezamos a recibir los mensajes de apoyo de nuestros fans en Madrid (GRACIAS por acordaros). En este tramito conocimos a un grupo de Granada a quiénes adelantamos un par de veces (una de las granadinas nos comentó más tarde que las atropellamos, más bien -¿tan desesperados estábamos por pecar antes de llegar a Santiago?).
Lo malo es que también nos llegaron noticias de la derrota (2-1) sufrida por el PIHASA, que se tuvo que presentar con un equipo de circunstancias, mermado por las bajas (no se comprende la decisión del Comité Superior de Deportes, que no quiso aplazar el choque aunque estuviésemos en Año Jacobeo). Además, volvimos a coger la carretera nacional (menos mal que ahora hay autopista y menos tráfico, que andar por aquí hace 20 años, con 1m de arcén, debía ser peligrosísimo) y nos tragamos todos los humos que nos habíamos ahorrado saliendo de Madrid para respirar el aire puro del campo.
En este tramo fue cuando Manolo de verdad se hizo cargo de lo mal que lo iba a pasar peregrinando. Las zapatillas de deporte por las que había sustituido las botas no dieron el resultado esperado y se reventó la primera ampolla. Manolo llegaba al camino como un Formula 1 favorito para ganar el Mundial y tuvo que pinchar en la primera vuelta. ¡La de tiempo que nos íbamos a pasar "en boxes" y nosotros sin saberlo!
Cuando llegamos a Villafranca pudimos haber dado por finalizado el Camino. Esta puerta que se ve es la Puerta del Perdón de la Iglesia de Santiago, y en la Edad Media, el peregrino que llegaba enfermo hasta aquí y no podía seguir (Manolo estaba bastante jodido ya y no habíamos empezado) hasta Compostela ganaba el Jubileo. Seguir, seguir, sí que podíamos, pero enfermos no hemos dejado de serlo nunca.
Nada más llegar (a las 18:30) nos fuimos al Albergue Jato, muy famoso en el Camino, pero al entrar vimos que estaba sucísimo y viejo. El hospitalero que estaba allí en ese momento no fue demasiado simpático, así que decidimos irnos al albergue municipal que estaba a 50m.
Nos dimos una buena ducha (si, nos duchábamos en el Camino), siestecita corta y paseo por el pueblo. Queríamos encontrar un sitio donde poder cenar y meditar viendo el partido del Madrid-Sevilla que daban por el PLUS. Coincidió que el grupo granadino acabó en el mismo cuarto y tenía las mismas inquietudes espirituales que nosotros, así que nos repartimos la búsqueda del sitio en cuestión. Al final terminamos todos en una hamburguesería en la Plaza Mayor de Villafranca. Con el partido 3-1 al descanso (5-1 al final) nos fuimos a la cama, que al día siguiente subíamos el Cebreiro y no iba a ser fácil.
Antón se levantó temprano para intentar ir a misa (cada uno hacia el Camino todo lo espiritual que quería) pero no lo consiguió. En el Convento del Carmen (clausura) no dejaban pasar a un tío raro, sin afeitar y con cara de sueño por mucho que dijese que era peregrino. Así que se dedicó a visitar Villafranca, que con un castillo, una colegiata, un colegio de Jesuitas y varias Iglesias (ninguna abierta) es una ciudad que merece la pena.
Cuando volvió al albergue a por Manolo ya no quedaba nadie. Iba a ser la tónica general durante el Camino, pero ese día nos sorprendió bastante. El MARCA no decía nada de la derrota del PIHASA. ¿Qué habría pasado con el redactor que acostumbra a hacer las crónicas del gran equipo madrileño? Desayunamos bien, tostaditas, colacao y empezamos a andar a las 11:00. Este tramo esta marcado en el suelo en plan carril-bici, pintado de amarillo, se llanea mientras se va al lado de la carretera, con lo que se puede ir bastante ligerito. Las ampollas todavía respetaban a Manolo. A las 12:30 nos encontramos (otra vez) con el grupo de granadinos. Habían salido a las 9:00 de la mañana del albergue! Sin usar la calculadora ni nada, ¡en una hora y media habíamos hecho lo que ellos en 3 y media! ¡Y todavía íbamos por la parte fácil de la etapa! Mientras ayudamos a una de las niñas a curar sus ampollas (si llega a haber sido uno de los tíos el que hubiese pinchado no nos hubiésemos parado ni de broma) nos contaron que querían llegar hasta La Faba esa tarde (nos quedamos con las ganas de llamarles al móvil por la noche para comprobarlo, porque iban bastante tocados). Al ritmo que iban puede ser que todavía estén haciendo el Camino.
Rezamos para que les fuese bien.
En un par de horitas nos marcamos 11km mientras pasamos por Pereje (donde una señora nos preguntó por nuestras novias - ¿cosa curiosa para preguntar a dos peregrinos, no?) y Trabadelo (donde nos acompañó un perro-patada durante un rato). A la salida de Trabadelo hicimos parada pero volvimos a pagar la novatada. A menos de 1km había otro sitio cojonudo para parar: en medio de montes, separándose de la carretera hay un puente, con una pradera y un río espectacular. En cualquier caso, este día nos íbamos a hartar de ver paisajes increíbles.
Al arrancar otra vez es cuando Manolo empieza a notar las ampollas. Y Antón el hambre. Así que se decide por unanimidad parar a comer al cabo de media horita para afrontar ya la ascensión dura del día. Bueno, pues para andar un paseito de media hora, ¡hay que ver lo duro que se nos hizo! Parecía que Vega de Valcarce no llegaba nunca, pero al final encontramos el Mesón das Rocas y nos metimos.
- "Dos bocatas de tortilla y dos cañas"
- "¿Tortilla de patata?"
- "Claro" (En España si se dice T-o-r-t-i-l-l-a quiere decir d-e p-a-t-a-t-a; las otras son las que llevan apellidos: francesa, de jamón, etc.) - "Pues no va a poder ser..."
Vaya, otro día igual. Así que nos conformamos con lo que tuviesen. Que en este caso no era conformarse, los bocatas estaban de miedo. Muy recomendable este sitio. El pan sabía de coña (¿a buen hambre no hay pan duro?) y la empanada fue la mejor que tomamos en todo el camino. Para los gays que no se atrevan a subir al Cebreiro con las mochilas, aquí ofrecen la posibilidad de subirlas en coche por 2€.
Empezamos flojito para no forzar cuando estamos fríos. En todas las etapas necesitamos una subidita para entrar en calor y apretar el ritmo y sabíamos que no tardaríamos en dar caña. Para darle un poco más de emoción al asunto, el mesonero nos advirtió de que en el Alto había amanecido nevado y que esperaban mal tiempo. Para aprovecharnos de la ley de Murphy y que no lloviese compramos un poncho para Manolo (ya se sabe, si no se compra llueve fijo). Funcionó.
Chispeó un pelín en algún tramo, pero nada serio. Al pasar Las Herrerías se empieza a subir.
Aquí ya nos separamos de la carretera definitivamente y nos internamos por unos bosques increíbles. Esta subida es probablemente la parte del Camino en que más te sientes parte de la naturaleza. Son un par de kilómetros muy duros pero que merecen verdaderamente la pena. Antes de llegar a la Faba nos saluda un pastor (que pena no haberle sacado una foto) con un pasamontañas y un hacha. Al oír que somos de Madrid no puede evitar hablarnos del atentado terrorista. Al llegar al pueblo ya estamos reventados. El último repecho antes de llegar al pueblo nos ha matado. Y pensar que nos quedan 6km hasta arriba desanima a cualquiera. Las ampollas de Manolo se unen a la discusión y opinan que debemos seguir, que ellas se lo están pasando de miedo. Pero si hay que echarle huevos se le echan. Y más con uno de Bilbao en el equipo.
Nos quedamos con las ganas de hacer una parada y saludar a Marcelino pero no parece inteligente andar perdiendo tiempo ahora. Sigue siendo precioso, pero cada vez se hace más duro. A veces parece que andamos por una espacie de calzada empedrada, otras veces no se puede distinguir nada entre el barro. Un par de repechos del copón más terminan de matarnos. Pero ya se sabe, Dios aprieta pero no ahoga. Al salir de una aldeíta (La Laguna) en medio del monte... una máquina de Coca Cola. En mitad de ninguna parte, ¡la civilización viene al rescate! Menos mal que llevábamos suelto, si no llegamos a llevarlo ¿a dónde coño teníamos que ir a pedir cambio? ¿abajo? ¿arriba?
Cuando ya hemos subido suficiente, los bosques desaparecen para dar paso a una vista espectacular. Lo malo es que podemos ver bastante de lo que queda y todavía no se ve el final. Manolo lleva una hora sin decir ni una palabra.
¿Estaba meditando? Lo cierto es que el entorno invitaba a ello y la subida ya no era tan dura, pero la cara de Manolo podía indicar dos cosas: o se acababa de dar cuenta de todos los pecados que tenía o la subida le estaba matando. O las dos cosas. Nos empezaba a dar la sensación de que a Manolo le iba a costar algo más que al resto la Indulgencia Plenaria. Antón aprovechaba para ir leyendo fragmentos de los Evangelios que llevaba en el bolsillo. Incluso trató de meter a Manolo en su meditación sobre la ascensión al monte Calvario.
A lo lejos vimos dos motitas subiendo por la misma senda (en verano este camino parecerá la carretera de la Coruña, de todo el tráfico que tendrá, pero en marzo todavía había que ir poniendo el pie con cuidado). Cuando les pasamos (subiendo, sufriendo o no, íbamos a toda leche), nos presentamos. Son Ana y Lina. Tenían planeado salir un día antes que nosotros desde Ponferrada pero se conoce que habían tenido problemas y habían salido más tarde. Ellas habían sido más listas que otros y habían mandado las mochilas en coche hasta arriba. En cualquier caso, al poco de pasarlas ya entramos en el Cebreiro. Tres perrazos nos veían llegar por el camino y tenían toda la pinta de pasarse horas todos los días viendo llegar a "los pringaos esos que suben por ahí". Los tres giraban la cabeza a la vez, como en un partido de tenis, cuando se acercaba otro peregrino.
Llegamos al albergue con un fresquito considerable y la ducha que nos dimos nos sentó de miedo (insistimos, nos duchábamos en el camino). Antes de amodorrarnos en ningún lado nos teníamos que tomar una caña y que mejor sitio que el "Mesón Antón". Como nos dijeron que no podían darnos de cenar tuvimos que montar un plan alternativo. Menos mal que siempre estuvimos preparados para los imprevistos. Manolo se fue a sobar y Antón a misa (¿cada loco con su tema?).
Segundo intento fallido. En verano hay misa todos los días a las 20:00 en el Santuario del Cebreiro, pero en invierno cortan. En cualquier caso, se puede visitar la iglesia y ver el Santo Grial allí custodiado.
La cena en Casa Carola estuvo a la altura de la subida. Caldo gallego, sopita, filete, huevos, postre...Nos pusimos las botas en Casa Carola y nos fuimos a terminar de expirar en el saco. Un peregrino que había prometido no hablar en todo el Camino se ofreció para curar las ampollas de Manolo. Se lo agradecimos, pero hizo exactamente lo mismo que Antón intentaba hacer.
Mientras llegaban los últimos peregrinos del día al albergue (éramos 32) Antón conoció a varios peregrinos experimentados. Juanjo tenía 66 años y dirigía la tertulia. Israel era el yogurín con 29 palos y venía de Valencia y Antonio debía andar por los 40 y era de Alicante. Se estaban poniendo de orujo hasta las orejas. Ellos si que habían parado en Cacabelos a por la empanada de Prada a Tope, o en Camponaraya a por el vino. A pesar de dar la sensación de hacer un camino poco espiritual y más "turístico" era muy interesante escuchar sus anécdotas y tomar notas de donde podíamos comer gratis, je, je. Según ellos, la siguiente parada que no podíamos perdernos (pero pagando) era la de la Pulpería Ezequiel en Mellide (dos etapas después). Tomamos nota.
Para variar nos levantamos los últimos. Cuando abrimos el ojo no quedaba nadie en el albergue. desayunamos en Casa Carola y nos volvimos a encontrar con Ana y Lina, que se habían dado un homenaje durmiendo en cama con sabanas esa noche.
Al salir, la señora (Carola?) nos indicó que debíamos seguir la carretera pero al poco rato sospechamos que igual nos había indicado mal. Resulta que hay una opción de ir por en medio del monte siguiendo una pista forestal. Decidimos volver y desanduvimos unos 300 m hasta el principio (como íbamos sobrados, encima nos marcábamos chuladas). Por otro lado, con la niebla que había no era muy seguro andar al lado de la carretera nacional.
En el albergue no vimos ni una indicación y nos metimos por un caminito que nos indicó otro paisano. Nuestro mosqueo aumentó cuando pasó un buen rato sin ver ninguna señal típica (ni flechas amarillas-casi todo el camino está señalado con flechas amarillas-, ni vieiras, ni nada). Pero, cual peregrinos expertos, supimos seguir una de las señales alternativas características del Camino moderno, los botes de Actimel vacíos. Uno tirado al lado del camino nos hizo sospechar que estábamos en la ruta correcta (hay peregrinos más guarros aún que nosotros; no solo olían mal, sino que además ensucian) y seguimos..
La sensación al pararnos entre la niebla en medio del bosque de abetos era indescriptible. Seguimos andando entre la niebla y rezando por no escuchar aullidos. Si es que para hacernos rezar solo necesitábamos un poco de motivación.
- "Auuuuuuuuuuuuuu!"
- "¿Que fue eso?"
- "Pollo de corral no va a ser"
Un poco por intuición, otro por las indicaciones de la guía continuamos la bajada hasta encontrarnos con una pista un poco más ancha. Seguíamos sin ver ninguna señal y nos "preocupaba" el tener que volver a desandar cuesta arriba lo andado cuesta abajo como descubriésemos habernos perdido. Menos mal que llegamos a Liñares.
Poco después coronamos el alto de San Roque "con un mirador donde las vistas a los bosques de abetos y avellanos son espectaculares". Si, ya. La niebla no nos dejaba ver a mas de 40 metros. En Hospital de la Condesa, a las 12:00, vimos un cartelito de "Iglesia Abierta" y Antón vio en eso una señal divina.
-"Hay que rezar el Ángelus"
A Manolo todo lo que fuese parar le parecía estupendo, así que pudimos disfrutar de la ermita con tranquilidad. La humildad de la capilla, con tres bancos y un Cristo, invitaba a la oración. En los grandes monumentos es fácil extasiarse, pero se hace más difícil el recogerse y encontrarse con el Dios cercano y paternal que soporta cada paso del peregrino.
Esperábamos una etapa entera cuesta abajo pero la subida al Alto del Poio es tan dura como la del Alto de San Roque y las dos, aunque cortas, tienen una pendiente tremenda. Hay un bar puesto a huevo justo en el Alto del Poio (ahí estuvieron avispados los de la zona), y con el frío que hacía (este es el punto más alto en todo el camino desde Ponferrada) no pudimos evitar entrar a tomar algo. Allí ya estaban Ana y Lina (¡otra vez!), quienes siguiendo las indicaciones de Carola yendo por la carretera al salir del Cebreiro nos habían sacado ventaja. No esperamos mucho para seguir, porque sequía haciendo rasca y era mejor no quedarse helados. Llaneamos hasta Biduedo sin quitarnos las bragas, pero la niebla (menos mal) se empezó a disipar y pudimos disfrutar algo del paisaje. Paramos en el mesón Betularia de Biduedo y tuvimos la conversación de siempre: - "Dos bocatas de tortilla y dos cañas"
- "¿Tortilla de patata?"
- "Claro"
- "Pues no va a poder ser..."
Así que otro día más conformándonos con otra cosa. En este mesón conocimos a dos peregrinos que venían desde Fátima, habiendo pasado por Santiago y de camino a Lourdes (con dos cojones). Iban con un burro que cargaba con todo lo suyo y querían encontrar trabajo de hospitaleros en el camino. La hija de la dueña (Soraya-2 años) se encaprichó del único boli que teníamos y casi se vino con nosotros.
La bajada (el concepto bajada tiene un nuevo significado para nosotros desde este día) es durísima. Más nos valía regular, porque las rodillas no tardaron en empezar a doler. Manolo las pasó muy putas (si se le pudiese ver la cara se vería mejor) y el paisaje... El paisaje... ¿De verdad se cree alguien que estábamos mirando el paisaje? Lo importante es que seguíamos conectados al mundo real por el móvil, que siempre venía bien para recibir apoyo en los momentos más duros.
El caso es que nos olvidamos rápido de este tramo y llegamos a Triacastela. La mayoría de la gente que había salido desde el Cebreiro se quedaba aquí, pero nosotros seguíamos siendo los más chulos. Tomamos un cafetito y otra vez a andar. Hasta Samos se "llanea" (en Galicia no existe el concepto llanear), siguiendo el curso de un río. Muy bonito todo, pero empezamos a no poder más.
Los 5km entre San Cristóbal del Real y Samos se nos hicieron eternos. Hicimos descansos en Renchen, Frituxe y San Martín. Los robles y los castaños alrededor nuestro son impresionantes, pero lo dicho, no estábamos para bromas.
¡Como debía de tener la rodilla Manolo que ya no decía nada de sus ampollas! Verdaderamente debía de tener muchos pecados que perdonar, porque la penitencia que estaba haciendo era inhumana. Manolo no podrá estar más contento de volver a ver una iglesia en su vida. Lo malo es que desde que se ve, hasta que se llega de verdad hay que hacer una bajada de unos 300m y a Manolo eso le mató.
Una vez en el albergue, Manolo se metió en el saco y no volvió a emitir un sonido en unas dos horas. Antón tenía el día místico y se fue a celebrar Vísperas con los monjes benedictinos. Como había tenido poco y no le dolían las piernas apenas (gemelos subidos, rodillas cargadas) aprovechó para oír misa (de espaldas) en la iglesia del Monasterio. Espectacular. Dos hermanos catalanes, Ramón y Gabriel, que peregrinaban en bici, también participaron.
El albergue es como un barracón grande, donde caben 80 peregrinos, pero solo estábamos 9. El baño no tenía calefacción y sí una ventana abierta, así que el frío al salir de la ducha nos congeló (¿despertó? ¿hizo reaccionar?). Vale que el albergue es una hospedería que ofrecen los monjes al peregrino, pero por favor, ¡cierren esa ventana!
En el albergue estaba Alejandro, un jerezano con el que fuimos todo el camino.
Estaba viendo con nosotros el Madrid-Sevilla de Villafranca, se moría en la cama de enfrente nuestro en el albergue del Cebreiro y esta noche ya entablamos relación. No vimos ni creemos que se vuelva a ver a un tío más elegante que él en el Camino. Cenamos con él en el único sitio abierto de todo el pueblo y le dijimos nuestro planes de llegar hasta Portomarín el día siguiente. También estaban José, el peregrino con barbas más peculiar que nos encontramos, y un brasileño que salió desde Ronces valles y estaba a puntito de palmar. Al poco rato nos fuimos a la cama, que nos dolía todo.
San Julián de Samos es un monasterio que fue construido a partir del siglo XII y ya que estábamos allí no íbamos a dejar de visitarlo. Ni siquiera Manolo protestó. Eso sí, fuimos otra vez los últimos en levantarnos y llegamos tarde a la visita guiada. Nos los enseñó el único monje benedictino que tiene permiso para hablar en la comunidad (el bibliotecario). El claustro más grande de Europa, una fachada barroca impresionante, murales pintados por los propios monjes,... Y salimos tardísimo. Craso error que luego íbamos a pagar.
Al poco rato de dejar Samos se abandona la carretera por la que se va y se coge un camino a la derecha. Enseguida cogemos a dos peregrinas, Eva e Isabel, de Ciudad Real, que habían salido de Triacastela esa misma mañana (pero temprano, no como nosotros). Por cierto, para dejar patente la universalidad del PIHASA, estas chicas nos confirmaron que conocían a un Dr. Sevilla en Ciudad Real (¿el padre de Gus -leyenda del PIHASA, para los poco versados en la historia del equipo-?). Al llegar a una bifurcación podíamos elegir entre seguir por una senda entre bosques y aldeas, andando 4-5km más, o acortar yendo en paralelo a la carretera hasta Sarria. Demostrando una falta de inteligencia y un exceso de confianza nos tiramos por la larga. ¡Y con dos tías al lado! No se vaya a pensar nadie que nosotros quisiéramos impresionar a nadie... Vamos a un muy buen ritmo y en dos horitas hacemos casi 12 km. Las dos ciudadrealeñas andaban como motos. Llegando a Sarria nos encontramos con Ana y Lina (¡otra vez!, pero esta iba a ser la última) y la parada en la ciudad nos viene estupendamente.
Manolo iba tan jodido como de costumbre y Antón tampoco estaba fino. La escalinata que había que subir para llegar al albergue (y/o seguir el Camino) nos termina de convencer de que es un buen momento para comer.
- "Antón lleva los gemelos subidos" le dijo Eva (enfermera) a Manolo - "¿Y eso?"
- "Porque va andando sin doblar las rodillas"
Al menos las niñas se iban fijando en uno de nosotros dos. Ellas se quedaban en Sarria, así que nunca sabremos que hubiese pasado. Bueno, si, nada.
El caso es que llegamos a Sarria, ciudad con unos 5.000 habitantes, y aquí tenía que haber tortilla. Después de cerciorarnos de que la tenían en uno de los bares, nos metimos con la seguridad de que no se podía repetir la conversación.
- "Dos bocatas de tortilla y dos cañas"
- "¿Tortilla de patata?"
- "Claro"
- "Pues no va a poder ser..."
¿Como? Vamos a ver. En el menú de fuera ponía bien clarito "Pincho de tortilla: 1€". Así que insistimos.
- "¿Y un pincho?"
- "Si, un pincho si"
- "¿Y no nos puede poner el pincho dentro de un bar de rebanadas de pan y ya esta?"
- "Ah, bueno"
Si es que cuando hay buena voluntad...Que haya que ponerse a razonar con el camarero para pedir un bocadillo es increíble. El caso es que al final conseguimos nuestros bocadillos. Con la que nos esperaba después era mejor que disfrutásemos de esos momentos. Antón reconoció que tenía los gemelos en los hombros y Manolo seguía teniendo un enano dándole con un martillo en la rodilla. Vamos, en perfectas condiciones los dos.
Repasando lo que quedaba de etapa vimos que la guía que llevamos, dejaba el tramo que nos quedaba para una etapa entera.
- "Oye Antón, ¿no dijiste que eran como 12-15km desde Sarria hasta Portomarin?"
- "No sé macho, eso me parecía"
- "Pues quedan 20-23km"
- "¡Joder!"
- "Si, eso es exactamente lo que va a hacernos la etapita, jodernos vivos"
Se ve que la experiencia es un grado y ya nos empezábamos a hacer una idea (pero sólo una idea) de lo mal que lo podíamos pasar. Manolo estuvo tentado de quedarse a la salida de Sarria, o más bien el juez estuvo tentado de retener a Manolo a la salida de Sarria, pero conseguimos escapar. Nos encontramos ahí con Juanjo e Israel, los veteranos que habíamos conocido en el Cebreiro. Andamos un poco con ellos y con 4 guiris que iban fresquísimos (habían empezado ese día) hasta llegar a Barbadelos, a eso de las 16:00, donde ellos se quedan a hacer noche. Empezó a jarrear (la etapa era demasiado fácil) y la cara que pusieron todos cuando les dijimos que seguíamos hasta Portomarín nos confirmaban que no había sido una buena idea.
Aquí empezaban a aparecer mojones de distancia a Santiago cada 500m, así que podíamos saber con seguridad lo mal que íbamos. Antón se recuperó un poco, pero Manolo iba descubriendo que su capacidad de sufrimiento era mayor de lo que se esperaba. ¡Vaya progresión llevábamos! La etapa de Villafranca la aguantamos bien, la del Cebreiro nos hizo bastante daño, la de Samos nos mató y esta...
Ésta estaba haciendo leña del árbol caído.
- "Como la progresión siga así, a Santiago llegamos con los pies por delante"
- "No llegamos ni así"
No teníamos claro si Portomarin estaba a 91 ó 93 km de Santiago, pero poco después de pasar el mojón del km100 a Santiago (punto psicológico importante) nos sacaron de dudas. En el km 88. Y de verdad, cada metro de más a estas alturas era una agonía. Lo único que nos motivaba era pensar que el jerezano con el que estuvimos en Samos fuera capaz de llegar.
- "¿No habrán robado el pueblo, verdad? Porque si no podíamos llamar a Protección Civil para advertirles..."
- "Si, yo creo que sería lo mejor. Porque no sé donde se puede haber metido..."
El agua y las barritas energéticas se nos acabaron en torno al km 93, pero desde ahí ya se podía ver nuestro destino.
- "Pues menos mal, yo ya estaba preocupado de que hubiese desaparecido"
Nos confiamos, pero quedaba lo peor. Esos 5-6 km los hicimos despacito -despacito. La bajada hasta el pantano es criminal y tuvimos que parar cada poco rato a descansar las rodillas de Manolo y los gemelos de Antón. Justo antes de afrontar el puente de Portomarín hay una bajada de unos 300m con un desnivel brutal. Antón prefiere coger ventaja para no oír lo que le llama Manolo. Aún así, los oídos le pitaban una barbaridad. Al llegar abajo, sólo quedaba cruzar el puente que cruzaba el pantano de Belesar (que parecía el de San Francisco, que no se acababa nunca) mientras se nos va haciendo de noche (ya son casi las 21:00) y ya estábamos. Ya estábamos...perdidos. ¿Hacia donde hay que ir cuando se llega al otro lado? Un paisano nos aclara: - "El albergue esta aquí al lado, a unos 500m subiendo por esa cuesta"
- "¿Al lado?"
Si llegamos a tener algo que tirarle lo matamos. La cuesta es un maldito repecho y los 500m que a él le parecían poca cosa, a nosotros, con 40km en los pies, nos parecían la pera. Para colmo, el albergue esta sucio, lleno y sin hospitalero ni nada parecido. Para asegurarnos que podremos descansar resulta que hay un grupo de chicos (y chicas, aquí si conviene puntualizar, que no es lo mismo conducir que conducir) de 1º, 2º y 3º de BUP (paso de ESO's y movidas) de un colegio de Salamanca que empezaban el Camino al día siguiente. Follón y jarana garantizados. ¿De qué podíamos estar riendo? La tontería nos había dado fuerte.
La sorpresa agradable fue encontrarnos a Ramón y Gabriel Prats, los dos hermanos catalanes con quienes habíamos visitado el monasterio de Samos esa misma mañana. Ellos hicieron la misma etapa que nosotros, pero en bici. Sus caras al vernos llegar no dejaban lugar a dudas. Pensaron que estábamos locos.
Al fijarse un poco más en Manolo y ver sus pies totalmente destrozados por las ampollas no pudieron evitar ir a comprar sal para que se diese un buen baño con ella. ¡Como debía tener los pies! Antes de morir definitivamente, Manolo decidió darse una buena ducha. Y claro, un calentador (COINTRA, eso sí) para dos duchas en un albergue con 180 camas ocupadas, pues no daba mucho de sí.
Manolo consiguió meterse debajo del agua cuando todavía estaba caliente, pero a Antón le caían cubitos de hielo mezclados con el agua helada. ¡Si ya sabíamos que lo de Samos podía empeorarse!
Por cierto, ¡que consuelo no encontrar al jerezano! Después de resucitar gracias al agua fría nos fuimos a cenar viendo el España- Dinamarca y tuvimos que hacer un esfuerzo titánico para terminar de ver la primera parte. Al volver al albergue hubo que curarle los pies a Manolo. Si se hubiese dejado hacer fotos se podría haber publicado un libro de heridas en los pies: ampollas, llagas, piel muerta, partes en carne viva... No es coña. Las tenía que pasar putísimas. Si sobrevivió fue por los rezos de las monjas de Salamanca, que se apiadaron de él.
Lo intentamos. Queríamos despertarnos tarde y ser los últimos, pero los niños de Salamanca no nos dejaron. Teníamos las literas al lado de la puerta y las monjas (santas) que dirigían la peregrinación les (y nos, por narices) levantaron a las 07:30. Pero volvimos a conseguir ser los últimos en irnos, a eso de las 10. Si, estuvimos remoloneando en el saco durante dos horas. ¿Qué pasa? Desayunamos en el bar que hay justo pegado al albergue, donde dan zumo con el desayuno (detallazo). La señora de este sitio nos había dado sal para curar los pies de Manolo antes de que los catalanes comprasen. Salimos de Portomarín por el medio del pueblo y así pudimos ver la iglesia, el ayuntamiento, etc. Portomarín fue trasladado aquí después de la construcción del pantano y la iglesia-fortaleza debería estar sumergida, pero al hacer el pueblo aquí la trasladaron piedra a piedra. Lo malo es que también tuvimos que bajar todo lo que subimos el día anterior desde la entrada del pueblo. ¿Por qué no pusieron el albergue en el cruce al pasar el puente? El tramito de regalo no era gran cosa comparado con los 5 ó 6km de más que hicimos porque nos dio la gana, pero a estas alturas de camino éramos "muy sensibles".
Apenas cruzamos el pantano de Belesar por otro puente viene un repecho que nos viene fenomenal para que caliente la rodilla de Manolo y podamos ir ligeritos.
Por otro lado, el rato que tarda en calentar hace que Manolo vaya callado y Antón pueda meditar (se comprometió a rezar por demasiada gente y para conseguir cumplirlo necesitaba un buen rato cada mañana). Por otro lado, si llegamos hasta aquí fue gracias a los rezos del resto de la gente por nosotros, así que ahora, que íbamos más tranquilos, tocaba corresponder. Nos encontramos a Nacho (de Burgos) y a Juan (de Huelva), que estudiaban juntos Ingeniería de Montes en Palencia. Curiosa mezcla. Les dejamos atrás, pero a pesar del calentamiento, Manolo iba regular y en cuanto pasamos Castromaior hubo que parar a reparar un nuevo pinchazo. Con la práctica que cogió Antón de hacer curas en las llagas de los pies de Manolo ya era cuestión de segundos el limpiar, desinfectar con Betadine y colocar unas almohadillas con gasas y esparadrapo.
La reparación de urgencia la hicimos al lado de un bar en el que entramos para avituallarnos de chocolatinas (para una vez que el vicio tenía justificación Antón no pudo contenerse). El hecho de encontrarnos a varios peregrinos veteranos comiendo a deshoras (12:45) en ese bar nos mosqueó, pero preferimos seguir. Otra vez nos dimos cuenta de que lo inteligente hubiese sido hacer caso de la experiencia y parar allí, porque hasta 8-9 km después no hay ningún sitio en el que poder comer algo. Con los descansos respectivos (que despacito íbamos) nos íbamos cruzando con los de Palencia. Se notaba el cansancio acumulado en los tres días anteriores y no teníamos ninguna gana de hablar con nadie. Cuando por fin llegamos a Ventas de Narón Antón iba gritando como un antes de llegar al bar: - "¡¡Dos bocatas de tortilla y dos cañas!!"
- "Déjalo hombre, si está cerrado"
Pues ya era mala suerte, y justo entonces, cuando el hambre apretaba. Bueno, el hambre, como de costumbre, le apretaba a Antón, que Manolo tenía de sobra con las ampollas y la rodilla, así que aunque tuviese hambre no soltaba prenda. En Prebisa nos tiramos al lado del camino y no pudimos seguir disimulando con los de Palencia, haciendo como que no les veíamos.
Ellos iban con los mismos problemas que nosotros (Nacho con la rodilla jodida y Juan con hambre) y seguimos juntos un rato. En Eirexe hay un albergue, pero no un bar, y ya la desesperación (el hambre de Antón) empezó a dar paso al cabreo y así como Manolo guardaba un escrupuloso silencio sobre sus dolores, Antón no se cortó un pelo en poner a parir a todo el mundo. Menos mal que unos sevillanos que iban en bici no tenían nada que hacer con unas avellanas y le callaron un poco. El hospitalero del albergue nos contó que había un bar a unos 2km, así que no esperamos más y seguimos andando. Toda esta etapa es bastante fea, sin nada especialmente chulo.
En media horita o así llegamos al bar "Casa Eduardo" (¿o "Casa Juan"?). En este tramito Antón estuvo a puntito de volverse a hablar con el hospitalero que decía que en "10 minutos" llegábamos al bar.
- "Dos de lo que sea y dos cañas"
- "Pues no va a poder ser"
Claro, que al ver los ojos de Antón, la señora no pudo más que rectificar: - "Pero enseguida les preparo algo"
Con el bocata de calamares en las manos, Antón se serenó y la sangre no llegó al río.
Como de costumbre, la parada, o mejor, el volver a arrancar, mató a Manolo, así que los últimos 5km del día, en bajada, se hicieron de paseo, a ritmo de madre por el Retiro. Llegamos a Palas de Rei tempranito, a las 17:30. El albergue estaba de miedo, así que Manolo se tiró en la cama a relajarse un poco (como todos los días). Antón seguía con inquietudes espirituales y se fue a merendar al bar que había enfrente del albergue. En el pueblo no había demasiado para ver, pero la misa en la parroquia fue de lo más peculiar. La mitad izquierda de la iglesia llena con señoras mayores de 50 y en la mitad derecha...el sacristán y Antón.
La cena en Vilariño fue lo más destacable del día. La señora del restaurante se empeñó en cebarnos y cuando no podíamos más todavía insistía (anda que para que Antón no pueda más tiene que haber comido). La ternera guisada estaba de miedo y el queso con membrillo también. Y por 7€! Nosotros que pensábamos que íbamos a adelgazar haciendo el Camino...
El grupo de Salamanca con el que habíamos dormido (es un decir) en Portomarín estaba en un polideportivo (es un decir) y en el albergue estábamos de miedo.
Las duchas eran una gozada (es un decir) y quitando los ronquidos de un par (es un decir) de peregrinos se podría decir que estábamos como en casa. En fin, etapita corta para recuperarnos (es un decir) y afrontar los últimos con todo el entusiasmo y las fuerzas intactas (es...).
Salimos del albergue sin desayunar. Los ronquidos nos dieron problemas para dormir y claro, cuando los que roncaban se piraron fue cuando mejor dormimos.
Pero llegó la hospitalera y nos sacó a patadas. Esto fue lo único malo del albergue. Al principio se va junto a la carretera pero enseguida nos internamos por un camino entre robles y hayas. Se supone que el Castillo de Pambre está ahí, a la salida de Palas, y Antón iba oteando el horizonte buscándolo, pero no dio resultado. Nos quedamos (Antón se quedó, que a Manolo le daba igual) con las ganas de ver el castillo en cuestión.
En un tramito de subida adelantamos a José el Barbas, con quien habíamos dormido en Samos (seguro que tenía apellido, pero todos nos acordamos de él así), a José Manuel, un alcalaíno con el que anduvimos un buen trecho y a dos australianos (ella escultora, él... bueno, ni idea). Al parar a beber agua nos cogieron y los dos Josés decidieron seguir con nosotros.
En Leboreiro había un sitio curioso para tomar algo a la vera del camino y cuando estábamos llegando vimos con alegría que en la puerta estaba Alejandro, el jerezano que tanto nos había motivado en la etapa de Portomarín. Por lo visto había sobrevivido a la etapa por el mismo motivo que nosotros, por pensar que nosotros podíamos haber llegado y él no iba a haber sido menos. Ocurre que él no durmió en el albergue, sino en un hotel, para recuperar fuerzas. Vamos, que era normal que en esa etapa a Antón le pitasen los oídos, porque además de Manolo, Alejandro también le iba poniendo a parir por haberle hecho hacer la etapa en un solo día. José (el Barbas) se quedó con él y José Manuel siguió con nosotros.
En este tramo se puso a llover y aunque no pensábamos parar encontramos un mesón cerca de la ruta y paramos hasta que escampase un poco. Esto era a 4km de Mellide, en un área industrial. Aprovechamos para desayunar y cuando vimos que amainaba un pelín salimos pitando para llegar cuanto antes a Mellide, donde queríamos hacer parada.
Estábamos empapados pero, como el camino no paraba de recordarnos, la ley de Murphy siempre se cumple. Todo es susceptible de empeorarse. Y entonces fue cuando se puso a llover de verdad (desde un punto de vista gallego, así que caían cubos de agua directamente).
- "Manolo, ¿por qué no te pones el poncho y te mojas menos?
- "Antón, ¿por qué no dejas de portarte como mi madre?
Si Manolo se quería mojar, que se mojase. Y lo consiguió. Lo conseguimos todos, porque con lo que llovía el poncho tampoco servía de mucho. Con lo cual bajamos la cara, nos callamos y nos pusimos a andar intentando pasar del tema.
Justo antes de Mellide, al cruzar un puente románico, y dentro de un pueblo bastante típico (Furelos, con lo que llovía no pudimos admirarlo, pero se intuía) está la Iglesia del Cristo de la Mano Tendida, con una mano desclavada, no se sabe si queriendo ayudar al peregrino que llega, o pidiéndole ayuda para soportar la cruz. El caso es que un lugar muy bonito para detenerse y pensar en lo que supone el Camino en las vidas de cada uno. Además, fuera seguía jarreando, la hospitalera que sellaba las credenciales era bastante mona y el resto de tallas de la capilla merecían atención. Manolo había cogido ventaja con esta parada y cuando José Manuel y Antón siguieron ya no le veían.
Al entrar en Mellide y darse cuenta de que no le seguían, Manolo aprovechó también para guarecerse mientras esperaba. Cuando nos volvimos a juntar fue para buscar la Pulpería Ezequiel, que no pensábamos perdernos después de las indicaciones que nos habían dado. La verdad es que el sitio tiene demasiado buen marketing. El pulpo no era gran cosa, los hemos tomado mucho mejores en muchos sitios, y lo que vendía era una imagen cutre hasta la exageración. Si tomas ribeiro, orujo y café, todo lo tomas en el mismo cuenco de barro y eso es pasarse. Para colmo, ni siquiera es barato. Si alguien quiere conocerlo para poder opinar estupendo (no hay ningún peregrino que no opine del Ezequiel de Mellide), pero con una vez basta.
A la salida de Mellide (ya llovía menos) unos chavales en un coche nos vacilaron, pero no eran muy inteligentes y se pararon a 50 metros. Antón estaba bastante sensible con el tema de la lluvia y el cansancio y se acercó a "conversar". Los tres pringaos de 20 añitos no tenían media torta y no merecía la pena perder el tiempo con ellos. Manolo llegó para mediar en la "conversación" y seguimos. Hasta Arzúa no quedaba mucho, pero un par de repechos largos mataron a José Manuel. Le esperamos, pero cuando llegamos a Ribadixo, no podía más y se quedó en el albergue. Lo que no era mala idea, porque este es probablemente el albergue más chulo de todos los que vimos.
Está al lado del río, tras pasar por un puente románico, en un caserío de piedra, muy bonito. Vamos, a la altura del resto de la etapa, porque lo cierto es que hubo tramos verdaderamente espectaculares, cruzando arroyos entre bosques.
Arzúa está como a 2km de ahí (en subida) así que no nos llevó demasiado llegar hasta allí. Este albergue también está estupendamente y nos encontramos con casi todos los "míticos": Juan y Nacho, Alejandro (el jerezano), Javier, un pamplonés que había salido de Roncesvalles el 7 de marzo), María José y Rafa (dos médicos pamplonicas que habían empezado en Astorga -Mª José iba como una moto andando). También estaban Ann (una alemán con pelo corto con la que habíamos coincidido dos o tres días sin llegar a conocerla) y su amiga Silvie.
Cuando en el Camino se encuentran dos peregrinos que marchan a ritmo parecido, es fácil entablar conversaciones, pero no siempre ocurre así. Puede pasar que uno no tenga ganas de hablar, o que uno ande mucho más rápido que el otro y entonces no se llega a conversar. Y con estas dos alemanas nos pasó algo de esto último. En cualquier caso, como todos habíamos tenido el mismo día de perros pusimos lo que teníamos a disposición de los demás. Antón se ofreció a curar ampollas, Javier nos dio papel de periódico para poner a secar las botas, Manolo se metió en el saco para no molestar... Por cierto, la calefacción de este albergue se distribuye por el suelo, y descalzarse era una auténtica gozada. Lo malo es que el calentador otra vez no bastaba para calentar agua para todos y hubo que esperar un rato para ducharse (esta vez no había prisa y sí frío).
Un grupo de chicos (y chicas) de 17 años de Aguilar de Campoo (Palencia) iban a dormir en la cocina, pero al ver la hospitalera que quedaba sitio libre les invitó a que durmiesen con nosotros.
El albergue pasó de estar vacío a estar petado. No hacen falta comentarios después de ver la foto.
El grupo de Salamanca (otra vez), que había pasado una noche terrible (por el frío y la humedad) en Palas de Rei, pasó entonces a dormir en la cocina (estos son los inconvenientes de ir con coche de apoyo, que no tienes preferencia en los albergues, y este grupo de Salamanca llevaba el equipaje en un autobús).
Las pobres monjas que dirigían el equipo estaban hechas puré. Los de Aguilar fliparon al ver los pies de Manolo (más de uno no dormiría por eso) y tomaron a Antón como al peregrino experimentado al tener los pies inmaculados. Se pusieron a hacerle preguntas y debía de estar contando cosas interesantísimas, porque se montó un corrillo alrededor suyo de caras alucinadas.
Como la llegada se había hecho temprano, incluso después de haber hueveado un buen rato esperando a secar las botas (Manolo tuvo una gran idea llevando un par de zapatillas de deporte), a que se calentase el agua y a descansar un pelo después de la tormenta nos daba tiempo a tomar unas cañas tranquilamente con el jerezano. Después Manolo estaba decidido a llevar a Antón a darse un homenaje a un restaurante que él conocía bien en Arzúa por temas profesionales. El famosísimo "Ceboleiro" no debía ser difícil de encontrar. No se sabe muy bien por qué un par de paisanos se descojonaron de risa cuando preguntamos por el sitio en cuestión. Al final nos enteramos de que se llamaba "El Peregrino" y prescindiendo del error con el nombre, efectivamente nos dimos un homenaje.
Gracias Manolo por la invitación.
Al volver al albergue todavía no habían llegado los últimos de Salamanca y las monjas estaban angustiadísimas decidiendo si dejaban de rezar para llamar a la policía o no. Decidieron rezar un poco más y terminaron de llegar todos los chavales sanos y salvos (o todo lo sanos y salvos que podían estar después de un día lloviendo).
Amanece (que no es poco, después del día que habíamos pasado para llegar a Arzúa) con sol, lo que nos anima para afrontar el último día. Que suerte que las botas se habían secado. La noche había sido un cachondeo y juntando la llegada de los chavales palentinos, que estuvieron de copas hasta la 1 de la mañana, con el conciertazo de ronquidos que tuvimos (40 personas en el mismo cuarto hacen MUCHO ruido), fue imposible para algunos conseguir dormir. Manolo, por supuesto, dormía como un angelito sin enterarse de nada.
Como Antón no podía con el enemigo, decidió unirse a él e intentó hacer algo útil mientras esperaba a que Manolo se fuese desperezando. Y se fue a misa. La parroquia está justo enfrente del albergue e invita a que el peregrino se pase, aunque sea sólo un momento, para preparar el último día de peregrinación.
Durante la celebración (con una media de edad otra vez sorprendentemente alta) entraron varios peregrinos a orar. En la puerta de la iglesia hay siete u ocho cepillos, y cuatro dedicados a San Antonio. Debe ser que a las niñas de este pueblo les cuesta mogollón casarse y se dejan las pelas ahí...
Salimos del albergue (los últimos) con el solecito y andando despacito-despacito. Parecíamos dos viejos arrastrándonos (con perdón para los viejos). Menos mal que enseguida llegó un repecho fuerte que nos permitió coger ritmo. Un grupo que estaba a punto de cogernos debió fliparlo al vernos salir casi corriendo. Aceleramos y en Outeiro pasamos a los de Palencia, que habían madrugado, pero que después de la juerga del día anterior, no podían más. De día y fijándonos un poco más vimos a un par de niñas que... Bueno, el caso es que seguimos.
Nada más doblar una esquina nos encontramos con el bar "Tía Dolores", que tiene una terracita que invita a quedarse. Como seguíamos siendo los más chulos ni nos planteamos parar.
- "Total, si vamos a parar en 20 minutos"
Nada, que no aprendíamos. Hasta que no se llega a Salceda no hay nada más, así que en vez de 20 minutos, otra horita buscando desesperados el sitio para tomar el aperitivo de media mañana. En Salceda hay un bar nada más entrar en el pueblo, a la derecha, pegado a la carretera, pero hay otro a unos 300m, en la carretera también, pero un poco (50m) después de que el camino se separe de ella. Mucho mejor ahí. Muy buen queso. Y más vale parar en este sitio, porque después no hay nada hasta el km12 (10-11 después). Hasta ahí habíamos hecho 12km (bueno, 11, que el primero fue lentísimo) a toda leche, pero a partir de ahí empezamos a pasarlo regular.
En Pedrouzo hay un albergue, pero el Camino no atraviesa el pueblo, eliminando las posibilidades de tomar algo. Por otro lado, han construido un puñetero campo de fútbol en medio del camino y hacen dar un rodeo importante (200-300 m) en vez de dejarnos subir la banda derecha. ¡Nosotros poniendo el fútbol a parir! ¡Quien nos ha visto y quien nos ve! El caso es que a partir de ahora seremos anti-Pedrouzo a muerte.
Como queríamos haber comido en Pedrouzo y nos quedamos con las ganas decidimos parar en el primer sitio que viésemos. Y ese sitio no llegaba nunca. Ni en San Antón, ni en Cimadevilla... Y el hambre apretaba. Además Cimadevilla está justo antes de una subidita curiosa (¿como coño lo llaman CIMA de villa si está al pie de la montaña?) y cuando se acaba la subida todavía se sigue sin ver ningún sitio. La subida es por el medio de un bosque de eucaliptos muy chulo.
Las papeleras que hay cada 200m le hacen perder encanto, pero habiendo visto lo guarros que son algunos peregrinos -la técnica alternativa de seguir los botes vacíos de Actimel en vez de las flechas amarillas otra vez-, se comprende.
Aquí además se llega al aeropuerto de Labacolla y todo lo que antes era naturaleza y bosque ahora se convierte en asfalto y ruido de aviones. Una pena.
Lo importante fue que encontramos por fin un sitio para papear algo. El mesón "Cima das Quintas" está casi en el mojón de 12km a Santiago.
- "Dos bocatas de lo que sea y algo de beber"
- "¡Para cada uno!"
El bocadillo que nos tomamos, de panceta (bacon, para los puristas) con queso (a estas alturas ya habíamos probado bocatas de todo) nos sabe a gloria. Desde allí la idea era seguir una horita mas hasta el albergue (los 5km que calculábamos que nos quedaban) pero la realidad resulto muy distinta. Más de una hora después de pasar el mojón de 12km (el Monte del gozo se supone que estaba en el km6) nos encontramos un mojón nuevo indicando que nos quedaban 13,2km. Y no es que Manolo y Antón sean figuras de las matemáticas, pero seis añitos de industriales para algo habían servido. Y este tipo de cosas son las que más fastidian en el Camino. Nos acababan de timar una hora de paseo por la cara. Con el cansancio, las ganas de llegar y lo demás, cada paso que se da rodeando el aeropuerto (porque si, se rodea) aumenta mas el cabreo.
De todas formas, había formas diferentes de tomárselo. Manolo prefería descargarse de adrenalina con imprecaciones al clero, a la organización del Camino, a las Naciones Unidas o a quien hiciese falta. Antón seguía aprovechando los momentos malos, en que dejaban de hablar él y Manolo, para meditar sobre el camino. A veces para dar gracias por la oportunidad de estar allí, otras veces para pedir por los amigos que no podían estar con nosotros y también para pedir por los peregrinos, que necesitábamos toda la ayuda del mundo. Bueno vale, se sumaba a las "sugerencias" de Manolo y ponía a parir a todo bicho viviente.
Después de pasar cerca de las instalaciones de la Televisión Gallega y TVE, al girar a la derecha para enfilar una recta larguísima ya encontramos, por fin, una indicación del albergue y del Monte del Gozo. A pesar de lo bien señalizado que está todo, hay que ver la inquietud que nos causaba el no encontrar flechitas amarillas. Los peregrinos de hace treinta años debían pasarlas putísimas para no perderse... A partir de la señal quedan unos 2km hasta el Monte del Gozo. Después de un repechito se ve el monumento que se hizo con motivo de la visita del Papa a Santiago y el encuentro con los jóvenes en Santiago (después nos enteramos de que el Monte del Gozo también es conocido como el Monte del Coño, porque nadie sabe que coño es eso) y ya hemos llegado.
Y en ese momento la emoción debería habernos embargado, pero no. Entre lo feo que era el monumento, lo raro del monumento, la prisión (estilo la Lista de Schindler) que parecía el albergue y que no se veía Santiago por ninguna parte, no teníamos ninguna sensación especial. En el "lobby" del hotel, el conserje nos recibió con la amabilidad habitual: - "Queremos una suite con vistas al mar"
- "Por supuesto señor, ¿la prefiere con jacuzzi?"
- "No estaría mal"
- "Pues permítame recomendarle la suite 118"
El hospitalero más enrollado de todo el camino. Nos llevamos una sorpresa enorme cuando al entrar en el cuarto estaban todos nuestros viejos "conocidos": Javier, Juan, Nacho, Rafa y María José. Cada habitación tiene ocho literas y el hospitalero nos caló de primeras, porque nos mandó justo con los que más nos hubiese gustado pasar la noche. Igual que el "albergue" era un resort con barracones estilo campo de concentración, el olor del cuarto debía de ser muy parecido al de las cámaras de gas.
Todos estábamos como locos pensando que el Camino ya estaba casi acabado. Todas las vivencias, los sitios visitados, los problemas que tuvimos se agolpaban en nuestras cabezas. Y las queríamos compartir. Que si uno hizo tal etapa con la mochila rota, que si otro se bebió tres litros de vino en Cacabelos... Ellos ya habían hecho una compra para cenar en el cuarto y no quisimos ser menos. Nos acercamos a la tienda del Monte del Gozo y nos hicimos con comida sana para festejar nuestra ultima noche: cacahuetes, chorizo, pan, patatas. Antón volvía a tener antojo de chocolate y se abalanzó sobre una tableta de Valor. Después de la cena intentamos ir a la discoteca (si, el Monte del Gozo tiene discoteca) pero a la vista del panorama -señoras de 70 años de verbena y niñas de 14 emocionadas por estar una noche de juerga- nos volvimos enseguida a nuestro barracón.
Pero no podíamos callarnos. Seguíamos con ganas de comentar todas las jugadas y la conversación siguió hasta más tarde de las 2. La situación era más o menos la misma que habíamos tenido tantos sábados de madrugada: ¿Dios existe? ¿La Iglesia es santa o solo un invento? ¿Existe el cielo? Pero sin copas. Esta vez el tema iba en serio. Después de hacer el Camino, nadie estaba indiferente. No todos los que hacen el Camino son creyentes, pero todo el que lo termina lo hace con una inquietud dentro.
Por una vez conseguimos levantarnos con el resto de peregrinos. A las 7 se tocó diana y, todavía remoloneando, nos fuimos despertando. Entre arreglos y demás nos encontramos con los peregrinos del resto de grupos que había en el barracón. Las nuevas generaciones nos participaron sus inquietudes ante la llegada a Santiago: - "¿Tenéis quitaesmalte?
- "¿Me puedes dejar un poco de gel fijador?
Seguro que estos al llegar también afirmaron haber hecho el Camino "pietatis causa". Que raritos nos sentimos queriendo hacer el camino como p-e-r-e-g-r-i-n-o-s.
A pesar del madrugón volvimos a salir los últimos (de los peregrinos, los grupos que iban de excursión seguían en el barracón) hacia las 8 de la mañana.
La bajada que hay nada más salir del resort es criminal (para Manolo) y, por si fuera poco, esta es la parte del camino que esta peor indicada. Irónico. Nada más salir hay que girar a la derecha, según indica una flecha amarilla, pero ahí se acaban las indicaciones hasta el casco viejo de la ciudad. Ahí es fundamental tener fe y dejarse guiar por Santiago. O por la fuerza. O, si hay suerte, por algún paisano que pase por ahí, que suele ser lo más práctico.
A estas alturas estábamos locos por llegar. ¿Por que? Pues por el esfuerzo realizado en 200 y pico kilómetros, que quiere verse recompensado culminando la tarea realizada, por la emoción de darle el abrazo al apóstol y ¡porque la entrada en Santiago no puede ser más fea y queremos olvidarnos de ella cuanto antes!
Una vez que se llega al casco antiguo la prisa desapareció. El Domingo de Ramos a las 8:45 lo disfrutamos como nadie. Las calles vacías, para nosotros. Fuimos descubriendo las iglesias detrás de cada esquina.- "¡Esto tiene que ser la Catedral!"
"No, Iglesia de las Animas..."
"¡Esto si que tiene que ser!"
"Tampoco... Iglesia de San.."
El centro de Santiago es todo espectacular, pero ¡que pasada fue ver la plaza de la Quintana!
Nos dimos un abrazo y contemplamos la Catedral. La plaza estaba completamente vacía y en la Puerta Santa no había nadie. Nos acercamos como temiendo habernos confundido de sitio y entramos dubitativos.
"¿Seguro que es por aquí?"
Entramos y salimos dos o tres veces.
- "Yo juraría que esta es la Puerta Santa..."
- "Pues no hay nadie por aquí"
- "¿Hay que entrar o que salir?"
Antón no estaba demasiado seguro de nada. Manolo pasaba de todo. Nos dimos una vuelta por el ábside de la Catedral. En una capillita estaban oficiando misa y nos lo aclararon.
-"Hasta las 10 no se puede dar el abrazo al Santo y la gente espera para venir"
Como eran las 9 aprovechamos para visitar el sepulcro en la cripta (que a esa hora si estaba abierta) y decidimos ir a sellar la credencial y obtener la Compostela. Rodeamos la Catedral buscando donde hacerlo y en la plaza del Obradoiro, dos policías que se paseaba por la plaza, todavía vacía, nos dijeron donde estaba. Al llegar a la oficina de atención al peregrino, que está al lado de la plaza de Platerías, nos encontramos a nuestros amigos peregrinos.
Una vez con la credencial en la mano, la alegría no se podía disimular. En ese papelito se nos reconocía el esfuerzo realizado. Un buen desayuno es lo que nos hacía falta para celebrarlo. Y allá que nos fuimos los siete. El bar Dakar es famoso por ser el final del rally -de bares- Paris-Dakar que hay cada viernes por la noche en Santiago y tenía pinta de poder servir.
- "Dos bocatas de tortilla y dos cañas..." ¡Ah no! Si es que la costumbre nos hacía decir siempre lo mismo.
- "Está bien, 7 cafés con leche y tostada"
Menos mal que alguien usaba la cabeza.
- "No, yo prefiero un cortado y cruasán"
- "Yo quiero un largo de café y un zumo"
- "Para mí un americano y magdalena"
Pues vaya con los peregrinos. Que rápido se nos había pasado la austeridad del Camino. El camarero estaba seguro de querer asesinarnos, pero no se decidía por cual empezar. Aprovechamos para seguir comentando anécdotas y para coger los nombres y direcciones de todos los que estábamos.
Por fin, a las 11, nos fuimos a dar el abrazo al Santo y a coger sitio para la Misa del Peregrino. Ahora si que había gente. Una cola tremenda para entrar por la Puerta Santa (ahí estaban unas montañeras del Mater Salvatoris, los chicos de Salamanca, los de Aguilar de Campoo que no habían querido madrugar...) nos recordó lo importante y significativo que era madrugar para llegar a Santiago.
La madre de Antón y su hermano Borja nos estaban esperando para felicitarnos por haber conseguido terminar el Camino. ¡Que bonito tener seguridad de que hay gente preocupada por nosotros! Entramos con los demás en la Catedral y después del abrazo (que poquito tiempo después de tantos esfuerzos) nos sentamos esperando a la misa. La media que hora que estuvimos sentados en el Crucero (si se quiere tener una buena vista del Botafumeiro es fundamental situarse ahí, y no en la nave central) nos sirvió para asimilar lo conseguido y grabar bien los momentos más importantes de la peregrinación: la subida al Cebreiro, la cena en el Peregrino de Arzúa, la capillita del Hospital de la Condesa, las ampollas, los peregrinos que habíamos conocido, el bocata de tortilla de Arzúa...
La Misa de 12 fue espectacular. Al ser Domingo de Ramos se celebró la Eucaristía con toda la parafernalia. Palmas, Coro, Caballeros de Santiago, Obispo. Si Hollywood lo prepara no le sale mejor. El saludo del obispo en varias lenguas (alemán, italiano, francés, español, gallego, etc.) a los distintos peregrinos emociono a todos y la mención que hizo de nosotros nos alegro muchísimo: - "Un madrileño que salió desde Ponferrada"
- "Manolo, debe hablar de ti, que con lo putas que las has pasado..."
- "Pues si, pues si..."
Después de la Comunión vimos por fin el Botafumeiro. Los dos lo recordábamos más grande (¿seríamos nosotros los más pequeños?). La atmósfera era increíble.
Cantaba el coro, los sacerdotes que concelebraban estaban de pie con las palmas en la mano y todos mirábamos anonadados al techo rezando porque la cuerda que sujetaba el Botafumeiro aguantase. En dos palabras: Impre-sionante.
Casi sin dar tiempo para nada más nos encontramos de vuelta a casa. Nos despedimos rápido de nuestros amigos. Javier había tenido la sorpresa de sus padres, que habían venido desde Pamplona para verle al final del Camino y parecía flotar de felicidad. Nosotros no nos daríamos cuenta de lo realizado hasta bastante tiempo después. Todavía seguimos saboreando esos momentos.
Myriam
En la primera etapa, apenas habíamos andado durante dos horas cuando vimos de espaldas a quien parecía un peregrino mayor cargando con una mochila más grande que él. Manolo (y Antón) pensó que se trataba de un hombre "mayor" y se le ocurrió comentar:
- "Que mérito tiene"
- "Pues la verdad es que sí. A ver si tomas nota y dejas de quejarte de tus ampollas"
Al adelantar al "hombre mayor" vimos que se trataba de una "mujer joven" que iba aplastada por el peso de su mochila y andando con dificultades.
-"Pues nos hemos colado"
Comimos con ella en Camponaraya y nos contó cuales eran sus planes de peregrinación. Al llegar a Cacabelos nos la volvimos a encontrar y nos pidió que le pidiésemos un taxi para llegar a Villafranca, donde había quedado con otros peregrinos alemanes (ella era alemana) y hasta donde no se veía capaz de llegar. Así descubrimos el problema que suponía no hablar español para ir a Compostela.
Grupo de Granada
Nada más entrar en Cacabelos y justo antes de pedir el taxi para Myriam, al pasar junto a la iglesia de Santa María nos encontramos con un grupo de cinco chicos saliendo.
- "No os molestéis en entrar, que el hospitalero es un capullo"
Nos lo dejaron clarísimo. De camino a Villafranca nos cruzamos un par de veces (que les adelantamos), aprovechando las "paradas técnicas" que hicimos por el camino.
Ese primer día coincidimos con ello en casi todo lo importante: cenando, viendo el partido del Madrid y durmiendo. De hecho, nos dimos los móviles para que los que encontrasen un bar donde pusiesen el fútbol pudiesen avisar al resto.
A la mañana siguiente les volvimos a adelantar antes de llegar a Pereje, 10km después de Villafranca, cuando ellos pararon para cambiar una rueda. No habíamos tenido tiempo de estrenar los "Compeed" que tanto nos habían recomendado, pero supusimos que sería lo mejor para ayudar a la granadina que había pinchado.
Alejandro
Al peregrino más elegante del Camino nos lo encontramos la primera vez viendo el fútbol en Villafranca, donde cenó enfrente de nosotros. Volvimos a verle agonizando en la cama del albergue del Cebreiro y por fin le conocimos al llegar al Monasterio de Samos en la tercera etapa. Llevó exactamente el mismo ritmo que nosotros en todas las etapas. En todo el camino, sólo le dejamos de ver las dos etapas de Samos a Palas de Rei, y terminamos juntos el Camino en la misa del peregrino en Santiago.
El resto de peregrinos, al saber que era de Jerez, empezó a llamarle "El Señorito". En su equipaje había incluido unos pantalones de pana, una camisa de villela y un jersey de lana que se ponía todas las tardes, una vez duchado. Entonces parecía cualquier cosa menos un peregrino. Impecable. Incluso iba afeitado. Nunca perdonará a Antón la etapa de Samos a Portomarín, pero así descubrió nuevos límites a su esfuerzo.
En Arzúa nos fuimos (por una vez) de cañas con él antes de darnos el homenaje en "El Peregrino" y afrontar la última etapa importante. Le invitamos a unirse al homenaje, pero el presupuesto era indeterminado (al final salió muy barato, pero no lo sabíamos) y no se animó.
Ana y Lina
Un día antes de salir hacia Ponferrada, Antón recibió un correo de una chica del grupo de Toronto con el que se reúne los sábados. Ana salía hacia Santiago también desde Ponferrada, pero un día antes, el sábado 27 de marzo, con su amiga Lina (con capucha blanca). Ya era casualidad.
Subiendo el Cebreiro, cuando quedaba algo menos de un kilómetro para coronar las cogimos. No es que hubiesen ido lentas, es que la salida desde Ponferrada les costó más de lo previsto (el albergue está lejísimos de la estación de autobuses y encontrarlo es un infierno) y no salieron hasta el domingo. Al pasarlas, Antón no pudo evitar jugársela:
- "¿Alguna de vosotras se llama Ana?"
Desde luego, eran mucho más listas que nosotros; no solo habían hecho que les subiesen las mochilas desde Vega de Valcarce, sino que decidieron dormir en condiciones en el hostal "Casa Carola", con sábanas y demás, en vez de aguantar los ronquidos del albergue. Ana tuvo problemas con la rodilla más adelante, pero Santiago por sus rezos y Eva con sus dotes médicas consiguieron que pudiese terminar el Camino sin demasiados problemas.
Juanjo, Israel y Antonio
Juanjo es un auténtico veterano del Camino. Con 66 años sigue disfrutando de la peregrinación como el primer día y lo conocimos en el albergue del Cebreiro, cuando estaba de tertulia con Israel, un valenciano bastante más joven que él. Antonio era de Alicante y no paraba de meterle puyazos a Israel a cuenta de ser alicantino. Por lo que contaban, a Juanjo le conocían en todos lados (mesones, albergues, bodegas, etc.). Aquella noche estaban bebiendo orujo de una botella de agua cuando nos unimos a la conversación y no dejamos de charlar hasta que nos lo terminamos.
Volvimos a verles (marchando) al salir de Sarria y les acompañamos durante un ratito hasta que ellos se quedaron en Barbadelos. La diferencia con nosotros al verles andar era manifiesta. Ellos iban de paseo, disfrutando del Camino, y nosotros íbamos angustiados, a toda leche. Para la próxima igual nos replanteamos el enfoque.
Ramón y Gabriel
En la hospedería del Monasterio de Samos sólo estábamos 9 peregrinos para 80 camas. Antón y estos dos hermanos catalanes estuvieron juntos en las celebraciones vespertinas (vísperas y misa) con los monjes y visitamos juntos (con Manolo) el Monasterio la mañana siguiente. Ellos iban haciendo el Camino en bicicleta al despedirnos en una corredera al salir de Samos supusimos que no volveríamos a vernos. Cual fue nuestra sorpresa (y la suya) al encontrarnos de nuevo en Portomarín. Ellos habían visto que el pueblo merecía una visita concienzuda y decidieron parar, pero aún así eran conscientes de la matada que hicimos.
Después de ver los pies de Manolo salieron para comprarnos sal con la que bañar las heridas y ese fue uno de los momentos en que más lo flipamos en el camino. No se trataba de compartir algo entre peregrinos, sino que fueron expresamente a buscarlo para nosotros. ¿Como se puede agradecer eso?
A la mañana siguiente nos desperezamos como pudimos gracias al grupo de Salamanca y nos despedimos definitivamente de los hermanos Prats, que a partir de ahí irían mucho más rápido que nosotros (y más considerando lo fea que era la etapa siguiente).
Eva e Isabel
Conocimos a estas dos ciudadrealeñas al salir de Samos, cuando nos despedíamos de Ramón y Gabriel. Quisimos adelantarlas, pero la verdad es que iban rapidísimo y no pudimos, así que decidimos seguir con ellas (vale, igual no nos parecía del todo mal quedarnos con ellas...). La única persona que conocíamos en Ciudad Real era Gustavo Sevilla (histórico extremo del PIHASA) y flipamos cuando al preguntarles por él dijeron que conocían a un Dr. Sevilla en Ciudad Real. Vamos, otra casualidad.
El tramo que andamos con ellas nos machacó para legar hasta Portomarín, pero el entorno merecía la pena . se andaba por en medio de bosques tranquilísimos, ni comparación con andar pegados a la carretera. Eva (morena) es enfermera y pudo darse cuenta de que Antón no iba especialmente sobrado y que al llegar a Sarria iba con los gemelos subidísimos.
Ahí nos encontramos otra vez con Ana y Lina y nos separamos. Luego nos enteramos de que las cuatro juntas hicieron el resto del Camino hasta Santiago y que a Ana los conocimientos médicos de Eva le salvaron la vida (bueno, la rodilla, pero en el camino es prácticamente lo mismo). Isabel es informática, así que toda su sapiencia sería utilísima para hacer esta página, pero la verdad es que en la peregrinación no vimos ningún ordenador, así que...
José
Con el peregrino más peculiar del Camino también coincidimos en el Monasterio de Samos y más tarde en Palas de Rei. Su aspecto le hacía ser demasiado característico para pasar desapercibido y su talante tampoco era ordinario. Él pensaba quedarse de vuelta por el Camino (¿Qué señales son las que se usan para volver desde Santiago?) trabajando de hospitalero en algún lado hasta ganar algo de dinero para poder seguir. Lo que se dice un "peregrino profesional". En el Camino no utilizábamos apellidos, pero cada uno tenía su propio alias (¿Cómo nos llamarían a nosotros? ¿Los chulos de Madrid?) con el que era más fácil identificarte con el resto de peregrinos. Evidentemente, José era conocido como "El Barbas".
Al pensar en sus consejos se nos caía la cara de vergüenza por la mayoría de nuestras preocupaciones. En la vida probablemente no se necesita más que lo que José llevaba en la mochila, pero ¡que difícil nos resulta renunciar a tantas cosas!
Después de adelantarles camino de Arzúa y seguir andando con él hasta que nos cruzamos al jerezano, lo más normal es que se quedase en Ribadixo a hacer noche, y no volvimos a verle.
Juan y Nacho
Nos encontramos con estos dos estudiantes de Montes al salir de Samos. Juan Jesús (pelo más largo, de Huelva) y Nacho (moreno, de Burgos) estudiaban juntos en Palencia. Se habían parado en el albergue de Gonzar a ver si Nacho mejoraba de su rodilla (casi cada pareja de peregrinos tenía a uno de los miembros con la rodilla jodida). Después de tres o cuatro adelantamientos mutuos nos "resignamos" a andar juntos hasta que el hambre de Antón (siempre pensando en lo mismo) nos hizo separarnos antes de llegar a Palas de Rei. Pero nos dio tiempo a quedar para ir de copas juntos por Palencia o por Madrid.
Estos eran los peregrinos más parecidos a nosotros que encontramos en todo el camino. Y claro, era fácil que nos llevásemos de miedo. En Arzúa nos volvimos a encontrar (nos invitaron a unirnos a ellos para cenar, pero en vista del homenaje que nos íbamos a dar tuvimos que declinar la invitación) y en el Monte del Gozo dormimos y cenamos juntos. Incluso estuvimos juntos celebrando la llegada a Santiago.
José Manuel
Desde Alcalá de Henares se había venido este peregrino. Le adelantamos cuando caminaba con José y dos australianos a quienes no tuvimos el gusto de conocer (porque oportunidades si que tuvimos) y anduvo con nosotros hasta Ribadixo. Con él desayunamos en el Mesón en la zona industrial cerca de Mellide, comimos pulpo en Ezequiel y nos empapamos en Furelos. Todas cosas que unen mucho.
Hizo un esfuerzo importante por seguir nuestro ritmo y nos impresionó su aguante. Es protagonista indiscutible en la que fue para nosotros la foto más impresionante de nuestro Camino y fue una pena que nos separásemos tan pronto. Volvimos a encontrarnos en Santiago, en la plaza del Obradoiro, cuando salimos de la misa del peregrino y volvíamos a casa. Siempre es bonito saber que el resto de compañeros han conseguido terminar a salvo la peregrinación.
Javier
Salió de Roncesvalles el 7 de marzo, y llegó a Santiago con nosotros, el día 4 de abril. No hace falta ser ingeniero para saber que se hizo 750km a muy buen ritmo. Así como otros peregrinos que venían desde lejos llegaron muy tocados a estos últimos días (como el brasileño con quien estuvimos en Samos), Javier llegó intacto y en perfecta forma física. Entrenó bien antes de salir (incluso haciendo alguna etapa por Pamplona, donde vive, los fines de semana anteriores a su salida) y eso lo notó muchísimo. Llevó lo justo en la mochila y nos sorprendió con su serenidad a la hora de compartir sus experiencias. Tomamos nota de todo, pero especialmente de los consejos para ligar por la noche. Todavía no nos ha dado resultado ninguna de las tretas, pero no cejamos en nuestro empeño.
Como era de esperar, después del larguísimo camino recorrido, fue el que más se emocionó al llegar a Compostela. Solo con llegar ya tenía suficiente para conmoverse, cuando le mencionaron en la misa prácticamente flotaba, pero cuando se encontró con sus padres, que habían ido a recogerle a la salida de la catedral, fue el acabóse.
María José y Rafa
Esta pareja de novios médicos (con la de tiempo que se pasan en el hospital entre guardias y demás y lo difícil que es la carrera, pues claro, la vida social se hace entre colegas) salió desde Astorga un par de días antes que nosotros lo hiciésemos desde Ponferrada. Coincidimos con ellos muchas veces a lo largo del camino, pero solo les conocimos de verdad a partir de Arzúa (es una pena que fuese tan tarde, pero que se le va a hacer, nuestros horarios no eran compatibles con los del resto de peregrinos). Habíamos oído comentarios sobre ellos antes, porque una leyenda urbana de nuestro Camino hablaba de "la liebre rubia", porque así era conocida María José. Los dos iban como motos, pero siendo una chica sorprendía más. Siempre llegaban a los albergues los primeros (más o menos cuando nosotros empezábamos a andar) y claro, nunca nos encontramos de marcha.
Se conoce que los navarros (ellos también eran pamplonica, como Javier) eran los que mejor aguantaban físicamente la peregrinación.