El 20 de mayo de 2008 dos misioneros javerianos (Mario y Ángel) empiezan el camino hacia Santiago en Roncesvalles. Al día siguiente en Burlada me incorporo yo, Antonio Serrano, también misionero javeriano. Que nos juntemos en Burlada no es casual porque allí teníamos los misioneros javerianos una comunidad que hemos cerrado en enero tras 35 años de presencia en Navarra porque somos cada vez menos. Aprovechamos que la casa aún no ha sido vendida para establecer en ella el lugar de encuentro.
No contamos con muchos días, así que nuestro objetivo no es llegar a Santiago (por otra parte, suponemos que el tramo gallego del camino estará masificado en estas fechas) sino alcanzar León el 5 de junio. Veremos qué tal nos va. De momento Ángel y Mario parecen ir bien porque han llegado a Burlada tempranísimo y están puntuales a la cita. Pongo la mochila sobre mis hombros (¡cómo cambia la mentalidad al hacerlo!) y empiezo mi camino. El trayecto entre Burlada y Pamplona lo he recorrido muchas veces a pie, pero es distinto hacerlo sintiéndose peregrino y con una mochila a la espalda.
La entrada en Pamplona es impresionante, el camino va encerrado entre las murallas que, entre otros acontecimientos históricos, vieron caer herido al que después sería fundador de los jesuitas, San Ignacio de Loyola.
Esta noche dormimos en el albergue de Cizur Menor. Para mí esto supone caminar sólo siete kilómetros, una pequeña toma de contacto con el camino.
A la noche compartimos la cena con otros peregrinos que también han salido de Roncesvalles. El ambiente es fraterno y reímos mucho contando chistes malos, pero que en el contexto nos resultan graciosos.
La hospitalera nos aconseja evitar como final de etapa las grandes poblaciones y los finales clásicos citados en las guías para encontrar en el camino menos peregrinos, porque es verdad que hay una gran presencia de extranjeros en esta época. Seguimos su consejo y decidimos acabar la próxima etapa en Cirauqui.
Los horarios de los peregrinos tienen algo de monacal: a las 6 de la mañana los peregrinos ya están levantados, desayunan frugalmente y cuanto antes se ponen en camino.
Ayer llovió toda la tarde lo que hace que encontremos abundante barro en el puerto del Perdón, barro pegajoso que hace pesada la marcha y que permite toda una reflexión sobre las situaciones, personas, cosas... a las que nos apegamos afectivamente y que dificultan nuestra marcha.
En el alto del Perdón encontramos a alguien que reparte octavillas de un albergue de peregrinos. Comentamos que actitudes como ésta rompen el espíritu del camino y hacen de él un recorrido turístico-comercial. De hecho no queremos alojarnos en ningún albergue que se anuncie en el camino.
Los pueblos que atravesamos son bonitos, con grandes casonas solariegas y aparente tranquilidad. Y además, agua abundante en las fuentes.
Las flores del camino también sorprenden por su vivo colorido. Hay flores de un intenso azul. No parece que pueda corresponder un color tan vivo a unas plantas tan frágiles.
Me desvío para ver el santuario de Santa María de Eunate, que está abierto. El ambiente en penumbra y la música tranquila ayudan a la oración. Gracias a quien mantiene abierto y cuidado este santuario.
Coincido con Mario en Obanos. Él va muy tocado, con dolores y ampollas en los pies, y por eso ha decidido con tristeza no desviarse hacia Eunate. Hacemos juntos el camino hasta Puente la Reina y al llegar preguntamos por los autobuses hacia Cirauqui. Hemos llegado en buena hora, tenemos dos pronto, uno que tendría que llegar en diez minutos, pero no aparece, y otro que según el horario tendría que llegar en media hora, y en efecto ahí está. Como yo me he quedado frío esperando al autobús y ya es bastante tarde decido montar yo también y llegar a Cirauqui junto con Mario.
El albergue está en lo más alto del pueblo, junto a la iglesia. Se trata de un albergue privado con una hospitalera realmente simpática, que hace gustar el descanso y nos da también su visión de la vida en los albergues del camino.
Amanece el día con lluvia, poco intensa pero que nos obliga a estrenar las capas. Salvo algún punto con barro, bastante resbaladizo por cierto, el resto del camino es practicable.
Después de pasar Estella y tras la obligada parada en la fuente de vino y de agua de Irache (recuerdo del vino que los monjes que allí hubo ofrecían a los peregrinos) entro a ver el monasterio de Irache, que está abierto y que me trae buenos recuerdos de anteriores visitas.
A unos 500 metros del monasterio hay un cruce de caminos: a la derecha está indicado el camino que pasa por Villamayor, nuestro destino en el día de hoy. El bosque entre Irache y Azqueta es un lugar que realmente merece la pena, y desde lejos se aprecia el castillo de Villamayor en lo alto de una colina de fuerte pendiente.
Cuando llego a Villamayor no veo rastro de Ángel o de Mario, que me precedían en el camino cuando yo entré en el monasterio. Nos habíamos puesto de acuerdo para alojarnos en el albergue parroquial, pero como hay otro más supongo que están allí y voy para verificarlo sin resultado: tampoco están allí. De paso, en el recorrido entre uno y otro albergue, me atrapa una fuerte lluvia. Horas después llega Mario y explica lo sucedido: en el cruce de caminos no se ha fijado en las indicaciones y ha seguido por el otro camino, el de la izquierda. Al darse cuenta del error ha tenido que retroceder cinco kilómetros de barro y asfalto. Suponemos que a Ángel le ha sucedido lo mismo. Marcos, otro peregrino, nos presta su móvil para poder llamar a Ángel (él lleva el móvil, nosotros no tenemos) y así es: también Ángel se ha equivocado en el desvío y ha continuado caminando. Ahora está en el albergue de Los Arcos, a 12 km de nosotros. Decidimos volver a juntarnos en Viana o en Logroño, en ambos casos a nosotros nos tocará recurrir al autobús porque Mario se ha cansado mucho con esos kilómetros de más que ha tenido que hacer.
Comento con Joao, el hospitalero voluntario de Villamayor, portugués, que me parece que hay personas que han venido al camino a devorar kilómetros. Lo digo porque hay quienes hacen etapas larguísimas, o quienes están haciendo el camino por quinta vez (o más). Él me ayuda a matizar esa afirmación: muchos de nosotros vivimos en ciudad, y la vida urbana nos hace tenerlo todo como muy hecho, sobre todo en cuanto a desplazamientos físicos. El camino supone para muchos una prueba personal, un desafío para ver la propia capacidad a la hora de afrontar situaciones nuevas y de resistir ante momentos adversos, donde cada cual se fija sus recorridos, sus objetivos a alcanzar en cada etapa... Y así el camino cumple una de sus funciones como momento privilegiado para conocernos más y ejercitar la propia libertad. Esto no impide que el mismo Joao comente de forma crítica los casos de personas que son incapaces de desconectar de su vida cotidiana y nada más llegar a su destino de etapa, o incluso durante el camino, llaman varias veces por el móvil para ver cómo van sus negocios.
Aunque un anuncio en el mismo albergue indica que la iglesia de Monjardín está abierta todo el día, la verdad es que está cerrada. Joao explica que, como ha llovido, si la dejan abierta los peregrinos entran y la ensucian de barro. Tampoco tienen cura en el pueblo. El párroco actual, que es un polaco, vive en otro de los pueblos que atiende.
Al final quedamos en vernos con Ángel en Logroño. Tomaremos el autobús, Mario en Sansol o Torres del Río. Yo quiero caminar algo más y tengo interés por ver Viana, así que me adelanto a Mario y hacia allí encamino mis pasos.
Atravesamos valles bordeados por colinas que ostentan en sus cimas restos de castillos y fortificaciones militares. Esos castillos ya no sirven porque los enemigos de antaño no lo son hoy y porque las técnicas militares han cambiado. Todo un ejército de "extranjeros", de potenciales enemigos en el pasado atraviesa también a pie esos valles. Es uno de los encantos del camino: la internacionalidad, que puede conllevar el establecer lazos de amistad con personas de otros países y culturas. En este sentido el camino se convierte en una oportunidad para el conocimiento mutuo y la armonía entre los diferentes, una de las bases para la paz.
Veo el horario de autobuses en Los Arcos y ahí me doy cuenta de que tengo que apretar el paso si quiero ver Viana antes de que llegue el autobús. De hecho hago el resto del camino en menos de dos horas, a toda prisa, adelantando peregrinos, bajando las cuestas corriendo, contento por verme ágil pero a la vez dándome cuenta de estar perdiendo mucho: el camino no está para ser devorado ni poseído, sino para ser vivido y tomar conciencia de cada paso dado.
Al final de una subida se llegan a ver tanto Viana como Logroño, y esa visión resulta engañosa porque ambas ciudades parecen estar muy cerca entre sí y a poca distancia de quien mira. Viana defrauda a la entrada por las nuevas urbanizaciones que están construyendo: casas adosadas que más bien parecen colmenas.
El autobús llega y en él está Mario, como previsto. No nos importa nada hacer los kilómetros que quedan hasta Logroño en autobús porque esta ciudad nos recibe con barrios de casas anónimas. Sin embargo, las amplias avenidas que atravesamos desde la estación de autobuses hasta el albergue nos gustan.
Nos alojamos en el albergue municipal, adonde ya ha llegado Ángel. Como a veces llueve algún chaparrón y lavamos ropa optamos por secarla con la secadora del albergue, pero esta secadora es muy lenta y poco eficaz, lo que causa una buena cola de personas esperando. Mi tarde en Logroño se pierde ante una secadora... o eso pienso yo, porque mientras esperamos los que estamos allí charlamos, aunque sólo sea por pasar el tiempo y no aburrirnos. Yo hablo sobre todo con una francesa muy simpática, de Bretaña, que hace el camino con su hija. Lo que yo he considerado como un tiempo perdido ella me ayuda a leerlo como una oportunidad de encuentro con ella y con los demás. De hecho, en la etapa siguiente nos saludaremos caminando y ya no nos volveremos a ver en el resto del camino, pero ese tiempo pasado ante la secadora ya no ha quedado en mi recuerdo como un gran aburrimiento, sino como un encuentro.
Es sábado por la tarde, víspera del domingo del Corpus Christi, y vamos a misa a la iglesia de San Bartolomé, románica y cercana al albergue, y además la única donde se celebra la eucaristía a la hora en que terminamos con la secadora. Me gustan las iglesias románicas, y me gustan más cuando hay vida en ellas, cuando se celebra la liturgia porque para eso están hechas.
Nuestra intención al salir, temprano como siempre, es la de llegar a Nájera.
Salimos de Logroño por el parque y el embalse de La Grajera. Es domingo, pero como es temprano encontramos muy pocas personas y eso nos permite ver alguna ardilla. El lugar es de verdad bonito. En esa zona entablamos conversación con Pascual, que va en nuestra misma dirección hasta Navarrete, paseo que hace todos los días (más de 20 km entre ida y vuelta). Él es un experto en el camino. Una vez hizo desde Roncesvalles a Santiago en 19 etapas, ahora se plantea ir haciéndolo con su mujer por fases en varios años consecutivos, y sobre todo con más calma. Se le ve acostumbrado a caminar. Además, conoce atajos. Nos indica uno por el que calculamos que ahorramos un kilómetro de camino. Tras Navarrete (allí están las ruinas del hospital de peregrinos San Juan de Acre) el camino va por un momento paralelo a la carretera, resulta algo monótono hasta una subida en la que están los "hitos del camino", es decir, piedras que los peregrinos van dejando en equilibrio y que forman curiosas figuras. En esa zona hago mis primeros 100 km de camino.
Nájera se ve a lo lejos, pero no terminamos de llegar, y cuando por fin llegamos el albergue no está aún abierto pero mucho nos tememos que con los peregrinos que guardan cola se puede llenar fácilmente. En la oficina de turismo nos informamos de otros albergues y sí, hay otro privado de 10 plazas regentado por los dueños de un bar. Allí me presento justo en el momento en el que la dueña está dando tres de las cuatro últimas plazas que le quedan. Y empieza a llover, lo que nos obliga a tomar una decisión sin demasiada calma: seguiremos hasta el próximo albergue, que está en Azofra, seis km más allá. Lástima, queríamos ver Nájera con calma, pero tendrá que ser otra vez. Aquí también combatió Iñigo de Recalde, más tarde conocido como Ignacio de Loyola, para sofocar la revuelta comunera de 1520, según se explica en el reverso del plano de la ciudad que nos han dado.
"Acércate a la pared, que te vas a mojar", oigo en la calle Mayor. La voz femenina no va dirigida a mí sino al perro que lleva de la correa y que parece bastante indiferente a los consejos de su dueña. Hay muchas personas vestidas de fiesta porque siendo el domingo del Corpus habrá habido comuniones en todas las parroquias. Cuando para de llover (una breve pero intensa lluvia primaveral) nos ponemos en marcha. Al salir de Nájera hay una subida en la que nos luce fuertemente el sol, pero enseguida se cubre de nubes traídas por el viento y llueve hasta nuestra llegada a Azofra. Pocos peregrinos vemos delante nuestro, sólo tres alemanes a los que adelantamos sin muchas dificultades porque se les ve muy tocados, uno de ellos camina completamente torcido.
Llegados a Azofra el hospitalero nos comunica que el albergue municipal está lleno, pero que han habilitado la antigua escuela para acoger a peregrinos. Después nos enteramos de que, cuando la escuela también se llena, recurren a la casa del cura. En la escuela hay diez camas y en las pizarras alguien ha escrito consejos para los peregrinos. El mejor: "No corras porque lo importante es encontrarte a ti mismo".
Para la ducha tenemos que ir al albergue. Afortunadamente ya ha dejado de llover. Las diez camas se llenan enseguida con nosotros, los tres alemanes, un bombero que se llama Ángel, un ingeniero argentino afincado en Cataluña que se llama Óscar y dos ciclistas de lengua alemana que llegan los últimos.
Compartimos la cena con Ángel y Óscar, y también la alemana Clara, que se acerca a pesar de la dificultad de comunicación con nosotros porque no entiende mucho el castellano. Momento mágico de encuentro, uno de los muchos que brinda el camino, que tiene como consecuencia el que Óscar, catequista en su parroquia, decida continuar las próximas etapas con nosotros.
Después del "exceso" de ayer, hoy nos planteamos una etapa corta porque queremos quedarnos en Grañón donde hay un albergue parroquial.
Ha llovido justo antes de que salgamos, pero esta etapa del camino va a ser de las mejores climatológicamente: sin sol y sin lluvia.
Hablo mucho con Óscar durante el camino, sobre los milagros cotidianos y sobre los riesgos a los que tenemos que enfrentarnos en la vida y a los que hoy tenemos mucho miedo, preferimos la pasividad o que otros decidan en nuestro lugar.
En Santo Domingo de la Calzada paramos para descansar y rezar un poco, lo que teníamos previsto desde el inicio de la etapa. A la oración se une Óscar sin ninguna dificultad. Habla por teléfono con su mujer y por vídeo-llamada hablamos nosotros también con ella.
El albergue parroquial de Grañón está situado al lado de la iglesia, de hecho han adaptado como tal la torre. Como los demás albergues parroquiales que encontraremos, no hay un precio fijo sino que se colabora con la voluntad, proponen los horarios de la eucaristía y la oración y preparan la cena para todos los peregrinos. La iglesia está abierta, se puede rezar en ella cuando se quiera. A la eucaristía participan muchos peregrinos y al final de la celebración el cura, Patxi, nos bendice en varias lenguas. Entre otras cosas nos dice: "No sé la motivación por la que hacéis el camino, pero lo que sí sé es que el camino cambiará vuestras vidas". Tras la celebración hablamos con él en la sacristía (el poco tiempo que le queda antes de salir hacia otro pueblo de los que él atiende) y nos explica que la idea de recuperar el espíritu del camino nació de un cura que estaba en Grañón.
La preparación de las mesas para la cena presagia el caos porque somos muchos (60) y no parece haber espacio. Es curioso cómo los alemanes se mantienen al margen de la organización, o porque no entienden lo que pasa o porque no responde a su mentalidad tan ordenada. En todo caso, todos encontramos sitio y todos cenamos juntos, muy a gusto porque las lentejas están muy buenas.
Y tras la cena, quien quiere puede acercarse a la iglesia otra vez para la oración. Estamos unos 20 y para algunos esa oración resulta muy emotiva porque hay lágrimas. Sorprende que las hospitaleras, que hacen esa oración todas las noches, la vivan con tanta intensidad.
Como el albergue se ha llenado, los peregrinos que han llegado más tarde dormirán en la iglesia. Llama la atención tanta generosidad y acogida. Las hospitaleras nos dan un aviso: nadie se podrá levantar antes de las 7 de la mañana. Quieren evitar así que el camino se vuelva una carrera por llegar antes al siguiente albergue, mentalidad que siendo muchos podría extenderse. Respetamos escrupulosamente su consejo, o mejor dicho, en el dormitorio donde son mayoría los alemanes se levantan a la hora propuesta, mientras que en el que somos mayoría italianos y españoles ya hay movimiento desde media hora antes.
Patxi nos ha aconsejado visitar los próximos albergues parroquiales. El siguiente está en Tosantos, provincia ya de Burgos, lugar del que no habíamos oído hablar. Esto nos supone otra etapa corta, que nos podemos permitir por los kilómetros que hemos acortado en Viana.
El albergue de Tosantos es pequeño (caben unas 25 personas). El hospitalero, José Luis, nos explica la filosofía de la casa, con la que estamos de acuerdo. Todas las tardes propone a los peregrinos la visita a una ermita que es más bien una cueva en lo alto de la montaña. Con nuestra presencia podemos celebrar la eucaristía en ella. También prepara la cena para todos (hoy un cocido buenísimo, hecho a fuego lento) y la oración a la noche en el oratorio del propio albergue.
Tarde plácida, la que más siento como descanso hasta ahora por el sol que nos permite comer al aire libre (aunque más tarde lloverá) y por la posibilidad de hablar con José Luis, que es de esas personas inolvidables porque parece haber hecho del camino su filosofía de vida y porque logra humanizarlo y llenarlo de sentido. Él pasa ocho meses al año de hospitalero en este albergue, lo que nos sorprende porque en otros albergues los voluntarios pasan 15 días (o como máximo tres semanas en caso de necesidad) porque es agotador. De hecho José Luis reconoce que a veces tiene que pedir a alguien que le sustituya para tomarse unos días de cura de sueño. Pero se ve que para él lo importante es que los peregrinos encuentren lo mejor, y sin duda su presencia contribuye a que el camino se viva con calidad y hondura. Los casos que cuenta y los testimonios de peregrinos que nos han precedido y que nos permite leer durante la oración muestran que el camino tiene alma. Todo lo que está presente en el camino, ya sea una piedra, una montaña o un árbol, adquiere sentido, y los peregrinos ya no son sólo atletas cargados con mochilas sino personas que como peso más grande llevan las preocupaciones y las opciones, acertadas o equivocadas, hechas en la vida.
El albergue está al lado de la carretera y con oído distraído percibimos el rumor del paso de los grandes camiones que nos resulta ajeno y enormemente distante, no ya físicamente porque la carretera está cerca, sino psicológicamente: esas prisas y esas preocupaciones mercantiles no van con nosotros en un remanso de paz como Tosantos.
Esta jornada resulta dura por el puerto que hay que subir (La Pedraja) y porque llueve en muchos tramos del camino, a veces con intensidad, y eso hace que vayamos con los pies mojados y encontremos bastante barro. En todo caso, el paisaje al inicio de la ascensión al puerto, con tantos árboles y helechos y con ese cielo encapotado, tiene para mí una intensa belleza. Poco a poco según subimos los helechos van desapareciendo, los árboles se van espaciando, el barro aumenta y todo se vuelve más prosaico. El final del puerto además engaña: creemos haber llegado cuando vemos el monumento a los muertos de la guerra civil, pero aún queda una fuerte subida hasta llegar arriba.
La iglesia románica de San Juan de Ortega es muy bonita, están haciendo trabajos de rehabilitación en su interior. Esperábamos encontrar un pueblo a su alrededor, pero sólo hay unas cuantas casas, un bar... Nuestro plan de comprar aquí se frustra, y mucho nos tememos que en Agés, pueblo en el que pensábamos alojarnos, no encontremos plazas porque el albergue de San Juan de Ortega está cerrado. El cura del lugar, que se encargaba de hospedar a los peregrinos, murió, pero nos dicen además que las condiciones higiénicas del lugar lo hacían desaconsejable. Así pues, con cierta incertidumbre, seguimos hacia Agés por un camino precioso, muy arbolado.
En Agés sí hay plazas, no donde queríamos (la Casa Caracol, de sólo 10 plazas y con estilo parroquial) sino en el albergue municipal, que tiene también bar y ofrece comidas. La cocinera, una de las dueñas, nos sorprende por su cultura literaria y por sus conocimientos del camino: nos da buenos consejos para los próximos días. A ella también le parece que hay muchos peregrinos que no viven el espíritu del camino y lo achaca a un libro publicado por un alemán. Ella también se encarga de avisar a quien tiene la llave de la iglesia de nuestra presencia para que se pueda celebrar la eucaristía, a la que participan cuatro señoras del pueblo y seis peregrinos, además de nosotros. Nos hace ilusión ver nuestro calendario javeriano en la sacristía. Este calendario lo enviamos en el mes de noviembre de cada año a quienes reciben nuestra revista mensual, que es gratuita.
Cenamos con Santiago, al que vimos en Azofra y con el que compartimos albergue en Tosantos. Es de Castellón y vive en Barcelona. No es hombre de fe explícita, pero comparto sus opiniones sobre la Iglesia y se ofrece a seguir en contacto con nosotros una vez que vuelva a su casa y a colaborar en lo que necesitemos como misioneros.
Etapa con lluvia en algunos momentos (¡qué cantidad de barro en la pequeña cuesta que hay tras Atapuerca!) y frío. En los alrededores de Atapuerca hay dólmenes, que no vemos, y sobre todo los yacimientos paleontológicos más importantes de España. El centro de interpretación está cerrado cuando pasamos porque es muy temprano.
Del paisaje rural pasamos a lo peor de las ciudades: los polígonos industriales, como el del Gamonal antes de entrar en Burgos. Nos han aconsejado tomar el autobús desde Villafría hasta el centro de Burgos (unos 8 km) para evitar el paso por el polígono, y así lo hacemos, con más razón tras el rodeo que nos han hecho dar por las obras de ampliación del aeropuerto, que con el frío y viento en contra que está haciendo nos ha supuesto un gran desgaste.
Sabemos que el albergue de Burgos queda dos kilómetros más allá de la catedral y que quienes allí deciden alojarse tienen que desandar esos kilómetros si quieren verla. Nosotros hemos preferido seguir hasta el siguiente albergue, que según nuestras guías es Villalbilla. Cuando hemos recorrido lo que suponemos son 6 km, que es lo que hay entre Burgos y Villalbilla, vemos que hay un pueblo al fondo y las flechas que indican el camino no nos acercan a él. Suponemos que ese pueblo es Villalbilla, aunque las flechas nos hagan bordearlo, y hacia él dirigimos nuestros pasos cuando empieza a llover (la típica lluvia del último kilómetro). Cuando ya estamos encaminados decididamente hacia el pueblo encontramos por fin a alguien que nos confirma que se trata de Villalbilla. Menos mal, nuestra decisión ha sido acertada. Si nos hubiésemos equivocado no nos habría sentado nada bien. Más dudas al llegar al pueblo porque la estación de tren tiene como indicación "Alameda" ¿Es o no es Villalbilla? Nos confirman otra vez que sí. Más problemas: no hay indicaciones hacia el albergue municipal. Lo encontramos tras preguntar a varios vecinos. Está en el mismo edificio de la escuela y al lado del polideportivo. De hecho quien lo abre es la encargada del polideportivo. Asistimos a la salida de los niños de clase (pensamos que habría menos niños en ese pueblo) mientras esperamos que lleguen las cuatro para entrar en el albergue. La encargada nos abre antes de la hora. Sólo estamos nosotros y una peregrina alemana. Durante la tarde vemos llegar a un grupo de seis peregrinas, pero pasan de largo porque se dirigen al albergue privado. Entendemos que hay pocos peregrinos en Villalbilla porque recientemente han cambiado el trazado del camino y ya no pasa por el pueblo. Mejor para nosotros, estaremos casi solos en el albergue.
Doy un paseo por el pueblo y encuentro a un ciclista (con mochila, a Santiago seguro) ante una casa en evidente estado de abandono. Me pide que le saque una foto ante la fachada. Se la hago, intentando que no salga mucha fachada, y me pide que la repita porque en esa casa nació su abuela, así que me esmero en esa segunda foto ¡Cómo la fachada ruinosa de un edificio puede adquirir de repente otro significado, una enorme carga afectiva!
Me entretengo mucho viendo pasar los trenes, me divierte en la tranquilidad de la tarde.
Hay misa en el pueblo, que es además de funeral. El cura llega algún minuto antes del inicio de la celebración y es él quien abre la puerta de la iglesia. La persona del pueblo más cercana al altar se sienta en el séptimo banco. El cura lee las lecturas y hace todo solo, una celebración penosa de las que yo pensaba que ya no quedaban. Al salir, Óscar comenta que parecía un monólogo, y añade un comentario más duro: "¿De verdad el cura se cree lo que está haciendo?".
La peregrina alemana no nos abre la puerta del albergue cuando volvemos, pero sabemos que está dentro. Menos mal que la encargada nos vuelve a abrir. La alemana no nos ha abierto porque está ya acostada, a las 20 horas.
Nos levantamos con calma y gozamos de estar solos en la casa (la alemana se ha ido, nos ha pedido disculpas por no abrirnos ayer, o sea que nos oyó). Desayunamos, rezamos con calma y nos ponemos en camino. Al reiniciar la marcha descubrimos por qué Villalbilla ha quedado fuera del camino: han hecho un nuevo trazado del tren y quizá también nuevas carreteras. La riada de peregrinos que ya está llegando desde Burgos nos ayuda a recuperar el camino y las flechas amarillas. De hecho los peregrinos que llegan nos dicen que los albergues de Burgos se llenaron y tuvieron que habilitar el polideportivo para 22 peregrinos más. Aún nos alegramos más de nuestra buena suerte y de haber seguido hasta Villabilla, donde hemos estado más que tranquilos.
Si ya el número de peregrinos es considerable, en Tardajos encontramos dos autobuses alemanes. Algunos de sus ocupantes, unos 30, preparan bicicletas porque van a hacer parte del camino en ese medio. De hecho a los pocos metros nos adelantan, en grupo compacto. Y los otros, unos 50, se ponen en camino a pie. Son fácilmente distinguibles por la ausencia de mochila (como mucho llevan una ligera bolsa). También estos "excursionistas" nos adelantan sin contemplaciones. No nos parece la forma de hacer el camino, entre otras cosas porque a veces corren (al inicio, después ellos también se moderan porque su paseo es de unos 20 km), o van parloteando cuando lo que queremos es silencio y escuchar a la naturaleza.
Hoy ni llueve ni encontramos barro y nos maravillamos de la anchura de los campos castellanos, que en este tiempo de primavera están preciosos.
En Hornillos del Camino un monolito frente a la iglesia recuerda a Servando Mayor García, misionero marista natural de esta localidad, asesinado en el Zaire de entonces (hoy, República Democrática del Congo) en 1996 junto a sus otros tres compañeros de comunidad, todos españoles. Conocemos este hecho porque en una comunidad cercana vivían los misioneros javerianos, que fueron los primeros en llegar y descubrir los cadáveres.
Los últimos kilómetros antes de Hontanas se nos hacen duros por las rodadas de los tractores en el camino, que nos dejan los pies molidos.
Hontanas se ve sólo cuando ya estamos encima. Nos alegra. Nos alojamos en el albergue municipal y vamos a comer al hostal, un lugar muy relajante y ambientado con gusto. También cenamos allí. A la mañana me daré cuenta de haber perdido mi gorra precisamente en el hostal, pero está cerrado cuando salimos y la doy por perdida esperando que no salga mucho el sol en los próximos días.
Nada más salir de Hontanas preferimos seguir la carretera y no las flechas amarillas porque el camino atraviesa zonas embarradas y parece alargar un poco el trayecto. Acertamos, porque carretera y caminos se juntan unos kilómetros más tarde.
Mientras que las ruinas del convento de San Antón nos impresionan, Castrojeriz nos defrauda porque hay muchas casas abandonadas. Afortunadamente hay una tienda abierta a pesar de lo temprano de la hora y nos avituallamos.
El camino en fuerte subida nos permite ver un paisaje espectacular. Los campos están en todo su esplendor, y flores rojas, amarillas, azules, rosas... le dan un encanto aún mayor que me recuerda la frase de Jesús sobre los lirios del campo, y no resulta difícil comprender de dónde sacaba Van Gogh la inspiración para algunos de sus cuadros.
Contra lo que dicen las guías, en Itero de la Vega hay tiendas, así que nos hemos cargado de comida desde Castrojeriz sin necesidad.
Entre Itero y Boadilla adelantamos a uno de los varios peregrinos que hacen el camino con su burro. Y sentimos que nuestro honor está a salvo llegando antes que el burro a nuestro destino.
En Boadilla del Camino nos alojamos en el albergue municipal, que ocupa el edificio de las antiguas escuelas. Los servicios y duchas están bastante descuidados. Nos explican que la señora que se encargaba de atenderlo murió hace poco. Ahora se limitan a limpiarlo, pero no a su manutención. Lo mismo pasa con la iglesia: el señor que tenía la llave murió hace poco y ahora los vecinos no saben ni quién tiene la llave (creen que la tiene sólo el cura) ni cuándo se abre la iglesia. En toda la tarde no se abre, así que nos quedamos sin verla por dentro. Por fuera, una placa recuerda que en Boadilla del Camino nació Nicolás de Bobadilla, uno de los primeros compañeros de San Ignacio cuando fundó la Compañía de Jesús y también uno de los designados para ir de misionero a la India. Pero al caer enfermo Nicolás, San Ignacio tuvo que cambiar de planes y enviar a San Francisco Javier, hoy patrón de las misiones.
La tarde resulta aburrida porque Boadilla no ofrece nada y llueve a ratos, la única actividad se percibe en los bares. Al menos en la pared exterior del albergue hay una pantalla interactiva de turismo palentino que nos da datos de Frómista y Carrión de los Condes.
Amanezco lleno de granos causados por una pulga o por una araña (o por una legión de ellas).
Lluvia suave y pertinaz al inicio del camino. Parece que escapamos a grandes chaparrones, si es eso lo que anuncian los negros nubarrones que dejamos atrás.
Enseguida encontramos el Canal de Castilla, el camino va paralelo al canal hasta entrar en Frómista. Me encanta ese tramo, con el agua y la suave lluvia que nos acompaña.
Vemos por fuera la iglesia románica de San Martín de Frómista. Una maravilla que no podemos ver por dentro porque tendríamos que esperar más de una hora y nos quedaríamos fríos después para continuar. Hay quien dice que cuando la restauraron la transformaron bastante. En todo caso, es un placer estar ante un monumento así.
El camino discurre por pueblos agradables en los que se han preocupado de preparar áreas de descanso con fuentes. Gracias. No hace calor al inicio, pero hacia mediodía sale un fuerte sol. Óscar había encontrado su ritmo de marcha y se nos había adelantado, pero al llegar a las proximidades de Villalcázar de Sirga nos lo encontramos sentado en el suelo, con la mochila a un lado, diciendo que no puede dar un paso más porque le duelen mucho los pies. Llevamos tiempo oyendo las campanas de la iglesia que suponemos anuncian la eucaristía a las 12 (es domingo), así que se nos ocurre participar en esta eucaristía y ya veremos después lo que haremos según las fuerzas que tengamos. Al ir hacia la iglesia vemos que el albergue abre a las 13, buen horario porque si no estamos en condiciones de seguir tampoco nos harán esperar mucho para ducharnos.
La iglesia de Villalcázar es una maravilla, mezcla de varios estilos según las reformas que le fueron haciendo a lo largo de los siglos. Dicen que fue un centro templario.
Terminada la misa, Óscar dice haber recobrado fuerzas y podemos continuar hacia Carrión de los Condes según nuestros planes. Allí queríamos alojarnos en el albergue de las clarisas, que se encuentra nada más llegar a Carrión, pero un cartel nos indica que está completo. Seguimos entonces hasta el albergue parroquial, atendido por religiosas agustinas (se nota que hay monjas por lo limpio que está todo). Por la tarde visitamos la ciudad: San Zoilo, Ntra. Sra. de Belén... Al final de la eucaristía de Santa María el sacerdote bendice a los peregrinos y se toma su tiempo para la oración y la explicación religiosa y cultural de lo que encontramos dentro de la iglesia. También en el albergue hacen una pequeña oración a la noche (se alarga por las traducciones, en este caso porque el traductor al inglés está bastante despistado). Las religiosas nos bendicen uno por uno imponiéndonos las manos y nos entregan una pequeña estrella de cartulina como recuerdo de su oración por nosotros. Hay quien está muy emocionado por este gesto y llora.
Sabemos que la etapa será dura porque hay 17 km entre Carrión de los Condes y el siguiente pueblo, Calzadilla de la Cueza. La etapa se endurece aún más por la lluvia cuando entramos en los 13 km de la cañada real leonesa y dejamos el asfalto por un camino de barro, charcos y pequeñas piedras que resultan una tortura para quien tiene ampollas en los pies como Mario. Ese camino llano, recto y monótono, y en las condiciones climáticas adversas ya descritas, supone una prueba física y psicológica. Anuncian un bar a mitad del camino que ya no está y en el área de descanso la fuente está seca.
De Calzadilla de la Cueza sólo se percibe de lejos la capilla del cementerio, el pueblo sólo se ve cuando ya se está encima. Allí sí que hay una buena fuente. Al retomar el camino estamos a punto de dispersarnos por una mala comunicación entre nosotros, pero por suerte nos encontramos a tiempo, antes del cartel que anuncia los varios caminos que se separan unos pocos kilómetros para volver a juntarse más adelante. Elegimos el que parece más corto porque la cañada real leonesa nos ha fundido y dejamos con pena el camino que va por el bosque y que debe de ser bien bonito.
Aunque habíamos previsto terminar la etapa en Terradillos de los Templarios, al pasar ante el albergue de Ledigos nos decimos que ya está bien por hoy y ahí nos quedamos. Albergue coqueto, limpio y con amplio espacio verde, que a la tarde se agradece porque sale el sol, pero lo que más recordaremos de Ledigos es lo bien que pudimos dormir. Se ve que nuestro organismo pedía descanso porque además de una larga siesta dormimos nueve horas más por la noche.
Por la tarde subimos hasta donde se encuentra la iglesia (cerrada por los muchos robos que han sufrido) y allí trabamos conversación con un anciano que está sentado en un banco tomando el sol. Hacemos nuestra oración de la tarde, que resulta muy sincera: Mario da gracias por el camino de amistad y de atención los unos por los otros que vamos haciendo; Óscar afirma que las ampollas y las heridas de los pies no son nada comparadas con lo que recibimos en el camino; yo comento que en el camino me venía muchas veces a la mente lo que nos decía José Luis en Tosantos sobre el sentido que todo tiene en el camino, también las piedras...
Después del buen descanso nos sentimos con ánimo para retomar el camino y alargar la etapa con los kilómetros que ayer no hicimos. Salimos temprano y caminamos con ganas, gracias también a los parajes preciosos que atravesamos, sobre todo entre Terradillos de los Templarios y San Nicolás del Real Camino, y a que el suelo no resulta molesto para los pies.
En Sahagún nos abastecemos de comida mientras Mario continúa su marcha. Vemos desde fuera el monasterio de las benedictinas, que es a su vez albergue de peregrinos. Nos resulta sugerente.
A la salida de Sahagún no vemos flechas amarillas. Además, sabemos que hay un camino alternativo que no queremos tomar (es más largo y hay un tramo de 24 km sin pueblos), pero no sabemos dónde empieza. Avanzamos con el temor de habernos equivocado de camino hasta que vemos un panel que nos confirma que la división de los dos caminos está un poco más allá, que vamos bien. A lo lejos vemos a Mario que toma decididamente una dirección, y al llegar allí verificamos que se ha confundido y ha tomado el camino más largo. Como está atravesando un puente sobre la autovía no oye nuestros gritos, así que tengo que apretar el paso y por fin oye los avisos y desanda lo andado. No ha sido mucho, unos 400 metros entre ida y vuelta, pero psicológicamente este despiste nos cansa mucho. Esta escena de Mario tomando el camino que no corresponde se me ha quedado grabada como imagen de lo que nos pasa en la vida cuando tomamos el camino erróneo: qué difícil nos resulta escuchar a quienes nos aconsejan cuando estamos llenos de ruidos; qué poco a poco vamos ganando metros por la senda equivocada pero qué lejos nos podemos ir si no nos damos cuenta; qué cansancio sentimos cuando percibimos el error y cuánta humildad y paciencia hacen falta para reconocer la equivocación, desandar el camino y volver a caminar por la ruta adecuada.
Llegamos a Bercianos arrastrando los pies, pero en un buen momento porque el albergue ha tardado en abrir y ha habido cola para esperar y entrar. Nosotros tenemos que esperar poco. Este albergue es también parroquial e incluye un oratorio.
Comentamos el motivo de nuestro viaje a la hospitalera, que hace las gestiones oportunas para que celebremos la eucaristía en la ermita (es el lugar del camino en el que más personas del pueblo participan en la eucaristía, mientras que no hay tantos peregrinos a pesar de que la celebración ha sido anunciada con tiempo) y para que venga a visitarnos Jorge, el párroco de éste y de otros ocho pueblos. Le gustaría estar más presente en el albergue, pero con tantos pueblos no puede. Nos explica que la nueva iglesia está aún sin terminar, la anterior iglesia se derrumbó porque es zona de bodegas y debajo de la iglesia había bodegas de particulares que las descuidaron y eso provocó su derrumbe.
Vamos a dormir tras la tradicional cena compartida de los albergues parroquiales y la oración de la noche.
Hoy luce el sol, aunque no hace excesivo calor porque a mediodía hay calima. El camino se hace aburridísimo: todo plano y al lado de una carretera, afortunadamente con poco tráfico. Lo mejor es que han plantado árboles (falsos plátanos) durante el recorrido (unos 30 km) y a veces hay sombra.
En Reliegos paramos un momento en la plaza al lado de la fuente de agua. Vamos bien de fuerzas y seguiremos hasta el destino que nos habíamos fijado hoy: Mansilla de las Mulas, adonde llegamos sin más novedad. Yo no imaginaba Mansilla tan grande ni tan bonita: plaza medieval, muralla... Las iglesias están abiertas y el albergue, nada caro, está organizado con gusto y tiene un patio muy bonito, lleno de flores. La hospitalera además alivia los doloridos pies de Óscar.
En Mansilla hay estación de autobuses y preferimos sacar ya los billetes de autobús para volver a Madrid. Curiosamente, en la estación de autobuses no hay taquilla y los billetes se sacan en el bar. La joven camarera nos atiende con gran simpatía a pesar del mucho trabajo que tiene. El billete de autobús en el bolsillo nos hace tomar conciencia de que esto se termina...
Participamos en la misa de la parroquia, cenamos y a dormir para estar en forma ante nuestra última etapa... de momento. Para Óscar también va a ser la última jornada porque, aunque pensaba seguir hasta Santiago y a pesar de las atenciones de la hospitalera, cree que sus pies necesitan un descanso, así que también va a parar en León y programa hacer el resto de etapas hasta Santiago con su mujer y en otra época, quizá otoño, porque ahora Galicia debe de estar muy llena de peregrinos.
Amanece otra jornada nubosa, muy buena para caminar. El recorrido va por pista bastante rato aunque el paisaje se va volviendo cada vez más urbano. En un momento hay que atravesar la carretera, que es el punto más desagradable de esta etapa. Por lo demás, preferimos la entrada a León que la de Burgos. Alguien nos comenta que a la salida de León sí se pasa por polígonos industriales, pero nosotros no haremos por ahora ese tramo.
Una vez en León vamos directamente a la estación de trenes porque Óscar se vuelve a su casa en Cataluña esa misma mañana. Llegamos a la estación a las 11 y su tren sale a las 13 horas. Cojea ostensiblemente, seguro que ha tomado la mejor decisión. Desde Azofra hemos caminado juntos y se ha vuelto uno más de nuestro grupo. Ha hecho muchas fotos del camino y promete enviarnos una selección de ellas. Vamos a un parque a comer una empanada de atún que traemos, hacer tiempo hasta la hora de su tren y celebrar el objetivo cumplido. El paseo Papalaguinda es testigo de nuestra despedida. Mientras Óscar vuelve a la estación de tren, nosotros nos encaminamos al albergue de las benedictinas, que es grande (150 plazas) y ante el que hay cola para entrar.
Tras descansar un poco visitamos la ciudad. El centro de León es peatonal y nos gusta lo que allí vemos: la casa Botines, de Gaudí, que en todas sus construcciones nos hace soñar; la colegiata con sus magníficas pinturas románicas; la catedral, que nos recibe con sol para que podamos contemplar el intenso colorido de sus vidrieras y de los rosetones. No sé dónde leí que con los rosetones querían representar la mirada de Dios. Tanto colorido con el interior de la catedral en penumbra impresiona. Y entonces siento que he llegado, que el camino termina aquí, que merece la pena ponerle broche final con tanta belleza. Alguien comenta una frase de Zola: "La belleza es un estado de ánimo". Sin duda ese estado de ánimo también es fruto de un camino en el que se mezclan la búsqueda y el esfuerzo por lograr unos objetivos con la gratuidad y la acogida de lo que recibimos como don. Así vivo yo estar en la catedral de León, siendo contemplado por el ojo de Dios.