http://platea.pntic.mec.es/anilo/ciclismo/rutas/plata/index.htm
P.- No has mencionado ningún motivo religioso...
R.- Digamos que no lo has entendido como tal, pero sí lo he mencionado...
P.- ¿Y por qué desde Arahal y no Sevilla?
R.- Eso ya es casualidad, aunque Arahal sea el pueblo donde he nacido. Los trenes que hacen el trayecto Madrid-Sevilla no transportan bicicletas, tuve que llevarla en autobús y entonces decidí detenerme en mi pueblo, donde el autobús tenía parada.
Amanece lloviendo. El Peregrino confía sin embargo en el dictamen de los especialistas, que pronostican el inmediato fin de la borrasca. Hoy es un día nervios. Ayer tarde aún andaba el Peregrino a vueltas con la lista de ropa y avíos, alforjas y embalaje de la bicicleta (una de campo o todo terreno convencional, con suspensión delantera, tres platos y nueve piñones). El pantalón vaquero va mejor en la mochila del saco de dormir, decidió en la duermevela previa al sueño. Meter la bicicleta en el coche resulta más complicado de lo que pensaba.
Son las 8:00. Confusión en el túnel de Gallardón, que no indica la salida a la estación de autobuses. Un grupo de veintitantos chicos van a Cádiz, algunos con aspecto contra, cresta amarilla, pinchos en nariz y labios, pero afortunadamente no son ruidosos. Por Manzanares cesa la lluvia y se abren claros, que otra vez se irán cerrando a partir de Córdoba. Los abundantes campos de girasol, semejantes a mantas amarillas, se ven magníficos desde la altura del autobús.
A las 14:50 llegan puntualmente a Arahal, un pueblo de la Campiña en el kilómetro 40 de la autovía Sevilla - Granada. Hay expectación entre los chicos cuando saca el envoltorio de la bicicleta y la descubre. Naturalmente va en bicicleta a la casa familiar mientras su hermana lleva las alforjas en el coche.
Hace bochorno por la tarde cuando sella la credencial en el cuartel de la policía municipal. Cae una leve llovizna.
Según costumbre antigua, el Peregrino desayuna en el "Catunambú", un mollete de Marchena con aceite de oliva, luego será imposible. Después su hermana toma un registro fotográfico del momento de la partida ante la puerta de la casa familiar, en la calle Felipe Ramírez, la casa donde nació, con su tía María; en primer término está la bicicleta ya cargada de alforjas.
Comienza a pedalear andadas las nueve. Felipe Ramírez, Corredera, Laguna, Madre de Dios, Pozo Dulce y al fin la calle y carretera de Carmona. El campo revienta de hermosura con el amarillo de los girasoles y el Peregrino se entretiene haciendo fotos. El cielo está azul con algunas nubes y la temperatura es agradable. Un pájaro del tamaño de un mirlo, alas de gaviota y agilidad de golondrina sobrevuela los campos, gris con el pecho blanco, ptirrrrrrrrr...
Carmona, una de las ciudades más bellas del contorno, ibera, romana... todas las culturas peninsulares han dejado su impronta en ella. Un segundo desayuno en la "Bodeguita" de la plaza de abajo. Dicen que la carretera de Brenes está cortada por obras, que están metiendo tuberías, pero sólo en sitios puntuales. Con la bicicleta se puede pasar, le dicen. Se puede y el Peregrino encuentra la carretera solitaria, pero qué piso tan malo, todo bacheado. ¿Qué ha hecho la Junta de Andalucía? Con lo que presume poniendo su sello en las señales de carretera bajo su jurisdicción. El paisaje tampoco tiene encanto. Al fondo ya se divisa la sierra, Sierra Morena.
El hostal está en la entrada del pueblo, Brenes, junto a la estación del ferrocarril, y el Peregrino da un paseo, mientras limpian la habitación, le ha dicho la mesonera. Calles blancas, miradores o cierros bajos, portada gótico mudéjar de la iglesia... En un cruce se va al suelo al ceder el paso a un coche y se golpea el pie izquierdo contra el adoquinado. ¡Otra vez, por el martillo de Hefaistos! Como de costumbre ha tardado en desanclar el pie del pedal y lo ha vencido el peso de las alforjas, que el hombre es el único animal que tropieza mil veces en la misma piedra. Jura por las trenzas de Afrodita o el cayado del Apóstol, la anotación es imprecisa, que no le volverá a pasar, pero se estremece ante la eventualidad de tener que renunciar antes de empezar casi.
Ducha y lavado de ropa, comida y siesta será la secuencia ritual que repetirá casi sin excepción al término de cada etapa, aunque en esta primera haya tenido un aplazamiento. No será el único. El hostal dispone de un patio soleado donde la ropa se seca con rapidez, tampoco la suerte será la misma siempre. Callos o menudo con garbanzos incluye el menú del día y el Peregrino se relame de gusto.
A las seis de la tarde todo el pueblo está vacío y, tras callejear un poco, el Peregrino se mete en un bar para, mientras toma unas cocacolas, anotar las incidencias de la jornada, hojear el periódico y hacer un "sudoku".
«El poder de Dios y la amargura de su madre se contemplan en este rincón cofrade», dice una placa sobre la pared donde se ven los rostros de un Nazareno y una Dolorosa, toda una declaración ideológica. La sacralización del poder y el dolor, Zeus y Deméter. Adivine el avispado lector a qué sectores sociales corresponden el uno y el otro.
Cuando las calles se animan el Peregrino regresa al hostal en demanda de la cena. Al otro lado de la calzada, frente al mesón, hay un gimnasio. «Nivel Sport. Fuerza y belleza», dice el rótulo y el Peregrino se deleita viendo entrar y salir muchachos de uno y otro sexo bellos como esculturas vivientes.
Campos de maíz y frutales se extienden entre Brenes y el Río Grande. Como será habitual, en Villaverde del Río no se indica con claridad la dirección de Burguillos, Puerta de la Sierra Norte, y el Peregrino tiene que preguntar. También a Burguillos ha llegado la furia constructiva, que las grúas se levantan amenazantes en varios lugares. Niñitos de un colegio cruzan en ordenadas filas las calles y hermosos jardines del pueblo. Campos amarillos de nuevo.
Desde Burguillos la carretera sube hasta Castilblanco de los Arroyos, donde al fin el Peregrino enlaza con la mítica Vía de la Plata o Camino Mozárabe, que une Sevilla y Gijón, la Vía al-Balata o Lapidata, utilizada por tartesios, romanos y mozárabes con distintos fines. En un banco a la sombra de la iglesia del Divino Salvador el Peregrino se detiene un momento. A su lado un hombre mayor le explica que ya no se cultiva nada, que antes se cultivaba el trigo, la avena y el garbanzo; pero que al presente todo se lo ha tragado la construcción. Castilblanco es el pueblo más grande de este lado de la sierra con más de tres mil habitantes, más incluso que Almadén, todos los demás pueblos son menores. Se acerca otro hombre que, al ver la bicicleta del Peregrino, recuerda cómo en Alemania era el medio de transporte urbano habitual, "Fahrrad" la llamaban.
Hasta Almadén de la Plata la carretera sigue subiendo con toboganes continuos entre dehesas de encinas y alcornoques. En Almadén, 1639 habitantes le informaría luego una funcionaria, como en todos los municipios, los concejos han cambiado con las recientes elecciones; los antiguos cargos y responsables han cesado, y nadie sabe dónde está la llave del albergue. El Peregrino tiene que preguntar varias veces, ir y venir desde el ayuntamiento al albergue, casas blancas, una plaza larga con arriates verdes y palmera, y una curiosa torre con reloj de color almagre, hasta que por fin aparece la llave.
Usted se queda con ella y cierra, le advierten; pero tenga cuidado porque hay una banda de rumanos merodeando que está deseando meterse dentro y se llevarían la bicicleta y todo lo que pillaran. Buñuel habría elaborado una buena historia con la llave perdida y los rumanos merodeadores. El albergue es bueno, aunque está muy descuidado y resulta un tanto desolador. Mañana me meto en una pensión, piensa el Peregrino.
En Casa Concha se come bien, particularmente los espaguetis a la boloñesa; las costillas empero están demasiado grasientas. Mientras come, un telediario da la noticia de la muerte de "El Fari" a los sesenta y nueve años.
A la hora de la siesta oye rumores extraños. ¡Qué poco respeto por la siesta tienen los foráneos! ¿Serán los rumanos? Luego un funcionario del ayuntamiento aporrea la puerta. Son cinco peregrinos, un coreano, un inglés y tres gringos, que de inmediato se tumban en las literas.
Para rellenar los tiempos muertos, el Peregrino compró un cuadernillo de "sudokus", que advierte perdido. Tiene el Peregrino la angustiosa sensación de que pronto perderá algo importante, que ya las neuronas se le descabalgan unas de otras. Lleva lo fundamental, documentación, libreta de apuntes y cámara fotográfica en un bolso a la cintura del que no se aleja ni para ir al baño.
Cuando el Peregrino se levanta, ya el coreano ha partido; pero los angloparlantes aún duermen cuando sale a las 8:00. Piensa el Peregrino que la etapa será complicada, porque no hay carretera entre El Real de la Jara y Venta del Culebrín, y dura, porque se continúa subiendo a la Meseta.
La mañana está nublada y ventosa. En un bar desayuna una tostada con pan de pueblo que le sabe a poco; así queda hueco para un segundo desayuno, uno de sus placeres preferidos.
La carretera discurre en suaves toboganes entre dehesas ya secas donde pastan ovejas y cabras
Al entrar en El Real de la Jara el Peregrino alcanza al coreano, un hombre como de cuarenta o cincuenta años, que ha salido a las 6:20. Camino por gusto, dice; residí un tiempo en Barcelona, pero ya no vivo en España. Sobre la escultura de un lince juegan dos gatitos blancos. Mientras el coreano acude al albergue en busca de información, el Peregrino desayuna por segunda vez.
El pueblo sigue viviendo de la ganadería, le dicen en la taberna; pero ahora los cochinos están en los cercados de engorde. Se produce materia prima, pero no se elabora, se lamentan, no hay fábricas de embutidos.
Le indican también que la pista que sube hacia Venta del Culebrín está practicable. El Peregrino la encuentra similar a las de la Casa de Campo de Madrid, donde se ha entrenado para el viaje, aunque con más piedras, y rueda cómodo por ella, sin sentir las cuestas; luego sin embargo en la N-630, muy solitaria por la proximidad de la autovía, en la subida al puerto de la Cañada, último escalón de la sierra, se siente peor.
En la pista encuentra a un caminante de El Saucejo (Sevilla), un tipo pequeño y fornido que pretende dar la vuelta a España andando. Ya he hecho el Camino Francés desde Saint Jean de Pie de Port, dice, y ahora estoy en éste. Caminé cincuenta y cuarenta kilómetros los dos primeros días y se me reventaron los pies, aún me duelen; por eso he mandado a casa el saco y la esterilla; ahora voy más cómodo, aunque he perdido contacto con otros que van delante, hay una belga de sesenta años o más.
En Fuente de Cantos lo primero que hace el Peregrino es alojarse en un hostal junto a la carretera, sin más averiguaciones, que la experiencia de Almadén no le ha gustado; aunque luego, cuando encuentra el albergue ubicado en el antiguo convento de San Diego de Franciscanos Descalzos, siente que acaso se ha precipitado.
La ropa que en Almadén no se secó, la ha llevado colgada de las alforjas y ahora tiene que lavarla de nuevo porque se ha empolvado en el camino. Tampoco en el hostal hay patio, aunque sí una terraza soleada sin acceso. Kafkiano.
En la Venta del Gato se come bien y barato. En un libro de firmas de Santiago, informa el camarero, se nos cita por eso.
La iglesia parroquial de la Virgen de la Granada tiene planta jesuítica y un hermoso retablo barroco del siglo XVIII. Pero la atención turística se centra en la casa de Zurbarán, la casa donde nació el pintor, que era de la partera, situada por ello en la antigua calle de las Barrigas, porque allí residían las matronas del pueblo. Faltan los muebles de época y el escaso ambiente se ha pretendido suplir con reproducciones fotográficas de los cuadros del maestro y una recreación escénica de su famoso bodegón. Pueblo blanco y barroco, "doblado" llaman al "sobrado", de hermosas perspectivas y duros contrastes de luces, muy zurbaranescos. Una caminante alemana comparte las explicaciones con el Peregrino.
Cuando el Peregrino va por la bicicleta, se encuentra la rueda trasera en el suelo. Casi le sienta peor que si hubiese pinchado en la ruta. Pide permiso al camarero y en el salón del bar cambia la cámara, hincha un poco y en una gasolinera cercana, una suerte, termina de inflar.
Sopla viento frío del norte y se tiene que poner la chaquetilla. La ropa húmeda otra vez colgada de las alforjas.
Sigue por la N-630, comodísima sin tráfico, tanto que elude desviarse a la Puebla, Zafra y Los Santos de Maimona. Entra no obstante en Villafranca de los Barros y llega a una gran plaza donde sobresale la fachada gótico flamígera de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora del Valle. En un banco próximo un peregrino repone fuerzas. ¿Vas a Santiago?, pregunta. Vamos, que espero a un compañero, responde y lo invita a una raja de melón.
Pasa entonces una chavala con un mínimo calzón blanco ajustadísimo, "minishort" diría no hace mucho algún moderno, ¿lleva algo debajo?, no lo parece, y un como sujetador de atleta también blanco, ¿eso que llaman "top"? Los peregrinos la siguen absortos con la mirada. «¡Qué culo prodigioso, está buenísima!», anota el Peregrino. Si tuviéramos la mitad de años, nos iríamos detrás de ella como becerros, comenta el encontrado. Al cabo de unos minutos pasa de nuevo la chavala: tiene el mirar todavía inseguro de una adolescente que recién ha descubierto su poderío, de donde sin duda el exceso indumentario. Al final del Camino todavía el Peregrino la recuerda para contraponer su exultante sensualidad a la elegancia esquiva y distante de la chica de Lalín, Afrodita y Atenea.
Entra el Peregrino en Almendralejo a la vera de la plaza de toros y llega a un parque donde come algo y se quita la chaquetilla. Es la una. Vuelve luego a la carretera y justo al salir ve un pájaro herido en la calzada. Se detiene unos metros más adelante y vuelve por él, para salvarlo o rematarlo. Casi lo aplasta un coche, entonces el pájaro da un revuelo y se refugia en unos matorrales de la cuneta. ¡Uf, menos mal!
El viento no cesa. Es del NO, el gallego, dice un ciclista veterano que le da la rueda y un plátano, ayer era del SO. Lleva una bici nuevita, de dos meses. Tengo siete entre carretera y montaña. Afirma que posee un negocio, pero que se jubilará a los sesenta. Entonces me dedicaré a hacer rutas en bicicleta, lo tengo clarísimo.
El albergue de Torremejía está en la casa palacio de los Mexía, un caserón del siglo XV en cuyos muros se hallan embutidos estelas y restos de esculturas romanas. Esta circunstancia, que en el interior no se advierte, fue la que llevó allí al Peregrino. Una empresa privada gestiona el albergue y se nota enseguida, que el jefe de cocina, con delantal negro, le sale al encuentro, le la mano y le pregunta qué le gustaría comer, al tiempo que enumera los platos posibles. Aturdido el Peregrino echa una mirada al comedor, a cuya entrada un caballete exhibe una carta de platos de diseño, donde mesas con mantel y copas, justo lo que no apetece, esperan vacías. Sube al dormitorio y encuentra una habitación, en la que ya se acomodan dos belgas, con ocho camas en cuatro literas muy bien vestidas. El cuarto de baño está impoluto, pero no le dan toalla, acaso porque es un albergue, piensa el Peregrino. ¿No le han dado toallas?, se sorprende no obstante la gobernanta cuando manifiesta su extrañeza de que a otro se las den. Está decidido, se va a las ventas de la carretera a comer el menú del día sobre un mantel de papel.
Llegan luego los peregrinos de Villafranca, Fernando y Luis, el oculto, un portugués casado y afincado en Italia, en Como, desde donde gestiona obras de infraestructura o algo así en diversos países. Mi mujer también se llama Aurelia, dijo al conocer el nombre del Peregrino. Es un tipo simpático que conoce perfectamente la literatura que se escribe hoy en español, desde Arturo Pérez-Reverte a Javier Marías.
El sol de verano se pone limpio y deslumbrante a las diez sobre un paisaje con afloraciones de calizas muy laminadas.
Cuando el Peregrino se levanta poco antes de las siete, ya salen los belgas. Hoy Pretende llegar a Cáceres, una etapa más larga que las anteriores. La mañana es luminosa y fría.
Desayuna con el portugués y se pone en camino. No tarda en adelantar a Fernando que marcha por la senda paralela a la carretera. Luis quedaba buscándote, le dice. Ya me alcanzará, que él anda mucho, le responde despreocupado. Singular.
Entra a Mérida por el puente romano, pasa bajo el arco de Trajano y se detiene junto al acueducto de los Milagros, que se tiene en pie por un milagro del Altísimo, decían los antiguos, de hermosas arcadas con dovelas bicolores. Las cigüeñas han encontrado fácil habitación sobre sus pilares y arcos rotos.
El Peregrino se detiene un par de veces a descansar, en mitad de un paisaje agreste salpicado de afloraciones graníticas, particularmente los pies, que se le hinchan con la calor, y comer. Poco antes de Aldea del Cano lo hace junto a un mínimo puente que permanece intacto en la calzada, sólo visible en aquel pequeñísimo tramo. Evocador, es extraordinariamente evocador y el Peregrino sueña legiones o trajinantes romanos caminando sobre el puente. Sin embargo al paso por Valdesalor, olvida otro magnífico sobre el río Salor, también romano.
Cerca de Cáceres aumenta el calor y el tráfico. Treinta grados marca un termómetro al entrar en la ciudad, son las 14:30. El Peregrino se aloja en un hotel próximo a la plaza, 51 euros; por lo mismo en Fuente de Cantos le cobraron 20. Cosas de la ciudad. ¿Quién se embolsa la diferencia? Pero hoy no tenía ganas de albergue, que además no existe. El menú del día, cuya diferencia sin embargo no es mayor de uno o dos euros, tampoco se puede tomar bajo los arcos vacíos de la plaza, sino en el interior. ¡Cómo son en la ciudad!
Por la tarde el Peregrino recorre las ya conocidas calles del casco viejo, entre torres altivas, almenas aguerridas y oscuras saeteras, todo un mundo ya fenecido. Detrás de la iglesia de los jesuitas puede ver una exposición de artefactos usados en el teatro clásico para reproducir los sonidos de la naturaleza, la lluvia, el trueno, el mar... Interesantísima. Unos chavales se divierten haciéndolos funcionar.
En la concatedral de Santa María hay ambiente de boda y mujeres vestidas de gitana. Pertenecen a un grupo rociero. Vamos a cantar la misa, le dice una de ellas. El Peregrino espera el comienzo y entretanto encuentra el Santísimo Cristo del Calvario entre Santa María y San Juan, un tríptico en madera sin policromar, de esbeltez manierista, debido a Roque Balduque, el imaginero flamenco establecido en Sevilla, que el peregrino es estudioso, aunque modesto, matiza él, de la iconografía e iconología de los Crucificados.
El Peregrino desayuna en una cafetería de la Plaza Mayor bajo bóvedas de ladrillo, todo un lujo, que ya no hay maestro albañil que sepa hacer nada semejante, ya no hay maestros albañiles, ni los constructores están por otra labor que no sea ganar mucho en poco tiempo.
La salida hacia El Casar por una carretera, cuyas trincheras descubren mármoles o calizas, es fácil. Luego se entra en una pista sin asfaltar muy cuidada, que sin embargo poco a poco se irá convirtiendo en dos roderas. No se siente cómodo el Peregrino en un tal terreno, pero quiere ver los antiguos miliarios abandonados junto a la antigua calzada. Hasta una docena encuentra, dos a la derecha y otros nueve o diez amontonados a la izquierda un tanto después. Emocionante. Puntualiza el Peregrino que aquellas piedras, labradas por artesanos de hace dos mil años, han sido testigos de los afanes de cientos de miles de viajeros y al verlas puede imaginarlos construyendo la historia y la civilización. La pista atraviesa varias fincas cuyos portillos debe abrir y cerrar.
De pronto alcanza a un caminante también veterano, francés de nacionalidad, que dice hacer la Vía de la Plata porque ya ha hecho todos los caminos. Piensa llegar a Zamora y continuar desde allí el año próximo.
Por fin sale a la N-630 junto al embalse de Alcántara, que forman los ríos Tajo y Almonte, por cuyos toboganes el Peregrino se siente más seguro. En la subida a Cañaveral se detiene un momento a estirar las piernas y entonces ve pasar a otro ciclista de alforjas que pedalea con energía. Adiós. Adiós. Ni una palabra más.
En Cañaveral el Peregrino siente hambre, que el desayuno ha sido escaso, y en un bar pide un bocadillo de tortilla que le sabe a gloria. Ya repuesto, sube el puerto llamado de los Castaños, pero en la cumbre sólo halla eucaliptos, alcornoques y algún pino. La bajada desde Grimaldo a Holguera por una solitaria carretera local es impresionante, una montaña rusa de varios kilómetros.
¿Dónde está Galisteo? La señalización de carretera no lo indica. Mejor por Río Lobos, le dice un automovilista; desde aquí encontrará dos cruces, gire siempre a derecha; los dos primeros tramos son buenos, pero el tercero está muy bacheado. Por Río Lobos es el mejor camino, le confirma una mujer que circula en bicicleta, que va por la vega del río; de buena gana lo acompañaba, pero no tengo tiempo. Y así llega a Galisteo a través de la vega de un afluente del Alagón llena de secaderos y plantaciones de tabaco. Hace calor.
Galisteo es un pueblo amurallado en la cima de una colina, una muralla de cantos rodados y aspecto muy nuevo que le da un extraño sabor zarzuelero, a decorado de zarzuela, digo. Siempre ha sido así, le dirá luego la mantenedora del albergue de Peregrinos.
El albergue. Junto a la vieja carretera, que pasaba casi al pie de la muralla, hay un museo etnográfico cerrado con un papel en la puerta en el que se indica que el albergue está a la vuelta de la esquina, la tercera puerta, y tiene la llave puesta. Allí acude el Peregrino, contento de encontrarlo nada más entrar en el pueblo; abre la puerta y encuentra una vivienda con salón, cocina, baño y tres habitaciones en las que se han amontonado camas diversas, como adquiridas en un rastro. El salón, donde el Peregrino deja la bicicleta, tiene el aspecto y decorado de alguno de clase media de hace cincuenta años. No hay nadie y el Peregrino elige la habitación que tiene una sola cama. Luego de ducharse con agua fría, no reparó en el calentador de la cocina (lo primero que se hace cuando se llega a un albergue es explorarlo, le advertirá luego la hospitalera), pero el calor del día no se lo hizo penoso, y el ritual del lavado de ropa, tampoco reconoció el tendedero a la puerta de la vivienda, acude a comer al bar "Los emigrantes", gazpacho, plato enorme de calamares a la romana y arroz con leche. Ocho euros.
Dentro de la muralla se apiñan las casas del pueblo en torno a una pequeña plaza, donde florecen dos magnolios, y la iglesia parroquial, que tiene ábside mudéjar. La plaza de armas del castillo, con la torre del homenaje que remata una singular pirámide, tiene las puertas selladas y permanece oculta.
Cuando el Peregrino vuelve al albergue a última hora de la tarde, se encuentra con la hospitalera. Yo vivo en la planta alta de la casa, explica; pero como trabajo tengo poco tiempo para dedicarme al albergue. Espero que hayas encontrado todo. Se llama Mari Cruz, trabaja como guía de turismo y comenta que el pueblo vive bien, aunque la agricultura va a menos, que se está convirtiendo en ciudad dormitorio de Plasencia. En Extremadura nadie quiere agricultura ya, sino subvenciones, dice; todo el mundo pretende subvenciones y ser funcionario. Como en mi pueblo, Andalucía, responde el Peregrino. Esto no es una economía sana, concluyen ambos; a pesar del triunfalismo de los políticos. También hay una almazara junto al río, dijo; ¿no has notado el olor? Pone el Peregrino atención y sí percibe el mismo olor de Baena y Andújar. Luego le trae un cuenco de cerezas grandes como ciruelas, buenísimas. Me las regalan todos los días los agricultores del Jerte.
El Peregrino se queda solo, cena e intenta dormir, pero no lo consigue. El somier de la cama es viejo y hace una curva en la que descarrila el sueño. Prueba entonces diversas camas hasta que encuentra una de matrimonio más plana y en ella se duerme.
Desde Galisteo la carretera baja en fuerte pendiente hasta el río, que atraviesa por un puente medieval, donde el Peregrino vuelve la vista por última vez al pueblo y su muralla. Luego marcha hacia Carcaboso donde toma un café y coincide con el ciclista que el día anterior lo adelantó en la cuesta de Cañaveral. ¿Sabes por qué iba tan de prisa?, dice socarrón; para llegar antes, así de cansado estaba ya. El párroco ha puesto dos miliarios en el jardín de la iglesia de Santiago.
Como a un kilómetro, pasado Valdeobispo, sale a la derecha una pista asfaltada, que a partir de Venta Quemada pierde el asfalto y se hace camino de carros, en el que algunos lechos arenosos y vados harán complicado el tránsito e incluso le harán caer sobre la hierba, que dicho queda como el Peregrino, ciclista de carretera, no se mueve con soltura en esta clase de terrenos. "Cáparra" se lee en una señal artesanal, nada que ver con una de tráfico o turismo. Increíble. Sin embargo Cáparra cuenta con un reciente centro de interpretación y acogida.
En la pista el Peregrino encuentra cerdos o cochinos ibéricos por primera vez. Cuatro o cinco adultos salen de una senda rodeados de una camada de lechones ya creciditos y le vienen al encuentro. Ellos se detienen cautos y él frena la marcha hasta ver si le dejan un hueco por donde pasar. No un hueco sino toda la pista le dejan, que los adultos dan media vuelta y se vuelven por donde han venido seguidos a todo correr por los cerditos.
Desde las fincas ladran varios perros. En una de ellas dos, uno grande y otro pequeño, saltan la verja y lo siguen amenazadores. Sólo cuando patea hacia atrás y chilla más fuerte que ellos lo dejan.
Encuentra entonces el Peregrino a una caminante francesa que ya ha hecho dos veces el camino de los de su nación y ahora está en la Vía de la Plata porque el otro está saturado. El Camino crea adicción, le habían dicho en la Asociación de Amigos.
A uno o dos estadios de Cáparra, ya se divisa el arco, el camino se bifurca en dos, uno malo y otro bueno. La francesa toma el malo, el más directo, y el Peregrino el bueno. Se equivocó, que fue a dar directamente al centro de acogida y desde allí no se veía ni la ciudad ni el arco, bajo el que pretendía pasar. Pero pudo enterarse del esplendor y apogeo de la ciudad durante el Imperio Romano, llegó a tener anfiteatro incluso, y de su repentina despoblación en el siglo IV. "Así se despobló Cáparra", quedó como sentencia proverbial cuando un grupo o reunión se dispersaba. De ella sólo el arco queda en pie, un arco de cuatro puertas, cuadrifronte o tetrapilon; el resto lo están desenterrando los arqueólogos.
El conserje del centro de acogida le indica la manera de volver a la carretera nacional por la pista de servicio de la presa del Gabriel y Galán. Debe salir hacia la derecha y a dos kilómetros la encontrará a la izquierda. La pista es buena, llana y solitaria, pero al cabo de unos veinte kilómetros termina abruptamente en las obras de la autovía. Afortunadamente es domingo y nadie trabaja, lo que le permite salir a la N-630 saltando montes de tierra y charcos de barro, ciclocros puro y duro. ¡Al fin el asfalto! Sube por la N-630 que, de pronto, sin alternativa aparente, se convierte en autovía. Ha visto señales de pista a la derecha, paralela a la carretera, que por temor a meterse en otro vericueto imposible no ha seguido. Avanza por el arcén o el canal de desagüe hasta que al llegar a Aldeanueva del Camino, inesperadamente, encuentra otra vez la N-630 sin saber de dónde sale, como un Guadiana asfáltico.
En una estación de servicio limpia todo el sistema de tracción de la bicicleta, piñones, platos, cadena y cambios, lleno de polvo y barro, y luego, con lo que resta en un tubo de lubricante encontrado en una papelera, según sugerencia del empleado, lo engrasa. La cadena, que chirriaba, corre ahora suave y silenciosa como una seda. Pero a poco de salir de Aldeanueva pincha, otra vez la trasera. Cambia la cámara cuando el calor comienza a ser sofocante y termina de subir a Baños de Montemayor donde lo esperan dos admiradoras tan entusiastas que lo filman y hasta le tienen reservado hotel.
Por la tarde suben a pie por la de la calzada romana reconstruida para contemplar una magnífica vista de la población y de las sierras circundantes. Luego cenan en un parque sobre una mesa de piedra adornada con un bajorrelieve que representa al divino Dionisos, toda una bacanal.
Tenía referencias muy favorables del albergue de Fuenterroble y no quiso perdérselo, de modo que en cuanto coronó el puerto de Béjar, se metió otra vez en el laberinto de carreteras locales.
Hace frío en el puerto y el Peregrino ve subir sorprendido a dos ciclistas de corto, un veterano y una chavalina de doce o trece años. Hay gente para todo. También ha encontrado a la francesa del día anterior en el punto en que la calzada surge en la carretera; salió a las 7:30 de Aldeanueva y está pidiendo información a unos paisanos. Superado el puerto, ya todo es llano y la parte más bonita del camino, dicen. Pero lo de llano es una manera de hablar, que todo son toboganes, con esos repechones tremendos de las carreteras locales, donde un ciclista, particularmente si lleva alforjas, se queda clavado. Afortunadamente cerca de la cima el viento da al fin de espaldas.
Béjar queda atrás en medio de un circo entre montañas, bello lugar sin duda. Luego vienen Navalmoral de Béjar, Peromingo, con hermosos vestigios de arquitectura popular ya en desuso, Valdelacasa y Los Santos, en medio el último de un paisaje ya seco con abundantes afloraciones graníticas, que han dado ocasión a una importante industria de cantería y un Parque Temático del Granito con esculturas o instalaciones singulares.
Cuando se acaba el granito, aparecen barbechos con rollos de paja. Luego el paisaje se hace fresneda y por último el robledal anuncia el final de la etapa, Fuenterroble de Salvatierra.
El albergue, obra del párroco local, que no aparece porque está preparando la visita del obispo para el día siguiente, es grande y acogedor; tiene un salón comedor enorme donde se apilan libros y toda clase de objetos, un museo etnográfico parece, que se complementa con la colección de carros que se amontonan bajo un cobertizo en el exterior. En el dormitorio de diez o doce literas dormita un caminante. Hay un patio soleado donde el Peregrino puede tender la ropa lavada.
En el mesón "El pesebre" se comenta la muerte y herida grave de dos jóvenes en el toro de Coria. El herido es amigo de la casa. El que va a los encierros, ya sabe a lo que va, dice un cliente. En el comedor hay una escultura mural, aparentemente de hierro, que ocupa toda una pared. Es material plástico, explica el mesonero; es el molde de un mural que se hizo para el Banco Coca. Lo recogió en un vertedero donde estaba tirado, lo recompuso y le dio una pátina hasta dejarlo como de hierro. Singular.
Luego de la siesta el Peregrino conversa con el caminante, un tipo alto y seco de carnes, parsimonioso y reflexivo. Parece un docente jubilado. No me gusta hablar de esto, dice misterioso. Soy guardia civil y mi profesión me ha dado muchos sinsabores. Estuve en Hernani cuando los abertzales ganaron el ayuntamiento. Aunque también puedo decir que soy docente, porque he sido profesor de guardias jóvenes. Es extremeño y en el Cuerpo encontró un refugio contra la miseria del campo. No quería verme como mi padre, explica. Viene de Mérida.
A la caída de la tarde llegan tres divertidos bulliciosos ciclistas que van a Gijón, la Vía de la Plata.
A las 8:10 aún quedan restos de niebla y hace un frío tremendo. Media hora después la niebla ha desaparecido y el cielo es de un azul purísimo, pero el frío y el viento contrario permanecen. Ese día Salamanca ha dado la mínima peninsular con 9º.
El Peregrino sale con los ciclistas divertidos, que a poco sin embargo se echan al monte, quiere decir que toman la vereda que hipotéticamente sigue la vieja calzada. El Peregrino en cambio prefiere el asfalto de las carreteras locales, como ya queda dicho. Desde Frades de la Sierra se sube continuamente hacia una serranía con perfil de parque eólico. Tome la carretera que va hacia los molinos, le ha dicho un lugareño. La subida se hace muy penosa por el viento contrario y el frío. Las hierbas de la cuneta parecen animadas por un demonio loco que las impulsara a correr. No es extraño que en aquella edad dorada en que los dioses andaban desparramados por el mundo, los griegos creyesen que los vientos se originaban por el soplo caprichoso de los inmortales movidos por el prurito envidioso de perjudicar a los tristes mortales. Arriba la carretera discurre por un bosque de robles y luego baja levemente hacia un páramo. Nadie pasa por ella. En esta zona está el Pico de la Dueña, la mayor altura de esta parte del Camino, comentó el guardia civil, donde pensaba comerse el bocadillo que encargó en el mesón.
En San Pedro Rozados al fin encuentra el Peregrino un bar donde tomar un café. Tiene puerta doble, indicio seguro de que el frío y el viento son habituales en aquel páramo de sementeras y cereales aún sin madurar.
Luego el camino se le hace fácil y rueda con soltura, acaso porque ya no hace tanto frío y tiene las piernas calientes.
Entra en Salamanca por el puente romano y llega al albergue, a un costado de la catedral, en la calle Arcediano, junto al huerto de Calixto y Melibea. Son las 12:20 y el hospitalero, un alemán con aspecto de monje (aunque luego sabrá que su esposa de setenta años es profesora y aún no se jubila. ¡Qué tesón y energía!), le dice que sólo puede dejar el equipaje y la bicicleta, sin embargo para entrar deberá esperar hasta las cuatro de la tarde. ¿Y no me puedo duchar?, pregunta alarmado el Peregrino. No, contesta contundente el alemán. ¡Por la barca de Santiago! Al Peregrino, que se le hizo un tanto duro habituarse a los albergues y ya se va acostumbrando a ellos, se le pasa por la cabeza irse a un hostal, pero es tan encantador el lugar, tan acogedor el propio albergue... ¿Cómo me voy a quedar con el sudor que llevo encima hasta las cuatro? El alemán vacila. Vale, puedes ducharte, pero tienes que terminar antes de la una. Antes de la una estoy yo en calle y me sobra tiempo. Corre el Peregrino descalzo escaleras arriba, porque tampoco se puede subir a los dormitorios calzado, con peligro de resbalar por el piso encerado. Toma lo necesario, baja a la ducha. ¡Qué trajín! Y antes de la una está en la calle.
Salamanca. ¿Qué decir de Salamanca? El Peregrino, que está recién jubilado, se reencuentra con su juventud universitaria, cuando desde Madrid visitó por primera vez Salamanca. Catedral, Colegios Menores, Casa de las Conchas, la Clerecía, tan monumental y jesuítica. El recuerdo imborrable de don Miguel de Unamuno. La calle Real, ahora peatonal, es un hervidero de gente.
Mientras consume el menú del día en una terraza de la calle Real, ve pasar a los ciclistas divertidos y bulliciosos aún montados. Acaso están dando un paseo hasta las cuatro. Pasa una muchacha rubia, ágil el paso de Diana cazadora, amplia falda cruda y corpiño semiabierto que muestra las tetas temblorosas. ¡Qué hermosura! Enfrente dos hermanas iguales... El sol inunda la calle de lado a lado y empieza a calentar.
El Peregrino llega al albergue dos minutos antes que el hospitalero alemán, que lo hace a las cuatro en punto con tópica puntualidad germana. Sube al dormitorio, el mejor de todos los albergues con las mejores camas, pero casi no puede dormir la siesta, porque se le ha pasado la hora y comienza a llegar gente, los ciclistas bulliciosos, que se guasean de las normas de la casa o del alemán. Dos mujeres, madre e hija, canadienses, que vienen a España porque en Canadá no se puede andar, que siempre llueve. Una mujer mayor con un brazo escayolado, se ha roto el brazo, le explicó el hospitalero, que el Camino tiene sus peligros, acompañada de un joven. Cuando el Peregrino sale dos horas más tarde llegan dos muchachas, española una, italiana otra de ojos verdes infinitos, en busca de información, que les gustaría hacer el Camino. «A mí me gustaría hacerlo con ellas», anota el Peregrino.
En el huerto de Calixto y Melibea los acantos están en flor.
En la catedral una lápida dice que el obispo Bobadilla puso la primera piedra en 1513. En Granada y Málaga estaban más al día por esas fechas.
De vuelta el Peregrino ayuda al hospitalero alemán, que le dice cómo ha hecho dos veces el Camino, desde Vezèlay y Puy, a hacer sus deberes de español o castellano.
A las siete en punto el hospitalero abre la puerta y dice buenos días. Como si tocasen diana, todos comienzan a correr. «¡A mi edad!», anota el Peregrino. La noche anterior las canadienses llegaron después del toque de silencio y tuvieron que aporrear la puerta. ¿Habrán dormido en el cuerpo de guardia? El Peregrino llena las alforjas de cualquier modo y a las 7:53 sale a las calles solitarias. No hace tanto frío como el día anterior. En la calle Mayor encuentra a los ciclistas jocosos y se toma otro desayuno con ellos. Los churros fríos y el café tibio son horribles. Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, fuera de Andalucía no se desayuna bien en ninguna parte, el café al menos. Además le cobran 2,5 euros. Claro, comenta la camarera de Pozuelo de Tábara, desayunar en la calle Real hay que pagarlo. Será eso.
La rueda trasera pierde presión y tiene que darle aire en una gasolinera, un tanto mosqueante. Alrededor campos de trigo.
Los ciclistas bulliciosos tiran fuerte y luego de veinte kilómetros de pedalear con ellos por la N-630, esta vez llena de tráfico porque no hay autopista alternativa, no puede seguir su ritmo y les dice adiós, que tienen tantos años menos o están más entrenados, y además no puede contemplar el paisaje. Aún quedan amapolas en las cunetas. El tráfico se hace agobiante por momentos.
En El Cubo de la Tierra del Vino el Peregrino entra a tomar otro café que le sepa mejor y la camarera le recomienda dos pensiones en la Puerta de la Feria de Zamora, que el albergue de Salamanca, no obstante la bondad de la instalación, le ha dejado muy mal recuerdo. Supongo que ésta es la Tierra del Vino, pero ¿por qué el pueblo se llama así? La chica no sabe responder. Aunque tal vez no sea difícil imaginarlo.
La entrada en Zamora por una autovía de circunvalación es horrorosa. El Peregrino querría haberlo hecho por el puente de piedra, como en Mérida y en Salamanca, pero es imposible, el tráfico y la falta de indicaciones lo arrastran hasta un puente novísimo, ya pasada la ciudad, y luego tiene que volver y preguntar. Zamora se ha modernizado mucho desde la última vez que la visitó y ya se sabe lo que la modernidad significa a veces.
Consigue alojarse en el hostal "Jarama", uno de los que le recomendaron; sella la credencial en el Ayuntamiento y almuerza con vino de Toro en la Plaza Mayor. Pero encuentra la ciudad desvaída no obstante las fiestas de San Pedro y San Pablo, la Feria del Ajo. Sólo hay cierta animación en la feria de la cerámica de la plaza de Viriato, donde se amontona cacharrería de los más variados estilos y procedencias, desde los brillantes vidriados de origen andalusí a los sobrios barros leoneses.
Cuando despierta de la siesta, el sol da en la ventana y rápidamente pone la ropa lavada en el alféizar.
Sube a la ciudad, visita el museo de la Semana Santa, que le han recomendado, y se asombra ante la variedad de las escenas de Pasión. Es muy interesante un Nazareno con Cruz de Mariano Benlliure, de 1931, que no sigue el estilo ni la policromía barrocas, al contrario de lo que sucede en Sevilla, y sin duda da la pauta de otros posteriores. Y uno manierista, "La agonía", de Juan Ruiz de Zunneta (1604-05).
Visita luego la Magdalena, una bellísima pequeña iglesia románica, y busca Santiago de los Caballeros, fuera de la muralla. Sale por el Portillo de la Traición, por donde dicen que pretendió huir Bellido Dolfos luego de asesinar al rey Sancho II, y camina un buen trecho, pero la breve iglesia rural, al final de la calle de Santiago el Viejo, está cerrada. La de Abrazamozas corta la calle de Santiago. Adivine el lector paciente por qué se llama así, una calle estrecha en un arrabal extramuros.
Vuelve por la rúa de Francos y se sienta frente a la Magdalena a tomar apuntes de lo que observa y ver pasar a la gente, jubilados abrumados por el peso de los años, jóvenes florecientes con las bebidas para la comunión grupal, matrimonios fértiles con carritos enormes.
Uno debería estabilizarse a una edad y morirse cuando le llegue la hora, oye decir a una anciana. Los jóvenes no aprecian el tesoro que tienen. Nosotros ya no necesitamos nada. Te encuentro muy bien. Pues ochenta y tres años tengo. Estás más delgada. Ya no tengo hambre, veo menos y oigo poco. Las piernas me fallan, pero otros no han llegado. Es triste la decrepitud.
En la plaza Mayor, ahora bulliciosa, el Peregrino decide tomar una tapa a modo de cena. Lo atiende una guapa camarera de ojos verdes, eslava parece, y hasta tres veces le pregunta por el pedido, una tostada con ensaladilla, inclinada sobre él, mostrándole las tetas por el amplio escote de la camiseta. ¿No lo entendía porque era rusa o pretendía provocarlo? El Peregrino duda porque nunca ha comprendido el doble lenguaje de las mujeres. Aunque hoy las muchachas muestran lo que tienen sin otro significado que la elemental y sana alegría de vivir. ¡Ya era tiempo! ¡Loada sea la inmortal Afrodita!
Hay baile regional en la plaza de Viriato y recital en la plaza Mayor. Un grupo canta las coplas del "Mester de Juglaría". Vengo de moler molino...
La ciudad se ha animado, pero el Peregrino tiene que dormir para madrugar al día siguiente.
«Llegué a Santa Marta de Tera a las 13:04, pero habían cerrado a las 13:00; ni el exterior de la iglesia se podía ver, cercada como estaba por un muro, ni el capitel o canecillo con el Santiago más antiguo». Así anotó el Peregrino en su libreta.
Había decidido hacer el Camino Sanabrés o Ruta Fonseca, que decía un mapa en el albergue de Salamanca y resumía los distintos caminos que en esta zona se advierten. Pero la informante del cenobio de Tábara lo convenció para que entrara en Santa Marta de Tera. Merece la pena, dijo, y en Rionegro encontrarás un buen albergue. Te desvías por Litos y Villanueva de las Peras, que ni es villa, ni es nueva, ni tiene peras, y llegas enseguida.
Había salido de Zamora entre llanuras cereales, pero en cuanto se desvía hacia Sanabria por la N-631 el paisaje cambia, se hace más ondulado y boscoso, y el cielo se mancha con nubes cirrosas. También el tráfico disminuye. De pronto el Peregrino advierte que, pasado el ecuador del viaje, todavía tarda casi dos horas en calentar, mucho más que cuando estuvo en el Camino Francés. Serán los años.
En Pozuelo de Tábara toma un café y la camarera, una hispana, le dice de los innumerables extranjeros que pasan por el Camino. Todos vienen de Sevilla, puntualiza. Porque Sevilla es la capital del mundo y marchan a la capital religiosa, sentencia el peregrino. La hispana lo mira incrédula. Te lo puedes creer, asegura jocoso, soy sevillano. En Tábara encuentra los restos del viejo cenobio mozárabe, aún se conserva un arco califal, que también llaman mozárabe al Camino, porque por allí subían los cristianos andaluces en busca de la Ciudad de Dios. No consta de ninguno que la encontrase, que en el mundo triunfa la Ciudad Terrena, a pesar de la cera y el incienso, las campanas y las cruces.
Santa Croya de Tera tiene un hermoso parque donde una pareja de ciclo-peregrinos belgas se prepara el almuerzo. Vienen de Mérida. ¡Buen camino!
¿Cómo se puede cerrar una iglesia de Peregrinos de una a cinco? ¿Acaso el Peregrino debe ajustar su marcha al horario de las iglesias o albergues como en Salamanca? ¿Acaso el hombre se hizo para los horarios en vez de al revés, según reclamaba el Cristo? ¡Mundo! Los catalanes le dirán luego que todo Santa Marta cierra a la una, mesones y tabernas incluidos, ni comer se puede.
Luego de Santa Marta el tramo hasta Rionegro se le hace muy pesado por la hora y el viento que vuelve a soplar de frente, otra vez la danza frenética de las hierbas enloquecidas por un dios caprichoso, no obstante la ausencia de tráfico que se va por la autovía.
En los taludes arcillosos abiertos por la carretera el agua ha tallado dibujos caprichosos que fascinan al Peregrino.
El albergue de Rionegro es el mejor albergue hasta el momento, un caserón enorme de dos plantas, nuevito, comodísimas las camas, situado en una esquina de la plaza, junto a la carretera. Ha llegado a él una joven pareja de catalanes que viene desde Santa Marta, donde lo dejaron el año anterior, y por la tarde continúan hasta Mombuey para llegar a Puebla de Sanabria al día siguiente.
Ese día el Peregrino se bebe un litro de cerveza entre almuerzo y cena, pocas veces ha comido y le ha sabido tan bien la cerveza.
Al anochecer, sólo en aquel caserón inmenso, el Peregrino lo recorre en su integridad por si hubiere algún fantasma escondido, que le han dicho como el inmueble se levanta sobre otro albergue que durante nueve siglos acogió a miles de Peregrinos y donde sin duda falleció más de uno. Encima de la puerta principal tiene una balconada que da a la iglesia de Nª Sª de Carballeda, cuya fiesta, que convoca a miles de fieles, se celebra el tercer domingo de septiembre, detrás de la cual surge la luna llena. La vista es espectacular.
La sombra se alarga y corre inalcanzable delante del ciclista, que la carretera discurre de este a oeste. A la izquierda, en la ribera del Tera, aún no se ha levantado la niebla, pero el cielo está azul.
En Palacios de Sanabria, donde el Peregrino toma un café, cruza un cura con sotana, Galicia está cerca o es simplemente la España profunda. No hace viento y el cielo está increíblemente azul. Al fondo ya se ve la sierra de Tejera y el Padornelo.
Cuando el Peregrino entra en Puebla de Sanabria, se cruza con la pareja belga que el día anterior vio en Santa Croya y pasar luego por Rionegro. Hay animación de mercado. El Peregrino busca alguien que le haga una foto sobre el fondo de soportales. Es media mañana y quedan 45 kilómetros para A Gudiña. El Peregrino considera que es mejor pasar los puertos ese día, porque si deja la Canda para el siguiente, será más difícil subirlo con las piernas frías y el frío mañanero.
A poco de comenzar la escalada del Padornelo, en Requejo, alcanza a los belgas, llevan dos alforjas detrás y otras dos delante en bicicletas de paseo, ésas tan habituales en los países nórdicos. Es que lleváis mucho peso, les dice. ¿Vais siempre por carretera? Siempre, responde el hombre. Claro, qué pregunta estúpida. ¡Buen camino!, les desea y los deja atrás, pero el hombre lo sigue a rueda, acaso por emulación. Luego se queda, voy a esperar a mi mujer, se justifica. No tendría por qué, que todos sabemos cómo los belgas son excelentes ciclistas.
La N-525 solitaria marcha paralela a la autovía por donde va todo el tráfico, de modo que al llegar al túnel no hay dificultad ninguna; el Peregrino se pone la chaquetilla en previsión del frío y enciende las luces de posición, aunque sabe que no se cruzará con nadie, el túnel además está iluminado y sólo tiene poco más de 400 metros. La bajada a Lubián se hace por una carretera local muy virada, que la N-525 se ha interrumpido, por cuya cuneta manan abundantes fuentes, entre un espeso robledal... No lo anotó y no está seguro el Peregrino que fueran robles o fresnos, porque la subida la ha hecho entre abedules.
En el pueblo se detiene a tomar un bocadillo de tortilla, ¡qué buenísima tortilla dorada!, que el desayuno da para poco. ¿Qué tal es la subida a la Canda?, pregunta. Más corta y tendida que la del Padornelo, le dicen. Estupendo. Calcula luego y concluye que entre los dos son como el de Navacerrada en Madrid, pero más tendidos.
Después de la Canda comienza a soplar viento de cara. ¡Otra vez! ¿Cuál de ellos? El Céfiro, el del oeste. Ha bajado un poco y enseguida comienza una serie de toboganes ascendentes que discurren entre caseríos y aldeas. ¿No habría que bajar más? Hasta que cruza el alto de O Cañizo, de 1085 metros. A Gudiña parece cada vez más lejos. Por fin llega a la oficina de información en la entrada del pueblo. Está cerrada. Parece de nuevo que los Peregrinos tuvieran que ajustarse al horario de los informantes. En cambio en el restaurante próximo lo atienden a las cuatro y pico. Ha llegado al albergue, tan bueno o más que el anterior, aunque más pequeño, a las 15:30 y cumplido todo el rito habitual. ¡Qué delicia de ducha caliente luego del frío y los sudores pasados!
A las 17:10, mientras está en el postre, pasan los belgas. ¡Qué tenacidad!
En el albergue hay una pareja de holandeses veteranos. El año anterior hicieron Sevilla - Salamanca en veintidós jornadas, hasta que a la mujer se le reventaron los pies. En el presente han vuelto a Salamanca. A la caída de la tarde entra un hombre con aspecto de jornalero que dice llegar de Verín y caminar a Zamora. Enseguida se mete en la cama, que parece agotado. Más tarde asoma un joven que se presenta como hospitalero y a poco lo recibe una chica de Protección Civil. El nuevo hospitalero habla por los codos a última hora de la tarde y el holandés baja del dormitorio a pedir por favor silencio, que a la mañana siguiente quieren salir a las 6:30. I'm sorry, dice. «¡Qué bochorno!» anota el Peregrino. La manía española o latina de hablar a voces. El hospitalero comenta sorprendido que pensó que la charla no traspasaría los muros de hormigón de la caja de escalera. Podría ser, pero entre el espacio inferior y el dormitorio no hay puertas.
Por la tarde el ciclista ha recorrido la rúa de Peregrinos, que va paralela a la actual carretera, A Gudiña es un pueblo calle, como la mayoría de ellos, y admirado las tradicionales casas de granito, los dinteles de una pieza enorme, los sillares de tamaños varios y bien ajustados sin embargo, quedan ya pocas, una lástima porque muchas se encuentran en estado ruinoso. En el cementerio, le encantan los cementerios gallegos alrededor de la iglesia, encuentra una lápida entrañable.
Ese día el Peregrino sale a las 9:00 por el frío y porque la etapa es más corta, sin embargo en comparación con otros días hace calor. Sale por la carretera local que sigue a la rúa mayor y discurre en continuos toboganes por encima de los mil metros. En Galicia no hay llanos, le había dicho el hospitalero parlanchín, se sube o se baja. El panorama de cumbres redondeadas y verdes es magnífico, como si viajara por el sendero de las águilas. Abajo quedan la vía del ferrocarril, paralela a la carretera, y el embalse das Portas sobre el río Camba. Luego baja a Campobecerros, cruza Cerdedelo y en Laza desayuna de nuevo y hace acopio de fuerzas para la nueva subida, una larga subida de ocho kilómetros más dura que las del día anterior, uno de esos puertos interminables a los que nunca se les ve el final, que parecen terminar tras aquella curva que toca el cielo, pero que luego tiene nuevas rampas y otra curva junto al cielo, y así hasta cuatro curvas inaccesibles. Mientras pedalea, el Peregrino se repite continuamente que los puertos se suben, no tanto con fuerza, cuanto con paciencia y tesón, que el truco o técnica consiste en encontrar el desarrollo y ritmo adecuados, en regular el esfuerzo. Así sube, con el primer plato y jugando con los piñones segundo, tercero y cuarto.
Afortunadamente el viento también trepa monte arriba. Y tras la cumbre viene una segunda sinuosa bajada tan fascinante como la primera. ¡Qué maravilla, ni la mejor montaña rusa del mejor parque de atracciones! Diez kilómetros bajando por una carretera estrecha entre umbrosos bosques de castaños y robles. Había robles llenos de líquenes por la parte de Laza y la pradera arriba. De vez en cuando un aviso de que podían cruzarse "ciervos despendolados", que dijo un día su hija mayor. «Mira que si se me cruza uno. ¿Qué hago? Si freno de golpe, me voy al suelo. Si lo atropello... ¿Y si me fallan los frenos? Cosas que piensa uno mientras baja». Son algunas anotaciones del diario del Peregrino, quien añade que sólo con dos o tres coches se cruza.
Portocamba en un pueblo fantasma, las viejas casas de piedra que bordean la estrecha carretera están abandonadas y ruinosas. Los vecinos no se han ido, explica una mujer que le aconseja dejar correr el agua de la fuente antes de cogerla, están en las casas nuevas. La gente vive de las pensiones. ¿Y los jóvenes? Aquí no hay jóvenes, los jóvenes se han ido a Verín, a vivir de lo que pueden. ¿Y la agricultura? Ya nadie quiere agricultura. Sin embargo al salir el Peregrino ve hasta tres generaciones, cinco o seis personas, recogiendo el heno en un prado. Y las casas nuevas diseminadas por la pendiente como en cualquier zona residencial de cualquier parte. Se acaba el color local.
La gente abandona el campo, dice la mujer de la casa de comidas de Vilar de Barrio; me da mucha pena. La casa de comidas, que no restaurante, tiene un sabor antiguo, con las mesas alineadas como en un albergue.
El de Vilar de Barrio en cambio es de diseño, con grandes cristaleras y duchas enfrentadas sin puertas. Un albergue desinhibido y excelente.
Por la tarde de nuevo admira el Peregrino las viejas casas de muros de piedra, hechos por cíclopes acaso, como los de Micenas. Luego se sienta en una placita junto a una fuente a escribir el diario y allí llega un hombre que le cuenta cómo ha cambiado todo. La juventud ha estudiado, dice, y se ha ido del pueblo. Antes había muchos negocios, que el pueblo era un mercado comarcal e incluso de Verín venían, la plaza se llenaba de terneros... «Ahora las casas de piedra se caen y la juventud abandona a los padres», sintetiza con pesadumbre.
En la calle lo saluda un tipo como de cuarenta años, muy moreno, de gran parecido con Largo Caballero, el presidente del Gobierno de la República, que lleva sin embargo pantalón negro y camisa azul como los falangistas. Es valenciano y dice que viene de Roma. Pregunta al Peregrino cómo está, si lo puede ayudar en algo y se despide con un "Te quiero mucho". Se lo encuentra luego en el albergue y repite el mismo ritual. Bueno, el mundo está lleno de tipos raros. Singular también es un granadino joven, Luis, de la comunidad "hippy", que salió de aquella ciudad en bicicleta el día 30 de mayo.
La noche del sábado se cubría el cielo y amenazaba lluvia, pero no llovió, aunque el cielo está gris.
Luego de Vilar de Barrio todo es un laberinto de pistas asfaltadas o caminos vecinales con repechones tremendos. Por dos veces se confunde el Peregrino y tiene que acudir al viejo sistema de orientarse por el sol. De las casas y fincas salen perros ladradores que ocasionalmente persiguen furiosos al Peregrino. Por Sobradelo todo derecho, le dice un paisano. ¿Qué es derecho en este país donde todo son curvas? En los cruces de caminos, sólo se indica la aldea siguiente, no la dirección; que las señales están pensadas para gente que o conoce todas las aldeas o sólo va a la aldea inmediata. Cuando pregunta a un lugareño por la dirección para llegar a Orense por Xunqueira, lo observa éste de arriba abajo y responde con otra pregunta. Pero, bueno, ¿usted quiere ir a Ourense o a Xunqueira? En una taberna le hacen la misma pregunta. Yo quiero ir a Ourense pasando por Xunqueira, responde. Porque así lo propone la Guía (Guía del Camino Mozárabe de Santiago de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago Vía de la Plata de Sevilla), que tal debían hacer los peregrinos antiguos, es el camino más corto. Pero sin duda hoy el camino más corto pasa por Verín y la autovía, aunque sea más largo. Son otros tiempos. Lo advierte cuando a la pregunta acostumbrada sobre el modo y medios de vida le responden que en otro tiempo la aldea tuvo hasta sesenta vecinos y cada uno poseía tres o cuatro vacas. «En cambio ahora sólo queda un vecino que tenga vacas». Los jóvenes se han ido y sólo quedan viejos. Cuando la UE dio las subvenciones, le dirán más tarde en otro lugar, la mayoría se acogió a ellas y dejó las vacas. Eran demasiadas las exigencias sanitarias para mantenerlas, no compensaba. Sin embargo aún se cruzó el Peregrino en una carretera a una aldeana con una punta de ocho o diez vacas que ocupaban casi toda la calzada.
La entrada en Orense se hace por dos largas avenidas en cuesta, la de Marcelo Macías y la Rúa do Progreso, que la ciudad ha crecido en la confluencia de los ríos Miño y Barbaña. En la primera encontró el Peregrino al "hippy" de Granada que intentaba llevar a un compañero en la bicicleta. Luego hay que subir al albergue, en Emilia Pardo Bazán, junto al cementerio de San Francisco, en lo más alto de la ciudad, que no abre hasta las 12:00. Son las 11:30 y el Peregrino se entretiene visitando en un local anejo la exposición hecha con fondos del Museo Arqueológico, cerrado de momento. Hay varios Crucifijos de sobremesa, en bronce, de los siglos XII y XIII; en ellos el Cristo aparece coronado como rey. ¡Qué sacrilegio!
El albergue, el mejor una vez más, ocupa una pieza de un antiguo cuartel, tiene literas de madera y desde sus ventanas se ve el viejo cementerio. Tenemos unos vecinos que no hacen ruido, bromea el hospitalero, otro alemán. Casualmente el horario también amenaza ser tan rígido como el salmantino, aunque el Peregrino puede ducharse sin agobios.
En el albergue coinciden todos los que estuvieron en Vilar de Barrio: una mujer de mediana edad, Isabel, que salió a las 6:30 y contaba cómo se le había hecho agotadora la travesía del parque industrial; Luis, el hippy granadino; Ludwig, el compañero al que Luis pretendía llevar, un checo que ayer comía en Vilar y por la tarde llegó a Xunqueira; un zamorano en edad jubilar, que había hecho varios caminos, a quien el Peregrino encontró en la mitad de la etapa del día, y entraba cuando él salía del albergue. Contó que el tipo vestido de falangista que decía venir de Roma volvió al albergue a las cuatro de la madrugada. ¿Dónde se metería en un pueblo donde no hay nada? Por la mañana había aparecido quejándose de los pies.
Luis, el granadino, tenía sobre la bicicleta una pinta singular; vestía pantalones anchos recogidos hasta la rodilla dentro de medias negras y parecía un moro con zaragüelles. El equipaje lo llevaba en un abultado petate militar atravesado sobre el transportín. Mostraba también detalles de buena persona, como bajar al checo en la bicicleta o servirle a Isabel, cuando llegó a las cinco de la tarde, un enorme plato de macarrones.
Ludwig, el checo, lleva nueve meses conviviendo con los "hippies" de Granada y confiesa que para una temporada resulta interesante, pero que mucho tiempo se hace duro. Manifiesta el Peregrino su inquietud por los niños. Hay licenciados entre ellos que les dan clases, dice Ludwig. Sigue diciendo que en Andalucía, al verlo con mochila, piensan que no sabe trabajar. Opina él sin embargo que son los andaluces quienes trabajan poco: En una obra, explica, para llevar una carretilla hay por lo menos dos o tres.
Luego de un paseo de aproximación por el casco histórico, el Peregrino acude al restaurante que le ha recomendado Roberto, el hospitalero alemán, que también come allí. Pulpo, lubina, tarta helada, pan paisano, cerveza y café, todo por ocho euros. Cuando salen son las tres y el hospitalero le pregunta si va a dormir la siesta. ¿Está de coña? ¿Acaso el horario, similar al salmantino, no prohíbe entrar antes de las cuatro? La dormiría, responde, si el hospitalero supiera interpretar las normas de un modo flexible, que la ley debe ser para el hombre y no al revés, según dijo alguien. El hospitalero se ríe y accede a abrir el albergue a los que esperan. Dice que ha hecho el camino desde Ginebra, pero que en Francia no está acondicionado y todo es más caro. Coincide con el Peregrino en que los extranjeros, aparte otras razones, acaso buscan en el camino un país agreste y no tan urbanizado como la Europa occidental.
La fachada de la parroquia de Santa Eufemia del Centro es cóncava, aunque tiene columnas clásicas, una extraña hibridación típica en Galicia. El interior es escurialense. El Santísimo Cristo de los Desamparados, románico de transición, también está coronado. «El Salvador de los hombres con el símbolo de los tiranos. ¡Qué sacrilegio perverso!», anota el Peregrino.
Por la tarde el Peregrino visita la catedral y el pórtico, magnífico y muy similar al de Santiago, con la policromía casi intacta, y pasea por las viejas rúas, muy concurridas y abundantes de tabernas. En una de ellas toma una tapa de cena.
La salida de Orense, una vez pasado el Miño por el puente romano, es peor que el Padornelo y la Canda juntos, sólo comparable al puerto de Laza. Nueve o diez kilómetros de continua subida, que termina en el alto de San Martiño de 818 metros, con el tráfico nervioso de los que acuden al trabajo y el cielo amenazando lluvia. El Peregrino siente que ha sido un error no hacer la ruta alternativa por Amoeiro, pero temió el laberinto de carreteras locales y prefirió la N-525 muy cargada a esa hora.
Igual que en Salamanca, había que salir antes de las 8:00 y los alberguistas se apresuran en el desayuno y ajuste del equipo. «¡Son tremendos los hospitaleros alemanes!», anota el Peregrino. Los "hippies" van a Cea. ¿Cómo tan cerca -preguntó a Luis el granadino-, tú que vas en bicicleta? «No tengo prisa -responde-; nadie me espera». Singular respuesta. ¿Había tristeza o fatalidad en ella? A mí, más que pedalear, me cansa ya el trajín de hacer las alforjas todos los días, confiesa el veterano. Eso lo hacemos siempre, dice Luis. Pero el checo asiente.
El sudor de la interminable subida se le enfría al Peregrino con la humedad ambiente y, cuando se detiene, le duelen las lumbares y no se puede enderezar. La veteranía tiene sus inconvenientes.
En Castro Dozón la Guía recomienda ver la iglesia románica, que también se anuncia en la carretera. El Peregrino entra en el pueblo, pero no la encuentra; pregunta entonces a una anciana que le indica con vago gesto que está allá "abaixo". «¡Qué horror! -apunta el Peregrino-. Luego habrá que subir. Entonces renuncio a verla, que estoy muy cansado». También ha renunciado a desviarse al monasterio de Oseira por lo mismo, que la salida para los ciclistas era muy problemática, con muchos kilómetros añadidos. Porque, desde que entró en Galicia, la carretera es un tobogán continuo, "rompepiernas" en la jerga ciclista, entre bosques de robles, abedules, eucaliptos y castaños.
En Torguedas se detiene a hacer la foto de un hórreo alargado, aunque luego sabrá que hórreos son los de planta cuadrada de Asturias, en tanto que los gallegos llaman paneras o cabazos a los suyos.
Por el "concello" de Cea [al contrario de Andalucía, en Galicia el poblamiento es disperso y el concello o municipio, que en Andalucía lo forma una sola población o pueblo, en Galicia lo forman toda una serie de aldeas, que a su vez se integran en una o varias parroquias, diseminadas en el distrito del concello] se anuncia continuamente el pan del lugar. Curioso por la bondad del pan, el Peregrino se detiene junto a un mesón y pide un café con leche con una tostada de pan de Cea. Tostada no tenemos, dice la mesonera. ¿Entonces qué hacen con el pan?, pregunta el Peregrino con cierta retranca. Empanadas, responde la mujer con lógica aplastante. Pide entonces un sobao, magdalena o bollo similar... ¿Pero usted no quería una empanada? No, quería una tostada. Culturas distintas piensan distinto con las mismas palabras. ¡Qué lío!
A partir de Cea el tráfico se deriva por la autovía, el tráfico en la N-525 se enrarece y el Peregrino rueda más relajado.
Lalín no tiene nada, le dice una mujer al entrar en la ciudad, pero llegar a la estación de Lalín, a cinco kilómetros, donde según la Guía está el albergue, no le apetece. Son las 12:45. Podría llegar a Silleda... Pero al fin decide buscar un hostal, que encuentra en la salida hacia Santiago: 15 euros con aseo y plato de ducha, lo más barato hasta el momento, igual que el albergue de Torremejía. A pesar de todo, la revolución de los precios aún no se ha asentado en Galicia.
En el comedor hay tres relojes idénticos, pero cada uno señala una hora diferente. Son las horas de España, Portugal y Cuba, le explica la hostelera. Así lo tenía el dueño anterior, alguna había que tener. También el menú es el más barato: judías con chorizo, churrasco con patatas y lechuga, flan y vino con gaseosa, siete euros.
Cuando toma el té después de la siesta, llega un tipo con mochila y aspecto nórdico. Es danés, le dirá la hostelera; viene de Cea y empezó en Sevilla. Está muy quemado por el sol y lleva un pañuelo atado a la cabeza, tiene pantorrillas robustas y ojos intensamente azules. Pide una jarra grande de cerveza y la bebe parsimonioso sentado a la barra.
Le dice la hostelera que en Lalín todo es nuevo, todo se tira y todo se hace nuevo. Yo soy de León y allí el casco viejo se respeta. El Peregrino confirma la información en el paseo que da hacia el centro, donde sólo resisten algunas casas de hace un siglo. En la plaza mayor o Kilómetro Cero incluso la iglesia es neorrománica y las imágenes todas nuevas. ¿Afán de nuevos ricos? En la ribera del Deza han construido una sede comercial a la moda, "As Pontiñas", un laberinto o palacio del consumo lleno de hipermercado, tiendas diversas y multicines. Dentro de él el Peregrino experimenta la rara sensación de no saber dónde está, tan sólo el idioma pone un tenue sabor local. Lalín ha cambiado desde que se instalaron aquí los diseñadores de moda, ha explicado la hostelera, y ha surgido una industria de la confección.
La moda de las esculturas de bronce a ras de calle también ha llegado a Lalín. En muchos lugares evocan tipos populares o de antaño vinculados a la ciudad, en Madrid hay un farolero, en Cartagena un marinero con el petate, en Orense una lechera; en cambio en Lalín, junto a la plaza mayor, hay un cerdo bien cebado, ¿a qué alude?
En una esquina de la plaza mayor hay una joyería. El Peregrino está sentado en un banco observando el ambiente y tomando apuntes. Entonces una muchacha en tejanos, pero con zapatos de tacón alto y blusa elegante, cruza la plaza de un extremo a otro y entra en la joyería. A poco sale y vuelve a cruzar la plaza en sentido contrario. Se mueve bien con los tacones, no obstante el plano inclinado de la plaza; es raro porque las chicas de hoy no saben andar con ellos, ¿será una de las maniquíes de los nuevos diseñadores? ¿Tendrá que lucir alguna joya?
A las ocho el Peregrino desayuna con el danés. Se entienden en un inglés chapucero, que ni uno ni otro lo hablan. Viene de Sevilla, según ya sabe, y lleva treinta y tres días en el Camino. Es muy expresivo y parece un tipo salado.
Cuando sale a la carretera está orvallando y no se ve el horizonte. Poco a poco aumenta la intensidad de la lluvia, pero nunca en exceso. Los frenos responden bien, incluso mejor que en seco. A los veinte kilómetros cesa de llover. Salvo la lluvia, todo es similar al día anterior, los toboganes, el paisaje ondulado y verde, los bosques de robles y castaños, el caserío disperso en los prados, el horizonte borroso...
Vuelve a orvallar cuando se aproxima a Santiago. A cinco kilómetros un grupo de muchachos que esperan con las mochilas junto a un hotel lo saludan y aplauden. A poco el Peregrino saluda a otros cuatro que llegan caminando. ¡Ultreia Santiago!
Santiago ya no es Santiago, que desde fuera no se ven las torres de la catedral, tragadas por una jungla de nuevos edificios. El acceso al centro es caótico, que tampoco está indicado y el Peregrino tiene que preguntar un par de veces. Increíble. Una ciudad surgida de las peregrinaciones, que vive en gran parte de ellas.
Por fin alcanza la plaza del Obradoiro y, aunque atenuada por la veteranía y la costumbre, no deja de sentir algo de esa emoción primitiva que durante siglos ardió en el pecho de tantos peregrinos. Atrás han quedado mil kilómetros y dieciséis jornadas de pedaleo. Nada extraordinario, por supuesto, pero no por ello el Peregrino se considera menos partícipe del río humano que a lo largo de los siglos ha labrado este Camino. ¡Cuánto dolor, esperanzas e ilusiones! Ese sentimiento también es religioso, aunque no comparta la creencia original del Camino.
Una venezolana se acerca al Peregrino, le pregunta y solicita hacerse una foto con él.
Aún es pronto y el Seminario Mayor de San Martín Pinario, donde el Peregrino tiene reservada habitación, no está abierto. De nuevo se le secará y enfriará el sudor sobre la piel y se le acentuará la lumbalgia. Deja la bicicleta y acude a la catedral donde todavía no ha terminado la Misa de Peregrinos. Antes sin embargo saca el teléfono y escribe un escueto mensaje, «He llegado», que envía a familiares y algún amigo especial. Hay muchos caminantes con mochilas en las naves del templo.
Mientras asiste respetuoso a la liturgia, el Peregrino reflexiona sobre el mito y el esplendor del rito. La Iglesia se gestó y vio la luz en la Roma imperial; todo en ella destila ese origen, el sentido del poder, el culto al poder y los poderosos, la pompa y fausto del culto. Al día siguiente estaría entre los asistentes, en primera fila y lugar destacado, el ex presidente de México Vicente Fox Quesada, que mereció una mención especial, «tenemos el honor...» dijo el celebrante. La Iglesia, hija y heredera del Imperio, siempre atenta a las glorias mundanas y a la glorificación del poder. El mito como aglutinante de voluntades, el rito como bebedizo alucinógeno, bien agitados o batidos convenientemente, componen la droga que, sabiamente administrada, necesitan las muchedumbres para soportar su amargo destino. Por supuesto, la palabra del Maestro de Nazareth yace sepultada bajo montañas de latines añejos y letanías estériles o perseguida cuando alguien intenta vivificarla. Que se lo pregunten si no a los obispos Oscar Romero y Pere Casaldàliga o a los jesuitas Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino.
Luego baja a la cripta y desfila ante la urna con los restos... ¿De quién son los restos que contiene la urna? ¿Acaso del obispo Prisciliano, el primer cristiano condenado a muerte por heterodoxia (lo acusaron de magia y hechicería. ¡Qué sarcasmo!) y ejecutado a instancia de la Iglesia, como sostienen muchos? Porque lo de Santiago tiene toda la apariencia de una fábula urdida, en aquella edad mágica en que la gente estaba siempre dispuesta a creer cualquier conseja que le diera seguridad y consuelo, para consolidar al rey y la monarquía, dar una bandera a los señores de la tierra, no mucho después inventaron lo de Clavijo, y reivindicar la primacía de la iglesia asturiana frente a la de Toledo. También seguramente para combatir los últimos restos de la supuesta hechicería.
En el Pórtico de la Gloria, la obra genial del maestro Mateo, ya no se puede poner la mano sobre la huella secular del parteluz, pero el sentimiento es el mismo. Allí alientan las miradas y emociones de millones de Peregrinos. Allí se ha fraguado, dicen, una parte de Europa. Es lo que de verdad cuenta, lo que aparentemente digan las piedras centenarias es lo de menos.
A la plaza siguen llegando peregrinos. Una pareja de ciclistas belgas u holandeses llenos de bultos llevan faro y luz de posición con generador a la rueda, como antes.
El menú del día, en la rúa da Raíña, es el peor y más caro de todo el Camino. La modernidad y el progreso han llegado a Santiago.
A media tarde el Peregrino, en mitad de la plaza, frente a la catedral, se reencuentra con una de sus admiradora de Baños de Montemayor, su consejera y entrenadora, con la que comparte recuerdos, anhelos e ilusiones desde hace cuarenta años. Ha concluido otra etapa.
Arahal, 24 de julio de 2007