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Camino de Santiago
00. Prólogo
01. Astorga - Foncebadón
02. Foncebadón - Ponferrada
03. Ponferrada - Trabadelo
04. Trabadelo - Triacastela (?)
05. Triacastela (?) - Paradela
06. Paradela - Palas de Rey
07. Palas de Rey - Castañeda (?)
08. Castañeda (?) - Santiago de Compostela

Prólogo

Mi memoria es tan flaca, que sólo a pedazos, y quedando muchas cosas oscuras, me acordaré dentro de un tiempo de esta peregrinación.

Como tantas cosas que he hecho en la vida, se me ocurrió en el último año Santo, no sé si, delante del sepulcro del Apóstol, o ya de regreso, cuando me traían con bastante fiebre y postrado en el coche por una tonta gripe.

El caso es que, durante muchos años me, he sentido peregrino en la vida y hace también bastantes que me siento menos peregrino, más afincado, como si esta vida fuera la de verdad.

Desde que pensé en esta peregrinación, me decidí a hacerla venciendo todos los obstáculos que se presentaran y pidiendo al señor Sant Yago que me ayudase a vencer los que yo no pudiera. Sabía que no iba a ser fácil, pero tenía confianza. Con las dificultades que en las fábricas hay en este año, y después del viaje a Pirmasens, parecía imposible por ahora intentar marchar, y ya lo dejaba para final de septiembre, pues no quería de ninguna manera privarme, ni privar a los hijos, el pasar juntos los quince días de vacaciones.

El señor Sant Yago lo tenía preparado de otra manera, así que en el momento en que decidimos parar dos semanas la fábrica, vi que iba a arrancar. La última resistencia de María Teresa, bendita mujer que Dios me dio, estaba ya vencida y sólo me quedaba vencer mi tendencia a la comodidad y ese miedo al sufrimiento que últimamente me está entrando ¿me estaré empezando a hacer viejo ya? Pues no tengo intención todavía.

Tres días mas de espera ¡dichosa Junta General! Y el miércoles a dormir a León. ¡Con el deseo que yo tenía de partir desde la ermita medieval que hay al pie de la Pedraja! Pero como todo no se puede y hay que aprovechar lo que se tiene, a salir de León en vez Burgos. Y ni siquiera desde León ya que María Teresa quiere llevarme más cerca, más cerca, ella ya volverá, unos kilómetros más no importa, y tengo que decirle "basta" a la vista de Astorga. La veo marchar triste; triste yo, ella supongo que también. Me empieza a parecer fuera de lugar y de tiempo la peregrinación que voy a intentar. Mientras la veo desaparecer en nuestro 1800 (¡señor Sant Yago, que no tenga un pinchazo, que no se le averíe, que no le ocurra nada malo, que es el viaje más largo que en su vida va a hacer sola, que me hace mucha falta, que le hace mucha falta a los hijos, que no sé que sería de mí sin ella, que...!) adelante Cándido, que no le ha de pasar nada, que Dios ayuda y el señor Sant Yago.

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Astorga - Foncebadón

Empiezo a andar; Astorga, que está al lado, sigue estando al lado, y llevo casi media hora andando, y me empiezan a doler los pies ¿a dónde vas Cándido? Si con tus pies delicados no puedes andar una hora sobre llano y duro ¿cómo vas a aguantar diez días? No lo sé, pero sí sé que voy a poner de mi parte todo lo que pueda, y que, si Dios quiere que llegue, él pondrá lo que falte.

Astorga: bonita, recogida, agradable ciudad. La oficina de turismo está en el ayuntamiento, como me va indicando muy amablemente la gente a quien le pregunto. Las diez y cuarto y todavía no ha llegado la funcionaria, pero un guardia municipal me da un folleto y me dice que tengo carretera, que por Foncebadón pasa el puerto, y sale a Ponferrada. Desando una pequeña parte del camino, tomo de nuevo la carretera, pregunto y adelante.

Catedral, por fuera, palacio de Gaudí, murallas, vuelta a preguntar, y la compañía, como consecuencia, de un hombre de unos cuarenta, que después de hablar de peregrinaje, me dice que no hay la fe de antes, y que las costumbres de ahora matan la fe. Me deja ya en la carretera de Castrillo, y a caminar.

Primera parada: un anciano de un asilo que he pasado hace poco, con nombre de mi santo favorito, San Francisco de Asís, me pregunta si voy a Santiago. No llevo bordón ni vieiras, sólo una mochila amarilla. Pero su pregunta es, más que pregunta, afirmación. Tiene ganas de hablar, de contarme sus cosas, como tantos pobres viejos que necesitan que alguien les escuche; le hablo de mis dudas, si llegaré , y el me afirma que sí, porque Santiago es muy grande y ayuda.

Rozo sin entrar en Castrillo y me desvío de la carretera por otra estrechita. La que dejo lleva la indicación de "camino de Santiago", pero sé que el camino viejo pasaba por la que voy. Santa Catalina, pobre y pequeña aldea, otra pareja de viejitos que no preguntan sino que dicen "va a Santiago" y me ofrecen agua fresca: el sol aprieta fuerte, y quieren ir por un vaso por si no sé beber en un grifo de un corral cercano. Me hablan del "camino" y también me dicen que pasan muchos andando; ¿cuántos serán muchos?

Más carreterita. Los pies duelen, protestan cada vez más fuerte. No hace mucho que he visto, desde un altozano, allá, entré la bruma, enormemente lejos, Astorga.

Un nuevo pueblo, o mejor dicho aldeita, con nombre curioso "El Ganso". Llevo cuatro horas andando con un descanso de diez minutos, y pregunto a unos niños dónde está la fuente, quieren saber de dónde soy, no saben dónde está Logroño ni Burgos, y seguro que para ellos Astorga es lo mayor del mundo.

En la fuente, también abrevadero, dos vacas de trabajo y su dueño. Hablamos. Y me dice, mientras caminamos, que no hay taberna, que antes sí servían vino pero que ya no, y que tampoco nadie da posada. Cuando ya sigo mi camino me llama; ha hablado con su hermana y me dicen que me quede a comer con ellos. Pobreza, y en ella quieren obsequiar al peregrino. Una tortilla de sus gallinas, que andan por la calle, una ensalada, y ellos cecina chorizo y tocino, partido con un cuchillo de un plato y puesto sobre el pan. Como también su comida, alabo su vino y me quedo sorprendido cuando me preguntan si me gusta el caldo. Es curioso, que en estas aldeas de la Maragatería se tome "el caldo", un cocido de patata y verdura, después de la cecina y el tocino que han cocido en él.

Mis pies han descansado bastante; les doy las gracias lo mejor que sé, pues nada han querido cobrar, les pregunto los números que calzan, calzo yo mis zapatos, y... adelante que Santiago está lejos y no hay que dormirse en el camino.

Rabanal del Camino se llama el siguiente pueblo, al que llego después de una hora de siesta a la sombra de un pequeño roble. Podría reconstruirse la antigua ruta de los peregrinos con solo los nombres de los pueblos que se llaman del camino, de la calzada, calzadilla, etc....

Hace rato que estoy subiendo, y como el plano de carreteras no es topográfico, estaba confundido con el empezar del puerto, y pensaba que Foncebadón estaba en la llanura. Llego arriba a fuerza de voluntad, y me encuentro el pueblo vacío. No está vacío del todo, pues alrededor de una casa se ve ropa tendida y a lo lejos, un mastín blanco acompaña a las ovejas.

Espero, espero en el tremendo silencio y la soledad de estas alturas, con un frío cada vez mayor, hasta que el pastor baja. Cuesta sacarle las palabras, y no porque no sepa hablar; receloso, viejo, me dice que las ovejas no son suyas, que no es de aquí, que está pasando unos meses. El mastín se deja acariciar, se le cuentan las costillas "el pan es caro" y necesito toda mi sabiduría de pueblo, para que vaya hablando. Necesito de esta gente, aquí no podría dormir al raso, y por lo menos , le pido un poco de paja limpia bajo techo. El frío me puede y bajo al pueblo, mientras él se queda con las ovejas pastando "mientras hay luz las ovejas comen".

Estoy intentando hacer fuego en la calle, cuando viene la dueña de la casa habitada; hermana del pastor, vive con un hijo de quince años y tiene tres más en Madrid, donde la quieren llevar y ella se resiste.. Todo esto me lo contará muchas veces delante de un hogar, horno de pan, negro con hollín de siglos, mientras hace la sopa, con la sustancia del caldo que quedó de la comida del mediodía. No sé si pide consejo o es el monólogo diario de sus preocupaciones, pero es dificilísimo el dárselo.

Pasamos a cenar al comedor, los tres, pues el hijo se queda viendo la televisión portátil, que se ve subió el tío. Sucia película para quince hermosos años silvestres.

La amistad con estas buenas gentes está anudada. Me explican sus recelos, la soledad que viven, el no conocer las intenciones del que llega, el que hay mucha gente mala en el mundo. Los comprendo, y es casi la una cuando: "Si usted no tiene miedo de quedarse solo en una casa, le preparo una cama" ¡Señora! Yo no tengo miedo a nada, perdón, sí, le tengo miedo al odio y al pecado.

Sueño profundo en colchón de lana recién hecho, con sábanas gruesas y limpias "sin planchar, que aquí no tenemos esos lujos, pero limpias, sí señor".

Sueño profundo, aunque poblado de ruidos, no tan fuertes como para despertar, sobre todo no teniendo gana de hacerlo. Por un cristal roto entra una débil corriente de aire helado, justo a mi cara, y me sabe bueno, pues bajo las mantas se está confortablemente caliente.

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Foncebadón - Ponferrada

Amanece pronto en estas alturas. Hubiera querido salir temprano, pero la corrección me mantiene acostado, ya que hasta las ocho y media no salen ellos. Desayuno dos grandes tazones de leche de cabra con pan "envuelto en plástico de conserva más amoroso", pregunto cuanto tengo que pagarles, después de decirles lo muy agradecido que estoy; y darme cuenta, por primera vez en mi vida, que dar posada al peregrino es verdaderamente una obra de caridad. "Nada tiene que darme porque no lo he hecho porque me diera nada". Es verdad que es más fácil compartir la pobreza que la riqueza.

Después de decirles que tendrán noticias mías en forma de calzado, me acompañan un rato para enseñarme "el camino verdadero" que no coincide con la carretera en un trozo, y que me llevará en seguida lo alto, a La Cruz del Ferro.

Verdaderamente que impresiona esta cruz, no sé si por su desnudez, su soledad o el ingente montón de piedras acumulado en su base. ¿Cuántos cientos de miles de peregrinos o caminantes habrán dejado aquí su piedra?

Mucho rato entre cumbres. La mañana maravillosa, de luz, de limpieza, de aire, paisaje, de alegría interior. Voy dando gracias a Dios por el cielo azul, por el biércol que alfombra el campo, por las alondras que cantan sobre mí y hasta por la belleza del lagarto que cruza la carretera. Me voy acordando de todo lo que Dios me ha dado, y voy descubriendo la maravilla de llamar padre a Dios. Muchas veces había pensado en ello pero hoy, Dios me ha hecho entrar más hondo. Me olvido de mis pies, del cansancio de ayer, del temor del comienzo; veo Compostela ahí a la vuelta de la última loma. Total ¿qué son 270 kilómetros que deben faltar?

Empieza la bajada cuando el sol va apretando fuerte. El viejo pastor me decía anoche que tiene más miedo a las bajadas que a las subidas, y que él ha andado mucho las carreteras, no le hice demasiado caso.

La bajada no se acaba nunca; dicen que han hecho esta carretera, por el viejo camino de Santiago, para los peregrinos en coche, pero estos, o no vienen o no se han enterado, y van por el Manzanal, pues la soledad es total.

En un pequeño pueblo abandonado, un pastor de ovejas que pasa allí el verano. Un rato de charla, ofrecimiento de vino, preguntas mutuas. La naturaleza social del hombre necesita alguna vez la comunicación. Bonito y manso mastín leonés.

Sigue la bajada y el sol. Dudo si tumbarme a la sombra de unos arbustos, pero hay que hacer camino, Ponferrada mi meta de hoy, está aún muy lejos. Me duelen los dedos de los pies y también la parte de arriba, los noto hinchados.

He visto un pueblecito a lo lejos. Abandono la carretera para marchar a través de las praderas, pero altos brezos y retamas dificultan más el andar, y a pesar de lo mullido del suelo, la pendiente más fuerte hace que los pies protesten con fuerza. Llego al pueblo. El Acebo, pobre, pequeño, con muchos años de diferencia con nuestras pequeñas aldeas. Pregunto por la posada, si la hay, y me indican una viejecita, sayas negras y pañuelo negro a la cabeza, que está cogiendo los huevos en un corral. Llegamos : me dicen que hace pocos días, otro peregrino, un canadiense tuvo mucho rato los pies metidos en el pilón (abrevadero) Una sopa, un huevo, un chorizo frito, es el menú, servido por una hija también de pañuelo negro.

Salgo pronto en busca de una sombra en algún prado, cerca de la carretera, donde descansar un rato. Sigo pronto rezando los últimos cinco misterios del rosario, para olvidarme de mis pies, pero no lo consigo, pues la cuesta abajo sigue cada vez mayor, y los once kilómetros que faltan para Ponferrada se me presentan casi como pesadilla.

En Riego tengo un rato de charla con un viejo que me acompaña para enseñarme "unos atajos que son el verdadero camino, que él sabe mejor que nadie por donde va" ¿ochenta y ocho, noventa años? No sé, pero lo que sí veo que necesita, es que el peregrino sepa algo de su vida y de la historia del camino y le escucho, quizá un largo cuarto de hora, mientras caminamos a un ritmo lento, muy lento.

En el pueblo estaba el camión de las cervezas y parecía que iba para abajo. Mientras sigo caminando el camión me pasa y se desvía por otro camino.

Nueve, ocho, siete, ¡Señor, qué largos son estos kilómetros! Allá abajo hay un río, por la pinta truchero y además he visto un coche parado, y una senda que salía de allí a perderse en el cortado. ¡qué bien se estaría con los pies en el agua y una cañita en la mano! ¡y hasta sin cañita!

Seis kilómetros aún y un camión que viniendo por detrás para. El de las cervezas que me ve arrastrando los pies y me dice que suba, y subo, porque mientras el camión se acercaba yo me estaba aguantado para no hacer dedo, pero estaba pidiendo a Dios que parase para subirme.

Aún veo en Ponferrada la basílica de la Virgen de la Encina, me asomo a las ruinas del castillo de los templarios, y camino más de un kilómetro buscando hotel. ¡Qué placer tan grande es una ducha fría, unos pies en remojo, una ropa limpia! ¡Cómo se estiran todos los huesos del cuerpo al tenderte en la cama!

Balance negativo: las dos ampollitas de ayer son tres ampollas, y mi dedo más largo que no es el gordo sino el medio, tiene la uña de un bello color morado.

Balance positivo: tantas cosas ¡Señor! Tantas, que he decidido no volver a quejarme; a ver si lo consigo, que soy muy quejica. Y a ver señor Sant Yago si te las arreglas para que yo pueda seguir, porque quiero seguir pero necesito tu ayuda.

Es un descanso saber que María Teresa llegó bien y que todos en casa están bien. Con ese pensamiento me voy a dormir.

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Ponferrada - Trabadelo

Pero que largo es Ponferrada. A pesar de lo bien que he dormido y de lo animoso que he salido, parece que se me acaban las fuerzas sin terminar de pasar la ciudad. Paro en dos tiendas a preguntar si tienen bota fuerte, y encuentro a la tercera. Con mi mochila y mi aspecto me preguntan que de dónde vengo y a dónde voy (como la canción) y les digo que a Santiago, si Dios quiere, y que soy empleado del sitio donde hacen las botas. Me las cobran a precio de fábrica y andando.

Kilómetros y kilómetros de carretera, con aceras mejor o peor cuidadas de polvo de carbón, de algunas casa en los bordes. Rezo la primera parte del rosario, y entro en un pueblecito del camino a rezar un poco ante el sagrario. El cura está barriendo la iglesia, y al salir yo sale también él, quizá con algo de curiosidad. Le digo que me gusta su parroquia: construcción moderna y agradable, menos la luz que entra por detrás del altar, y que no deja fijar la atención en el Santo Cristo y en los Sagrados Corazones de Jesús y María que lo flanquean. Charlamos un momento y le digo que voy a Santiago buscando la maravillosa fe, que de niño tenía, y buscando a Dios, que antes lo tenía muy cerca y ahora lo veo lejos ¿Querré Señor la certidumbre en lugar de la fe? Porque nunca estoy contento con la fe que tengo y siempre te pido más.

Es una lata andar por la carretera general, la N-IV, llenita de camiones malolientes y de coches que pasan rápidos (rápidos para el que va a pie, que si yo cabalgara...) Intento rezar y lo consigo, y el Señor me regala con uno de los mejores ratos de oración de mi vida. No ha sido en el silencio y la paz de las alturas, sino aquí, en el tráfico de la nacional IV, donde mejor te he encontrado Señor.

Cacabelos, curioso nombre que ya conocía y que me hace sonreír no sé por qué. Entro en el pueblo, paso por la calle que pasaban los peregrinos y, como las botas nuevas tienen la plantilla un poco áspera, entro en un tallercito de zapatero, preguntando por plantillas de espuma y presentándome como colega; y el hombre aprovecha para contarme todos los inconvenientes de la profesión, mientras le pone un par de medias suelas a unas botas. Es también pescador, pues tiene una caña de lanzar y otra de cebo detrás y también despotrica contra Icona y todo lo de ahora. Me busca las plantillas, de desea un buen viaje y... a seguir.

Viñedos por doquier y fuerte sol. Hay unos hombres en una viña, junto a la carretera, y me paro a pedirles agua. Me la dan y quieren también que pruebe su vino. Es muy bueno, no creí que en el Bierzo se diesen vinos así y se lo digo. Se quedan contentos y yo también. Como en La Rioja las viñas están en colinas bien ventiladas, y también la poda es bastante fuerte. ¿Hará ahora allí el mismo calor que aquí hace?

Llego al empalme de Villafranca del Bierzo . La carretera general la soslaya, pasando a su izquierda por un túnel. Yo entro en la ciudad, veo su castillo, me acerco por la calle de peregrinos a su románica Iglesia de Santiago, y casi a rastras, busco sitio donde sentarme y comer, pues los 21 kilómetros me han hecho mella. Entro en el restaurante, me mira el dueño y con solicitud me hace sentar y me trae cerveza. Hay truchas de río, y aunque no sean como las nuestras, pido después de una sopa una ración. Trucha común asalmonada, una no llega a la talla y la otra en dos mitades tendrá cerca de medio kilo. El posadero me ha visto desfallecido y no quiere que padezca por hombre. Le pregunto por un baño, donde refrescar mis pies y ponerme unos esparadrapos, me acompaña y charlamos un poco. Gran tipo humano que entiende la idea de peregrinar, y que casi conmueve con su solicitud. Al preguntar qué le debo me dice que doscientas, pero que si voy escaso que no le pague nada. ¡Cuánta gente buena hay por el mundo y pasamos junto a ella sin darnos cuenta!

Nuevamente la carretera esta vez paralela al río Valcarce, lleno de truchitas, todas pequeñas, al menos las que se ven, y con unas sombras estupendas, mientras en la carretera el sol cae justo desde arriba. No resisto la tentación y me bajo entre una acequia y el río, donde estoy hora y media tumbado, metiendo de vez en cuando la cabeza en el agua; una verdadera delicia.

Hay que andar. Me encuentro nuevo, y a bastante buena marcha, quizá 5,1 ó 5,2 por hora, llego a Trabadelo, unos 32 kilómetros desde mi salida esta mañana. Tomo una cerveza para seguir, pero se me han quedado los pies fríos, y entre eso y el no saber si voy a dormir en cama en caso de seguir adelante, me hace quedar sin moverme.

Me ducho con agua muy fría y con gran placer; veo como no pescan truchas en el río (no tienen ni idea); ceno pronto y bien, y me acuesto. Llamo a casa.

¿Quién me había dicho que por esta carretera no pasaban camiones por la noche?

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Trabadelo - Triacastela (?)

Hoy es el día de atacar "El Cebrero", no sé aún por dónde, pero sí que hay que abandonar la carretera. Es domingo y hay que oír misa; no sé si me retrasará la marcha, porque no quiero correr el riesgo de quedarme sin ella. Pasando antes por dos pueblecitos llego a Vega de Valcarce. Me dicen que la misa es a la una, apenas llevo hora y media de marcha y son las nueve y media. Como no saben si en los demás pueblos habrá o no, misa, me quedo y aprovecho para comprar sellos, para escribir, para charlas con los viejos, como el pobre ex-minero silicoso, que me cuenta sus batallitas con la mina. Veo que si me quedo a comer después de misa se me va media jornada, y me como un quesito y unas galletas para sumar calorías.

Todo el comercio, incluso el banco abierto. Debe ser día de mercado y cada uno va a su negocio. El resultado es la Iglesia con muy poca gente a pesar de ser pequeña. ¿Cómo les vas a hablar, Señor, si no quieren oírte?

Me encuentro con dos jóvenes que, siguiendo "el camino" vienen desde Candanchú, mejor dicho desde Formigal, donde trabajan en invierno, y desde donde pasaron por el monte a Candanchú, para iniciar el viaje a pie, hace más de un mes. Me explican donde he de separarme de la carretera, y por donde he de subir al Cebrero. Vienen bien preparados, con planos como me trae Fernando, así que tomo nota de todo, y los dejo ir, pues no he oído aún misa.

Sorpresa agradable. Un señor maduro (los que me pasan pocos años no son aún viejos) que me pregunta en Herrerías, ya fuera de la carretera, que me da agua fresca y me ofrece vino , y me dice que cuando termine el viaje seguiré con las botas casi nuevas, porque antes él vendía de esas, y eran las mejores del mundo, y que cuando dejó la venta se quedó con unos cuantos pares para él. Le digo que trabajo en la fábrica donde las hacen, los dos tan contentos, y me da instrucciones muy detalladas para llegar al alto del Cebrero sin perderme en el camino. Además el "camino verdadero". ¿Habría hecho monseñor Escrivá, Dios lo tenga en la gloria, alguna vez el peregrinaje a pie a Santiago de Compostela?

"A través de interminable serpenteo, el peregrino llegaba en pronunciada a fatigosa ascensión hasta El Cebrero" Así dice el libro que me sirve de guía y, efectivamente, está cargado de razón. Paro a mitad de la "ascensión" a comerme dos quesitos seis galletas y dos sorbos de agua. He empezado a las dos menos cuarto y me estoy llevando las peores horas de uno de los peores días del verano. Ayer eran las lágrimas las que mojaban mis mejillas y hoy es el sudor, que llega muchas veces a caer al suelo, pues no vale la pena ir secándolo con el pañuelo. Me quito el sombrero de vez en cuando, pero me lo tengo que volver a poner, pues me pica la calva. Voy rezando el rosario, los dolorosos, y meditando despacio misterio a misterio. Me cuesta mucho más rezarlo que a mi madre, pero parece que hoy lo saboreo como no lo había hecho nunca ¡Qué diferencia a rezarlo en el coche, como cada día, perdiendo la cuenta si viene un trozo de curvas bonitas. He tenido que cortar una rama seca que me sirve de bastón, pues la mochila tira hacia atrás mucho, y es grande el alivio. Paso un pueblecito pequeño, que no habrá cambiado de fisonomía en los últimos quinientos años. Solo se ven viejos y pocos; pregunto por el camino y me dicen que voy bien, y que cuando termine de subir aquella cuesta, y la otra, y tuerza a la derecha , y me encuentre con otro camino, que tengo que dejar, desde allí veré el Cebrero.

Quizá una hora después y con la cima, próxima, me encuentro por segunda vez con semejantes, y me dicen que, si voy cansado, que vaya por el camino de arriba, que es más largo, muy poco más pero "mucho más llevadero".

Los pies, los músculos de las pantorrillas, los tendones, se quejan. Son los últimos quinientos metros, y ya llano, pues cogí el alto un poco desviado.

Veo el hostal y pienso que, aunque hoy haga la etapa más corta me voy a quedar en él. Bueno, no lo pienso ahora, sino antes de la mitad del camino. No hay una sola habitación en el hostal; ni en el pueblo tampoco, me dicen, el paisaje es bello, el sitio conocido y los excursionistas abundantes. Peregrinos hay dos, una pareja extranjera que llevaba a un día de marcha, y que ahora, contra mi voluntad tengo que dejar atrás. El del hostal me dice que va al pueblo siguiente, unos siete kilómetros siguiendo el camino, que me lleva, y que allí encontraré alojamiento. Se lo agradezco, pero le digo que voy a pie y que ya seguiré.

Entro en el santuario, maravilla románica, y veo el cáliz y la patena del milagro del Santo Grial, encima del Sagrario, con el relicario que dieron Fernando e Isabel, y que contiene el pan y el vino convertidos en carne y sangre. Me arrodillo un rato y rezo. Salgo por el pueblo, hablo con la gente, pido un vaso de agua y sigo.

Ya muy lejos, casi a un kilómetro oigo voces que me dicen algo de Santiago. Saludo con el brazo y sigo. La cuesta abajo es grande y el sol más que fuerte. Me protejo los antebrazos algo ampollados con las manos y voy bajando hasta que, a lo lejos, veo el pueblo. Es un pueblo minero, se ve un alto artilugio y, a pesar de ser domingo se oyen ruidos fuertes de trabajo. No hay hotel ni pensiones donde quedarme, me dicen en un bar donde pregunto, si busco trabajo. Al extrañarme yo de la pregunta, pues me parece que ya se me ha hecho cara de peregrino, me dicen que he equivocado el camino, que esa carretera termina aquí, que he de volver al Cebrero. La buena gente de allí que me daba voces, me estaba diciendo que equivocaba el camino, y yo, tonto de mí, sin enterarme, ni hacerles caso.

Sin dudar pregunto por un taxi. He de desandar los seis kilómetros equivocados y marchar en coche otros seis más, por el buen camino para compensar.

Me mandan a otro bar próximo (en los pueblos mineros, como en el Oeste americano hay abundancia de bares) donde el dueño es a la vez taxista.

Allí está jugando una partida de dominó que no interrumpo, pues, después de explicar lo que me pasa les ruego que sigan.

Siguen esta y otras y entre partida y partida, preguntan al peregrino sobre lo divino y lo humano y extrañeza, (estamos fuera del camino y con gentes de aluvión) ante el mismo hecho de peregrinar. Como mejor puedo, esbozo el pensamiento de la vida entera peregrinaje, y de la vida búsqueda constante de Dios y, a pesar de mis esfuerzos, me da la sensación de que no he conseguido hacerme entender. Con un poco de miedo pues el tabernero - taxista tiene bastante alcohol en el cuerpo, nos ponemos en camino. Observo que está acostumbrado a conducir así, y va con mucha precaución, dice por si las vacas cruzan la carretera; al poco, dándole la razón una vaca cruza y el me mira muy satisfecho. Le pido me lleve a una fonda, donde pueda darme una ducha y descansar, y por todos conceptos, respiro cuando llegamos.

Aún se toma un coñac más y quiere que le acompañe, y pongo como pretexto que me va mal sin haber comido, y son las ocho de la tarde, me deja pagado el café y la copa para que después cene.

¡Qué buena sabe el agua fría en todo el cuerpo y sobre todo tener rato y rato los pies dentro de ella! Salgo un poco a la calle, limpio y cambiado, pero siento un extraño frío y tengo que volver. Atardece y pido la cena; estoy solo, tomo caldo gallego (en el Cebrero empieza Galicia) y carne muy buena y bien puesta. Veo algo borroso, como si hubiera niebla o humo en la habitación , pero el aire está limpio, debe de ser el cansancio, igual que el frío que sentía, así que me acuesto mientras aún se ve el día.

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Triacastela (?) - Paradela

Magnífico sueño. Salgo nuevo y animoso y con buena leche y pan de centeno para desayunar, después de rezar en un crucero, monumento al peregrino (mira por donde me han hecho ya monumento) pregunto por dónde sigue el camino, que aquí también se separa de la carretera. (aunque un orgulloso letrero pregone lo contrario)

En poco tiempo pierdo el camino un par de veces, hasta que pregunto a un señor mayor y espabilado, que me da toda clase de explicaciones para que no me vuelva a pasar. Pruebo el sabor de una castaña germinando ya que los bosquecillos que flanquean el camino son de castaños grandes y espaciados.

Será otra Galicia la que esté muy poblada, porque esta parte de Lugo es pobre y solitaria. Pueblos muy pequeños San Gil, Pintín y muy espaciados. Montes de brezos y toxos, con malos pastos y poco arbolado. Un conejo sale corriendo por delante; oigo otros dos más sin llegarlos a ver. El cuco canta con frecuencia y el calor sigue siendo fuerte; aunque el azul del cielo no es el de Munilla, no se ve ni una sola nube, y los brazos pican. Discurro el coserme dos pañuelos a las mangas para librar mis ampollitas del sol, que mortifica lo suyo, y vuelvo a hablar con el viejecito de turno, que esta vez se me queja de la sequía, que le ha hecho malvender una de las dos vacas que tenía, antes de ver a las dos flacas. Da un poco de pena sin pensar en los viejecitos y en las vacas el ver en Junio y en Galicia la hierba corta, los centenos con la espiga enhiesta, y algunos prados amarilleando. Pido al Señor que mande algo de agua sobre estos campos, aunque yo me moje.

San Mame del camino y otros dos pueblecillos, que no me acuerdo como se llaman; antes de llegar se veía, desde casi tres horas antes la ciudad de Sarría.

Arrastrando un poco los pies y antes de entrar en el casco, veo a ciento veinte metros un obrero que viene del tajo. Y le pregunto dónde puedo comer y descansar. Me hace desandar, (le digo despacio por favor) un par de cientos de metros y, a la vez que me indica un sitio me dice que el va a comer aquí mismo, en este bar donde también dan comidas. Entro con él, me siento en el bar y al momento me invitan a pasar a la cocina, donde comen cuatro "fijos" obreros de las proximidades, que me hacen sitio en la mesa con naturalidad y cierta cortés curiosidad.

Caldo gallego, una chuleta, medio litro de flojísimo, pero agradable y bien hecho vino de Orense (el gordo pide un litro para él sólo y se lo bebe) y más de dos horas de descanso y charla primero con todos y, cuando marchan al tajo, con los dueños del bar. No comparten mis ideas pero las entienden y las respetan. Sí creen en el amor entre los hombres, pero como cosa que tendría que ser, porque Dios lo manda y estaría muy bien que así fuera, pero que no es posible. Están contentos de haya caído por allí, y lo dicen pues "siempre se aprende" y el peregrino tiene por estas tierras prestigio.

Vuelta a andar. ¿Quién dijo al caminante que no había camino? Pues amigo Antonio Machado, a quien mucho admiro; uno de los motivos de mi peregrinación son tus versos con los que no estoy de acuerdo. Cristo nos marcó un camino, nos dijo que él era el Camino; lo que ocurre es que, dentro del camino, cada uno hemos de hacer nuestras propias sendas, y, cuanto más coincidan con "el verdadero camino", más felices seremos y más nos realizaremos, como hombres y como seguidores de Cristo.

Hoy ha sido largo el día de marcha. Llego a Paradela después de treinta y siete kilómetros de andar y llego bastante bien.

En un bar de carretera, el primero que encuentro en el camino, pregunto dónde hay una fonda, no sé si porque me ven muy cansado o porque admiten habitualmente huéspedes me dicen que puedo quedarme allí mismo.

Carretera poco transitada, niños jugando, atardecer tranquilo y pronto la cena, después de una ducha fría, (qué grandes son estos pequeños placeres) y prosaísmo de todos los días, lavarme mi poca ropa para mañana poder cambiarme otra vez.

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Paradela - Palas de Rey

La cama se hunde, duermo mal, mejor dicho duermo despertándome muchas veces, y enseguida que amanece estoy deseando salir de camino. Novedad importante; está lloviendo mansamente, como suele llover en Galicia. Salgo con un impermeable de pescador de truchas, después de haber desayunado con leche de vaca marela y pan moreno; supongo que con mezcla de centeno que para mí es muy agradable.

No se anda bien bajo la lluvia. La temperatura es buena y el impermeable estorba, pero sigue lloviendo y no puedo quitármelo. Llego a Portomarín después de pasar durante un rato junto al pantano, y hablar con algunos paisanos, que están gozando con el paraguas abierto, viendo llover y pacer las vacas. La magnífica iglesia me toca a desmano, la veo de lejos y me apena no llegar, pero me separaría del camino. Pregunto por dónde comer y me hablan de trece kilómetros; dudo , solo un momento, y sigo, mientras la lluvia sigue cayendo, a veces haciéndose notar y otras, como ahora, apenas un fino orballo.

Cuestas inacabables. Por lo menos, si no toda Galicia, esta provincia de Lugo es lo menos parecido a Holanda que yo he visto. En una de ellas , no sé de cuantos kilómetros, voy cronometrándome. Pienso que el 1800 sería treinta segundos un kilómetro, sin necesidad de mirar al tacómetro ni al velocímetro, simplemente escuchando el motor. Ahora es casi igual, quince minutos un kilómetro. Quince minutos un kilómetro sin necesidad de mirar otro indicador que mi propio jadeo, pues cuatro kilómetros hora, con mochila y los pies algo averiadillos es un media bastante aceptable.

Parece que no llegan nunca las cosas pero sólo hay que esperar que pase el tiempo y... llegan. Y si pones tu esfuerzo correspondiente llegan a su debido tiempo. Después de hablar con un señor mayor (porras, resulta que tiene setenta y tres años) estaba junto a su casa, al borde de la carretera, con un nietecito. Con setenta y tres años, bastante joven, pues, además de su aspecto, tienen una enorme curiosidad por todo lo que se refiera al camino. Le cuento algunas cosas de la geografía y la historia de él, le muestro el libro, donde leo algún párrafo local que le encanta, y él me da información sobre lo que tengo que hacer para desviarme de la carretera y seguir "el camino de los peregrinos" cuando llegue al cruce. Saco mi plano, que apenas mira, pues me dice que yo leo en él lo mismo que él en la tierra y en los surcos del maíz, y nos despedimos; los dos contentos y un poco más ricos espiritualmente, y yo además más ligero por el descanso y por saber donde tengo que cortar, ya que lo intuía pero me inquietaba el no saberlo.

Llego al cruce y, no sé por qué, quizá por comodidad, me quedo en la venta (es el mejor modo de llamar a estos sitios de carretera) donde me han dicho que dan peor de comer. Entro, pregunto, me siento, y escribo lo que antecede.

Efectivamente, dos huevos mal fritos y poco frescos y un chorizo crudo, duro y poco apetitoso, con algo de queso de postre constituye mi comida, pero me alegro mucho de haber parado aquí. ¿Qué tendrá el peregrino, no yo sino EL PEREGRINO, que es lo que ahora soy, para que se le abran los corazones, y se le vuelquen las quemazones a su paso? Me encuentro con el caso más patético del camino, tanto que no será fácil que lo olvide, sobre todo que olvide su cara. El dolor puede con él y lo hunde en la amargura. No puede evitarlo y después de decirme, con cara un poco desafiante, que no cree en lo que yo creo, me cuenta.

Eran los dos jóvenes, llenos de vida. Marcharon a Alemania después de casarse, tuvieron un hijo, no recuerdo si aquí o allá, hicieron unos cuartiños "traballando muito" los dos, y cuando la morriña los venció, y pensaron que tenían bastante para establecerse, volvieron a Galicia.

Fue Coruña donde recalaron y vivieron, pero a ella no le sentó bien el clima de mar y tosía con algo de "asma". Hicieron esa casa nueva, parador, allí en el cruce de caminos, y ella seguiría sin estar muy bien, cuando decidieron que querían tener una niña. "En mis brazos murió señor, en mis brazos, con el médico y la enfermera al lado, y tuvieron que abrirla después de muerta, para sacarle a la niña de ocho meses"

Impresiona tremendamente tanto dolor, parece que fuera ayer, y que no hayan pasado otros ocho meses que ahora tiene la pequeñita. Su abuela "mi suegra vino conmigo y tiene la niñuca" la canturrea en gallego mientras la pequeña lloriquea sin parar.

También me impresiona más aún su falta de fe. "Se que hay una fuerza superior que nos domina, no sé si es Dios, es una fuerza superior que nos domina y no puede ser padre"

Es imposible hablarle de ningún consuelo; está voluntariamente encerrado en su dolor, no es un dolor animal sino plenamente consciente, y su amor debía ser muy grande. Solo sé decirle, (que torpes son las palabras ante un caso así), que me acordaré de él ante la tumba del Apóstol. Intento hacer sonreír a su hijita, le pago 91 pesetas por la comida, y con una amarga, muy amarga tristeza en el alma, prosigo mi camino. ¡Qué difícil es Señor, sobre todo a veces, acatar Tu Voluntad! ¡Cuánto más difícil, por no decir completamente imposible, entender un poco tus caminos! No me olvidaré de su cara ni de su frase: removimos un poco aquel esqueleto y se convirtió en polvo. Eso y nada más que eso somos: polvo.

Me indica apenas doscientos metros de allí, el sitio por donde he de desviarme de la carretera. Ya no llueve y la tierra, muy sedienta, ha empapado toda el agua caída, siguiendo casi con la misma sed.

No es fácil seguir la ruta sin preguntar y se encuentra poca gente para hacerlo. Cuando hay alguna casa próxima a la bifurcación, el método es esperar un rato a que los perros sigan ladrando, casi siempre sale alguien a ver por qué lo hacen. Algunos castaños, bosquecillos de pinos replantados y toxos, cantidades de toxos, altos e impenetrables. Paso por medio de un pinar, bastante extenso, quemado. De los troncos sólo ardió la corteza, y están talándolo para aprovechar la madera. Ayer pasé por otro, y, ¡qué tristeza dan los bosques quemados!

Os Lameiros, unas pocas casas sueltas en el camino, y quizá media hora después Ligonde, Santiago de Ligonde es el nombre completo. Me enseñan el sitio que fue el antiguo cementerio de peregrinos y que hasta hace poco tiempo tenía una tapia, y no se laboreaba, pero ya la quitaron y dentro de poco ya nadie se acordará de él. Hasta una pequeña cruz de granito está quitada "mire señor, la tiró el toro y aquí la dejamos" Les digo el valor sentimental que tiene y que debían ponerla en su sitio. Me van indicando sin preguntar por dónde he de seguir. A veces la misma información cuatro veces, pero ni una sola de mala fe ni de burla.

Estos campesinos gallegos tienen un gran respeto por "o peregrino" y le ayudan cuanto pueden. Están además orgullosos de que el camino pase por sus aldeas y de que todavía haya peregrinos que lo sigan a pie.

Se me van acabando los bríos con los que empecé la tarde. En uno de aquellos pueblos, antes de volver a encontrarme con la carretera, ¿no sería el final de Santiago de Ligonde? Rezo ante un viejo crucero de granito, a la puerta del cementerio. Me llama la atención una lápida de su interior, con los nombres de seis hermanos muertos entre los nueve y los veintisiete años de edad. Pienso en sus padres.

El viejito de esta vez, muy erguido con setenta y tres años, lleva de paseo dos cachorritos de tres meses, que me ladran con cara de muy enfadados. "Los saco para que vayan aprendiendo, son conejeros y me parece que van a salir buenos". Olisquean cuanto ven, van apuntando temperamentos distintos, y muestran gran curiosidad de cachorros. ¿Será también en los perros, que son jóvenes mientras tienen curiosidad de aprender? La soledad de la vejez. Enterró a su mujer hace ya siete años; los hijos están por Bilbao y Barcelona, él sí va a veces, y pasa alguna temporada con ellos, pero su casa está aquí, la veremos al pasar, ya era de su padre y de su abuelo, y es muy antigua: tiene una piedra que pone algo del año setecientos. Veo la piedra, está de dintel de una ventana, se adivina en ella 1745, y le digo que la casa es bastante más antigua y que la piedra no es original de la casa, que ha sido traída después. Me lo confirma, fue él el que la puso de joven, y se queda admirado de que yo lo pudiera adivinar.

También hoy va a ser la jornada muy larga. Salgo a la carretera, después de volver a abrir la mochila y sacar el impermeable, pero el chaparrón pasa pronto. A pesar de la carretera no quiero desprenderme del "bordón" de toxo, que hoy me ha acompañado y le voy tomando cariño. Mi pie derecho me hace parar, descalzarme, friccionarme con la pomada y descansar un buen rato. Con bastante dolor llego a Palas de Rey, entro en un parador de carretera y... y sigo después de haberme tomado una cerveza en la botella ante el aspecto del vaso.

En el pueblo pregunto por hotel, hostal, fonda o lo que haya, y, a pesar de ser grande (dos farmacias), están llenas las dos únicas fondas pequeñas que tiene. De la última de ellas me acompaña una niña a una casa de huéspedes, donde me dicen que no tienen nada; pero el cansancio del peregrino, y su insistencia abre los corazones y las puertas. En el último piso cuya limpísima, a fuerza de fregada, madera, están barnizando "mire hay que quitar trabajo" en una amplia habitación con balcón a la calle, y con fuerte olor a barniz, me alojan. Se extrañan de que no me importe el agua fría en el baño, y noto la diferencia de haber hoy llovido, pues a falta de polvo en el camino, no había la pasta diaria sudor polvo.

La cocina amplia, de chapa en medio, con mármol casi envolviéndola, y los huéspedes en un banco, junto a la pared, con el mármol por mesa. Buen caldo gallego, magnífica chuleta de ternera, queso del país, y agradable conversación. Mi vecino es maestro, lleva con gallardía sus sesenta y siete años y su barriga, un poquito afectado desde su superior altura intelectual y profunda fe. Una jorobadita, mayor de años que no de estatura, ayuda a la vieja en los quehaceres de la cocina. Las inevitables preguntas del viaje y los comentarios de todos. Parece en estos sitios que nos hubiéramos trasladado a cincuenta años atrás, cuando en todas las fondas había mesa redonda para comer.

¡Qué bien se duerme después de ¿38? Kilómetros de marcha y de estar un rato pensando si habrá lecho acogedor, o... saco de dormir y lluvia nocturna. Dejo el balcón entreabierto por el olor a barniz, y no me entero de más hasta que la luz del día me despierta. Cierro y vuelve a despertarme mi minidespertador, y esta vez para levantarme.

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Palas de Rey - Castañeda (?)

Dos tazones de café con leche y pan, pido la cuenta, 240 pesetas en total, pues la conferencia la pagué anoche para no olvidarme y tener que mandar el dinero como en Vega de Calcarce.

Parece que el pie no se queja y arranco a andar a las ocho y media. Hoy todo es carretera, y son nada más que quince kilómetros lo que logro hacer por la mañana, llegando a Mellid en condiciones bastante precarias. Varios coches me tocan al pasar, pues no creo que vaya a más de dos y medio kilómetros por hora y visiblemente cojeando. Entro en el primer sitio que veo para comer, después de preguntarle a un municipal sordo, y lo hago magníficamente. Tripas llevan pies, viejo adagio no sé si de mi tierra o más universal, y es lo que yo quisiera, que tripas y voluntad pudieran llevar pies. A duras penas, después de haber comido y descansado más de dos horas, consigo pasar el pueblo que es largo, y dudo al pasar por delante de la puerta de un médico si entrar o no.

Al final casi del pueblo veo Correos, se me ocurre mandar a Fernando lo escrito, y le mando un montón de cuartillas. Al verme y preguntarme el cartero, me dice que el señor que hay en la acera de enfrente es médico. ¿Por qué no va usted a que le vea? Pues así no podrá continuar. ¿Cuál? ¿El de la gorra o el de la barriga? El de la barriga, dice riendo, y allá voy con mi pata coja, mi bordón de toxo y mi mochila amarilla. Gracias por el cliente le dice el médico al cartero, mientras me invita a subir a la consulta. Veinte minutos de espera atendiendo a la visita que está antes, llegan entretanto otras a la sala, y se oye la voz de adentro "el peregrino que pase".

Sin bastón ni mochila y sólo con mi mala pata medio a rastras, entro. Me invita a tumbarme para el reconocimiento, y suelta, sin disimular su curiosidad: ¿de promesa o de turismo? De ninguna de las dos, ya que puedo dejar mi caminar ahora mismo, si usted me lo ordena, y por turismo no se hace "el camino", por lo menos como yo lo hago. De devoción y sacrificio. Veo que le extraña grandemente mi respuesta, nada añade, me mira muy detenidamente me dice distensión muscular, nada grave, me venda fuerte, me da unas pastillas y un spray, no me quiere cobrar nada, y seguimos charlando. Jienense, estudió en Granada, se apellida como mis primos de Zaragoza (todo esto menos su nacimiento, que él me dice, lo veo en la orla y el título que tengo frente a mi camilla) mi amigo Capitán lo expulsó de su clase de química seis meses en el primer curso, por una gamberradita, aunque después lo aprobó; hombre abierto, afable y... cosa para mí normal, con ganas de hablar y de discutir con el peregrino, que para él no tiene nombre, ni edad, ni historial clínico, sino es sólo eso, el peregrino, que pasa cojo, con una distensión en un pie.

Da una cita como un refrán y yo le corrijo diciéndole que están en las primeras páginas del Génesis. Me sigue diciendo que para él la Biblia es una colección de refranes, y falsedades, como esa de que estuvimos los tres primeros días a oscuras; y le recontesto hablando de las actuales teorías de la expansión del universo, de la edad del universo con la explosión de luz, de intensísima luz correspondiente, y de la expansión desde entonces de todo el Universo conocido, finito pero ilimitado. Me dice que hablo como creyente y yo le digo que no, que hablo como científico, pues él de esto no sabe nada y de la Biblia tampoco. Le pasa como a tantos, que su cultura religiosa y aún humana, se quedó pequeñita, casi enana, al lado de su cultura profesional y entonces rechaza, minimiza, y... termina en la incredulidad.

No recuerdo de quién es esta cita, quizá de Pasteur, no estoy seguro. "Poca ciencia aparta de Dios, mucha ciencia vuelve a acercar a Dios. Quizá sea porque el que tiene mucha ciencia, ve realmente que lo que tiene es un infinitésimo de La Verdad, de la ciencia toda, de la Universal Sabiduría que es Dios".

Aunque no lo diga veo que envidia mi fe, quiere que charlemos un rato ante una copa de vino, al terminar las visitas; le digo que bien, después de darme la razón al decirle que la fe no está nunca al final de un razonamiento, sino que es un don de Dios. La pena es que siguen viniendo visitas, y aprovecho para marcharme con el pie bastante mejor, después de despedirme de él. Me hubiera gustado volver a verle algún día; no es un hombre vulgar.

Sigue la carretera, mejor dicho, sigo yo por ella y, cuando me doy cuenta es muy tarde, y he pasado la oportunidad de quedarme en el último pueblo, que tiene algo que puede llamarse fonda. He abusado de mi pie y de la venda, me encuentro casi agotado y con fuerte dolor, y al no encontrar donde dormir y pienso en desviarme antes de que se haga de noche, tender mi saco y rogar a Santiago que no llueva. No va a hacer falta, ya que entro a comprar sellos y sobres en un estanco - tienda - taberna - correos del camino, vuelvo a preguntar sobre la posibilidad de dormir sin andar los seis kilómetros que me quedan hasta Arzua, y que veo imposibles de superar, y al decirme que no la hay, pregunto por algún campo cercano, donde, sin molestar a nadie (la propiedad privada en Galicia es muy propiedad privada) pueda tenderme mirando las estrellas.

El milagro se produce: el matrimonio habla en voz baja en gallego, y me dicen: "¿si no le importa a usted quedarse aquí con nosotros?" y me lo dicen como si fuera yo el que les hiciera el favor quedándome. Buena, buenísima gente, trabajadora, con gran sentido religioso, y una extraordinaria delicadeza en los detalles. Se cierra tarde el establecimiento, donde entre taza y taza de exquisito vino banco veo jugar una partida de arrastrado. Ceno con la familia en la cocina gallega; (la casa nueva y bien puesta está casi contigua a la vieja del establecimiento) marido, mujer y un hijo de veinticinco años, y me dicen que la hija, de veintiuno, estudia en Santiago tercero de medicina, y me señalan mi habitación, donde reposar mis huesos doloridos, (o los huesos no son los que duelen) preguntaré a Javier, aunque a mi hoy deben ser huesos, músculos, tendones y todas esas demás cosas que tenemos por el cuerpo.

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Castañeda (?) - Santiago de Compostela

Aunque por la mañana me despierto pronto no quiero salir hasta oír que lo hacen ellos. Desayuno en la misma cocina, me despido de la dueña y voy a la tienda a despedirme y dar también las gracias al dueño.

No sé dónde leí que no existe realmente la clase social, sino son la clase personal; efectivamente este cartero-comerciante y su señora tienen clase.

Empiezo mi ruta diaria con el convencimiento de no poder terminarla. Le digo al señor Sant Yago que yo si quiero, y que haré todos los posibles, pero que si él no me echa una mano, y aún las dos no habrá forma de hacerlo.

Los seis kilómetros hasta Arzúa se me hacen interminables y me cuestan más de dos horas. Desde allí llamo a Iberia, para saber en qué vuelo llega María Teresa, y me entero que es a las diez de la tarde; cuando anoche la llamé se me olvidó preguntarle. Un café con leche, un cálculo de horas, de kilómetros y de fuerzas (más que de fuerzas de dolor de pie, y eso que ya he parado a soltarme la venda elástica y ponerla más tensa) y prosigo. Ya he decidido que mi caminar tendrá fin hoy en Labacolla, (en el aeropuerto) donde los peregrinos medievales se lavaban todo el cuerpo por respeto al Apóstol, quizá por primera vez en el viaje.

Quedarán a Santiago diez kilómetros, que haré en taxi con María Teresa, si Sant Yago ayuda, pues aún me quedan veintiséis kilómetros por caminar y tendrá que ayudar mucho.

¿Fueron las vendas, las cápsulas, el propio tesón, el señor Sant Yago, o hicieron falta la conjunción de todas las cosas? Cuanto más caminaba por ésta, hoy penosamente seca Galicia, mayores fuerzas iba teniendo, menos dolor, y más confianza en llegar. Al final me faltó tiempo y los últimos tres kilómetros o quizá tres y medio me llevó un seiscientos. Fue el primero a quien hice dedo y paró inmediatamente. Me dijo que me había visto el día anterior y aquel día por la mañana; le expliqué el porqué de pedirle el favor, y me llevó hasta las puertas del aeropuerto.

Labacolla: me lavé como pude, ya que tenía que haberme duchado, me puse ropa limpia y zapatos, y dice María Teresa, que con la sonrisa del triunfo, (yo creo que no, simplemente con la satisfacción de llegar pues no pretendí en ningún momento, ningún triunfo ni ninguna hazaña deportiva), esperé aún breves minutos la llegada del avión que me traía a mi mujer.

Me satisface saber que María Teresa estaba convencida de que iba a llegar. Tiene más fe en mí que la que tengo yo mismo.

Me cuesta dormir. Hago balance y estoy contento de haber hecho la peregrinación. Me pregunto una vez más por qué lo intenté, y no encuentro una sola respuesta sino un montón de ellas: recordar que la vida es un continuo peregrinar y que hasta el fin del camino no encontramos nuestra verdadera morada; buscar a Dios, tener unos días de oración y soledad, para ver si aquel Dios de mi niñez y juventud que estaba tan cerca de mí volvía a acercarse; (mejor diría a acercarme yo a él) buscar, e intentar pidiendo a Dios, una fe más viva, la fe de aquellos peregrinos, de tantos y tantos, que siglo tras siglo hicieron el camino; dar por mi parte en todos los sitios testimonio de fe. Hablar tras el anonimato del peregrino con tantas gentes del camino; un poco de vanidad de viejo luchador que todavía se siente con fuerzas, y probablemente unas cuantas más.

Por las mañanas salía confiando más en la Providencia que en mí, y ningún día me falló. Por las noches daba gracias a Dios por el camino andado y durante el día rezaba, cantaba y alababa al Señor. Javier tenía miedo de que mi corazón flojeara, y quería que me viese algún cardiólogo antes de salir. Debo tenerlo grande cual corresponde a un padre de siete hijos, que tuvo que ir ensanchándolo para que todos cupiesen en él, y que ensanchándolo para que quepa la creación entera ha encontrado la felicidad.

La Catedral, el Jubileo, oración por todos ante el sepulcro, tranquilos paseos con María Teresa por Compostela, y una sensación nueva. ¿Conseguiré, cuando llegue, ver el fin de mi vida en este mundo como fin del camino y llegada dichosa? Porque ahora veo que la entrada en el cielo, además de la felicidad para nosotros incomprensible de la infinitud del amor de Dios, tendrá la felicidad del camino largo terminado, y la llegada a casa a la casa del Padre.

Madrid 12 de Junio 1976