Regreso del Camino Aragonés
00. Prólogo
01. Somport - Jaca
02. Jaca - Puente la Reina de Jaca
03. Puente la Reina de Jaca - Artieda
04. Artieda - Sangüesa
05. Sangüesa - Monreal
06. Monreal - Puente la Reina

Preparación y desplazamiento hasta Somport

La preparación del Camino, aunque hay personas que no le dan mucha importancia, para mí es fundamental. Puede darse el caso de que algunos peregrinos tengan una buena forma física, con lo cual la preparación es mucho más sencilla. Pero os puedo asegurar, amigos listeros, que éste no es mi caso, ya que no me caracterizo por tener un cuerpo Danone precisamente; más bien diría que es todo lo contrario, o sea, que un humilde servidor tiene un peaso de cuerpo Bolly Cao que no se puede aguantar. Y seguramente que más de uno se preguntará...¿Qué habrá querido decir con eso del "cuerpo Bollly Cao"? ¿Será que además de maño, se está volviendo gilipuertas?. Pues no. Os quiero decir que peso 137 kilogramos, y que junto con todo el equipo paso de los 150 kilogramos. Es por ello que mi preparación debía ser progresiva pero bastante controlada al mismo tiempo.

A finales de agosto comencé a darme unas caminatas en solitario y sin mochila. Un día de 10 kilómetros, al siguiente de 16 y al siguiente de 20. Después comencé el 1 de septiembre a caminar con mi hermano Juan Luis (compañero de aventura), sin mochila, 16 y 20 kilómetros. Y más tarde empezamos a caminar con mochila, 16 y 20 kilómetros, y tras un día de descanso, hicimos 23 y 33 kilómetros con mochila.
Al día siguiente (domingo 10 de septiembre) habíamos quedado con Ales para dar una caminata de 23 kilómetros, pero el día anterior (el de los 33 kilómetros) mi hermano tuvo una sobrecarga en el muslo izquierdo y yo tenía principio de ampollas (¡5 hermosas ampollas!). Por este motivo cancelamos la caminata dominical y nos dedicamos a descansar, ya que nos preocupó bastante la aparición de estos contratiempos después de más de dos semanas de preparación, y a falta tan sólo de un día para partir hacia Somport.

El lunes 11 de septiembre (felicidades por retrasado a todos los catalanes) cogimos en Zaragoza el tren que salía a las 15:20 con dirección a Canfranc-Estación. En el vagón íbamos el revisor, mi hermano y yo. La charla era amena y muy divertida. Como el calor apretaba, y con las prisas no había cogido agua (eso sí, estaba muy guapo con mi cantimplora-bandolera de dos litros, pero vacía), pregunté al revisor dónde podía comprar agua, en qué estación, y me respondió que la primera estación con parada y bar era la de Sabiñanigo.
El tren llegaba a las 18:23 a Sabiñánigo y salía a las 18:30. Tenía 7 minutos para bajar a comprar agua. Y aquí se cumple el dicho ese que dice que "el mundo es un pañuelo, y a nosotros nos ha tocado ser el moco". Digo esto porque en el andén de Sabiñánigo me encontré a mi sobrina Sara, que iba a coger un tren destino Zaragoza, ya que venía de un camping en Torla. El colmo de la casualidad. Era la primera vez que cogíamos esos trenes, y no es muy normal bajarse de un tren a comprar agua y encontrarte a tu sobrina. ¿Qué posibilidades teníamos de que esto ocurriera? Supongo que las mismas de que me toque la lotería, pero nuestro querido Murphy no estaba por la labor económica, así que otra vez será.

Tras subir al tren, continuamos camino hacia Canfranc-Estación, a donde llegamos a las 19:30. Tras despedirnos del revisor, nos tomamos un pequeño tentenpié en un bar y nos fuimos a la parada del Mancobús, que llegaría a las 20:00 para llevarnos hasta Somport. Llegamos a la parada a las 19:50, y entonces, pasó algo tan inesperado como espectacular. Llega un coche de la Guardia Civil y tres Land-Rover de la Policía Nacional y montan delante de nuestras narices y en menos de dos minutos un control policial, con chalecos antibalas, subfusiles Star Z-70 B y demás parafernalia. Paraban a todos los vehículos y les tomaban las matrículas. Mi hermano y yo nos quedamos alucinados, porque todo esto era exactamente delante de nosotros.

A las 20:01 llegó el autobús de la Mancomunidad del Valle Alto del Aragón y nos llevó hasta Somport. Por el camino nos encontramos a una hermosa vaca en nuestro carril que parecía poco dispuesta a dejarnos pasar. La solución, intermitente y adelantamiento a una vaca. Demasiadas anécdotas para una sóla tarde, pensaba yo.
En Somport nos bajamos, justo frente al albergue Aysa, el más caro del Camino con diferencia (dormir por 2.000 pesetas en el saco, latas de refresco por 250, bocatas de fiambre por 450, etc). Éramos los dos únicos peregrinos del albergue, aunque había 4 ingleses que montaron un auténtico espectáculo jugando al futbolín.
La noche se dejó caer y mi hermano sufrió las primeras consecuencias de mis ronquidos. Lo siento, pero es que no lo puedo evitar. Estábamos los dos sólos en una habitaciónde tres literas, pero en la siguiente noche, en Jaca, el albergue era una nave, y yo lo sabía. Algo tenía que hacer con los ronquidos...

[subir]

Somport - Jaca

A las 07:00 del martes 12 de septiembre suena el primero de los seis despertadores que habíamos programado para tener la seguridad de que no nos quedaríamos dormidos. Como quedaban otros cinco por sonar, aprovechamos para remolonear un poquito en la cama a la espera de que fueran sonando los otros minuto a minuto, hasta que a las 07:05 sonaba el último, lo cual implicaba pasar de la posición horizontal a la vertical, más conocido por "levantarse" (he de reconocer que era la cosa que más odiaba de todo el camino, aunque creo que no es culpa del camino, ya que en casa me pasa lo mismo; ¡es que se está tan a gustito en la cama...!). La credencial la habíamos sellado la nocha anterior.

Tras el desalojo de legañas y la toma de contacto con la vida real después de lavarnos (el agua fría de Somport es realmente fría) procedimos a darnos un pequeño homenaje culinario a base de barritas y frutos secos con zumo de frutas en la misma habitación, y una vez hecha la mochila, había llegado la hora de comenzar de verdad nuestra aventura.
Eran las 07:45 y comenzábamos a caminar. Nos esperaban 32 kilómetros de descenso. Me había puesto un Compeed en cada una de las dos ampollas que tenía en los talones, y había drenado las otras dos que tenía donde se une el dedo gordo con el pie. ¿Aguantaría la caminata con las ampollas? ¿Se resentiría el muslo izquierdo de mi hermano? ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¡Esta última sí que me la sé! Vamos a Jaca.
A los pocos cientos de metros de comenzar, nos encontramos con un poste que sostiene unos carteles donde se nos recuerda que estamos en el mismo sitio donde años atrás se encontraba el Hospital de Santa Cristina.

El día estaba despejado, ni una nube, aunque al estar encajonado entre montañas, el sol se resistía a darnos los buenos días. Me faltan palabras para describir los paisajes que se presentaban ante nosotros. Estamos hablando de los Pirineos, y tan sólo se me ocurre un simil, tan infantil como real. ¿Os acordais de Heidi? Pues así era el paisaje, con montañas, árboles, verdes praderas a nuestros pies, montañas peladas que se presumen cubiertas de nieve en tiempos más fríos. Como diría Jesulín de Ubrique, todo esto se puede resumir en dos palabras: im presionante.

Nos acercamos al primer puente de madera, compuesto por dos troncos largos dispuestos en forma logitudinal y varios tablones a modo de travesaños, como en las vías del tren, y aquí viene la primera anécdota. ¿Recordais que aquí el nene con todas sus cositas pesaba más de 150 kilogramos? Bueno, pues al acercarme al puente, no se me ocurre otra cosa que pisar el primer travesaño por un extremo para tomar el puente, y como os imaginareis, el tablón pivotó y me golpeó en la rodilla izquierda, como en las películas de risa, y para risa la que me dió a mí. Apenas me hice daño, pero la situación era tan ridícula que no pude evitar el partirme de risa, como riéndome de mí mismo.

Tras la autotontería del tablón, seguimos nuestra marcha y la senda se transformó en un camino de tierra que atravesaba un bosque. Llevábamos tan sólo unos 3 ó 4 kilómetros caminados, y en ese camino eran abundantes los excrementos de vaca. Más bien parecía un campo minado.
Entoncés le prégunté a mi hermano..."Oye, brother, no creo que por aquí haya vacas sueltas, ¿verdad?", a lo que él me contestó lo que más me temía..."Pues no lo sé, digo yo que si hay vacas por aquí, irán con un pastor". Y para darle más emoción al asunto, mi hermano llevaba sobre la mochila un saco de dormir de color rojo pasión estilo nueve semanas y media que hasta la vaca más cegata podría divisarlo a más de un kilómetro de distancia.
Aumentaban los excrementos y las pisadas de vaca, y al poco rato escuchamos un potente mujido vacuno. Levantamos la vista y... allí estaban. Por el camino, y en dirección opuesta, venían caminando tranquilamenmte cinco vacas de color canela, sin pastor y con unos cuernos tan grandes que bien se podría sintonizar con ellos Canal Plus. Y ahora estoy seguro que os vais a reir de mí, pero esta es la pura verdad. Es en estos momentos cuando uno se da cuenta de que somos "demasiado de ciudad", y no sabemos qué hacer ante una situación tan aparentemente ridícula ante los ojos de alguien que esté acostumbrado a ver vacas. Porque... ¿las vacas muerden? ¿pican? ¿cornean a los caminantes? ¿escupen? ¿te lanzan sus cacas (nueva modalidad olímpica)? ¿en realidad presentan algún tipo de peligro las vacas que andan sueltas por un camino en el Pirineo? Todas estas preguntas y algunas más me las hice en menos de diez segundos, y había que tomar alguna determinación. Ante la duda, optamos por subirnos al ribazo que había a nuestra izquierda y esperar a que pasaran las vacas. Y así lo hicimos. Y mientras estábamos medio escondidos esperando a que terminaran de pasar las vacas, yo me preguntaba...¿estaremos haciendo lo apropiado, a modo de medida preventiva? ¿o por el contrario estaremos haciendo el gilipuertas, escondiéndonos de unas inofensivas vacas?. Lo que sí tenía claro era una idea... "cuando cuente esto en la lista, más de uno se va a mear de la risa debido a nuestra ignorancia".

A los 7 kilómetros de camino llegamos a Canfranc-Estación, a allí se dejaron ver por primera vez los rayos de sol. Era una mañana fresca y despejada (y con vacas sueltas, que se iban a pastar y volvían sin necesidad de pastor) y de repente, escuchamos en este bello lugar unos rugidos. ¡No me fastidies que también hay tigres!, pero no. Eran nuestros estómagos que descaradamente pedían algo para pasar el rato. Y como somos muy buenos chicos, nos fuimos a un bar de Canfranc-Estación a las 10:00 y nos dejamos querer por unos platos combinados a base de huevos fritos, patatas fritas y chorizo frito. Como digo yo, colesterol con patas. Sin olvidarse de las tres latas de refresco reglamentarias y el agua para repostar la cantimplora y la botella de litro y medio que llevamos.
Antes de salir de Canfranc-Estación, nos acercamos a la oficina de información del Camino que había allí, para preguntar cómo se salía del lugar por el Camino Aragonés. En esa misma oficina había dos peregrinas jovencitas (20-22 años) que iban a preguntar lo mismo que nosotros, y que tras obtener la información, salieron disparadas. Seguramente lo hicieron al ver la cara de satisfacción y placer que teníamos mi hermano y yo, y se pensarían que queríamos ligar o algo por el estilo, cuando la expresión de nuestras caras se debía a lo a gusto que nos habíamos quedado tras aniquilar tan potente almuerzo y, además, mi hermano tiene 43 años y yo 34, y ya estamos viejitos para estas cosas, aparte de que ambos tenemos pareja formal y estable, y somos unos chicos muy serios en estos temas, aunque nada serios en todos los demás.

Al salir de Canfranc-Estación nos encontramos a un abuelete la mar de simpático, y todos los días se iba caminando de Canfranc Estación a Canfranc-pueblo y vuelta. En total, aquel buen hombre de 87 años caminaba 8 kilómetros todos los días. Ése era su gran secreto. Tras despedirnos de él y haber contemplado el fuerte de Coll de Ladrones, seguimos nuestro camino hacia Canfranc-pueblo, dejando a nuestra derecha la Torre de Fusileros, en la cual ondeaban las banderas de la Comunidad Europea, España y Aragón. Al poco tiempo llegamos a Canfranc-pueblo, donde repostamos agua y vimos desde fuera la iglesia, que estaba cerrada y presentaba un aspecto algo deteriorado por el exterior, sin un estilo definido. A la salida de Canfranc-pueblo cruzamos por el puente medieval de los peregrinos y nos encaminamos hacia Villanúa. La bajada hasta Villanúa era realmente vertiginosa, pero a partir de ahí, el valle se ensancha y la pendiente disminuye bastante sin llegar a desaparecer.

Villanúa era el sitio elegido para acallar los nuevos rugidos estomacales, ya que eran las 15:00 y los platos combinados de las 10:00 los teníamos en los pies.
Nos acercamos al albergue Tritón, que es albergue de peregrinos y refugio de deportistas de invierno y montañeros. Es un albergue particular muy bien cuidado y coqueto, con su propia página web y su correo electrónico ( www.refugiotriton.com y albergue@r... ), e incluso tenía biblioteca de montaña, todo un lujo no muy caro para ser particular, ya que dormir costaba 1.450 pesetas y comer valía 1.275 pesetas. Y a eso fuimos, a comer. Por 1.275 pesetas nos comimos unas migas con jamón, unos filetes de ternera con patatas fritas y pimientos de Padrón (unos pican e outros non), pan, agua y un postre, añadiendo a este precio mis tres latas de refresco (por supuesto).
Allí nos sellaron la credencial y continuamos nuestro camino hacia Jaca, aunque todavía nos faltaba por atravesar una última población: Castiello de Jaca. Todo el descenso lo hacíamos acompañando al curso del río Aragón, desde que salimos de Somport.

A mitad de camino entre Villanúa y Castiello de Jaca escuchamos unos pasos a nuestras espaldas. Era una pareja de catalanes (Alex y Berta) que habían salido de Somport dos horas más tarde que nosotros, y nos habían dado alcance debido a dos motivos: caminaban un poco más rápido que nosotros, y no se paraban para comer, ya que llevaban barritas energéticas y se las comían caminando. Tras una grata charla, les dijimos que no se cortaran, que nos adelantaran, y así lo hicieron.
Un poco más delante nos los encontramos refrescándose los pies en el río, por lo cual les adelantamos, pero llegando a Castiello de Jaca nos volvieron a dar alcance, cruzamos otras palabras (querían llegar hasta Burgos) y nos volvieron a adelantar.
Caía la tarde y el astro rey bostezaba.

Tras la gran subida y el gran descenso que suponía pasar por Castiello de Jaca, paramos a merendar al lado de una acogedora sombra, junto a un supermercado y cerca de una máquina de refrescos (cayeron cuatro latas, lo siento). Aproveché para comprar pinzas para la ropa en el supermercado y tras la merienda proseguimos nuestro último tramo hacia Jaca.

Ya sin sol, la luz del día se iba apagando y a lo lejos se veía Jaca. Poco antes de llegar a Jaca, hicimos un alto técnico en unas moreras de moras frescas, dulces y enormes, que endulzaron nuestros ultimos kilómetros hacia la capital jacetana. A mi mente volvió el tema de mis ronquidos.
En el albergue de Jaca, las camas de los peregrinos están en una nave común para todos. Subiendo las últimas cuestas que llevan al interior de Jaca llegué a la conclusión de que lo más apropiado era comprar unos tapones para los oídos para regalárselos a los peregrinos que allí hicieran noche, ya que yo no puedo evitar el roncar, y ellos no tienen por qué sufrir las consecuencias de mis gruñidos nocturnos. Pero ahora viene otro problema: son las 20:45 (nos hemos tirado 13 horas para llegar a Jaca) y las farmacias estarán cerradas. No queda más remedio que buscar una farmacia de guardia, y tuvimos suerte, ya que en la misma calle Mayor, muy cerca del albergue, había una farmacia de guardia. Allí compré 2 cajas de 6 tapones para los oídos y nos fuimos a cenar antes de ir al albergue. Una vez cenados a base de bocatas, tapas, y cuatro botellas de refresco (¡es que no tenían latas!), nos fuimos andando con los pies doloridos (parecíamos una mezcla entre las muñecas de Famosa y Chiquito de la Calzada) camino del albergue, nos recibió una hospitalera francesa que nos atendió muy bien, nos selló la credencial y subimos en busca de nuestras camas.
Vimos a Ales y Berta que ya llevaban un buen rato en el albergue y estaban cenando en la cocina. Pero me llevé una gran sorpresa al ver que en el dormitorio la gente ya estaba durmiendo, y eran las 21:50, y se supone que la hora de dormir era a las 23:00. ¿Y cómo coño hago yo ahora para repartir los tapones a los que ya están dormidos? ¿Los despierto y les cuento la historia de mis ronquidos? ¿O dejo que los "disfruten" por la noche? Opté por no despertar a nadie, pero aproveché en los servicios para comentar a los que estaban lavando la ropa la historia de mis ronquidos, a lo cual sonreían y decían que no sería para tanto. Yo insistí (más que nada porque conozco mis ronquidos, que a mí no me molestan, pero al que tenga cerca puede llegar a crearle una fractura craneal con pérdida de masa encefálica) y les dije con buen rollo y textualmente: "No hablo en broma, ronco muy fuerte y no puedo evitarlo, lo único que puedo hacer es ofreceros unos tapones para los oídos, pero si no los quereis, no me desperteis por la noche diciéndome que deje de roncar, ya que se trata de que todos descansemos bien". La respuesta fueron sonrisas amistosas y sin ningún tipo de maldad, como diciéndome: "Veeeeenga, que no será para taaaaaaanto".
Llega la noche y todo el mundo a dormir.

A la mañana siguiente, una chica de Pamplona (Maribel) había cogido su colchón y se había ido a otro piso debido a mis rebuznos noctámbulos, Alex y Berta no pegaron ojo a partir de las cinco de la mañana por el mismo motivo, una pareja de chicas me miraban con cara de mala leche por mis ronquidos, pero a la vez con cierta resignación por no haber aceptado mis tapones. Y es que ya lo dice el refrán: el que avisa no es traidor, es avisador.

[subir]

Jaca - Puente la Reina de Jaca

¡Pero mira que ya lo advertí, que ronco mucho y muy fuerte por las noches!, y las respuestas que obtenía al ofrecer los taponcitos salvadores ya las conoceis de sobra: "jiji, jaja, no será para tanto...". Pero por lo menos puedo asegurar, amigos listeros, que tengo la conciencia tranquila, que el que no aceptó los taponcitos fue porque no quiso, o porque se había dormido una hora antes de lo previsto.

Debido a la hora tan tardía a la cual llegamos el día anterior a Jaca, no pudimos ver la misa de peregrinos que se celebraba a las 20:00 en la Catedral de Jaca, y cuando llegamos, no quedaban fuerzas para hacer turismo por la ciudad. Este miércoles 13 de septiembre nos levantamos a las 08:00, ya que íbamos a encontrarnos con una etapa más corta que la de ayer (21 kilómetros) y totalmente llana, a excepción de un poquito de montaña sobre el kilómetro 10.
Tras el correspondiente lavado-despertar de la mañana, me puse mis parches-tatoos favoritos (Compeed) en ambos talones (podría decir que es para ir a la moda peregrina, pero sería engañarnos: eran para las dos hermosas ampollas que continuaban en mis talones), y una vez recogida la colada y hecha la mochila, partimos en dirección a un lugar para desayunar en la misma calle Mayor de Jaca, y he de reconocer y reconozco que pecamos vilmente contra la gastronomía peregrina, ya que mi desayuno fue muy poco Jacobeo: un chocolate con quince churros y medio litro de refresco de cola (no me extraña que esté así de hermoso).

Eran las 10:00, y tras dar un temprano placer a nuestros estómagos, nos decidimos a seguir las conchas jacobeas que hay en las aceras de Jaca y que indican la salida de la ciudad por nuestro querido Camino Aragonés. Tras seguir las conchas durante unas calles y manzanas, y antes de salir de la capital jacetana, nos encontramos con Alex y Berta (muy majos y agradables), la pareja de catalanes que nos adelantaron ayer en dos ocasiones y que habían rechazado mis taponcitos por la noche (con un resultado de no poder dormir desde las 5 de la mañana hasta que nos despertamos), y juntos, los cuatro, comenzamos a buscar la salida de Jaca.

Una vez en el camino de tierra por el cual abandonábamos Jaca, vimos cómo dos peregrinas preferían salir por la carretera en lugar de seguir la ruta por tierra (para gustos están los colores), tras lo cual nunca más volvimos a saber de ellas. Tras caminar un ratito juntos mi hermano, Alex, Berta y yo, les dijimos que si querían acelerar e ir a su paso que lo hicieran, que por nosotros no fueran con el freno echado, y así lo hicieron. Alex y Berta, por su calzado y por su equipo (bordones metálicos y telescópicos, es decir, auténticos bastones de montaña) dejaban ver que no era la primera vez que se dedicaban a hacer caminatas. Mi hermano y yo en estos temas éramos totalmente primerizos.

El camino discurrirá toda la jornada muy cerca y paralelo a la carretera que lleva desde Jaca hasta Pamplona, cruzándola en unas cuantas ocasiones, pero sin separase de dicha carretera. Cruzamos por primera vez la carretera y ahora la tenemos a nuestra derecha, y al rato nos encontramos a Alex y a Berta parados, ella se estaba cambiando el calzado (cambiaba sus botas de montaña por unas zapatillas de deporte), ya que había unos amagos de ampolla que la estaban molestando.
Nosotros continuamos nuestra marcha, esperando que en cualquier momento nos adelantaran, pero no llegaban. Tras la minimontaña del kilómetro 10 llegamos a un pequeño hotel de carretera que se encontraba a unos 4 kilómetros antes de llegar a Santa Cilia de Jaca (única población entre Jaca y Puente la Reina de Jaca) donde descansamos, repostamos agua y, como no, me tomé mis tres refrescos reglamentarios además de agua y una bolsa de frutos secos junto con mi hermano (y dos chocolatinas, pero no se lo digais a nadie, ¿vale?). Mientras estábamos descansando en la terraza del restaurante del hotel, vimos como Alex y Berta nos adelantaban, pero ella empezaba a mostrar un incipiente cojear debido al principio de ampollas.

Una vez relajado el cuerpo, sosegado el espíritu, refrescada la boca y alimentado el estómago, continuamos la marcha hasta Santa Cilia de Jaca, a la cual llegamos tras caminar 15 kilómetros y cruzar nuevamente la carretera (ahora la tenemos a nuestra izquierda), faltándonos tan sólo 6 kilómetros para el final de la etapa.
A la entrada de Santa Cilia de Jaca nos encontramos a Alex y Berta sobre el cesped de una pequeña plaza con los pies descalzos y comiendo como personas (y no como nosotros). Unas rosquillas con agua fresquita de la fuente y unos sandwichs (¿lo habré escrito bien?). Como comprenderéis, si una humilde servidora de ustedes se toma unas rosquillas y agua fresquita de la fuente y unos sandwichs (sí, creo que es así), lo más seguro es que mi querido estómago me dijera algo así como... "Vale, tío, el aperitivo no ha estado mal, pero ¿qué me vas a dar de comer?".
Según la guía, el único bar del pueblo es el bar Galicia, lo cual no es correcto, ya que ese bar lleva poco más de un año funcionando, y, además, ese día estaba cerrado. Pero hay otro bar que lleva 38 años funcionando y que no viene en la guía (¿quién fue el encargado de recopilar datos para la confección de esta guía?) que se llama bar Ascano, muy cerquita del anterior y con una pequeña tienda de alimentación adjunta. ¿Os cuento el menú?. Fueron dos hermosos bocadillos hechos con pan de pueblo, uno de chorizo de Pamplona, otro de queso con tomate natural untado en el pan, tres refrescos de lata, media lata de mejillones (la otra media cayó en las fauces de mi brother), además de agua fresca a mansalva. Pero lo mejor de todo fue la cálida y agradable conversación de los dos agricultores jubilados que llegaron al bar al poco de empezar a comer. Daba gusto: comida agradable, gente amigable y un camarero que era aficionado al fútbol y seguidor del Real Zaragoza (como yo), con el cual estuvimos hablando de fútbol durante un buen rato. Y mirad que yo soy aficionado al fútbol y socio del Real Zaragoza, pero esa semana no me importaba perderme el partido de UEFA (al cual tenía derecho a asistir de forma gratuita por ser socio) que el Zaragoza disputaba en La Romareda contra un equipo polaco, ya que la aventura del camino me tenía bastante enganchado (tampoco me importó perderme el Rayo Vallecano - Real Zaragoza del domingo que era retransmitido por Canal Plus. El truco es llevar una radio y hacer las dos cosas: camino y fútbol). Tras intentar arreglar el mundo futbolístico español, lo cual no conseguimos ni por asomo, y después de rematar el menú, nos despedimos de aquella gente tan agradable y continuamos nuestra marcha camino de Puente la Reina de Jaca.

Al poco rato de salir de Santa Cilia de Jaca, cometimos un pequeño error. Nuestro camino de tierra cruzaba la carretera de derecha a izquierda, y el Camino Aragonés seguía pegado al arcén izquierdo, pero nosotros continuamos por el camino de tierra que poco a poco se iba separando de la carretera por su margen izquierda. Las sospechas vinieron cuando llevábamos un buen rato sin ver ninguna flecha amarilla, pero tampoco nos preocupaba, ya que en ningún momento perdimos la carretera de vista, y sabíamos que estábamos en la dirección correcta, aunque un poco desplazados del camino real.
Poco más tarde nos juntamos nuevamente con la carretera y, tras pasar al lado de un camping, continuamos por el arcén izquierdo hasta llegar a Puente la Reina de Jaca, lugar al cual llegamos a las 18:15.
Allí teníamos reservada una habitación doble en el hotel Anaya por 2.500 cada uno (precio especial de peregrino, ya que si no lo eres te cobran 5.700 por la habitación doble; es un ahorro de 700 pesetas, ¡algo es algo!, dijo uno con alopecia). En Puente la Reina de Jaca no hay albergue, y esta es la única opción, ya que el hostal Del Carmen que nombra la guía ha cerrado sus puertas al público para siempre. El albergue más cercano está actualmente en construcción, en Arres, que es una población que para llegar a ella hay que desviarse 3 kilómetros del camino.

En el hotel, en el cual yo había reservado habitación por teléfono hacía una semana (e hice bien, porque estaba casi lleno cuando llegamos), nos encontramos a Alex y Berta, y los peores pronósticos se acababan de confirmar: a Berta le había salido una ampolla en la parte anterior de cada pie, con lo cual peligraba su continuidad en el camino hasta Burgos. Lavamos la ropa, fuimos a la farmacia y a una tienda de alimentación para repostar nuestros cuerpos serranos. También nos acercamos a una pequeña caseta de información para que nos sellaran la credencial, ya que el hotel no disponía de sello del camino.

Esta noche tenía la tranquilidad de que no molestaría a nadie con mis ronquidos, ya que mi hermano tenía su ración de taponcitos. Nosotros estábamos en la habitación 102 y Alex y Berta en la 103. Muy fuerte debería roncar para que mis rebuznos llegaran a molestarles.Me pongo la radio para dormir y escuchar los resultados del fútbol europeo. Los primeros cinco minutos, yo escucho la radio, pero después, la radio escucha mis ronquidos. Espero no molestar a nuestro querido José María García...

[subir]

Puente la Reina de Jaca - Artieda

A la mañana siguiente, las ampollas de Berta pusieron fin a su aventura hasta Burgos.
Nos despertamos a las 08:00 de este jueves 14 de septiembre, ya que nos esperaba la segunda y última etapa de las consideradas como "cortas", con un total de 21 kilómetros. Además, madrugar sin necesidad creo que es pecado, aunque parece ser que a quien lo hace Dios le ayuda. La verdad es que no soy muy creyente que digamos, pero de vez en cuando Dios y yo tenemos unas conversaciones realmente fabulosas. Respecto a lo de levantarse más temprano o más tarde, el otro día le decía yo a Dios que a mí me gusta mucho estar en la cama, sobre todo cuando te estás despertando y eres consciente de lo a gustito que se puede llegar a estar antes de levantarte, y como por la boca muere el pez, le saqué una confesión alucinante. ¿Sabéis lo que me dijo nuestro buen Dios?, pues que cuando Él terminó de construir el mundo, al séptimo día descansó. Vale, eso lo sabemos todos, pero... ¿Sabéis lo que me dijo en voz muy bajita, para que no lo oyera nadie? ¿sabéis lo que me dijo, así como los ventrílocuos, sin mover los labios para que no se notara que era Él quien me lo decía? Pues me confesó que ese domingo, cansado de construir el mundo, se había levantado... ¡a las 5 de la tarde!, ante lo cual me quedé un tanto extrañado y le dije..."¡Pero bueno!, si a quien madruga Dios le ayuda, si las monjitas de clausura se pegan unos madrugones de cuidado para rezar, si los peregrinos madrugamos para caminar... y ahora resulta que Tú vas y al séptimo día te levantas a las 5 de la tarde, ¿te parece bonito? ¿eh? (no me creía lo que estaba haciendo, le estaba echando la bronca al mismísimo Dios)". Pero como Dios es Dios, me dio una respuesta de lo más celestial, y con muy buen estilo supo ponerme en mi sitio, diciéndome... "Mira, Carlos: construir el mundo es una auténtica paliza, seis días de trabajar duramente, para que luego hagáis con él lo que estáis haciendo. Además, lo de levantarme a las 5 de la tarde sólo ha sido una vez, así que espero que me guardes el secreto. Aunque te aseguro que después de tanto trabajo y tras aquel reconfortante sueño, me quedé como Dios". Si por ahí dicen que "más sabe el diablo por viejo que por diablo", me parece que Éste, en cuestiones del saber, le lleva bastante ventaja al tío de los cuernos y el rabo con punta de flecha. Por cierto, que no he guardado su secreto. Como a Dios le dé por leer este mensaje, ya puedo ir preparando la crema solar con factor de protección dos millones, porque el infierno lo tendré más que asegurado, por cotilla.

Tras recoger la colada y hacer la mochila (como todas las mañanas), llego a la conclusión de que, aunque suene a tontería, no hay tanta diferencia entre dormir en un hotel de tres estrellas y hacerlo en un albergue, a efectos de descanso, ya que tienes tu ducha, tienes tu cama; es más, la habitación del hotel te aisla del resto de los peregrinos, y esto sólo es bueno para quien se quiera ahorrar mis ronquidos.

A las 09:00 bajamos con todo el equipo y nos dirigimos hacia la gasolinera que había enfrente para desayunar a base de barritas y galletas. En esta etapa hay que tener una cosa muy clara: no hay poblaciones intermedias entre Puente la Reina de Jaca y Artieda, ya que se pasa cerca de Martes y Mianos, que son pueblecitos sin ningún servicio, pero no se pasa por ellos. Todo esto nos lleva a la conclusión de que hay que hacer buen acopio de agua. Mi hermano y yo llevamos ese día una cantimplora de dos litros y dos botellas de agua de litro y medio, aunque al llegar a la altura de Mianos, nos encontramos con una agradable sorpresa. Pero vayamos por orden.

A las 09:30 salíamos de Puente la Reina de Jaca, tras haber devorado un litro de zumo de frutas y sendos batidos de chocolate de tres cuartos de litro, aparte de agua, chocolatinas, galletas, etc.
Era una etapa casi llana en otro día claro y totalmente depejado, y tras salir bien repostados, cogimos la carretera de Huesca por su arcén izquierdo, y al poco rato nos desviamos a la derecha siguiendo la carretera de Arrés (cuyo albergue está en construcción y que en muy poco tiempo sustituirá a la parada en el hotel Anaya de Puente la Reina, aunque haya que desviarse un poquito).
A los tres kilómetros y medio de la partida se abandona el asfalto y se coge una pista de tierra que está en perfectas condiciones. La guía "El Camino de Santiago a pie", de El País-Aguilar, describe a esta etapa como "maratón de desamparo". Creo que exageran un poco, ya que esta descripción tiende a asustar al peregrino que hace este camino por primera vez, diciendo cosas como que "el camino se sumerge de bruces en la insoportable melancolía de la estepa aragonesa". Yo personalmente prefiero la llanura de la estepa aragonesa a la subida que nos esperaba al día siguiente a Peña Museras, en la cual subías 400 de altitud en 1200 metros de longitud, con unas pendientes que con la nariz tocabas el suelo. Pero supongo que un buen peregrino debe ser completo como los ciclistas, dominando las etapas llanas (estepa aragonesa), las de montaña (subiditas que tan poco me gustan, pero que hay que subir), las metas volantes (lugares donde paras a repostar sólidos y líquidos), las contrarrelojes (¿para coger cama?), y todo ello para ganar el gran premio de la regularidad (la satisfacción de llegar al albergue que está al final de la etapa y disfrutar por fin de un merecido descanso).

Cerca ya de Martes, la tierra toca un poco al asfalto (carretera que va a Martes), tan poco que a los 50 metros se vuelve a convertir en tierra al desviarse a la derecha y subir una cuesta de las que tanto me emocionan para continuar por una auténtica llanura sin árboles, pero si giras la cabeza a derecha e izquierda podrás disfrutar de las laderas del valle, que no tienen desperdicio alguno. Martes queda a nuestra izquierda y poco a poco se coloca a nuestra espalda.

Salimos de la provincia de Huesca y entramos en mi querida Zaragoza. Empezamos a bajar para cruzar el cauce de dos riachuelos, y el paisaje se torna espectacular, con formas grisaceas, redondeadas y erosionadas que mas bien recuerdan a un paisaje lunar.
Subimos para recuperar la llanura, y en un campo que hay a nuestra derecha aparecen un manojo de globos naranjas que se mecen según el viento quiere (curiosa estampa). Ya han caido las dos botellas de agua y tan sólo nos queda la cantimplora de dos litros. La cantidad de agua no está mal, pero la temperatura del líquido básico bien pedía un par de sobrecitos de sopa sin ayuda del fogón. Aunque cuando la sed aprieta, la temperatura es lo de menos. Pero ahora viene lo que no aparece en ninguna guía.
Nuevamente caminamos por asfalto y a la izquierda se empieza a divisar Mianos. A los pocos metros nos encontramos a un campesino que estaba con un tractor al borde de la carretera, y que se encontraba llenando un depósito grande de agua que portaba en su remolque. ¡Era un manatial con agua fresca, y potable!. Tras darle los buenos días, nos refrescamos y repostamos la cantimplora, aunque antes la tuve que vaciar del consomé que llevaba por agua dentro de ella. Era un campesino muy agradable, y nos indicó que a unos 200 metros encontraríamos una granja donde vivía un señor que le gustaba recibir a los peregrinos y charlar con ellos, además de ofrecerles agua y galletas. Os voy a decir exactamente a qué granja me refiero, porque merece la pena visitarla.
En la ya nombrada guía "El Camino de Santiago a pie", de El País-Aguilar, en su página 48 viene el mapa de la etapa de hoy (Puente la Reina - Artieda). Si os fijais bien, sobre una línea horizontal pone "Carretera de MIANOS", y a la derecha de esa línea hay un punto parcial que indica "840 m desvío". Es la granja que hay justo debajo y a la izquierda del "840". El hombre del tractor nos dijo que ese buen hombre se llamaba Francisco Peralta, y que era un maestro jubilado. No olvideis su nombre: Granja de San Martín.

Como íbamos bien de tiempo (por el móvil me había informado de que en el albergue de Artieda no había problema de alojamiento, y que las comidas se servían hasta las 15:30, cerrando el comedor a las 16:00), y teniendo en cuenta que eran las 13:40, decidimos visitar a este buen hombre. Hasta ese momento, sólo habíamos hecho las paradas mínimas relacionadas con necesidades fisiológicas de tipo líquido, también conocido como "aguas menores", aunque espero que nadie se escandalice si digo que eran las paradas de orinar, hacer pis o mear (tan natural y necesario como el respirar). Nos acercamos a la entrada de la granja y veo que se nos acerca un hombre de setenta y pocos años con paso pausado y rostro agradable. Cuando le veo, pongo cara de listillo y le pregunto...¿no será usted por un casual Don Francisco Peralta?. A lo cual el me contestó..."el mismo". Nos invitó a pasar los soportales de su casa y, como le dijimos que nos habían dado agua fresca, nos invitó a vino tinto fresquito y galletas. Nos quitamos las mochilas y dejé mi bordón apoyado en la puerta de entrada de su casa.
Estuvimos media hora hablando con él, sobre sus destinos como maestro (nuestra madre también es maestra jubilada), sobre sus perros, sus gatos, sus campos, sus dos todoterreno.
Si no fuera porque teníamos la limitación de llegar a las 15:30 a Artieda, nos hubiésemos quedado muy a gusto más de una hora charlando largo y tendido con el bueno de Don Francisco. Tenía en su casa un libro de visitas para que firmaran los peregrinos, y os puedo asegurar, mis queridos jacobeoadictos, que esta gran persona estampó en mi credencial el sello que peor se ve, pero el que más valor tiene y con mucha diferencia. Es un sello con una virgen en el centro y que en su contorno pone "Iglesia Parroquial, Mianos". Es un sello de hierro, a la antigua usanza, ¡y tan antigua usanza!. Nos comenta Don Francisco que él ha visto ese mismo sello estampado en un documento fechado en 1863, y estamos hablando no del mismo dibujo del sello, sino del mismo sello físicamente, del mismo tampón. Es decir, que dicho cuño se fabricó antes de 1863. Genial. Una vez firmado el libro de visitas, les doy mi dirección de correo electrónico (ya que su hijo tiene internet) y nos despedimos. Según salimos de la granja, entran dos alemanes altos de unos sesenta años preguntando..."Fresh water here?", a lo cual, mi hermano (monstruo en inglés, yo tan sólo balbuceo el inglés y petardeo algo de francés) les contestó..."Oh, yes, and good cookies!".

Son las 14:20 y partimos en dirección a Artieda. No estoy acostumbrado a tomar alcohol, ya que a pesar de mis 34 años, mis vicios alimenticios son los mismos que los de un niño de 10 años: refrescos, batidos, chocolatinas, galletas, frutos secos, y demás porquerías que mi madre me tiene prohibido desde hace más de 20 años. Pero con el vinillo en el cuerpo y tan cerca del final de etapa, a uno le entran las alegrías post-ingesta alcohólica y, además, sintonizando mi miniradio (eterna compañera de viaje), localizo una emisora que estaba poniendo mi tipo de música favorita: funky.
Había transcurrido un kilómetro desde que salimos de la Granja de San Martín, medio caminando medio bailando funky (que Santiago me perdone, porque creo que esta actitud es poco jacobea) cuando de repente me doy cuenta de que me falta algo, veo que mi mano derecha está demasiado libre y que antes siempre estaba ocupada. ¡Mi bordón!. Me lo había dejado apoyado en la puerta de entrada a la casa de Don Francisco, ¡y el tiempo se echaba encima!. Le dije a mi hermano que continuara y que llegara a Artieda para comer, que yo me volvía para recuperar el bordón y después llegaría a Artieda, y que si el comedor estaba cerrado, que ya comería a base de galletas de chocolate y frutos secos que tenía en la mochila.
El kilómetro de vuelta no fue bailando funky precisamente, más bien iba medio cabreadillo por el olvido tan tonto que acababa de tener. Casi llegando a la granja de San Martín, me encuentro a los dos alemanes que ya habían salido de la casa de Don Francisco y que me miraban con cara de asombro, y yo con mi inglés de Cariñena les chapurreé algo así como..."I forget my stick in Don Francisco´s house", y aunque sé que la frase no es correcta del todo, estoy seguro de que la entendieron, porque su reacción fue de lo más solidaria: se descojonaron estruendosamente de mí. Era una escena realmente enternecedora, casi para llorar...¡de rabia!. Poneros en mi piel: peregrino medio colocado olvida su palito, vuelve a por él y se encuentra a dos torres gemelas de 60 años made in germany que al contarles lo ocurrido se despelotan de ti. ¡Esto no es serio, no señor!. Aunque si os digo la verdad, en el fondo yo también me estaba riendo de mí mismo.

Una vez llegado a la finca de San Martín, le cuento a Don Francisco lo ocurrido y él mismo se ofrece para acercarme en uno de sus todo terreno hasta un punto por el cual pasaría mi hermano. Yo le pedí si podía llevarme por el Camino Aragonés para darle alcance, pero él me contestó que el camino estaba muy mal para los vehículos. Me llevó por el asfalto, pasando por Mianos y acercándonos a Artieda. Me dejó en la carretera, donde el Camino Aragonés dejaba la tierra y tocaba asfalto. Allí me despedí nuevamente de Don Francisco, que además de vino y galletas, me había hecho un gran favor. Llamé a mi hermano por el móvil (él también tiene móvil) y le dije que estaba delante de él y que le esperaba. Tras esta experiencia saqué dos conclusiones. La primera es que había hecho un poquito de trampa (me ahorré unos dos kilómetros más o menos). Y la segunda es que se va mejor en un todo terreno con aire acondicionado que pateando a las 15:10 bajo un sol casi de justicia.

A los cinco minutos aparece mi hermano y juntos, por asfalto, comenzamos a ascensión a Artieda, que tampoco es moco de pavo (sin llegar a ser el Angliru).
Llegamos al albergue (situado junto a la iglesia de San Martín) a las 15:32 y nada más llegar nos sirvieron la comida. Paco y Cristina son los hospitaleros de Artieda, y tanto albergue como hospitaleros son realmente geniales. Para beber sólo hay vino y agua, ambos frescos y totalmente gratis. Te sacan comida hasta que te quedas satisfecho. Hay cinco habitaciones de dos literas cada una. Comedor con televisión y baños en perfecto estado, con tendederos para la ropa. El precio de la pensión completa es de 3.200 pesetas, que se desglosan de la siguiente forma: 1.100 pesetas cada comida, 300 pesetas el desayuno y 700 pesetas dormir. Para comer, nos sacaron un primer plato de pasta fresca con atún, y un segundo plato de salchichas frescas fritas con patatas fritas. Todo recién hecho. De postre había natillas o helado. Agua y vino a discreción por cuenta de la casa.

A media tarde, tras hacer la colada y descansar un rato, cayó un macrobocadillo de chorizo de Pamplona por 300 pesetas, con vino por cuenta de la casa. Para cenar, se preparó una mesa para los siete peregrinos que estábamos esa noche: los dos alemanes (Kurt y Adolf), un matrimonio francés (Frank y Silvette), y una chica de Pamplona (Maribel). Maribel ya conocía mis ronquidos de la noche de Jaca. Fue una cena muy amena y divertida, ya que yo hablaba en francés con el matrimonio francés, mi hermano hablaba en inglés con los alemanes, y Maribel solo hablaba español, aunque le traduciamos todo lo que se hablaba para que no se sintiera desplazada. Aquello era una mezcla de That´s English y Follow Me en versión jacobea. La cena consisitió en una sopera completa de crema de calabacín (exquisita, y mira que a mí no me tiran mucho las verduras, pero voy a escribir una carta a Cristina para que me mande la receta), ensalada y una fuente de calamares fritos, y de postre, macedonia de frutas, con vino y agua hasta hartarse. El de Artieda es, con diferencia, el mejor albergue del Camino Aragonés. Las vistas que hay desde Artieda son fantásticas, y los cantos de los grillos al atardecer son la mejor invitación para dejarte caer en los brazos de Morfeo.

Tras la cena, una reconfortante ducha y a dormir, porque se acabaron las etapas cortas, y mañana ya hay que levantarse a las 06:00 para caminar 33 kilómetros. Me pongo la radio y escucho que el Real Zaragoza acaba de ganar por 4 a 1 al Wisla de Cracovia (Polonia). Un día redondo, o casi porque...¡Mira que olvidarme el bordón en la granja de San Martín!...

[subir]

Artieda - Sangüesa

Hoy no pude hablar con Dios, tenía cobertura con MoviStar, pero no con GodSky; otra vez será.
Suena el despertador a las 06:00, y como ya nos habían advertido Paco y Cristina (los hospitaleros) que el desayuno se servía a partir de las 09:00, a los que queríamos partir antes de esa hora nos prepararon la noche anterior una bolsa con un litro de zumo y cuatro magdalenas (para cada dos personas), eso quiere decir que mi cuerpo serrano debía conformarse con medio litro de zumo y dos magdalenas, aunque también cayeron un par de chocolatinas de la reserva logística que llevaba en la mochila. La noche anterior nos habían sellado las credenciales a todos los peregrinos después de los postres, y nuestro amigo Frank nos confesó que tenía una tendinitis en el talón izquierdo y que lo más seguro es que hiciera esta etapa en coche, hasta Sangüesa, para ver si se podía recuperar para la etapa siguiente.

Después del aseo matutino para ponernos guapos (cosa realmente muy difícil de conseguir), y tras hacer la mochila, comenzamos a caminar a las 07:45 con los deseos de disfrutar de esta cuarta etapa de 33 kilómetros. El paisaje empieza a cubrirse de vegetación. Vamos por una pequeña carretera de asfalto sin nada de tráfico, con un bosque de pinos a ambos lados, y al llegar a la altura del antiguo kilómetro 28, se abandona la carretera para seguir una senda cuyo trazado discurre por el bosque de pinos. A nuestra derecha podemos ver el pantano de Yesa, que está creando una seria polémica en esta zona del alto Aragón y en Navarra. El problema no es el pantano en sí, sino los planes que hay para llevar a cabo su recrecimiento. Nos quedamos en el punto en el cual abandonamos el asfalto y cogemos una senda.

Vamos a hacer un pequeño paréntesis. Seguidamente voy a citar literalmente una carta fechada en el Canal de Berdún en el verano de 1999, en la cual se habla perfectamente de la cuestión del pantano de Yesa. No pretendo hacer política, entre otras cosas porque la política no me da de comer. La citada carta nos cuenta simplemente lo que va a suceder en caso de llevar a cabo el recrecimiento del embalse de Yesa. Creo que lo más objetivo es tomárselo como una noticia-protesta, y que después cada uno saque sus consecuencias. Yo no voy a pronunciarme ni en un sentido ni en otro. La carta dice así:

"Muy señores nuestros: El Camino de Santiago está declarado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), un Bien de Interés Cultural Patrimonio de la Humanidad, por la importancia que ha tenido durante siglos y sigue teniendo en la actualidad como nexo de unión entre diferentes culturas y civilizaciones de toda Europa. Dicha figura de protección no sólo afecta al Camino como vía física de comunicación, sobre todo pretende proteger el bagage cultural y patrimonial que lleva asociado.
Por ello, tan importante es proteger la ruta física, como los monumentos, pero sobre todo a las personas que a lo largo de la Ruta Jacobea viven y son la espina dorsal del mantenimiento de dicha arteria que da vida y une pueblos.
El actual proyecto de recrecimiento del embalse de Yesa obligará a abandonar su casa a más de 400 personas de tres pueblos de la Ruta Jacobea como son Sigüés, Artieda y Mianos, acabando de desertizar la ya castigada comarca del Canal de Berdún. Además, inundará 2.400 hectáreas de tierra que incluye 22 kilómetros del Camino de Santiago, a lo que debemos añadir innumerables muestras de Patrimonio Histórico-Artístico que a continuación reseñamos:

CAMINO DE SANTIAGO
- Ramal norte: se inundaría el tramo a su paso por Sigüés y desde Escó hasta la presa del actual embalse (15 km). - Ramal sur: quedaría ahogado desde un kilómetro al oeste de Artieda hasta la entrada de Ruesta y la zona de San Jacobo (unos 7 kilómetros aproximadamente).

ARTIEDA
- Villas romanas de Corrales de Rienda, Villarués y Viñas de Sastre. - Poblado romano de Forau de la Tuta y Campo del Royo. - Poblado medieval de Corrales de Rienda. - Ermita de San Pedro (siglo XVIII).

ESCÓ
- Villa romana.

RUESTA
- Necrópolis y yacimientos romanos de Ruesta. - Ermitas románicas de San Jacobo y San Juan Bautista y restos arqueológicos del monasterio. - Fuente de Santiago. - Puente medieval. - Necrópolis de Arroyo Vizcarra.

SIGÜÉS
- Casco urbano. - Torre del castillo medieval. - Muralla medieval. - Iglesia románica de San Esteban. - Hospital de Santa Ana (siglo XVI). - Ermita de San Juan Bautista.

TIERMAS
- Baños termales de época romana.

Por todo ello, junto con la Asociación Río Aragón, solicito de Vd., como Autoridad competente en la materia, que realice todas las actuaciones necesarias para que el proyecto del recrecimiento del embalse de Yesa no se lleve a cabo."

Esta es la carta. Si ahora siguiera con el relato del Camino Aragonés, creo que no estaría siendo ni objetivo ni imparcial. He transcrito una carta que refleja un lado del conflicto. Pero quiero pensar y pienso que si se deciden a efectuar el recrecimiento del embalse de Yesa, será porque tiene algún lado positivo (reserva hidrográfica, agricultura, regadíos, sinceramente no lo sé) frente a lo que refleja la carta. Y aquí es cuando reconozco que ignoro por completo cuáles son los beneficios que se generan con tal recrecimiento. Por ello, ruego a quien conozca el tema en profundidad, me lo comunique a mi correo personal (nunca a través de la lista, ya que es una curiosidad personal que se encuentra totalmente aparte de la finalidad para la cual fue creada la lista; por favor, a mi correo personal que figura al final; gracias por adelantado), ya que tengo gran interés en saber cuál es el otro lado del conflicto, cuáles son las ventajas de tal recrecimiento. Sólo en ese momento es cuando uno puede tener una visión global y total del conflicto, y a raíz de ahí, sacar cada uno sus propias conclusiones con los suficientes elementos de juicio como para hacerlo de forma objetiva.

Volvamos nuevamente al Camino Aragonés. Como recordareis, habíamos abandonado la pequeña carretera de asfalto y nos adentramos en una senda que discurría por un bosque de pinos. Al poco rato de caminar nos encontramos con los restos de la ermita de San Juan Bautista, de estilo románico, que tiene una pared parcialmente hundida, pero sin llegar a caerse (un verdadero desafío a la ley de la gravedad). Seguimos por la senda y el suelo pasa de ser de tierra a ser una antigua calzada romana con las piedras medio sueltas, de un gran valor artístico pero también de una gran facilidad para torcerse un tobillo. La senda desemboca nuevamente en la pequeña carretera de asfalto, a tan sólo unos cientos de metros de la entrada al primer pueblo de esta etapa: Ruesta. Estamos entrando en un pueblo fantasma. Todas las casas están medio en ruinas.
La guía "El Camino de Santiago a pie" de El País-Aguilar nos hace una pequeña descripción de lo acontecido... "En 1959, privados de sus tierras de labor, los vecinos de Ruesta emprendieron el camino sin retorno de la emigración. El pueblo y su esbelta fortaleza sucumbieron bajo una capa de silencio hasta que, en 1988, la Confederación Hidrográfica del Ebro lo cedió al sindicato CGT, dentro de un programa de recuperación de pueblos abandonados. Dos de sus viviendas señoriales, casa Valentín y casa Alfonso, se han rehabilitado ahora como albergue juvenil y de peregrinos."

Entrando en Ruesta, mi estómago cobra vida y empieza a hablarme... "Oye, Carlos, estoy desde las 07:30 con dos magdalenas, dos chocolatinas y medio litro de zumo, además de un poquito de agua, y has caminado diez kilómetros y medio a lo largo de esta mañana. ¿Estás en huelga de hambre o qué te pasa?. O me das un poco de carburante o empiezo a almorzarme al esófago". El tono que utilizó mi estómago no era precisamente de broma, y cuando se cabrea, me llena de gases y me tiene un buen rato dando conciertos con música de viento en dos modalidades: vía superior y vía inferior. Estos últimos tienen la característica de que aparte del sonido, van acompañados de una impregnación aromosa que al contacto con las pituitarias de los demás producen una sensación de rechazo social realmente desoladora. Todos sabemos qué es lo que pasa cuando a un niño se le escapa un globo inflado de las manos sin haber llegado a hacerle el nudo, y me imagino a mí con mis 137 kilogramos haciendo por el aire la misma trayectoria sin rumbo que ese globo hasta que se termina de desinflar. ¿Eso es vuelo sin motor?. Además, por otro lado, mi estómago me conoce muy poco, porque...¡mira que pensar que estaba haciendo yo una huelga de hambre! ¿Estamos tontos, o qué?. Entre los gases y los ronquidos, creo que me estoy convirtiendo en una máquina de hacer ruiditos.

Si quiero felicidad en mi vida, hay dos sujetos a los cuales tengo que procurar tener contentos: a mi novia y a mi estómago. De momento, por el primer sujeto poco podía hacer en estos momentos, porque unos cuantos kilómetros nos separaban (aunque el teléfono móvil hace verdaderas maravillas), pero al segundo tenía que complacerle ya.
Entramos al albergue de Ruesta y somos recibidos por Diego, el hospitalero, un joven de unos 25 años natural de Badalona y agradable donde los haya.
El albergue tenía comedor, salón, televisión, una fantástica terraza y...¡una máquina de refrescos!. Recordad que en Artieda sólo tenían agua y vino, ambos frescos y sensacionales, pero no me había tomado un refresco desde el desayuno en la gasolinera de Puente la Reina (no lo cité, pero cayo una lata de Coca Cola además de todo lo que os conté). Los de esta máquina eran Pepsi, pero como no soy racista, me saqué cuatro. Diego nos ofreció un bocadillo de queso con tomate natural, y vino por cuenta de la casa. Al rato nos propuso rematar la faena con un café con leche y unas magdalenas, y como somos muy educados, aceptamos encantados. Mi estómago me dió las gracias, y yo le contesté que la próxima vez que me amenazara, me tomaría algo con picante, a ver que cara se le quedaba; así que... vamos a llevarnos bien.
Al momento apareció en la terraza Pepe con su mujer y su hija pequeñita. Pepe es un fotógrafo profesional que vive en Alicante y que había ido a Ruesta a pasar tres días antes de partir para Alemania, a donde acudiría a una convención sobre fotografía profesional, ya que le gusta estar al día de las últimas técnicas fotográficas, y según él, si no sales de España para actualizarte, te quedas desfasado. Me extrañó mucho que una persona que vive en Alicante conociera el albergue de Ruesta sin estar haciendo el Camino, pero la explicación es que su mujer pertenece al CGT, con lo cual todo estaba aclarado. A mi hermano también le gusta la fotografía, así que estuvieron charlando un buen rato sobre el tema. Nos sellaron la credencial y una vez todos satisfechos, nos preparamos para continuar.

Salimos de Ruesta por una senda cuesta abajo, y tras cruzar un riachuelo y pasar por el camping, comenzamos una subida realmente impresionante: la subida a Peña Museras. Debíamos superar un desnivel de 400 metros, y no cuesta abajo precisamente. Al poco de ascender, se acaba la senda y cogemos una pista de tierra.
El paisaje era realmente acogedor, rodeado de pinos por todos los lados. La subida era de una pendiente considerable, pero lo peor es que era larga, muy larga, eternamente larga, infinitamente larga, más larga que larga, no tenía fin. Mirábamos las montañas de alrededor y veíamos que empezaban a hundirse poco a poco, y nosotros seguíamos subiendo, y el sol que lucía lo suyo, y la digestión del almuerzo haciéndose en esos momentos. Subíamos tanto que a veces sentía el aliento de Dios en la nuca, subíamos tanto que empezaba a faltar el oxígeno en el ambiente (bueno, aquí creo que me he pasado un poco), pero lo que sí es verdad es que a mí me faltaba el aire de vez en cuando (y mira que había aire y puro por todos los lados). Tenía que hacer pequeños altos para después continuar.
Pero como todo en esta vida, y aunque pareciese mentira, la cuesta también tenía su fin. Poco antes de coronar la cima, vi en el suelo algo parecido a un cordón de zapato de color marrón, y cuando me disponía a pisarlo, ese cordón se mueve y desaparece del camino... ¡era una culebra en miniatura!, y estuve a punto de aplastarla "un poquito". Una vez llegados a la cima, el paisaje cambia por completo, desaparecen los árboles como por arte de magia y retorna nuevamente la estepa aragonesa.

Seguimos por la pista de tierra camino de Undués de Lerda, y tras descender por unas calzadas romanas y cruzar otro riachuelo, iniciamos una breve subida para llegar a Undués, pueblo que en invierno tiene una población de 14 habitantes. Ya habíamos recorrido 22 kilómetros y mi querido estómago se empezaba a despertar otra vez. Esta vez no hubieron palabras, simplemente me guiñó un ojo y yo le entendí a la perfección (creo que lo del picante dió resultado). En el único bar y albergue de la población nos detuvimos para comer y descansar un poco. El comedor tenía una chimenea que se utilizaba en invierno, y varios juegos de mesa para los peregrinos y para los habitantes de allí. Éste era el único establecimiento de todo el pueblo, pequeño pero muy acogedor. También nos sellaron la credencial.
Después de comer, repostamos la cantimplora y la botella de agua y continuamos hacia Sangüesa.

A partir de aquí, todo era ligeramente cuesta abajo y después llano (¡bien!), y el paisaje seguía siendo de estepa aragonesa y navarra, ya que nos aproximábamos a la provincia de Navarra.
En el Camino hay un gran mojón de piedra que así lo indica, además de un cartel que nos anticipaba que nos quedaba una hora y cuarenta minutos hasta Sangüesa.
Nada más entrar en Navarra, el camino de tierra se transforma en una pista de tierra muy bien cuidada, es como si fueras por una carretera de asfalto comarcal y entraras en una autopista, pero en tierra, con desniveles casi inexistentes.

Tras una hora y diez minutos de excelente pista de tierra, unas flechas amarillas (como todas las del camino) nos indican que debemos girar a la izquierda y seguir por otro camino de tierra "de menos categoría", con pequeñas granjas a ambos lados.
Tras media hora de camino desde el desvío entramos en Sangüesa, que estaba en fiestas. La calle que nos llevaba hasta el albergue estaba ocupada por una banda de música que iba amenizando la tarde con sus notas y, como íbamos en la misma dirección, nos pusimos detrás de esta banda hasta llegar a la altura del albergue. Todavía nos quedaban fuerzas (no muchas) y humor (todo el del mundo) para ir detrás de la banda bailando y haciendo el payaso (una de las cosas que mejor me sale, sin ensayar y sin esfuerzo alguno) al igual que el resto de los mozos y mozas del pueblo.

Al llegar al albergue, comprobamos que Frank y Silvette (el matrimonio francés de Artieda) habían llegado en coche, y Maribel también se encontraba allí. Nunca supimos nada más sobre los dos alemanes de Artieda (aunque creo recordar que se fueron a Tiermas).
El albergue de Sangüesa está regentado por unas monjas, con dos pisos. En el piso superior están los dormitorios, en una gran habitación común, con 12 camas individuales (no literas) con su manta y sus sábanas. En el piso bajo estaba la cocina, los servicios y unas mesas para comer. Todo realmente limpio. No disponía de servicio de comidas, pero no faltaban sitios para cenar. Esa noche también llegó un alemán de unos 50 años y una pareja de alemanes de unos 25 años.

En un bar cercano dimos buena cuenta de sendos bocadilos de lomo con pimientos y otro de chistorra, regados con tres sabrosas, refrescantes y burbujeantes latas de Pepsi Cola. Nos agenciamos un brick de litro de leche para el desayuno del día siguiente y nos fuimos al albergue.
Como ya se había acostado todo el mundo, le dije a mi hermano que me ayudara a bajar un colchón con toda su ropa para que yo durmiera en el piso de abajo, por la cuestión de los ronquidos. Y así lo hicimos, y como mi hermano tenía el gemelo de la pierna izquierda bastante cargado, saqué mi aceite de almendras de la mochila y le di un masaje en los pies y en los gemelos que se quedó como nuevo. Son unos masajes muy sencillos que ayudan al músculo a relajarse para que el descanso le suponga una mayor recuperación durante la noche, y una mayor facilidad para adquirir el tono muscular al día siguiente.

En la calle todo son voces, petardos y cachondeo. Las fiestas son las fiestas, y pretender callar a un pueblo porque han llegado Carlitos y su hermanito de patear 33 kilómetros, es como pretender que te toque la quiniela comprando lotería nacional, o sea, ni de coña. Otra buena ducha y algo de noticias en la radio, aunque fueron pocas las noticias que llegué a escuchar, creo que dos o tres...

[subir]

Sangüesa - Monreal

Son las 06:00 y suena el primero de los seis despertadores que pongo todos los días en mi reloj especial para peregrinos de sueño profundo. Me despierto con la conciencia tranquila porque sé que esta noche no he molestado a nadie con mis susurrantes y embriagadores ronquidos, aunque observo que el Cristo que hay en el crucifijo del comedor me está mirando con cara de mala leche. Tan sólo se me ocurre decirle una cosa... " Señor, perdóname porque tú sabes que no puedo evitarlo. Además, después de todo lo que has pasado hace casi 2000 años, ¿que son para ti unos ronquiditos de nada?". Me froto los ojos y vuelvo a mirarlo: permanece quieto en su postura de siempre, con cara de sufrimiento y la mirada perdida en el infinito esperando el final. ¡Pero si hace unos segundos me estaba mirando con cara de pocos amigos! ¿Estaré loco? La cuestión es que poco a poco se van levantando el resto de peregrinos, y para ir al baño tienen que bajar al piso en el cual me encuentro yo. Curiosamente, todos me dan los buenos días con una gran sonrisa de agradecimiento, como si me dijeran... "Gracias por bajarte a dormir al comedor, porque esta noche hemos dormido de un tirón". Por cierto, ¿os habeis fijado en las caritas de Gremlings que tenemos cuando nos despertamos?

Cuando baja Frank, le pregunto en francés por su tendinitis y me contesta que todavía tiene dolor, que hoy también hará la etapa en coche, hasta llegar a Monreal, para ver si se recupera y la siguiente la puede hacer caminando. Baja Silvette, baja el aleman de los 50 años y la pareja de alemanes de unos 25 que fueron los últimos en llegar. Por último, también baja Maribel, a la que bien podríamos llamar "la correcaminos de Iruña", porque a pesar de sus cuarenta y pocos años, la mujer no es que camine rápido, es que vuela bajo.
Desayunamos todos juntos y recibimos un aviso de un paisano que pasaba por allí... "No salgais en unos minutos porque ahora mismo va a tener lugar un encierro", y nuestra puerta daba justo a la calle por donde las vacas hacían su recorrido. Así que tuvimos un desayuno con encierro en directo incorporado. Tras el encierro, el mismo hombre nos da otro aviso... "A las 09:00 se repite el encierro pero en sentido contrario", aunque la hora límite para abandonar el albergue era a las 08:00, o sea, que no veríamos el siguiente encierro. ¿Os imaginais a una humilde servidora con sus 150 kilos entre cuerpo serrano y mochila corriendo delante de las vacas, con el bordón a modo de defensa?

Tras depositar el donativo en su cajita y comprobar que la credencial había sido sellada ayer, nos disponemos a recorrer los 30 kilómetros que forman esta etapa por tierras navarras. Por cierto, ¿por qué se llama Camino Aragonés cuando casi la mitad trascurre por Navarra? Si yo fuera navarro, la verdad es que no estaría muy de acuerdo. Es más, soy aragonés y creo que no es correcto dar a un camino el nombre de una región cuando éste transcurre por dos. Seguro que nuestro buen amigo Michel de Pamplona estará de acuerdo conmigo, aunque os prometo que yo no he tenido nada que ver con la denominación del Camino Aragonés. Creo que sería más apropiado llamarlo el Camino de los Pirineos.

Salimos de Sangüesa por la carretera que lleva a Pamplona y observamos que al poco tiempo aparece a nuestra izquierda la variante para llegar hasta el Alto de Loiti por Rocaforte, pero esta variante es para los Rambos y demás personal de buena preparación física, personal entre los cuales os aseguro que no me cuento. Seguimos por la carretera de asfalto y poco antes de llegar a Liédena cogemos una pista de tierra que sale a mano derecha tras cruzar la carretera. Tan sólo unos pocos de cientos de metros y ya llegamos a Liédena.
Seguimos caminando por tierra y en el cielo observamos una gran cantidad de buitres, con su vuelo flotante contra corriente; parecen suspendidos en el mismo aire, y si no fuera porque en la guía se nos advierte de esta circunstancia, bien podría pensar yo que ellos me miraban con cara de buffet libre, a modo de desayuno.

Poco a poco nos acercamos a uno de los paisajes más bellos e impresionantes que se pueden disfrutar en este Camino Aragonés: la Foz de Lumbier. Es una especie de cañón delimitado por dos túneles por los cuales hace tiempo circuló el tren que unía Pamplona con Sangüesa. Ahora las vías no están y queda una pista de tierra que entra en un túnel oscuro y que al atravesarlo, nos lleva hasta un paisaje totalmente diferente producido por el encajonamiento del río Irati. Una vez llegados al segundo túnel, al salir de él el paisaje vuelve a cambiar y nuevamente estamos en campo abierto, pero la pista de tierra se torna en una estrecha carretera de asfalto que nos ha de llevar hasta Lumbier. Nada más salir del túnel nos encontramos una fuente y un gran merendero donde unos cuantos autobuses están aparcados, y sus ocupantes se disponen a hacer buen uso de las parrillas dispuestas a tal efecto.

Tras refrescarnos en la fuente y sufrir con los buenos olores provenientes de las parrillas, seguimos camino de Lumbier. Llegados a Lumbier, aprovechamos para subir al pueblo y dejarnos caer por el bar Torres, en la misma plaza del pueblo, para echar la quiniela, la primitiva, y ya puestos a echar, para echarnos tres latas de refresco y varias tapitas del lugar en forma de minibocatas variados. También hicimos una visita a la farmacia para reponer nuestras existencias de Compeed (compañero inseparable de camino). Nuestra última visita fue a una tienda de ultramarinos donde compramos un par de bricks de leche entera (de la que engorda) de litro bien fresquita, la cual se asentó en nuestros llenos estómagos haciendo una mezcla láctea junto con la Coca Cola y los bocatas, y dicha mezcla, por rara que parezca, fue realmente espectacular para dar vida a nuestra piernas.

Continuamos nuestro camino bajo un sol descarado empeñado en ponernos morenos, primero por asfalto y luego por tierra; el valle se va estrechando como advirtiéndonos de la proximidad del Alto de Loiti. Entramos en Nardués y nos refrescamos en su fuente, repostamos la cantimplora y proseguimos el camino, para llegar al asfalto que nos llevará hasta Aldunate.
Según la guía "El Camino de Santiago a pie", de El Pais-Aguilar, Aldunate no ofrece ningún servicio. Es verdad y es mentira. Es verdad porque la fuente está estropeada, pero es mentira porque desde hace año y medio hay un restaurante-asador que lleva el mismo nombre de la población: restaurante-asador Aldunate. Entramos para preguntar si tenían latas de refresco, y el camarero, con cara seria, casi de desprecio, nos dijo que no tenían latas. Creo que fue la cara más seria y desagradable de todo el camino. Pero tampoco nos importó mucho, ya que estábamos recién refrescados, bien alimentados y con agua de sobra.

Os recomiendo que en Aldunate, si vais con pantalones cortos, os pongais unos pantalones largos, ya que a partir de aquí empieza la subida al alto de Loiti por una senda llena de zarzas que harán de vuestras pantorrillas un auténtico mapa de arañazos. Hago esta recomendación porque al llegar al final del Alto de Loiti, al mirarme las piernas parecía que había hecho un curso de domador de leones cabreados y sin látigo. Ya lo sabes, Rebeca, en Aldunate ponte unos pantalones largos.

Al llegar al Alto de Loiti, nos sentamos en un banco de piedra cerca de la carretera a reponer un poco de energías con nuestras ya escasas reservas sólidas, pero suficientes como para llegar vivos hasta Izco.
Cruzamos la carretera y seguimos por tierra y a la izquierda de la carretera a lo largo de un pequeño valle hasta llegar a Izco. En su albergue estaban los dos alemanes de unos 25 años que conocimos en Sangüesa; repostamos a base de... ¡refrescos! y un bocata de jamón con tomate. La hospitalera, Blanca, nos atendió de maravilla. Es un mini albergue con 8 camas, aunque esa noche sólo estaban nuestros dos germanos amigos. Era sábado, y en Izco es costumbre hacer todos los sábados una cena entre todos los vecinos del pueblo, a la cual están invitados los peregrinos que deseen asistir.
Nuestro final de etapa estaba en Monreal, y todavía quedaban siete kilómetros y medio. Por un momento se me pasó por la cabeza hacer noche en Izco, pero la etapa del día siguiente se iba a incrementar en siete kilómetros y medio, y era la etapa en la cual había que llegar a Puente la Reina, llamar a un taxi para ir a Pamplona (no hay autobuses los domingos) y llegar no más tarde de las 20:30 para coger el último autobús hasta Zaragoza, ya que el último tren saldría a las 18:50. Imposible pernoctar en Izco, aunque ganas no faltaban.

Salimos de Izco camino de Monreal, el sol se estaba poniendo y no queríamos que la noche nos sorprendiera, así que aceleramos un poquito el paso, llegando en poco tiempo a Abinzano, para más tarde pasar por Salinas de Ibargoiti y enfilar el final de etapa con dirección a Monreal. Nada especial que reseñar en estos tramos.

Al llegar a Monreal, preguntamos en el Hostal Unzué por el albergue, porque aunque en la guía dice que no hay albergue, os aseguro que sí lo hay, y es más, están haciendo un albergue nuevo que abrirá sus puertas en abril de 2001. La hospitalera de este albergue (y del nuevo) se llama Charo (el teléfono del albergue es el 948 362 081), es muy amable, además de que cocina de maravilla, como para chuparse los dedos de las manos.... y de los pies. En el albergue nos encontramos a Frank, a su esposa Silvette, y al alemán de unos 50 años que conocimos en Sangüesa. Éramos cinco a dormir. El albergue es un antiguo cine habilitado como dormitorio para peregrinos, con un restaurante en su primera planta que pertenece a un local social que se llama "El Centro".

El menú de la cena consistía en unos cardos con una salsa que estaban para morirse de buenos (y eso que la verdura no me suele gustar mucho), de segundo había medio pollo asado (pollo de corral, tierno donde los haya) con pimientos rojos y patatas fritas, y mis tres latas de refresco reglamentarias, rematando la cena con una exquisita tarta helada. Todo ello por 1200 pesetas mas 500 de dormir. Una auténtica maravilla.
Como siempre, a lavar la ropa, una ducha y a dormir, que mañana será otra etapa. Era una nave donde dormíamos todos juntos, pero ya todos tenían taponcitos para los oídos de otros días. Tras la ducha, me tumbo en la cama escuchando la radio y creo recordar que bostecé dos veces. Si hubo un tercer bostezó, eso ya sólo lo sabe nuestro amigo Feo, Mor Feo. Mañana es el último día...

[subir]

Monreal - Puente la Reina

Es el último día que escucho el despertador a las 06:00. Me alegro por una parte porque madrugar no figura entre mis aficiones preferidas, pero por otro lado me entristece porque sé que mañana despertaré en mi cama, y no será en un albergue, no estaré ya en el camino, todo habrá terminado.
Me dirijo al baño a oscuras y medio adormilado, y observo que la cama del alemán de unos 50 años está sin colchón, tan sólo el somier, pero su ropa todavía está allí. Es muy raro, pero la verdad es que recién levantado no tengo la cabeza para resolver enigmas misteriosos, así que procedo a tomar contacto con el mundo real a base de agua bien fría por mi ancha y redonda cara. Tras el maquillaje matinal, es decir, fuera legañas y ya está, me dirijo a recoger la colada. Abro la puerta de los dormitorios, y al salir al vestíbulo, veo al alemán con su colchón durmiendo al lado de la puerta. Pero... ¡si le di dos taponcitos para los oídos en Sangüesa, y eso que allí me fui a dormir al piso de abajo!. Salgo a coger la colada y poco más tarde, cuando se despierta, me dice que ni con taponcitos, que mis gruñidos nocturnos son demasiado para él.

Despierto a mi hermano, y al poco tiempo se despiertan Frank y Silvette. Le pregunto a Frank por su tendinitis y me contesta que hoy sí podrá caminar, aunque para ellos también es la última etapa, ya que se quedan en Tiebas.
El desayuno lo hacemos a base de rematar las últimas reservas de nuestras mochilas, con frutos secos y chocolatinas. Se asoma por la puerta con mucha prudencia una gata blanca y negra, maullando con dándonos los buenos días. Le acerco una chocolatina, la huele y me mira, como diciendo... ¡Pero tío! ¿tú eres idiota o te falta poco? ¿no ves que soy una gata, o es que en Zaragoza los gatos comen Kit Kat, Mars, Snickers, Twix y Maltesers? Y como hay miradas que lo dicen todo, la cogi en mi regazo y la recompensé con unos cuantos mimos en su cálida y peluda barriguita, lo cual agradeció con un melódico ronroneo. La dejé en el suelo y continué desayunando.
Salen el alemán y los franceses, y nos quedamos solos dando las últimas dentelladas a unas almendras y unos Kit Kat. Hacemos las mochilas y partimos a las 07:45 para cubrir nuestra última etapa de 31 kilómetros.

La mañana estaba despejada, aunque muy fresca, como invitando a terminar de despertarse. Caminamos muy cerca de la montaña, tan cerca que enseguida nos vemos sobre la ladera camino de Yarnoz, al cual seguirían pequeñas poblaciones como Otano, Ezperun, Guerendiain, y ya dejamos la ladera para llegar a Tiebas. A lo lejos, a la derecha, se ve Pamplona, aunque no pasaremos por ella.
Llegamos a Tiebas y, como no, estaban en fiestas. Preguntamos por el único lugar para almorzar, y una vez llegados a él nos encontramos con Frank y Silvette que ya habían acabado su aventura. Almorzamos juntos a base de megabocatas de chorizo (de Pamplona, naturalmente) y un bocadillo a medias con mi hermano de tortilla francesa. Éste último no estaba previsto, pero como nuestros amigos galos se pidieron uno para cada uno, al llegarnos el olorcillo no pudimos evitarlo. Todo ello regado por tres refrescantes y burbujeantes latas de Pepsi. Silvette quería un vaso de vino tinto, pero le daba vergüenza pedirlo, así que pasamos por el "duro trance" de pedir un vaso de vino. Acabado el almuerzo, nos intercambiamos las direcciones y nos despedimos de ellos.

Continuamos nuestro camino, dejamos Tiebas y bajamos hasta cruzar la carretera y la autopista que lleva de Pamplona a Zaragoza. Llegamos a Campanas y también cruzamos la vía del tren. Comienza la cuesta arriba a través de una pequeña carretera de asfalto y después por tierra, que serpenteando va en busca de la cima, no sin antes pasar por una granja de cerdos que despedía unos hedores que nada tenían que ver con el anuncio de Heno de Pravia.
Algo cansados y bastante apestados llegamos al final de la subida, y sin darnos cuenta estamos entrando a Biurrun. Al llegar a Biurrun, se gira bruscamente a la izquierda y se sale por una carretera de asfalto con el paso de cebra más ortopédico que he visto en mi vida, con líneas blancas (eso es normal) y triangulitos rosas (¿eso es normal?). Tras muy poco asfalto sale un desvío a la derecha por una pista de tierra en muy buen estado.

El sol comenzaba a apretar y poco a poco nos íbamos acercando a Ucar, una bella población con casas muy nuevas pero fabricadas al viejo estilo, de piedra, muy rústicas. Nada más llegar a Ucar hay un pequeño parquecillo con césped, sombras y dos fuentes que se agradecen enormemente. Allí nos refrescamos y permanecimos tumbados durante 20 minutos disfrutando de las sombras que nos proyectaban los árboles. Sendas y simultáneas llamadas a nuestras chicas para darles la "mala noticia" de que seguimos vivitos y coleando y, lo mejor de lo mejor, el césped tenía un leve punto de humedad y frescor que más bien invitaba a quedarse durante un par de horas para echar una buena siesta. Por cierto, hay que tener cuidado en Ucar, porque si le pierdes el rastro a las flechas, sales por donde no es. Hay que estar muy atento y salir por el oeste, ya que estuvimos a punto de meter la pata y salir por el norte.

Salimos de Ucar camino de Enériz, y allí tenemos previsto hacer una comida fuerte (¡qué raro!). El paisaje se empieza a cubrir con un tímido manto verde y comenzamos a descender por una fabulosa pista de tierra.
En media hora llegamos a Enériz. Al entrar en el pueblo, vemos en la acera de la izquierda, a la sombra, dos mesas alargadas con varias personas terminando de comer al aire libre. Nos saludan y les hacemos gestos como diciéndoles... ¡Hala, nosotros caminando y vosotros mientras tanto os estais poniendo morados de comer!. Se ríen y nos dicen adios. A los diez metros, pero esta vez a la derecha y dentro de un garage con la puerta abierta, la misma escena, mesas alargadas de madera y unas veinte personas que estaban terminando de comer. Esta vez fui más expresivo, me paré, miré hacia ellos, y les dije con tono de cachondeo... ¡Eso, eso, vosotros os inflais a comer y yo me inflo a caminar! ¡Qué bonito!. Y ahora viene el colmo de la hospitalidad, porque ¿sabeis lo que me contestaron?. Nos dijeron que cruzáramos y que entrásemos a comer. Yo me quedé un poco cortado, porque mi intención era la de hacer una coña, no la de autoinvitarme a comer. Nos miramos mi hermano y yo con cara de sorpresa, pero esa cara de sorpresa se tornó en sonrisa cómplice y cruzamos a comer. Era el local de una peña que se llamaba "el derroche", aunque contaban con la compañía de unos cuantos miembros de la peña "la miseria". Tenían dos grandes paelleras con bastante comida que les había sobrado, una de arroz con langostinos y guisantes, y otra con cordero y caracoles. Nos quitamos la mochilas y antes de sentarnos, ya nos habían puesto la mesa. Nos atendieron como a sus propios hijos, nos ofrecieron de todo, bebida, dulces, puros, etc. Nada más sentarnos, aparecen los dos alemanes de unos 25 años que habían hecho noche en Izco, e igualmente fueron invitados a comer. Al principio estaban muy cortados, pero mi hermano se enrolló con ellos en inglés para que no se sintieran desplazados. La comida era un cachondeo, con petardos, jotas, chistes, bromas, juergas varias y diversas. Todo eran atenciones... ¿os calentamos la comida? ¿quereis cerveza? ¿mejor refresco?.
Estas cosas sólo pasan en el camino. Unas personas que no te conocen de nada, sólo por ver que eres peregrino, te invitan a comer y te tratan de una forma excepcional. En el comedor se encontraba el señor alcalde de Enériz, todo un lujo (y uno de los más cachondos del grupo). El motivo de estas comidas era la celebración del Día de la Cruz, ya que terminaban las fiestas de Santa María Magdalena, patrona de Enériz.

Después de esta fantástica comida, nos despedimos de todo el grupo muy agradecidos, ya que nos faltaban palabras para expresar lo a gusto y lo bien que nos habíamos encontrado con ellos.

Continuamos nuestro camino por una pista de tierra que discurría a la izquierda de la carretera que llevaba a Puente la Reina, y paralela a ésta. Poco a poco, nos aproximamos a una de las construcciones más espectaculares de todo el Camino Aragonés: la Ermita de Nuestra Señora de Eunate. Si quieres información sobre esta bella ermita, visita la página www.ctv.es/USERS/sagastibelza/navarra/eunate/eunate.htm para que puedas disfrutar de ella. Sencillamente fabulosa. A su lado se encuentra la casa del ermitaño y una fuente de agua fresca.

Una vez remojados seguimos por nuestro camino de tierra, y al momento cruzamos la carretera que iba por nuestra derecha para dejarla a nuestra izquierda. Rodeados de cepas y vides por todos los lados nos aproximamos a una estrecha carretera de asfalto que en una empinada cuesta arriba nos lleva hasta la entrada a Obanos. Es en esta población donde realmente se juntan el Camino Aragonés y el Camino Francés. Como dice nuestra guía, los caminos se hacen uno.
Atravesamos Obanos, vemos que las calles están con algo de gente que disfrutan de la tranquilidad de la tarde del domingo, niños jugando, ancianos paseando, jóvenes en las terrazas, etc.

Salimos de Obanos e iniciamos el descenso hacia Puente la Reina. Nuevamente cruzamos la carretera, y esta vez sería la última. La pista de tierra se transforma en una senda que discurre entre las huertas que hay en la misma entrada de Puente la Reina, y al poco tiempo llegamos a un hotel que hay nada más entrar a esta población. Eran las 19:15.

En cuanto a caminar, nuestra aventura había llegado a su fin, aunque quedaba el regreso a casa. Por teléfono ya nos habíamos informado de que los domingos no había autobuses para ir a Pamplona, pero desde Tiebas me puse en contacto con el único taxista que hay en Puente la Reina para advertirle que llegaríamos sobre las 19:30 de la tarde para que nos llevara hasta Pamplona, ya que el último autobús para Zaragoza salía a las 20:30. El taxista nos dijo que no había problema, que le llamáramos cuando llegáramos. Y así lo hicimos. En menos de cinco minutos vino a recogernos al parking del hotel y en un momento nos llevó a la estación de autobuses de Pamplona. Sacamos los billetes y nos dimos el último homenaje gastronómico en el bar de la estación de autobuses.
A las 20:30 partió nuestro autobús con destino a Zaragoza, y al saber que llegaríamos a las 22:30, llamé a mi novia por el teléfono móvil para que fuera a recogernos a la estación de autobuses de Zaragoza. Llegamos a esa hora, y allí estaba ella. Le había dicho por teléfono que se llevara la cámara para hacernos una fotografía nada más bajar del autobús, con la mochila, el bordón, la gorra y el cansancio. Acercamos a mi hermano a su casa y después nos fuimos a la nuestra. Comienza a llover, pero ya no importa...

Hasta aquí, la historia de nuestra pequeña aventura por el Camino Aragonés. Es el primero que hago de todos los Caminos de Santiago, y si todo me sale bien, el año que viene ya sabeis todos que con mi novia haré otros dos, el Camino Francés y el Camino de Finisterre, con boda incluida vestidos de peregrino al final.

Nunca había pasado por una experiencia de este tipo, y os aseguro que no hay palabras para describirla. Los que ya hayais hecho alguno de los caminos, seguro que me comprendeis. Los que no hayais hecho ninguno todavía, pensareis que estoy exagerando, y os entiendo: era lo mismo que pensaba yo hasta hace poco. Para terminar, quisiera agradecer al Meteosat el buen tiempo que nos acompañó durante todo el camino.