Sonó una música de canto gregoriana y encendieron las luces.
Miré el reloj: eran las 6 de la mañana. Salté de la cama y contemplé, atónito, que la gente se movía en silencio, como hormigas después de la tormenta.
Me fui al baño, me vestí, organicé la mochila y, sin pensármelo mucho, me lancé a la calle: ¡madre mía! (en realidad la expresión fue: ¡jodeeeeer!): la noche era cerrada, había niebla y llovía. Volví al albergue y saqué el chubasquero.
¿Se podrá salir así o tendré que esperar? - me pregunté perplejo.
Todo el mundo salía, así que me dije:
"César aprieta el culo y para adelante."
Salí en medio de la noche y busqué las famosas flechas amarillas. No veía nada: inevitablemente me perdí en medio del bosque.
"¿Era esto por lo que había estado ilusionado tanto tiempo?"- me pregunté desconcertado.
S.A.: (Situación de Aprendizaje): Muchas veces en la vida te encontrarás perdido, a oscuras y encima lloviendo (y si llevas gafas que se te empañen aún será peor). Te darán ganas de tirar la toalla; llegarás a pensar que no podrás salir de esa situación. Hay que seguir adelante, siempre.
Entre los árboles vislumbré una figura humana: con alegría contenida me fui hacia ella. Seguramente me podría ayudar.
Era un chico joven que parecía muy preparado; llevaba una guía en la mano, así que pensé que sabría indicarme. Le expliqué lo que me pasaba y su respuesta fue una cara de incredulidad. ¡No me entendía! Soltó algo que yo, evidentemente tampoco entendí. Era extranjero. Intente explicarle mi situación por medio del plano, pero nada. Seguramente también estaba perdido.
S.A.(abreviatura que utilizaré para indicar que estamos ante una Situación de Aprendizaje, je, je): En las situaciones difíciles de la vida no siempre encuentras a la persona adecuada que te pueda ayudar. Es necesario que te entiendan. O, como decía mi abuela: ¡Qué bueno es saber idiomas! Así que a estudiar.
De nuevo solo y un tanto desesperado (seguía lloviendo, aunque ya empezaba a clarear), intenté tranquilizarme y pensar un poco. Analicé la situación y busqué soluciones. Escuché el ruido de un coche y, ese ruido, me dio la idea: ir a la carretera y seguirla hasta el pueblo más cercano; según mi plano allí volvería a encontrar las flechas. Así lo hice y, efectivamente, encontré las flechas amarillas.
S.A.: En muchas ocasiones la solución está en uno mismo y es cuestión de analizar, pensar y actuar con sentido común.
Cuando de nuevo encontré las flechas en Burguete sentí una gran alegría. ¡Qué sensación tan reconfortante! Tenía que haberme perdido para experimentar la alegría que se siente al encontrar, de nuevo, el camino correcto.
S.A.: a lo largo del camino descubrí la importancia de los contrarios: perderte para encontrarte; cansarse para descansar; tener hambre para sentir la bendición de la comida...Sin una no tiene sentido la otra. Todo lo que nos ocurre es por alguna razón.
Eufórico comencé de nuevo a caminar.
Después de varios kilómetros de subidas y bajadas me empecé a sentir mal: la cabeza se me iba, los pies me dolían, estaba desfallecido.
Tras subir una pendiente muy pronunciada me topé con una tumba. Según leí, allí había muerto, de infarto, un peregrino japonés. Miré la tumba y me dieron ganas de dejarme caer sobre ella. Tan mal estaba que pensé que también yo iba a morir allí mismo. Me quede contemplando los recuerdos y las flores y conchas que los peregrinos dejaban sobre aquel montón de tierra. Por un momento me ilusionó pensar que también a mi me dejarían conchas al pasar y me dedicarían mensajes entrañables. ¿Pero quien me iba a dejar nada si no había conocido a nadie? Seria el primer caso de peregrino solitario. Ante tan desoladora perspectiva decidí no morirme aún y seguir caminando.
Caminé desanimado mientras pensaba que mi aventura en el Camino se había terminado. "En cuanto encuentre un pueblo me marcho" pensé. Cuando peor estaba física y psíquicamente, desfallecido, sin encontrarme con nadie (se ve que todos me habían pasado mientras estuve perdido), a punto de desistir, por detrás de mí apareció una peregrina.
Yo, ofuscado, pensé que me pasaría y no me diría nada. Pero no fue así: se puso a mí lado, me saludó con una sonrisa y me preguntó que qué tal estaba; de pronto me liberé: comencé a hablar, la dije que estaba muy mal, y lo que me había pasado. Me escuchó, nos reímos juntos.
-¿Pero has comido algo?-me preguntó.
Ante mi negativa, sacó un plátano y frutos secos de su mochila y me los tendió. Me costó aceptarlos (aún no entendía el espíritu del Camino) pero ella insistió y los cogí. Seguimos caminando a buen ritmo, me sentía bien en su compañía. Poco a poco, como una pila descargada puesta en el cargador, fui sintiendo que me llenaba de energía. Incluso me empecé a sentir eufórico. Comencé a hablar y a contar cosas de mi vida. Ella me escuchaba con una sonrisa en los labios.
Llegamos a Zubiri y me dijo que en ese pueblo tenía albergue para quedarme y tiendas para comprar comida. Me hubiera gustado que se quedara conmigo un poco más. Pero ella lo tenía claro: me dio un abrazo (mi primer abrazo en el Camino) y siguió adelante. Al poco rato la vi desaparecer entre los árboles.
Después, al pensar en aquella peregrina, he tenido la certeza de que era un Ángel que el Camino me envió para que no me marchara. Porque apareció de repente, me ayudó cuando lo más lo necesitaba, me cambió, me dio fuerzas, hizo que me abriera y me sintiera bien, me cargó de energía positiva y desapareció sin que la volviera a ver. Y cambió mi vida.
S.A: muchas veces en nuestras vidas aparecen personas que nos ayudan en situaciones desesperadas. Son nuestros ángeles. Nos ayudan un trecho, nos hacen madurar como personas y después, cumplida su misión, desaparecen de nuestras vidas. Cuando está preparado el alumno, aparece el maestro.
Como, a pesar de todo, (se ve que los ángeles solo te dan un empujoncito), estaba muy cansado, me fui hacia un banco y sobre él me desplomé. Pero lo hice con humor. Tres peregrinos que allí estaban me miraron con asombro ante mí exagerada llegada. Les comenté lo que me había pasado y nos reímos un rato; ellos me comentaron que seguían hasta el otro pueblo.
Al lado mismo había una tienda de comestibles, así que me preparé un buen bocadillo y me lo comí con ganas: ¡joder, que bueno me supo! Ya repuesto me dirigí hacia el albergue con la intención de quedarme. Pero al llegar me encontré con un cartel que decía:
"Instálate tu mismo: a las siete pasamos a sellar y a cobrar".
No había nadie. Me entró cierta desolación y deseos de contacto humano. Así que me dije a mi mismo:
"Cesar es el momento de seguir caminando".
Volví a echarme la mochila al hombro, apreté el culo, e inicié lo que sería un duro tramo hasta el pueblo de Larrasoaña.
Para mi sorpresa comencé a sentirme muy bien caminando en medio de la naturaleza.
S.A.: El ejercicio físico, sobre todo si es al aire libre y en la naturaleza, produce una serie de sustancias en el cerebro que te dan euforia y una gran satisfacción. Es un buen sustituto natural de pastillas y demás tratamientos psiquiátricos. Es una gozada: vas cansado y vas feliz.
Eufórico pasé, como una exhalación y por la derecha como mandan las normas de circulación, a dos peregrinas que contemplaban un bichito en el camino. Aunque en ese momento yo no lo sabia, serían unas de mis mejores amigas del Camino. Luego me confesaron que querían enseñarme el bichito pero que, como pasé tan rápido, apenas me pudieron decir:
-Buen caminoooooo...que no tienes que llegar hoy mismo a Santiagooooooo".
En ese momento mi objetivo era solo la meta. Aún no había aprendido que la meta es el camino.
S.A: Si te obsesionas por llegar a una meta, puedes perderte las maravillas que te ofrece el Camino en forma de bichitos o de mujeres. El Camino es más importante que la meta.
Y llegué: mis primeros veintisiete kilómetros estaban hechos. La llegada al albergue fue muy alegre. Aún no estaba abierto y muchos peregrinos estaban por allí sentados en tranquila y animada charla. Me acerqué a ellos y les salude alegremente. Luego me quité la mochila y, ante esa agradable sensación de levitar al sentirte sin peso, comencé a gritar:
-¡Sujetadme que me estoy elevando!
Algunos me siguieron la broma y me sujetaron los pies. Todos nos reímos un rato y la charla siguió contando las anécdotas de aquella primera etapa y riéndonos mucho. Me sentí fenomenal, lleno de una alegría compartida.
S.A. Todos los mortales podemos sentir esa agradable sensación de levitar que experimentó Santa Teresa: el truco consiste en caminar con una pesada mochila a los hombros durante veintisiete kilómetros y luego quitártela de golpe; os aseguro que la sensación es mística y maravillosa.(He incluso hasta te pueden canonizar).
El grupo se hizo una piña cuando, tras las risas, todos compartimos lo que teníamos. Improvisamos una suculenta comida. Y nadie actúa por compromiso. Compartimos sinceramente lo que tenemos.
S.A.: Compartir con los demás es mucho más gratificante que quedártelo todo en soledad.
Por fin llego la hospitalera y entre risas y bromas nos fueron dando las literas: veinticuatro peregrinos en una misma habitación en la que no hay ninguna norma: todos compartimos ese espacio sin distinción de sexo, nacionalidad, edad, religión o cualquier otra característica.
Después los primeros grandes placeres del Camino: quitarte las botas y masajear los pies (por fin he aprendido a quererlos y mimarlos), una ducha (bueno LA DUCHA en realidad porque fue la mejor ducha de mi vida), lavar la ropa y tumbarte un rato estirando todos los músculos y ronroneando como un gato.
S.A.: Los pequeños placeres de la vida son los mejores y la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas.
Un grupo (siempre se come en compañía en el Camino) nos fuimos al único bar del pueblo e hicimos una larga y reposada comida con sobremesa, en la que abundaron las risas y algunas confidencias: empezábamos a conocernos mejor.
Después me fui con Lourdes a dar un paseo por el pueblo. Un paseo tranquilo porque el pueblo era pequeño y no había mucho que ver, pero el paisaje era espectacular.
Comenzó a llover. Sin inmutarnos nos sentamos tranquilos en un portal y nos pusimos a contemplar la lluvia: sentir su frescor y ese olor tan característico y evocador nos trasportó a nuestra niñez. Hablamos de la vida en nuestros respectivos pueblos cuando éramos niños, como si nos conociéramos de toda la vida.
La lluvia tiene un efecto sedante y relajante.
S.A.: Recuperar la tranquilidad, la contemplación de la naturaleza, el caer reposado de la lluvia y hablar de nuestra infancia, es una de las mejores técnicas de relajación.
Regresamos al Albergue y Lourdes y Edurne (dos peregrinas vascas) me dijeron que iban a hacer una cena y que si me apuntaba; me apunté. Nos metimos en la cocina y preparamos unos espaguetis con atún que nos comimos al aire libre con una botellita de vino. Otro peregrino (Luís) también se unió a la fiesta y, tras las presentaciones pertinentes, comenzamos a hablar del Camino: ellas me recordaron como las había pasado por la mañana como "una exhalación" sin darlas tiempo a enseñarme el animalito que estaba viendo. Les cuento mi primera etapa y nos reímos un rato. Hablamos de los ángeles y de las "casualidades" de la vida.
Una de esas cenas que te animan el espíritu. Terminamos muy contentos.
La intensa jornada tocaba a su fin. Había que irse a la cama para comenzar, al día siguiente prontito, una nueva etapa.
Ultimas confidencias, abrazos de despedida y nuestros mejores deseos de unos felices sueños.
Antes de dormirme como un tronco, hago un repaso del día y me doy cuenta de todo lo que me ha pasado: realmente un día pleno y completo. Me siento bien.
Mi último pensamiento (y es que el Camino crea adicción) es que el próximo verano volveré de nuevo.
Organicé la mochila, me di un lavado rápido, me tomé un frugal desayuno, y me eché al Camino, a terminar mi segunda etapa.
Tras comprobar que todos mis compañeros del día anterior ya habían salido, comencé a caminar solo. Es normal que cada uno inicie su camino sin quedar con los demás: cada uno hace su camino y nadie se enfada por ello. La libertad es total. Aunque eso no evita sentir una leve sensación de melancolía al pensar que, quizás, no les vuelvas a ver.
S.A.: Es importante que cada uno viva su vida y que no intente vivir la de los demás haciendo chantajes emocionales o creándose dependencias. Cada uno vive su vida y lo único que se puede hacer es compartirla.
Caminar solo es otro de los grandes placeres que te depara el Camino: la sensación de libertad es total y sientes muy dentro el paisaje, los ruidos del bosque, el murmullo del rió... Ver amanecer es uno de los mayores placeres que uno puede sentir. Es normal ir sonriendo y ponerse a cantar. Eso hice yo en aquel momento.
Muy pronto comenzó lo que yo llamo "efecto goma": consiste en una serie de encuentros y desencuentros, de apariciones y desapariciones de las personas que te vas encontrando en distintas partes del Camino. Al primero que me encontré fue a Pedro: lo conocía de vista del día anterior. Lo saludé amablemente y enseguida comenzamos a caminar juntos. La charla fue amena: me fue contando sus labores agrícolas (era un vinicultor de la Rioja Alavesa) y de su interés por el Camino. Tras caminar un trecho me topé con mis amigas Lourdes y Edurne que, como no, estaban viendo unas florecillas del campo: en esta ocasión no las pasé como una exhalación: Me paré a hacerlas unas bromas y comenzamos a caminar juntos. La conversación fue en tono humorístico y de recuerdos del día anterior.
Y así llegamos a Pamplona. Allí apareció Luís (con el que había cenado la noche anterior) que me pregunto que si yo conocía la ciudad; le dije que si y me ofrecí a enseñársela. Me despedí de mis otros compañeros y me fui con él a ver la parte vieja de Pamplona. Por allí me volví a encontrar con Pedro que se había adelantado antes y con la chica con la que había contemplado la lluvia el día anterior. (Si, ya se que parece el camarote de los hermanos Marx, pero es que así es el "efecto goma" en el Camino). Los cuatro juntos comenzamos el último tramo de la etapa: desde Pamplona a Cizur Menor. Este tramo fue memorable para mi: ¡estuvimos hablando de mi tema favorito: el amor!
S.A.: Si alguna vez tienes un problema grave que te agobia, actúa: sal, haz cosas habla con la gente y, si puedes, vete a hacer el Camino de Santiago.
Cesar: Yo les conté el flechazo con mi mujer cuando la conocí, la pasión primera, los años de matrimonio y esos momentos difíciles en que pueden aparecer otras personas y es necesario superarlo por medio del cariño, el respeto y el dialogo.
Fue una conversación muy divertida, clarificadora y apasionada. Tanto que, al llegar a Cizur Menor donde yo me iba a quedar, ellos decidieron seguir un poco más y yo (algo inaudito en el Camino) les acompañé un trecho para no perderme la conversación. Después de un rato los tuve que despedir: primer amor, primer dolor. Abrazos y deseos de buen Camino. Me costó mucho verlos marchar mientras yo regresaba. Fueron unos momentos de melancolía. A estos tres compañeros ya no me los volví a encontrar en el resto del Camino.
Pero todo va muy deprisa; así que pronto llegué al albergue de Cizur y allí estaban Lourdes, Edurne e Isabel; El albergue era una pasada de bonito con un jardín impresionante con estanque con peces y tortugas. Y encima estábamos solos. Todo el albergue para nosotros. Nos atendió la hospitalera, Maribel Roncal, que es toda una institución en el Camino y una persona muy especial. Así que (después de la rutina que ya sabéis: pies, cremas, duchas, lavados de ropa...) muy pronto me encontré en la Gloria.
Me puse a leer el libro en el que los peregrinos escriben sus cosas y el último mensaje decía así:
Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
Mi táctica es
hablarte
y escucharte
y construir con palabras
un puente indestructible
Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no se como, ni se
con qué pretexto
pero quedarme en vos
Mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos
Mi estrategia es
en cambio más profunda y más simple
mi estrategia es que un día cualquiera no se como, ni se
con qué pretexto
por fin me necesites.
¿Casualidad? Puede ser, pero al leerlo me acordé de nuestra conversación sobre EL AMOR. Estos versos eran toda una lección de seducción.
Copié el poema en mi cuaderno.
S.A.: El amor es algo que nunca lograremos entender y, quizás por eso, nos guste tanto a todos. Amar es una de las grandes cosas de este mundo.
Después del amor vino la calma: preparamos entre los cuatro una comida, pusimos una mesa en el jardín debajo de un árbol e iniciamos una tranquila y confidente comida. Algo así como "El Jardín de las Delicias".
A la tertulia y el café se unió la Hospitalera, Maribel.. La charla versó sobre anécdotas de los peregrinos: el aristócrata inglés que hacía el Camino acompañado de su mayordomo negro; los señoriítos andaluces con sus criados... También nos contó historias de amor en el Camino: parejas que se habían enamorado; otras que empezaron enamoradas y acabaron separándose... Maribel tenía una teoría según la cual las personas que tenían problemas físicos era porque arrastraban algún problema personal, llevaban encima pesadas losas que era necesario que soltaran. Nos contó varios casos de cómo, tras hablar con ella y soltar lo que llevaban dentro, muchos peregrinos se habían curado. Maribel contaba las anécdotas con mucha gracia y el tiempo se pasó volando.
Isabel, una peregrina, nos dijo que ella ya no creía en el amor, que no entendía a los hombres, que había llegado a la conclusión de que estaba mejor sola. Se notaba que había sufrido una gran decepción.
Edurne dijo que ella no podía vivir sin amor; nos contó que hace dos años su matrimonio no funcionaba y que decidió hacer El Camino para aclararse: cuando llegó a Santiago lo tenía meridianamente claro. Se había separado de él; Ahora tenía un novio con el que estaba muy emocionada.
S.A.: Cuando no tengas claro situaciones importantes en tu vida, aléjate del problema, busca en tu interior y camina solo hasta que veas clara la solución.
Mientras hablábamos apareció otro de esos personajes del Camino: John, el inglés. Es un señor mayor que vivía en una caravana y, según nos contó, tenía como misión ayudar a los peregrinos: les daba café y comida, les llevaba al hospital si estaban mal...En aquel momento le admiré y me emocionó su forma de hablar.
Al atardecer comenzaron a llegar los peregrinos; entre ellos unos señoritos andaluces con sus caballos: todo un espectáculo.
Tras la sobremesa una visita obligada al pueblo. Había que ver su famosa iglesia románica. En el recorrido nos encontramos con otros tres peregrinos que conocíamos de vista (Lourdes, Mayte y Javi) y les invitamos a cenar con nosotros.
Preparamos la cena y, de nuevo en el jardín y con una temperatura muy agradable, cenamos todos juntos. Volvimos a contar anécdotas, nos hicimos confidencias y nos reímos mucho.
S.A.: En el Camino se ríe mucho: será porque estamos relajados, sin crispación, por la euforia misma de la situación...Reírse es una de las mejores terapias que existen. Así que siempre que puedas ríete.
En aquellos momentos, al terminar el día y antes de irme a dormir, pensé lo sorprendente y maravilloso que es sentirte tan a gusto entre personas que acabas de conocer.
S. A.: Déjate sorprender por las personas, muéstrate como eres y se abierto con las opiniones de los demás. Escucha, habla y comunícate.
En esos momentos comencé a formar parte de las futuras leyendas en el Camino:
Yo también fui tentado por el diablo (no todo iban a ser ángeles) que, en forma de señor respetable con cochazo, se ofreció a llevarme la pesada mochila al albergue de Puente La Reina si renegaba de mis principios y sucumbía a la comodidad. Pero me resistí a la tentación y, en compensación, Santiago hizo que sintiera la gran satisfacción de sentirme muy orgulloso de mí mismo.
S.A.: Merece la pena lograr con el esfuerzo personal las metas que te propongas. Si quieres, puedes.
Decidí desviarme en Muruzabal para visitar la iglesia de Santa Maria de Eunate.
La Iglesia de Santa María de Eunate, situada a las afueras de Muruzabal -NAVARRA-, es una de las más sorprendentes que encontraremos en el Camino de Santiago. De estilo románico, fue construida en el siglo XII. La arquería poligonal que la rodea es el origen de su nombre, ya que Eunate significa cien puertas en euskera.
Llegué a la impresionante iglesia Templaria y me quedé extasiado, contemplándola. Estaba en medio de una llanura, sola, impresionante en su sencillez. La recorrí, la admiré, encontré el famoso capitel, símbolo del ser humano, que, si lo miras de un lado es un ángel y si lo miras por el otro es un demonio y, acabé sentándome en silencio en uno de sus solitarios bancos, dejándome atrapar por la energía de aquel lugar.
Permanecí unos minutos con los ojos cerrados, sintiendo que me elevaba unos centímetros del suelo, tal era la fuerza de aquel lugar.
El ruido de un autobús que paraba fuera, me sacó de aquel trance en el que había entrado. Abrí los ojos contrariado y con cierto fastidio ante aquella intromisión.
Por la puerta comenzaron a entrar un grupo de personas que, para sorpresa mía, no eran turistas. El destino me tenía reservado uno de esos momentos únicos que en ocasiones, y sin avisar, te regala la vida: eran (luego lo supe) un conjunto instrumental y vocal alemán que estaba haciendo una gira por España.
Fueron entrando en la iglesia, se pusieron alrededor, sacaron sus instrumentos y comenzaron a tocar. Un concierto en aquel lugar y para mi solo. Sentí una gran emoción. No podía dar crédito a lo que me estaba pasando. Nunca podría olvidar aquel momento tan especial. Cuando terminaron de tocar, me invitaron a que me uniéra a ellos para cantar, juntos, una canción dedicada a la Virgen. Volví a sentir claramente como me elevaba, de nuevo, unos centímetros del suelo en una sensación de ingravidez única y emocionante. Vamos, que floté.
S.A.: Cuando menos te lo esperes, te puede ocurrir algo maravilloso. Camina con los ojos bien abiertos y disfruta de lo que aparezca en tu Camino.
Tras aquel momento mágico, volví al Camino para dirigirme a Puente la Reina.
Aunque ya no lo repita, la llegada al albergue tras la caminata, es uno de esos momentos en los que el placer del deber cumplido se une a esos pequeños detalles (quitarse las botas, masajear los pies, quitarse la ropa sudada, ducharse, lavar la ropa, relajarse...) que hacen que te sientas muy fresco y muy bien.
Este albergue tenía un gran patio de hierba en el que daba gusto estar.
Para no ponerme pesado con la narración pormenorizada, escribiré algunos de los "momentos camino" que tengo escritos en mi cuaderno de viaje esa tarde:
S. A.: A veces en la rutina de la vida, no apreciamos esa sensación de vivir plenamente, disfrutando de todos nuestros sentidos: el tacto: redescubrir el placer de tocarnos y el contacto con los demás; la vista :todas esas maravillas (ese amanecer, el puente románico impresionante, esa iglesia de Eunate...) que contemplamos sin percatarnos a veces de su belleza por las prisas; el oído: escuchar a los demás, lo que nos cuentan, los sonidos de la naturaleza, el murmullo del río; el gusto: saborear esas comidas que normalmente ni valoramos; el olfato: olores humanos, familiares, olores del campo.
La vida está llena de sensaciones, no las dejemos escapar por las prisas y la rutina. Y, sobre todo, la vida está llena de personas maravillosas que no podemos dejar que pasen a nuestro lado sin apreciarlas.
Tras pasar el puente medieval sobre el Arga se entra en el barrio de las Monjas con larga tradición hospitalaria en Puente la Reina. La ruta jacobea a continuación transcurre por el fondo del valle aprovechando caminos de tierra. Antes de llegar a Mañeru -templo gótico de San Pedro- se señalan las ruinas del hospital de Bargota. Cirauqui -nido de víboras en euskera- se emerge sobre una colina rocosa con numerosos vestigios medievales.
Antes de descender al valle de Yerri se pueden ver las ruinas también medievales de Urbe. En Lorca se puede visitar la iglesia románica de San Salvador y a Villatuerta se accede por un puente románico de dos ojos sobre el río Iranzu. Hace mil años el Camino de Santiago no pasaba por Estella, (la capital del Ega no existía, aunque sí había una población de vascones en la antigua aldea de Lizarra), se iba directamente desde Villatuerta al Monasterio de Irache. Estella es una ciudad nacida para el Camino, en ella convivieron durante siglos navarros, francos y judíos.
Aquella mañana, sin ponernos de acuerdo, coincidimos los amigos de la cena para caminar juntos: las dos Lourdes, Maite, Edurne, Javi y yo. Iniciamos la etapa con buen ritmo mientras el día amanecía. Ya empecé a notar que aquella jornada no iba cómodo: mi caminar era forzado, el trazado del nuevo camino era realmente duro, hacía calor, mi ritmo no era el adecuado.
Aun así la compañía compensaba todos esos pequeños inconvenientes: era toda una gozada caminar entre amigos tan divertidos y animosos. Nada más salir de Puente la Reina, Maite comenzó a tararear la canción de Serrat de un poema de Machado. Recuerdo como un momento muy especial cuando todos juntos nos pusimos a cantar:
Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar,
Pasar haciendo caminos, caminos sobre el mar.
Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria
De los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles,
Ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintársele sol y grana, volar
Bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse...
Nunca perseguí la gloria...
Caminante son tus huellas el camino y nada más;
Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace camino y al volver la vista atrás
Se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino sino estelas en la mar...
Hace algún tiempo en ese lugar donde hoy los bosques se visten de espinos
Se oyó la voz de un poeta gritar
"Caminante no hay camino, se hace camino al andar..."
Golpe a golpe, verso a verso...
Murió el poeta lejos del hogar.Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino, se hace camino al andar..."
Golpe a golpe, verso a verso...
Cuando el jilguero no puede cantar cuando el poeta es un peregrino,
Cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino, se hace camino al andar..."
Golpe a golpe, verso a verso...
Después, a lo largo de toda la etapa, fuimos cantando (sobre todo ellos, que eran vascos, y lo hacían muy bien y hasta con voces); yo escuchaba extasiado y dejaba que mis pies siguieran el ritmo. Muchas de las canciones eran en vasco y realmente preciosas. Lourdes, unos días después, me dijo de que trataba una de ellas: era una historia de amor, algo así como alguien que había conocido a otra persona que era libre como un pajarillo y que, al enamorarse de ella, quiso tenerla solo para él y meterla en una jaula; se dio cuenta que así, sin libertad, ya no era ella. Así que decidió quererla en libertad. (Bueno os prometo poner la traducción correcta cuando me la manden).
S.A.: La música y el canto dan una alegría y emoción especial. Cantar da euforia y es una de las terapias más completas y baratas. Canta.
En esta etapa tuvimos también nuestro "momento tormenta": fue impresionante sentir la fuerza de la naturaleza en medio del campo: rayos y truenos muy cerca de mi y una buena tromba de agua que te deja deslavado del todo.
Yo seguía con mi bajón físico y me costó llegar a Estella.
El albergue era muy grande y estaba masificado: los hospitaleros se habían convertido en funcionarios del Camino y se había perdido el trato humano. Aun así yo estaba más preocupado por las ampollas de mis pies, el dolor de garganta, el bajón físico y el cansancio acumulado. Me estaba empezando a poner enfermo.
Lourdes, Javi y Maite se fueron a pasar la tarde con unos amigos; nos quedamos Lourdes, Edurne y yo, aunque ninguno teníamos muchas ganas de fiestas. Aun así, seguí las pautas de rigor, comí algo y me eché una buena siesta. Saqué fuerzas de flaqueza para visitar el pueblo, cenar con mis amigas, sentarme a la fresca a charlar con otros peregrinos y con un hospitalero que estaba un poco "quemado" por la actitud de algunos peregrinos que parecían turistas, asistir a una discusión entre un peregrino y el hospitalero, sentirme bastante mal y marcharme a la cama pensando que no podría seguir al día siguiente.
Justo antes de dormirme, tuve un último pensamiento positivo y "decidí" que iba a estar bien. Seguiría mi Camino.
En aquellos momentos aún no sabía que había llegado a un punto de inflexión, que iba a dar un cambio radical y que comenzaría un nuevo Camino.
Al día siguiente, después de dormir como un tronco, me desperté muy pronto (a las cinco) y con una lucidez poco normal. Lo primero que constaté es que ya no me dolía la garganta y me habían desaparecido todos los síntomas de enfermedad.
S.A.: Cuando no podemos ni queremos ponernos enfermos, no nos ponemos. Nuestra mente es capaz de sanarnos.
Después, con una claridad meridiana, decidí que tenía que cambiar mi Camino: tenía que aprovechar que mis compañeros terminaban hoy su recorrido (en Los Arcos, próxima parada, les venían a recoger y se iban para casa) para dar un nuevo impulso a un camino que amenazaba con encasquillarse en situaciones conocidas. Así que iba a hacer una doble etapa, pasar Los Arcos y continuar hasta Viana, cuarenta y dos kilómetros. ¿Una locura? ¿Hacer esa etapa después de mi peor día? Algo me impulsaba a hacerlo.
Lo sentí con tanta fuerza que me levanté decidido. No quería alargar la despedida.
Así que me vestí, preparé la mochila, y los busqué. Al verlos me fui hacia ellos y les dije que había decidido hacer la etapa más larga y que para poder hacerla era necesario que saliera muy pronto; así que me marchaba ya. Se quedaron sorprendidos.
Nos abrazamos y sentí su cariño y una gran emoción. Intentando disimular la humedad en mis ojos, tiré para adelante sin volver la vista atrás. Atrás quedaban Lourdes, Edurne, Javi, Maite, Isabel, Pedro y Juan. Habían sido mis primeros amigos del Camino, me habían ayudado, hecho reír, me habían acompañado y me sentía muy a gusto con ellos.
S.A.: En ocasiones es necesario dejar las situaciones cómodas y buscar nuevos rutas.
Fue como comenzar de nuevo: era noche oscura, caminaba solo, me equivoqué en un cruce y me perdí. Pero ya nada era igual. Había aprendido mucho en esos días y me llevaba un montón de experiencias y un buen ramillete de amigos.
Supongo que el tener que agudizar mis sentidos para no perderme hizo que no me pusiera demasiado triste y melancólico.
Al poco rato apareció un nuevo Ángel: en este caso se trataba de un chico que caminaba solo y que tenía una linterna con la que iluminaba las flechas amarillas. Me acerqué, le comenté que no tenía linterna y me dijo que fuera con él. Se llamaba Salvador. Al decirme su nombre sonreí de nuevo: ¿Salvador?. ¿Otra casualidad?. Pero puedes llamarme Salva, me dijo. Era de Gerona, estudiaba Arte Dramático y era una bellísima persona. Todo un Ángel.
S.A.: No temas arriesgarte en nuevas situaciones o nuevas relaciones; si no lo haces nunca sabrás lo que te estás perdiendo.
Pronto nos sentimos muy cómodos los dos. Hablamos mucho y nos hicimos amigos. Compartimos la comida, compartimos el agua, compartimos el camino y compartimos dos "milagros":
Primer "milagro": detrás de nosotros, como a unos diez metros, caminaba una criatura celestial : era una chica joven y sonriente.
El caso es que seguíamos caminando y ella siempre detrás. Hicimos una parada en la fuente de un pueblo (Irache creo) y ella se detuvo también. La miramos, nos miró y nos dedicó una amplia sonrisa, pero no dijo nada. Seguimos caminando y ella detrás. Comentamos sorprendidos la situación. Volvimos a detenernos y ella también lo hizo. Comenzamos a caminar de nuevo y ella detrás. Ante aquella situación decidimos decirla algo; así que nos paramos, la esperamos (la costó ponerse a nuestra altura) e intentamos hablar con ella. Era extranjera. Salva chapurreaba un poco de inglés y ella también. Así iniciamos una especie de teatro del absurdo en el que, entre risas e inglés macarrónico nos pudimos enterar de que era de Hungría (la ciudad ahora no me acuerdo), que era la tercera vez que hacía el Camino, que la encantaba España, que tenía 26 años (aparentaba 20) y...a la pregunta del millón: ¿por qué nos seguía sin pasarnos? Contestó que la gustaba nuestro "ritmo". Nunca me habían dicho nada tan bonito.
Y así iniciamos un tramo del Camino muy divertido: los tres intentando comunicarnos con ese inglés macarrónico. Salva haciendo de interprete, yo preguntando y haciendo bromas, y Katy siempre con su sonrisa siguiéndonos, como podía, las bromas.
Fue especialmente graciosa la presentación de los nombres: fuimos haciendo comparaciones con personajes ilustres: Katerina la Grande (hermosa zarina de todas las Rusias) alias Katy; Salvador Dali, alias Salva; y Cesar Augusto, alias Cesar.
El "milagro" fue que, a partir de entonces, Katy fue la sonrisa de mi camino; cada vez que la encontraba, me saludaba con un:"Hola Sesar" y me sonreía. En esos momentos mi cara se iluminaba y lograba que sintiera la alegría de vivir.
Segundo "milagro": caminábamos los tres tan felices y, de repente, apareció en el cielo una luz, con matices azulados y rojizos. Nos dejó muy sorprendidos. Comenzó a moverse formando un arco de luz hasta que desapareció. Salva insistía en que era un OVNI (estudia arte dramático), yo pensé que era toda una señal que me indicaba que la decisión que había tomado era la correcta (soy "raro") y Katy, ¿qué pensaría Katy?. Ni idea. Pero tras la sorpresa inicial, volvió de nuevo a sonreír e iluminó el cielo con ella.
Llegamos a Los Arcos. Ellos, como todo el mundo, se quedaban allí después de más de veinte kilómetros. Yo estaba decidido a seguir.
Recuerdo el gran abrazo que me dio Salva y la emoción que sentí al despedirme: en unos pocos kilómetros le había cogido mucho cariño. Pero, como es costumbre entre los ángeles, desapareció de mi vida y no le volví a ver más. Había cumplido su misión.
Katy también se despidió muy cariñosa. A ella la seguiría viendo. Con su sonrisa reflejada en mis ojos, continué mi Camino en solitario.
Comencé a caminar solo. Es uno de los pocos tramos que he realizado en autentica y absoluta soledad. Lo necesitaba.
El terreno era agreste, el paisaje muy abierto y claro. Era mediodía y hacía mucho calor. Estaba muy cansado. No tuve más remedio que encontrarme conmigo mismo.
Al principio me dio por cantar; Imitando a los trovadores medievales, comencé a inventar una serie de letras referentes al Camino de Santiago y a todo lo que me había sucedido. No llevara grabadora y no ha quedado registro de semejante crónica. La música también era mía.
Después me quedé en silencio.
Fue entonces cuando mi mente comenzó a funcionar sola. Sin hacer ningún esfuerzo comencé a ver situaciones de mi vida con absoluta claridad. Como eso que cuentan cuando te vas a morir y ves toda tu vida en unos pocos segundos. Una amiga me dijo cuando se lo conté, que había tenido un episodio de iluminación.
Empezaron a desfilar por mi cabeza distintas personas. Curiosamente no apareció ninguna relación negativa; Solo personas que me provocaban afectividad y cariño. A algunas no las había valorado en su justa medida.
La relación con mi hija adolescente, que en la vida diaria es toda una lucha, se me representó de forma diferente: sentí unas ganas inmensas de tenerla delante y abrazarla. Desde ese momento la relación con mi hija cambió (de hecho, ahora estoy mucho más relajado y afectivo con ella).
Esther, mi mujer, se me presentó como la mujer de mi vida. Sentí un gran amor hacia ella.
Otras personas, familiares y amigos, fueron tomando presencia en mi interior y experimenté una inmensa alegría al comprobar la suerte que tenía al poder contar con ellas.
Y de pronto (a mi me cuesta mucho llorar) me puse a llorar como hacía tiempo que no lloraba. Era un llanto de emoción, una catarsis personal que me sorprendió a mi mismo.
Después de un buen rato de llantina, me calmé, me limpié las lágrimas, di un suspiro profundo de satisfacción, esbocé una sonrisa y me sentí ligero, como si me hubiera librado de un gran peso.
Y así, cansado y feliz, entré en el pueblo de Torres del Río; Ya llevaba más de treinta kilómetros.
Allí leí este poema:
S.A.:
Hija mía, es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante un muro ciego.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida y sola,
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto,
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en tí, como ahora pienso.
Un hombre sólo, una mujer,
así tomados, de uno en uno,
son como polvo. No son nada.
Pero cuando yo te hablo a tí,
cuando escribo estas palabras,
pienso también en otros hombres.
Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en tí, como ahora pienso.
NUNCA TE ENTREGUES NI TE APARTES
JUNTO AL CAMINO, NUNCA DIGAS
NO PUEDO MAS Y AQUI ME QUEDO.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos tendrás amor.
Por lo demás no hay elección,
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname, no sé decirte
nada más, pero tú comprende
que aún estoy en el camino.
Y siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en tí, como ahora pienso.
Era ya más de mediodía y el calor empezaba a dejarse notar.
El pueblo estaba solitario y apenas había gente. Sin embargo la tentación estaba esperándome de nuevo: me encontré con el Albergue de Peregrinos y con el hospitalero sentado a la puerta que me llamaba:
- ¿Pero a donde vas con este calor?.
Me acerqué, solté la mochila (¡Jesús!, que alivio) y me derrumbé en una silla que allí tenía.
- Uffff. Voy hasta Viana- le dije.
- ¿Desde donde vienes?
- De Estella.
- No puedes seguir más. Hay sitio en el Albergue. Quédate aquí.
La verdad es que ganas me dieron. Quitarme las botas, duchame, descansar....
Lo que hice fue entrar al servicio, beber agua, comer chocolate y descansar un poco. Y charlar con el hospitalero.
Me vino bien aquella parada. Después me acordé de mi hermano Chema, que es deportista, y me dio unos sobres de sales minerales para cuando me sintiera desfallecido. Me preparé una botella con agua, puse los polvos y bebí un trago. No se si fueron las sales o mi fuerza de voluntad, el caso es que logré levantarme de aquella silla, cargarme de nuevo la mochila, despedirme del amable hospitalero, apretar el culo y seguir para adelante.
S.A.: Cuando quieres, puedes.
Desde Torres del Río hasta Viana quedaban aún 11 kilómetros. Continuas subidas y bajadas, piedras, barro, senderos... en resumen, un camino duro con tramos realmente complicados.
De pronto comencé a caminar a buen ritmo. Me sentía bien. Tan bien, que comencé a adelantar a Peregrinos.
Me topé con una pareja a los que observé divertido desde atrás: mi instinto de observador científico de las relaciones humanas me decía que aquello era el comienzo de una posible historia de amor. La chica se puso a la altura del chico (jóvenes los dos) y comenzaron a hablar. Se les veía cómodos y felices (se reían mucho). Cuando estuve ya muy cerca (no es cotilleo, es estudio científico) les escuché algunas frases. El le iba diciendo a ella la verdadera esencia del Camino y ella escuchaba arrebolada. Se me quedó una de las frases: "El verdadero Camino, empieza cuando termina". ¿Impresionante no? Los alcancé y comencé a hablar con ellos. Hablamos del Camino y el chico me preguntó por la etapa que estaba haciendo y el sentido que tenía. Se lo expliqué. Pero enseguida intuí que allí sobraba y amablemente me despedí y les dejé que siguieran intimando. Luego les volvería a ver y, o mucho me equivoco o estaba ante una de tantas historias de amor dentro del Camino.
Como esta que ahora cuento:
Pensándolo bien no se por qué me fijé en ella, ni era la única, ni la más guapa, ni siquiera la de conversación más interesante. A la hora de ir a cenar le pregunté con mucha naturalidad si pensaba ir a éste o a aquél otro restaurante, me dijo que a éste y le dije que yo también y si quería, íbamos juntos. Ella no dijo que no, pero que iba a ir con los sevillanos y otros peregrinos, yo me apunté al grupo. Tras la cena, en una improvisada tertulia, nos presentamos y dijimos cada uno de donde veníamos y hasta donde pensábamos llegar, los sevillanos, los estudiantes alemanes que sabían español, la pareja de Madrid, ella y yo queríamos llegar a Compostela. Algunas historietas sobre personajes del camino, algún intercambio de información, unas risas y luego asistimos por primera vez a un acto de oración de un grupo de franceses, que terminaron entonando una preciosa canción medieval que entonces ya cantaban los peregrinos hacia la tumba del Apóstol, en Compostela, en el Finisterre.
Con el corazón vibrante y los ojos arrasados por la emoción nos fuimos a intentar dormir, cosa que no fue nada de fácil por los nervios de la primera etapa y por extrañar nuestras camas y hogares. Cada vez que me despertaba, miraba hacia su litera y pensaba en su nombre, en el color de su pelo, en sus ojos. En más de una ocasión creí que ella también me miraba pero eso no era de esperar, pues no creí haberle causado sensación alguna, como para que pensara en mí ni un solo momento.
Por la mañana tuve la paciencia de esperar a que se levantara y así poder verla como deseaba verla en muchas otras ocasiones, a mi lado recién levantada de la cama . Esperé en el bar desayunando, pero no vino, luego supe que había desayunado con los sevillanos, con los que pensaba seguir viaje. Los vi cuando salía del bar y por supuesto me pegué a su rueda. Durante el camino, entre silencios y bromas, entre confesiones y deseos, procuré no separarme de ella y no parecía molestarse con mi presencia, pero fue en Zubiri, durante el abundante almuerzo, en donde me miró por primera vez, no una mirada furtiva ni casual, me miró a mí como si fuese el único ser de la tierra. Yo le devolví la mirada y nació la complicidad, ya no íbamos a separarnos.
A pesar de saberme elegido, no bajé la guardia y el pavoneo y cortejo continuaron hasta Larrasoaña que era el final de nuestra etapa. Allí volvimos a juntarnos la mayor parte de los peregrinos que salimos de
Roncesvalles, pero ya no era lo mismo, ella me miraba a mí aunque siguiera las gracias de los sevillanos y la conversación de los alemanes que se interesaban por la historia, la filosofía y el universo de emociones con el que está hecho el Camino de Santiago.
¿Cuándo nos cogimos la mano por primera vez?, posiblemente mientras le contaba la historia de Victoria que le gustó muchísimo y después fue el beso en la mejilla, fugaz, disimulado con la sensación amorosa por lo sensible del momento, pero fue el primer beso, me gustó, no me hice ilusiones pero me preparé para no perderla.
Por la mañana estaba esperándome para coincidir conmigo, a la vez que entretenía a los sevillanos para ir en grupo. Andábamos algo separados pues se notaba nuestra química en plena fusión, nos cogíamos de la mano, nos rozábamos el cuerpo, nos mirábamos continuamente rezumando deseo, pasión. Y fue a la salida de Arre, después del almuerzo, cuando se materializó el beso, un beso profundo y húmedo, un beso largo y desvergonzado apoyados contra la tapia de un convento, luego seguimos cogidos de la mano, ya íbamos juntos, ya éramos dos, ya éramos uno.
En Pamplona nos separamos del grupo y subimos al Alto del Castillo, tras la catedral, para besarnos y abrazarnos durante un buen rato. Me besó, mejor dicho, la besé... seamos justos, nos besamos unidos en un abrazo vigoroso, sinuoso, apasionado, sensual, amoroso... Pero era víspera de fiesta y había muchos ciudadanos de paseo por el parque, tuvimos que sujetar nuestra pasión. Luego, no estuvimos seguros de que lo que queríamos era lo que deseábamos y decidimos no pasar la noche en la ciudad y seguir el camino. Llegamos Zizur Menor donde, al vernos llegar cogidos de la mano, nos saludaron con aplausos, risas y abrazos, nos daban la enhorabuena, ¿tanto se notaba?."
¡El amor! ¿Qué más se puede decir? Que es fácil encontrar el amor en el Camino.
Por fin, después de más de cuarenta kilómetros y tantas emociones, llegaba a Viana.
Me sentía la persona más cansada y, sin embargo, en aquel momento, era la persona más feliz. Tenía un "subidón" de autoestima. Pensaba que si había podido con aquello podría con todas las dificultades que se me presentaran en mi vida. Sentí una gran euforia interior.
Caminaba por la calle larga y empedrada del precioso pueblo de Viana cuando me encontré con mi amiga Marina. ¿Otra casualidad?. No. Nada hay casual; Nos fundimos en un abrazo.
Fuimos juntos al Albergue y enseguida me di cuenta de que era distinto a los que había visto hasta entonces: pequeño y familiar, donde primaba el trato humano. Descubrí lo que era un autentico y genuino albergue de peregrinos. ¿Y que decir de la hospitalera? Fue impresionante ver con que cariño trataba a los peregrinos: vaso de agua fresca nada más llegar, confianza absoluta, y dos besos como sello especial de aquel lugar. Después de las gratificantes rutinas habituales (en este caso doblemente satisfactorias) y de que Marina me curase las ampollas entre gritos de dolor (es que era la primera vez que curaba ampollas y me dio algún buen pinchotazo), nos fuimos a comer a un restaurante del pueblo.
Allí me encontré a la parejita de "enamorados". Los saludé y les dije si se iban a quedar. Para desgracia mía (que quería saber más de su historia de amor) me dijeron que continuaban hasta Logroño.
En este caso nos acompañó un amigo de Marina, Luis, que, según me contaron, se habían conocido en un curso de hospitaleros y había ido ese fin de semana a hacerla una visita. Así que esa fue mi gran oportunidad de hablar del Camino con dos personas muy especiales y de otros temas de la vida, siempre con gran humor y confianza.
Continuamos la charla delante de un café y un pacharán y me sentí muy a gusto. La sobremesa fue larga y muy interesante.
Por la tarde Marina nos implicó a todos para organizar una cena colectiva; éramos catorce y de distintas nacionalidades: los cuatro amigos de Valencia, cuatro amigos italianos, una parejita italiana, una belga, dos austriacas y yo. Después apareció Raúl en bicicleta. El rato de preparar la cena se convirtió en un tiempo de compartir recetas, bromas, risas y mucha camaradería.
Yo hice pollo al ajillo.
Receta: Se pone el pollo troceado y sazonado en una cazuela o sartén con aceite. Se deja a fuego fuerte que el pollo se dore y se baja un poco el fuego; se le añaden los ajos picaditos y se deja hasta que estos empiezan a dorarse, se le añade un buen chorro de vinagre y se deja unos minutos hasta que se termina de hacer. Y a comer. Parece que les gustó.
Pier Luilli nos hizo unos auténticos espaguetis italianos y el amigo de Marina un gazpacho impresionante.
Pusimos la mesa y cenamos intentando entendernos todos. De nuevo apareció el humor.
Después de la cena nos fuimos detrás de la iglesia, en torno a una fuente, para realizar la oración del peregrino. Fue muy emotiva y, de alguna forma, todos nos sentimos muy cercanos. Nos despedimos con besos y abrazos.
Pero aún me quedaba el paseo nocturno por Viana acompañado por Marina; el pueblo gana aún más por la noche a la luz de las farolas .Me enseñó los lugares más emblemáticos y disfrutamos de la vista de las estrellas tumbados en las ruinas de una Iglesia. El lugar tenía una fuerza especial.
En el paseo por el pueblo charlamos con muchas personas que se acercaban a Marina para contarnos las distintas historias del pueblo.
Hablé mucho con Marina y conocí su autentica personalidad; La he nombrado hospitalera de honor, pues en todo mi camino no he encontrado nada igual: ha nacido para esa labor. El Camino la quiere. Es cariñosa, generosa, vital, comunicativa, feliz. Una buena persona. Espero seguir contando para siempre con su amistad.
Y casi a las doce de la noche terminó para mi aquella etapa que había comenzado a las cinco con decisiones muy importantes y con la despedida de mis amigos. Había superado con creces la prueba.
S.A.: Cada uno tiene que hacer su propio Camino.
S.A: Nunca mires hacia atrás.
El Camino te empuja para adelante.
Así que, lleno de pena y de alegría, me despedí con un gran abrazo de mi amiga Marina y comencé a caminar a paso vivo.
La etapa era sencilla pero, para darle un poquito de emoción, empezó a llover. Etapa lluvia. Al principio molesta un poco pero después te vas haciendo a ella y comienzas a disfrutarla. Tiene su encanto la lluvia.
S.A.: A mal tiempo, buena cara.
Caminé un rato con los cuatro amigos valencianos y charlamos sobre Viana y su hospitalera. Coincidimos en que era un sitio muy especial.
Los dejé atrás y me topé con Nuria y Carmen. Comencé a hablar y me sentí cómodo con ellas. Estaban muy alegres y llenas de un entusiasmo contagioso. Nuria se marchaba ya en Logroño, así que me tocó despedirme. Carmen (la que luego sería mi madre en el camino) la acompañaba al autobús y luego seguiría.
Llegué a Logroño y pasé por la puerta de unos amigos muy queridos; llamé a su puerta pero no estaban. Les mandé un mensaje.
Pasé el parque de "la grajera", y me vinieron recuerdos de los magníficos meses que pasé en Logroño: casi era mi ciudad de adopción. Seguía la lluvia pertinaz. Me lo tomé con filosofía y hasta me marqué unos pasos de baile mientras tarareaba unos compases de "bailando bajo la lluvia": "an sing, tarirori, an sing tariroro, pas, pas, tatata"...Todo un espectáculo.
Llegué a Navarrete, mi destino, mojadito como un pollo. El albergue aún no estaba abierto así que me dejé caer en un soportal y me relajé. Allí estaban Dany y Cristina, dos chicos valencianos.
Llegó la hospitalera, me instalé, me duché, me cambié de ropa y me sentí seco y cómodo.
Por la tarde, como a los niños en las colonias, me sacaron del Camino. Mis amigos, Gonzalo e Isabel, me llamaron por teléfono y me dijeron que iban a ir a buscarme; justo me dio tiempo para mis placenteras rutinas habituales, y allí estaba Gonzalo.
Me monté en el coche un poco extrañado y me incorporé, por unas horas, al mundo real. Fue el momento amistad. No se si es que yo estaba más sensible por el espíritu Camino, pero el caso es que aquella tarde sentí lo que significa la palabra amistad: me trataron con toda la delicadeza, me prepararon comida especial, me escucharon con interés y yo les hablé y les hablé sin parar. Cuidaron mis pies, cuidaron mi alma e hicimos juntos un poquito del Camino, paseando hasta una finca de árboles que ellos cuidan con especial amor. Allí seguía el espíritu del camino; Un toro se había metido en la finca y, entre risas y sustos, lo logramos echar; aguantamos la lluvia, miramos las plantas de tomates que ya estaban coloreando, mimamos los árboles y hablamos mucho.
Cenamos relajadamente, con sobremesa y me devolvieron al albergue.
Fue una tarde especial en la que comprobé que, en nuestras vidas reales, también hay momentos Camino.
S.A.: La verdadera amistad es uno de las grandes maravillas de este mundo. Cuida a tus amigos.
A partir de este punto comienza una fase diferente en el Camino de Santiago. Se dejan atrás las etapas navarras con sus continuos sube-bajas de las que tantas veces se ha hablado y comienzan los tramos riojanos, que tienen dos características: su similitud en el trazado y el hecho de que se pasa de los 380 metros de altitud sobre el nivel del mar de Logroño, a los más de 800 de la provincia de Burgos. De esta forma, el camino se convierte en un continuo falso llano que puede acabar con la paciencia del caminante. Éste tendrá la sensación continua de circular en llano pero acumulando el cansancio fruto de la constante ascensión que tiene lugar en estas etapas. Esta pendiente es escasa pero continua, con lo que las piernas se resienten a lo largo de todas las etapas.
En el Camino uno descubre la magia de caminar y se siente la euforia que produce. Es maravilloso verlo todo desde una perspectiva distinta, lenta, tranquila, a ras de suelo.
Pronto alcancé a una peregrina: era Carmen, mi madre en el camino. Sentí una gran alegría al volver a encontrarla y caminamos juntos. Carmen era una señora gallega muy graciosa que hablaba mucho. Me contaba cosas de su vida, de sus hijos, de su trabajo. Siempre con un gran sentido del humor: "...cuando nació mi hija era muy fea, fíjate si seria fea que, antes de que yo la viera, vino mi madre con cara compungida y me dice: no te preocupes! (acento gallego), ahora hay muchos adelantos; mira la hija de la Carmiña, la enseñaron a su madre un catálogos de narices y eligió una bien bonita; casi ni se le nota. Y en cuanto a las orejas, ahora que es pequeña la puedes poner un gorrito; después se las tapa con el pelo....". Me reí mucho con ella.
Así, casi sin darnos cuenta, llegamos a Najera Es una preciosa ciudad riojana, pero yo ya la conocía. Así que, tras un refrigerio, ella se quedó y yo, después de darla un abrazo, seguí mi camino.
Otro tramo y nuevos compañero: en este caso dos chicos, uno de Burgos y otro de Barcelona, con los que departo animadamente sobre El Camino y sus maravillas. ¿Durará el "efecto Camino" cuando volvamos a nuestras casas? ¿Cambiaremos en algo?
Casi sin darme cuenta llegué a Azofra, mi destino de hoy.
Me topo con el "Parador de los albergues". ¡Menudo lujo! Acababan de inaugurarlo, se habían gastado 200 millones de las antiguas pesetas (según me informa la hospitalera, una señora del pueblo) y estaban muy orgullosos de él. Realmente era impresionante: habitaciones dobles con puertas, camas con sus sabanas y manta, servicios de última generación. Cocina de diseño perfectamente equipada; Amplio, luminoso, con un patio para la reunión de peregrino. "El Parador de los albergues". Un sitio para descansar y disfrutar de ciertas comodidades. Aunque yo, personalmente me quedo con el de Viana o el de Grañón.
Allí me encuentro con Cristina y Dany. Mientras esperamos a que abran el magnífico albergue, hablamos animadamente. Dany es un apasionado del Camino: hacía poco había hecho las etapas desde Roncesvalles hasta Navarrete. Pero era tanto era el "mono" que sentía, que había vuelto de nuevo. En esta ocasión acompañado por su amiga Cristina que, de tanto escuchar maravillas, había decidido probar.
Ese día decido aprovechar la moderna cocina. Con lo que llevo y con lo que encuentro (alubias blancas en un tarro de cristal, cebolla, ajo, pimientos del piquillo, un poco de estarlux, algo de jamón y alguna especia) preparo un suculento potaje. Lo comparto con mis amigos.
Tras la comida y la tertulia decidí darme un descanso. Me retiré a mis aposentos a descansar y leer un rato.
La tarde trascurrió tranquila. La dediqué a charlar con distinta gente: con Cristina, Carmen, Dany, con un matrimonio, con la hospitalera, con un chico de Pamplona, y, como no, con Katy, la sonrisa del Camino. Ya me ha saludado con su "Hola Sesar".
Para terminar un paseo reposado por el pueblo hablando con la gente. Compré algunas cosillas en el súper y preparé una cena colectiva; En este caso preparé unos espaguetis a la carbonara. Cenamos juntos y, después de despedirme de todos cariñosamente, di por finalizada aquella jornada apacible y agradable y me fui a mi lujosa habitación a dormir.
S.A; La felicidad está en disfrutar de las pequeñas cosas.
Una vez en Santo Domingo de la Calzada aparecen en la catedral el gallo y la gallina que nos recuerdan el famoso milagro: En el siglo XIV, un matrimonio de Saintes (Francia), aunque adscrito a la diócesis de Colonia (Alemania), peregrinaba a Santiago con su hijo. En el mesón de Santo Domingo, la moza tienta al muchacho y éste candorosamente la rechaza. La mesonera para vengarse esconde una copa de plata entre la ropa del joven y a la mañana siguiente le denuncia por robo. El muchacho es prendido y ahorcado.
Los padres, afligidos, continúan viaje a Compostela, y al regresar, encuentran a su hijo todavía vivo, ya que el Santo lo está sosteniendo por los pies. Rápidamente se dirigen donde el Corregidor de la villa, que se disponía a dar cuenta de un gallo y una gallina asados. El Corregidor les contesta que su hijo está tan vivo como las dos aves que iba a engullir. En ese momento los animales saltan del plato y comienzan a revolotear y cantar, probando así la inocencia del joven peregrino ajusticiado.
Después de visitar la catedral y escuchar esta divertida leyenda, me tomé un refrigerio en la plaza, acompañado de dos ciclistas. Reconfortado por los alimentos emprendí viaje hasta Grañón.
En ese tramo me topo con Cristina, Dany y Jose. Camino con ellos. Juntos entramos en Grañón. El albergue está en la misma iglesia del pueblo. Al entrar vemos que es día de mercadillo: "Joder, esto parece el Corte Inglés" comenta un lugareño y nos echamos unas risas. Cristina aprovecha semejante lujo para comprarse un pantalón.
El albergue de Grañón merece una descripción: en realidad el albergue es la iglesia; Se entra por uno de los laterales, se suben las escaleras de la torre y se llega a una especie de salón, con chimenea y cocina. Un poco más arriba la habitación para dormir sobre unas colchonetas; en esa sala hay una puerta que va a dar a la torre que es improvisado lavadero y mirador privilegiado de todo el pueblo y de las tierras cercanas. Bajando por otra puerta, en una especie de laberinto mágico, se va a dar al coro de la iglesia. Es un sitio lleno de encanto.
Nos reciben dos simpáticas hospitaleras (las dos Rosas), nos instalamos y disfrutamos del lugar.
En aquel momento, mientras deambulaba distraído disfrutando del albergue, ocurre otro de los momentos mágicos de mi andadura: vuelvo la cabeza y me topo con una aparición. Me quedo como si hubiera visto a un muerto resucitado. Allí mismo, ante mis ojos atónitos, se encuentra Lourdes. Tras el susto inicial, viene la inmensa alegría de volverse a encontrar con una amiga que ya creía en su casa. Abrazos y besos y una emoción especial. Con ella va Teresa, otra peregrina que conocía de vista. Me explican que a Lourdes se le habían solucionado unos temas familiares y había decidido seguir. Los demás se habían vuelto a casa como estaba previsto.
Lourdes era la cantarina, la que nos amenizaba las caminatas con su bonita voz.
Ella me tradujo una de las canciones del vasco:
Pero de esa forma
ya no hubiera sido pájaro.
Pero de esa forma
ya no hubiera sido pájaro.
Y yo... lo que amaba era el pájaro...
Después de recuperarme de la emoción del reencuentro, me fui con Cristina a hacer una "ronda" de bares para que nos sellaran la credencial.
Uno de los sellos ponía: "Alimentación Piedad". No era el sello más bonito pero sin duda era original.
Dí una vuelta por el pueblo. Me encontré con el señor José, un señor muy mayor y entrañable. Me contó historias del pueblo.
Hablamos de las patatas y me da dos recetas:
Patatas a la riojana (con truco):
Poner las patatas troceadas (a tronchón) en agua con sal, hojas de laurel y trozos de chorizo. Dejamos cocer (10 a 15 minutos fuego fuerte). Cogemos parte del caldo, lo ponemos en un mortero junto con el ajo, la cebolla, el perejil y el pimiento choricero todo finamente picado. Lo machacamos bien y se lo añadimos a las patatas, que seguiremos cociendo hasta que estén en su punto.
Patatas de vigilia:
Poner una sartén con aceite; cortar las patatas en láminas finas y salar. Freír.
Sacar las patatas y rebozar en harina y huevo. Freír en el mismo aceite
Cuando estén freír en el mismo aceite unos pimientos del piquillo y echar por encima de las patatas y a comer.
Después de comer decido relajarme.
Tuve la "feliz" idea de tumbarme en la hierba; fue un grave error. Apareció un lugareño empeñado en regar. Y me regó. Era verano y hacía calor, así que se agradecía el agua.
Al atardecer todo se animó de nuevo: en el jardín que rodea la iglesia nos vamos juntando algunos peregrinos; Empezamos Dani y yo, comentando lo tranquila que está la tarde y hablando un poco sobre su Camino anterior y si había hecho bien volviendo tan pronto: se acuerda de sus amigos.
Se van uniendo otros caminantes. Por fin, con la ayuda de Cristina, he podido hablar con una chica que parece la sombra de mi Camino: me voy encontrando con ella desde el primer día, nos hemos mirado pero ni una palabra. Descubro que se llama Anette, que es alemana y que está haciendo el camino sola. Por fin nos damos el primer abrazo.
Un chico de Barcelona lee un libro de mi autor favorito, Paul Auster; hablamos sobre él y disfruto mucho con la charla.
También aparecen dos chicas muy simpáticas que, para romper tópicos, resulta que son de Burgos. Hablamos de nuestra tierra y nos reímos un rato.
S.A.: Hablar y escuchar a la gente sin prisas, con cariño, es uno de los grandes placeres que nos podemos encontrar en este enloquecido mundo. Lo hace menos raro, más cálido, más humano.
Cristina se pone mala y la hospitalera la deja una habitación para que descanse. El resto seguimos de cháchara mientras Carmen prepara una cena para todos.
Grañón es un sitio muy especial en el Camino, y por allí aparecen personajes que llaman la atención: una monja que camina descalza y que tiene una mirada muy dulce y una especie de aureola sobre su cabeza; un cura negro que va con sotana y que no se acaba de adaptar al espíritu del camino: se le ve nervioso, no quiere compartir ni habitaciones ni cenas; Me da un poco de pena. Muchos italianos. Y muchos peregrinos en general. Pero en ese albergue todos son bienvenidos y, como podemos, organizamos mesas y sillas para cenar todos juntos.
En Grañón las cenas son comunitarias y muy especiales: es el momento en el que nos juntamos todos los peregrinos y los hospitaleros y hasta el cura. La cena se prepara en común y cada uno colabora con lo que puede.
Parecía imposible organizar una cena para tanta gente, pero allí no hay nada imposible. Se hace bueno el dicho: "donde comen diez, comen cincuenta", que es el número que, aproximadamente, nos juntamos en torno a la mesa.
Una mesa multicolor: de todos los países, de todas las ideas, de todos los colores, de todas las religiones.
Me senté en uno de los extremos y me puse al lado de una señora que había sido hospitalera en Francia y que era una persona muy interesante. Observé la mesa repleta y sonreí en mi interior: Aquello era algo único, distinto. Las risas y el buen humor sobresalían por encima de todo.
Entonces apareció el cura, Don José Ignacio. Enseguida me di cuenta que era un persona con un gran carisma. Se hizo el silencio y todos escuchamos sus palabras y su oración. Se puso en la esquina, muy cerca de mí, por lo que estuve hablando y escuchando lo que nos contaba: sus palabras tenían magnetismo. Por allí apareció el cura negro, con sotana negra que, seguro que será una bellísima persona, pero se comportó sin ningún espíritu del Camino: no quiso sentarse con todos porque le agobiaba la gente.
S.A.: Cada uno tiene su ritmo; Pero el espíritu del camino te engancha cuando menos te lo esperas.
La cena trascurrió en animada charla y franca alegría; entre otras cosas recuerdo que alguien le regaló al cura un calendario con cerdos. Entonces nos contó que él coleccionaba cerdos y de cómo empezó todo con un cerdo que tenía en casa y la gente que le empezó a regalar cerdos y más cerdos. Me hizo mucha gracia cuando contó que lo que más le emocionaba era cuando alguien iba a su casa, veía los cerdos y, al marcharse, comentaba: "la próxima vez que vea un cerdo, me acordaré de ti".
Tras aquella cena tan especial, el cura nos invitó a ir al coro para hacer la oración del peregrino; me encontraba tan a gusto, que fui. Y no me he arrepentido: el coro de la iglesia lleno, todos sentados en corro, en una atmósfera mágica, llena de misterio y de sentimiento humano. Los grupos de cada nacionalidad o idioma fuimos leyendo pasajes. Yo me quedé mirando a la monja italiana, no podía apartar la mirada de ella: me recordaba a las estampas de los santos que nos enseñaban de niños: la mirada dulce, brillante y una figura que emanaba paz. Me impresionó.
Después el cura fue leyendo el nombre de los peregrinos que habían estado allí la noche anterior y nos fue preguntando nuestro nombre para recordarnos al día siguiente. Se produjeron alguna escenas graciosas: cuando la pregunto a Carmen, la gallega, respondió: Carmen, soy de Vigo, voy a Santiago; y la dijo: ¿pues menuda vuelta más tonta no? Cuando llegó a mi dije: Cesar, soy de Burgos;y voy a Burgos; y me dijo: Pues no te vas a cansar mucho. En fin, pequeñas tonterías con las que nos reímos como cuando éramos niños.
También me sorprendió la seguridad con la que Lourdes dijo: voy a ir hasta Santiago.
Tras la oración, y como hacía cada noche, llamé a Esther, mi mujer y a Berta, mi hija, y cuando las dije: no os he llamado antes porque estaba en la oración, se quedaron muy sorprendidas y como diciendo: ¿pero que le está pasando a este? Pero creo que notaron mi alegría y también el gran cariño que las estaba trasmitiendo. Estaba redescubriendo que las quería todavía más de lo que yo pensaba.
Después de todas aquellas emociones y de las despedidas cariñosas, me fui a mi colchoneta a dormir como un bendito.
Amaneció el noveno día de mi andadura. Como siempre, sin pereza, los peregrinos vamos rebullendo, organizamos nuestras mochilas y nuestros exiguos pertrechos, intentando hacer el menor ruido posible. Nos tomamos nuestro reconfortante desayuno (en este caso ya preparadito en el salón por las hospitaleras) y nos lanzamos, de nuevo, al Camino.
S.A.: El que madruga....puede ver amanecer. En el Camino nos levantamos con el sol porque tenemos un objetivo, una prioridad que nos impulsa, un entusiasmo y un amor por la vida. La atención está centrada en la tarea marcada. No hay fugas de energía, no hay contaminaciones inútiles. Se vive el presente. Se disfruta de la vida con vitalidad y pasión.
Cristina ya estaba repuesta y dispuesta a caminar.
Muy animosos comenzamos la etapa que trascurrió sin percances; De los recuerdos que me vienen de esta etapa destacaré la charla con José, el sevillano, que me estuvo hablando de la monja de Grañón. Era la monja que me había impresionado en la oración. José había estado hablando con ella más de dos horas y le había contado que estaba de misionera en Colombia y todo lo que hacía. Según me contó le había dejado totalmente tocado y quería volver a verla. Yo, entre veras y bromas, le comenté que a ver si se estaba enamorando. Una anécdota: hace poco me ha escrito un mensaje y en él aún me pregunta si he vuelto a ver a la monja. ¿Qué será de la bendita monja?.
También recuerdo haber caminado con Lourdes y Teresa, charlando relajados y la plaza de Belorado en la que paramos a tomar un refrigerio y en la que nos fuimos juntando todos los peregrinos de Grañón.
Y otra historia de amor: yo había conocido a una chica de Valencia en las primeras etapas y me la volvía a encontrar aquí: estaba un poco coja y desmoralizada y sus amigos habían seguido. Creo que me comentó que estaba a punto de abandonar. La volví a ver después de Belorado, a lo lejos, renqueando; por mi derecha me pasó un chico que iba como una exhalación. Apenas un hola, buen Camino. Vi como avanzaba rápido y que pronto iba a alcanzar a Eva, que así se llamaba la chica Valenciana; de pronto, como en los dibujos animados, dio un gran frenazo y se puso a su lado. Sonreí para mis adentros: flechazo en el Camino. Los seguí un poco y comprobé que charlaban animados, que él había perdido sus prisas y que ella sonreía. Los pasé, los saludé y los dejé tranquilitos. Todo estaba en orden.
Yo pensaba quedarme en Tosantos y mis amigos también; pero al llegar allí nos fuimos reuniendo todos (Lourdes, Teresa, Dani, Cristina, Micael -un chico italiano, de Roma-. José y yo) e hicimos un conclave para ver si nos quedábamos o seguíamos; Casi hubo empate técnico. Entonces Cristina y yo decidimos acercarnos al albergue para ver que tal estaba; el hospitalero no pidió por favor que si, estábamos bien, siguiéramos hasta Villafranca porque había pocas plazas y prefería dejarlas para los qué vinieran en malas condiciones. Así que la decisión estaba tomada: todos juntos, en animada charla, nos dirigimos hacia Villafranca Montes de Oca.
Llegamos todos juntos y nos fuimos al albergue: está instalado en las antiguas escuelas donde, hasta hace muy poquito tiempo, había dado clases mi mujer. Estuve hablando con las hospitaleras, señoras del pueblo, y efectivamente se acordaban de Esther con mucho cariño. Una de las señoras había tenido a dos de sus hijos con ella en clase y, según me dijo, aún la echaban de menos. Momento nostalgia.
Tras la agradable rutina de después de la caminata, nos fuimos todos juntos a comer al restaurante "El pájaro", lugar muy popular entre los peregrinos,- entre otras cosas porque no hay otro -.
Nos costó un poquito conseguir mesa (que se lo digan a José la bronca que se llevo por preguntar) pero pudimos sentarnos a la mesa y disfrutar de una buena comida y de una mejor compañía. Ese día recuerdo que Dani nos estuvo contando su anterior experiencia en el Camino: hacia muy poquito, en el mes de junio, el había hecho desde Roncesvalles hasta Navarrete y fue tan maravillosa su experiencia, que había vuelto de nuevo. Nos contó sus vivencias, la gente que había conocido, lo bien que se había sentido, los grandes amigos que había hecho. La verdad es que era tanta la pasión y la emoción que puso al contarlo, que todos nos emocionamos con él.
También habían llegado y estaban comiendo juntitos y muy alegres la pareja de la historia de amor anterior. Hablé un poco con ellos y estaban risueños: no quedaba nada de la nostalgia ni de las ganas de abandonar de Eva que estaba muy alegre, ni tampoco quedaba ni rastro de las prisas del chico rapidillo que, según me dijo, había descubierto un ritmo más pausado y auténtico para su camino. El amor, que tiene estos efectos en las personas.
S.A.: Se puede dejar de vivir a ritmo frenético; aflojar la marcha y dedicar un tiempo a aspirar la fragancia de las proverbiales rosas.
La tarde trascurrió apacible: siesta, descanso, charlas más personales...Visita obligada al pueblo con parada en el Campamento de tiendas de campaña que la Junta había puesto para el verano. Hablamos con los hospitaleros contratados que nos aconsejaron acudir a estos campamentos porque estaban muy bien.
Una chica del pueblo muy amable nos abrió la iglesia y nos dio unas explicaciones muy amenas. Nos sorprendió la enorme concha de ostra de más de 6 kilos que hacía de pila bautismal.
Después nos fuimos a comprar unas cosillas (creo que en plan bocadillos porque en el albergue no había cocina) y nos fuimos al patio a cenar.
Teresa estaba muy contenta porque se tenía que ir ese día con unos amigos que venían a buscarla pero la habían llamado y la habían dicho que la recogían mañana en Burgos: realmente nos alegramos todos con ella; nos iba a acompañar hasta Burgos, su gran ilusión; de alguna manera la llegada a Burgos era comparable (para los que nos quedábamos allí) a la mismísima llegada a Santiago de Compostela.
En muchos momentos del Camino, he sentido esa sensación tan agradable de encontrar a personas que te hacen el recorrido mucho más humano e interesante. Son los amigos del Camino. Para todos ellos, los del camino de Santiago y los del Camino de la Vida, quiero dedicaros este poema de Borges:
No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida,
ni tengo respuestas para tus dudas o temores,
pero puedo escucharte y compartirlo contigo.
No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro.
Pero cuando me necesites estaré junto a ti.
No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano para que te sujetes y no caigas.
Tus alegrías, tus triunfos y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me lo pides.
No puedo trazarte límites dentro de los cuales debes actuar,
pero si te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos cuando alguna pena te parta el corazón,
pero puedo llorar contigo y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quien eres ni quien deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.
En estos días pensé en mis amigos y amigas, entre ellos, apareciste tú.
No estabas arriba, ni abajo ni en medio.
No encabezabas ni concluías la lista.
No eras el número uno ni el número final.
Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero, el segundo o el tercero de tu lista.
Basta que me quieras como amigo.
Con la alegría de los amigos en la cabeza, me quedé profundamente dormido.
Ese día se nota una euforia especial en el grupo; para muchos (Dan, Cristina, Teresa y yo) es nuestra última etapa. Los demás sienten la emoción con nosotros. Vamos charlando tranquilos, intercambiando información, confidencias y emociones.
Recuerdo especialmente la llegada a San Juan de Ortega; desde luego ese sitio tiene una fuerza especial. Visitamos la iglesia y después nos fuimos al bar que hay allí mismo. Nos sentamos en unas mesas al sol y, poco a poco, aquello se fue llenando de peregrinos. Todos somos ya viejos amigos y se crea un ambiente afectivo y eufórico; compartimos comida y sonrisas y por allí me vuelvo a encontrar con la sombra de mi camino, Anette, con la que ya hablo (con la ayuda de Cristina) y la sonrisa de mi Camino, Katy, que me vuelve a sonreír y a saludar. Aparecen las chicas de Burgos que, como yo, están muy emocionadas por llegar a su meta. También los dos enamorados: en esta ocasión vuelvo a hablar con ellos y los veo arrebolados. Se van a quedar por allí, así que los despido con un abrazo cariñoso. Recuerdo aquel rato en la explanada de San Juan de Ortega con especial emoción.
Cargamos las mochilas y seguimos adelante; no se si fue en este tramo cuando fui charlando de forma más personal con Lourdes. En todo caso fui intercambiando charlas con los distintos componentes del grupo. Así, animadamente, llegamos a Atapuerca:
Aquí volvimos a parar y hablamos sobre los yacimientos; la gente de fuera los valora mucho y preguntan como son. Yo les cuento cosas y entramos en la oficina de información para coger folletos.
Seguimos adelante y llegamos a una subida coronada por una gran cruz: José, que ya ha hecho ese Camino, nos indica que esta subida es como el monte do Gozo en Galicia: al subir se ve la ciudad de Burgos con la catedral al fondo. Así que nos reagrupamos todos y juntos y con gran emoción y alboroto nos encaminamos hasta la cumbre e irrumpimos en gritos de alegría al ver al fondo la ciudad de Burgos. Un momento muy emocionante para mí.
Pero aún nos queda un buen trecho para llegar:
Y llegamos: para mi fue muy emocionante entrar como peregrino en mi ciudad; me sentía extraño y pensé, con regocijo, qué pasaría si me topase con algún conocido. Mis compañeros me arropaban cariñosos y yo les iba explicando cosas y guiándolos por la ciudad. Comimos en una cafetería (era muy tarde ya) y enfilamos los últimos kilómetros hasta el albergue del Parral.
La llegada a la plaza de la Catedral, todos juntos, pasando por el Arco de Santa María, fue un momento mágico. Como si fuera la llegada a la mismísima plaza del Obradoiro en Santiago de Compostela: alborozados y emocionados, nos abrazamos todos. Lo había conseguido.
S.A.:"El universo favorece a los valientes. Cuando decidas elevar tu alma a su más alto nivel, la fuerza de tu espíritu te guiará a un lugar mágico, repleto de valiosos tesoros."
Les acompañé hasta el albergue del Parral, sellé mi credencial. Sentí una gran euforia y alegría por llegar y tristeza porque se había terminado.
Vinieron a buscarme Esther y Berta y las di un gran abrazo. Me alegró mucho verlas y ellas hicieron que el momento de las despedidas no fuera tan duro.
Es mucha la emoción que se siente al despedirte; y no sé muy bien como explicarlo con palabras. Los abrazos y los besos son auténticos, son sentidos. De alguna forma estábamos ya unidos para siempre. Y, como no, allí estaban para despedirme, Anette y Katy: no pude evitar una sonrisa por esta coincidencia.
S.A.. "Nunca olvides la importancia de vivir con júbilo desbordante. Nunca descuides la exquisita belleza de todas las cosas vivas. Hoy, y el momento que compartimos, es un regalo. Céntrate en tu propósito; haz tu Camino; el universo se encargará de todo lo demás.".
Entonces recordé dos frases que había escuchado durante aquellos días: "No llores porque se terminó; sonríe porque sucedió" y "El Camino comienza, cuando termina".
La verdad es que lo necesitaba: poco a poco la energía positiva se va acabando y uno siente que necesita recargarse de nuevo. Y, sin querer desvelar nada, tengo que decir que el Camino me ha vuelto a sorprender y a darme lo que necesitaba, aunque, al principio, lo dudé (hombre de poca fe).
Mochila al hombro, comienzo lo que es toda una aventura: cientos de kilómetros por delante, paisajes, vivencias, personas...; de alguna forma ya sé de qué va esto y me lo tomo con más calma. Al principio apenas tengo contacto humano y eso que, tras mi experiencia anterior, es lo que más deseo.
El paisaje no me sorprende porque estoy en mi tierra, pero, sin duda, invita a cierta introspección: pocas distracciones en un paisaje monótono, salpicado, de cuando en cuando, por algún árbol o alguna tierra de girasoles. Algunos de los pueblos no los conocía y me sorprenden un poco: Rabé de las Calzadas y, sobre todo Hontanas un pueblo que parece fantasma porque no aparece nunca en el horizonte y te vas a dar de morros con él cuando menos te lo esperas; En él hice mi primera parada y me comí mi primer maravilloso bocadillo en amigable charla con dos ciclistas madrileños y escuchando la guitarra y los cantos de otro peregrino que por allí estaba: un momento de música y relax.
Continué a buen paso y me encontré con la primera peregrina: una chica camina renqueante. Recuerdo (es inevitable acordarme de mi primer Camino) a mi Ángel e, ilusionado, pienso que quizás pueda ser yo su Ángel esta vez: me acerco y la hablo cariñoso. La digo si necesita algo; me comenta que está un poco mal y la acompaño hasta Arroyo San Bol, unos de esos lugares más pintorescos del Camino: es un albergue en medio de la nada, en un antiguo monasterio en ruinas, rescatado por una especie de comunidad Hippie y presidido por una fuente "con piscina" (el pilón) alrededor del que se agolpan peregrinos que se han quedado allí, disfrutando de la paz del lugar y de unas supuestas fuerzas telúricas. Disfruto de unos momentos de calma y dejo allí a la chica que parece encontrarse mejor.
Un comienzo nada espectacular la verdad. Quería yo que todo fuera fulgurante, rápido; por algo era veterano y, además, empezaba con ganas de comerme el mundo.
Entonces, en la soledad de mi caminar, me dio por pensar (cuando el diablo no sabe qué hacer espanta moscas con el rabo) que el Camino de Santiago es como una especie de Ser vivo, lleno de sabiduría y experiencia, que tiende sus trampas sobre los caminantes, burlón, y juega con nosotros sin que podamos evitarlo. Yo sentí que estaba jugando conmigo: quería vivir lo del año pasado, empezar ya a disfrutar de la gente, de las risas...y él empeñado en aplacar mi ansiedad, en mantenerme en una calma desesperante. Luego, pasados unos día en los que el Camino, tan sabio él, me castigó a estar conmigo mismo, descubrí que, así como en mi primera salida me había mandado un Ángel para hacérmelo todo más sencillo y rodado (seguramente porque me vio débil y no quería que abandonase), en este segundo, en el que yo iba de "sobrao", me lo había puesto mucho más difícil para que fuera yo, con mi esfuerzo, el que me ganase el derecho de sus beneficios.
El caso es que, con la idea de encontrar un grupo de gente más íntima y también porque me lo había aconsejado mi amiga Marina que había estado allí de hospitalera, decidí (bueno seguro que fue El Camino el que decidió por mí) ir al albergue de las ruinas de San Antón a pasar mi primera noche. Aparte de lo espectacular y grandioso del lugar (unas ruinas de un convento gótico, paradigma de lugar romántico digno de Bécquer), me sorprendió sobremanera la calma y la soledad que allí se respiraba: no había nadie. Un tanto asustado pensé en seguir, pero apareció (una de esas "casualidades" que, a lo largo de este Camino se han dado tanto) el hospitalero Jaime, al que yo conocí un día en el albergue de Burgos (leer el relato sobre la peregrina japonesa): es una persona muy especial: hizo el Camino y, tocado por él, lo dejó todo (trabajo, novia, familia...) y se hizo hospitalero. Su presencia me decidió a quedarme.
Comenzó así una tarde de charla íntima, auténtica, sin tapujos, en la que, sin apenas yo darme cuenta, fueron saliendo historias mías, interiores, que aún tenía sin superar. Y Jaime me dijo que estuviera tranquilo, que necesitaba encontrarme conmigo mismo, que tenía que controlar esa ansiedad, que este iba a ser un "Camino interior", que tenía que tener paciencia, que todo sucedería cuando tuviera que suceder.
Por allí pasó una chica que venía con el tobillo destrozado; se sentó con nosotros un momento (que luego fueron dos horas) y comenzó a contarnos su historia: que había venido con una amiga, que la amiga se había vuelto y que ella no quería irse; a pesar de todo quería llegar a Santiago; sus padres preocupados querían venir a rescatarla; había apagado el móvil. Jaime y ella tuvieron una conexión especial y, en un momento dado, ante un conflicto que la chica tenía, Jaime le dio un libro y la dijo: abre por una página, lee y encontrarás la solución. Eso hizo ella y, al poco, vi como se le iluminaba la cara y comenzó a escribir algo en su cuaderno. Después se despidió cariñosa y siguió su Camino.
Un tanto sorprendido por lo del libro, pensé que quizás también a mí podría ayudarme. Jaime me miró compasivo y me dijo: sí hombre, prueba tú también. Abrí el libro y, para sorpresa mía, ahí estaba el tema que me estaba machacando la cabeza; No os diré el problema pero sí la solución: lo que leí y escribí en un papel (que ahora tengo delante de mí) decía algo así:
Así que esa será mi primera S.A. de este Camino: Sé tu mismo; no cedas a los chantajes afectivos o emocionales. Una cosa es amar y compartir y otra ser esclavo de las exigencias de otras personas, por mucho que las quieras. Vive y deja vivir.
Y, sorprendentemente, nadie paraba allí. Bueno sí, aparecieron dos mujeres pero eran alemanas y ya es proverbial mi negación para los idiomas. El Camino empeñado en enfrentarme a mí mismo; en la introspección. Llegó la noche y, para ayudar más a ese mundo interior, salió una luna casi llena, hermosa entre las ruinas que los hospitaleros adornaron con velas. Una noche mágica, inolvidable por su belleza y su evocación en la que pasé algún tiempo solo, contemplando a veces el cielo estrellado y, a veces, lo más profundo de mi interior, caminando en dirección a mí mismo.
S.A.: Creo que por mucho que no queramos (quizás porque nos dé miedo) es imprescindible enfrentarnos a nosotros mismos: buscar el silencio, la paz y la soledad y mirarnos muy adentro. De cuando en cuando busca esos momentos de soledad y libertad.
En muchos momentos, cuando apenas podía recordar lo que había hecho el día anterior, siempre me ha venido a la cabeza aquella imagen de calma, soledad y belleza. Sin duda uno de los momentos mágicos de este Camino.
Aunque no hubo comunicación verbal (el Camino me tenía castigado) sí hubo una corriente de simpatía con las chicas alemanas: nos ofrecimos galletas, nos dedicamos sonrisas, algún intento de comunicación gestual y, cómo no, el inevitable "Hola Sesar" salido de los labios de Ricarda junto con una sonrisa. Luego, a lo largo de todo el Camino y el último día en Santiago, me he ido encontrando con Ricarda e, invariablemente, al vernos, nos hemos dedicado una sonrisa, he escuchado complacido el "hola Sesar" y la he dado un abrazo. Son los bonitos detalles que tiene el Camino, es así de simpático.
Aquella noche, contemplando la luna entre los rosetones de lo que fuera la iglesia de los monjes antonianos y rodeado por la mística Tau, dormí de un tirón en aquel sitio cargado de historia y de fuerzas positivas.
Al salir del Refugio-Ruina descubrí que está lloviendo: parece que el tiempo también se quiere sumar a este estado de introspección en el que me está sumiendo el Camino. Me pongo el chubasquero, me despedí de Jaime, el hospitalero y de nuevo me puse a caminar en solitario.
Tengo un pequeño atisbo de conexión con un chico de Badajoz que me cuenta que empezó con su novia y que ella se había ido ya; él quería terminar y había seguido solo. Se le veía un tanto melancólico. Me acompaña un rato pero, claro, que yo estoy castigado sin postre, él se queda en Castrojeriz.
Intento nuevas conversaciones y contactos... pero nada. Así que continué mi caminata en solitario en un día gris por tierras de campos. Solo, caminando hacia mi interior a la vez que avanzo por aquellas tierras llanas. Pienso y pienso y cada vez me salen más cosas de dentro. ¿Y yo que creía que ya lo tenía todo controlado?. Pues no. Tenía que seguir purgando y sacando "losas".
La subida al alto de Mostelares es dura; subo detrás de una chica alta que camina a buen paso; se la ve fuerte y me llama la atención. Va sola y parece ir cómoda sola; Tan concentrada está en sí misma que, a pesar de tener un fuerte deseo de decirla algo, paso a su lado en silencio. Después ella me adelanta y yo a ella, comenzando lo que sería una serie de encuentros resueltos con simples miradas y ni una palabra. Será una de las "coincidencias" que, tendrán un final feliz. Pero aún no era el momento (por algo yo seguía aún castigado).
Al llegar a Frómista, poco antes del albergue, me cae encima un gran chaparrón que me cala entero: ¿Será para limpiar toda la "basura" que he ido sacando de mi interior?.¿Una purga más?. La verdad es que cada vez me siento más ligero.
Sigo por allí solo, como solo y paseo por el pueblo solo. En un momento exclamo: "¡Joder Camino, suelta un poco!".
Después paseé calmado por Frómista: en ese pueblo hay una iglesia románica, robusta y sencilla como todas las iglesias románicas pero con una perfección que obliga a admirarla despacio, por todos sus ángulos, estremeciéndose con la maravilla de sus formas y la belleza de sus capiteles. La admiré y la admiré con mucha calma, nunca jamás había visto así una iglesia. Es la iglesia de San Martín de Frómista, paradigma de la armonía y la perfección. Dentro de sus muros, sentado en un banco, también me dediqué a la reflexión. Aquello estaba siendo una especie de Ejercicios Espirituales.
Al salir de la iglesia me topo con Esther (la chica del San Antón); me alegro mucho al verla, charlo un poco con ella pero...mi gozo en un pozo: solo está de paso; sigue hacia Carrión a pesar de que cojea ostensiblemente.
Voy a la otra iglesia del pueblo y me encuentro con un concierto de órgano: esta claro que estoy atrapado. Me siento y me dejo inundar, con los ojos cerrados, por la música. Otro momento de elevación sobre el suelo y de penetrar más y más en mí mismo.
Al salir pienso que ya está, que este aislamiento va a terminar: Pienso que sería muy triste llegar a Santiago solo. Ya sé, he prometido calma y calma tendré, pero...(Quizás eran esos "peros" los que aún me faltan por quitar, pienso ahora).
S.A.: Muchas veces la vida nos pone en situaciones que nosotros no queremos. En el pataleo y en las quejas perdemos nuestra energía y nos creamos una ansiedad innecesaria. Es preciso encontrar la Calma de verdad, aceptarnos y conocernos sin miedos, aprender a vivir solos.
Por la noche, mientras ceno solo, hablo un poco con un chico valenciano, Jesús. En aquel momento no sabía que sería uno de mis mejores amigos.
Y, a pesar de ser aquel un albergue grande y de estar la sala de dormir plagada de peregrinos, aquel fue otro día de "castigo" y no tuve más remedio que convivir conmigo mismo. A dormir..."y luego, no te olvides de aplicar lo que has aprendido en el Camino de tu vida".
Y de nuevo el Camino me pone sus trampas: como es tan pronto me da no sé qué ir al albergue y decido dar una vuelta por el pueblo. Me encuentro con un punto de información y allí me informan que, pasado el pueblo, la Junta ha puesto un campamento para los peregrinos. Como tengo tiempo, ingenuo de mí, me voy hasta allí y, al ver aquellas tiendas en círculo para la convivencia de peregrinos, decido quedarme.
En un principio estoy solo; me viene bien para darme una buena ducha, lavar la ropa, organizarme...pero leche, el tiempo pasa y sigo solooooo. Esto ya se está pasando de castaño oscuro. Hablo con los hospitaleros (una de las chicas es de Burgos, estudia magisterio y vive en mi calle).
Así que tranquilidad y mucha reflexión personal. Ahora veo que no estaba maduro aún; seguía con ansiedad, me empeñaba en repetir el camino del año anterior. Necesitaba aprender la lección.
Así que cogí mi cuaderno dispuesto a tomar el toro por los cuernos y anotar mis "losas":
Y en esa tarde de pensamientos intimistas también me dio por elaborar una de mis teorías; la he llamado "La teoría del Clic". He inventado un artilugio circular con gamas de colores. Pongamos que en una parte estuviera el color rojo y, al otro lado el verde. En el medio hay como una especie de flecha (se supone que es nuestro estado personal) que se mueve y, según donde apunte, así nos sentimos nosotros. Por poner un ejemplo que seguro que a todos os ha pasado: cuando la flecha se ajusta al color verde y hace "Clic" es cuando nos sentimos lo más: cómodos, relajados, con autoestima alta, libres, risueños, exultantes, alegres, vitales, dominando la situación, un imán para los demás...seguro que te has sentido así. Lo malo es que esa flecha comienza a moverse y se sale del "Clic" y comenzamos a sentirnos mal, inseguros, ansiosos, malhumorados, quejones...(No sigo; seguro que de esto tenemos más experiencia). El grado de esta situación es progresivo y podemos llegar hasta el extremo rojo (de peligro) en el que nos sentimos fatal. Pues bien; sin duda hay situaciones y actuaciones nuestras que hacen que esta flecha se mueva hacia un lugar o hacia otro. Si hacemos ciertas cosas la flecha se va hacia lo verde, si hacemos otras hacia lo rojo. A lo largo de la vida, casi sin darnos cuenta, por no hacer nada, nos arrastramos implacablemente hacia el lado rojo.
Ya que estamos en el Camino diré que, el año pasado, yo sentí ese Clic de repente, después de lo del Ángel: fue como un subidón en el que la flecha pasó del rojo al verde sin más. Una pasada lo bien que me sentí. Sin embargo en este camino la flecha iba moviéndose lentamente pero siempre hacia lo verde. Ahora pienso que quizá esta forma sea más duradera, más trabajada personalmente.
S.A.: El hacer el Camino de Santiago hace que tu flecha haga Clic. Aunque supongo que hay otras muchas cosas en la vida que pueden lograr que hagas Clic. Es cuestión de pararse a pensar tranquilamente, sin ruidos y comenzar a actuar. Como diría el otro: "Las cosas se hacen"; así de simple y así de complicado.
Una tarde bien aprovechadita vamos. Que no se me queje el Camino.
Para estirar un poco las piernas me di un paseo-visita por Carrión disfrutando de sus calles y sus iglesias. Me encuentro de nuevo con Jesús e intercambiamos unas palabras. En la plaza del pueblo, sentada en una mesa, sola, me vuelvo a encontrar (y ya eran más de 10 veces) a la chica alta y solitaria; vuelvo a sentir su atracción y a punto estoy de acercarme a su mesa y ponerme a charlar con ella...pero algo me lo impide. Sin embargo en ese momento de desesperación por la incomunicación a la que me veo sometido, hago una solemne promesa: si me vuelvo a encontrar con esa chica, pase lo que pase y esté donde esté, la hablaré y, si conectamos, será la señal de que mi castigo habrá terminado.
En una de las iglesias se anuncia otro concierto de órgano con obras de Bach uno de mis autores preferidos; así que con una sonrisa de resignación escucho extasiado el concierto y vuelvo a lograr una nueva cota de elevación sobre el suelo (creo que logré sobrepasar, de largo, los 8 cm).
Salgo del concierto y llamo a Esther a la que comento alucinado lo que me está pasando. Y mira que me lo dijo el hospitalero. Ya me imagino al Camino descojonándose de mi.
Vuelvo al campamento y allí sigo solo: y eso que decían que el mes de agosto estaba lleno de gente: nunca había sentido tanta soledad. Seguro que si me retiro al monasterio de Silos no hubiera estado tan solo e "introspectado".
Así que me meto en una tienda (para mí solo) y, tras mis últimas reflexiones, me duermo como un bendito.
S.A.: (Nocturna.): La mochila en el Camino y su simbología en la vida. En algún libro sobre el Camino leí algo sobre el símbolo de la mochila en nuestras vidas: efectivamente uno se da cuenta de lo poco que se necesita para vivir. Es curioso que, a medida que más vas haciendo el Camino, de más cosas te vas desprendiendo; descubres que siempre aparece lo que necesitas y lo bonito de compartir. La lección es que podemos vivir con muy poco y no sentirnos en absoluto desgraciados. Pero como hablamos de símiles para la vida diré que, a mi juicio, en el Camino de la vida amontonamos objetos y posesiones que lo único que hacen es convertirse en una carga que desgasta nuestra vitalidad con la preocupación de mantenerlo y controlarlo. Y lo mismo pasa cuando acumulamos personas por miedo a la soledad y a la inseguridad, que son un lastre en nuestro caminar. En resumen: selecciona y simplifica, veras que libre y que vital se camina por la vida.
Y, supongo, que mañana será otro día.
Vuelvo al Camino en solitario pero ya distinto: comienzo a valorar lo bien que me están viniendo estos días, lo que me está empezando a gustar este encuentro conmigo mismo, lo ligero que me siento ya (se ve que algunas losas han quedado en el empedrado del camino). Comprendo por fin que es maravilloso lo que me está pasando y me suelto; ya me da igual ir solo o acompañado, ya me da igual lo que pasó el año pasado, estoy encantado de haberme conocido y sé que ya nunca estaré solo: siempre me tendré a mí mismo y quiero que esa compañía sea la mejor.
S.A.: Si por fin logras aguantarte, ser capaz de estar contigo mismo y ser feliz, has conseguido lo más importante de la vida; ya nunca estarás solo y no necesitarás a nadie; ya simplemente compartirás y disfrutarás sin ansiedades ni tensiones.
Tan feliz me sentí que comencé a cantar a grito pelado: y en esas canciones (letra y música mías) hablaba de que ya me daba igual todo, de que podía seguir todo el Camino solo, incluso entrar solo a Santiago. Me había soltado; podía empezar a disfrutar.
Y, entonces, comenzó el MILAGRO: como si fuera un imán, la gente viene hacia mí: comienzo a hablar con una pareja de Huesca un buen rato y, entre risas, hablamos sobre el Camino y sobre la vida; después con un médico sobre las lesiones, suena el teléfono y es Ismael, mi primo que sigue mis historias del Camino y está a punto de hacerlo él también; Y, mientras charlo parado al lado de un pozo (seco) aparece, a la vuelta de un recodo, la chica alta y reconcentrada: sola. Me acuerdo de mi promesa y dejando el teléfono y cogiendo mi mochila me voy hacia ella. Es la señal. Para sorpresa mía (me arriesgaba a que me contestara con un monosílabo) me encuentro con una chica encantadora y muy, muy habladora. Comenzamos a hablar y hablar y hablar...Ella me cuenta parte de su Camino ya realizado (viene de Roncesvalles) y de sus malos momentos, y de su aguante y de lo contenta que está ahora; realmente está eufórica, en un auténtico subidón. Yo le cuento mis etapas en soledad y las veces que me la he encontrado y que no me he atrevido a decirla nada. Nos reímos, conectamos. Me encanta hablar con ella y, de alguna manera, me contagia su alegría y su entusiasmo: gracias a ella la etapa se me hace mucho menos dura (aunque llego muerto) e interesante. La chica es Navarra y se llama Amaia; una de las personas más interesantes (por lo original de su vida y sus planteamientos vitales; por su sinceridad y claridad de ideas) que me he encontrado jamás.
S.A.: "Cuando más cambian las cosas es cuando cambia uno mismo".
Llegamos juntos a Sahagún y, tras dejar nuestras cosas en uno de los albergues más bonitos del Camino (dentro de la Iglesia de la Trinidad), nos vamos a comer juntos. Sigue la conexión y seguimos hablando y hablando sobre lo divino y lo humano. Sobremesa relajada.
Volvemos al albergue y me encuentro con un ordenador e Internet: es el momento de mandar un mensaje a todos mis amigos. Estoy disparado y dicharachero. Desde allí sientes más cercanos a esas personas con las que conectas en la vida: mis mensajes fueron sentidos y afectivos.
Estoy en el "Clic". Todo se ha ajustado.
Después la visita obligada al pueblo con encuentros con otros peregrinos; ahora me resulta muy sencillo hablar con todos y reírme.
Para completar el día me encuentro con otra sorpresa: me llama mi primo Ismael y me dice que va hacia Galicia de vacaciones y que le gustaría pasar a verme; yo encantado. Viene y, eufórico, le enseño el albergue y le presento a la gente que ya he conocido; damos un paseo y nos tomamos una cervecita juntos. La verdad es que me gusta estar con él.
Al volver al albergue aún queda tiempo para, a la fresca, charlar con los peregrinos que allí están y contar alguna anécdota y reírnos un rato.
S.A.: Si no pasa nada por estar con uno mismo hay que reconocer que tener buena compañía y poder compartir con otras personas tus vivencias y alegrías sin hipocresías ni máscaras, es un auténtico privilegio que hay que aprovechar. Busca personas positivas.
Y a dormir que menudo día: casi 40 km. Y además sin descanso. Así que, a pesar del calor, dormí como un bendito. (Esta noche nada de reflexiones nocturnas; de eso te libras.)
Pues a las 6 comencé esta etapa monótona, cansina, calurosa e interminable; Comencé solo y solo me perdí metiéndome por un camino alternativo. Cuando ya llevaba unos kilómetros me di cuenta que aquello no iba bien; así que volví sobre mis pasos hasta Calzada del Coto y allí vi a una señora a la que pregunté: efectivamente me había equivocado. Me dio indicaciones para volver entre las tierras hasta la vía, pasar un puente y llegar de nuevo al Camino. Lo conseguí pero...¡ a qué precio!
Me voy encontrando con gente en mi caminar: algunos ya conocidos y un chico de Valladolid, enólogo él (vamos que sabe un montón de vinos) con el que hago prácticamente toda la etapa en animada charla. Paramos en un pueblo a tomarnos un bocata. Mientras estamos sentados aparece una pareja muy curiosa: un chico español y una chica alemana. Los dos están embelesados: se hacen caricias, se miran, se sonríen...Ellos ya tienen su propio ritmo. Ufff, el amor en el Camino.
Pero hay que seguir y los arbolillos plantados al lado de la senda que va al lado de la carretera se convierten en una pesadilla: árboles y más árboles sin final (y lo peor de todo es que estos arbolillos no dan ni sombra siquiera) en una especie de alucinación kafkiana. Y el tiempo detenido. Y sin agua. En un momento llegamos a un puentecillo en el que nos encontramos con dos señores del lugar y otros peregrinos (concretamente en este instante conocí a Rosita y a Incola que aparecerán luego mucho en mi caminar). Tras charlar un rato y decir lo desfallecidos que estamos, los señores non indican un manantial que brota del suelo. ¿Pero se puede beber?, preguntamos. En el pueblo siempre lo hemos bebido, majos, nos responden. Y bebemos, ya lo creo que bebemos. (y debo decir que, aunque a mi amigo Jose Mª luego le entró una buena cagalera, no fue por beber esta agua sino por otras bebidas distintas). Ya un poco menos sofocados charlamos un poco y hasta metemos los pies en el pequeño regatillo de agua.
Y a seguir: los últimos kilómetros antes de llegar a Reniegos fueron infinitos: nunca pensé que 3 kilómetros (que fue lo que me dijeron que quedaba para llegar) se me pudieran hacer tan largos. Llegué reventado, pero llegué. El pueblo es muy pequeñito y sin nada que ver por lo que esa tarde tenía que ser, por fuerza, de descanso.
S.A.: Ese día descubrí el significado de la palabra cansancio: llegas pasado mediodía a un refugio y no te encuentras con fuerzas para nada; simplemente te derrumbas. Es un cansancio inmenso que te deja paralizado en cualquier rincón. Y, sin embargo, es un cansancio vivificador.
De ese día, aparte de lo machacado que estaba, recuerdo la siesta, la comida con la charla con una pareja de Bilbao muy interesante y la cena en comunidad en la que compartí elaboración de Risotto con una chica italiana. En esa cena nos juntamos la pareja de Bilbao, Jesús, Jose Mª (al que le hicimos una prueba de vinos entre risas), una pareja con una hija adolescente con la que estuve comentando qué tal el camino para adolescentes (me dijo que la estaba gustando; pero que hubiera sido mejor si hubiera venido con sus amigas), Aura (un chico vasco muy especial) y el grupo de Rosita, Nicola y los cuatro chicos madrileños. Una de esas cenas de risas y cachondeo: muy bien.
Y, tras una pequeña charla a la fresca como antiguamente en los pueblos, me fui a la cama prácticamente desguazado; no en vano llevaba dos etapas de 40 kilómetros. Así que ni para soñar tuve fuerzas. Zaaaaaaaaaasssssss
De Reliegos de las Matas, antigua encrucijada romana, una legua después aparece Mansilla de las Mulas junto al truchero río Esla. A esta localidad está asociada una de las figuras más pintorescas de la literatura del Siglo de Oro español, la "pícara" Justina, de la conocida novela publicada en 1605 en Medina del Campo. Este personaje abre posada en Mansilla, por la que vemos pasar, entre todo tipo de clientes, a bastantes peregrinos compostelanos. Pasado Villamoros aparece el Puente de Villarente, de veinte ojos y de factura irregular y Arcahueja, donde aparecen carteles con un león vestido de peregrino. Se inicia un suave ascenso hasta el alto del Portillo, desde donde se divisa León. La ciudad es muy grata para los peregrinos franceses que ven en ella la influencia de su estilo gótico. Se contempla arte por cada esquina de la antigua sede de la VII Legión romana y para degustar unas sabrosas tapas en el Barrio Húmedo.
No recuerdo nada especial de esta andadura: que caminé con Jesús y comenzó a cimentarse una gran amistad, que nos encontramos por el Camino con un peculiar peregrino: un chico joven de Vitoria que venía realmente quemado: "Quién me manda a mí estar aquí con este calor, con lo bien que estaba yo en Benidorm". Nos reímos un montón con él porque contaba todas sus desgracias con mucha gracia. ¿Y por qué has venido?, le preguntamos. Por mi madre, nos dijo, para perderla de vista durante un mes y que me deje de dar la murga. Ya veis, hay otros motivos para hacer el camino: no aguantar a la madre, que además, contenta, te paga los gastos.
S.A.: Si estás un poco artito de tu familia, de sus presiones, de sus chantajes o, simplemente, si quieres distanciarte un poco de las personas con las que vives todos los días, pues vete al Camino; es barato y, aunque se sufre, se aprende (entre otras cosas a valorar a esas personas queridas).
Y como es una etapa tranquila creo que es el momento de contar una historia: Cuentan que, durante el siglo XIX, una joven mujer de más allá de los pirineos hizo la promesa de peregrinar a Compostela si su padre, enfermo de tuberculosis, se salvaba de la muerte. Otorgada la gracia, la joven se dispuso a cumplir su promesa. En aquellos tiempos hacer el Camino era extremadamente duro y más para una mujer. Así pues partió de su casa medio a escondidas, caminando por la noche para que nadie la viera, escondiéndose para dormir durante el día.
En aquellas duras condiciones la mujer enfermó. A pesar de todo, débil y demacrada siguió su camino, hasta que la muerte la sorprendió entre el Burgo Ranero y Mansilla de las mulas. Al refugio de Mansilla, al mismo lugar en el que hoy se acoge a los peregrinos, llevaron su cadáver, vestida con un largo traje negro y una pamela de paja.
Desde entonces son muchos los peregrinos que dicen haber visto por el Camino a una mujer con un largo vestido negro y una pamela de paja, que, durante un buen trecho, les precede sin que puedan darle alcance. Y dicen que suelen verla los peregrinos solitarios. No mucho antes de que nosotros pasáramos por Mansilla, cuentan que unos peregrinos llegaron al refugio con una pamela de paja diciendo que, si veían pasar a una mujer vestida de negro, que se la dieran pues era de ella.
Eso cuentan; aunque yo he de reconocer que no la vi.
Y, para finalizar esta etapa y el final de un ciclo en este Camino, me volví a encontrar con Amaia: me había quedado yo solo en una gasolinera para ir al servicio y, al salir, me topé con ella. Me dio una gran alegría y enseguida reanudamos nuestra habitual cháchara y llegamos a León juntos. Al día siguiente tendría otro de los momentos mágicos del Camino con Amaia de protagonista. Pero eso será mañana.
Ese día yo me quedaba a dormir en casa de mis cuñados; así que me despedí de Amaia (antes la pedí su dirección) y me fui de recreo al mundo real.
Toda una sensación extraña en medio del Camino: volver a la civilización, comodidades, ducha, lavadora, ropa limpia, televisión, periódicos...Y un trato muy especial con el peregrino: Susana y Chema, mis cuñados, me trataron con mucho cariño y sentí, en aquellos momentos una gran afectividad hacia ellos. También fue algo asombroso reencontrarme con mi mujer, Esther, que vino a hacerme una visita.
Con ella me fui a pasear por León y a recorrer el itinerario de las flechas amarillas; Nos encontramos con Rosita que, al verme de civil, ni me reconoció. Sorprendente el cambio. Ella iba en su mundo. Visitamos el albergue de peregrinos y me encontré con viejos amigos (Jesús, Jose Mª, Aura...). Yo quería enseñárselo todo a Esther emocionado. Un efecto gracioso.
El resto del tiempo pues en casita reposando y disfrutando de la buena compañía; me vino muy bien ese paréntesis: recobré fuerzas para comenzar una fase del Camino completamente distinta.
S.A.: Curiosamente, en vez de coger cosas, las dejé; y es que en el Camino uno aprende a desprenderse de lo que sobra. Aprendemos que, para poder caminar ligeros y libres, tenemos que llevar lo imprescindible. Nada más. Por desgracia en nuestras vidas nos empeñamos en cargarnos con objetos, posesiones, relaciones, costumbres, personas...que no hacen nada más que entorpecer nuestra marcha. Es necesario desprenderse de todo lo que nos lastra.
La conversación fue muy personal y coincidimos en varios temas y situaciones; la etapa se me pasó volando.
En nuestro caminar alcanzamos a una chica que iba sola. Algo nos llamó la atención en ella porque, a pesar de que iba concentrada en su mundo y, por lo que nos dijo después, no tenía mucho interés en conectar con nadie ni caminar en compañía, el caso es que hablamos un buen rato con ella. Era Cati, "la previsora". Ella tenía muy claro que no quería tener ampollas y que para eso tenía que andar despacio, descansar y cambiarse de calcetines de poco en poco. No tenía nada claro hasta dónde podría llegar y no se lo planteaba siquiera. Lo de llegar a Santiago la parecía algo muy lejano. Ella había venido a caminar muy despacio y a estar con ella misma. No sé si fue en ese momento pero quiero contar la anécdota de por qué había hecho el Camino de Santiago. Según nos contó, ante la decisión de qué hacer durante unas vacaciones, tenía varias opciones y no sabía muy bien qué hacer. Entonces recurrió a un libro como de citas que ella tiene y que, cuando tiene que tomar una decisión, abre por una página al azar y siempre encuentra lo que necesita. En esta ocasión así lo hizo también y en la página elegida ponía: "Caminante no hay Camino, se hace camino al andar". Perpleja pensó que igual lo que tenía que hacer era irse al Camino de Santiago cosa que, en principio, no la atraía demasiado. En otro momento lo volvió a abrir y, sorpresa, apareció la misma página. Así que, segura de que en la vida hay que seguir las señales, decidió hacer el Camino. Toda una revolución en su vida: ya era la cuarta vez que repetía. Nos contó también que, en alguna de las salidas, había conectado mucho con la gente y que luego, cuando se fueron, lo había pasado muy mal; así que prefería no volver a conectar y hacer el camino sola. A pesar de lo bien que se estaba con ella (transmitía una paz y una calma especial y era maravilloso escuchar las anécdotas que contaba) decidimos dejarla a su aire y seguir nuestro camino.
También ese día fue el encuentro más personal con Jesús, al que yo había visto varias veces ya pero sin conectar del todo. Así que podemos decir que, en esta etapa, vio el nacimiento el famoso trío o trípode o tridente o tripartito o los tres mosqueteros: Lu, Jesús y César. Tanto montan, montan tanto. Llegamos al pueblo y tomamos posesión del albergue junto a un aparatoso depósito del agua en forma de nave espacial con fugas (daba miedo). La verdad es que recuerdo la amabilidad de la señora hospitalera, de lo alegre y feliz que yo estaba, de las risas de las charlas y de la amistad.
En el Camino, donde el tiempo se dilata (lo sucedido una semana atrás parece haberse perdido en el pasado y aparece como un recuerdo lejano) y, quizás por eso, los amigos que se hacen generan la sensación de ser amigos de toda la vida. Son muchas las horas pasadas juntos, muchos los esfuerzos compartidos. Hay una extraña sensación de camaradería, quizás debido a que los lazos afectivos adquieren una profundidad inusual. Puede ser que uno no vuelva a ver a un amigo del Camino, o que la comunicación se corte, pero siempre quedará un recuerdo cariñoso para ese amigo con el que pasamos toda una vida en tan solo unos días.
El pueblo estaba en fiestas y era domingo creo; así que buscamos un bar y allí nos comimos un bocata. Fue también ese día cuando conocí a otro grupo (el lado oscuro) que me acompañó todo el Camino sin llegar nunca a conectar de verdad: la pareja catalana y Elena "la bruja-maga". No había química, qué se le va hacer.
Por la tarde, al ser un pueblo pequeño y sin demasiadas cosas (por no decir ninguna) que ver, pues la dedicamos a descansar, a estar por allí caminando por la hierba, en animada charla con otros peregrinos, risas y anécdotas del Camino. Después un grupo numeroso (el grupo de Rosa con los italianos Nicola y Sara y los chicos madrileños, con Jesús y Lu y no sé si alguno más) hacemos una gira-tour recorriendo los mejores monumentos (joder si no hay nada de nada) del lugar riéndonos sin parar por la falta de interés y haciendo comentarios graciosos.
Hay otro albergue en el pueblo (privado) y hay cierto pique entre los dos: parece que se intentan quitar a los peregrinos con engaños. Así que decidimos visitarlo y ver cómo es; allí nos encontramos con viejos amigos (Jose Mª y Aura) que la noche anterior, en León, se la han pasado de juega y están hechos una mierda. También nos encontramos a Cati y eso nos produce una gran sorpresa y una gran alegría: nos sentamos (Lu y yo) a charlar con ella en una especie de jardín salvaje que tiene el albergue: la charla es relajada y muy interesante; se ve que hay conexión entre nosotros. Me siento a gusto con Cati. Eso sí, mañana, nos dice, quiero ir muy despacio y tranquila y parar mucho para que no me salgan ampollas, así que no nos veremos. Bueno pues nada, decimos mientras nos despedimos, buen Camino por si no nos vemos.
S.A.: (De la liebre y la tortuga): Se puede ir despacio y llegar a los mismos sitios.
Aparece por allí otro peregrino muy curioso y que también me acompañará todo el Camino: se trata de Jorge, un chico maño muy organizado, con una guía en la que aparece todo, y él tiene un control absoluto de todo, hasta de los euros que cuesta cada cosa; y, por supuesto, los itinerarios y la mejor forma de hacer las etapas; todo perfectamente razonado.
Al regresar al albergue nos encontramos (cuando pensamos que esa noche nos tocaba ayunar) con una suculenta cena: la señora hospitalera nos ha preparado unas tortillas de patatas (deliciosa), ensaladas y fruta. Un banquetazo que degustamos todos juntos en el jardín. Una de las típicas cenas con peregrinos variopintos (ese día había italianos, alemanas y muchos españoles) y muchas anécdotas y muchas risas. Y allí seguimos al fresquito hasta las 11,30 de la noche (para el camino una autentica trasnochada). Termina así un día muy especial en el que comencé las etapas más eufóricas de este Camino y en la que conocí a los mejores amigos que se puede tener como compañeros.
Pero lo que no me pierdo es la belleza del amanecer o la admiración de ese maravilloso puente que se eleva sobre el río Órbigo. Un puente con historia de caballeros y de retos. Don Suero de Quiñones, junto con otros nueve caballeros, retaron a todo el que osaba pasar por aquel puente que desde entonces se conoce también por el del "Passo Honroso". La historia la tenéis en el mismísimo Quijote.
Y el paisaje: uno siente que la Meseta (con su peculiar belleza) va quedando atrás. Termina la sequedad, los páramos desiertos, la llanura...y comienza la vega verde, amable, más fresca.
En la parada que hacemos para almorzar (algo sagrado que no perdonamos nunca) nos encontramos de nuevo con Jesús. Los tres juntos hacemos los últimos kilómetros de esta etapa de final duro. Creo que es en esta etapa cuando, escrito en el suelo con piedras, vemos la famosa frase: "What you need is a love" de los Beatles, que adoptamos como himno del grupo.
S.A.:Porque, ciertamente, todo lo que necesitas es amor.
Llegamos a Astorga, buscamos el albergue y allí seguimos la rutina de rigor que, no por repetidas, pierden nada de su maravilloso placer.
Ese día nos damos un lujazo de comida: Jesús, Lu y yo nos vamos a la Casa Maragata I a tomarnos un buen cocido maragato. Nos plantamos en el elegante restaurante y nos quedamos impresionados ante los platos que aparecen ante nuestros ojos: siete tipos de carne (pata, oreja, tocino, costillas, chorizo, morcilla, relleno, carne de vaca...) en una fuente inmensa. Entre risas y comentarios jocosos vamos dando cuenta de la fuente (vamos, de lo que hay dentro). Lu come menos y Jesús y yo, para no quedar en feo y que nos señalen por la calle, intentamos acabar con todas las viandas. Casi lo conseguimos. Tras la carne vienen los garbanzos con berza; están que te cagas: blanditos y deliciosos. Pero la carne ha dejado poco espacio y no podemos terminarlos. Ni cortos ni perezosos pensamos que nos podrían venir muy bien para la cena de la noche y Lu se atreve a decirle al camarero si no nos lo podría poner en un taper. Madre mía que cara. No tenemos taper, nos dice, pero os lo puedo poner en papel "alumínico". Y nos los puso entre el cachondeo generalizado. Tras los garbanzos la sopa (que también nos metemos entre pecho y espalda) y unas natillas de postre. Todo ello regado de buen vino y terminado con una queimada. Menudo comilón y menudas risas y menudo lo bien que se estaba en tan grata compañía. Fue en esta comida cuando, de alguna forma, establecimos las reglas de una amistad eterna: fue Jesús, tan cosmopolita él, el que dijo aquella frase tan sentida: A partir de ahora ya somos FRIEND FOREVER. Para hacerlo más solemne barajamos la posibilidad de cortarnos en los dedos y juntar nuestras sangres, pero lo dejamos en un brindis.
Y tras la sobremesa al albergue a digerir todo aquello. Escribo a los amigos un mensajito por Internet y el hospitalero me cura los pies (que los tengo destrozados). Mucha paz y mucha tranquilidad.
Al final de la tarde una tormenta amenaza con descargar sobre Astorga. Así que pululamos por el albergue en un muy buen ambiente general. Nos decidimos a dar un paseo para ver el pueblo y (mira tú por dónde) nos volvemos a encontrar con Cati que, un día más y poquito a poquito y sin una sola ampolla, ha llegado al mismo sitio donde estamos todos. Es una auténtica alegría volver a verla. Está en un albergue privado pero pasamos un rato de la tarde juntos. ¿No empieza a ser sospechoso tanto encuentro "casual"?. El Camino y sus cosas.
También anda por allí Jorge que sigue admirándonos con su control sobre todos los aspectos del Camino (sabe hasta dónde ponen los cafés más baratos). Disfrutamos de los monumentos de Astorga y nos hacemos fotos en un ambiente de alegría. Aún podemos ver el palacio episcopal con las formas estilizadas creadas por Gaudí y la mole maciza de la catedral.
Después una cena colectiva con muchos peregrinos conocidos. Por allí está Ricarda con su "Hola Sesar" y su abrazo, y muchos otros . El ambiente es de euforia y felicidad. Por algo estoy de subidón.
Tras la cena nos vamos a dar un paseo Lu y yo hasta la plaza para ver dar las horas al reloj. Y, oh milagro, los dos solitos, somos capaces de llegar a la plaza, pasear por el pueblo y volver al albergue sin perdernos. Precioso el lugar a la luz de las farolas. Y la charla se hace más intimista.
Y, con el deber cumplido de un día pleno, al albergue a descansar.
S.A.: De un cartel en el albergue:
La vida es belleza, admírala;
La vida es dulzura, saboréala;
La vida es un reto, afróntalo;
La vida es un juego, disfrútalo;
La vida es un misterio, desvélalo;
La vida es tristeza, sopórtala;
La vida es un himno, cántalo;
Porque la vida es la vida: vívela.
Yo quería dormir allí porque mi amiga Marina había estado de hospitalera y me había dicho que era un sitio muy especial. Según me dijo iba a estar la primera quincena de agosto. Yo llegué el miércoles 17 de agosto, así que pensé que no me la iba a encontrar. Aún así me apetecía conocer el lugar y ver si me había dejado algún mensaje.
Foncebadón es una antigua aldea que duerme en el silencio de las montañas el abandono y la desolación. Es una calle donde se agolpan las ruinas y las casas de piedra ya caídas. Y, sin embargo, aquel fue, hace siglos un lugar importante: En el siglo X se celebró un concilio a instancias de Ramiro II. A pesar de la desolación del lugar, uno se acostumbra pronto a aquella quietud y a esos paisajes. Es un lugar para la calma.
Nos dirigimos a la pequeña iglesia junto a la que se encuentra el albergue de peregrinos. Un sitio modesto. Al entrar, lo primero que hago es comprobar que, efectivamente, Marina ya no está: hay dos hospitaleras. Una de ellas me suena; enseguida caemos los dos: había coincidido con ella en mi Camino del año anterior, concretamente en Navarrete. Tras los saludos las pregunto por Marina: ya se ha ido, me dicen. Esta mañana ha cogido sus cosas y se ha marchado. ¿Y no ha dejado ningún mensaje para mí?, pregunto. ¿Tú eres César? Me dicen. Sí, contesto. Ya nos ha hablado de ti, que te demos muchos recuerdos y te tratemos muy bien. Luego dicen que ellas se van y que no podemos entrar al albergue hasta que vuelvan. Nos dicen que podemos dejar las mochilas en la iglesia que está al lado.
Voy a la iglesia y allí veo una mochila solitaria; me da un pálpito de que aquella puede ser la mochila de Marina. La miro y compruebo que tiene una pegatina de Phisbur. ¡Es de ella!, exclamo lleno de alegría y me dispongo a montar guardia hasta que vuelva. Pasa el tiempo por allí sentados a la sombra, charlando con Lu, recibiendo a los peregrinos que van viniendo y que se encuentran con el albergue cerrado. En ese momento es cuando conozco a dos de los peregrinos más extraños: se trata de dos hermanos de Madrid (a los que pronto bautizamos con el nombre de "Los estopa"), el uno binguero y el otro guardia civil. No pegan nada allí: ¿Unas birritas? Invitan. Les informamos de cómo va esto del Camino (es su primera etapa) y, sin apenas darnos cuenta, se han hecho amigos nuestros inseparables. Por allí aparece también Jorge o mi amiga Ricarda. Un rato divertido.
Y a eso del mediodía aparece Marina: nos quedamos los dos perplejos y emocionados. Tras el abrazo sentido las palabras a borbotones; ¡Hay tantas cosas que contar y que decir! ¡Tantos sentimientos a flor de piel! Hablar de mi Camino, de su experiencia maravillosa como hospitalera, de aquel lugar tan especial, de todo lo que ha sentido y madurado, de lo bien y lo fuerte que se encuentra. Quedamos para comer pero antes se quiere ir a despedir de una señora mayor con la que ha congeniado mucho. La espero. Vuelve y me dice que la señora María la ha invitado a comer; así que nos vamos a la taberna de Gaia (un sitio que merece una descripción aparte por lo original: en medio de las ruinas un señor ha levantado una cantina medieval, decorada primorosamente y con una cocina original y fantástica. Él mismo sirve vestido de medievo con sus ropas de cuero mientras charla con los peregrinos. Tenéis página por si queréis echar un vistazo: www.latabernadegaia.com).
Hace cinco años que emprendimos una Aventura Especial. En un lugar mágico, donde habitaron los Dioses, en la falda del Monte Irago y muy cerca de la Cruz de Hierro, se encuentra el Pueblo de Foncebadón, quizás el paisaje más emblemático del Camino de Santiago.
Un día, sobre las ruinas de la Historia, decidimos crear un pequeño, y a la vez, inmenso proyecto. Un rincón que os transportara a otro tiempo y a otros valores, donde los momentos lúdicos se convirtieran en momentos únicos, irrepetibles. Y diseñamos un espacio que no existía, pero que podía haber existido, un espacio de piedra vieja y madera antigua.
Con personajes atemporales y sonidos de siempre, con mesas largas que piden compartir, con luces casi dormidas que invitan a lo íntimo... y sobre todo, y ante todo... recuperamos un mundo de sabores olvidados, esos olores de la infancia en la cocina de la Abuela, esos sabores que saben a nostalgia y a tiempo pasado, a delantal manchado y humo de leña, a sonrisa amable y caricia eterna.
Desde la Taberna de Gaia, en la parte sur, se alza majestuoso, eterno, el rey de los montes maragatos: El Teleno.
Allí donde nacen las tormentas, donde vive el dios del Trueno de los pueblos Astures. Esa montaña de luz cambiante, de sueños con promesa gris y manto blanco.
Nos vamos a tomar una sidra especial y Marina, que ha congeniado con el dueño, me lo presenta y charlamos un rato sobre sus días de hospitalera. Allí están mis amigos dispuestos a meterse, entre pecho y espalda; así que Marina se va y yo me quedo en una de esas comidas tan especiales del Camino: peregrinos muy distintos que se juntan en torno a una mesa en un ambiente de euforia y humor, dispuestos a compartir risas, experiencias y anécdotas. En este caso la mesa no podía ser más variopinta y dispar: los hermanos estopa tan ruidosos y vividores ellos, un chico valenciano de unos modales finísimos y un hablar pausado, Jesús tan irónico él, la sincera Lu y yo mismo (espécimen raro donde los haya). Y aún se unió a los comentarios alguna "comensala" más a contar sus anécdotas de juventud.
Y los platos: "Churrasco de Ternera con guarnición y en Pan de Tajar; Doncella del Trigal; Codornices Escabechadas con guarnición
con guarnición y en Pan de Tajar Señor de los bosques con Verduras
Ciervo Estofado con guarnición
Trinchado Medieval; Ninfa de Rió
Revuelto de Verduras y Huevo La Diosa Blanca
Tarta de Queso Especial Café de Puchero
Tisanas de Gaia
Chupitos Caseros.
¡Como nos pusimos compañeros!. En fin que tampoco quiero poner a nadie los dientes largos pero sin duda una de las comidas del Camino.
Tras la cumplida sobremesa me volvía a juntar con Marina que me propuso ir hasta una cascada que había ladera abajo por el monte; pensando que era un lugar cercano me apunté encantado con la idea de ver aquellos parajes tan impresionantes y, cómo no, para poder seguir hablando con ella sobre las maravillas del Camino; Con chanclas que me fui y venga andar y andar y andar...Y lo malo es que luego hay que subir, pensaba yo. Pero el paisaje y la compañía merecían la pena. Llegamos a la cascada (muy bonita) y allí nos sentamos a charlar tranquilos. Metí los pies en el agua (que estaba helada) y me relajé; Marina hasta se metió en el río y se dio un baño terapéutico y tonificador. Y después la subida. Y eso con la etapa que llevaba ya a cuestas. Pero nada me importaba: era mi etapa eufórica y yo podía con todo. Una tarde mágica.
Al llegar al pueblo y tras más despedidas de Marina (sin duda se había hecho querer por la gente en aquellos días) la acompañé un rato porque ella se iba a pasar la noche a Manjarín, otro sitio emblemático del camino del que ya hablaré mañana. No quería quedarse en el albergue en el que había sido hospitalera para no comparar y para no mosquearse por lo que hacían las nuevas hospitaleras (que sea dicho de paso, para nada tenía que ver con lo que ella me había contado de ese lugar). Pero ella es muy discreta y no critica, por lo que prefirió quitarse del medio. Quedamos en que al día siguiente me esperaba en Manjarín. Mientras la acompañaba vi ponerse el sol entre las montañas: una visión única e inolvidable.
Al volver al albergue me lo encontré lleno de peregrinos (creo que ese día éramos más de 50 y muchos se tenían que quedar en la iglesia). Y allí estaba mi amiga Ricarda: me senté un rato a la fresca con ella y, desinhibido por el subidón, intenté comunicarme con ellas por medio de gestos entre muchas risas.
Después las hospitaleras organizaron una cena colectiva que se convirtió en un acto caótico y desorganizado que, sin embargo, tuvo su encanto porque (cómo no) nos lo tomamos con humor y con buena disposición. Compartimos lo que había y seguimos riendo y contando. Por allí estaban Rosa, los italianos, los madrileños, alemanas... Jo, qué buen ambiente.
Y, al anochecer, un paseo por entre las ruinas del pueblo, contemplando la luna y el cielo estrellado: qué sensación de paz, de calma, de tranquilidad, de euforia compartida, de alegría...Jorge, que se pasó todo el día cogiendo piedras de cuarzo para regalarlas, decía que ese sitio tiene una energía especial por el sitio en el que está situado y por el cuarzo. Y, si lo dice Jorge, punto redondo.
Al volver al albergue me encontré con una escena sorprendente: un grupo de peregrinos (entre ellos los estopas, cómo no) estaban de juerga bebiendo vino y, esto es lo sorprendente, las que más fomentaban este ambiente de juerga a deshoras, eran las hospitaleras. Con una sonrisa me fui para la cama.
Precioso día en el que me sentí totalmente Clic. Curiosamente las dos etapas cumbres de mis dos Caminos, de las más completas y emocionantes, han coincidido con encuentros con Marina. Curioso.
S.A.: Vive la vida a tope, como si cada momento fuera el último: si caminas, camina; si duermes, duerme; si estás con una persona, estás con una persona; si ríes, ríe; si lloras, llora; si amas, ama...Haz aquí y ahora.
Subimos la cuesta entre risas y bromas y aquí tengo que poner, porque así se lo prometí a Jesús, (que tampoco es una cosa del otro jueves, pero al chico le salió del alma) aquella ya mítica frase "gusanos de luz", que dijo al volver la cabeza y ver a los peregrinos subir en fila india con las linternas encendidas. Sin duda una imagen muy poética para lo que realmente nos sentíamos: auténticos gusanos pero llenos de una luz interior.
Poco antes de llegar a la Cruz, Lu aprieta el culo y, ante nuestra sorpresa se va sola hacia arriba. Será que quiere estar sola ante un momento tan especial, elucubramos perplejos. Luego descubriríamos (no por ser especialmente sagaces sino porque nos lo dijo ella) que se puso nerviosa pensando que iba a amanecer antes de llegar.
Llegamos a la Cruz en lo alto de la montaña con gran emoción. Alegría, gritos, abrazos, observación de todos los objetos que allí van dejando los peregrinos (desde unas botas hasta fotos o cartas), y la realización de todos los ritos perceptivos ( tirar la piedra sin esconder la mano, quemar papeles con deseos, y pasarnos un huevo por todo el cuerpo (no penséis mal; se supone que el huevo recoge toda la energía positiva que, si es mucha, hasta logra romperlo; el mío no se rompió). Y vimos amanecer claro. Momento mágico sin duda.
Y tanta fue la energía positiva acumulada que, desde La Cruz hasta Manjarín, la compenetración entre los tres llegó hasta tal punto que las risas se hicieron de esas de partirte, de ponerse dolor en el estómago, de tirarte por el suelo. Y ya me gustaría reproducir lo que decíamos pero eso ya es imposible y, seguramente, daría poca risa fuera del contexto. La idea es que nosotros estábamos eufóricos, llenos de vitalidad.
Llegamos a Manjarín y la campana sonó para nosotros; peregrinos que llegan a un sitio muy especial, distinto. Un albergue en medio de la nada, totalmente original, único en su forma, en su decoración, en la gente que allí está y, sobre todo, en su hospitalero, Tomás, una persona tocada por el Camino. Allí paramos (yo había quedado con Marina) y admiramos el refugio (que nos enseñó Tomás) y recogimos su energía. La gente que por allí estaban hablaban calmadamente, tomaban café, leían los libros que por allí estaban, escribían... Apareció Marina pero, como siempre, no tenía prisa: tenía que hablar con Tomás, despedirse, recoger cosas. Les dije a Lu y a Jesús que yo me iba a quedar para acompañarla un rato y que se fueran haciendo la etapa. Así que allí me quedé yo esperando a Marina y viviendo una de las horas más alucinantes de mi existencia.
Perdido en un mundo distinto contemplo fascinado el pulular de los peregrinos, el ir y venir de Tomás, el hospitalero templario, con su vestimenta blanca con la cruz roja, que atiende a todos, explica, abraza, trasmite y comunica. Hablo con él y siento que puede ser un loco o un iluminado pero que desprende algo especial. Y yo quiero experimentar todo; así que me entrometo, charlo y miro los libros que hay en una de las mesas. Uno me llama la atención: se trata de Shinriti de Bucay. Me acuerdo entonces de Cati y, con una sonrisa en la boca, cojo el libro y me dispongo a abrirlo al azar, para ver lo que me trasmite. Esbozo otra sonrisa al comprobar que allí está de nuevo algo que estoy viviendo en esos momentos: "¿Cómo nos daremos cuenta de que estamos en el Camino correcto?, leo. Y la respuesta:
-Descubrimiento de una absoluta paz interior.
-Transformación profunda que no ha sido buscada ni esperada.
-Cambio ascendente y permanente de nuestro nivel de conciencia.
-Certeza de unidad verdadera con las personas.
-Marcado aumento de la alegría.
Exactamente así es como me sentía en aquel momento. Esa sensación de que controlas tu vida y te sientes a gusto contigo y con los demás. Sin duda estaba en mi Camino correcto.
En un momento dado vi que Tomás enseñaba un mazo de cartas a los peregrinos que por allí estaban. En ocasiones las mostraba para que, al azar, eligieran una. Me acerqué y me ofreció a mí también. Sin pensármelo cogí una y, con curiosidad, la miré. Según me dijo esa era la carta que definía a cada persona. Cuando contemplé la mía supe que, en mi caso, había acertado plenamente: en la carta que yo sostenía en mi mano se veía un paisaje como de montaña y, sobre un cielo azul, volaba un pájaro. Y debajo ponía este texto que copié: "Un pájaro manso en una jaula canta a la libertad. UN PÁJARO EN LIBERTAD, VUELA.". Sentí que esa palabra, libertad, era la que yo hubiera elegido sin dudarlo.
Después de despedirse de Tomás con un largo y sentido abrazo, Marina viene hacia mí y, antes de dejar aquel lugar, me regala un colgante con el símbolo de la Tau que ha comprado allí mismo. Emocionado la doy las gracias. Me lo cuelgo orgulloso y nos despedimos de aquel lugar lleno de misterio.
En ese momento Marina me dice que ha decidido no seguir hasta Ponferrada; tras hablar con Tomás y escuchar a su corazón, piensa que lo que realmente necesita es estar sola y que se va a ir a hacer la ruta del silencio. Esta ruta comenzaba en el Acebo; así que hasta allí nos fuimos los dos como siempre charlando de nuestras cosas y, sobre todo, de Manjarín y de Tomás.
En el Acebo paramos a comernos un bocadillo antes de la despedida. Y, otra casualidad más, por aquel mismo bar apareció Cati: con sorpresa y emoción la volví a saludar y la presenté a Marina. Ella siguió su camino y nosotros alargamos un poco más la despedida. Entramos en la iglesia del pueblo y, al salir, nos despedimos emocionados. Ella se perdió por las montañas y yo me encontré con Rosita, que aquel día andaba perdida, sola y un poco ausente; me sospecho que mal de amores. Mi teoría (como estudioso del tema, nunca como cotilleo, entiéndaseme) era que se había enamorado de Nicola, el italiano, y que algo les había pasado (quizás que no veía futuro en esa relación) que ella había decidido separarse de él y seguir su Camino, pero que la estaba costando horrores esa separación.
Caminé un rato con ella pero enseguida noté que quería ir sola. O igual era que yo necesitaba caminar más rápido: de pronto sentí la imperiosa necesidad de estar de nuevo con mis amigos. Así que inicié el descenso como un autentico bólido, prácticamente a la carrera, impulsado por una fuerza misteriosa. Tan rápido fui que (y eso que me llevaban horas de ventaja) antes de llegar a Ponferrada me topé con ellos en una farmacia. ¿Os podéis imaginar mi cara de sorpresa y mi inmensa alegría?. ¿Pero si solo hacía unas horas que les habías perdido?. Cosas del Camino. En él todas las emociones se viven muy intensamente.
Así que juntos llegamos al albergue. Allí nos encontramos con una gran cola para entrar y también con mucha calma: los hospitaleros están un buen rato con cada peregrino y empezamos a hacer bromas sobre que te hacen una confesión, las cosas que te preguntan etc. Y todo, a pesar del cansancio, entre risas y cachondeo. Sentados en el suelo nos tomamos la limonada que nos ofrecen y seguimos reconociendo a peregrinos amigos. El efecto goma nos va juntando una y otra vez y la camaradería es ya absoluta. Los estopa, las hospitaleras de Foncebadón, Jorge, Elena...
Al fin nos toca y nos vamos los tres a una habitación más pequeña y acogedora. Tras las rutinas habituales nos vamos a comer con los hospitaleros a un restaurante. En esta comida, en el que siguió reinando el buen rollo a pesar de todas las dificultades (falta de sitio, calor insoportable fuera, cambio de mesas y, lo más fuerte, una camarera cabreada). Es lo que tiene esto del Camino: mantienes la calma y el buen humor a pesar de los pesares. La anécdota de este día fue que, tras distintas broncas y malhumor de la camarera, Lu y yo pedimos dos segundos platos y nos trajo otros completamente distintos; nos miramos como niños pequeños y dijimos: ¿qué hacemos, nos los comemos?. Cualquiera dice nada. Y comenzamos a comer entre risas. Al poco aparece la camarera y nos dice: Pero si esos platos no son vuestros, ¿por qué os los coméis?. Es que como estás un pelín estresada pues no nos hemos atrevido a decirte nada. Nos volvió a caer otra bronca porque eran los platos de otros y, ahora, ¿qué hacía ella?. Seguimos riendo. En la sobremesa se nos unen los hospitaleros y ahí que seguimos en animada charla.
S.A.:La vida, que es un placer a pesar de todo.
Descansito en el albergue y paseo por el pueblo a ver su maravilloso castillo. En ese momento Lu dice que tiene que sacar el billete para marcharse al día siguiente. La acompaño hasta la RENFE y siento que algo empieza a cambiar: sin duda esa próxima despedida, y aunque intentemos disimularlo, ha empezado a hacer mella en nuestros ánimos.
Tras el paseo la cena en el patio del albergue acompañados de viejos amigos (entre ellos los Estopa con sus birritas; han sacado de la máquina un montón "por si se estropea la máquina" nos explican). Es una bonita noche de luna llena, así que remoloneo por allí, charlo, saludos, risas, calma, descanso.
Y a dormir; que el día ha sido completito y el ánimo está por las nubes y me siento fantástico y lleno de vitalidad.
S.A.: Si tu mente no está calmada y tienes "losas" en tu interior, seguramente lo pagarás con dolores o enfermedades.
Así que la etapa se hace interminable. Jesús se adelanta y yo me quedo a acompañar a Lu que apenas puede moverse. Caminamos en silencio (Lu no tiene ganas de hablar) y con cierta melancolía. Lo entiendo: es su última etapa y es muy duro dejar el Camino cuando estás tan a gusto. Intento animarla sin agobiarla.
Nos vamos por un ramal del Camino alejado de la carretera y hacemos unos kilómetros más que, en aquellas circunstancias, se hacen angustiosos. En aquel momento de desolación viví un momento de "milagro": avanzábamos penosamente por un camino polvoriento, (Lu detrás, yo unos metros por delante intentando anunciarla la vista del pueblo), cuando, de repente, delante de mí, se formó una especie de mini ciclón: un remolino de viento que fue tomando una forma muy definida en espiral y comenzó a moverse hacia nosotros; El remolino de polvo me pasó limpiamente sin tocarme y se fue derechito hacia Lu a la que, por unos segundos, la envolvió completamente. Unos chicos valencianos que iban por delante de nosotros exclamaron al tiempo que grababan la escena con su máquina de fotos: "Mira, siempre podrá decir que ha sobrevivido a un ciclón". ¿Una señal?
Con la emoción de aquel momento y con las últimas fuerzas que nos quedaban, conseguimos llegar, por un angosto paso en el que las montañas dejan paso al río, a Villafranca del Bierzo. Según la tradición, si un peregrino llegaba gravemente enfermo a este lugar, se le daba por cumplida la peregrinación. ¿Sería nuestro caso?
Por fin llegamos al albergue y, sin duda, aquel día sentimos especialmente el gozo de quitarnos las botas, de la ducha y el descanso. Desde el albergue, por su balcón mirador, contemplamos uno de los sitios más bonitos del Camino. Un pueblo impresionante y lleno de arte.
De aquel día recuerdo especialmente la comida que hicimos en su preciosa y concurrida plaza: nos sentamos en una mesa y, según iban llegando peregrinos, los íbamos incorporando a nuestra mesa. Al final se formó un nutrido y variopinto grupo de los que recuerdo, además de Lu y Jesús, a Patri una chica que había venido con tres amigas pero que era tan libre que había tenido que dejarlas, un chico de Toledo que había ido al Camino para aclarar su vida, otro chico valenciano muy filósofo y, ya al final, en otra especie de milagro, aparece Caty. Quizás fue su presencia lo que me infundió alegría porque comencé a hablar, a contar anécdotas, a hacer risas, a hablar de las "señales" del Camino...y todo el mundo se anima a hablar, a comentar los motivos por los que habían hecho el Camino, del amor, de la vida...me encuentro fenomenal en tan grata e interesante compañía. De entre muchas anécdotas que podría contar de esa comida larguísima (las risas y los comentarios de Patri, el humor de Jesús, los comentarios de los chicos, de la presencia afectiva de Lu...) recuerdo una historia de Cati que, ella misma, definió como "una historia de ternura" en el Camino. Recuerdo con mucho cariño esa comida.
Desde allí nos fuimos al Centro médico: Jesús con su faringitis y yo con mis pies; Un médico muy simpático me atendió y me dijo que tenía los pies destrozados, ampollas, rozaduras, y uñas y dedos infectados. Me recetó antiinflamatorios y antibióticos y me dijo que dejara de andar, que me fuera a mi casa. "Pues va a ser que no". Le dije, "Tengo la intención de llegar a Santiago".
Cansinamente volvimos al albergue y nos dispusimos a acompañar a Lu al autobús; no queremos hacer de la despedida un duelo e intentamos seguir manteniendo el tipo, hacer algún chiste, hacernos los locos. Aún tengo en mi cabeza la imagen de los tres sentados en el banco esperando el autobús, haciendo bromas, hablando de "Friend forever", de que "siempre nos quedará Astorga" (y el cocido maragato), haciendo un intercambio de nuestras piedras energéticas, haciendo un amago de cortarnos en el dedo para unir nuestras sangres...y el autobús que aparece y, hay madre, el abrazo final, sentido, demasiado corto pero intenso, lleno de cariño...sin duda una amiga para siempre. Y el autobús que se va y allí nos quedamos los dos, intentando mantener el tipo y volviendo a repetir aquella ya mítica frase: "Siempre nos quedará Astorga" y este puede ser el comienzo de una gran amistad.
S.A.: Curioso fenómeno este que se produce en el Camino: conoces a una persona, convives unos días con ella y, como el tiempo aquí se expande se hace intenso, parece que la conozcas de toda la vida, que te sientas muy unido afectivamente, que descubras el significado de la palabra amistad en toda su extensión.
Y así fue como el trípode se convirtió en bípode y, esa trasformación, fue dolorosa, algo así como si te arrancan un trozo de tu cuerpo, como si realmente perdieras algo y te sintieras desprotegido, perdido. Caminamos por el pueblo taciturnos, compramos nuestras medicinas en la farmacia, compramos algo para cenar y nos volvemos al albergue.
Necesito estar solo y escribir algo así que me voy a la salita del albergue con mis papeles y mi melancolía y me pongo a recordar y a escribir. Sin duda Lu ha sido una compañera excepcional y hemos pasado muchos buenos momentos juntos. Hago una especie de retrospectiva desde aquel día en que "por casualidad" (je,je) la encontré a la salida de León. Grandes momentos, sí señor y mucho humor. Y, cuando estoy en esos pensamientos, ocurre otro de los sucesos mágicos de mi camino: aparece Cati (como si todos los anteriores encuentros estuvieran destinados a preparar este instante) se sienta frente a mí y comenzamos a hablar precisamente de esas bonitas historias de "ternura y de amistad" que el Camino nos regala a veces. Esas personas con las que conectamos de forma impredecible y auténtica, esas almas gemelas con las que te sientes tan cómodos del vacío que se siente cuando se van. Vacío sí. A los dos se nos humedecen los ojos y, en aquellos momentos, me sentí muy unido a ella; una grata sensación de calor humano, de sentirte totalmente entendido y acompañado.
Después aparecen Jesús y Patricia (con su alegría) y cenamos juntos y todo se recompone de nuevo porque el Camino, como la vida, continúa.
Aún hay un bonito momento de charla con Caty fuera del albergue, de noche ya, y sentados a la fresca. Últimos instantes de un día intenso y lleno de emociones. Y después a la cama a descansar porque mañana (a pesar de las ausencias, a pesar de los pies destrozados) tengo que seguir caminando.
Así que con entusiasmo (el mismo que recomienda la guía para afrontar esta etapa y supongo que la vida misma -esto como que casi es una S.A. ¿no?) y en compañía de Jesús, comienzo esta etapa que (para que veas sorpresas) será una de las que mejor hago de todo el Camino. Casi una etapa perfecta, de libro, de esas que se enseñarán a los peregrinos en los manuales, diciendo justo los pasos que hay que dar, el lugar exacto donde parar, la cadencia del bordon que se acompasa con el vaivén de las caderas, en fin, de cómo hacer una etapa y no morir en el intento.
Aquella etapa Jesús y yo nos la tomamos con mucho humor negro: chistes macabros sobre formas de "eliminar" a tan numerosos peregrinos para lograr una cama en el albergue (no quiero dar ideas pero elaboramos casi un manual de eliminación de peregrinos de fin de semana con estrategias muy precisas, limpias (sin apenas dejar rastro de sangre) y con apariencia de accidentes. Bromas aparte nos salió la nostalgia por el humor, cosa que siempre ayuda.
S.A.: ¿He hablado ya del humor? . Imprescindible para afrontar la vida.
Y con humor escuchamos a Eduardo, un atípico peregrino que está "hasta los cojones" del Camino. "Con lo bien que estaría yo en Benidorm", exclama. Y, sin embargo, allí sigue él gracioso en sus quejas. Descubro que hay otras formas de hacer el Camino y seguimos riendo.
Y por fin la subida mítica a O Cebreiro que, al final, quizás por tanto temerla, no resulta para tanto: el paisaje es precioso y lleno de sombras. Casi ni me entero. Llegamos al albergue con un ambiente un tanto desapacible por el viento. Cola para esperar a que abran y encuentros con todos los viejos amigos del Camino. Hay algo que me desasosiega en el ambiente; me siento un pelín forzado para todo.
Hay mucha gente allí, demasiada gente; gente nueva que se incorpora para hacer las últimas etapas; noto que el ambiente ha cambiado: como que ha comenzado un nuevo Camino (el tercero ya). Y los cambios producen cierta desazón hasta que vuelves a acomodarte. Día de cambios.
Los estopa se empeñan en que comamos con ellos y, tras esperar un buen rato (todos los restaurantes están abarrotados) nos sentamos en una mesa apretados; Mucho ruido, mucha algarabía (y poca sustancia). ¿Estoy aguantando?. ¿Me iría de allí?. En ese momento aparece (cómo no) Caty por la puerta: ¿es lo que necesitaba?. Me levanto y voy a saludarla. La digo que se quede a comer con nosotros pero ante el panorama dice que ella se va a otro sitio. El impulso me dice que me vaya con ella y, sin embargo, me quedo donde no quiero. ¿Qué me está pasando? ¿Este comportamiento no es de la vida normal?. ¿Me está atrapando ahora la hipocresía, las obligaciones y la rutina?. Reflexiono en silencio y pienso que esto no puede ser: es necesario dar un giro. ¿Me ayudará el Camino en esta circunstancia tan extraña?. ¿Seré capaz de dejar todo lo que no me conviene, lo que no me hace feliz?.
S.A.: Sin darnos cuenta en nuestra vida caemos en trampas y rutinas que no nos gustan y que hacemos sin saber muy bien por qué. Personas que no nos dicen nada y con las que seguimos perdiendo el tiempo. Es necesario simplificar nuestras relaciones y elegir las que merecen la pena.
Así que después de la comida y tras dejar a Jesús en la siesta me fui solo a pasear y me senté frente a aquel espectacular paisaje a reflexionar. Por primera vez me encuentro un tanto desorientado y bastante melancólico: ¿es el momento de marcharse?. ¿Me queda algo por hacer aquí?. Dudo, luego existo, luego soy humano.
Pero en ese momento el Camino (joder cómo es) me da una respuesta: aparecen Jesús y Caty, se sientan junto a mí, les cuento, hablamos, me dicen, nos reímos, comparten mis ideas y me hacen sentir mucho mejor. Solo por ellos ya merecería la pena seguir. Juntos nos vamos y (¿otra bromita del Camino?) escuchamos música gallega: inmediatamente siento alegría y ganas de ponerme a bailar. La crisis está superada.
Y mañana será otro día.
El día comenzó con una grata novedad: a Jesús y a mí se nos unió, tras insistirla un poco, Cati.
S.A.: Si no estás a gusto en una situación, intenta cambiarla.
Comienza así una etapa preciosa, con unos paisajes impresionantes, con árboles milenarios, aldeas ancladas en el tiempo, piedras energéticas y, sobre todo, una charla amena, interesante, variada e intimista. Escuchar las anécdotas de Cati, reírnos, hablar de la vida, de libros, de la amistad (no sé si fue en esta etapa cuando hablamos de los distintos tipos de amigos clasificándolos por letras desde la A, que es la auténtica amistad, hasta la B, C, D...y de cómo hay que saber de qué tipo son nuestros "amigos" y actuar según sea esa amistad), y, cómo no, de la magia del Camino.
Y con Jesús que comparto su sentido del humor y un buen rollo especial que me hace sentirme muy a gusto. ¡Qué gran tipo Jesús!
De nuevo me sentía cómodo, feliz y lleno de entusiasmo. Y, además, íbamos a quedarnos en otro de los sitios emblemáticos del Camino: el monasterio de Samos. Antes de llegar, sentadas a la salida de un túnel, nos encontramos con dos peregrinas: paramos a charlar un poco con ellas y ya siento una fuerte simpatía por Rocío, una malagueña expresiva y risueña. Son las flores que aparecen en cualquier recodo del camino o a la salida de cualquier túnel y te alegran el día.
El albergue está en pleno monasterio, el sitio es precioso y el ambiente entre los peregrinos es perfecto; justo lo que yo quería, lo que estaba buscando. Y por allí está Patri con su fuerza y su sonrisa contagiosa y Rosita y su grupo y Jesús y Cati. Y Rocío y Silvia, las dos malagueñas, y todos, mientras esperamos, hacemos unas risas. Este es mi Camino.
Patricia: una chica que había ido al Camino con tres amigas y que ahora seguía sola, libre, original. Con una fuerza de voluntad y una valentía fuera de lo común se estaba descubriendo a si misma y subiendo su autoestima por momentos. Una chica encantadora y llena de alegría que casi adopté como a mi hija en el Camino.
Pero no solo de afecto vive el hombre: buscamos un sitio para comer y comenzamos un periplo de paciencia -en un bar no hay pan; en el otro no saben si habrá- que culmina en un sitio precioso, al lado del río, frente a un puente sacado del juego de la oca y con las ocas nadando plácidamente. Comida de buen ambiente, de risas y más risas y de dar comida a los patos, los cisnes y las ocas que se arremolinan a nuestro alrededor.
Y la comida es lo último tranquilo del día: los hospitaleros nos han preparado un plan de actividades completísimo y ajustadísimo: visitar la ermita prerrománica (siglo IX), el ciprés, visita guiada al monasterio (que hacemos cansinamente y entre bostezos, que por algo no ha habido siesta ni descanso), acudir a escuchar el canto de vísperas en gregoriano, y compra precipitada de algo de comer para cenar junto al río de nuevo. Recibo las llamadas de mi hermano y de Esther mi mujer en un momento nostalgia y familia. El amor está en el aire.
Para terminar, ya en el albergue, me siento a hablar con Rocío, que está ya metida en la cama muerta de sueño y siento de nuevo la simpatía y la conexión. Me encanta esta chica, su bondad, su gracia, su sinceridad, su simpatía. Pienso que me gustaría conocerla más pero quizás no la vuelva a ver porque lleva otro ritmo. La pido su dirección de correo y me la da.
Y, antes de dormirme, otra charladita con Cati para despedir un día completísimo de esos en los que descubres el placer de vivir en plenitud.
Aquel día, en aquel sitio, con aquella gente, pensé que aquel era el ambiente el sitio y la gente perfecta. Sin duda había unas buenísimas vibraciones y una calma alegre y especial. Los monjes sabían dónde construir sus monasterios.
S.A.: (Nocturna y plácida): "Realmente vivir no es tan difícil. Somos nosotros los que nos complicamos la vida".
Comenzamos a caminar de noche y con entusiasmo: Jesús, Patricia, Cati y yo.
Pero, pronto, empiezo a notar que esa no va a ser mi etapa: me siento cansado, sin fuerzas y los kilómetros se me hacen interminables. Llegar a Sarria parece una hazaña. Sin duda tengo una de las temidas "pájaras" del peregrino.
Ni los magníficos bocadillos del almuerzo me reaniman: caminamos y caminamos y caminamos entre parajes maravillosos y aldeas ancladas en el tiempo; subidas y bajadas y la búsqueda del mojón que indique el kilómetro 100 para llegar a Santiago.
A las 2,30 llegamos a Ferreiros y estoy totalmente agotado: no puedo dar un paso más. Como la idea es llegar a Portomarín -para el que queda aún un montón de kilómetros y hace un sol de justicia-, se abre un debate para decidir qué hacemos. Como no hay acuerdo pensamos que lo mejor es comer tranquilos en un bar del pueblo y así lo hacemos.
Tras la comida nos dividimos: Jesús y Patricia, sacando fuerzas de no sé dónde y demostrando una gran valentía, deciden seguir hasta Portomarín; Cati y yo, agotados y deseosos de descanso, decidimos quedarnos en Ferreiros. Nos despedimos con abrazos y promesas de volvernos a ver, con una comida pendiente en Santiago para el día de la llegada. Me emociono mucho al despedirlos; intento disimular mis lágrimas con alguna broma y los lanzo el contenido de la botella de agua. Es fuerte esto del cariño y la tristeza de las despedidas; es difícil acostumbrarse.
El sitio apenas tiene nada; así que se impone el descanso y las pequeñas rutinas de cada día: charlas tranquilas con los peregrinos, ducha, lavar la ropa, organizarse y meter mis maltrechos pies en agua con sal: ¡Jesús que maravilla!
S.A.: ¿Cuantas veces, en la vorágine de la vida diaria, hemos soñado con perdernos en algún lugar recóndito y disfrutar de paz y tranquilidad? Pues en el Camino está ese sitio soñado en el que te pierdes y te encuentras a ti mismo.
Esa tarde, a pesar de estar perdido, tengo dos encuentros que me llenan de alegría y emoción: el primero con Ricarda con la que comparto una sonrisa iluminada, un abrazo y su "Hola Sesar. El 26 juntos a Santiago"; O.K.; el otro, inesperado, con Rocío y su amiga Silvia, las chicas malagueñas: me las encuentro fuera del albergue y me emociono mucho pensando que se van a quedar; pero no: no hay sitio en el albergue. Así que, tras los saludos y la pequeña charla, pronto (más pronto de lo que yo quisiera) aparece un coche y se van a un albergue privado; mi gozo en un pozo. Pero me queda el recuerdo de sus sonrisas y su simpatía.
Y paso la tarde como si viviera en una pequeña aldea gallega anclada en el tiempo. Mucha calma, mucha hierba y paseos relajados. En uno de esos paseos hasta la iglesia -pequeña y románica- coincidimos, Cati y yo, con Rosita y Nicola. Nos sentamos en una piedra al lado del pequeño cementerio y allí, sin prisas, charlamos sobre lo divino y lo humano: el Camino, El amor en el Camino, Italia, España, aficiones, profesiones...Estamos ante una de las historias de amor: Rosita y Nicola llevan todo el camino el uno contra el otro. ¿Qué les pasa a estos?, comentamos Cati y yo. Y aventuramos que Rosita se ha obnubilado con Nicola y que él, un poco egocéntrico, se deja querer. Así que la pobre Rosita lleva parte del Camino luchando por desprenderse de él sin poder conseguirlo.
Y la cena, que hacemos en el bar del pueblo atendido por una señora entrañable y encantadora, también va de parejitas: en este caso tres: Rosita y Nicola (española e italiano); Andoni y Sara (español e italiana) y Cati y yo (que en realidad y, aunque desde fuera y para gente poco versada en los temas del amor podamos parecer pareja, no lo somos: solo amigos). Los dos observamos divertidos el comportamiento de las otras parejas y, cómplices, hacemos elucubraciones. Me lo paso muy bien pues no en vano el amor es uno de mis temas favoritos.
Y, casi sin darnos cuenta, se nos hace de noche. Paseamos hacia el albergue bajo un cielo estrellado y, al despedirnos, decido, y así se lo comunico a Cati, que, al día siguiente yo voy a salir pronto y quiero hacer una etapa más larga y llegar a Palas del Rey. He sentido que tengo que dejar que Cati haga su Camino, que no puedo seguir abusando de su amabilidad y compañía y que es necesario seguir adelante. Todo ello lo hago con todo el dolor de mi corazón porque me encuentro muy a gusto con Cati y, de nuevo, me quedaré solo.
Lo que entonces no sabía es que se iba a producir uno de los hechos más sorprendentes e impactantes (y maravillosos) de mi Camino. Pero eso será mañana, ya que cada día tiene su propio afán.
S.A.: Hablando de afanes: "Cada momento en la vida es fundamental. Hay que vivir cada respiración como si fuese la última inhalación de nuestra vida. Todo es vida y nunca sabremos qué es lo mejor para nosotros: Algo que nos pasa: ¿es bueno, es malo? Quién lo sabe. Todo lo que nos ocurre es por alguna razón.
Y sentirse libre. Libre para escoger la aventura que cada uno quiera vivir. Contemplar el cielo aquella noche en el Camino, hizo que me planteara intentar vivir cada segundo de mi vida intensamente, como si fuese el último."
Noche cerrada, luna en cuarto menguante, cielo estrellado. Por un bosque de meigas -lleno de ruidos misteriosos- camino alumbrando con mi linterna los rincones más oscuros. Es una sensación de auténtico misterio, de sobrecogimiento. Me recuerda a la película "El bosque animado". Disfruto del bosque en penumbra y sus susurros y, en ocasiones, detengo mis pasos y me quedo inmóvil, escuchando.
Amanece lentamente y me emociono al contemplar el río Miño a su paso por Portomarín, con su iglesia fortificada, rescatada de las aguas, en lo más alto del pueblo.
La etapa es dura pero yo sigo caminando a buen paso. El Camino se ha convertido en una Romería: una hilera de peregrinos que caminamos unos tras otros, algunos sin mochilas, otros sin ninguna pinta de peregrinos; en este tramo mucha gente hace excursiones y eso se nota. Intento no dejarme influenciar por el ambiente y caminar a mi aire. Es complicado. Mal tramo este para hacer el camino y peor aún solo.
Llego relativamente pronto a Palas del Rey; me acerco al albergue y me encuentro con una gran cola de peregrinos que espera a que abran.
Sin embargo el Camino aprieta pero no ahoga: me encuentro con dos sorpresas que me devuelven la moral: por una parte Patricia que está esperando también. Qué alegría abrazarla de nuevo y reírnos un rato; Por otra una de las sorpresas del camino: me encuentro con Pepe, un peregrino sevillano con el que hice muchas etapas del Camino anterior y con el que llegué a Burgos. Está haciendo la etapa con su hijo. Me alegro mucho de verle y charlar con él.
Abren el albergue y vamos avanzando lentamente: ¿tendré sitio? Cuando estoy ya entrando escucho a la hospitalera decir: "solo quedan 8 plazas". Cuento y estoy el 12. En fin; aun así decido esperar. Tres peregrinos que hay delante de mi deciden marcharse a buscar otro sitio. Cuando ya estoy a punto de irme escucho de nuevo: "queda una plaza más que me he equivocado". Y el destino empieza a urdir su trama. Entro el último, busco mi cama, descanso un rato, charlo con Patricia, Pepe y los peregrinos y, después de un buen rato (¿Quién me estaba entreteniendo?) me voy a duchar.
Entonces, lo imposible sucede: al salir de la ducha veo que en el baño hay un balcón que está abierto. Sin saber muy bien por qué -alguna fuerza misteriosa me empuja- me voy hacia el balcón, me asomo, miro hacia abajo y...me encuentro con la mirada de Cati que debajo del balcón mira hacia arriba. Y nos quedamos así: ella mirándome, yo mirándola. Tras la sorpresa inicial vino la reacción: la alegría, la risa cómplice. Me dice que no hay sitio en el albergue y que ya se iba a buscar otro. La digo que no se mueva de donde está, que se espere, que estas cosas del destino no se pueden desaprovechar, que está bien claro que tenemos que ir juntos. Cati me escucha armada de paciencia y me espera. Me visto rápidamente y bajo a buscarla. La digo que ya está, que esta señal es definitiva, que no podemos luchar más contra el destino, que quién somos nosotros. Así que tiene que entrar en el albergue y quedarse. ¿Y dónde si no hay sitio? Tú no te preocupes por eso, la digo, tú entra. Entramos en el albergue y busco otro sitio para quedarme: veo un sofá y lo acerco a la cama. Ya está, la digo, ya tengo sitio para dormir, tú quédate en la cama. Se resiste un poco porque Cati es muy buena, pero mi convencimiento e insistencia la convencen. ¿Alguien puede pensar que todo esto que pasó es casualidad? Sí, son las "casualidades" del Camino que nos sigue manejando a su antojo.
Y, como me estoy quedando sin S.A., voy a escribir aquí unas palabras que encontramos en un panel al pasar por un pueblo gallego. Es de Ruyard Kipling y dice así:
Si piensas que no te atreves, no lo harás;
Si piensas que perderás, ya has perdido:
Piensas que puedes, y podrás;
Todo está en tu estado mental.
Después Patricia; Cati y yo nos vamos a comer juntos. El día está salvado, de nuevo estoy entre amigos y me siento feliz. Son las famosas "señales" como diría Patricia. Solo nos falta Jesús.
Tras la siesta y el paseo por el pueblo (bastante feo), compramos algo y hacemos una cena colectiva. Y a la habitación a descansar.
En este punto me voy a permitir una maldad que ilustra cómo es este tramo del Camino. Se trata de una pareja que hay en el albergue al lado nuestro. Van impecables, ella es una monada con su camisetita de diseño y sus vaqueros ajustados. Sin poder evitarlo hacemos unas risas al decir: mira, es la Barbie peregrina que viene con todos sus complementos y acompañada por el Ken peregrino. Iban a hacer las últimas etapas y cantaban un montón. Creo que, hasta las ampollas que Ken la curaba con amor mientras ella gritaba, eran de diseño. Está claro: El Camino acoge a todo el mundo, incluso a mí.
Tras las últimas charlas y risas, me tumbo en mi sofá y duermo como un bendito.
S.A.: La vida está llena de "señales" que nos indican el Camino que tenemos que seguir. Descubre tus señales y síguelas.
Bueno ahora me viene a la memoria la parada para almorzar en Melide; allí es, según dicen, el mejor sitio para comer el pulpo gallego. Y la verdad que está impresionante de bueno: nos tomamos nuestra ración con una jarrita de ribeiro que nos dio una alegría-con chispa- muy especial.
Llegamos a Ribadiso que es un albergue de peregrinos de esos bonitos: rodeado de verdes praderas y árboles y con un río al lado. Es un sitio para descansar y para disfrutar de la naturaleza. Allí decidimos quedarnos. Aunque el hospitalero nos dijo que ya no quedaba sitio. Si nos queríamos quedar tendríamos que dormir en el suelo. Patricia decide seguir al siguiente albergue porque tiene que llegar a Santiago el jueves. Cati y yo nos resignamos y decidimos dormir en el suelo. Tampoco será tan grave y el sitio se lo merece.
Este tramo del Camino y en agosto se hace ya casi insufrible por la cantidad de gente que hay: es la guerra; ya vale todo: correr, ir sin mochilas, coger coches...se ven malos modos, gritos y falta de solidaridad. Hay grupos de excursionistas y muchos turistas. Apenas quedan ya peregrinos o, los que quedan, se confunden con los regueros de gentes que caminan por allí.
Aun así Cati y yo decidimos tener una tarde de calma, de paz y de disfrute de la naturaleza. Tras comer en el único bar que hay unos metros más allá, volvemos al albergue y contemplamos a las vacas beber apaciblemente en el riachuelo. No hay prisas: paseo por el campo, sentarse junto al río bajo un árbol a echar la siesta o a escribir en el diario, o a contemplar la naturaleza. Las charlas con los otros peregrinos se hacen apacibles, relajadas.
S.A.: Encontrar un sitio y un tiempo para la calma, para el sosiego para la meditación.
Ya al atardecer la charla con Cati se hace más personal; cada día me encuentro mejor con ella y la conexión es más profunda. Compramos algo para cenar y lo comemos junto al río, sentados en la hierba. Otros peregrinos, viejos conocidos - Jorge, Elena-, se acercan y charlamos.
S.A.: Qué necesarias esas conversaciones tranquilas, sin reloj, desgranando temas de conversación salpicadas de risas sanas; cómo serenan el ánimo.
Hay una queimada para los peregrinos al anochecer. A la fresca de la fabulosa noche los peregrinos charlan y ríen.
Es la hora de dormir. Y lo hago - por primera vez- en el suelo.
El día amaneció tristón y la lluvia hizo acto de presencia: se presagia el fin. Los caminos siguen llenos de peregrinos. Pero estamos los dos -Cati y yo- para seguir hablando, para seguir animándonos y darnos fuerzas.
La infinita Vía Láctea se acaba, la Estrella Polar está más cerca. Es la última etapa para llegar a la meta. Están a punto de finalizar los días de prados, ovejas, literas, sombra, solana, barro, conversación, autoconocimiento, misticismo, religiosidad, cereal, viñedos, sopas de ajo, sandalias frailescas, idiomas indoeuropeos, tijas, manillares, ampollas, piedras, vidrieras, arbotantes, arquivoltas, cacao, tiritas, botas, rectas, curvas, sacrificios y empeños.
Esta penúltima etapa tiene un riesgo importante: que se haga larguísima. La dureza del tramo, contribuye a esta sensación. Y así nos sucedió: una etapa dura e interminable que, sin embargo, fortalece la unión entre los peregrinos que la hacen y refuerza la autoestima en uno mismo. Llegamos al Monte do Gozo pasadas las 4 de la tarde, después de horas y horas de caminar, de hablar, de silencios, de canciones, de ánimos, de dolor, de risas compartidas, de confidencias, de cariño.
Llueve en el Monte do Gozo y el sitio es inhóspito. No nos gusta el sitio: todo es turístico, frío, enorme, poco acogedor. El albergue es grande e impersonal. Entramos en una habitación que compartimos con otras dos parejas.
En un bar comemos un bocadillo y nos vamos a descansar: sigue lloviendo, el día está tristón.
Al anochecer me pasa otra de las "casualidades" del Camino: al salir del albergue para cenar oigo a una peregrina que me dice: ¿Tú eres César? La miro asombrado y sin reconocerla. Me conociste en tu ciudad. Me dice, pero no te voy a decir quién soy. Tras volverme loco unos minutos pensando quien puede ser, se hace la luz en mi cabeza: es la chica que, el día en que volvió la japonesa, estaba con Jaime, el hospitalero de San Antón, en el albergue de Burgos. Después de aquella experiencia había decidido hacer el Camino. La di un gran abrazo y charlamos un poco: venía desde Roncesvalles y quería llegar hasta Finisterre; estaba exultante de gozo y trasformada. Mucho más curtida, más madura, más segura de sí misma. Qué pena que no tuviera tiempo para charlar más con ella.
Y tras la cena y un paseíllo por el sitio aquel, tan turístico (no le aconsejo a nadie parar allí antes de llegar a Santiago, aunque quizás no tenga más remedio), nos fuimos a dormir. El día siguiente nos esperaba, a apenas cuatro kilómetros, Santiago y el final de nuestro Camino.Una agridulce sensación.
S.A.: Escucho una canción y creo que es una señal de que debo ponerla aquí, para acabar este día un tanto melancólico:
Sé que las ventanas se pueden abrir
cambiar el aire depende de ti
te ayudará vale la pena una vez más
Saber que se puede querer que se pueda
quitarse los miedos sacarlos afuera
pintarse la cara color esperanza
tentar al futuro con el corazón
Es mejor perderse que nunca embarcar
mejor tentarse a dejar de intentar
aunque ya ves que no es tan fácil empezar
Sé que lo imposible se puede lograr
que la tristeza algún día se irá
y así será la vida cambia y cambiará
Sentirás que el alma vuela
por cantar una vez más
Vale más poder brillar
Que solo buscar ver el sol
Pero supongo que cada llegada es distinta y especial; En este caso mi llegada fue con la persona que el destino me tenía preparada y de la forma que tenía que ser: Cati y yo afrontamos los últimos kilómetros hacia Santiago llenos de emoción.
Quiero recordar ahora otra "señal" muy graciosa que me pasó con Cati: creo que fue a la entrada del albergue de Samos cuando sacamos nuestras credenciales para que nos las sellaran. En aquel momento yo dije: "mirad qué sellos más bonitos que tengo; y este: ¿a qué no lo tiene nadie?. Y enseñé un sello que, muy cutre, ponía: "Alimentación Piedad", de Grañón. En ese momento Cati esboza una amplia sonrisa, me enseña su credencial y me dice: "Yo la tengo". Miro incrédulo y comento: "Siempre había pensado cual sería el motivo para que yo tuviera este sello; ahora lo entiendo: lo sellé para vivir este momento compartido". Y nos reímos un buen rato comentando esta "casualidad" con los demás peregrinos. Tener un sello conjunto en el que ponga "Alimentación Piedad" es sin duda la mejor señal de que estábamos predestinados para compartir este momento único.
Así que todo se había confabulado para que mi llegada fuera esta: tranquila, introspectiva y en perfecta compañía.
Pronto entramos en la ciudad y a cada calle, nos emocionábamos más y creíamos ver la plaza del Obradoiro. Poco antes de entrar en ella vimos una iglesia y decidimos entrar: nos sentamos unos minutos en silencio. Cerré los ojos y, en total calma y paz, volví a revivir los momentos de mi camino y las personas con las que lo había compartido. En aquel momento bien podría estar conmigo Lu, Jesús, Patri, Marina - aunque de alguna forma estaban-. Me emocioné. Di gracias por todo lo que me había sucedido, por lo que había aprendido y sentido, por las maravillosas personas que había conocido.
Salimos de la iglesia y llegamos a la plaza del Obradoiro, frente a la catedral gótica; no hubo gritos, ni risas; lo que sí hubo fue un abrazo con Cati símbolo del abrazo que me hubiera gustado dar a todas las personas que en algún momento me han acompañado en este mi primer Camino de Santiago y, también, en el Camino de la vida. Emoción, alegría y tristeza.
Y la satisfacción de haberlo logrado. Vino a mi memoria una frase que leí y que puede venir muy bien como S.A.: "El Camino más largo comienza siempre con un primer paso". Todo se puede lograr cuando uno se lo propone: se trata de dar el primer paso, y después el siguiente y así, cuando menos te lo esperas, has llegado muy lejos.
Desde allí nos fuimos a recoger la Compostelana. Ya había cola y, entre las personas que esperaban, comencé a ver a viejos conocidos. Emoción por el reconocimiento y alegría por llegar a la meta. Caras de ilusión, risas y llantos. Me dieron mi documento acreditativo a nombre de Dnum Caesarem. Datum compostellae die 26 mensis Augusti anno Dni 2005. Toma ya.
Y por allí aparecieron, en un regalo maravilloso, Jesús y Patricia. Abrazos sentidos y mucha emoción contenida. Patricia se marchaba ya mismo al aeropuerto para tomar su avión. Así que otro desgarrón más.
Les acompaño al albergue - yo no me iba a quedar esa noche- en el que veo a otros amigos peregrinos. En el trayecto me topo con Ricarda: un gran abrazo y el deseo cumplido: hemos llegado juntos a Santiago. Por las calles nos vamos encontrando todos los que hemos compartido esos días el Camino: alegría, tristeza, abrazos, emoción. Es un día muy especial, donde todos los sentimientos están a flor de piel.
Nos vamos a la misa del peregrino. La catedral está abarrotada. Cumplimos todos los rituales alborozados. En un momento me giro y me encuentro con otra gran sorpresa: Esther, mi mujer, está allí. La veo por detrás y me quedo atónito. Me acerco y nos fundimos en un gran abrazo. Ha venido a buscarme.
Tras la misa y los rituales a comer la MARISCADA soñada y vislumbrada en los momentos malos. Uno de los rituales más placenteros. Una comida bonita y llena de cariño.
Y por la tarde, paseando por las calles de Santiago, la emoción del sitio y del encuentro con más peregrinos. Creo que me encuentro con todos. Solo echo en falta a Rosita y a Nicola. Hasta a los Estopa me los encuentro en un bar mientras cenamos. Menuda juega y cachondeo. Y, ya anocheciendo, cuando nos íbamos a despedir para irme a la pensión, otra sorpresa sorprendente y maravillosa: veo pasar a dos peregrinas y, sin saber por qué, me sale decir, "ele esas peregrinas", se vuelven y dicen: Césarrrr. Miro asombrado y, al verlas, grito: Rociooo guapa. Son Rocío y Silvia, las chicas malagueñas que, en un supremo esfuerzo, han llegado también ese día a Santiago. Las saludo cariñoso porque, a pesar del poco tiempo compartido, las tengo un cariño especial. Son muy buenas personas.
Y, era inevitable, llegó la despedida final: el abrazo sentido de peregrinos-los que han hecho el Camino me entenderán- a Jesús y a Cati y el esfuerzo para que la emoción que se te pone en el estómago no salga a borbotones por los ojos en forma de lágrimas. Friend Forever.
¿Y qué más puedo decir?. Solo esto que encontré en algún albergue escrito:
Pues eso.