Camino de Santiago 2002
00. Sevilla - Madrid - Ponferrada
01. Ponferrada - Villafranca del Bierzo
02. Villafranca del Bierzo - Las Herrerías - O Cebreiro
03. O Cebreiro - Triacastela
04. Triacastela - Sarria
05. Sarria - Portomarín
06. Portomarín - Palas de Rei
07. Palas de Rei - Ribadiso da Baixo (y Arzúa)
08. Ribadiso da Baixo - Pedrouzo (Arca)
09. Arca - Santiago de Compostela

Sevilla - Madrid - Ponferrada - Ponferrada - Ponferrada - Ponf...

20 KMS. (SÍ, SÍ, 20 KMS.)

Pepe Santos, Paco Jiménez, Elena Zahara, Salvador Sánchez y Paco Barroso quedamos el domingo día 7 de julio para salir hacia Madrid en Ave a las 18:00 horas. Todos con nuestras mochilas y la ilusión por probar el camino y nuestras botas nuevas. Saludos a familiares, risas y al tren.

Como el Ave llegó a su hora a Madrid no pudimos reclamar el importe del billete. Unos bocadillos de tortilla española antes de subir al tren abollado que nos llevaría a Ponferrada, con nuestros bocadillos de reserva para la larga noche. El tren llegaba a las 03:36 horas. Primera dificultad. En el tren no se podía comer.

¿Por qué?

Si el tren no tenía restaurante. Si el tren no tenía cafetería. Si el tren no tenía bar. Si un revisor nos dijo a la una de la mañana que había una cabina en la que vendían bebidas frías y que no conseguimos encontrar después de recorrerlo hacia delante y hacia atrás. Si el tren, con su p.m., era de la segunda guerra mundial, por lo menos. Si lo único que le faltó al tren fue parar para echarle carbón. Si a las 03:15 horas de la mañana tenía mi mochila en una de las puertas para ser el primero en huir de él (lo reconozco, para comprar agua y tabaco, y no necesariamente en ese orden). Si a las 03:45 horas un revisor nos dijo que quedaba todavía una hora para llegar a Ponferrada (que luego resultó ser nada más que tres cuartos de hora).

El tren llegó a Ponferrada a las 04:30 horas. ¡Tierra, Tierra! Nos faltó gritar.
Y derechitos, andando, hacia el Hotel del Temple en el que habíamos reservado habitaciones. A las 5 de la mañana, estabamos comiéndonos nuestros bocadillos de... ya no recuerdo de qué... desaparecieron antes de saber de qué eran. ¡Qué hambre! ¡Qué mierda de tren! Y a dormir.

A las cinco de la mañana en el Hotel. Me tocó compartir habitación con el que estuve a punto de matar en el tren. Pero intento superarme día a día y cuando ocupamos la habitación ya eramos buenos compañeros de viaje, Elena en otra habitación y Pepe Santos y Salva en otra. El Hotel se llama del Temple, y las camas tenían doseles encarnados la mar de monos. Tenía tanto sueño que pasé de preguntarme si aquello sobre nuestras cabezas, como un balcón colgante, se pudiera precipitar sobre nosotros. Sin problemas, a las 10 de la mañana en pie. Y se inicia el segundo roce con mi "compañero" de viaje.

- ¡Hay que ver como ronca usted, don Francisco! ¡No he pegado ojo en toda la noche!
- ¡Qué yo ronco!
- ¡Vaya que sí don Francisco!

(Lo de el "usted" y el "don" debe de ser degeneración profesional o algo así, porque te habla de usted y de don, pa'matarlo nada más te lo presentan).

Y continúa...

- Pero, no se lo tome usted como una crítica. También he tenido que compartir cama con don Pepe y ronca igual o más que usted.

Pensé que ahí se acababa la cosa. Pero se lo recordó al resto de los compañeros varias veces a lo largo del día y del viaje.

("¡Dios mío, y quedaba más de una semana de estar juntos! ¿Perdería los papeles en un cruce de cables y tendría que tirarme al monte perseguido por la guardia civil?")

Si te das cuenta, mi versión de los hechos es bastante entretenida y eso que sólo habían pasado quince horas desde que comenzó el viaje.

A las doces menos un minuto, un minuto antes de la hora fijada para abandonar el hotel, salieron de su habitación Pepe y Salva. Después de patearnos, los demás, el pasillo de la tercera planta, o segunda ya no recuerdo, varios cientos de veces.¿ ¡Qué lentos, no!?

Desayunamos en el hotel, dejamos nuestros mochilas en recepción y nos fuímos al albergue de peregrinos para saber cuando abrían y trasladarnos luego a él. El primer día lo dedicaríamos a visitar Ponferrada. Luego volvimos a por las mochilas y las dejamos en el albergue, las literas horribles. Comimos en una casa de comidas, La Fonda, a la que yo no quería entrar porque me daba muy mal rollo. Menos mal que me convencieron. Las alubias pintas con chipirones estaba de ESCANDALO, OIGA. Y el resto de los platos, exquisitos, para cenar teniamos que volver. Ja, ja, ja. Cambiamos de idea y la diferencia entre la comida y la cena fue como del blanco al negro. Vaya mierda de cena. Cordero quemado con patatas grasientas. Ellos lubina seca ¡frita! tócate los...
Pero es mejor olvidar los malos instantes, el camarero muy atento, eso sí. Un poco asín me parece a mí que era.

Nos paseamos durante todo el día Ponferrada para arriba Ponferrada para abajo, pasamos veinte veces por el castillo, en el que habíamos entrado en la pasada tercera o cuarta a visitarlo y sacar fotos. Ya las verás si te pasas pronto por aquí. Y por fin la hora de dormir. Salva, Pepe y yo nos habíamos comprado una especie de almohada hinchable, Pepe no la utilizó porque se llevó una funda de almohada, ¡qué envidía! Yo no sabía como poner la cabeza para que aquello no se moviera y acabara fuera de la cama, parecía que tenía vida propia. El colchón estaba tan guarro que antes había intentado cambiarlo por otro, y ese otro por otro, y así sucesivamente, hasta comprobar que todos estaban igual de guarros y que tanto daba uno como otro, así que puse mi esterilla encima. Una hora después de probar posturas e inventar otras nuevas mandé a hacer puñetas la esterilla y el flotador. Nada, no había manera, así que se me ocurrió hacer yoga encima de la cama. Tuvo que ser que estaba demasiado cansado porque comencé a quedarme dormido en la posición del buda, y entonces, plaff, alguien llegó encendió una luz junto a la puerta y me desvelé. Me acordé de toda su familia durante la hora siguiente ya en posición de tendido. No había casi nadie en la habitación, el noventa por ciento de las camas estaban vacias.

Pero me quedé dormido, no sé como, lo juro y a las seis en punto, arriba. Horrible, Marisa. Cuando salimos del albergue con las mochilas y los ponchos puestos, porque lloviznaba, mi otro yo aún seguía durmiendo en la litera. Por cierto, Salva ha leido esta parte y dice que lo del Hotel y nuestra espera por ellos es incorrecta. ¿Qué va a saber él si se duchó con el pijama puesto?

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Ponferrada - Villafranca del Bierzo

23 KMS.

Bueno, pues nada, aquí estamos otra vez. Te advierto que mi memoria de estos días se confunde. Llevaba una libretita para anotar cosas al final de cada etapa pero lo dejé para el tercer día y ya para entonces se confundían en mi cabeza los pueblos y las etapas, tuvo que ser efecto de la subida a O Cebreiro donde perdí más de una neurona memorística. Excepto Elena, que llevaba un bordón de nueva generación, telescópico y todo, y más cómodo, todos los demás llevábamos de palo y comprados en Ponferrada el día anterior. Comenzamos a levantarnos a las seis de la mañana, yo, con el poco sueño que había conseguido acumular durante la corta noche, lo hice sin saber dónde estaba y qué pasaba, todos a mi alrededor se afanaban por recoger y yo medio "borracho" de sueño no acertaba a encontrar nada dentro ni fuera de la mochila. Recogí como pude y subí preparado para andar. Pero llovía. A buscar el poncho que como no, estaba en el fondo de la mochila. Me lo puse y esperé a que el resto de compañeros siguieran mis pasos. Salir y ponerse a buscar el poncho. Varios kilómetros más allá dejó de llover y las guardamos hasta el día de Sarria, creo, que nos cayó encima la Dios es Cristo, ¿se dice así?

De esta etapa no recuerdo gran cosa, sólo cuatro, que ya son bastantes, la interminable salida de Ponferrada, feísima, un polígono industrial que parecía no acabarse nunca, parecía que León sólo tuviera un polígono industrial y lo hubieran instalado a la salida de Ponferrada, joer qué largo... y feo, eso ya lo he dicho, pero es que era feo, feo... y largo, larguísimo. Al final del mismo había una máquina de bebidas refrescantes fresquitas custodiado por un pastor alemán, yo no me acerqué.

Nos perdimos al salir de Ponferrada, y esperamos para preguntar a un peregrino que se acercaba, llevaba un poncho colorado, era jubilado, italiano de Milán como las gomas, ¡esas no! las de borrar y se llamaba Stephano. Nos adelantó como una moto dos veces. La primera con poncho y la segunda (tras pararse a quitárselo) sin poncho. Adiós, adiós, arrivederci. Llegó tres horas antes que nosotros.

Segunda cosa que recuerdo, el camino entre vides. Muy bonito y como estaba medio nublado, nada de calor.

Tercera cosa, Cacabelos, un pueblo en venta: "Se vende casa y huerto" "Se vende casa y parcela", así toda la primera calle de entrada. Si estuvieran bien cuidadas las casas sería un pueblo precioso, con soportales de madera, balcones de madera, la mitad caídos y la otra mitad a punto de caerse. En este pueblo estaba el famoso restaurante o bar "Prada a Tope" del que se dice que no te ponen de comer, te echan. Pero era demasiado temprano, sólo a 15 kms. de Ponferrada, y estaba cerrado.

Y cuarta cosa, los 900 últimos metros por un camino de tierra. De vuelta venía un malagueño en chanclas que preguntaba por su grupo que venía por detrás de nosotros. No sabíamos de quién nos hablaba y nos acompañó hasta el albergue: ¿Cuánto queda? preguntamos. Nada, dijo el malagueño, 900 metros. Joer con los 900 metros, me parecieron 9 kilómetros, no acababan nunca. Además iba con la sensación esa que se tiene cuando uno está realmente cansado y no ha comido y vas arrastrando las botas. Y al final, de pronto, el albergue. El pueblo precioso, para llegar había que bajar y subir, bajar poniendo el freno y subir arañando las piedras con las uñas. En la tercera aproximación al pueblo nos enteramos que había un atajo que ni bajaba ni subía. A buenas horas. Pues nada, mañana si puedo te cuento el trayecto Villafranca- O Cebreiro, que seguro que cunde más porque fue la etapa más larga, la más peligrosa y la más cuesta arriba.

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Villafranca del Bierzo - Las Herrerías - O Cebreiro

(PRIMERA PARTE) 24 KMS. HASTA LAS HERRERIAS

En Villfranca del Bierzo comimos en la ¿Hospedería de San Miguel? un antiguo convento de piedra oscura, ¿o era el día el que estaba oscuro? comimos muy bien, muy bien, muy bien, estupendamente. Por la noche lo hicimos en el albergue a base de bocadillos, pan con poca sustancia dentro porque Pepe y Paco pensaron que traían suficiente, y tuvimos que contar las rodajas de salami y partir alguna, incluso, por la mitad. ¡Qué hambre! Y unos italianos haciendo un pedazo de spaguettis a la bolognesa que quitaba el sentido. ¡Qué envídia!

Al día siguiente, salimos tempranito y andar que te crió. Esta etapa que gente más informada hacía desde Villafranca a Vega de Valcarce, nosotros la hicimos hasta el Cebreiro, 32 en lugar de 18. Pero nosotros contabamos con Elena que no nos contaba nada.

- La bajada desde la Cruz de Hierro a Ponferrada, eso sí que es duro. -nos repetía una y otra vez.
- Horrorosa, horrorosa. -continuaba.

Era lo único que le sacamos del camino, que la bajada era lo más duro del camino. Y a nosotros qué, si empezamos el camino justo después.

El trayecto discurría por carretera buena parte de los primeros ¿diez o quince kilómetros? puede que menos. Lo cierto es que intentando hacer memoría lo único que recuerdo eran los camiones a toda hostia que te pasan a centímetros y se te ponian los pelos de punta y te levantaba la gorra de la cabeza, por un arcén inexistente, y en ocasiones, por detrás del quitamiedo, sobre un caminito que íbamos inventando a cada paso, porque por allí no había pasado nunca nadie y sólo había los restos de las obras en la carretera cuando la construyeron.

Desde la salida de Villafranca hasta no sé dónde había otra opción de coger por el monte y quitarse parte de la carretera, pero en el albergue nos habían aconsejado la carretera. Había llovido y nos decian que aparte de que la opción era más dura con empinadas cuestas, el camino estaría lleno de barro, o sea, un suicidio.

Antes de llegar a un tramo de gasolinera, hostal, restaurante, etc. saludé desde la carretera a alguien en lo alto de la montaña, para mí que era el italiano Stephano con su poncho colorado. Pero siempre aparecía en el mismo lugar. Resultó ser un trapo o algo parecido, una señal, que con la distancia no se distinguía bien, y yo como un gilipollas no hacía más que saludar.

En esta gasolinera, hostal, restaurante, etc. Pepe y yo nos metido entre pecho y espalda un pedazo de bocata de calamares cada uno que quitaba el sentido. Y eso que sólo eran las diez o las once de la mañana.

Después de esto sólo recuerdo el bonito trayecto entre árboles y caminos de tierra sombreados, y alguna que otra cuesta breve pero matona, hasta Las Herrerías, donde un hombre con muy mala pinta llevaba una guadaña: ¡Coño la muerte!

Y la muerte miró hacia atrás, se detuvo y se dirijió hacia nosotros. Yo no sé los demás pero a mi me pasaron por la mente todas las peliculas del tipo: "La matanza de Texas" y otras por el estilo. ¡Qué miedo!

Nos tuvo entretenidos durante media hora o más para darnos una dirección o algo parecido, no lo sé a cienca cierta porque yo, de desconfiado natural, me mantenía a distancia por si le daba un ataque de locura.

Y comenzamos a subir. Pero eso te lo cuento en la segunda parte.

(SEGUNDA PARTE) 8 KMS. DESDE LAS HERRERÍAS A EL CEBREIRO

El señor de la guadaña se llamaba Serafín y era primo de los Alvarez Quintero, según me informa Salvador Sánchez, del cual me dice también que era una persona muy atenta y educada y que debía de sentirse bastante excluido de la comunidad de Las Herrerías debido a la gran cultura que parecía tener. En fin, es la primera vez que oigo que la cultura de un pueblo se mida conociendo a un solo miembro del mismo y comenzamos a subir.

Así como ha quedado dicho, de pronto y con mala hostia. El paisaje muy bucólico, entre caminos de cabras a la sombra de los árboles que no dejaban pasar ni un rayo de sol, y también habría sido muy pastoril si hubiera aparecido algún fauno durmiendo la siesta pero lo único que aparecieron fueron vacas gigantescas, asín de grandes.

Comencé en cabeza subiendo deprisa hasta que nos paramos a tomar fotos. Las paradas eran lo que peor llevaba, me costaba una eternidad volver a coger el ritmo de tanto como me dolían las plantas de los pies. Y hablando de pies, me olvidé de las ampollas, sólo me salió una, el primer día, en un lateral de uno de los dedos, que se reventó por sí sola y de la que nunca más volví a saber. Todas las mañanas nos untábamos de vaselina los pies a base de bien para que los kilómetros penetrasen con el menor daño posible y cuando se acabó compre vip-vaporup, para que respirasen, y vaya que si respiraban, daban ganas de echar a correr, pero eso fue días más tarde.

El estado de las plantas de mis pies nunca ha sido el óptimo y con la caminata se iban revelando. Los compañeros, todos a una, me decían que fuera a ver a un médico o que cuando acabara el camino fuera a un podólogo. Pero, yo respondía que en caliente me dolían lo mismo que a ellos que los tenían bien, y que en frío andaba como si llevase dodotis como ellos también, pero al día siguiente estaba tan preparado para andar como ellos.

En el kilómetros dos de subida, más o menos, pensé que ya habíamos llegado y realizado los ocho, era una fuente que manaba abundante agua fresca y que alguno, a los pies de esta, le había sobrevenido una hemorragia. Y como también soy de natural aprensivo, por no decir hipocondríaco, guardé el cigarro que iba a encender, para recuperar el aliento más que otra cosa, pero a los dos minutos sin saber cómo me lo encontré en mi mano medio consumido. El camino cambiaba de dirección pero no de inclinación. Creo que fue aquí donde nos separamos, delante Pepe y Paco, en medio Elena y Salvador, y cerrando yo. Más arriba todavía, en un albergue diminuto nos juntamos otra vez después que nos cruzáramos con mil o dos mil vacas, o puede que fueran menos, pero muy gordas, cosa que, por otro lado, no conseguía entender si tenían que subir y bajar estas cuestas todos los días. Junto al alberguito había otra fuente rodeada por enormes plastas de mierda de vaca. A pesar de ello, llenamos nuestras botellitas de medio litro, más llevaderas que las de litro, y bebimos hasta casi reventar, pues tanta o más era la sed que el asco.

Y continuamos subiendo, ya debía de quedar poco. Paco y Pepe pusieron la directa y desaparecieron. Elena desapareció al poco, y nos quedamos Salva y yo cruzando el límite de León y Lugo y sacando las fotos pertinentes junto al mojón que daba fe de ello. Y seguimos andando. A Salvador le había dicho Elena que cuando el camino llegaba a la línea de monte es que se había terminado la subida, pero se ve que en esta zona la lógica de Elena no regía. Porque cuando llegamos a la línea de monte el camino seguía subiendo por otra montaña más alta que había más allá. Y fue al llegar a lo alto de este primer monte cuando pensé que ya el camino sería llano, y entonces contemplé el monte que teníamos enfrente y vi a Elena perdiéndose por un recodo y más allá, subiendo como si tirasen hacía atrás de ellos a Pepe y Paco. Yo me detuve, dejé la mochila en el suelo y me tiré donde pude a darme ánimos a mi mismo, no le pedí que me animara a Salvador porque iba hablando sólo y tenía muy mala cara:

- ¡Nunca más! ¡Nunca más!

Cuando estuvimos listos para reanudar la marcha nos quedamos sentados porque estabamos muertos de cansancio y me acordé de Silvester Stallone, y después dicen que no te enseñan nada sus películas: ¡Dios mío, no siento las piernas! ¡Esto es un infierno!

Allí nos hubiésemos quedado esperando a los helicópteros de rescate o al equipo de rescate alpino si no hubiese sido por un par de detalles que nos hizo poner en pie de inmediato, allí no había ni dios, estabamos completamente solos al borde de un precipicio que se precipitaba hasta un fondo neblinoso, a los últimos que vimos por detrás de nosotros habían decidido coger campo a través para coger la carretera. ¡Que tramposa es la gente! Y segundo, comenzaba a hacer un frío que quitaba las penas y todo...

Y llegamos, medio muertos, pero llegamos. ¡Que bonito y rústico era el poblado de Cebreiro con sus pallozas! Pero yo no me fije en nada, sólo tenía ojos para el albergue que estaba a cincuenta metros delante de nosotros, venga, ánimo, lo conseguiremos sólo... son... cincuenta... metros... puñeteros.

Y, entramos y conocimos a la hospedera de los coj... que era guiri.

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O Cebreiro - Triacastela

26 KMS.

Después de hacernos el padrón municipal, la hospedera guiri nos condujo a nuestros aposentos, una habitación con 6 literas de a dos.

Elena, Paco y Pepe ya habían llegado, pero no se habían pasado por el albergue.

- Venimos con otros tres, podemos reservar tres camas para ellos, ya han llegado, vamos a buscarlos y... para estar todos juntos.

- ¿Pero vosotros que os creéis que esto es un hotel?

No dijimos nada más. Y nos fuimos en busca de los compañeros.

Nos esperaban en un bar junto a la entrada de la iglesia que Salva y yo rodeamos al entrar, y acababan de terminar, o de exterminar, una bolsa de patatas fritas. Volvimos al albergue y empadronó al resto.

- Nos podemos poner juntos, sigue habiendo camas libres donde estamos nosotros.
- ¿Dónde estáis vosotros?
- Aquí. -respondió Salvador.

De muy mala gana aceptó que ocuparan las camas libres de nuestra habitación y antes de irse, dijo:

- Bueno, pues ahora que estáis todos juntos no quiero volver a veros.

A mi me resbaló soberanamente sus palabras, pensé que era su forma de ser y de hablar con cierto cachondeo. Pero al resto de compañeros no les sentó su trato igual que a mí. Y en varias ocasiones durante el camino, recordando etapas anteriores y en especial el albergue de O Cebreiro, dedicaron, Pepe y Salva bonitas palabras para ella en una especie de juego consistente en denominarla con un adjetivo y que, alternativamente, el otro debía superar en intensidad:

- La tía estúpida.
- La tía imbécil.
- La tía gilipollas.
- La tía guarra.
- La tía puta.

Etc.

Nos duchamos, y a comer, creo que fue el sitio en donde mejor lo hicimos y más número de veces.

Primera comida, sobre las cuatro de la tarde. Me quedé con las ganas de probar el postre que consistía en queso de Cebreiro con dulce de membrillo, pero el segundo plato me dejó k.o.

Segunda comida, sobre las siete, antes de cenar, sólo Pepe, Salva y yo, Elena quería siesta y Paco Jiménez comenzaba a tener problemas en sus rodillas después del esfuerzo, que no aflojó en ningún momento y como consecuencia tuvo que visitar al médico y la farmacia antes de llegar a Santiago, como si las rodillas no fueran suyas. A tope que son de goma.
Nos metimos en un bareto al que se entraba escaleras abajo. Y pedimos unos vinos. Una muchacha que atendía la barra se acercó con una tabla de chacinas y nos la ofreció, yo pensé que era para picar, la cogí y nos pusimos las botas entre chorizo y salchichón. Cuando quedaban apenas tres rodajas volvió la muchacha y se llevó la tabla.

- ¡Será maleducada!

Pero, no. Luego nos fijamos. ¡Qué bochorno! Lo que hacía era ofrecer para que cogiéramos un rodaja cada uno, y luego la pasaba al resto de las mesas. Yo que sabía, como no dijo nada cuando se la arrebaté de la mano. Pero nos reímos mucho.

Tercera comida, sobre las nueve de la noche y antes de cenar también, ahora estabamos todos. Empanada y pulpo a discreción antes de pasar al lugar donde comimos, y en el que también desayunamos a la mañana siguiente.

Y la cuarta, la cena, y a pesar de todo aún teníamos hambre. Y acabamos de cenar y nos dirigimos al albergue para dormir. El impacto entre dentro y fuera fue bestial. Hacía un frío que no era normal. Comenzaron a temblarme partes de mi cuerpo que no sabía que pudieran temblar de frío. Y eso que llevaba una sudadera. Sólo había cincuenta metros escasos del sitio donde cenamos y el albergue, pero pensé que no llegaría vivo. Lo pasé realmente mal, peor incluso que subir hasta allí la tarde anterior.

Al día siguiente, como de costumbre, a las seis en pie y tras la vaselina, la espera de los rezagados y el desayuno, carretera y manta... o mochila.

Después de una ligera subida llegamos al alto de San Roque, donde una estatua del Santo Peregrino nos esperaba. Sacamos unas fotos pero el que me la sacó a mí (la foto) lo hizo con el sol de frente y se ve la silueta del santo negro con el sol detrás y ni rastro de mí.

- ¡¡¡Un ciervo!!! -dije, al ver algo que bajaba montaña abajo frente a nosotros.
- ¿Dónde, dónde?
- Allí. - señalé en una dirección mientras el resto miraba para otra.
- Eso no es un ciervo. Es otra cosa.
- ¿Qué cosa?

Eran zorros o algo parecido, pero con la distancia no se apreciaba bien, luego apareció otro corriendo detrás del primero. Menos mal que no nos salieron al paso subiendo O Cebreiro, porque no estabamos para correr precisamente.

Más tarde nos tomamos unos bocatas en una palloza bar. Las pallozas son unas construcciones de piedra con techo de paja y traviesas de madera. En este bar tuvo otro amago de roce con Elena, había pedido un cortado y como me supo a poco pedí otro.

- Ya llevas tres cafés.
- No, sólo dos.
- No, tres.
- No, dos.
- Es el tercero.
- No, es el segundo.
- Y ¿el del desayuno no cuenta?
- El del desayuno era un cola-cao.
- Ah!
- Ah!
-
Qué más le dará los cafés que me tome.

No fue el único, yo llevaba un podómetro. En todas la etapas, menos una, marcó más kilómetros que los que marcaba la guía de ruta. En la excepción marcó lo mismo que la guía. Por tanto, me fiaba más de mi podómetro que de la guía.

- Eso no está bien.
- ¿Por qué?
- Porque no hemos andado tanto.
- ¿Cuánto dice la guía?
- Veinte kilómetros.
- Pues el podómetro dice que veintidos, pero lo puse a la salida del poblado, así que hemos andado más no menos.
- Eso está mal.
- Y dale.

Así varias veces, hasta que decidí no dar más información de lo que marcaba el podómetro, a no ser que alguien preguntara, excepto a Elena.

- ¿Cuánto marca?
- ¿No lo dice la guía?

Y asunto zanjado, además responder con otra pregunta era lo suyo pues estabamos en Galicia.

A pocos kilómetros teníamos el temido Alto do Poio, una pendiente poco menos que en vertical. Pero era muy corta, me quedé sorprendido de que aquello viniera en las guías, a mi me pareció un barranco que acaba en un bar de carretera. Allí nos tomamos algo, más que nada por parar y sentarnos, yo me tomé un cortado. El tercero.

Fue a partir de aquí y durante el resto de etapas cuando llevábamos unos cuantos kilómetros andados que, en la confluencia de mis pies con mis dedos, empezaron a molestarme. Para que se aliviaran tenía que encoger los dedos dentro de las botas, otras veces parar para darles un pequeño masaje y proveerlos de más vaselina.

La entrada a Triacastela, de cuyo nombre se desprende que alguna vez hubo tres castillos, era un largo e interminable poblado de vacas empedrado, en cuyo empedrado se esparcía una enorme cantidad de caca de vaca. ¿Conocerán estas gentes el uso de algo llamado manguera?

- Sí, filhiño, pero el agua es para beber. Ya se encargará la lluvia de limpiar el camino.
- Ah, stupendo.

Y, ¡ese olor! ¿Qué comen las vacas para que huela tan mal? ¿Y ese abono para el campo hecho con estiércol que huele peor aún si cabe?

Llegamos al albergue, sobre un campo verde. Completo. Nos fuimos al de pago junto a la carretera. Rellenamos el padrón habitual, ducha y a comer, al ataque.

Mañana será otro día... y lo fue.

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Triacastela - Sarria

20 KMS.

Como Pilar Marchena critica la ausencia de información de los pueblos por los que pasamos paso a describir el pueblo de Triacastela, tiene unas formaciones artificiales que se van adosando una a continuación de otra hasta formar una hilera de formaciones artificiales más o menos larga, que acaban de pronto para continuar un poco más allá o no. Las gentes de Triacastela llama a estas formaciones: casas. A las zonas en las que se interrumpen las formaciones las llaman: calles. Aunque no siempre, hay otras denominaciones tan extrañas como plazas, rotondas, fin de pueblo, etc. Por raro que pueda parecer, estas formaciones se repiten en determinadas zonas del camino continuamente, y la denominación que les da la gente coincide en cualquier lugar en el que estés, lo denominan: pueblo. Algunas tienen iglesia, otras no. Triacastela tenía una, pero no quise entrar porque había que pasar por un cementerio, cosa que al resto no les molestó, incluso los visitaban como si fuera cosa de turismo.

Triacastela era un pueblo feo. Más que feo, feísimo.

Después de comer alquilamos un taxi para visitar el monasterio de Samos. En Triacastela había una bifurcación del camino. Uno iba hasta Furela y terminaba en Sarria y el otro cogía por Samos y terminaba también en Sarria.

Decidimos seguir el primero y descartar Samos porque había menos carretera.

Paco Jiménez volvió a quedarse en el albergue. Las rodillas. Aprovechando que no venía se quedó a cargo de la lavandería de todos. Cuando volvimos todavía seguía en la cola. Un aburrimiento total, cinco personas viendo como da vueltas la ropa dentro de la lavadora.

El Monasterio de Samos era benedictino, pero a mi como si hubiera sido de los teletubbies, me traía sin cuidado de qué orden era. Por lo visto tenía un origen románico, y luego pasó a ser un gran cenobio románico, primero benedictino y luego cluniacense, pero a mi es que me resbalaba soberanamente. Románico tenía la portada, con una puerta del año... no lo recuerdo... antes de la segunda guerra mundial seguro. El claustro tenía bóvedas de crucería en la planta de abajo... bueno esto es un rollo, el que quiera saber cómo era que lo vaya a visitar. En el patio central hay una estatua de padre Feijoo que vivió en él, también son ganas. El monasterio se incendió y fue reconstruido. El hermano que nos enseñó el monasterio nos alegró el día diciendo que estabamos en un triángulo formado por Samos-Triacastela y otro pueblo más en el que se producían gran cantidad de terremotos. Y nos señaló una grieta junto a una ventana bajo la cúpula y anécdotas sobre el día que ocurrió. Un órgano majestuoso se erguía en el coro. Todos los monjes que habitaban el monasterio eran viejos y el hermano guía nos dijo que no había mucho interés en la juentud por encerrarse de por vida. Nos ha fastidiado, yo no pasaba allí ni una sola noche.

Los murales que "adornaban" las paredes era horribles. Daba miedo ver los caretos que tenían los personajes siendo de día, no quiero ni pensar la sensación que producirían de noche. Además, ciertos personajes estaban pintados con una técnica la cual consistía en según ibas andando el personaje cambia de posición. ¡Qué miedo! Sentirse vigilado y seguido por una pintura en plena noche ¿no?

Salvador decía que uno de los personajes era el vivo retrato de Sara Montiel. Se me pusieron las carnes de gallina blanca.

Y volvimos a Triacastela. Lo único que era bonito del pueblo estaba fuera, los alrededores, las montañas, el verdor que lo envolvía todo, pero el pueblo, insisto, era feo con ganas.

Esa noche, que todavía era de día, cenamos en un restaurante chiquito que estaba enfrente del restaurante en el que habíamos comido. Estuvimos de bromas y riendo sin parar. Y más que me reí cuando comprobé que la base principal del primer y segundo plato que había pedido era el huevo, y que ya no podía con el segundo: huevos con patatas fritas y chorizo. Así que coincidió una gracia de Salvador con un trago de agua en mi boca, atragantamiento al canto, y Pepe Santos a mi derecha empapado de la misma. Me levanté tosiendo como un loco y me fui sin poder dejar de reir.

A la mañana siguiente, temprano como siempre, la lucha diaria con la mochila y poner todo más o menos localizable para el resto del día. Y andando.

No estaba preparado para aquello nada más empezar. Una cuesta interminable de tierra que me dejó sin respiración. Pero acabó. El camino de tierra desembocaba en una carretera en la que había una gran fuente con una concha gigante labrada en piedra de la que manaba un chorrito insignificante de agua. La precedía una estanque cuadrado de agua sucia. Por cierto, había comenzado a llover a mitad de subida y llevábamos nuestros ponchos. Unas fotos y a continuar. Cuando yo pensaba que la carretera por la que seguíamos ahora seguía en llano comenzó a subir. Alguien se subió en lo alto de mi mochila, o eso me pareció a mí, porque comenzó a pesarme como si llevara a un muerto metido en ella. ¡No puedo seguir! me decía a mi mismo.
Y me volví.

- Estoy harto de subidas tan temprano, me vuelvo a la fuente.

Y bajé decidido los cincuenta metros que habíamos recorrido.

Bajando me encontré con los brasileños. Las dos mujeres mayores rezando el rosario, Marcelo con la bandera de Brasil, y el resto de la familia.

- Es para el otro lado. -me dijo una de las mujeres.
- Ya lo sé. Pero el camino sigue subiendo y estoy muy cansado después de la cuesta.

No iba a ser la última vez que los brasileños y yo nos viéramos andando en sentidos inversos durante el camino.

Y me senté en uno de los bancos de piedra húmeda de la fuente. Fue sólo un segundo no más. Apoyarme y levantarme fue todo uno. Había moscas por todos lados.

Me separé de la fuente y comprobé que cientos de moscas revoloteaban sobre mí. Comencé a caminar, prefería la cuesta a las moscas. Pero no fue posible. No conseguía quitármelas de encima ni sacudiendo el bastón sobre mi cabeza.

Resulta que la cuesta en cuestión acaba diez metros más allá de donde me di la vuelta, los compañeros estarían más adelante, así que deceleré el paso para retrasar lo más posible mi incorporación al grupo.

Delante mía iban una pareja que se ayudaban de dos bastones telescópicos para avanzar. Yo lo probé un par de veces cuando algún compañero me cedía su bordón para coger algo de su mochila, y la verdad que una vez cogido el tranquillo era bastante cómodo y ayudaba a mantener el mismo ritmo de pasos.

Me dediqué a seguirlos para no tener que estar atentos a señales ni flechas. Hasta que se detuvieron y los sobrepasé. Cuando me giré para ver por dónde iban ya habían desaparecido. Me detuve, pues hacía un buen rato que no veía señal alguna que marcara el camino a seguir. Al rato, siempre con un enjambre colosal de moscas sobre mi cabeza, llegué a un cruce. Una señal marcaba a la derecha con un dibujo en forma de montaña, otro marcaba hacia la izquierda con un dibujo en forma plana. Elegí éste último. Los compañeros debieron elegir el primero porque no los volví a ver hasta Sarria.

Las moscas consiguieron sacarme de mis casillas, me tenían realmente agobiado. Así que emprendí la huida para ver si podía dejarlas atrás y comencé a correr.

Cualquiera que me hubiera visto correr con la mochila a la espalda, moviendo el bastón sobre mi cabeza imitando las hélices de un helicóptero y la mano libre abajo y arriba intentado apartarlas, hubiera creído que me había vuelto loco.

Sólo me paré cuando me di cuenta que tenía el dorso de mi mano libre empapada de sangre. ¿Sería eso por lo que me seguían las moscas?

El ponerme la mochila hacía siempre que me rozara el dorso de la mano sobre la superficie de las asas y cuando me la puse en la fuente por última vez debí de cortarme sin darme cuenta hasta ahora.
Me paré. Me quité la mochila. Me sequé la herida. Y recurrí a parte del material que, afortunadamente, pensé, llevábamos compartido. A mi me tocó llevar las lociones y sprays anti-mosquitos y contra las picaduras. Cogí el spray y rocié medio bote sobre la mochila, y el resto del bote sobre mí mismo. Las moscas seguían allí. Volví a correr hasta que me di por vencido y porque a aquella altura del camino no sabía dónde estaba. Pensé que me había perdido cuando vi al final de la carretera un letrero que decía: A Samos.

¿A Samos? Pero, yo no iba a Samos, dónde demonios estaba. ¿Me estaba dirigiendo a Samos? Retrocedí con la intención de ver si encontraba a alguien que viniera por detrás. Pero no se veía a nadie. Evidentemente, me había perdido. Me volví a parar, volví a curarme la herida y pensé: ¡qué más da! Los dos caminos acababan en el mismo pueblo, Sarria. Retomé el camino y llegué al letrero que decía Samos a la izquierda. Hay veces que no me entiendo ni a mi mismo porque yo tiré hacia la derecha mientras me decía: ¡así me gusta, a ver si acabamos de perdernos definitivamente y acabamos otra vez en Triacastela!

Pero no, iba por buen camino porque enseguida vi una flecha amarilla que me devolvía al buen camino. Más adelante pasé por un poblado de vacas y ¡aleluya! Las moscas se quedaron allí.

Más adelante me encontré con otra pareja, dos ingleses, el hombre iba delante y de vez en cuando se paraba para preguntar a su mujer cómo iba.

Caminamos juntos un buen trecho. Y entablamos "conversación". Cuando yo creía que me estaba hablando de Burgos resulta que lo estaba haciendo de León. Cuando creía que hablaba de León estaba hablando de su mujer a su paso por Burgos. Al final, lo dejamos por imposible, yo no entendía su español y el no entendía mi inglés y viceversa, además, habíamos dejado a su mujer bastante atrás. Me despedí porque su paso era bastante más lento que el mío.

Entrando en Sarria comenzó a llover cada vez más fuerte. Entré en un bar y como casi siempre que entraba en un bar, allí estaban las niñas sevillanas del barrio de la Macarena. Hola. Hola. Cuando amainó la lluvia me puse otra vez en camino, la entrada era bastante larga hasta el albergue y delante de mí iba una chica con un poncho amarillo publicitario en el que se podía leer: Isla Mágica. Aceleré el paso y entablé conversación con ella. Era de Barcelona. El poncho un regalo que le hicieron durante el camino. Ella no se quedaba en Sarria, continuaba hasta Barbadelo, cinco kilómetros más allá. Le pregunté si sabía donde estaba el albergue de Sarria y me dijo que tenía que volver atrás, que estaba al otro lado del pueblo. Menos mal que no le hice caso, porque lo tenía al lado. Al final de unas escaleras que había que subir. Era curioso, a casi todos los albergues se llegaba tras subir, nunca bajar. En el albergue había mochilas colocadas en fila, yo coloqué la mía al final de la misma, detrás de mi llegaron los brasileños. Y una hora después los compañeros. Mejor obviar las conversaciones del reencuentro porque me ponen de muy mala hostia recordarlo.
Cuando abrieron el albergue y llegamos a la altura de recepción se acabaron las camas.

Nos buscamos una pensión. Barata, agradable y con una ducha que sólo tenía espacio para media persona.

Salimos después de asearnos y cambiarnos. Cogimos los ponchos porque lloviznaba, pero fue poco tiempo, luego comenzó a diluviar.

Estoy harto de escribir. La próxima etapa más:

Cooming soon Sarria-Portomarín.

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Sarria - Portomarín

23 KMS.

Sarria era otro pueblo feo. O era bonito pero nosotros sólo conocimos la parte fea.

Después de duchados y tal en la pensión, que compartimos con los brasileños que también se habían quedado sin albergue, nos dispusimos con nuestros ponchos de veinte duros a ir a "eso". Nos dirigimos a buscar una pulpería que nos habían recomendado. Pero por el camino nos cayó un tremendo chaparrón que nos dejó casi como sopas y llegamos húmedos de gusto al sitio en cuestión. Menos mal que el pulpo, como dice Salvador unido al gesto de unir el pulgar y el índice y moviendo la mano en bendición urbi et orbi: ¡de escándalo!

La pensión estaba en una calle del casco antiguo, cerca de un castillo fortaleza en manos privadas que no pudimos visitar, aunque yo ni siquiera lo intenté, por lo cual no quedé decepcionado. El pueblo tenía varias iglesias antiguas dignas de ser visitadas y que dejaremos para otra vida o para otra ocasión. También tenía un paseo muy agradable junto al río del que el pueblo toma el nombre, o al revés, el que esté interesado que lo busque en la historia del pueblo, al final del paseo se puso a llover, pero antes nos tomamos unos batidos dignos de mención por lo buenos que estaban y lo poco que duraron en los vasos.

Paco Jiménez se tuvo que comprar aquí en Sarria una nueva mochila porque la que llevaba acabó rota, por lo cual tiene que ser mencionado por narices una conversación que tuvo lugar en Sevilla esperando la salida del AVE:

- ¿Han visto ustedes la mochila tan chula que me compré por seis euros?
- Sí, sí que es chula.

Tan chula era que pasó de todo.

Yo me compré media docena de slips "made in galicia" también la mar de chulos, a estas alturas la falta de lavanderías era un problema. Tenían franjas fluorescentes a ambos lados. Como para pasear de noche por la carretera sin peligro o hacer de reclamo a las bragas fluorescentes de las gallegas, ¿los utilizarán para eso los mozos gallegos?

A la niña rubia brasileña se le saltaron las lagrimas porque le tocó una habitación para ella sola, no se podía creer que desde que salieran de Roncesvalles hacía cerca de un mes nunca hubiera dormido con la compañía de su propia persona. Salvador tuvo peor suerte, no porque tuviera que dormir con Paco Jiménez, ni mucho menos, sino porque su cama era la de Rosalia de Castro, por lo antigua, no porque habitara en ella su espíritu, de haber sido así, ni él hubiera dormido en la cama ni Paco Jiménez en la habitación, ni nosotros en la pensión, ni el resto de los peregrinos en el pueblo. A no ser que los peregrinos se llamaran Mulder y Scully.

Dimos un par de vueltas por el pueblo, mis compañeros buscando antiguedades en piedra yo esquivándolas. Salvador se compró tres rodilleras, verídico, una se la "emprestó" (palabro de la Isla) a Paco Jiménez que también andaba fastidiadillo como ha quedado ya dicho en varias ocasiones.

La cena no merece ningún comentario salvo que la hicimos, por descontado.

Dormimos muy bien y nos despertamos mejor.

En esta etapa cogí carrerilla y llegué solo hasta un kilómetro antes de Portomarín. Pero antes pasamos juntos por el punto kilométrico cien, es decir, nos quedaba cien para llegar a Santiago. Nos hicimos la foto de rigor con Marcelo el brasileño y su inseparable bandera. Luego me despegué y me fui en solitario hacia el destino. A falta de un kilómetro se incorporó Paco Jiménez que venía con la rodillera incorporada y me sobrepasó. Como me sentó muy mal lo paré con una pregunta gilipollas que no recuerdo y bajamos juntos hasta el puente que cruza el río Miño y luego, sin detenernos a contemplar la escalinata de piedra que acababa en un templete, subimos por la carretera hasta el albergue, la hospedera no estaba así que nos sentamos en un bar a tomarnos una cola fresquita mientras llegaba el resto de personal.

Este era el único pueblo al que quería llegar para ver la iglesia. Se trata de una iglesia-fortaleza que junto con el pueblo estuvo enclavado en otro lugar y que por la construcción de un embalse se desmontó piedra a piedra para colocarlo en su actual enclave. En las piedras de la iglesia se veían todavía los números con los que fueron marcadas para luego volver a montarla.

Una hora después llegaron Elena, Salva y Pepe con muy mala cara, ellos habían subido por la escalinata de piedra que acababa en un templete. Cuando le dijimos a Elena que la hospedera no estaba le dio igual y nos buscamos las camas nosotros mismos, de haberlo sabido hubiéramos cogido previamente las mejores, suponiendo que hubiera alguna.

Después de comer visitamos como de costumbre el pueblo y nos sacamos unas cuántas fotos. Alguna muy curiosa. En este pueblo es famosa la empanada de anguila, que no probamos, y dicen que se hace el mejor aguardiente de Galicia, que tampoco probamos.

Posdata: antes de comer nos endiñamos unos buenos bocadillos. Yo de calamares, el resto no me acuerdo.

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Portomarín - Palas de Rei

24 KMS.

Aunque el pueblo era una maravilla el albergue en el que estuvimos, que había dos, era una pena.

Al llegar era obligada la ducha. Una nada más con dos alcachofas, yo la compartí con Pepe Santos al ritmo de la canción de los gorilas:

"Manos hacia arriba", para esquivar el agua que salía de la alcachofa de la ducha.

- ¡Joder, la hostia!

"Manos hacia abajo"

- ¡¿Cómo se cierra esta ducha?!

"Como los gorilas, uh, uh, uh"

- ¡La madre que la parió que fría está!

Pero el relax de una ducha fría tras salir de debajo del agua es casi mejor que una caliente. Aunque en el momento de meterse se acordara uno de todos los tacos propios para la ocasión. Por orden alfabético.

En el albergue, aparte de coincidir con los de siempre, topamos con Melody y sus padres.

A Melody la atisbamos en esta etapa. Mientras nosotros íbamos hechos polvo de los pies, ella iba cantando y bailando:

- "...que sí, que no, que nunca te decides..."
- Pues, como me decida te tiro por el primer barranco. -decía Salvador.

La sobrepasamos forzando el paso para dejarla atrás. Cada vez que nos parábamos a descansar y se aproximaba nuevamente volvíamos a forzar el paso. Desgraciadamente coincidimos en el albergue de Portmarín y en la misa del Peregrino de Santiago, estaban en el banco de delante al que ocupabamos Elena y yo, y sacaron una foto que seguro que salimos también. ¡Qué placer!

- Como se ponga a cantar la estrangulo. -comentaba Pepe Santos.
- Y yo te ayudo. -afirmaba Salvador.

Elena y los Pacos se reían.

Saqué unas fotos de la iglesia-fortaleza desde varios ángulos, como llevaba carrete en blanco y negro y las revelé en Carrefour, enorme fallo por mi parte, las copias salieron de pena, de tal forma que donde aparece una pared encalada y al fondo la iglesia parece que hay una iglesia al fondo con un lago delante. Y otra muy curiosa junto a un cruceiro, pero Elena Zajara tiene prohibida su distribución. Total por una bolsa...

Elena comió ese día con unos amigos catalanes que se encontró y casi llegada la noche compartió tertulia hablando de la guerra civil y otros menesteres. Por este encuentro tuvimos un nuevo roce Elena y yo, por un quítame allá esas gafas.

Salvador me corrige. El bocadillo de calamares que yo pensaba comimos antes de comer fue cenando, es que comíamos tanto que las comidas se juntaban.

Por la mañana, después de una noche horrible intentando conciliar el sueño, nos pusimos en marcha. Yo llegué primero a la cafetería en la que habíamos cenado los bocadillos, dejé mi gorra sobre el mostrador y un montón de cucarachillas salieron huyendo... sólo pedí un café y comuniqué al resto de compañeros, que se incorporaron minutos más tarde, el asco que me produjo el hecho en cuestión.

Decidimos buscar otro sitio para desayunar, pero no lo encontramos hasta 10 kilómetros más allá y lo hicimos no sabemos dónde porque nadie lo recuerda, Elena, que tiene la memoria peor que yo retrocede a un lugar por el que pasamos el primer día, así que da igual, lo único que hay que comentar es que decidieron no volver a ponerse en marcha sin haber desayuno antes, con o sin cucarachas sobre el plato.

De esta etapa recuerdo el cruceiro de Lameiros donde nos paramos a descalzarnos y descalcetinarnos y masajearnos y unguentarnos. El cruceiro en cuestión era medieval, como casi todo en Galicia, y tenía en su base los instrumentos de la pasión de Jesús, por un lado, y la virgen de los Dolores por la otra.

Se ve que esta etapa la recordaba Elena porque nos dijo que:

- Al final de esta bajada (o subida) hay un cruceiro muy bonito.

Al final de la bajada (o subida) había otra subida (o bajada), y después otra.

- Falta mucho.
- No, diez minutos.

Pero cuando Elena decía diez minutos se refería a diez minutos del año que hizo el camino por primera vez, en realidad estaba a media hora larga. En este tramo del viaje íbamos los tres rezagados, Elena, Salva y yo. Pepe Santos y Paco Jiménez nos llevaban una hora o más.

Volvamos al cruceiro. El mundo es un pañuelo. Sentados sobre la hierba fresca y verde del montículo adyacente al camino estabamos los tres, dándoles unos merecidos masajes a nuestros pies y nuestros dedos cuando aparecieron dos chicas que subieron a ver y sacar unas fotos al cruceiro.

- ¡Elena!
- ¡Lola!

Eran de Écija, amigas de la hermana de Elena y celebraron en Palas de Rei el cumpleaños de una de ellas, se emborracharon y escandalizaron a los viejos del lugar bailando sevillanas. Nosotros, y en especial, Elena intentaba esquivarlas.

A pesar de ser universitarias, a Salvador les parecieron muy "corraleras" y ordinarias. Y más cosas que es mejor no decir, para bien de los castos oídos.

Poco después pasamos por el punto kilométrico 69 (Remellón - Mamurria) donde nos hicimos unas fotos y donde, también, se la habían hecho Paco y Pepe una hora antes. ¿Nos damos un remellón o me haces una mamurria?

Poco después vimos otra especie del lugar junto a la carretera por la que íbamos y por la que parecía que no había pasado un coche hacía años.

- Mira, una comadreja. -le dije a Salvador y a Elena apuntando con mi mano a donde estaba.

- ¿Dónde? -preguntaba sobresaltado Salvador mirando en otra dirección.

- ¡Coño, ahí! Que la vas a pisar.

Y a un paso de distancia se metió en el agujero.

Al llegar a Palas de Rei el que se sobresaltó fui yo. Lo primero que vi nada más entrar en el pueblo fue un coche adornado con flores.

- "Un entierro". -pensé- "También es mala suerte, nada más llegar".
- Una boda. -dijo Elena.
- Que bonito. -remató Salvador.

Los miré atemorizado. ¿Estarían bien de la olla? El coche en cuestión tenía en una de sus puertas la publicidad de una funeraria. De ahí que pensara que se trataba de un funeral.

El pueblo estaba en fiestas y adornaban los coches con flores, pero como tiene que haber gente pa'tó, lo que a mí me pareció macabro a ellos les pareció una preciosidad. Era domingo, 14 de julio y ya tenía la sensación de haber salido de Ponferrada hacía un mes, de Madrid hacía un año y de Sevilla un siglo.
Antes de llegar habíamos estado en comunicación vía móvil con Paco y Pepe que nos iban dando detalle de su posición.

- No hay sitio en el albergue.
- Buscad una pensión y nos llamáis.
- Po zí. -respondió Paco Jiménez.

Po zí era otra de las coletillas continuas de Paco. ¡Qué se le va a hacer!
La mía podría ser: "Hay que joderse".
La de Salvador: "... de escándalo".
La de Elena: "... aquí al lado..."
Y la de Pepe: "... espera que arregle la cama..."

Cuando llegamos ya teníamos pensión junto a la plaza del pueblo cubierta por un enorme toldo. Un kiosko de madera hacia de bar bien surtido, sillas, mesas y el resto para bailar. Afortunadamente no hubo actuación y si la hubo no me enteré, cuando teníamos buenas camas no había dios que nos despertara.

Los roncadores, Pepe y yo, dormimos en una habitación, el resto en otra.

To be continued.

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Palas de Rei - Ribadiso da Baixo (y Arzúa)

21 KMS.
(24 y 27KMS.)

Palas de Rei era un pueblo feo, ¿lo había dicho ya? Pues era feo, siguiendo la ruta de los pueblos feos con albergue por los que discurría el camino. A excepción, claro está, de Portomarín que todavía es un pueblo agradable y pinturero. Hasta que lo jodan y se incorpore a la línea de los pueblos feos.

Mientras Elena, Salvador y yo nos dirigíamos a la pensión para ducharnos, y posteriormente dirigirnos todos juntos a almorzar, Paco y Pepe aprovecharon para coger turno en la lavandería del albergue.

La pensión que cogimos era un piso reformado en habitaciones, con un solo cuarto de baño para todos. Mientras esperábamos el turno nos fuimos descalzando. A mi por poco me echan de la habitación por culpa de las botas.

- Ufff. Qué pestazo. -

La verdad sea dicha que sí, el pestazo era considerable. Tantas horas los pies encerrados dentro de las botas, aunque te las quites un par de veces durante el camino para darles un masaje, se dejan notar en el ambiente cuando te las quitas.

- Se te estás descomponiendo los pies. ¡Qué horror! Sácalas al pasillo, que nos vas a matar.

Y las saqué al pasillo para general "regocijo" del resto de huéspedes.

Tras una buena ducha nos fuimos a la lavandería del albergue para reunirnos con Pepe y Paco y comer algo. Ya estaban lavando sus cosas y añadimos a la cola las nuestras, ellos se quedaban a cargo mientras nosotros íbamos al bar a por bocadillos y una ración de croquetas caseras. Los palillos que adornaban la ración de croquetas impedían ver a éstas que desaparecieron en un pis-pas.

Pepe nos contó que al llegar a la lavandería la hospedera no quería dejarlos lavar porque decía que llevábamos coche de apoyo.

Ramona se llamaba la tía estúpida.

Gracias a la intervención de Stephano, el jubilado de Milán, que le dijo a la buena señora que no llevábamos coche de apoyo, pudimos utilizar la lavadora.

Algo ocurrió en la espera después de la comida que me tuve que salir para no estrangular a mi tocayo. Ya por aquel entonces las cuchillas comenzaban a crecerme de los dedos (copyright Fredy Kruger).
Por la tarde dimos una vuelta por el pueblo, no había nada que visitar. Nos metimos en un bar en el que había unas hojas de papel fotocopiado en las que aparecía "SE BUSCA" junto a una fotografía de un hombre con cara de loco. Me quedé bien con su cara por si nos lo encontrábamos por el camino y salir corriendo. Maricón el último.

En el bar había pocos clientes, un hombre al final de una mesa con cara de loco -debía ser pariente del otro- nos miraba muy serio mientras nos llevábamos todas las sillas del resto de las dos o tres mesas que había.

Más tarde tuve una conversación con Elena a la que asistió Salvador de invitado.

Durante el trayecto entre Portomarín y Palas de Rei, andando por un camino de tierra que corría paralelo a la carretera y, en un área de descanso con mesas y asientos de madera, me encontré unas gafas de sol con su funda. Eran de mujer.

En aquél momento en el que estabamos los tres, les comenté el suceso.

- Son de mi amiga "la catalana" que las ha perdido. -dijo Elena.
- ¿De la catalana?
- Sí.

No lo entendía. Los catalanes salieron de madrugada para avanzar más kilómetros pues tenían menos días libres. Poniendo a cada uno en su lugar en el momento de encontrarme las gafas los catalanes deberían de estar a diez kilómetros por delante, Pepe, mi tocayo y yo sentados en el área de descanso, y Salvador y Elena un kilómetro o dos por detrás nuestra. Se lo hice ver a Elena.

- No, pero son de mi amiga catalana, porque las iba perdiendo por el camino. Me lo comentó en Portomarín que se las dejaba olvidadas cada dos por tres.
- Pero, yo me las encontré después de Portomarín, cuando ya te habías desconectado de ellos y hasta el momento que yo las encontré no volviste a verlos. ¿Cómo sabes entonces que son de ella?
- Porque me lo dijo.
- ¿Cuándo?
- Uy, déjalo. Da igual.

Salvador me explicó lo que de boca de Elena era incapaz de entender. Si la catalana iba perdiendo sus gafas por el camino y yo me encuentro unas poco después, la probabilidad de que fueran de ella era bastante probable.

Al día siguiente, después de un buen desayuno y pagar el alojamiento, nos pusimos en camino. Yo llevaba gafas de sol graduadas que había comprado especialmente para este viaje y que en un descanso con Elena y Salvador de acompañantes dejé olvidadas en un muro bajo de piedra. Cuando me apercibí de ello llevábamos recorridos, afortunadamente, un kilómetro o poco menos cuesta abajo. Nos paramos y comencé a correr. Mientras corría me sorprendí de que con los pies hechos polvo pudiera hacerlo, así que para celebrarlo tiré el cigarrillo que llevaba encendido en la mano. Había dicho en una etapa anterior que no iba a ser la última vez que los brasileños y yo nos encontráramos andando en sentidos opuestos, aquí volvimos a hacerlo.

- Aquí viene otra vez el español loco. -me imaginé que decían al verme.

Antes que pudieran decir nada hice el gesto de gafas con las manos y les pregunté si se habían encontrado unas.

- No, no.

Y seguí corriendo.

Me encontré con algunos peregrinos más que tampoco las habían visto. Hasta que topé con una monja (de paisano) que llevaba a sus pupilas de excursión.

- Sí. ¿De sol graduadas?
- Sí.
- Nos las probamos y comprobamos que eran graduadas, así que las dejamos donde estaban. Sobre un muro.

Y seguí corriendo hasta que las encontré. Y me volví andando. Elena ya se había ido y Salvador estaba casa dormido de aburrimiento.

La pillamos más allá mientras descansaba. Pepe Santos y Paco Jiménez como era habitual siguieron su ritmo. Yo no quería que este día nos sacaran la hora larga que nos sacaron el día anterior así que aceleré el ritmo. Nos sacaron dos horas largas. Iban a toda hostia y un poquito más.

Pero, como se suele decir, las prisas no son buenas consejeras. Consejeras no sé pero por ir tan rápido se perdieron una de las cosas más estupendas que había en el camino: Melide.

Antes habíamos pasado por el puente románico de Leboreiro, sobre parte de una calzada romana y entrando en Furelos, una de las postales más bonitas de Galicia, otro puente románico que están destrozando a base de cemento y una iglesia en la que se venera a Santa Lucia, a la que hay que subir por unos escalones que te destrozan las rodillas, en esta iglesia hay un Cristo con una mano descolgada. Allí sellamos tras la charla amena de una beata. Desde antes de llegar se oía una música religiosa que invitaba a salir corriendo, pero, afortunadamente no lo hicimos y aguantamos bien visitando la maravilla de iglesia.

Y luego, Melide. Lo más famoso que encontramos en internet antes del viaje sobre Melide era que casi todos nombraban "Casa Ezequiel".

Era poco menos de las doce pero entramos. El pulpo estaba de escándalo y no sólo lo decía Salvador, la empanada de escándalo y no sólo lo decía Elena y el ribeiro blanco casero estaba de escándalo y no sólo lo decía yo. A pesar de haber desayuno recientemente nos jalamos una ración de cada cosa y una buena jarra de vino. Al entrar en Casa Ezequiel descubrimos que estaba allí medio regimiento de la Guardia Civil. Estarían de excursión. Por lo menos estábamos seguros de delincuentes.

Y nos fuimos. Pepe Santos y Paco Jiménez se lo perdieron porque al pasar estaba cerrado aún.

Cuando llegamos a Ribadixo da Baixo nos encontramos a Pepe y Paco que salían de comer relamiendo un helado como postre y restregándonoslo por los morros. Bajamos por una fuerte pendiente hasta un puentecillo por el que corría un riachuelo en el que la gente se refrescaba, allí estaba el albergue de piedra, muy funcional, muy integrado con el entorno y muy lleno. No había sitio para nosotros. La gente se agolpaba en una rellano tras la entrada para coger sitio en el suelo y dormir sobre sus esterillas. Yo había dejado la mía adrede en la pensión de Palas de Rei para no cargar con cosas que no utilizaba, además, como fue un regalo de la tienda por la compra de otras cosas que sí utilizaba no me resultó doloroso abandonarla.

Volvimos a subir la cuesta para acercarnos al bar, también es mala leche, en lugar de ponerlo abajo junto al albergue. Yo no comí, me conformé con una coca-cola, pues ya no servían comidas y los bocadillos que ofrecían no eran de mi agrado.

Nos tumbamos en el cesped a descansar y nos quitamos las botas. Yo me remojé los pies en el riachuelo. El agua estaba helada y había gente que se bañaba.

- "Están locos o son rusos". -pensé.

Más tarde nos despedimos de Paco y Pepe, y seguimos andando tres kilómetros más hasta Arzúa. El pueblo debía de tener de largo otros tres kilómetros, no se acaba nunca. Y nosotros íbamos al final del mismo, donde nos habían dicho que estaba el hotel que pudimos conseguir, pues no había ni albergue ni pensiones. Sí había pensiones pero estaban todas llenas. En el hotel conseguimos una habitación con tres camas.

Cenamos en el hotel y nos fuimos a dormir.

Proximamente, Arzúa-Pedrouzo (Arca), en este mismo word.

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Ribadiso da Baixo - Pedrouzo (Arca)

PARA PEPE Y PACO J.
21 KMS.

Arzúa - Pedrouzo (Arca)
PARA ELENA-SALVA Y PACO B.
18 KMS.

Salvador y Elena no me dijeron nada sobre si ronqué mucho, poco o nada. No hubo comentarios al despertar. Por lo tanto, llego a la conclusión que la primera noche compartiendo habitación con Paco J., éste no tenía sueño y tuvo un pesadilla soñando consigo mismo.

Mis compañeros peregrinos me recuerdan cosas que se me han pasado, piensan (como Elena) que las omito porque son cosas que me afectan y no las quiero escribir, y no porque realmente no las recuerde en el momento de ponerme a escribirla. Además, yo escribo lo que recuerdo y cómo lo recuerdo. Si no están de acuerdo con mi punto de vista, o como el caso, otra vez, de Elena, que me dice continuamente que "esa cosa ocurrió en otra etapa", pues que escriban ellos su camino y su punto de vista. Y s'acabao.

Elena le recuerda uno a Paco Guirado y éste me lo cuenta a mi.

La Nivea.

Una lata de las grandes de Nivea la llevaba Salvador en su mochila, dentro de la bolsa de las medicinas, rodilleras, musleras, tobilleras, coderas, muñequeras, collarines, y los sprays que utilizan los deportistas (cloretilo de no sé qué). De la Nivea hacía yo gran uso, y en menor medida Pepe Santos, para los roces que se producían en la zona conflictiva de la entrepierna. No es que no quisiera mencionarlo, es que era algo que hacía cada día antes de comenzar a andar, igual que, antes de comenzar a andar, me fumaba medio paquete de tabaco, y tampoco lo menciono. Salvador me decía que me quedara con la lata.

- No, no. Seguramente no voy a utilizarla más.

No era cierto, sí que iba a utilizarla, lo que no quería era más peso en mi mochila.

Un detalle que a Elena le ha dolido, aunque dice que no, de una o dos etapas anteriores en la que digo que no tiene buena memoria al decir que una máquina de refrescos estaba junto a una nave al final del polígono industrial de Ponferrada. Insiste en que no fue en la primera etapa.

Existen dos opciones. Que yo diga que tiene razón o que diga que no la tiene. Así que me retracto. ¿He dicho retracto? Quería decir reitero. Salvador y yo seguimos insistiendo en que fue la primera etapa. A lo mejor en la que ella recuerda había otra y es de uso habitual atar a los perros junto a ellas para que los peregrinos no la dejen vacías y que cuando los trabajadores de la nave lleguen no se la encuentren vacía.

Pero, seamos justos, hay un 99% de posibilidades que tenga razón. Pero ella no fuma y no pierde neuronas.

Uno que me ha recordado Pepe Santos.

El pavo.

Pepe Santos imita muy bien el ¿gogleo? del pavo. Cada vez que nos cruzábamos con alguna especie con alas Pepe se ponía a imitar el sonido del pavo. Las gallinas se ponían histéricas. Si os cruzáis con Pepe decidle que os haga el pavo.

Uno que recordé ayer.

En una de las etapas en las que andábamos todos juntos se inventó un juego Salvador. Éste hacía una pregunta y el resto teníamos hasta Santiago para adivinarla. Pregunta:

- ¿En qué era catedrático don Pantuflo? Lo es en dos cosas.
- En física y química.
- No.
- En medicina y arquitectura.
- No. Pensad que es un personaje de comic y que no son dos cátedras normales.
- En trabajos manuales y yoga.
- No.
- En tabaco y pipa.
- No.
- Nos rendimos.
- Venga. No seáis vagos. Pensad.

¿Sería capaz de dejarnos con las dudas hasta Santiago?

- Venga, Salva. Cuál es la respuesta.
- Pensad. Si al llegar al albergue no lo habéis adivinado os lo digo.
- ¡Qué nos lo digas de una puñetera vez!
- En filatelia y colombofilia.

Luego hubo más preguntas del mismo tipo, siempre sobre los comic.

Pero, vuelvo a la etapa de hoy. Fue una etapa plácida hasta que saqué la baraja de cartas para distraernos un poco.

Nada más salir del hotel nos metimos por un camino de tierra que conducía a una arboleda en la que había un riachuelo que había que cruzar sobre piedras y a veces sin piedras, yo casi me caigo al agua de espalda por culpa de la mochila, pero con el palo de peregrino encontré donde apoyarme y no quedar empapado.

Pensábamos que al salir con cinco o seis kilómetros de ventaja sobre Pepe y Paco haría que nos pillaran por el camino, pero, cuando salimos del hotel ya iban por delante nuestra.

A estas alturas del viaje Salvador iba muy castigado, y las cuestas nos demoraban más de lo habitual. Y eso que no fuma. Reconozco que a partir de aquí o una etapa anterior comencé a preferir las cuestas. En las cuestas no me dolían los pies nada, en las bajadas y llanos lo llevaba bastante mal. El problema que tenían Salva y Paco Jiménez con sus rodillas no las tuve yo, quizás por mi asiduidad en practicar bicicleta, tanto en la calle como en casa (estática) según como estuviera el día o las ganas de arriesgar mi vida entre el tráfico.

Del trayecto entre Arzúa y Arca no recuerdo casi nada, no sé si el riachuelo que bajaba por el camino y en el que habían puesto unos adoquines en el centro para que el personal no se mojara era en esta etapa o en otra anterior, pero era uno de los lugares que más llamaban la atención por lo atípico. Un ciclista se equivocó de camino, en lugar de seguir el de las bicicletas siguió el de los peregrinos de a pie. Había que verlo con la bicicleta a cuestas subiendo y perdiendo el equilibrio sobre los adoquines, con el calzado empapado y sudando a chorros.

- Te has equivocado. -le decían los peregrinos con muy buena intención.

Ya estaría harto de oírlo, seguro que él fue el primero en darse cuenta de ello.

Recordando a este ciclista, recuerdo también a otros que nos adelantaban, cuando el camino para ciclistas y de a pie era el mismo.

- Cuidado por la derecha. -decían antes de sobrepasarte.

Así sabías que tenías que moverte a la izquierda del camino si estabas en el derecho o seguir por donde ibas si ibas por el lado bueno.

Pero algunos no avisaban y te sobrepasaban dándote un susto de muerte si no los oías venir.

Llegamos a Arzúa todos juntos. Creo. En el albergue, la hospitalera que lo llevaba nos tomó los datos y cogimos nuestras camas. Con diferencia el peor de todos. Las paredes, a parte de las pintadas que las cubrían por todas partes, estaban llenas de cadáveres de mosquitos con su correspondiente mancha de sangre. Asqueroso. Sólo de pensar en la noche que me podían dar los mosquitos hacía que me salieran ronchas en la piel.

La hospitalera muy atenta. La segunda mejor del camino. Para mi gusto, la de Villafranca fue la mejor. Sin mencionar Ponferrada que era un tío, para mi gusto muy empalagoso.

Paco Jiménez fue el primero en dirigirse a las duchas, pero volvió al instante.

- Compañeros. En la ducha hay dos mujeres desnudas.
- Ahora me toca a mi. -dije yo.

Pero cuando llegué ya se habían ido.

Las duchas y servicios eran comunes, yo me duché tres veces pero no coincidí ninguna con el sexo contrario. También lavé ropa con el único detergente que tenía a mano: jabón de azufre, bueno para la higiene de los pies, pero una vez seca la ropa olía a diablos, y nunca mejor dicho.

En este pueblo me compré mis primeras compresas. Y eso que todavía no tenía la regla. Mejor dicho, las compró Elena, a mí me dio reparo. Las estuvimos buscando en las dos etapas anteriores pero no las había de las antiguas ¿...?

Cuando la tuve las metí en las botas, una en cada pieza. ¿Para qué pensabais que era? ¿Para las que se sufren en silencio? Pues no. Para ver si se aliviaba un poco el dolor en los dedos. Pero fue peor el remedio que la enfermedad y en la última etapa, a mitad de camino, me las saqué y las mandé a hacer puñetas, paquete incluido. En las botas no había espacio nada más que para los pies y con el añadido de las comprensas llevaba los pies como si fueran morcillas. Embutidas.

Visitamos el pueblo, creo, y Paco Jiménez que estaba de baja por depresión rodillil se quedó en el albergue, escribiendo, hablando con su mujer y otros menesteres que es mejor no airear (los servicios unisex). Por cierto, su mujer también iba a hacer el camino, pero a última hora se rajó porque se quedó embarazada. Ya ha dado a luz, una niña. Felicidades a ambos. Yo no soy rencoroso pero él seguro que sí y cuando lea este diario seguro que quiere matarme. Se me olvidaba, el fin de semana pasado estuve en Albacete.

A estas alturas del viaje ni siquiera recuerdo dónde comimos y qué. Estoy seguro que hicimos ayuno para prevenir cualquier reventón estomacal.

Ea, que os cunda. La próxima etapa será la última. Así que sólo queda el siguiente capitulo.

[subir]

Arca - Santiago de Compostela

21 KMS.

Esta etapa la realizamos de forma anormal. Anormal en cuanto a los emparejamientos que se formaron al ir andando.

Pepe y yo íbamos delante, en medio Elena y detrás Paco Jiménez y Salvador. En esta última etapa Pepe podría haber seguido hasta Finisterre y volverse andando a Ponferrada como si tal cosa, yo lo seguía a duras penas con el dolor interminable de los dedos de los pies, ¿ya dije que tenía que encogerlos dentro de la bota para que me aliviaran un poco?. Elena, a pesar de no ir casi nunca delante, como se podría pensar, pues ya había hecho el camino en años anteriores y nosotros no, cuando cogía el ritmo no había quien la siguiera. El andar de Elena era idéntico subiendo, bajando o llaneando, sin ánimo de comparaciones odiosas, me recordaba el andar de los camellos por el desierto. Cuando nos parábamos a descansar o a esperarnos unos a otros ella decía: "Yo sigo que si pierdo el ritmo no puedo seguir". Y se paraba a esperarnos cien metros más allá. Cosas. Y Salvador que casi siempre iba a cola del grupo, pues llevaba muy mal lo de subir cuestas, fue acompañado en esta etapa por Paco Jiménez que ya no podía más con sus rodillas. Ni rodilleras ni gaitas, una etapa más lo hubiéramos tenido que llevar con parihuelas.

Antes de seguir con la etapa hay que volver, de nuevo, a recordar cosas que se han pasado.

No sé exactamente en qué etapa había en mitad de un camino de tierra una pequeña capillita donde la gente dejaba mensajes. Paco Jiménez dejó una corbata, la que utilizaba antes de aprobar las oposiciones para auxiliar administrativo en recepción. Se sacó una fotografía mostrando la prenda junto al altar atestado de notas. Yo no quise mirar porque la veía alrededor de su cuello con los pies a veinte centímetros del suelo. Yo fui más fino que mi tocayo y dejé sobre el altar mis zapatos de deporte. En la fotografía parezco un terrorista camuflado. Escrito en los laterales de los zapatos puse: "Aquí dejo la mitad de mi calzado y la mitad de mis pies". Estoy seguro que no verían anochecer en la capilla y alguien más necesitado, o no, se los llevaría.

Otra, por el camino, Marruecos invadió Perejil. Nosotros íbamos en buena dirección, a Santiago de Compostela, también conocido como Santiago Matamoros.

Otra. Las mochilas. El segundo día, el que más kilómetros hicimos que coincidió con la subida a O Cebreiro, mandamos las mochilas, por cuatro euros, en coche. Yo me sentí como si estuviera traicionando a alguien. Pero se me olvidó a quién. Las mandamos también el tercer día y el último. Es decir, llegamos a Santiago sin mochilas.

Durante el trayecto de este último día, del que habíamos oído que era muy feo y casi todo por carretera, resultó que no, yo apenas recuerdo un tramo, el que pasaba junto a la televisión gallega, una carretera larga e interminable que conducía al Monte do Gozo. Antes habíamos pasado por Lavacolla y andado por unos senderos que sólo tenía espacio para andar en fila india, por lo tupida que era la vegetación. Pasamos junto a un mecano rojo que formaba parte del aeropuerto y unas construcciones metálicas en paralelo que serían las balizas para que los aviones no se desviaran por la noche. Yo apresuré el paso por si me caía alguno encima. Cuando llegamos al Monte do Gozo, intenté, mirando la gran escultura que lo coronaba desde todos los ángulos qué coño era aquello. Le saqué una foto o dos para seguir investigando a la vuelta. Resulta que muchos peregrinos lo han bautizado como el Monte del Coño, porque al llegar preguntan: ¿Qué coño es esto?

Descansamos tomando unas cocacolas, cuando hubiera sido más propio tomarse un ribeiro, pero en vista de la cantidad de bungalows nos pareció más propio tomarnos algo americano. Desde allí se intuía Santiago. Habían plantado cuatro árboles exactamente en la línea de visión de la ciudad. Así que pasé de hacer fotos.

Al llegar al bar que estaba frente a una iglesia antigua donde teníamos que recoger nuestras mochilas, nos comimos la mejor empanada que habíamos probado hasta entonces. De calamares. Gracias a Elena no pudimos volver a probarla al día siguiente.

Misteriosamente, andando hacia el punto kilométrico cero, supuestamente en la plaza del Obradoiro, desaparecieron los dolores de pies. El tramo desde que aparece el cartel de Santiago de Compostela hasta la plaza es larguísimo. Ya estabamos en la parte antigua cuando un cura extranjero se interesó por nosotros y que de dónde veníamos, no le pareció gran cosa pero a mí me dieron ganas de darle una hostia. Por antipático y por demorarnos.

Y por fin, la catedral de Santiago. En la plaza de Praterias nos dimos un abrazo y dijimos Ultreia y tal. Lo de siempre.

Luego nos pasamos por la oficina de atención al peregrino donde nos tenían que dar la compostela, un papel en el que constaba que habíamos hecho el camino. Dejamos las mochilas en la antesala y nos pusimos en cola. No había mucha gente. Despachaban tres personas, dos jóvenes y un viejo. El viejo tenía cara de cura sin sotana y recé para que no me tocara. Había oído que a algunos peregrinos les negaban la compostela si el camino no se hacía por motivos espirituales. Así que, me tocó el viejo.

- Rellene esta hoja.

En el papel estaban apuntados los que habían pasado antes que yo, y muy pocos habían puesto por motivos espirituales, un alivio. Muchos ponían por motivos culturales otros por motivos turísticos. Pero, que aquellos hubieran puesto esos motivos no me aseguraba que el hombre viejo no acabara de reemplazar a otro y acabáramos de fastidiarla.

Y llegó la pregunta esperada.

- ¿Cuál ha sido el motivo de su peregrinación?

Lo miré muy serio y dije en perfecto castellano, incluyendo las "eses".

- Motivosss essspiritualesss.

El cura quedó satisfecho y yo me llevé el papelito y quedé aliviado.

Luego compramos unos canutos. Para meter dentro la compostela y que no se arrugara. ¿Sois mal pensados por naturaleza o qué?

Cogimos pensión. Elena, Pepe y mi tocayo Paco sacaron los billetes de avión. Paco Jiménez iba a ser el primero en irse a la mañana siguiente, así que de las tres habitaciones que nos dieron él tomó una y yo otra. Él para no molestar, pues se iba temprano, y yo por roncador. El roncador Pepe deleitó toda la noche a Salvador y Elena.

Luego nos fuimos a un restaurante casi de lujo. Todo el mundo bien vestido y nosotros de peregrinos, parecíamos mendigos que iban a pedir las sobras. Estoy seguro que más de uno se echó la mano a la cartera por si acaso.

La mariscada fue bestial. Por lo que se ve nadie antes había comido percebes y tuve que instruirlos. A mi me instruyó un matrimonio gallego hace años. Paco Jiménez y yo nos comimos todos los percebes pues el resto no le encontraba la gracia ni el sabor al marisco en cuestión.

Al terminar pedimos el postre, yo lo dejé todo, no podía con más.

El resto del día, y días que estuvimos allí, a parte de visitar algún que otro museo, a parte de visitar la catedral, a parte de asistir a la misa del peregrino y encontrarnos a Melody con sus padres en el banco de delante, a parte de darnos cabezazos contra las columnas para no se qué, a parte de abrazar al Santo a traición, a parte de todo eso y más cosas, visitamos tiendas, visitamos tiendas, visitamos tiendas, visitamos tiendas, visitamos tiendas, visitamos tiendas, y cuando las habíamos visitado todas las volvimos a visitar tres o cuatro veces más, y no nos quedamos satisfechos hasta que nos echaban de las tiendas.

Ah, una exposición de Rodin. Pepe Santos todavía la está buscando. "Rodin, rodán, haber si traen más esculturas ya", cantaba por las salas. Yo no entendía qué hacía allí una exposición tan fea y breve. ¿Qué era una tomadura de pelo? Incluso creo que tuvimos que pagar para entrar. Un timo. Igual que el timo de pagar por visitar la cripta del santo, más bien parecía un urinario.

En algún momento y en algún lugar comimos ostras. Paco Jiménez creo que ya no estaba, Elena y Salva no quisieron. Pepe y yo dimos cuenta de la docena.

Por la noche, en la pensión, antes de meterme en la cama, deshice la mochila y comencé a separar todo lo que iba a tirar: lo primero la baraja de cartas, luego, sprays en común que nunca utilizamos, tiritas, vendas, agujas, hilos, imperdibles que tampoco utilizamos y un montón de cosas más, inútiles todas, que tampoco utilizamos y que se llevaban para "por si acaso".

Se acabó. El año que viene espero hacerlo desde San Jean pied-de-port, o en su defecto, desde Roncesvalles, y procuraré ir anotándolo todo desde el primer día para no olvidar nada.

Ultreia.