Camino de Santiago 2005
01. Prólogo
02. Sevilla - Zaragoza
03. Zaragoza - Pamplona
04. Roncesvalles - Zubiri
05. Zubiri - Pamplona
06. Pamplona - Uterga
07. Uterga - Puente la Reina
08. Puente la Reina - Estella
09. Estella - Los Arcos
10. Los Arcos - Viana
11. Viana - Logroño
12. Logroño - Navarrete
13. Navarrete - Nájera
14. Nájera - Santo Domingo de la Calzada
15. Santo Domingo de la Calzada - Cádiz - Burgos
16. Burgos - Hontanas
17. Hontanas - Castrojeriz
18. Castrojeriz - Frómista
19. Frómista - Carrión de los Condes
20. Carrión de los Condes - Calzadilla de la Cueza
21. Calzadilla de la Cueza - Sahagún
22. Sahagún - El Burgo Ranero
23. El Burgo Ranero - León
24. León
25. León - Villar de Mazarife
26. Villar de Mazarife - Astorga
27. Astorga - Rabanal del Camino
28. Santa Marina de Somoza y Astorga
29. Santa Marina de Somoza - Molinaseca
30. Molinaseca - Cacabelos
31. Cacabelos - Vega de Valcarce
32. Vega de Valcarce - Alto do Poio
33. Alto do Poio - Sarria
34. Sarria - Portomarín
35. Portomarín - Melide
36. Melide - Arzúa
37. Arzúa - Pedrouzo
38. Pedrouzo - Santiago
39. Santiago

Prólogo

El entrenamiento: Me planteo comenzar a andar todos los días unos cuantos kilómetros cuando queden justo tres meses para el camino. Cuando llega la fecha me lo vuelvo a plantear, a dos meses, luego a uno, luego a quince días. Entreno los dos últimos días, el martes 17 y el miércoles 18 de mayo, el primer día ocho kilómetros y el segundo cuatro, pues me salen ampollas en los dos pies.

El peso: la primera vez que peso la mochila, a finales de enero, pesa catorce kilos, en febrero consigo bajar el peso a doce. Quince días antes de salir, sigue pesando doce kilos y llevo la cantimplora vacía, así que lo dejo por imposible. Además de la mochila llevo una riñonera bastante amplia de esas que abrochan por delante y se llevan por detrás, pero le doy la vuelta y la llevo colgando por delante, tapando la parte sensible, cosa que veo bastante bien pues, ante un ataque de un perro, estoy protegido en esa zona.

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Sevilla - Zaragoza

19 de mayo, jueves.

A las 7 de la mañana estoy en el trabajo, los días anteriores extendí mi jornada un poco más para salir hoy un poco antes. Reparto mi trabajo entre las compañeras y a las doce del mediodía la ansiedad me vence, me despido de todos y me vuelvo a Sevilla a dejar el coche en el garaje. Espero a mi hermano Pepe que me dejará en la estación de tren de Santa Justa, como no hay aparcamiento saco la mochila y la riñonera que llevo y me despedido. Llevo ropa de calle que guardada especialmente en un armario para este día. Ropa que ya tendría que haber tirado hace tiempo y que tiraría en Roncesvalles. No quería utilizar la ropa del camino que llevo en la mochila hasta el primer día, lo único que llevo y voy a seguir utilizando son las zapatillas de deportes -negras y amarillas- Hi-Tec.

En una cafetería de la estación me como un bocadillo con un refresco y me dirijo al AVE que me dejará en Madrid.

Por culpa de mi hábito al tabaco mi trayecto hasta Pamplona es bastante anormal. A las 19:00 horas cojo el AVE que me deja en Zaragoza en menos de dos horas. Cuando lo más lógico hubiera sido coger el tren directo Madrid-Pamplona. Éste tren tardaba más de cuatro horas en llegar, más de cuatro horas despierto sin poder fumar, eso en el mejor de los casos si el tren cumplía su horario, pero si no lo cumplía y llegaba con retraso eran más de cinco horas.

En el trayecto a Zaragoza me toca al lado un individuo con traje y corbata que debe tener la gripe, no para de moverse y de toser. Pienso que igual me contagia algo y llego fatal a Roncesvalles y me toca guardar cama un mes. Habla por el móvil sin parar, me tiene de los nervios y de buena gana le echaría las manos al cuello para que deje de moverse.

Cojo un hotel barato, me ducho y salgo a cenar algo, la visita a la ciudad requiere más calma y otro tiempo. Entro en el primer bar que veo abierto y pido una cerveza y una tapa de ensaladilla mientras miro la lista de comida que tienen, para decidir qué comer. Error. En Zaragoza, creo, no saben lo que son tapas, sí?, la tapa de ensaladilla tiene el volumen de una ración en Sevilla. Necesito otras dos cervezas para hacerla bajar. Evidentemente, no pido nada más, salgo del bar con la sensación de llevar un bloque de hormigón en el estómago.

En el hotel, intento ver la tele, buscando la primera cadena y su pronóstico del tiempo de los tres días siguientes. No es posible. Están dando la Eurovisión de las narices, apago la tele y me meto en la cama. Duermo muy mal ¿será la ensaladilla?

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Zaragoza - Pamplona

20 de mayo, viernes.

A las cinco menos diez me despierto y para celebrarlo hago la ola conmigo mismo. Intento seguir durmiendo pero a las seis el sueño no da más de sí. A las 8 bajo a desayunar, muy mal, tendría que haber salido en busca de una cafetería decente. Dejo el hotel a las nueve y un taxi me devuelve a la estación Delicias. En la cafetería, entre cigarrillo y cigarrillo me tomo un par de cortados. Los altavoces de la estación ya no anuncian trenes, ahora recuerdan hasta la saciedad que está prohibido fumar en sus instalaciones, a lo mejor por eso no hay nadie sentado en las salas de espera y estamos todos en la cafetería. El tren viene de Barcelona y llega a Zaragoza con quince minutos de retraso. Mi asiento esta ocupado por un hombre. Va con su mujer. Les han dado asientos separados, uno al comienzo del vagón y otro al final. El hombre se levanta y se va al suyo, yo me siento en el que me corresponde. Luego me lo pienso. Le grito que no me importa quedarme en el suyo. La mujer me dice que por dos horas que estén separados después de tantos años juntos no tiene importancia. Me fijo bien en el resto de pasajeros, estoy rodeado de mujeres y parece que van todas juntas, son diez o doce, son de algún lugar de Castellón y parece que van a hacer, también, el camino de Santiago, o parte. A los veinte minutos de oírlas hablar no aguanto mas, me entra el agobio y me paso al vagón que queda justo al lado: el vagón cafetería.

- Pues a mí me falta media teta.
- A mi me operaron del riñón.
- A mi hijo le dio un infarto por fumar, a los 40 años. Después siguió fumando y a los 42 le dio otro, le cogió miedo y lo dejó.

Dejo pasar un tiempo prudencial y vuelvo a mi asiento. Afortunadamente ya hablan de otra cosa.

A mitad de trayecto el revisor me devuelve a mi asiento y al que ocupa mi asiento al suyo.

En Pamplona hace calor. Yo que venía con la idea placentera de tener que ponerme el anorak nada más llegar y, en lugar de eso, Navarra me recibe con treinta grados y un sol que pica "una jartá". Como no conozco Pamplona espero fuera de la estación a ver hacia dónde se dirigen los demás que llevan mochila. Pero no se mueve nadie. Da la impresión que hacen lo mismo que yo, observar a ver que hacen los demás. Debajo de la marquesina de la parada del autobús hay una chica con toda la cara de ser extranjera y que ocupa la única zona con sombra de todos los alrededores. Le pregunto qué autobús lleva a la parada de autobuses, valga la redundancia. Me responde que más despacio. Intento erradicar el andaluz y sacar todo el acento castellano que puedo y pronunciar lento y sin comerme las letras. Pero la chica no entiende, así que lo dejamos. Lleva un bonito sombrero marrón, intento recordar si ya lleva el muñequito koala prendido en la cinta o lo adquiere más adelante. No sé por qué razón pienso que es de Nueva Zelanda.

Recordando una frase de mi padre vete detrás de alguien y si pasa algo por lo menos vas acompañado", así que me subo en el mismo autobús donde se meten los demás. Por el camino descubro la parada de autobuses y me bajo a la primera ocasión, detrás de mí se baja medio autobús. Entro en la estación y a los cinco minutos descubro sentada en una mesa a la chica extranjera. Allí se pasará sentada las casi cinco horas que faltaban para la salida del autobús hacia Roncesvalles. En el pasillo donde están las ventanillas de las diferentes compañías de autobús pasan dos ecuatorianas que me preguntan a qué hora sale el que va a Roncesvalles.

- A las 6. -respondo.
- ¿No hay otro antes?
- Pues, no.
- Y mientras ¿qué hacemos? ¿hay otra alternativa?
- La habría si los taxis no estuvieran de huelga.

Los taxis tienen colgados un cartel que dice: "Servicios mínimos por la ruina del taxi".

En la estación hay un par de tíos con aspecto moruno dando vueltas, una chica joven también de rasgos moros con un vestido ceñido dando vueltas y pidiendo guerra, otra occidental dando vueltas, dos más de aspecto poco fiable dando vueltas, van y vienen sin parar, una y otra vez, me recordaron a los lobos de parque zoológico de Barcelona. Una cosa está clara, no están esperando el autobús. Cojo mi mochila y a la una me meto en la cafetería a comer. Cuando acabo y vuelvo a los pasillos de la estación los lobos han aumentado de número, llego a obsesionarme porque nada más que veo descuideros por todas partes. Vaya mierda de estación de autobuses. Salgo a la calle pero el calor me hace volver a la estación. Me sitúo en los asientos centrales del andén mientras uno de los moros habituales y una chica que llevo viendo desde hace tres horas da vueltas y vueltas alrededor de los asientos mirando los bolsos y maletas de los que esperan. La chica se sienta a mi lado, sé a lo que viene, pero antes de que se decida le pregunto yo: ¿Tienes un cigarrillo? Me responde que no, se levanta y se va. Una hora antes de la salida del autobús comienzan a llegar otros mochileros. Tres de ellos se sientan en el banco de al lado. Les pregunto a dos con aspecto exótico si van a Roncesvalles, me responden en una especie de brasileño-portugués que no me entienden. Yo a ellos tampoco. Le pregunto al tercero que llevaba mochila con vieira si va a Roncesvalles, que pregunta más gilipollas, a dónde iba a ir con esa pinta. Me responde que sí y le pido que me vigile la mochila mientras voy a los aseos. A la vuelta ya no tengo asiento. Le doy las gracias al hombre, con acento de ser de Madrid o alrededores.

A las seis menos algo llegan dos autobuses que subirán hasta Roncesvalles. Las últimas en llegar, el grupo de diez o doce mujeres de Castellón, son las primeras en subir pasando de todo el mundo, por lo que se origina el caos en la puerta de los autobuses. Mientras intento llegar a la ventanilla del conductor para pagar me voy acordando de toda la familia de las doce mujeres. Antes de subir se arma la marimorena entre un pasajero y un descuidero que intenta robarle algo. Llega la policía. Ya estoy en el interior del autobús. Delante de mi va un tío explicando a la chica extranjera que cuando llegue a no sé qué ciudad no entre sola, que se busque la compañía de alguien debido a algún motivo de inseguridad.

En Roncesvalles hace fresco pero no frío. Luego comienza a hacer frío pero no tanto como para ponerse el anorak-chubasquero. Españoles somos los menos, alemanes un montón, y los hospitaleros creo que son también de por allí cerca.

- A las seis en pie. -me dice el hospitalero guiri muy serio.
- ¿A las seis? -respondo abriendo mucho los ojos en señal de contrariedad, pero en broma. Pero como el hospitalero sigue igual de serio, le sonrio. No me la devuelve, así que lo mando a hacer puñetas en voz baja.- Ok. A las seis. No problem.
- Muy bien, tu cama es aquella, la de arriba.

Doy un paseo por los alrededores. A las ocho entro en la iglesia, a mi lado se pone el hombre de Madrid. Alejandro. Asistimos a la famosa misa que dicen "sobrecogedora". La iglesia era chiquita, yo esperaba algo gigantesco. Un cura y tres más celebraban la misa, espero el momento en que veinte o treinta monjes aparezcan por alguna puerta de la iglesia y se pongan a cantar, pero eso no ocurre, los que cantan son los cuatro celebrantes. Si en algún momento me sobrecojo es bostezando de aburrimiento. Al final nos hacen acercarnos al altar para una bendición especial. Delante de mi esta la chica que pienso es de Nueva Zelanda, pero en realidad es de una ciudad impronunciable de Australia, se llama Allison, la chica, aunque lo supe más tarde y llora como una Magdalena.

Luego me voy a uno de los bares de Roncesvalles y me tomo una cerveza con un bocadillo de chistorra, a mitad de bocadillo compruebo que queda más pan que chistorra, tiro disimuladamente la mitad del pan y me hago medio bocadillo de chistorra, pero aún tengo demasiado pan, así que me como sólo la chistorra.

En la litera de al lado duerme un aragonés de Zaragoza que no tiene sueño y me da conversación durante un buen rato mientras que yo pego cabezazos contra la cama intentando no dormirme por no ser descortés. Dice haber hecho el camino cinco o seis veces y tiene decidido hacer el del Norte cuando llegue a Santiago. Está jubilado.

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Roncesvalles - Zubiri

21 de mayo, sábado.
Día 1º de camino
21,5 kms.

¿A las seis en pie? ¡Qué va! A las cuatro ya está todo el mundo despierto a algunos ya se les escucha trajinar en sus mochilas, otros se dirigen a las duchas y aseos, la mayoría damos vueltas en la cama intentando volver a dormirnos, cosa bastante difícil con tanto movimiento. Por la noche había tronado un poco y posiblemente había llovido algo. Al salir fuera a comprobar el día, el cielo aparece estrellado, algunas nubes compactas se van alejando en dirección a la zona francesa. No me lo puedo creer, estoy a dos pasos de Francia, puedo dejar el camino y visitar París. Me fumo un cigarrillo y cambio de parecer, Zubiri está más cerca. La cafetería más madrugadora abre a las siete y media, pero con la mochila fuera del albergue listos para caminar a las seis y media no era cuestión de estar esperando una hora para, en el peor de los casos, encontrarse con que todavía seguía cerrada.

Salgo con Alejandro cuando apenas había clareado un poco el día, quiere sacarse una foto delante de algo que ni siquiera distingo con la oscuridad. Me dice que se queda en Espinal donde tiene hablado el alojamiento. No recuerdo exactamente dónde queda Espinal pero me suena demasiado cerca. Consulto la guía. Seis kilómetros cuatrocientos metros. No me lo podía creer, seis kilómetros sólo. se lo toma con calma! Tendrá mucho tiempo y quiere disfrutar a tope. No era eso, me temo que soy demasiado torpe para fijarme en ciertos detalles. No me di cuenta hasta que el segundo día me pidió ayuda para bajar por unas piedras en las que un resbalón podía llegar a ser, como poco, de esguince y hospital. Y aun entonces seguí sin fijarme bien. Hasta la tercera etapa no me fije que Alejandro sólo utilizaba la mano izquierda para enrollar su saco. Estoy seguro que si Alejandro hubiera sido una mujer me hubiera fijado mejor. En fin, a Alejandro le diagnosticaron un tumor y después de la operación se quedó con el lado derecho de cuerpo fastidiado. Tuvo que hacer dos años de dura rehabilitación y aprender a hacerlo todo de nuevo. Por eso, por mi falta de atención en los detalles fue por lo que no entendí que quisiera quedarse en Espinal, a donde llegamos a las 8 de la mañana. En algún arroyo que había que cruzar por algún pequeño puente formado por piedras o por hormigón demasiado estrecho, Alejandro que no lo veía claro cruzaba por el agua. La primera vez que lo hizo lo miré de reojo. ¡Está majara! Y le pregunté por sus botas y si eran impermeables. Pero por muy impermeables que fueran se le metería dentro, pues desaparecían completamente bajo el agua.

- Voy a seguir, son sólo las ocho y voy bien. -me dice Alejandro cuando llegamos a Espinal.

En esta etapa hay un par de subidas que no son especialmente duras, una de ellas es el alto de Erro, donde, al salir a una explanada que indica el alto, nos encontramos con un hombre atendiendo al una mujer que se ha caído y se ha herido una pierna. Qué gente más rara, pienso. La gente se cae bajando no subiendo sí? Cualquier sitio es bueno para caerse no?. Por cierto, que en las subidas Alejandro siempre va por delante. Claro, el no fuma.

Los senderos que hay en esta etapa y la siguiente, entre árboles y el río Arga, son preciosos y me recuerdan, en cierta forma, a las corredoiras gallegas. Sin embargo, hay que andar con mucho cuidado pues el camino esta cubierto por un lodo gris muy resbaladizo, y en cualquier momento acabas bajando un precipicio en dirección al fondo, donde se oye el rumor del agua correr. Alejandro se para en alguna ocasión a tomar fotos de los animales autóctonos, tipo ponys, etc que nos vamos encontrando para luego, al llegar a Madrid, enseñarlo a sus hijos (tres), caballos gordos, vacas gordas que tienen que dar una leche muy buena y, dónde la mandarán, porque la que venden en los comercios no es.

En algún punto del camino me separo de Alejandro y lo dejo con el de Zaragoza, José Manuel, que en lugar de bordón lleva paraguas. José Manuel camina más rápido con su ritmo lento y constante que nosotros yendo a toda hostia y parando cada dos por tres. Me encuentro con la australiana en dos ocasiones, la primera cuesta arriba sentada sobre una piedra fumando, le saco la lengua, no como insulto sino dando a entender el esfuerzo en la subida. Ella asiente con la cabeza. Le señalo que es del tabaco y no de la subida. Vuelve a asentir y dice algo así como sé por qué yo fumo". La segunda bajando, se para al verme y la invito a un cigarrillo. Luego desaparece en el estrecho sendero. Estamos pasando una zona con carteles que dicen: Zona de entrenamiento de perros de caza. Me echo a temblar, pero no se oyen ladridos.

Llego a Zubiri cruzando el puente (valga la tontería, Zubiri pueblo del puente") y espero a Alejandro junto a un albergue privado con muy buena pinta. Cuando aparece me dice que hay otro. Seguimos andando por las calles hasta dar con el albergue, la hospitalera no aparecerá hasta la tarde a ponernos el sello. Eran las doce de la mañana, una maravilla si recuerdo mi primer camino Ponferrada-Santiago en el que siempre terminábamos la etapa de las dos de la tarde en adelante.

Nos duchamos y nos vamos en busca de un bar a comer. Entramos en uno que tiene un comedor diminuto con cuatro o cinco mesas. No me gusta es demasiado pequeño. Pregunto al camarero.

- ¿Se puede fumar aquí?
- ¿Por qué no se va a poder?
- No sé, como últimamente la cosa está tan jodida y estamos siendo perseguidos y acorralados.
- Pues aquí sí se puede fumar.

Se nos une José Manuel y comemos bastante bien los tres, creo. Una mesa más allá está Allison con un grupo de gente que habla inglés.

El día que ha comenzado nítido se va apagando, con unas nubes que no sé muy bien si son de nublado o calima. Lo cierto es que esta noche volvió a llover.

El albergue es más bien cutre, una antigua escuela en desuso. Con unas duchas feas pero con agua caliente. Somos los primeros, y creo que los únicos en utilizarlas. Detrás del albergue han habilitado unas duchas provisionales que tienen muy buena pinta. Otra vez será.

La hospitalera me explica que la noche anterior algunos gamberros cogieron una colmena de abejas y la dejaron en el patio del albergue. Por la noche, con la fresca cuando las abejas están más calmadas, vienen los bomberos y se la llevan.

No duermo mal del todo. Para el día siguiente hemos decidido, con el fin de evitar Pamplona, quedarnos en Arre/Villaba.

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Zubiri - Pamplona

22 de mayo, domingo.
Día 2º de camino
21,4 kms. Andados: 42,9 kms.

José Manuel nos ha dicho que el camino, en esta etapa, será mucho mejor que el del día anterior si no llueve. Si llueve será mucho peor que la del día anterior. No llueve. Pero tanto a Alejandro como a mí nos parece mucho peor que la del primer día.

Seguimos el curso del río Arga por caminos de cabras, con sus boñigas respectivas, con precipicios a la derecha o a la izquierda, según el lado del río por el que discurra el camino, con los senderos embarrados y resbaladizos, con las zapatillas llenas del lodo gris hasta las rodillas.

Llegamos a Trinidad Arre después de cruzar el puente que queda frente al albergue y sigo andando. No me gusta el aspecto, hay demasiada gente junto al albergue para mi gusto, gente que no es peregrina, olvido que hoy es domingo. Alejandro me dice que me lo he pasado. Nos sentamos en un banco para pensar qué hacer. Al poco llega un matrimonio, Pedro y Tomi, él de Alicante y ella de Bilbao, pero viven en algún pueblo cercano a Carrión de los Condes (Palencia). Decidimos seguir hasta Pamplona. Llegamos a las dos de la tarde después de pasar por Burlada. Una calle detrás de otra desde Villaba hasta Pamplona.

Nos vamos al albergue de las Madres Adoratrices. Albergue grande, con muchas camas, atención estupenda o más, y muy pocas duchas para tanta gente. Espero junto a una puerta para ducharme pero dentro suena el chapoteo de la bañera. ¡Tendrán poca vergüenza y consideración! Me cambio de puerta. A la media hora sale un hombre, la del baño sigue chapoteando. ¡Gente más maleducada! Un minuto después de entrar en la ducha ya están aporreando mi puerta. En lugar de gritar: ¡jódete! que es lo primero que me pasa por la cabeza, grito que acabo de entrar, que espere.
Me ducho lo más rápido que puedo y me voy con Alejandro a buscar dónde comer.

Nos metemos en un gallego. Tenemos que esperar un rato largo a que vayan quedando libres las mesas. Casi a punto de entrar, se nos unen Pedro y Tomi, a la que comencé a llamar Mati, en lugar de Tomi. Nos hacemos una foto de grupo y comemos muy bien. Luego damos un paseo por las calles de los sanfermines, pero sin toros. Volvemos por la noche, antes que cerrara el albergue a las diez de la noche, al bar donde comimos por la tarde. Nos quedamos de pie en la barra, ya no hay pulpo, Alejandro intenta comerse una empanada seca y yo unas setas que tardan media hora en servir. Un grupo de clientes gilipollas habla de torear toros españoles con toreros vascos.

En el albergue, distribuido en habitaciones sin puertas, coincidimos con las diez o doce de Castellón, nunca las llegué a contar. Y tiran a matar. Están desatadas. Diez mujeres juntas sin maridos, qué peligro. La toman con un francés, pero el pobre no entiende nada de lo que dicen las mujeres. Mejor para él. Alejandro, divertido, se une a la refriega. Yo me meto en la cama con medio dolor de cabeza y una aspirina.

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Pamplona - Uterga

23 de mayo, lunes.
Día 3º de camino
16,7 kms. Andados: 59,6 kms.

Me levanto con un fuerte dolor de cabeza. Decidimos desayunar en Cizur Menor, pero en Cizur Menor, a parte de casas, no había nada. En un parque me tomo una barrita energética y un par de tragos del aquarius que llevo en la cantimplora, intentando recuperarme de la larga salida de Navarra, de la subida a Cizur Menor y del dolor de cabeza, que como el desodorante, no me abandona. Aquí nos unimos a Pedro y Tomi y después de un rato de andar por los campos comienza la subida al alto del Perdón. En lo alto hay una caravana cuyo dueño ofrece café, galletas, bebidas, etc. Pido café y galletas. Cada una en un tazón. Vierto el café en el tazón de las galletas y se la devuelvo.

- ¡Ah! Una sopa. -dice con acento extranjero.
- Si, un migote que lo llamamos en mi casa.

Me sienta estupendamente, y después más barritas energéticas y más aquarius hasta vaciar la cantimplora. Le digo al de la caravana si me la puede llenar de agua y me la llena hasta la mitad.

- Cuando bajes te vas a encontrar una fuente en Uterga con el agua más buena de todo el camino.

Recuerdo la fuente con un enorme chorro de agua, pero no paramos a comprobar si era buena o mala. Por cierto, subiendo el alto del Perdón se me pasa el dolor de cabeza.

Comemos con Pedro y Tomi en el restaurante del albergue privado de Uterga. Yo me como unas alubias pintas que cuando hay hambre saben a gloria pero, que mejor me supieron las que me tomé en Ponferrada en 2002, y aun recuerdo el sabor tan maravilloso que tenían. Coincidimos con un tipo enorme que ya saludé bajando el alto del Perdón. No atiendo mucho a lo que dice porque intento no oírlo, pero le han hecho un triple bypass y camina a razón de diez o quince kilómetros diarios. Hay que tener valor. El mismo que tiene Alejandro o el de Zaragoza. A Alejandro le pasan facturas las dos etapas anteriores y comienza a tener molestias en la pierna y los pies. Pedro y Tomi continúan hasta Puente la Reina.

Me ubico en una cama baja de una litera y Alejandro en otra. Volvemos a cenar en el mismo sitio, no hay otro, y si lo hay no lo buscamos.

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Uterga - Puente la Reina

24 de mayo, martes.
Día 4º de camino
6,8 kms. Andados: 66,4 kms.

A las 7 de la mañana comenzamos a andar. Desde los primeros pasos se ve que Alejandro no va fino. Cojea mucho y paramos muchas veces. En Óbanos, un pueblo muy bonito estamos parados mucho rato porque Alejandro lo está pasando mal. Necesita una farmacia pero la que hay está cerrada y abre a las diez o las once de la mañana, y apenas habían dado las ocho.

Están limpiando el albergue de Puente la Reina pero dejan que Alejandro se acomode. Nos vamos a desayunar para intercambiar teléfonos, e-mail y despedirnos. Cuando terminamos de desayunar decido quedarme. Pago los cuatro euros que piden en el albergue de los Padres Reparadores y acompaño a Alejandro al ambulatorio. Le dan cita a la una de la tarde. Voy a sacar dinero. Tomamos unas cervezas. A visitar un poco el pueblo. En Correos mando por idem la riñonera y el anorak chubasquero.

Aquí recibo una llamada de mi casa, mi madre me dice que han ingresado a mi padre, que está bien, que tienen que hacerle pruebas. Algo sobre un divertículo en el estómago. No tengo ni idea de qué es un divertículo, y aunque tiene un nombre divertido no me hace ni puñetera gracia. Me vengo bastante abajo pero intento darme ánimos a mi mismo en compañía de Alejandro, pero Alejandro se va mañana, o los dos, según se mire.

A mediodía comemos en un bar y Alejandro olvida su gorro en la barra al salir. Cuando se percata de ello por la tarde, volvemos y el camarero le dice que se lo dio a un francés porque pensaba que era suyo. Seguro que el francés pensó que era un obsequio. A Alejandro no le sienta nada bien la pérdida del gorro. Me explica cómo es y lo útil que resulta. Comienzo a temer que esa noche hablará en sueños sobre su gorro.

En la oficina de turismo encuentro a un individuo que menciona ser de Badajoz. Más tarde, en el albergue le pregunto de qué parte de Badajoz. Era de Badajoz - Badajoz. Le digo que tengo familia de Oliva de la Frontera y me responde que estuvo trabajando en Oliva durante nueve meses. No recuerdo de qué.

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Puente la Reina - Estella

25 de mayo, miércoles.
Día 5º de camino
22 kms. Andados: 88,4 kms.

Por la mañana temprano me despido de Alejandro. Y, como dice él constantemente, volar", que debe ser algo muy típico de Madrid relacionado con la verbena de la paloma.

Puede que los pocos kilómetros realizados, en las dos etapas anteriores, me pasaran factura en esta. Llego a Estella con los pies destrozados.

Durante el camino, una pareja de italianos lleva a su crío en un carro de bebé, de esos que tienen tres ruedas. El marido empuja el carro por los mismos senderos que el resto de peregrinos. Por obras en la carretera, han puesto un desvío que nos mete por una montaña, cuesta arriba, por donde el camino hay que intuirlo, a veces en línea recta hacia arriba o en zigzag en otras. Una pasada. Cuando miro atrás para tomar aliento, veo que el italiano sigue empujando el carro a mitad de subida. Vaya par de pulmones, y ganas de llevar a un niño tan pequeño para darle el palizón diario de calor, moscas y camino. Así, cuando los veo en el albergue ya instalados sobre colchones en el suelo, el niño está sobado.

Llego a Lorca sin agua, pues comparto la mía con una americana de Tampa (Florida) que se ha dejado la botella en Cirauqui. En una fuente de Lorca me bebo un litro del tirón y vuelvo a rellenar la cantimplora para proseguir.

Según voy acercándome a Estella un pestazo insoportable va haciéndose cada vez más insoportable. Es después de pasar por una especie de granja de vacas donde varios perros gigantescos, afortunadamente encadenados, custodiaban lo de sus dueños. Al llegar a la primera calle de Estella esta el albergue. Dejamos las mochilas en fila según vamos llegando y tenemos que esperar casi dos horas hasta que abren. Cuando comenzamos a entrar unas extranjeras que acababan de llegar muy listas se hacen las tontas y se cuelan. Alguno se queja pero las guiris dicen no entender y pasan de todas formas. Ya intentaría yo hacerles lo mismo si en los próximos albergues me las encontraba delante de mí. A ver lo tontas que son. El albergue está bastante bien. Y tiene casi de todo. Para cuando voy a colgar mi ropa recién lavada ya no hay sitio al sol y tengo que dejarla a la sombra.

Llamo a mi casa y mi padre sigue a la espera de más pruebas.

Estella está de fiesta, y en su plaza mayor están actuando y cantando jotas navarras. Después de oír un par de ellas me voy. Como y ceno en el mismo bar junto al río, bastante bien.

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Estella - Los Arcos

26 de mayo, jueves.
Día 6º de camino
21,8 kms. Andados: 110,2 kms.

A las 5:45 horas ya estoy andando. El ajetreo de los más madrugadores acaban sacándome de la cama y ponerme yo también a montar la mochila y salir pitando.

Como en esta etapa hay un trecho, de más de doce kilómetros, sin nada intento racionar el agua y las barritas energéticas, pero casi no hizo falta. El trayecto desde Villamayor de Monjardín a Los Arcos no fue para tanto. Llegué a Villamayor a las 9 de la mañana después de alguna cuesta resuelta sin mayores problemas. Una barrita energética y un poco de agua a las diez y a las once, y a las once y cuarto en el albergue.

En vista de lo que ocurrió el día anterior con las guiris listas, y viendo que los que han llegado antes que yo tienen las mochilas cada uno en un lugar distinto, intento poner orden y colocamos las mochilas en fila desde la puerta hacia las escaleras de entrada. No sirvió de nada. A pesar que yo entro en el puesto que me corresponde en la fila, los que vienen detrás comenzaron a ponerse nerviosos y comenzó la batalla por entrar cada uno cuando dios le daba a entender.

Algún gracioso de la liga anti-tabaco, me deja, dentro de una zapatilla, un prospecto informativo sobre drogas, entre las que se menciona el tabaco. Si hubiera sabido quién le habría dado las gracias por preocuparse por mi salud y luego le hubiera metido por el culo el prospecto.

Más tarde voy a visitar la iglesia y a comer.

Almuerzo en compañía de un francés y hablamos poco por cuestiones idiomáticas. Él va hasta Logroño mañana, y hace etapas largas cada día para compensar el poco tiempo que tiene. Tiene el detalle de invitarme a un café después de comer. Yo lo invito a otro en la barra mientras esperamos a pagar. No vuelvo a verlo más. En este albergue utilizo una secadora manual para escurrir la ropa. Me parece que este artilugio con más años que el camino es más útil que las actuales secadoras eléctricas, secan más y más rápido. Aquí pruebo las patatas con pencas que estan muy buenas, o es el hambre que te origina el camino. Como la carretera pasa por mitad del pueblo los camiones también, y a parte del ruido que hacen son un peligro para cruzarla.

Ceno en el mismo lugar que almuerzo, ahora hay menos gente, es decir, nadie. En el comedor estoy yo solo y después entran dos extranjeros que no tienen pinta de peregrinos pues van bien vestidos. A mediodía sirven las mesas unas chicas que hacen bien su trabajo y son todo lo agradable que se puede pedir cuando vas a un sitio a comer. Pero, por la tarde ya no están, en su lugar hay un hombre atendiendo el comedor. anti-español o anti-peregrino? No se lo pregunto, pero no dejo de propina ni un céntimo de euro. Lo que está claro es que es un capullo y un gilipollas. Mientras que a los extranjeros les deja sus platos diciendo "buen provecho" y "necesitan alguna cosa más" con muy buenos modales, a mí me sirve sin decir absolutamente nada y dejando los platos sobre la mesa como si estuviera haciéndome un favor. Lo dicho, la próxima vez como en otro sitio y si puedo hago publicidad entre el resto de peregrinos, aunque, pensándolo un poco, mejor dejarlo correr, las chicas que servían a mediodía no tienen la culpa de tener un jefe o compañero gilipollas.

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Los Arcos - Viana

27 de mayo, viernes.
Día 7º de camino
18,6 kms. Andados: 128,8 kms.

Al llegar a Viana hago cálculos, llevo una media de algo más de 18 kilómetros al día, muy por debajo de los veinte que me había propuesto antes de salir de Roncesvalles, pero las cosas no son como uno quiere o planea, sino como se van desarrollando, impuestas por el destino, podríamos decir. Ahora que camino solo tendré que aligerar en las próximas etapas. Pero...

La etapa es un sube y baja constante. Después de pasar Torres del Río busco un lugar sombreado con algún lugar para sentarme, descalzarme, comer, beber y masajear los pies, en ese orden. Cuando estoy volviendo a ponerme las zapatillas veo acercarse dos peregrinos.

- ¡Mira quién es! -dice la mujer.
- ¿Qué hacéis aquí? -pregunto contento de ver a alguien conocido.

Son Tomi y Pedro, vienen de Torres del Río donde han dormido esta noche. Continuamos juntos hasta Viana. Aunque yo los dejo atrás en las carreteras, pues acelero el paso para quitarme lo antes posible los tramos de carretera, llenos de coches y camiones. Luego, cuando comienza el camino de tierra los espero. Me río mucho con ellos y con las historias que cuenta Pedro. Tomi se para cada dos por tres al distinguir alguna planta.

- Esto es tomillo. Esto es romero.

A mi me parecen hierbajos y no distingo una de la otra.

Olvido que por todas partes una inmensa alfombra blanca lo cubre todo, procedente de algún árbol que ya no recuerdo cuál es. Cuando sopla un poco de aire esta pelusa, que posada en la tierra parece nieve, flota en el ambiente y se mete en la boca y la nariz. Creo que son chopos pero no pondría la mano en el fuego para asegurarlo.

Llego a Viana por delante, espero al comienzo del pueblo y andamos unos metros hasta unas mesas con bancos un poco más allá. Uno de los edificios tiene, en un lateral, un enorme mural graffitero relativo al camino. Tomi y yo vamos a una tienda a comprar alimentos para hacer un pre-almuerzo. Tenemos decidido seguir a Logroño. Comemos en las mesas sobre una parcela de cesped y con una fuente de agua fresca, luego subimos al centro de Viana. Entramos en una iglesia y al salir decidimos quedarnos. Caminamos hasta el albergue que queda junto a una iglesia en ruinas que esta siendo rehabilitada.

El albergue esta muy bien pero no pienso volver a él en próximos caminos. No entiendo a qué viene la pregunta que me hace la hospitalera hasta que estoy dentro de la habitación con camas.

- ¿Tienes algún problema en los pies o las piernas?
- No. -respondo.

Me dan la parte de arriba de la litera. De tres pisos. Puedo dormir en el tejado si hace falta, o con el colchón o el albergue muy guarros. Lo que no puedo hacer es dormir sin almohada. Y digo almohada, no me refiero a poner ropa echa un ovillo o un saco de dormir haciendo de tal, tiene que ser almohada. Manías que tiene uno. Y ese pequeño detalle en el albergue me dio la noche. Sin contar con los ronquidos del francés al que tiraban los tejos las diez mujeres en el albergue de Pamplona. Por la mañana dice que él no ronca que era una mujer que dormía debajo de él. un cuerno! Parecía una sierra mecánica. Otro problema que tengo con las literas es que las bajo muy mal, no sé dónde poner los pies y acabo saltando desde arriba, o casi. Este albergue tiene un pedazo de comedor con chimenea y una buena cocina. Las duchas eran otra cosa, el pestazo a orines es considerable y después de la segunda persona que se ducha aquello era una sauna, no sirve de nada secarse con la toalla porque estás continuamente empapado del vapor que se produce.
Si normalmente, en literas de dos pisos tienes que lidiar con tu compañero o compañera de litera y con los de la litera de al lado, en esta es un caos, seis personas intentando arreglar la mochila al mismo tiempo en un espacio reducido.

A media tarde nos unimos en un bar a Allison, la australiana, Lola, de Madrid, y Nicolás, de Sevilla. Nicolás está a punto de volver a Sevilla, y en medio de las copas se despide, coge la mochila y se encamina andando a Logroño donde tenía el tiempo justo para tomar el tren o el avión, no lo recuerdo.

Por la tarde-noche nos encaminamos todos, más Angela, de Brasil, a una tienda a comprar para la cena, dejamos la misma en manos de Pedro y Tomi, y en la cocina del albergue comienzan a preparar la cena los unos y a poner una de las enormes mesas y bancos los otros. En la abundante comida caen tres botellas de vino, después nos vamos a un bar y nos tomarnos unos pacharanes, como pedimos de más porque Tomi y Pedro no quieren, Allison y yo, nos tomamos el doble. Allison no lo había probado nunca pero en el camino a su paso por Navarra y La Rioja se puso las botas. Lola bebe Brugal con cocacola. Llegamos cuando comienzan a cerrar la puerta del albergue. Lola me cuenta que en algún albergue anterior, ella y Allison, junto con Nicolás se han escapado por una ventana y se han ido a tomarse una botella de algo al patio.

A las tres de la mañana me despierto, le echo una mirada criminal al francés roncador y me bajo de la litera. Voy al baño y el pestazo a orín me expulsa. Antes de subir a la cama miro arriba: "Joer, que alta está". Cojo el saco de dormir, lo enrollo y lo meto en la mochila, cargo con ella y me voy al comedor sin armar jaleo. Allí estoy dando vueltas hasta las siete de la mañana, hora en la que salimos a desayunar los mismos que en la cena. Lola y Allison deciden demorarse un poco más. Así que salgo con Pedro, Tomi y Angela rumbo a Logroño.

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Viana - Logroño

28 de mayo, sábado.
8º día de camino
9,4 kms. Andados: 138,2 kms.

Antes de llegar a Logroño nos pillan Lola y Allison, en el momento en que el camino de tierra acaba y comienza una pista de asfalto rojo exclusiva para peregrinos y otros paseantes.

Antes de entrar en Logroño paso por una casa y cuando ya la voy dejando atrás una voz de mujer me llama:

- ¡Peregrino!

Me vuelvo. Es la hija de la famosa Felisa, que murió en el 2002. "Higos, agua y amor" era el eslogan con el que se hizo famosa dentro y fuera del camino. A parte de la hija de Felisa atienden en este momento la casa, la nieta y la bisnieta, y siguen ofreciendo detalles a los peregrinos. No veo los higos, no será la temporada. Después llegan los demás y se unen a mí.

En la calle donde está el albergue nos despedimos de Pedro y Tomi que se vuelven a casa. Pedro dice que ya hizo el camino en bicicleta y que, andando no tiene ni punto de comparación con la bicicleta. Pero esto que dice Pedro no lo podría jurar, porque un día dice una cosa y al día siguiente todo lo contrario. Quedamos en llamar a Pedro cuando lleguemos a Carrión de los Condes. Nos despedimos también de Angela que se marcha a Barcelona y luego a Italia.

Está claro que la media de los veinte kilómetros diarios iba a tener que dejarlo para futuras etapas.

No sé qué hacer. Hace bastante calor en Logroño para continuar caminando, así que sigo a Lola y Allison. Tienen reservada una habitación en el hotel Condes de Haro, que a pesar del nombre tan elitista resulta ser bastante chusco y no le funciona el aire acondicionado. Hasta conseguir el hotel Lola tuvo que llamar a varios sitios y en todos les decían que estaban completos, hasta que lograron la habitación en este sitio. Tengo suerte y todavía tienen una para mí. Quedamos en llamarnos después de la ducha, pero esperando me quedé frito en la cama. Es lógico, llevo despierto casi desde el día anterior.

Dos horas después me despierto como nuevo. Lo que hace una buena cama... y una buena almohada.

Salimos y nos dirigimos al centro, donde hay un bar después de otro. En el exterior de uno de ellos, de pie, pedimos de comer. Pedimos mucho y sobra la mitad de todo. Yo me quedo con las ganas de probar el xtangurrito, otra vez será. Luego nos buscamos un lugar donde sentarnos y tomarnos un café. Buscando el sitio, Lola pregunta a un hombre dónde quedaba no sé qué calle:

- ¿Sois peregrinos?
- Sí. -respondemos.

El hombre tiene unos setenta o setenta y cinco años, largo y delgado.

- Si me acompañáis al coche os hago un regalo.

Mi primera intención es decir que no, pero las chicas se me adelantan y le dicen que sí. Diez minutos después estabamos callejeando en busca del coche. Al fondo hay unos edificios con muy mala pinta, deshabitados, sin cristales en las ventanas, los alrededores llenos de escombros y basuras, vamos, el sitio ideal para yonkis y sin techo. Espero, por nuestro propio bien, que el tío no nos lleve allí. Pero no hay suerte. El hombre va delante hablando con Lola, y detrás Allison y yo que no paramos de mirarnos y reírnos. Ella me hace el ademán de que el hombre nos va a cortar el cuello, y yo le digo que coja una piedra y se la esconda por si acaso, no lo hacemos y seguimos riéndonos sin parar. El coche está en el centro de los edificios con mala pinta. Y si éstos tienen mala pinta el coche la tiene aún peor. Me temo lo peor. Yo soy así. No sé qué tipo de regalo nos quiere hacer teniendo un coche tan cochambroso. Hace ademán de meter la llave en la cerradura pero se ve a las claras que la tiene forzada y no es necesario. ¿Será suyo el coche o lo habrá robado? Me mantengo un poco apartado para dar la voz de alarma a las chicas y salir corriendo a la más mínima, o lanzarme sobre el tío, darle un empujón y salir corriendo, también. Saca algo del coche y se lo mete en el bolsillo con disimulo.

- A ver tú, date la vuelta y cierra los ojos. -le dice a Allison- Que te voy a coronar.

Me mantengo alerta por si saca un cuchillo y le rebana el cuello. Ya estaba viendo los titulares de los periódicos de mañana: asesino de peregrinos actúa de nuevo". Pero en su lugar saca una cruz de madera con un collar de bisutería como colgante y se lo pone. Luego repite la misma operación con Lola. Yo no quiero, pero el tío me insiste con muy mala leche. Me pone otra cruz. Aunque en un principio pienso que la madera puede pertenecer a algún ataúd, luego caigo en la cuenta de que por los alrededores hay varias empresas madereras.

Entre los abalorios que lleva Lola en su riñonera de vientre, un silbato, un abrelatas, llavero de hierro con un Cristo, spray antivioladores, etc. Le regala al hombre, que se llama Ignacio, el llavero del Cristo. Por lo visto, Ignacio tuvo una casa en algún lugar pegado al camino y hacía este tipo de obsequios a los peregrinos, pero le echaron la casa abajo. Y ahora rula por Logroño y alrededores. Cuando salimos de los pisos en cuestión nos sobrepasa como una bala en su vehículo tocando el claxon.

Dejamos sola a Allison en las mesas donde hemos tomado el café. Quiere soledad. Allison se quedaría en Logroño también el domingo, su intención es descansar los fines de semanas, a ser posible en una gran ciudad. Lola seguiría, aunque hiciera pocos kilómetros no le gustaba demasiado estar ningún día sin andar. Aunque los habría.

Me voy con Lola que quiere hacer muchas cosas en poco tiempo. Primero comprar unas zapatillas para pasear después de andar el camino. Entramos en una tienda de moda donde nos mandan a otra de la misma casa cuatro calles más allá y de ésta a una tercera, más allá todavía. Mientras ella compra sus zapatillas yo compro otros pantalones largos y unos calcetines. De los dos pantalones largos que llevo uno se acabó por romper, lo cosí con aguja e hilo que me prestó Alejandro en Puente la Reina y que se vuelven a romper por otro sitio. Si la primera rotura no me importó y los remendé, la segunda rotura se produce en el bolsillo donde llevo la cartera con el dinero, y no quiero tentar a la suerte. Los segundos pantalones que llevo son impermeables y aún no los he estrenado, por falta de lluvia más que nada.

Después de la compra nos vamos a la Catedral donde ha quedado con futura suegra", o una de ellas. No recuerdo su nombre, es italiana, robusta, mucho ánimo y bastante alegre. Después de un café Lola le enseña lo que se ha comprado y a la mujer se le antojan unas iguales. Así que, de vuelta a la tienda. De regreso entramos en la catedral, hay una boda con orfeón incluido. Aunque quiero sellar aquí no tengo suerte, me tendré que conformar con el sello de Felisa. Luego volvemos al hotel.

No vuelvo a salir hasta la mañana siguiente. Ni siquiera ceno.

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Logroño - Navarrete

29 de mayo, domingo.
9º día de camino
13 kms. Andados: 151,2 kms.

A las ocho menos cuarto salgo del hotel. No llamo a la puerta de las chicas pues no sé si salieron de noche y a qué hora van a levantarse, sobre todo, Lola, que es la que continúa camino hoy. Me hubiera gustado despedirme de Allison, al quedarse en Logroño un día más, con toda seguridad no volvería a verla. Error.

Allison cuenta que conoció el camino de Santiago a través del libro de Paulo Coelho, como un montón de gente más en todo el mundo, pero pensó que se trataba de una ficción literaria inventada por el autor. Sin embargo, más adelante unos amigos de Mallorca, donde ella trabajaba, le mencionan el camino. Y es entonces cuando averigua que el camino no es una ficción de Paulo Coelho, sino que es una realidad que la tiene al alcance de su mano. O de sus pies.

El tiempo ha cambiado, esta completamente cubierto, pero no llueve. Es el clima ideal para mí, me da igual que el día esté cubierto, que llovizne, que sople el viento frío, este tipo de tiempo me encanta para caminar. El calor y el sol me matan. En alguna ocasión me da la impresión de andar perdido pero, al final, localizo las flechas amarillas que me dirigen hacia un parque. El parque es grande, voy siguiendo el sendero que marcan las flechas. Hoy es domingo, a esta hora tan temprana ya hay gente, que aprovecha la calma, para dar sus paseos o para correr. Lo más desagradable del parque son los restos de botellonas.

Casi sin darme cuenta paso de este parque a otro, el parque de la Grajera, mucha agua, muchos árboles, gente pescando en un lago, un parque estupendo para echarse una siesta o pasar el día. Una maravilla de parque. Luego, se acaba el parque, en el límite de éste con una carretera que sube hay una mesa y un hombre sentado a ella leyendo. En la mesa hay galletas, frutas y un sello para que los peregrinos lo estampen en sus credenciales. Me paro pero el hombre no tiene ninguna gana de hablar así que prosigo. No quiero coger nada pues he desayunado en un bar del parque. La carretera sube y va dejando a la derecha, abajo, la autopista, separada por una malla metálica en la cual hay cientos y cientos de cruces de madera ensartadas. Cuando a alguien le da por llamar la atención todos lo que vienen por detrás repiten hasta la saciedad la misma señal. Como los montones de piedras en forma piramidal, como las piedras que forman letras y palabras, etc etc.

Otro trayecto corto. No veo clara la etapa de hoy. En Ventosa no hay nada y queda a un lado del camino. Después está Nájera, a doce kilómetros de Ventosa. Como sigo sin verlo claro después de descansar en los soportales, el suelo empedrado con enormes pelotes de piedra, me quedo en Navarrete, qué bien se estaba aquí sentado. Faltan tres horas para que abra el albergue, así que me alojo en el hostal que hay enfrente. Cuando acabo de ducharme estoy a punto de volver a hacerlo por segunda vez, pero esta vez con ropa. Una cañería se revienta y comienza a salir agua del techo, y del marco superior de la puerta del baño. Salgo al pasillo y comienzo a dar gritos hasta que el dueño sube. Cuando detiene el agua me cambian de habitación a un piso superior. Casi me da miedo abrir un grifo no sea que se reviente otra cañería. Me voy a tapear al bar que queda al lado del albergue y luego hago, también, el almuerzo. En plena comida aparece Lola, con su enorme mochila y su inconfundible riñonera llena de botellas de agua. No sabe qué hacer. Al final se busca un albergue privado, Los Cantaros, y se queda también. Por la tarde me invita a asistir a una invitación que le han hecho a ella previamente los hospitaleros de su albergue. En una casa pequeña con chimenea incluida, con una abuela de ochenta años o más, y varios hombres y mujeres, nos unimos a ellos en una misma mesa que hay a la entrada. Nos invitan a vino escanciado en un porrón y nos ponen a prueba. Pasamos un rato agradable hablando, luego se van, y me despedido de Lola hasta más tarde. Antes hemos estado en la Sociedad Navorrotudetana y uno de los camareros nos instruye sobre el pueblo, que fue peleado por navarros y castellanos en tiempos de mariacastaña, etc Llovió y volvió a llover durante todo el día.

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Navarrete - Nájera

30 de mayo, lunes.
10º día de camino
16 kms. Andados: 167,2 kms.

A las seis de la mañana estoy en pie. A las seis y media en la calle, está nublado, llamo al móvil de Lola pero lo tiene apagado. Algunos peregrinos ya estan en camino. Después de salir del pueblo entre campos de vides comienza a lloviznar. La mañana comienza a clarear más lentamente que otros días, entre nubes grises que no se deciden a descargar el chaparrón que parecen anunciar. Paro y pongo la funda impermeable a la mochila. Yo continúo con mi sudadera, mientras que solo llovizne no voy a sacar el poncho, que me da terror ponérmelo por la incomodidad que representa. Tengo que ir limpiando continuamente las gafas que se me llenan de pequeñas motas de agua, hasta que me harto y las guardo en un bolsillo. También tengo que llevar el sombrero de paja en la mano pues el aire me lo levanta continuamente de la cabeza. Con lo poco que me gusta llevar cosas en las manos mientras camino, a excepción del bastón telescópico. Nueva era, nuevo bordón. El sudor y el agua me lo seco con el pañuelo bandana que llevo anudado en la muñeca derecha, y que me es bastante útil durante todo el camino.

Cada dos por tres surgen desvíos provisionales que te hacen dar vueltas sin ningún motivo aparente. Paso por un campo de vides que hace la forma de una U, algún peregrino conocedor de la zona acorta directamente y se saltaba estos tramos innecesarios. La guía dice que Ventosa está a cuatro kilómetros, no lo parecen, deben ser ocho más que cuatro. Por la carretera nacional que voy dejando a mi derecha veo los coches con las luces puestas, por la oscuridad de la hora y el nublado, los limpiaparabrisas en funcionamiento, y levantando nubes agua a su paso. Una imagen muy invernal en plena primavera. Más allá de Ventosa deja de llover. Llego temprano a Nájera, como siempre que ando solo. Busco una cafetería. El albergue no abre hasta las tres de la tarde. Cojo una pensión, todavía quedan casi cinco horas para que abra el albergue. Me ducho, me pongo ropa limpia, guardo la sucia en un bolsa dentro de la mochila para lavarla en otra ocasión. Más tarde recibo una llamada de Lola. Se ha quedado en el Hotel Río, que queda cerca de mi pensión. Nos vamos a comer a mediodía y en plena comida llama Allison que ha salido de Logroño y está llegando a Nájera. Cuando llega pedimos más vino, se zampa la comida de Lola, la cual come bastante poco, sobre todo, con la cantidad de energía que tiene que gastar cargando con su mochila, y su riñonera llena de botellas de agua.

Después de comer nos vamos de compras, Allison necesita un sujetador especial de esos que aplastan las tetas para que no bailen al andar. Yo bromeo con ella diciéndole que compre la que lleva la modelo de la fotografía. A lo cual responde negando con la cabeza.

- Pero, seguro que te sienta muy bien. -le digo yo- A ella le queda muy bien.
- No, no, no. Ella tiene mucho de aquí. -responde llevándose la mano a los pechos.

Por la noche cenamos en el mismo lugar donde comimos con algún altercado por parte de los clientes no fumadores. Nosotros fumamos los tres.

No puedo sacar ni una foto de Nájera, porque la mierda de cámara que me he comprado tiene agotada la pila y el cargador explotó en la primera recarga que le hice.

En Nájera hay una exposición que Pedro me había recomendado. Antes de encontrarme con Lola fui a visitarla, en la entrada había un bungalow de madera que decía: "Todos los días excepto lunes", también era mala suerte.

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Nájera - Santo Domingo de la Calzada (autobús)

31 de mayo, martes

Me levanto a las seis y media con una extraña sensación de desanimo. ¿Qué estaba haciendo aquí? Aunque las noticias que me transmite mi madre por teléfono dicen que mi padre está bien. Que tienen que hacerle más pruebas. Pienso que no debería estar aquí, sino en Cádiz. Ya tendré oportunidad de hacer el camino otro año. No sé qué hacer. Desayuno un café. A las ocho de la mañana estoy yendo y viniendo de la esquina del hotel Río a la parada de los autobuses sin decidirme.

No puedo llamar a Lola ni Allison porque la batería de mi móvil se vacia nada más llenarla, qué estoy esperando para cambiar de móvil? Hace un año que estaoy diciendo: "mañana me compro uno nuevo". Al final me decido a coger el autobús aunque no tengo claro si dejarlo definitvamente, tomo el autobús hasta Santa Domingo de la Calzada y allí decidiré qué hacer.

En el trayecto veo a los peregrinos que han salido temprano recorriendo los caminos que conducen a Santo Domingo y me vengo un poco más abajo, intento mirar hacia otro lado, pero veo caminos por todas partes. Cualquier camino trazado en mitad de un campo me parecen el Camino. Entro en una cafetería en busca de un café. Ando por las calles de Santo Domingo y sin quererlo aparezco en el albergue. Un cartel dice que abren hasta las 16:00 horas. No me lo puedo creer, cada vez más tarde. El de Navarrete, a las dos, el de Nájera, a las tres, y el de Santo Domingo de la Calzada, a las cuatro de la tarde. ¿Era una forma de putear a los peregrinos teniéndolos sin poder ducharse más tiempo? Ni siquiera cuando pasé por Santa Irene que caía un diluvio tuvieron a bien abrir para dar cobijo... ni nada. qué hora abriría el albergue de Belorado, a las 17:00 horas? Desgraciadamente, no tendría la oportunidad de comprobarlo.

Por fin me decido, mañana cojo el autobús a Burgos y me bajo. El camino se ha terminado. Como este va a ser mi último día me doy el lujo y cojo habitación en el parador de turismo que hay cerca del albergue. La habitación tenía tantas sillas y sillones que no tendría tiempo de sentarme en todas.

Después de deleitarme cerca de una hora sentado en la gran plaza de Santo Domingo, donde tenía pensado seguir sentado, comienzan a salir niños por todas partes. Había olvidado que todavía es mayo y las clases no han terminado. Salgo de la plaza y me doy de narices con Allison que viene con un noruego que le está tirando los tejos. Nos metemos en un bar y Allison y yo compartimos unas patatas bravas con mayonesa asquerosas y el noruego se mete entre pecho y espalda un bocadillo enorme. Más tarde, en unas mesas con Allison y cuatro alemanes, me llama Lola, salgo a buscarla y nos tomamos unas cervezas.

Por la noche, cenamos junto a tres ciclistas vestidos de domingo, excepto Allison, que de nuevo quiere estar sola, y se queda en el albergue. Tiene que hacer un esfuerzo suplementario para hablar español y acaba agotándola mentalmente. Los ciclistas me enseñan el pedazo de albergue de Santo Domingo, si en alguna ocasión vuelvo a pasar por aquí me quedaré en el albergue, está muy bien, y no hay literas, sino camas. Afortunadamente, está Lola que hace de traductora. Lola ha estado varios años trabajando en Chicago y hablaba muy bien inglés, así que era una traductora estupenda.

Quedamos en desayunar juntos antes de que coja el autobús para Burgos.

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Santo Domingo de la Calzada - Burgos - Madrid - Sevilla - Cádiz - Sevilla - Madrid - Burgos

Del 1 al 6 de junio.

Desayuno con Lola y Allison, me despido de ellas y cojo el autobús para Burgos. En la estación de Burgos hace un frío que pela. Saco billete en el primer tren a Madrid y en el primer AVE para Sevilla.

Una vez en casa deshago la mochila y meto toda la ropa en la lavadora y la pongo a secar. Al día siguiente intento sacar el coche del garage pero tengo que llamar a la grúa. Luego lo llevo al taller y me lo devuelven como nuevo por la tarde. Al día siguiente me voy a San Fernando. Visito a mi padre en el hospital justo a tiempo para enterarme que acaban de darle el alta. Traslado a casa a mi madre para que la vaya poniendo en marcha. Luego vuelvo al hospital a recoger a mi padre, tras el paso del médico con las últimas instrucciones. Así que viendo que todo anda bien y después de pensarlo un par de veces, vuelvo a sacar los billetes de tren para Madrid y Burgos.

Al día siguiente tenemos comida familiar con casi todos mis hermanos y mis padres.

Al siguiente me traslado a Sevilla, cambio la porquería de cámara nueva por la digital antigua, compro un par de cosas y rehago la mochila. No la peso, me da igual.

El 6 de junio cojo el AVE hasta Madrid, y me veo con Alejandro para saludarnos y charlar un poco. Luego el tren a Burgos. En Burgos busco la Catedral le hago un par de fotos y pregunto en una farmacia la situación del albergue. Me dicen que siga el río que ya veré las flechas. No veo ninguna y tengo que seguir preguntando. Veo una flecha en el muro del parque donde está albergue.

Aquí estaba el francés roncador. Mira que es raro el francés, si tenía que estar ya en León, por lo menos. Tres euros más la voluntad. El polen de los chopos envuelve los alrededores, lo había olvidado, sopla aire, así que, respiro y como polen de chopo. Sin contar las pelusas en la ropa. El parque del Parral donde está el albergue estaba muy, muy guarro, parecía como si durante toda la semana se hubiera organizado un botellón y sobre ésta otra y otra. Leo un poco en una de las mesas que hay, detrás del albergue, el Código da Vinci, hasta que comienzan a picarme las piernas y compruebo que estoy rodeado de hormigas gordas y cabezonas. A las nueve y media me meto en cama. Duermo bien y me levanto a las cinco y media de la mañana.

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Burgos - Hontanas

7 de junio, martes
11º día de camino
30,6 kms. Andados: 197, 8 kms.

Aunque no me sabe demasiado bien comenzar en Burgos y saltarme los Montes de Oca, decido no volver a Nájera y comenzar donde lo dejé. El año que viene u otro cualquiera lo haré.

A las seis de la mañana, todavía de noche, me voy detrás de tres franceses para no perderme. Delante de ellos va un grupo numeroso de alemanes. En la primera cuesta los dejo a todos atrás excepto a una que lleva una marcha increíble. Paso por Villalbilla donde ha pasado la noche Allison. Lola la pasó el Hornillos. Llego a Tardajos y un francés al que intento no perder de vista me adelanta como una moto. Paro varias veces a comer y beber. Entro en Rabe de las Calzadas y sin parar continuo hasta Hornillos. Me quito la sudadera y la cuelgo de la mochila, voy empapado de sudor. De Burgos a Hornillos estuvo nublado y hacía un viento frío desagradable. Era una maravilla ver como los enormes campos de cereal se mecían por el viento, asemejándose a olas en un mar verde.

Si ya es un fastidio encontrarse con franceses, alemanes e ingleses que no hablan español, más fastidio todavía es encontrarse a un español gilipollas.

Me paro junto a la iglesia de Hornillos, después de haberme tomado un par de cafés, a descalzarme. Me quito los calcetines. Me doy vaselina en los pies y a continuación me pongo esparadrapo en los dedos en los que se producen rozaduras. Se me acerca un individuo y me dice que tenía que haberlo hecho al revés, primero el esparadrapo y después la vaselina. Pues, sí tienes razón.

- Tienes los pies fatal, así no vas llegar muy lejos.
- ¿No? Pero, ¿llegaré a Hontanas?
- Sí, sí, a Hontanas sí, pero no más allá. Tienes los pies amoratados y tenías que tenerlos rojos. Eso es mala circulación y el próximo paso es la cangrena y que te corten el pie.
- Venga tío.
- No, te lo digo en serio. Sé de lo que hablo. Te pasa lo que a los montañeros que se le congelan los pies, se le ponen morados y luego la cangrena y ya no queda más remedio que cortar.

Ni que decir tiene que me da el día y la semana, pues a partir de Hornillos cada vez que comienzan a doler los pies pienso que tengo cangrena y que me los van a tener que cortar. Espero no volver a encontrarme a este tío y que sea a él a quien le amputen la lengua. Por capullo.

Llego al desvío de Arroyo San Bol y encuentro una autocaravana parada allí, resulta ser la misma que encontré al subir el Alto del Perdón. Le pregunto y asiente riéndose:

- Nos vamos moviendo por todo el camino. -dice.

Aunque un cartel dice que a doscientos metros, dirección arroyo San Bol, hay bebidas frías, miro y a doscientos metros no veo nada, así que, como no me fío y no quiero dar ni un paso de más, me despido y continuo carretera adelante sin ver a nadie por delante ni por detrás, siguiendo las flechas pintadas en el asfalto.

Efectivamente, lo que se dice de Hontanas es cierto, no veo el pueblo hasta que lo tengo a cien metros. Según me voy acercando a donde se supone que estaba y no ver nada, me voy desanimando y miro más allá, en busca de alguna señal de civilización que no localizo. Pero allí estaba. Y allí estaba también el gilipollas.

Hontanas es un pueblo pequeño con muchas casas abandonadas y una iglesia con una torre impresionante cerrada a cal y canto. Me alojo en el albergue-mesón, como no quiero dar un paso más no veo el albergue que está un poco más abajo. Me ducho y compruebo que tengo tres ampollas, dos en el pie izquierdo y uno en el derecho, seguro que el tipo listo tiene la culpa. Pero, bueno, para ser el primer día no está mal, salgo a una ampolla cada diez kilómetros.

Utilizar el móvil aquí no tiene sentido, mi vodafone no va, me dicen que si es movistar todavía puede, incluso amena, pero vodafone no. Pues, vaya, un motivo más para cambiar de teléfono. Me dicen que a lo mejor fuera del pueblo, en lo alto, funcione, pero no pienso volver a subir la cuesta que ya bajé para entrar en Hontanas. Utilizaré el teléfono fijo del mesón. Lavo la ropa, la cuelgo y media hora después ya está seca. Sopla viento. Después de comer, tomando en la calle un café aparece Allison con un compatriota. Cada vez hay más australianos en el camino. Nos damos un abrazo y nos contamos las últimas noticias. Luego los dejo comiendo. Las habitaciones tienen cuatro literas, así que no somos muchos en la habitación, tienen taquillas con llave pero nadie las utiliza. Los aseos no están nada mal, pero las duchas no tienen ni para colgar la toalla. A las siete de la tarde comienzan a cenar, yo no tengo hambre, además es una hora poco española para hacerlo. Duermo mal, tal vez por la angustia que me provoca no poder caminar al día siguiente si no mejoran mis ampollas. Me despierto a las 12, a la 1, a las 2, a las 3, a las 4 y a las 5 y media. Cuando el que ocupa la cama de abajo se va me levanto y comienzo a preparar mi mochila.

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Hontanas - Castrojeriz

8 de junio, miércoles.
12º día de camino
9,7 kms. Andados: 207,5 kms.

Comienzo a andar a las seis y media y poco a poco voy cogiendo el ritmo. Creo que voy bien. Camino entre campos de cereal y luego por una carretera desierta, un par de coches y un autobús. Paso junto a las ruinas de San Antón y llego a Castrojeriz intentando dar caza a una vieja que va por delante de mí y que al llegar al desvío de Castrojeriz no he conseguido hacerlo. Entro en un mesón que está abierto y me tomo un café, medito si tomar habitación aquí. Pero decido que no, el mesón está a la entrada del pueblo, junto a una iglesia muy bonita, y Castrojeriz es un pueblo-sirga, o sea, un pueblo que crece junto a una calle principal, o sea, un pueblo largo de cojones. Subo por la calle principal y paso junto a un hotel, luego junto a un albergue holandés o sueco, no recuerdo, pero que dice en la puerta que prohibido fumar. Ya sé que está prohibido fumar dentro de cualquier albergue o lugar donde tengan que alojarse más de dos personas, es una cuestión de higiene y respeto. Pero me jode que me lo estén recordando constantemente. Sigo adelante, y termino la cuesta de la calle. Entro en un bar que también es albergue y tiene decoración brasileña, me tomo un café y pregunto si tienen habitaciones. Hay una brasileña también tomando un café y llorando, pues se emociona mucho al ver cosas de su país. El dueño me manda al albergue sueco, y si no tienen sitio que vuelva. Paso de los dos y me voy al hotel. En la habitación del hotel también está prohibido fumar, pero tiene un servicio con dos interruptores, uno enciende la luz del espejo y, el otro, la luz del techo y un extractor de humos, junto a este extractor me fumo más de un cigarrillo. Sólo son las ocho y media de la mañana. A las 12 del mediodía descubro el albergue, pero no lo veo al pasar porque la publicidad del mismo la sacan a la calle cuando lo abren. Más tarde, andando por el pueblo descubro el segundo albergue, el del famoso Resti que anda trajinando con colchones de un lado para otro, en lo alto de unas escalinatas junto a la Plaza Mayor.

Compro una toalla pequeña pues la mía me la dejé en Sevilla. El día anterior tuve que secarme con una camiseta. Como muy bien en el bar albergue brasileño, me pego una buena siesta debido a lo mal que dormí la noche pasada, incumpliendo mi máxima de no hacer siestas. Más tarde actualizo los apuntes del camino y leo un poco. Estoy deseando terminar el libro para deshacerme de peso.

Ceno en el propio hotel con dos peregrinos más de Valladolid con pocos días por delante. Vuelvo a dormir mal, a las doce enciendo la luz y sigo leyendo. ¿Será el insomnio culpa de la siesta de más de una hora que me hice? No volverá a ocurrir, ja, ja, ja. Sobre las dos de la mañana me quedo frito y a las seis ya estoy en pie.

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Castrojeriz - Frómista

9 de junio, jueves.
13º día de camino
24,7 kms. Andados: 232,2 kms.

La mujer que lleva el hotel me invita a un café y dos madalenas, me tomo el café y una madalena, la otra la dejo, con la primera se me forma una bola en la boca que no soy capaz de tragar ni con la ayuda del café. Demasiado temprano para mí para masticar nada que no sea líquido.

Salgo del pueblo y veo perfectamente hacia donde se dirige el camino: hacia el alto de Mostelares. Se ve el principio y el final de la cuesta y a los que por ella van, o sea, a nadie. Me pasan varios ciclistas, me pasa una mujer y después me pasa un extranjero que lleva la mochila arrastrada por ruedas y una especie de arneses. Consiguen llegar antes que yo, y eso que lo mío son las cuestas, las subo como si fuera cuesta abajo, otra cosa son las bajadas, que las bajo como si fuera cuesta arriba, y los llanos que los ando como si llevara los huevos escocidos. Lo único que necesito para subir como una moto las cuestas, es el entrenamiento previo de un par de días andando, y ya los tenía. Una vez arriba no se produce el descenso inmediatamente, era un enorme llano, luego sí, viene la bajada, me recordó a una mesa, subir por una pata, llegar a la planicie de la tabla horizontal y bajar por la pata opuesta. La bajada tiene bastante inclinación, además de un montón de piedras. Siguiendo instrucciones de Pedro, antes que lo dejara en Logroño, bajo zigzagueando, como si lo hiciera esquiando, con ayuda del bastón, es mejor para los dedos de los pies que se clavan en la zona delantera del calzado.

Llego a Boadilla del Camino hecho polvo. Me bebo toda el agua de la cantimplora y me como una barra de cereales. Me olvido volver a llenar la cantimplora. Es terrible volver a hacer que los pies cojan el ritmo de nuevo. En el pueblo no había nada de nada. O al menos, yo no vi nada abierto. Enfilo el camino junto al Canal de Castilla, terrorífico, si ya me duelen los pies una barbaridad, el camino lleno de piedras me los va destrozando todavía más, si eso es posible. No sé por qué lado del camino ir para no pisar piedras. Y ese pedazo de calor que hace, voy haciendo el trayecto de sombra a sombra en los tramos eternos entre árbol y árbol. Cuando llego a los pies de la presa del Canal de Castilla, por la que hay que pasar, a la entrada de Frómista, no puedo dar un paso más y me paro un instante en una mesa que hay junto a la presa, pero la cantidad de polen blanco, de los condenados chopos, hace que me retire inmediatamente. Cruzo las compuertas renqueando y temiendo perder el equilibrio y caerme al agua. Un extranjero que he llevado delante todo el tramo por delante está sentado junto a una máquina de refrescos, tomándose una cocacola. Levanta su dedo pulgar hacia arriba, preguntando si voy ok, le responde con el mismo gesto, pero con el pulgar hacia abajo. Parece que llevo cristales dentro de los zapatos, sobre todo del derecho.

- Voy muerto. -le digo.

Salgo a la plaza donde está la iglesia de San Martín y le doy vuelta y media buscando el albergue. No lo veo. Será que no me fijo bien. Siempre me pasa lo mismo, llego tan cansado a los sitios que me meto en el primer lugar que encuentro. Me quedo en el hotel que está frente a la iglesia de San Martín. Para darme dos bofetadas. El albergue es la puerta de al lado, y no tiene mala pinta. Una vez en mi habitación, me quito la zapatilla derecha. Cuando veo el bulto que se aprecia debajo del calcetín pienso que me estaba creciendo un sexto dedo junto al dedo pulgar. Cuando me quito el calcetín y veo lo que es me pongo a sudar de la impresión. Una ampolla del tamaño de un níspero. Y del mismo color. Justo encima del juanete, que también lo tengo, recuerdo del camino que hice en 2002. No entiendo como he podido llegar hasta aquí sin darme cuenta de lo que tenía. Opto por tomar medidas de urgencia, medidas que no me gustan nada pero que visto lo visto no hay más remedio que afrontar. Al ataque. Saco el botiquín lleno de tiritas hasta los topes, saco la aguja de sutura que me vendieron en una farmacia y que tiene un pedazo de hilo de un metro, por lo menos. Pincho, atravieso, vuelvo a pinchar hacia fuera, dejo que pase el hilo y... a partir de aquí ya no recuerdo lo que había que hacer, así que dejo el hilo un tiempo prudencial y compruebo que ha salido todo el líquido. A través de la piel veo algo más. ¿Otra ampolla? Puedo que sí, pero con sangre. Sudo más del nerviosismo. Me lavo la herida, me la seco, quito el hilo, me aplico una gasa impregnada en betadine, veo las estrellas, coloco un esparadrapo. te duele te jodes! Me digo. haber venido a hacer el camino! Me vuelvo a decir. Luego pienso: si te duele es que está vivo y si está vivo es que no te lo tienen que amputar... todavía, recordando a alguien que dios lo tenga en su gloria. Amén.

Tapeo un poco y me meto en la cama a leer y ver el tiempo para los próximos días. Calor, igual que hoy. Nada de siesta. No quiero pasar otra noche en vela. Voy a una farmacia a comprar cantidades industriales de compeed. No le digo al farmacéutico nada de mi intervención quirúrgica por dos razones:

1ª- Señor, esto no tiene buen aspecto, tiene que volverse a Sevilla.

2ª- Esto no es nada, señor, una buena sierra y se acabó el problema.

Ceno en el hotel. Me acuesto y duermo muy bien, mi pie derecho también, aunque noto que el betadine sigue haciendo efecto y de vez en cuando siento alguna que otra punzada en la zona de la ampolla..

Hoy me llamó Pedro. Tiene de invitadas en su pueblo a Lola y Allison, los tres con medio peo, eso quiere decir que ambas han llegado ya a Carrión de los Condes. Dicen que deje el hotel y que vienen a recogerme. Me niego. Ya me salté cuatro etapas y puede que, a partir de Ponferrada, me salte alguna más.

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Frómista - Carrión de los Condes

10 de junio, viernes.
14º día de camino
19,3 kms. Andados: 251,5 kms.

A las seis y media estoy andando. Todo el camino por una pista paralela a la carretera. Me detengo en cada pueblo para beber agua y comer alguna manzana que llevo también. Llego a Carrión a las once y cuarto. Llamo a Lola pero salta el contestador, a las cuatro de la tarde todavía sigue sin contestar, me tiene un poco preocupado, Pedro la ha dejado a la salida del pueblo para continuar hasta Calzadilla de la Cueza. Llamo a Pedro luego y queda en venir a Carrión con Allison por la tarde. Me quedo en el albergue donde piden la voluntad, y te insisten en que tienes que dar la voluntad hasta la desesperación. Pues vaya voluntad.

- La próxima vez que bajes no te olvides de la voluntad. -me dice la hospitalera, cuando bajo a preguntar dónde puedo lavar la ropa.

Intento evitar quedarme dormido durante toda la tarde, tambaleándome de lado a lado por las calles del pueblo con los ojos casi cerrados. Decido buscar un super para comprar fruta para el día siguiente, cuando lo encuentro un coche me corta el paso y veo que es Pedro y Allison. Ésta tiene muy mala cara y un resacón de caballo. Es aquí cuando entiendo un poco los problemas que dice tener Allison. Desde no sé que etapa que conoció a un tío, éste no hace más que perseguirla en un coche de lujo, llevarla a hoteles y... y lo demás. Pero, es que el individuo se mete incluso por los caminos reservados para peregrinos con el coche en su busca. La agasaja con vestidos y zapatos, que luego tiene que mandar por correo para no llevar la mochila cargada, etc. Hoy nos pide que la acompañemos pues quiere decirle al fulano que la deje en paz. En lugar de eso se vuelve a ir con él, al parador de turismo de Carrión. Me quedo con Pedro y nos tomamos una cerveza antes que se vaya y me cuenta unas historias sobre Lola y Allison que me dejan con la boca abierta. Antes de irse, Allison me hace prometer que la llamaré a las 7 de la mañana para salir juntos. Lo olvido y la llamo a las nueve, pero ya para entonces el fulano la ha dejado en Sahagún.

Me acuesto, leo, escucho la radio y me duermo.

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Carrión de los Condes - Calzadilla de la Cueza

11 de junio, sábado.
15º día de camino
17,2 kms. Andados: 268,7 kms.

Salgo del albergue a las seis y media siguiendo las instrucciones del cura que nos despierta a las seis dándonos personalmente los buenos días. Me como una manzana, una bebida de leche y fresas y como dice Alejandro: volar".

Primera parte por una carretera secundaria, muy bien. Luego, por un camino de tierra con muchas piedras, terrible. Me paro varias veces antes de llegar a Calzadilla. Una vez allí un hospitalero brasileño me sella y me pregunta si me voy a quedar. Le respondo que me lo tengo que pensar. Me insiste en que me lo piense rápido pues el albergue se llena enseguida. No entiendo por qué, lo averiguo varios días después. Resulta que este albergue tiene piscina. Avanzo un poco más hacia el pueblo pero tengo que volver enseguida porque ya he salido de él. El pueblo es muy chico. Me quedo en el bar que queda mitad dentro del pueblo mitad fuera de él. Tienen habitaciones. Llamo a Allison y me dice que está en la cola del albergue de Sahagún. Vaya camino. Por la tarde le mando un mensaje a Lola. La recepción en estos pueblos para los móviles es muy mala. Al menos, en el mío. Si de Hontanas se dice que no se ve hasta que lo tienes encima, de este se debería decir lo mismo. Después de diecisiete kilómetros no lo ves hasta que lo tienes a cien metros. Como en el bar, garbanzos, lengua de ternera, media botella de vino tinto fresco, dos cafés y, litro y medio de agua. Paso toda la tarde leyendo para evitar la siesta, acabo el libro y lo dejó definitivamente en el cajón de la mesilla para futuros lectores peregrinos o no. Bajo a cenar, sopa de marisco, pollo estofado, flan, vino y... litro y medio de agua. Joer que sed, ¿será normal beber tanta agua? A las nueve de la noche me acuesto, pongo la tele y comienza la final de la copa del rey, no aguanto ni cinco minutos, apago y me quedo frito. Cuando despierto es temprano todavía, enciendo la tele y el Betis está recogiendo la copa. Que mala suerte. Yo que quería que ganara el otro, que no sé cuál es. Apago y sigo durmiendo. A las cinco me levanto.

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Calzadilla de la Cueza - Sahagún

12 de junio, domingo.
16º día de camino
22,3 kms. Andados: 291 kms.

A las seis andando. El camino es bueno. Con un buen ritmo y parando en todos los pueblos brevemente llego a Sahagún sin problemas de ningún tipo. El pueblo está en fiestas, tiene las calles cercadas, pues aquí también se corren toros, pero de noche. Me siento junto al albergue, la guía dice que está muy bien, y desde luego, tiene buen aspecto. Antes de entrar llamo a Allison por teléfono. Me pregunta dónde estoy y que no cuelgue. Aparece frente a mi, en la puerta del hotel que queda en frente. Nos damos un abrazo. Entro y me encuentro por fin con Lola, que no veía desde Santo Domingo de la Calzada. Con ellas está también Pepe, de Barcelona. Me dicen que él y Lola van a continuar camino hasta Bercianos. Están locos, son las doce del mediodía y el calor ya aprieta de lo lindo. Allison se va a quedar un día más, quiere ir a los toros que se celebran por la tarde. Alguien le ha regalado una oreja de toro y la exhibe con mucho orgullo.

Me vuelvo a despedir de Lola, también de Pepe. Vive en Barcelona pero nació en Camas (Sevilla), la patria de Curro Romero, y de algunos infieles que conozco.

Allison tiene una habitación individual, así que cogemos una doble. Damos una vuelta por el pueblo, veo al actor Carmelo Gómez entre la gente que toma vinos en los soportales de una plaza. Me voy a comer y ella se queda a dormir, pues se ha pasado toda la noche de juerga. Cuando regreso ella se va a los toros. Pero antes, me da un masaje en los pies de lujo durante casi una hora. Visito el pueblo, intento comer en el restaurante y hay tanta gente esperando que me largo a busca otro sitio. Lo encuentro pero también tengo que esperar. A la vuelta de los toros Allison está intentando ligar con un picador, y el picador con ella. Vuelve a las once de la noche y enciende la tele, luego se va al encierro, vuelve a las dos de la mañana y enciende las luces y la tele. A las tres de la mañana me vuelvo a despertar y la luz sigue encendida, ahora está leyendo. Le digo que no me deja dormir y sigue leyendo con la linterna. A las cuatro me levanto y cierro la ventana porque entra frío. Cinco minutos después se levanta Allison y la abre. A las seis suena el despertador de mi reloj de pulsera y me cuesta Dios y ayuda levantarme. Me doy una ducha para despejarme. Le pregunto a Allison si va a tardar mucho y me dice que se va a quedar más tiempo porque está un poco cansada. No la estrangulo de milagro. A las seis y media me voy. Cuando cierro la puerta tengo el presentimiento de que no voy a volver a verla. Al menos no compartiendo habitación. Ni loco.

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Sahagún - El Burgo Ranero

13 de junio, lunes.
17º día de camino
18 kms. Andados: 309 kms.

Al coger una calle me la encuentro cortada por una murga de jóvenes armando escándalo con altavoz incluido. Hay gente tumbada en el suelo, cantando y bebiendo. Alguno con la media lengua de la borrachera me dice algo que no consigo entender. Le digo que sí, por si acaso.

Calzada del Coto no puede estar a 3 kilómetros, será por otro sitio pero no por aquí. Es el doble, por lo menos. Y Bercianos aparece de improviso cuando pienso que me queda más por andar. Todo en Sahagún estaba cerrado porque estaban en fiestas y, además, era domingo. Pero en Bercianos todo estaba cerrado también. El camino entre Bercianos y el Burgo Ranero se me hace interminable, monótono, aburrido y el pueblo se divisa a lo lejos y no llega nunca. Dejo mi mochila en la puerta del albergue cerrado y me voy al restaurante de enfrente a tomarme una cerveza y una tapa de mejillones, que tienen muy buena pinta. Me ponen dos mejillones.

En la cola del albergue coincido con otros peregrinos que he ido viendo en etapas anteriores. Jubilados alemanes, franceses, brasileños... una gozada, vamos. Telefoneo a mi casa, todo bien. Telefoneo al trabajo, cachondeo. Cuando estaba a punto de telefonear a Lola me llaman a mis espaldas. Me ahorro la llamada. Son Lola y Pepe. Entramos en el restaurante, pues fuera hace mucho frío, y nos tomamos unas cervezas y unas tapas. Descubro que Lola se ha peleado con Allison. Lola y Pepe van a continuar hasta Reliegos, me insisten para que los acompañe pero me niego, hoy llevo los pies un poco castigados. Le pregunto a Lola si practica yoga. Me dice que no. Me confirma lo que me dijo el día anterior Allison. No entiendo nada. A alguien se le ha ido la olla. Y me parece que ha sido a Pedro. Cuando le pregunté a Allison el día anterior si Lola practicaba yoga me dijo que era ella, y lo hacía medio desnuda. Aunque Pedro dijo que estaba en bolas y que después... aquí el relato difiere bastante con el de Pedro. Pepe y Lola se despiden y yo entro en el albergue, la única mochila que queda en la puerta es la mía. Lavo la ropa sucia y la tiendo, me voy a comer y a la vuelta me ducho sin tener que esperar colas. Hay tres duchas, una está estropeada, hay dos wc los dos huelen asquerosamente, y en los dos hay que hacer malabarismos con el cuerpo para entrar. En el pueblo no hay nada que visitar salvo una iglesia y una charca con ranas. Me siento en todos los bancos del pueblo para matar el tiempo, al final me quedo en uno que está bajo unas escaleras. A las siete y media ya no sé como ponerme para que no me duela el trasero. A las ocho ceno y me acuesto para oír la radio.

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El Burgo Ranero - León

14 de junio, martes.
18º día de camino
39 kms. Andados: 348 kms.

A las 5 y media me levanto y a las seis ya estoy andando, con los dos ojos cerrados y casi sin poder abrirlos del sueño que tenía, por poco me caigo en la charca de las ranas.

Un andadero que va paralelo a la izquierda de la carretera es el camino de hoy. Cada kilómetro más o menos hay un banco para sentarse y descansar. Alterno el andadero con la carretera para no aburrirme y cuando viene algún coche, uno por hora o más, me vuelvo al andadero. En alguna ocasión surge más a la izquierda una zona verde con mesas, pero la mayoría de las veces que esto ocurre llegar al lugar en cuestión es todo un problema, pues no hay ningún camino que te lleve al sitio. Se ve que la carretera es nueva y en algunos tramos están metiendo tubos en el lado por donde discurre el andadero. Consulto la guía, son trece kilómetros sin nada en medio hasta Reliegos, trece kilómetros de andadero. La guía dice que hay que cruzar las vías, que el camino y la vía se van acercando hasta que se unen. Observo algún tren a lo lejos por mi derecha, y todo mi entretenimiento consiste en comprobar cuan lejos están aun las vías. Cuando ya casi las puedo tocar sigo sin ver Reliegos, esta zona es más nueva todavía, no se cruzan las vías, se pasa por debajo de ellas. Llego bien a Reliegos. Desayuno en la única y desierta cafetería que hay. Cuando entro hay dos peregrinos españoles y cuando me voy siguen allí. Me tomo un zumo de piña, una sobao ciego" y un café, luego repito desayuno en el mismo orden. Llego bien a Mansilla de las Mulas. Es muy raro. Cuando salí, algunos de los que ya estaban en Mansilla desayunando no habían salido todavía, en ningún momento me pasaron, pero llegaron antes que yo. No quiero detenerme en ninguna cafetería porque me conozco y acabaría quedándome aquí. Así que paso el pueblo como si alguien me persiguiera. A la salida, antes de cruzar el puente sobre el río Esla, reduzco la velocidad porque estaba allí la guardia civil poniendo multas, no fueran a multarme a mí también. Sigo bastante bien de los pies y quiero seguir, al menos, hasta Puente de Villarente, a seis kilómetros de Mansilla. Quiero parar a la salida de Mansilla, en uno de los bancos que hay por el andadero cada kilómetros más o menos. Grave error. No sólo desaparecen los bancos, sino, también, el andadero. Pero no fue todo lo que desapareció, también desaparecieron los árboles. Pero no hay que ser pesimista, no todo iba a ser malo, apareció el sol, con dos cojones, aparecieron los chorreones de sudor que se me metían en los ojos. Para mayor júbilo del peregrino, apareció el dolor de pies. Apareció una carretera sin arcén. Apareció un montón de tráfico que te pasa rozando y te pone los pelos de punta.

Paso Villamoros de Mansilla y lo que falta hasta Puente de Villarente es igual de malo. Paso por una especie de cafetería, en una curva olvidada y encerrada por el trazado de una nueva carretera. La cafetería parece un puticlub, ya cerrado por la nueva infraestructura. Cruzo el puente y veo otra cafetería a la derecha, cuando me dispongo a cruzar la carretera me atropella un camión... no, es broma. Cuando me dispongo a cruzar veo sentados, en las mesas de fuera de la cafetería, a Pepe y Lola. Levanto los brazos para llamar su atención. Nos saludamos y me tomo una coca cola, luego otra, y otra más. Decidimos seguir todos hasta León. Aunque no voy mal del todo, los últimos kilómetros desde Mansilla me han dejado tocados los pies. Pepe y Lola han salido esta mañana de Reliegos y según ellos es un pueblo fantasma. No había nada y el albergue era muy malo. Nos detenemos a comer en Arcahueja, un pueblo después de una cuesta. Comemos muy bien, tapeando. Vino, morcilla desmigada, rabas de calamar, ensaladilla rusa y patatas ali oli. Un santanderino jubilado de visita por el pueblo nos invita a café.

Continuamos andando y se va acercando el alto del Portillo, pero aparte de un polígono industrial después de tres cuestas no veo el alto del Portillo por ningún lado.

La entrada a León hasta el albergue es muy larga, mucho. Ya estoy cascado de los pies, y según avanzamos hacia el centro de León me voy resintiendo más, hasta tal punto que parece que ando a cámara lenta. Pasamos junto a las murallas, más tarde quería volver a sacar unas fotos, pero más tarde no las encontré, hay que ser torpe. Entramos en el albergue de las hermanas Benedictinas. Terrorífico. Estan de obras y hay un ruido ensordecedor y cantidad de polvo en suspensión. A pesar de ello nos alojamos. Me ducho. Las duchas son mixtas, el agua también, unas tienen agua caliente y otras agua fría. A mí me toca una de agua fría. Cuando estoy poniendo orden en mi mochila, sobre la cama, me doy cuenta que ninguna tiene almohada. Vuelvo a hacer la mochila y la dejo aparcada para largarme en cuanto encuentre otro alojamiento, aunque sea de pago. Salimos los tres en taxi, qué mareo después de tanto tiempo sin montar en un coche. Vamos a la estación de Renfe. Pepe saca los billetes de vuelta a Barcelona. Se le acabaron las vacaciones y el camino. Sacó los billetes para el jueves. Lola y yo nos quedaríamos con él hasta entonces. Descansaríamos el miércoles. Lola consigue habitaciones en un hostal que tiene decoración amarilla en las habitaciones, muy bonito, nuevo y acogedor, incluido televisores de última generación, grifos sin mando que se accionan al acercar la mano y paran al quitarlas, muy bien, si hubiera tenido una espada en la mano le hubiera dicho que se pusiera de rodillas y lo habría nombrado hotel. Lola regatea hasta que nos dejan una de las dos habitaciones dobles a precio de individual. A las nueve de la noche, media hora antes que cierren el albergue, cogemos nuestras mochilas del albergue y nos trasladamos al hostal, que queda justo al lado de la Catedral, vamos, en pleno centro. Albany, se llama el hostal. Cuando informé a la hospitalera del motivo por el que me iba, me dice lo que dicen todos, un saco debajo de la cabeza, ropa, una manta. No, no, almohada, insistí yo. Tan difícil es de creer que uno no pueda dormir sin almohada. Y, cuando casi estoy saliendo me dice que las hermanas Benedictinas tienen alojamientos privados con cama y almohada a treinta euros la noche. Pues, nada, que les aproveche. Cenamos en el propio hostal, restaurante con platos de diseño. Yo me tomo un gazpacho con guarnición y anchoas picantes al ajillo, estaba todo de lujo. Pepe y Lola quieren salir a tomar una copa, yo rechazo la invitación, lo único que quiero es descansar, estoy loco por lanzarme sobre el colchón y dormir.

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León

15 de junio, miércoles.

Me levanto a las siete y media con la sensación de que estoy enfermo. ¿Será el resultado de la etapa de ayer? lo bien que dormí? lo tarde que me he levantado hoy sin el chip conectado en la cabeza para despertarme a las cinco de la mañana? Dormí de un tirón desde que caí en la cama la noche anterior hasta las siete y media. Ni una sola interrupción del sueño. Me tomo una aspirina, por si acaso, y salgo a desayunar. Vuelvo al hostal y actualizo el diario. Más tarde salimos a visitar la Catedral. Fabulosa, es lo que más me ha gustado de todo el camino. Impresionantes sus vidrieras.

Cuando pasamos junto a nuestro hostal, nos encontramos con Dieter (pronunciado Iter), austriaco. Pepe ya había hecho referencia a él. Al que llamaba "trovador del camino" porque llevaba pegada a la mochila una guitarra en su funda y cantaba. Le decimos donde nos alojamos, pues él también esta buscando un sitio. Entramos en el hostal y esperamos a Dieter, pero ha desaparecido. Lo encontramos más tarde en una plaza comiendo. Nos unimos a él y regresamos todos al hostal. Como Pepe está prendado de Dieter, Lola se viene a mi habitación para que ellos la compartan. Aunque Dieter no entiende muy bien el cambio. Ni falta que hace. Por la tarde, nos vamos a tomar unas copas y jugamos a las cartas. A un juego que se Lola llama el mentiroso, Pepe, como no sabe mentir, pierde siempre. Como hay que hacer tiempo y entretenerse con algo, jugamos, también, al parchís. Gana Lola. Entre tanto, enseñámos a Dieter algunas palabras en español. A decir "chica bonita", "cardo borriquero", "uno más", etc. Nos reímos mucho.

Lola tiene cita con un masajista. Con la hora casi encima llama al masajista y éste le dice que tendrá que ser más tarde pues tiene otro compromiso. Lola anula la cita. Más tarde nos enteramos que la cita que tiene el masajista no es otro que Allison, que se la lleva a Santander, a la playa. Allison se convirtió en la chica más famosa del camino, todo el mundo la conocía o había oído hablar de ella. Lola la culpaba de querer ser siempre el centro de atención de todo el mundo. Siguen peleadas y no responde a las llamadas de Allison.

Por la noche nos vamos a tomar unas copas, a una especie de pub desierto, para despedir la última noche de Pepe.

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León - Villar de Mazarife

16 de junio, jueves
19º día de camino
21 kms. Andados: 369 kms.

Desayunamos, nos despedimos de Pepe y comenzamos a andar por las calles de León. Dieter ha salido un par de horas antes. Lola decide que lleva mucho peso y quiere mandar a su casa algo. Nos volvemos a Correos y manda: nada. Un par de cosas nada más. Aunque ella insiste en que se ha quitado peso, yo lo dudo. Son las diez de la mañana cuando salimos de León, es un decir, porque León esta pegado al siguiente pueblo, Trobajo del Camino, o al revés, y Trobajo del Camino está pegado a la Virgen del Camino, es decir, más de 7 kilómetros de calles y polígonos industriales. No me gusta comenzar a andar tan tarde. En el futuro trataré de evitarlo, pero a Lola le gusta salir a estas horas, a mi el calor me mata.

En la Virgen del Camino hay una iglesia moderna con unas imágenes gigantescas colgadas en la fachada. No me gustó. A la salida de la Virgen del Camino hay dos opciones. Creo que cogemos la peor, aunque desconozco cómo es la otra. Lola quiere tirar por Villar de Mazarife, yo por Villadangos del Páramo. Cuando llegamos al desvio, Lola decide tirar una moneda al aire y que la suerte decida. No la dejo. Prefiero echarle la culpa a ella que a la suerte, que no tengo idea de quién es. Aunque al principio el camino parece bueno, pues va por el campo, pisando tierra, luego comienza la carretera que no dejamos hasta Villar de Mazarife. Pasamos por Fresno, nada, y mucho calor. Por Oncina, nada, y mucho calor. Por Chozas de Abajo, menos, y más calor. Al final de una eterna carretera abrasada por el sol, Villar de Mazarife. Llegué muy cansado, por culpa del asfalto, del calor y por culpa de Lola. ¡Lola, si me oyes que lo sepas! Para más inri, con lo mal que llevo los pies, ella se me pone a bailar en medio de la carretera al compás de su mp3. ¡Qué me dejes que me caigo al suelo!

Nos quedamos en un cuarto con dos literas para nosotros solos y un baño dentro de la habitación, en el Mesón del Tio Pepe. La habitación es muy cutre y el somier hace que el colchón se hunda pero, tiene un patio estupendo para sentarse y para que se seque la ropa. Más tarde apareció Dieter, que se ha quedado también aquí pero en otro albergue. La hija de los dueños me invita a doblar servilletas de papel, a lo que me niego educadamente.

No recuerdo dónde comemos, pero sí que ceno en el Mesón pobremente, como dice el refrán, más o menos: desayuna como un rey, almuerza como un príncipe, cena como un fraile. Luego me meto en la cama a oír la radio. Lola se baja al patio donde Dieter deleita a los asistentes con un concierto. Entre canción y canción me quedo frito.

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Villar de Mazarife - Astorga

17 de junio, viernes.
20º día de camino
31 kms. Andados: 400 kms.

Salimos a andar a las nueve de la mañana. Mi propósito de no comenzar a andar tan tarde se vuelve a ir al traste, y me pasó factura. En una cafetería de Villavante coincidimos con Dieter que se estaba comiendo un bocadillo enorme. Continuamos juntos. Paramos en Hospital y Puente de Órbigo. Al salir me equivoco de camino y como Lola y Dieter vienen detrás de mí, se equivocan también. Vamos a dar a un sendero pegado a una carretera, que también era otra opción, pero la más mala. Por aquí no hay árboles y hace un calor espantoso que me va agotando a cada paso. A la altura de Santibañez de Valdeiglesias recuperamos el camino, donde nos tomamos unas cervezas, queso y un chorizo picante que quitaba el sentido, normal, es la una de la tarde pasadas. Hora de comer. En San Justo de la Vega estoy muerto, no puedo con mi alma. Me tomo dos cocacolas y una botella de agua del tirón. Llego a Astorga arrastrando los pies y la mochila me pesa una tonelada. Por una empinada calle, empinada con mala leche, llegamos a un pequeño albergue donde una persona nos indica que mejor vayamos al siguiente que está muy bien. final del paseo", nos dijo. "Cien metros", remata para que nos decidamos. Qué mal rollo me da cuando alguien dice "aquí al lado" o "nada, cien metros". Nunca es así. El paseo era largo de narices. Yo zigzagueaba de sombra a sombra. El albergue está junto a una especie de hospital para ancianos. Nos alojamos, nos duchamos, lavamos la ropa, la tendemos y nos vamos a visitar Astorga. Visitamos la Catedral y el Palacio Episcopal, obra de Gaudí. Nos sentamos en el exterior del Palacio mientras Lola habla con su gente e informarse de quién de su familia va a venir, pues la familia de Lola tiene una casa en un pueblo llamado Santa Marina de Somoza, a cuatro kilómetros de Rabanal del Camino, próximo fin de etapa. Al final nadie podía y vendrán unos amigos suyos.

Encontramos otro albergue, veinte veces mejor que el nuestro, incluso tiene un patio con una fuente de la que sale agua tratada para los pies, con sal. Lola aprovecha la visita para remojar los suyos. La próxima vez me vendré aquí, y van diez, por lo menos.

Nos sentamos en las mesas de la calle que tiene un hotel en la plaza mayor. Mientras tomamos unas cervezas oímos tocar las horas al maragato y la maragata, dos figuras articuladas que tocan la campana que esta en lo alto del ayuntamiento, situado, también, en la plaza mayor. Comemos cecina de León, y se nos une un alemán afincado en Escocia que conoce a Dieter, llamado Bjorg o John o algo parecido. Pertenece a una comuna experimental por la que se interesa Lola. Cenamos todos en el restaurante del hotel: Calamares, morcilla de Burgos, pulpo con cachelos, mollejas, croquetas y vino y agua en abundancia. En un momento determinado de la comida me vengo completamente abajo, pero se me pasa rápido con la ayuda de Lola. De camino al albergue nos deleitamos con la puesta de sol en el paseo.

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Astorga - Rabanal del Camino

18 de junio, sábado.
21º día de camino
20,7 kms. Andados: 420,7 kms.

El destino inicial de hoy es Santa Marina de Somoza, el pueblo donde Lola tiene la casa familiar. Para variar salimos a las seis de la mañana, porque Lola quiere llegar lo más tarde, a las doce del mediodía. A las diez de la mañana es imposible dar un paso, al menos yo, hace un calor asfixiante. Paramos a desayunar en Murias de Rechivaldo, en Santa Catalina de Somoza, cocacolas y en El Ganso, mosto yo y sidra ellos. Voy quemadísimo, asfalto por carretera y una sombra de vez en cuando. En un determinado momento se me cruza un venado. Me quedo petrificado acordándome de Finlandia, de la que había leído que los renos embestían a los coches y más de un conductor había muerto. Ando por el centro de la carretera mirando de reojo el bosque que se cierra a ambos lados, a la espera de que me salga un ciervo, con unos cuernos enormes, para salir corriendo. Pero hubo suerte y no sale ninguno. A pocos kilómetros de Rabanal del Camino voy fatal, sudaba mucho y ni beber ni comer me repone, ¿estaba a punto de darme un golpe de calor? No lo sé, lo cierto es que descubro a otros peregrinos andando por un sendero a través del bosque, me separo de Lola y Dieter que van más adelante y me meto en el bosque, ¡que le den mucho a los venados!. Es como pasar del infierno al cielo, me repongo enseguida a la sombra y cojo un ritmo rápido hasta que se acaba y vuelvo a la rutina de la carretera. Al llegar a la subida a Rabanal, me despido de Lola y Dieter, no voy a seguir hasta Santa Marina, no puedo más. Lola queda en llamarme cuando se instalen en la casa. Entro en el primer albergue de pago que hay y me tomo un par de aquarius con hielo. Aquí hay un individuo que parece un antiguo sargento de la guardia civil, con bigote incluido y gordo, al que vería varias veces durante el camino, pero nunca andando. Igual que a otros muchos. Sigo calle arriba hasta una iglesia. Junto a ésta está el albergue. No hay que dar dinero, se da la voluntad. Sí, sí, pensé. Me toman nota y me asignan una cama en una litera, abajo. Me ducho un buen rato con agua caliente y me deja como nuevo, me cambio de ropa y, salgo para decirle a la hospitalera que seguramente no voy a quedarme, que estoy a la espera que me llamen y decidir qué hacer. Me dice que ningún problema, que la avise y ya está. Siguen sin pedirme la voluntad, qué raro.

El albergue está bastante bien. Con habitación de lectura, comedor con chimenea, buenas duchas, un buen patio para lavar y colgar la ropa, buena atención. Espero cargando el móvil en el comedor, que ya está dando los últimos latidos de vida. Como Lola no llama la llamo yo, me devuelve la llamada al rato. Sus amigos de Madrid están a una hora de Santa Marina, volverá a llamarme cuando lleguen. A las dos y media me llama para decirme que vienen a recogerme. Cojo la mochila, dejo cinco euros a la hospitalera en el cepillo, mientras me dice que no hace falta que deje nada. Por las molestias. Vamos, igualito, igualito que el albergue de Carrión de los Condes. Y es que, hay voluntades y voluntades, unas son obligatorias y otras son de verdad. Volveremos por aquí.

Lola tiene que llamarme tres veces más pues no nos aclaramos con el lugar de encuentro. Al final aparecen, un alfa romeo rojo. Me presenta a Belén y Joaquín y a toda hostia camino de Castrillo de Polvazares, a probar el famoso, y renombrado por Lola, cocido maragato. Cuando llegamos había coches y autobuses por todas partes. El pueblo es una preciosidad, merece mucho la pena visitarlo, y de paso pedir el cocido maragato.

Pedimos vino y cocido. Cuando estuvo todo en la mesa se me quita el hambre. Bestial la cantidad de comida que es el cocido maragato, alguien dice que quien pueda acabarlo se va sin pagar. El camarero dice que nadie se lo ha acabado entero, todavía. No me extraña hubiéramos necesitado a diez personas más. Sobró más de la mitad. Tocino, chorizos, carnes, costillas gigantescas, patatas, coles, garbanzos, muslos de pollos, manos de cerdo, etc. Y, de remate, la sopa. Buenísima, espesa y con fideos. Y tomándonos el café, dos botellas de orujo, uno de hierbas y otro blanco. Y pastas, pero quién va a ser capaz de comerse las pastas después del cocido. Para no volver a comer hasta llegar a Santiago. Nos llevamos lo que sobró, excepto los garbanzos y verduras, y la sopa.

Regresamos a Santa Marina de Somoza, a la casa de la familia de Lola. La casa era como un parador de turismo, pero sin turismo. Gigantesca. Ni las mansiones que salen por la tele de los famosos americanos. Bueno, quizás un poco menos, no tenía piscina, que hubiera sido ya la repanocha, pero en el jardín se podía echar uno un buen partido de fútbol, o dos a la vez. La cocina era diez veces la mía, sin exagerar, y el comedor mi casa entera. Cuando me toque la primitiva quiero una igual. La fachada era de piedra y los balcones y ventanas pintados de azul. En un pueblo con 18 habitantes. Cenamos de lata, en la despensa había latas que no había visto en mi vida, incluidas las italianas que no se llaman Calvo, sino Nostromo... Dejo mis agradecimientos en un libro que tienen para tales menesteres, como en los albergues. Pues, eso, cenamos de lata y, de la mitad del cocido maragato vuelve a sobrar la mitad. Me acuesto reventado a las doce y media. Al día siguiente tampoco andabamos.

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Santa Marina de Somoza y Astorga

19 de junio, domingo.

Me levanto a las ocho con una sensación de pequeño remordimiento de conciencia por no seguir andando. Me he quedado sin tabaco. Y en este pueblo no se puede decir: "Voy por tabaco un momento" y no volver nunca más, porque no tiene tiendas ni nada de nada. Así que, como los demás duermen me dedico a buscar el café en aquella enorme cocina. Media hora después lo consigo, otra media hora buscando una cafetera o algo parecido, porque el microondas no hay dios que lo entienda. Cuando todo está a punto me tomo un café sentado a la mesa. Mirando al exterior por una ventana descubro, junto a un árbol, un paquete de tabaco con un mechero. Me faltaron pies para echar a correr en su busca, casi me tiro el café encima. Qué vicio más malo, qué buena la primera calada. Nota: esta parte sólo es comprensible por personas fumadoras. Cuando me he fumado todo el paquete me entero que es de Dieter, lo siento. Don’t worry, responde él. Poco a poco se van reuniendo los demás en la cocina. A las 12 visitamos a Manolo con el que coincidimos en la calle y es el encargado de abrir y cerrar el bar, que está siempre cerrado y Manolo lo abre por aclamación pública. Visitamos la torre de la iglesia y sus campanas por una escalera de piedra matarse". La cara de Manolo me recuerda a la de Anthony Queen, y mientras nos cuenta las anécdotas de sus viajes por toda España con el inserso nos tomamos una cerveza. Luego nos vamos a toda hostia a Astorga. Joaquín dice que ha puesto el coche viniendo hacia aquí a doscientos diez. Viendo la velocidad a la que conduce por esta carretera con más ondulaciones que las olas de mar, no lo dudo. Vamos a comer a peseta". Yo como alubias blancas con almejas, buenísimas. Me compro otro sombrero de paja y veo unos mosaicos romanos en plena calle, protegidos por una cubierta de cristal.

A la vuelta a Santa Marina nos despedimos de Belén y Joaquín, que se vuelven a Madrid temprano para no pillar caravana. La intención para mañana es hacer campo a través la distancia que separa Santa Marina de Rabanal y seguir hasta Ponferrada, ellos, y yo, en principio, hasta Molinaseca.

Antes de meterme en cama, Lola me informa que su intención es que nos levantemos a las tres de la mañana. ¿¡Queeeeé!? Se ha vuelto loca. ¡Vámonos ya, total, para lo que queda!

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Santa Marina de Somoza - Molinaseca

20 de junio, lunes
22º día de camino
29 kms. Andados: 449,7 kms.

Me despierto a las tres de la mañana en punto, como si hubiese sonado una alarma en mi cabeza. Mi ventana da a la zona donde Lola y Dieter tienen las suyas. No hay luz. Ya me extrañaba a mí que se levantaran tan temprano. Cierro los ojos y vuelvo a abrirlos a las tres y media, ahora sí hay luz. Me levanto, me visto, hago la mochila y sigo las instrucciones de Lola del día anterior, quito las sábanas, hago la cama, recojo las toallas que usé en mi baño y las llevo al cuarto de la lavadora. Desayunamos un poco y nos ponemos a andar con las linternas y el aullido de perros por todas partes a las cuatro y media. Lola anda en medio por si nos atacan, no andamos campo a través, sino por un camino de tierra primero y carretera después. Llegamos a Rabanal envueltos en la oscuridad. Comenzamos la subida hasta Foncebadón, donde llegamos recién clareado el día. Saco de una máquina dos latas de zumo de naranja y me las tomo del tirón. Poco después llegamos a la Cruz de Hierro. Dejo mi piedra y ellos las suyas. Nos sacamos unas fotos y nos sentamos dentro de unos cercados donde hay mesas. Me pongo en marcha poco a poco. Ellos siguen sentados. Decido ir adelantando un poco, miro atrás de vez en cuando para ver si vienen. He llegado a la zona donde la compañera Elena, compañera durante el 2002 del camino Ponferrada-Santiago, nos decía continuamente que lo más terrible del camino era la bajada de la Cruz de Hierro a Ponferrada. "Horrorosa, horrorosa". Ahora iba a comprobarlo. Pero no había ninguna bajada, la subida continúa hasta más allá de Manjarín. Poco a poco voy caminando más deprisa. Decido seguir hasta El Acebo y esperarlos allí. Me tomo un café y dos zumos de naranja natural, compro tabaco y me siento en un banco de madera que hay fuera. Tres cuartos de hora después me desespero y me largo. Las bajadas son pronunciadas pero bien. Nada de "horrorosa, horrorosa". Llego a El Riego de Ambrós y antes que acabe el pueblo hay un desvío a la derecha, ahora entiendo a lo que podía estar refiriéndose Elena con lo de "horrorosa, horrorosa". Terribles las bajadas, ni las cabras se atreverían. Más adelante el camino va junto a un precipicio y hasta Molinaseca se ve la carretera abajo. Un día de viento y lluvia o un día con niebla das un traspiés y adiós. Pero en Molinaseca se acaba. Son las doce, llamo a mi casa. Entro en un mesón y me tomo un par de cervezas con cecina de León. Llamo a Lola y Dieter y me dicen que están saliendo de El Acebo. Lola me pregunta qué tal es el camino, la prevengo sobre el tramo desde el Riego de Ambrós. Llegan a las tres de la tarde y se dan un baño en el río. En bañador, Lola está mucho mejor, donde va a parar. Mientras se bañan vigilo los vinos que tenemos sobre la mesa. Acaba de aparecer un individuo que me está poniendo de los nervios, de los peregrinos que hacen el camino sin dinero, se mueve más que un maricón en una feria y no le quita los ojos a los vinos. Y pide tabaco constantemente, los dos hospitaleros me dicen que ya lo tienen calado. Comen lo que otros peregrinos dejan en las cocinas para buen uso de otros peregrinos. Toca el clarinete, y nos deleita con algunas bonitas melodías, pero alguna que otra vez desafina más de la cuenta. Lo acompaña una chica extranjera que toca el tambor o la caja, o como se llame, con las manos. Dieter los invita a cerveza y se une a ellos con la guitarra. Luego aparece una italiana de Milán, Elisa, que quiere aprender a tocar el clarinete. Qué dolor de oídos. Nos quedamos en el albergue que queda fuera del pueblo en el quinto coño. Hace tanto calor dentro que tienen literas fuera del albergue, bajo techo, pero en el exterior. Además, tienen tiendas de campaña sobre el cesped, Lola y Dieter se quedan en una. Aquí tengo que recurrir al cash-back, algo de lo que nunca he oído hablar. Consumes y pagas con tarjeta, y te cobran de más, lo que necesites, diez, veinte euros, comisión incluida. Estoy pelado, pagar el albergue y quedarme a cero. El pueblo no tiene ni un puñetero banco, ni un puñetero cajero. Pago la cena con la tarjeta y le pido al camarero que me cobre diez euros de más, no voy a necesitar más, mañana en Ponferrada saco dinero. Intimo con Elisa, todo lo que se puede intimar con alguien durante dos horas, y cuando me dice que donde ella duerme no hay nadie más, pues, eso, que es verdad.

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Molinaseca - Cacabelos

21 de junio, martes
23º día de camino
23,5 kms. Andados: 473,2 kms.

Me visto, miro a Elisa que sigue durmiendo, bajo a tomar un café de la máquina y casi me da algo, directo al baño. Vuelvo a subir a por la mochila, Elisa se queda más tiempo y no sabe a dónde va hoy. Luego, ya fuera, miro hacia la tienda de Lola, no hay luz ni pinta de que se vayan a levantar antes de las diez de la mañana.

Cojo la acera y me encamino hacia Ponferrada. Paso por Campo cuesta abajo, para variar, y entro en Ponferrada muy temprano. Apenas hay nadie por las calles. Busco un cajero y saco dinero, entro en una cafetería y desayuno. Le pregunto a la mujer que atiende la barra hacia donde queda el camino, me dice que coja a la izquierda hasta que vea una plaza y todo seguido. No sé para que pregunto si después hago lo que me da la gana. Salgo y tiro a la derecha, mi intuición me dice que es por aquí. Cuando he andado unos cientos de metros siguiendo una calle veo un letrero que dice: A Madrid. Me detengo. ¿Voy en dirección a Madrid? Entonces voy mal. Vaya porquería de intuición que tengo. Pero algo no cuadra, si estoy andando dirección Madrid estaría andando hacia el sur, y el sol estaría saliendo por mi izquierda. Sin embargo, el sol estaba saliendo por mi derecha, lo cual quiere decir que ando hacia el norte. Decido continuar hasta que veo perfectamente el letrero. H. Madrid, un hotel. Vaya, después de todo podía seguir confiando en mi intuición, de momento. Al poco de pasar el letrero veo una flecha amarilla que me saca de la calle por donde voy y ya no la pierdo hasta llegar a Cacabelos. Estoy esperando llegar de una vez al polígono industrial de Ponferrada y pasarlo lo más rápido posible, pero, para mi sorpresa compruebo que ya no pasa por el polígono, ahora da vueltas y más vueltas por otro sitio más agradable, parques, urbanizaciones de chalés, etc. Muy bien, la salida de Ponferrada es ahora mucho más agradable que en 2002.

Llego a Cacabelos por un camino de gravilla que me va destrozando la planta de los pies poco a poco. Paso la larga calle que cruza todo el pueblo y pregunto en un hostal si tienen habitaciones, completo. Sigo y entro en un bar a tomar una cerveza. En la puerta dice que tienen habitaciones. Tomo una, me ducho, lavo la ropa y me dejan colgarla en el patio particular que tienen. Sin embargo, me advierten que cierran la puerta del patio a las tres de la tarde porque ya se han colado y robado, y si quiero recuperar la ropa tendré que saltar por la ventana de mi habitación. El bar está junto a la iglesia de la Quinta Angustia. Más tarde entro en el mesón Apóstol y me tomo mi primer caldo gallego del camino, aunque aún sigo en Castilla y León, y un lenguado relleno muy bueno que me deja k.o.

Llamo a Lola, me dice que están en el hotel junto al Prada a Tope. Ellos al principio del pueblo y yo casi al final. Nos encontramos en medio. Nos vamos al río, pero no se bañan porque está muy sucio, aunque unos niños lo hacen. Me compro un par de camisetas y tiro una que está muy guarra, incluso después de lavarla. Nos despedimos más tarde. Ceno en el bar unos spaguettis y compro un par de manzanas para el día siguiente. Abro la ventana para saltar y recuperar mi ropa seca, pero en ese momento lo está haciendo otro inquilino por la ventana de al lado, espero que salte y le pregunto si le importa darme la mía. Me duermo viendo la televisión intentando aguantar hasta las previsiones del tiempo de las noticias. Cuando me despierto ya ha pasado, apago y me duermo, me levanto a las cinco y media.

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Cacabelos - Vega de Valcarce

22 de junio, miércoles
24º día de camino
25,3 kms. Andados: 498,5 kms.

A las seis de la mañana estoy andando, acera para salir de Cacabelos, luego carretera por un arcén entre subidas y bajadas, luego un camino de gravilla y piedras insoportables, no recordaba de la vez anterior que este tramo fuera tan puñetero, paso junto a una especie de museo con estatuas, entro en Villafranca del Bierzo. Un par de perros gigantescos con muy malas pulgas salen a recibirme, están detrás de la verja de un chalé pero no me fío un pelo y me voy al otro lado del camino. Los pelotes de piedra con que tienen asfaltadas las calles hacen el andar un tormento, hacen para joder o es que queda bonito?. Ando por el centro de las calles, que las piedras son lisas. Son las ocho de la mañana y está todo cerrado. Cruzo el puente que hay a la salida y veo un hostal del que salen muchos extranjeros, entro y me sitúo en la minúscula barra que tienen como cafetería, muchos extranjeros están desayunando en el comedor. Pregunto si puedo desayunar y me dicen que sí. Me tomo unas tostadas y un par de cafés y un par de zumos de naranja de botella. Salgo y compruebo que hace mucho frío, cierro la cremallera de mi sudadera y continúo andando. Un poco más adelante han hecho algo que tampoco estaba el año 2002. Junto a la carretera, al lado izquierdo, han construido una pista separada de la carretera por un muro de medio metro, más o menos. No entiendo nada. Cuando pasé por aquí en 2002 se andaba por un arcén diminuto, los coches y los camiones te pasaban rozando, te ponían los pelos de punta y te jugabas la vida. Ahora hay poco tráfico, porque han abierto una autopista, y van y construyen un andadero especial para los peregrinos. Naturalmente, se agradece, pero más se hubiera agradecido si lo hubieran hecho antes. El andadero se acaba para que visitemos el pueblo correspondiente y después que lo has pasado continúa. No te dan otra opción, o te juegas la vida por el arcén o te metes por el pueblo. En Pereje entro en un bar a tomarme un par de zumos de piñas y se quejan de los pocos peregrinos que pasan y, de los que pasaban, menos los que se paraban a tomar algo. Se quejan de que muchos de los que pasan sólo entran para ir a los aseos. Uno dice que la dueña debería cobrar un euro a los que entren sólo a mear. Les digo que la gente acabaría meándose en la puerta. Y me responden que entonces cobrarían dos euros.

En Vega de Valcarce me dicen que en Las Herrerías, que era mi objetivo de hoy, no hay albergue ni nada. Así que ante la duda me quedo aquí. De las dos guías que llevo una dice que hay albergue y la otra que no. Aquí hay un albergue que dice ser brasileño, pues para ellos. Cojo una pensión. Me encuentro con Elisa por la tarde, qué sorpresa. Está buscando una tienda para comprarse un bañador. La acompaño.

No tengo noticias de Lola y para lo que queda no sé si volveré a verla más, ni a Dieter. A las siete de la tarde recibo una llamada de la madrileña, dice que cogieron por la ruta alternativa, que salieron de Cacabelos a las 10 de la mañana y que acaban de llegar a Trabadelo. Dice que está muerta que no sabe cómo será la subida al famoso O Cebreiro, pero que la ruta alternativa por el monte ha sido terrible y muy, muy dura. No sabe qué hacer, si seguir hasta aquí o quedarse en Trabadelo. Por si acaso les digo donde nos alojamos. A las diez de la noche estoy en la cama. Incumpliendo mi norma de no dormir la siesta me quedé dormido media hora por la tarde, agotado. Una de las ventanas de mi habitación da al río, y a la especie de playa que han hecho para que la gente se bañe, y hoy era un día para ello. Cerca de las once oigo voces en el pasillo, distingo la voz de Lola hablando con la dueña. No me levanto a saludarla porque quiero seguir metido en la cama.

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Vega de Valcarce - Alto do Poio

23 de junio, jueves
25º día de camino
20,9 kms. Andados: 519,4 kms.

Me levanto a las cinco y media y comienzo a andar a las seis y media. Hay peregrinos delante y detrás de mí. Por carretera hasta Las Herrerías, aquí desayuno en el único bar que está abierto. La carretera comienza a subir, intento mantener un ritmo de respiración uniforme, curva a la izquierda, subida, curva a la derecha, acabó la subida? Como dice Dieter: sí, sí, sí, sí, noooo.
Más curvas, más subidas. Y de pronto, un desvío a la izquierda por tierra, hacia abajo, más adelante y también de improviso, un giro a la derecha y comienza la subida a O Cebreiro. Cuando llego a la Faba voy empapado en sudor y llevo encima más moscas que una vaca. Estoy bien, sigo subiendo, en Laguna de Castilla me vuelvo a parar. Aquí hay un hombre vendiendo bisutería astrológica. Me acuerdo de las lecciones de español a Dieter: el sol, Lorenzo, la luna, Catalina. Compro una luna y un sol, para Lola y Dieter. El sol lo pierdo en lo que queda de subida a O Cebreiro, y la luna más allá. Aquí está también Elisa, no entiendo cómo ha conseguido llegar antes que yo. La noto un poco rara, le hablo y ni siquiera me mira y apenas me habla. Que le den. La dejo allí ensimismada mirando los avalorios. Ya no volveré a verla más. Llego a O Cebreiro acompañado de un millón de moscas, las cuales desaparecen inmediatamente debido al fuerte viento que sopla. Tienen cortadas varias zonas y tengo que dar un rodeo para localizar el albergue. Son las nueve y media de la mañana, he tardado tres horas en llegar desde Vega de Valcarce, no hace nada de calor aquí arriba, entro en un bar donde sólo hay una chica sirviendo, me entretengo hablando con ella y me tomo un par de zumos. Me despido y sigo.

Por el camino que sale por encima del albergue unas flechas blancas me indican el camino, me extraña que sean blancas pero las sigo de todas formas. El camino comienza a subir. No recuerdo esta parte de la vez anterior. Cuando llevo andado un buen trecho, siempre hacia arriba, me doy cuenta de que no he visto ninguna flecha, ni blanca ni amarilla. Estoy tentado de dar la vuelta y quedarme en O Cebreiro. Me pongo un tope, si a las once de la mañana no he visto ninguna flecha doy media vuelta. Pero nada más proponérmelo veo dos, una blanca y otra amarilla, la flecha blanca recorre todo el tronco de un árbol que hace una extraña curva. Decido continuar y desemboco, cuesta abajo, en otro camino hacia la izquierda, los árboles desaparecen del camino. Desde aquí se ve, mucho más abajo y a lo lejos, un poblado, pienso que puede ser Liñares. Nada más entrar en este nuevo camino me encuentro de frente con una manada de vacas. Me paro y una de ellas se para también y se me queda parada mirándome muy fijamente. Como ella no se mueve me muevo yo, me sigue con la mirada. Salgo del camino y me meto en el bosque, donde se ve a las claras que por allí nunca pasa nadie, las hierbas altas y las ramas bajas de los árboles casi no me dejan andar, cuando pienso que ya he sobrepasado a todas vuelvo al camino, justo en el sitio donde descubro que hay muchas más, pero en el bosque, he salido justo antes de darme de narices con ellas. Más allá quedan algunas más pero estoy muy cansado de esquivar árboles y vacas.

- ¡Vaca! -digo cuando paso junto a una. Me mira y pasa de mí.

Después de pasarlas todas oigo un ruido a mi espalda, pienso que es una vaca que viene a por mí. Me giro y no veo nada. ¿Estaré obsesionándome con las vacas? Faltó el canto de un duro para que me arrojara fuera del camino precipicio abajo para evitar la embestida de la imaginada vaca. Pero, segundos después compruebo que no fue una alucinación auditiva, un puñetero ciclista me pasa a toda hostia cuesta abajo. Casi me caigo al precipicio del susto que me da.

Luego viene la bajada hasta el poblado. Es Liñares. Me tomo un café y continúo. Cruzo la carretera y comienzo a bajar por otra secundaria. De vuelta viene una peregrina con una mochila decorada de Krishnas, me dice que por aquí no es, que unos lugareños le han dicho que se ha equivocado de camino. Sigue andando, miro al suelo y veo flechas amarillas que indican a la izquierda. Me giro y le digo que las flechas... pero no me oye, el viento sopla fuerte en contra. Sigo por un empinado camino hasta desembocar en el Alto de San Roque. Saludo a dos peregrinos que están sentados bajo la sombra de la estatua y sigo mi camino. Sigo subiendo hasta Hospital da Condesa y subiendo llego a Padornelo, y más arriba todavía hasta el Alto do Poio, donde llego empapado en sudor, ni el viento que sopla es capaz de secarme. Incluso chorrea sudor el sombrero de paja que llevo, los goterones del sombrero me caen justo encima de la nariz y las gafas.

Saco la guía a ver las opciones que tengo. Decido quedarme en el hostal que hay cruzando la carretera. El dueño muy desagradable. Más tarde se disculpa diciendo que lleva cuatro días con dolor de riñones. En mi habitación compruebo que he perdido el sol que compré subiendo O Cebreiro para Dieter. Lo metí junto a la luna en el bolsillo donde llevaba la guía, seguramente al sacar la guía en algún punto del camino se enganchó y lo perdí. Espero que si alguien se lo ha encontrado, ésta sea Elisa. Regalo de despedida. Afortunadamente la luna se quedó en el bolsillo. El dueño del hostal me dice que me deja la habitación por menos dinero si ceno en el hostal. Le respondo que cenar y comer, ¿dónde coño quería que fuera si aquí no había nada?

Llamo por teléfono a la familia y a algún compañero de trabajo desde la cabina que hay junto al hostal. Lola no responde, seguirá andando todavía.

Le dejo mi ropa sucia a la chica marroquí que atiende la barra, el restaurante, las camas, las habitaciones y se encarga de la lavandería. Es muy agradable. La comida es una mierda.

Hoy es la noche de San Juan. Cae un tormentón de mucho cuidado. Desde mi ventana se ve un paisaje maravilloso. Bajo la ventana hay un pastor alemán encadenado que está acojonado con la tormenta, como no tiene donde meterse aguanta tormenta y agua como puede echo un ovillo. Qué pena de perro. Luego pasa y se aleja hacia O Cebreiro, la tormenta no el perro.

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Alto do Poio - Sarria

24 de junio, viernes
26º día de camino
29,5 kms. Andados: 548,9 kms.

Me despierto a las cinco y media. Me doy la vuelta y vuelvo a despertarme a las seis cuando suena la alarma de mi reloj. Me aseo, me visto y bajo a desayunar. A las siete y cuarto comienzo a andar siguiendo a dos extranjeros que acaban de subir el Alto do Poio. Voy superando peregrinos, todos parecen extranjeros, pero algún extranjero es español, afortunadamente. No recuerdo la hora a la qué llego a Triacastela pero se me hace larguísimo. Fonfría está en el quinto pino y Biduedo más allá. Son pequeños poblados de vacas que a esas horas están recorriendo el camino de Santiago en sentido contrario y que hay que apartarse o jugarse el tipo entre ellas. Luego, más poblados de vacas, Filloval, As Pasantes, Ramil donde está el castaño de Ramil, evidentemente. Un peregrino me explica que le ha sacado cientos de fotos. Aprovecho para no ser menos y saco un par de ellas. Y por fin, Triacastela. Hace frío y salvo algún peregrino no hay nadie por las calles. El día amaneció despejado, pero en el fondo de los valles se ve una espesa capa de nubes, al llegar a Triacastela la niebla lo envuelve todo. Salgo de Triacastela y sigo las flechas, hacia arriba, no recuerdo esta zona y temo haberme equivocado. Doy la vuelta y me encamino de nuevo a Triacastela. Retomo el camino correcto por San Xil. Esto si lo recuerdo. Carretera y cuesta arriba, un par de ciclistas novatos me adelantan en la zona más llana, luego se paran y los adelanto yo, la chica no puede dar un pedal más cuesta arriba. No vuelvo a verlos más. Más poblados de vacas, Balsa, San Xil y Furela. Aquí me paro y me tomo dos Aquarius, iba seco. Pintín y Calvor, aquí me vuelvo a parar junto al albergue y me como una de las manzanas que compré hacía ya tres días, la otra la tiro, no tiene buen aspecto, parece Júpiter. Llega la hospitalera y me pregunta si voy a quedarme, respondo que no. Allí, en medio de ninguna parte, un albergue. Eso sí, tiene cabina de teléfonos. Continúo andando y me fijo que paso junto a San Mamed porque ladran unos perros. Cada quinientos metros un mojón indicando los kilómetros que faltan para Santiago. No sé, pero este detalle hace que el camino se me haga más largo todavía. Entro en Sárria a paso ligero, está en fiestas, San Xoan, qué mala suerte no podré recargar el móvil, todo está cerrado, tendré que dejarlo para Portomarín, suponiendo que no estén en fiestas también. Pasas un pueblo que no está en fiestas pero resulta que no tiene ningún servicio. Llegas a uno que sí los tiene y está en fiestas. Subo las escalinatas que me llevan al albergue, sólo queda una cama, me cuelo y me sello yo mismo ante la mirada criminal de otros peregrinos que piensan que me quiero quedar con la plaza que queda. Luego me voy. Subo un poco más y me quedo en un albergue privado. Me ducho y lavo la ropa, subo a la terraza y la cuelgo, lo veo muy crudo, el día está húmedo y no creo que se seque. Todo el día está amenazando lluvia pero no llueve. Subí veinte veces a la azotea para cambiar de sitio y de posición la ropa para ver si se secaba, a las nueve y media de la noche me la llevo como estaba, húmeda, la cuelgo alrededor de la litera, por la mañana está seca. Como en el bar que queda junto a las escalinatas y desde allí llamo por teléfono. Más abajo tengo la suerte de encontrar una tienda de regalos abierta y puedo recargar el móvil, ésta iba a ser la última vez que lo haga. Por la tarde doy vueltas por el pueblo y, a las ocho y media ceno en el mismo sitio donde lo hicimos en 2002. Duermo muy bien, buen colchón, buena almohada, buenas sábanas-edredón en forma de saco de domir y cuatro personas por dormitorio. Todos extranjeros.

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Sarria - Portomarín

25 de junio, sábado
27º día de camino
21,6 kms. Andados: 570,5 kms.

Cuando suena la alarma de mi reloj intento hacerme el remolón pero acabo levantándome. Me tomo un cortado en el único bar que hay abierto y comienzo a caminar. Interminables subidas que no recuerdo del año 2002. Cerca de Ferreiros hago un ovillo con la luna de piedra y la envuelvo en el ticket de recarga del móvil, la entierro junto a un banco de piedra que tiene un círculo en el respaldo y me voy. Luego llamaré a Lola desde Portomarín para decirle donde le he dejado su regalo. Llego a Portomarín con un dolor insoportable en mi dedo índice del pie izquierdo. Ni siquiera me paso por el albergue, me voy directo a un hotel que veo en una de las calles paralelas a la principal, donde está la iglesia fortaleza. Dejo la mochila en el armario de la habitación pues están limpiando todavía. Me voy a comer y me zampo una gigantesca ración de pulpo y otra de croquetas con dos jarras de cerveza. Luego me tomo un café y me voy al hotel para darme una ducha. Compro maquinillas de afeitar, barras de cereales, dos aquarius de litro y un kilo de sal. El primer aquarius cae nada más llegar a la habitación. Joder, estoy todo el día seco, nada más que hago beber. No he hecho los cálculos, pero en un día normal de camino, en lo que respecta a líquidos: agua, vino, cerveza, zumos, cafés, aquarius y similares, me puedo beber entre seis y siete litros. ¿Será normal? Espero que sí.

Lleno el bidé de agua caliente y le echo un tercio de la bolsa de sal, meto los pies y los dejo en remojo veinte minutos. Repito la operación con agua fría. Cuando me quedan diez minutos suena el móvil que tengo encima de la cama. Salgo corriendo del cuarto de baño y antes de llegar a la cama resbalo y me pego una hostia contra ella. Menos mal que caigo en blando que si no me parto la cabeza. El móvil sale volando a hacer puñetas al otro lado de la cama, pero sigue vivo. Es Lola, está entrando en Sárria. La informo que he recibido una llamada de Allison y que también se dirige a Sárria, pero en taxi. Le doy detalles de donde he dejado su regalo, el colgante con la luna de piedra. Pasará por allí al día siguiente, que me llame cuando esté entre los kilómetros 98 y 97’5 por si tiene algún problema en encontrar el banco de piedra.

La etapa de hoy ha sido entre pequeños poblados de vacas con el consiguiente pestazo. Muy bonito, en algunos lugares con sendas cubiertas de árboles que dejan el camino en una penumbra mágica. Pasé también por la pequeña capilla donde en 2002 dejé unas zapatillas deportivas, que ya no estaban allí, evidentemente, y el compañero Paco Jiménez dejó una corbata, que tampoco estaba allí. La capilla está muy guarra y olía muy mal. Yo tiraba todo lo que hay dentro a la basura, una mano de pintura, un baldeo, y si acaso, alguna inscripción con los nombres de aquellos peregrinos que ya no están entre nosotros. Comienzo siguiendo a una mujer que lleva un ritmo fortísimo, pero como no para a descansar después de cinco kilómetros me paro yo. En un cercado con verjas de hierro que guarda una fuente sin agua, con un muñeco de metal, recuerdo de algún xacobeo anterior al del año pasado. El muñeco estaba pintarrajeado con grafitis, como el mojón del kilómetro cien.

En el hotel, al acabar de actualizar el diario me llama Alejandro desde Madrid, hablamos un rato y quedo en llamarlo a mi vuelta. Ceno en el hotel y duermo muy bien. Despierto a las cinco e intento dormir un poco más, lo consigo sin ningún esfuerzo. A las seis suena la alarma del reloj y decido seguir durmiendo, pero, me lo vuelvo a pensar y salto de la cama.

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Portomarín - Melide

26 de junio, domingo
28º día de camino
39,6 kms. Andados: 610,1 kms.

Bajo a la cafetería del hotel y me tomo un cortado. Salgo y me encamino a la pasarela de hierro que cruza el embalse del Belesar. Y comenzamos a subir. Interminable, 13 kilómetros de subida que según la guía acaban en Gonzar. Pero se sigue subiendo. Cada vez que encuentro un bar entro y me tomo un café, un sobao y dos zumos de piña. En esta etapa encuentro la nave industrial con la máquina de refrescos y un perro atado junto ella, que en el año 2002, asociaba al final del polígono industrial de Ponferrada, y por el que tuve una disputa con la compañera Elena, al final, ella tenía razón. Pero ella no fuma. El camino discurre por una interminable pista a la derecha de la carretera, así que voy deprisa. Llego a Palas de Rei a las doce y media, y pienso qué hacer, si quedarme o seguir. Entro en una pulpería a pensarlo. Me tomo una cerveza y pido una ración de pulpo, no hay pulpo todavía, lo están preparando. Luego llegan más peregrinos que quieren comer, no hay comida hasta la una. No pasa nada, esperaremos. A la una me tomo la segunda cerveza. A las dos menos cuarto me ponen la ración de pulpo cuando ya voy por la cuarta cerveza. Luego pido unos spaguettis que me tomo en la misma barra. A las dos y cuarto decido continuar. Comienzan las cuestas. Llego bien a Casanova, a 5 kilómetros de Palas. Me tomo una cocacola y un botellín de agua. Sigo caminando y comienzo a encontrarme mal. Algo no anda bien. Me dan arcadas. Comienzo a marearme, me tengo que apoyar en el bastón para no caerme al suelo. Hace mucho calor. No consigo dar dos pasos seguidos, miro a mi alrededor, me sobrepasan dos peregrinos a los que ya pasé minutos antes, hay pequeños árboles que dan pequeñas sombras. Camino hacia el que tengo delante de mí y me paro bajo la sombra. Cuando creo estar bien camino hasta la siguiente. Así continúo durante dos kilómetros hasta que me recupero del todo. Llego a Melide a 17:30, según me iba acercando veo a mi derecha el cartel de un hotel, cuando estoy a su altura me desvío por el primer camino que lleva hacia allí. Cuando estoy a punto de cruzar la carretera y entrar en el hotel me llama Lola. No consigo oírla por el ruido del tráfico, está en un bar donde un mojón marca el kilómetro 98. Le digo que me llame en quince minutos. Cojo habitación y me ducho, llama Lola y me dice que está en el banco de piedra. No encuentra mi regalo enterrado. Le pregunto si lo ha comentado con alguien el día anterior. Me dice que no. Pues, alguien se lo ha llevado. Lola le grita algo a Dieter. Ha cogido algo del suelo y se lo está enseñando a Lola.

- ¡¡¡Eso es una compresa, qué asco!!!

Bajo al bar y me tomo una cerveza, compro una botella de agua para rellenar la cantimplora para el día siguiente. Repito operación en el bidé y echo toda la sal que queda. El malestar que sentí horas atrás, mientras caminaba, hace que no me decida a ir a visitar al famoso Ezequiel y su pulpería. Hoy odio el pulpo, mañana ya veremos. La sopa que ceno está asquerosa y además tiene trocitos de pollo, el ingrediente principal de mi segundo plato, al menos está caliente, me tomo dos platos, hay que joderse. El segundo plato, pollo con salsa de pimientos y patatas asadas está muy bueno. Me despierto varias veces por la noche, no duermo bien del todo. Me levanto a las cinco de la mañana.

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Melide - Arzúa

27 de junio, lunes
29º día de camino
13,6 kms. Andados: 624,7 kms.

A las seis de la mañana ya estoy listo para salir, pero me demoro hasta las seis y media para que el día aclare un poco más. No queremos perdernos. La salida de Melide me cuesta un rato largo, me duelen las dos piernas. No hay nadie por las calles a pesar de ser lunes, y sólo algunos vehículos de mantenimiento circulan. No localizo ninguna flecha que me orienta para salir y me guío por un cartel que indica "Santiago" en dirección a una calle, al final de ésta veo salir de una perpendicular a un grupo de peregrinos. Me voy tras ellos y localizo la primera flecha. Nada más salir de Melide el camino comienza a subir, baja un poco y otra vez para arriba. Las piernas me siguen doliendo. En algún momento un dedo del pie izquierdo comienza a dolerme aparatosamente. Cuando el dolor comienza a remitir se queja el mismo dedo del pie contrario con la misma intensidad. Llego a Boente y me tomo un cortado, dos madalenas y un zumo de piña, cuando acabo, repito. Salgo de la cafetería y desaparecen todos los dolores, se ve que necesita recargar pilas, porque subo las cuestas como una moto dejando atrás a todos los peregrinos que llevo por delante.

- Ese acaba de comenzar el camino. -le dice un hombre a su acompañante refiriéndose a mí, porque le jode que le haya adelantado dos veces, una cuando iba mal y ahora que voy bien.

Llego a Ribadixo da Baixo a las 09:30 horas con la intención de quedarme. En 2002 cuando llegamos no había plazas, y me quedé con las ganas. Ahora está cerrado y no abren hasta las 13:00 horas. Hay un arroyo que pasa junto al albergue, había pensado pasar el día aquí poniendo mis pies en remojo toda la tarde. Tres horas y media esperando, pues, va a ser que no. Otro año será.

Sí recuerdo del año 2002 que tuvimos que trasladarnos a Arzua a buscar alojamiento, y que el camino era cuesta arriba. Decido irme a Arzua y quitarme de en medio, para mañana, la subida al pueblo. A las 10 de la mañana ya estoy en el albergue. Y quedan tres horas para que abran. Hay dos mujeres extranjeras que van juntas y que me voy encontrando continuamente. Una de ellas cuando se piensa que no me fijo me saca una foto frente al albergue.

Tenemos las mochilas en fila junto a la puerta, soy el cuarto, delante tengo a tres alemanes. Los tres con la misma camiseta roja con algún logotipo que no interpreto. Hasta que da la una de la tarde voy y vengo por el pueblo. Cuando abren cojo una cama de abajo y tomo posesión de ella poniendo mi saco de dormir, como dice un letrero a la entrada de la habitación. Las dos mujeres extranjeras se sitúan en las camas próximas y por la tarde, la que me sacó la foto, me enseña lo bien que le sienta el sujetador que lleva. Como no entiendo lo que dice le sonrío y le hago la señal con el dedo pulgar levantado. Ok. Espero que en Dinamarca, o de donde sea, no signifique otra cosa.

Como he sido de los primeros en entrar, me voy como una bala al patio y lavo mi ropa sucia de ayer, dejándola colgada. Más tarde la sustituiría por la ropa sucia que llevaba puesta hoy.

Como lentejas y merluza a la plancha. A la vuelta me echo una pequeña siesta, y al despertarme oigo los ronquidos de una persona que aún se la está echando. Los que están a su alrededor hablan de ponerse tapones, de matarlo, de lanzarlo por la ventana. Si les molesta que se vayan a un hotel, pienso yo. Ya verán cuando me quede dormido yo lo que es roncar. Por si acaso, dormiré con el bastón debajo de la almohada.

Hago tiempo en la plaza, allí están otra vez las dos extranjeras, y me sacan otra foto cuando piensan que no estoy mirando. Me da igual, espero que sean buenas.

Por la noche ceno un par de sandwiches y me meto en la cama a oír la radio.

A la mañana siguiente, a las cinco ya hay gente que se ha ido, incluida la mujer que dormía arriba mía, ni siquiera me he dado cuenta de su partida.

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Arzúa - Pedrouzo

28 de junio, martes
30º día de camino
18,8 kms. Andados: 643,5 kms.

Me visto y antes de las seis estoy desayunando en el bar de la plaza, que ya está abierto.

Todavía es de noche cuando comienzo a andar siguiendo peregrinos que van delante de mí, en los cruces los pierdo y cuando llego tengo que abrir mucho los ojos para ver las indicaciones.

La intención para hoy era llegar a Monte do Gozo. Pero fue imposible. Del todo. A las siete de la mañana veo a dos peregrinas, paradas, tomando una fotografía a algo que no veo, pues unos árboles me lo impiden. Cuando llego a su altura veo a qué están sacando la foto. En un impresionante arco iris, completo. Las paso y sigo. Las oigo reírse, no me vuelvo para ver de qué pero lo compruebo inmediatamente, cuando me cae el primer goterón de agua. Como voy andando por un sendero entre árboles, las gotas de agua no llegan al suelo y la detienen las hojas. Pero eso fue al principio. Me paro y le coloco la funda impermeable a la mochila. Más adelante, me vuelvo a parar y me pongo la parte de arriba del chubasquero, capucha incluída. Y algo más allá, vuelvo a pararme para sacar el pantalón impermeable y enfundármelo debajo de los que llevo. Cuando comienza a llover de verdad, no valen árboles ni chubasqueros ni nada. Y lo peor de todo es que no hay ningún sitio donde cobijarse hasta que escampe un poco. dicho hasta que escampe un poco? ¡Ja, ja, ja, qué risa! Ni siquiera al pasar junto al primer poblado que cruzo hay nada para meterse debajo.

Más allá, me encuentro con un lugareño que viene de frente con un enorme paraguas, me dice que hay dos bares, que no entre en el primero, que está cerrado, que lo haga en el segundo. Entro en el primero, está abierto, voy calado hasta los huesos, aquí hay muchos peregrinos desayunando y más que vendrán luego. Espero tres cuartos de hora y sigue lloviendo a mare. Pido un café y me lo dan en un vaso de plástico de una máquina. Está asqueroso y tengo visitar el wc dos veces. Como aquí no hay nada tengo que decidirme, me voy detrás de un grupo de peregrinos. Los caminos se han empapado enseguida. Comienza a correr el agua por ellos, hay que andar con cuidado de no resbalar por las calles empedradas de las pequeñas aldeas e ir esquivando los regueros de agua. En seguida localizo el segundo bar, entro también y pido un café, haber si hay suerte. La hay. Además tienen una bandera del Betis junto a una gaita, le saco una foto para enseñársela al jefe cuando vuelva. Si no me ahogo antes. Vaya manera de caer agua. Está lloviendo lo que no llueve en Andalucía en todo el año. Miro debajo del pantalón chubasquero y tengo empapado el pantalón que llevo debajo y los calzoncillos. La camiseta también. Ya no hay remedio, pienso, y no me voy a cambiar de ropa para que acabe igual y no tener qué ponerme al llegar donde me quede hoy. Mi objetivo ha cambiado, me quedaré en Santa Irene.

Salgo del bar y abandono la aldea, los caminos cada vez traen más agua. Y entonces, lo que faltaba: agua estancada cortando el camino, sin opción de tirar ni a derecha ni a izquierda, mucho menos dar marcha atrás y buscar otra opción. Paso, las zapatillas desaparecen debajo del agua. Ahora sí que voy "completamente" empapado. En un determinado momento me pregunto que qué hago esquivando los regueros que bajan por los caminos. Cruzo el camino en línea recta, por encima de los regueros de agua, a veces, me dan ganas de ponerme a saltar y ponerme a cantar am singing in the rain" de impotencia, y mandar la ropa que llevo puesta a hacer puñetas y la darle dos patadas a la mochila.

Antes de llegar a Santa Irene veo a gente que ha decidido coger por la carretera, yo, que voy por el camino me echo a temblar cuando veo otro montón de agua estancada sin opción de vadearlo. Pero esta tiene premio, en la superficie flota espuma, no quiero saber que es y lo cruzo lo más rápido que puedo con el agua hasta casi las rodillas. Llego al cobijo que hay antes de Santa Irene y espero un rato, el tabaco está mojado, mejor para mis pulmones. El móvil está mojado, ya lo secaré. Pienso en quitarme las zapatillas y escurrir los calcetines, siempre llevo dos pares, unos finos y otros gordos encima, no lo hago, me voy a quedar en Santa Irene. Vuelvo a cargar con la mochila y me llego hasta la puerta del albergue. Abre a la una y son las once de la mañana. Las dos chicas brasileñas que están en la puerta se van por la carretera. Me decido y me voy detrás de ellas. Pánico. Los coches y camiones pasan a mi lado a toda hostia, temo un derrape de alguno y, adiós muy buenas. En cuanto viene un desvío por tierra dejo la carretera, pero los demás deciden seguir jugándose la vida. Prefiero meter los pies en agua que todo el cuerpo debajo de tierra. Me duelen los dedos de los pies, efecto de andar con el calzado lleno de agua, una barbaridad. Llego a Arzúa debajo de un tremendo chaparrón que no acaba nunca. Entro en el primer lugar donde anuncian alojamientos y entro. Aquí está el gordo del bigote completamente seco, seguro que no ha venido andando. Pregunto y me dicen que está completo. Pues nada, al albergue. Me acuerdo de la familia de algunos "peregrinos". Sigue lloviendo fuerte.

En el albergue están todos juntos, parecen una gran familia, todos debajo del alero del edificio resguardándose de la lluvia. Bajo la rampa de acceso al albergue, me uno a ellos y... deja de llover. Hay mujeres que están, literalmente, tiritando de frío debido a lo mojados que estamos todos. Por lo visto, la persona que tiene que abrir tiene una tienda al lado del albergue. En vista del estado lamentable de todos abre a las 12:30. Comienzan las peleas al entrar, principalmente porque se han hecho dos colas delante de la puerta, una a la izquierda de ésta y otra a la derecha. Lo de siempre. Según van coincidiendo ambas colas dentro, se recrimina al que está entrando antes que otro que lleva más tiempo esperando. Aunque hay muchos que han llegado detrás de mí, me quito de en medio y espero a que entren todos. No tengo prisa. He contado, por encima, a los peregrinos y puede que no haya más de cincuenta para 126 plazas.

Cuando ya estoy en la cola, el último, vienen cuatro o cinco chicas más y que se colocan detrás de mí. Pero pasan todas antes que yo, porque ya había una haciendo cola que llegó antes y vienen todas juntas. Son catalanas y muestran muy poco respeto por los que estamos allí desde hace un montón de tiempo esperando. ¿Quieren estar todas juntas? Muy bien, me parece perfecto, sobran las camas. Pero, que esperen a entrar con la última que llegue, no con reserva de la primera que llegó.
Me toca una cama de abajo. Saco de la mochila la ropa seca y me quito la que llevo. Se han mojado muchas cosas, el saco de dormir está medio mojado y coloreado del azul de la mochila. Tiro la ropa interior que llevo, incluidos los dos pares de calcetines, los calzoncillos y la camiseta. Sólo dejo en el interior para mañana, que espero sea el último día, unos calzoncillos limpios y secos, un pantalón largo, y una camiseta, también secos y limpios, ya no me quedan calcetines. Pero al llegar a Santiago comprobaría que no tenía ninguna camiseta ni seca ni limpia.

No pongo ropa a secar, el día sigue amenazando lluvia, lo único que hago es pedir a dos alemanes unas hojas del periódico que llevan para meterlas en mis zapatillas y que chupen todo el agua que puedan. Más tarde la cambio por papel higiénico, los periódicos y revistas han desaparecido del albergue y de los alrededores. Todo el mundo tiene sus botas y zapatillas en la entrada, esperando que se sequen un poco. Muy pocos son los que lavan y cuelgan ropa para secar.

Frente a mi litera hay una alemana que viaja sola y que nos reímos cada vez que miramos nuestras ropas empapadas.

Más tarde me voy a la pensión donde pregunté por una habitación y, que también, es bar restaurante. Me tomo una paella "del señorito" que me sienta muy bien. Tentado estoy de comer otra.

Doy un paseo calle arriba y entro en un bar a tomarme un café y un orujo blanco, tengo que pedir otro café para que se me quite en picor en la garganta que me ha provocado el licor.

Paso la tarde subiendo y bajando al albergue. En la tienda compro dos pares de calcetines baratos. Un par para cuando llegue a Santiago y el otro para llegar a él. Vuelvo al bar restaurante a cenar, es temprano, acaban de dar las siete, pero ya hay extranjeros cenando. Cuando acabo comienzo a oler a gasolina. No le doy importancia y enciendo un cigarrillo esperando para pedir un café. La camarera me dice si me importa tomarlo en la barra, y pagar allí. Alguien está arreglando una moto pequeña, junto a una sala adyacente a la que estamos, se le ha derramado gasolina. Por el bien de todos. No vayamos a salir ardiendo.

Cuando vuelvo al albergue me voy a mi litera, mi vecina alemana me ofrece todo un espectáculo tumbada en la cama, en bragas y sujetador. Me temo que toda su ropa está como la mía, empapada. Me tumbo en mi litera y me giro hacia ella, se tapa con el saco de dormir y se da la vuelta. Pongo la radio y la oigo un rato, poco antes que cierren el albergue salgo a fumarme un cigarrillo y vuelvo a la cama. Coloco sobre la almohada mi toalla, pero está húmeda. La tiro directamente al cubo. Rezo para que mañana no llueva.

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Pedrouzo - Santiago

29 de junio, miércoles
31º día de camino
20,3 kms. Andados: 663,8 kms.

Me levanto cuando los demás comienzan a trajinar con sus mochilas. Meto en una bolsa de plástico la funda de la almohada y la sábana bajera que traigo. Recojo la ropa que colgué en la litera, y que sigue húmeda, y la meto en otra bolsa de plástico. Todo lo que llevo dentro de la mochila está húmedo y dentro de bolsas de plásticos. El móvil se mojó ayer y no responde. La cámara de fotos se mojó también y sigue en perfectas condiciones.

Salgo del albergue, todavía es de noche. Me meto en la primera cafetería que encuentro abierta, a unos cincuenta metros del albergue. Allí están casi todos los peregrinos. Sólo hay una chica sirviendo y no da abasto con tanta gente. Como veo que van a tardar en servirme y sólo quiero un café cortado, me voy. Justo al lado hay otra cafetería, está abierta, no hay nadie, absolutamente nadie, y lo que es más chocante, hay cuatro chicas preparadas para servir. Entro y me tomo mi cortado con un zumo de naranja natural. Aquí tienen de todo, además hacen su propio surtido de bollos en su horno. Todo está recién hecho y caliente. Pero no hay nadie. ¿Qué ocurre? Pues, ocurre que el otro bar está antes que este. Ocurre que las luces del primer bar son más intensas que en el otro, que son apenas imperceptibles. Ocurre que nadie quiere andar más de la cuenta para encontrarse que "más allá" no hay nada, y si lo hay, está cerrado, y nos metemos en lo primero que vemos abierto. De haberlo sabido, estoy seguro que en el primer bar no habría nadie.

Comienzo a andar buscando flechas en la oscuridad. Cuando ya llevo recorrido la mitad del trayecto que me separa de Labacolla comienza a llover. Pero esta vez no llueve como ayer, apenas es algo más de chirimiri. En cualquier caso, también moja y hay que volver a colocar el impermeable a la mochila. Yo me pongo sólo la parte de arriba. Los pantalones impermeables tienen el forro interior húmedos y descansan en el fondo de la mochila. En la Labacolla deja de llover, cuando me alejo vuelve a hacerlo. Paso por la interminable carretera que pasa junto a la televisión gallega y la española. Un poco más allá entro en un bar tipo bungalow, me tomo un pequeño bocadillo de salchichón y los correspondientes zumos de piñas. Aquí está también una chica holandesa intentando secarse. Tiene una sonrisa muy bonita y es muy guapa. En realidad, no sé si es holandesa, pero es pelirroja, y tal vez asocie el naranja con Holanda. Entro en los servicios del bar y me cambio de camiseta y pantalones, que los llevo empapados de agua. Espero que no vuelva a llover aunque el cielo tiene pinta de todo lo contrario. Cuando salgo la "holandesa" ya se ha ido. La veo delante de mí, intento alcanzarla me lleva un paso muy rápido. Me cuesta volver a coger el ritmo, la carretera baja hacia Monte do Gozo, luego sube. En la bajada me encuentro a una vieja que viene hacia mí. Me pide la voluntad, le digo que "buenos días".

Llego a Monto do Gozo y paso como exhalación, ni siquiera me detengo. Los peregrinos que están parados allí me miran como si estuviera loco. La carretera comienza a bajar hacia Santiago. Llego a las calles del centro de Santiago y le pregunto a un guardia por la oficina del peregrino, no recuerdo estas calles. De pronto, salgo a una que me suena. Es la calle de la pensión donde nos alojamos en 2002. La bajo y entro en la oficina del peregrino, sube al primer piso y encuentro una cola que baja por las escaleras. Un peregrino jovencito ciclista me cuenta lo mal que lo pasó junto a sus compañeros ayer. Con la lluvia cayendo en plan bestia durante horas. Me dice que pase delante de todos ellos, que el jefe del grupo tiene todas las credenciales y las va a tramitar todas juntas. Le doy las gracias. Cuando ya he recorrido la mitad de la cola, el jefe del grupo ciclista comienza a repartir las credenciales, tienen que pasar de uno en uno. Una hora y media después ya tengo mi compostela. Salgo y entro en el primer sitio que veo, un hotel frente a la oficina de peregrinos. Es cara, pero me da igual, es el último día y quiero un buen lugar para descansar. Entro en la habitación, me tengo que cortar un pelo conmigo mismo porque si no acabo con todas las existencias de refrescos de la nevera. Me desnudo y antes de meterme en la ducha saco la ropa que me voy a poner. No tengo camiseta. Hubiera jurado que me quedaba una limpia y seca. Vuelta a ponerme la ropa sucia. Salgo del hotel y me compro una camiseta en la primera tienda de regalos que encuentro. Una vez duchado salgo a dar una vuelta. Entro en un bar vasco con el típico mostrador lleno de tapas y sus palillos. Luego me voy a comer, aunque podría haberlo hecho perfectamente aquí, tapeando. Me doy una siesta de dos horas que me dejan como nuevo. Por la tarde entro en una tetería a tomar una cerveza. Le pido una sandwich mixto a la camarera.

- ¿O qué? -"¿o qué?" -me repito sin entender qué me está diciendo.
- Un sangui mixto. -repito.
- ¿Un té? -me pregunta ella.

¿Tendré algo en la lengua? Intento no perder la calma. Cojo la carta y le señalo lo que quiero repitiendo todo lo que puedo en castellano: "Un san-wich-mix-to".

- Ah. Un sandwich mixto. -repito ella con acento portugués.

Vaya por dios, por eso no me entendía. ¿Cómo será en portugués un sandwich mixto?

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Santiago

30 de junio, jueves

Me levanto temprano y desayuno en el hotel. Hablo con mi casa, mi madre me pregunta que si he ido a visitar al Santo. Le digo que no. Me dice que vaya y le dé un abrazo. Le respondo que ni loco. Me insiste y le respondo que "está bien, iré a darle un abrazo". Voy le doy el abrazo y a las doce "asisto" a la misa del peregrino. Allí están todos los que fui viendo por el camino, a algunos casi desde el principio, a otros nunca. Antes que acabe la misa ya he salido dos veces al exterior a fumarme un cigarrillo. Antes de venir a la misa he dejado el hotel y la mochila en custodia del mismo. El tren no sale hasta las diez y media. Diez horas y media esperando en Santiago. Recorro sus calles, me siento en sus plazas, entro en sus cafeterías. En una de las calles del centro veo una tienda que venden productos gallegos. Mi madre me dijo al salir al camino, allá por mediados de mayo, que le llevara ¿Unto? Con el pestazo que tiene echar eso, qué quería que vinieran los perros detrás. Compro un trozo y le dije a la mujer que lo envolviera bien. También tenía la petición de un compañero que reúne gatos de llevarle uno, se iba a tener que conformar con un pin del toro de Osborne. A las siete veo salir por una calle a Lola y a Dieter. Voy tras ellos, los alcanzo dentro de la oficina de peregrinos. Nos damos un abrazo. Lola me insiste para que cambie los billetes del tren y pasemos una noche de juerga. No puedo. Tempus fugit. Sólo tengo un fin de semana antes de volver al trabajo. Ya no tengo más tiempo. Lo he agotado todo. Los acompaño un rato mientras buscan un hotel. Casi todo está completo. A las nueve cojo un taxi y me despido. Ya queda menos para el año que viene. Buen camino.

fbarroso@rtva.es