De cualquier forma el segundo error lo podría haber superado si no hubiera cometido el primero. Este es el pequeño relato del camino a Santiago que no fue.
Tomo el primer AVE que puedo nada más salir del trabajo. Son las 16:30 horas y llego a Madrid a las 19:00 horas. Me voy directamente al hotel Mediodía donde reservé habitación. Primera y última vez que lo hago. Prefiero pagar más y tener una habitación en condiciones y dormir bien. La habitación era un cuartucho de techo alto en el que apenas cabía la cama. Un balcón que daba en frente del reloj de la estación de Atocha. Por donde pasan coches a todas horas, perdón, ¿he dicho a todas horas? Quería decir a cada segundo. Un cuarto de baño más bien cutre, pero sin el "más bien". La habitación era más larga del suelo al techo que de pared a pared. Además, el suelo de parqué chirriaba más que las cuchillas de Freddy Kruger sobre una pizarra. Como soy fumador y en la habitación había un cartel que decía "no se puede fumar", y el techo tenía un chivato de esos con una luz intermitente pues, me pasé el cincuenta por ciento del tiempo que estuve en la habitación fumando en el baño y la otra mitad en el balcón.
Salí a cenar algo ligerito a base de grasas animales y me volví al hotel de los horrores. Junto a los ascensores hacía un calor extraordinario. Que Dios los coja confesados como algún día haya un incendio en el hotel.
Me quedé frito sobre las once de la noche y me desperté creyendo que serían ya las seis o las siete de la mañana. Sólo eran las 2 y media de la madrugada. Pero en la calle había tanto ruido, por aquello del fin de semana, como si fuera de día. Estuve mirando por el balcón el ajetreo madrileño a estas horas y a las cuatro me volví al catre. A las seis me desperté con la cabeza por un lado y la almohada por otro. Y un comienzo de dolor de cabeza preocupante. Por si fuera poco, o como si habitar en este hotel fuera una maldición me quedé sin gas en el mechero.
Recojo mis cosas, voy al baño, pulso el interruptor del agua de la cisterna y comienza a salir agua por todos lados menos por donde tiene que salir. Cierro la llave de paso, intento arreglar el desperfecto, pero me doy cuenta que el inquilino anterior ya lo intentó, así que dejo la llave cerrada y pongo pies en polvorosa antes que los de hotel me hagan pagar el arreglo del hotel entero.
Desayuno en la estación de Atocha a las 7 en una cafetería de no fumadores, repito desayuno a las 8 en la Barrila que sí que dejan fumar. Y me hago el tonto hasta las 9 y media con un café mareado de tantas vueltas que le he dado con la cuchara, además de lo asqueroso que estaba.
A esta hora aparece Alejandro. Y a las diez estamos en el tren que nos dejará en Zaragoza. Una vez aquí nos vamos a ver la Pilarica. De vuelta intentamos encontrar un lugar que hemos visto a la ida para comer pero que no conseguimos encontrar. Lo hacemos en un bareto cutrecillo.
En una avenida, junto a un Corte Inglés había unos leones de cartón piedra pintados cada uno por un autor diferente. Feísimos todos. En una tienda de regalos veo pequeños gatitos de cerámica. Entro pues no quiero tentar a la suerte de volver a llevarle al amigo Salvador, coleccionista de gatos, otro pin de un toro de Osborne, diciéndole que es un gato con cuernos. Que después se enfada y me corresponde con música para brujas y akelarres diversos, cantidad de rara la música.
De vuelta a la estación de las Delicias cogemos el tren que nos dejaría en Jaca. Bueno, lo de tren también es un decir. Un vagón de tren. Y más que vagón... me recordó al artilugio que sube al Peñón de ¡Gibraltar español! Circulaba entre cortes hechos a las montañas, y pasaba tan cerca que las ramas de la vegetación que crecía en ellos chocaba contra los cristales del vagón. Y se movía como los coches de las películas mudas.
Cenamos frente a la Catedral. Antes Alejandro había asistido a misa y yo, después de un par de cervezas y un par de llamadas telefónicas, a la segunda parte de la misma, cuando el cura dice aquello de: "Podéis ir en paz".
Dormimos muy bien, según Alejandro a base de ronquidos haciendo un trío con un par más de peregrinos.
A las 7:15 estábamos andando. Todo iba bien hasta que apareció un riachuelo que teníamos que cruzar. Este año no haría lo mismo que el año pasado que me iba quedando con las ganas de quitarme las zapatillas y mojar los pies, por culpa de la ansiedad albergueril. Me quité las botas, los calcetines y crucé el riachuelo, qué bien, qué fresquita estaba el agua. Me volví a calzar y me dí la vuelta. Alejandro seguía al otro lado, recorriendo la otra orilla arriba y abajo, sondeando con su bastón la profundidad del riachuelo.
- Quítate las botas y pasa descalzo.
- No quiero mojarme los pies.
Cuando estaba a punto de desesperarme decido cruzar de piedra en piedra, cosa que Alejandro por su discapacidad no puede hacer sin darse un remojón de cuerpo entero, y cogiendo su mochila vuelvo a cruzar. Pensé en hacer lo mismo con él, pero lo reconsideré pues veía que ambos podíamos terminar en el agua sin remedio. Ni más arriba ni más abajo había un lugar apropiado para que Alejandro pasara. Y para más INRI se le enganchó el bastón telescópico en unas ramas y lo dobló. Pasó horas y horas intentando ponerlo derecho. Por fin se decidió y se descalzó. Como lo veía titubear en el agua saqué mi cámara, que en gloria esté, y lo seguí presto por si se caía al agua. Ya sé que no está bien, pero, y después, con el tiempo, lo que nos hubiéramos reído recordándolo. Afortunadamente, cruzó sin mayor problema. Se secó los pies y continuamos. Pasamos por detrás del hotel Aragón y volvimos atrás para llegar a él. Desayunamos durante un buen rato, mientras otros clientes ya degustaban chuletas de cordero acompañados de su buena jarra de vino. Luego nos pusimos en marcha y llegamos a Santa Cilia de Jaca, desechando la idea original de llegar a Santa Cruz de la Serós para hacer, por la tarde, una visita a San Juan de la Peña.
En esta etapa comenzó a ocurrirme lo mismo que en 2002, que también llevaba unas botas de treking. Un dolor constante en los dedos de los piés. Cosa que no me ocurrió el año pasado con las zapatillas que llevaba.
Santa Cilia de Jaca no tiene servicios de ninguna clase. Esto es, para comer, para comprar, bueno sí, un bar. Y el hotel Aragón, a dos kilómetros, en el cual habíamos desayunado. Alejandro llamó a un número de un taxi, pero no contestaba. Lo veíamos muy crudo, pues era domingo. Nos juntamos con Jordi y Juan, catalanes de Barcelona, y según creí entender jubilados anticipadamente. Nos fuimos los cuatro al bar, donde nos dijeron que no servían comidas, pero nos hicieron cuatro bocadillos que acompañamos con aceitunas y jarras de cerveza.
Por la tarde Alejandro logró contactar con el taxi, y nos llevó al Monasterio de San Juan de la Peña. A la vuelta nos dejó en el hotel Aragón donde cenamos. Juan y yo compartimos un chuletón descomunal, pobre vaca. El taxi nos devolvió al albergue cuando ya estaba cerrando. Pasé una mala noche, no sé si sería el fantasma de la vaca.
Mis cervicales y yo no nos llevamos bien. Basta con dormir mal para que las cervicales digan: "Aquí estoy yo". Y si no desaparece el dolor acabo padeciendo dolor de cabeza. Así que como pasé mala noche me levanté con dolor de cabeza. La guía decía que Puente la Reina (de Huesca) tenía todos los servicios. Pero el bar en el que entramos a desayunar aparecía completamente desangelado. La farmacia a la que me acerqué para que me dieran algo para el dolor de cabeza seguía cerrada a las 10:30 horas. La panadería donde se acercó Alejandro a comprar pan estaba en el quinto coño, y además se trajo una empanada de atún, craso error como supimos más tarde.
Alejandro al verme tan mohíno se compadeció de mí y sacó su gel blanco y amarillo, Voltarén, y me lo ofreció. Me di una friega por los hombros y el cuello y diez minutos más tarde todos mis padecimientos desaparecieron.
En la gasolinera compramos bebidas isotónicas y una tortilla de patatas, de esas que ya abundan en todas partes.
En un desvío el camino se hacía dos. A la izquierda por el monte y a la derecha por carretera. Como Alejandro no veía claro el camino del monte por los posibles obstáculos que pudiera haber tiró por la carretera. Yo me convertí en cabra y comencé a subir. Cuando llegué arriba del todo divisé a Alejandro allá abajo, siguiendo la carretera que se acercaba al monte. Lo llamé por teléfono pero no contestó, así que le saqué una foto. En la foto sólo se ve la carretera, ni siquiera se le intuye.
Arrés es un pueblo de 14 habitantes, la mitad de las casas derruidas y la otra mitad en rehabilitación. Linda y Marian, dos alemanas encantadoras, llevaban el albergue. Me ofrecieron un té helado mientras me tomaban nota y me sellaban, que me levantó el espíritu, aunque no supiera a té. Cuando llegó Alejandro nos acomodamos, nos duchamos y Linda nos dio de comer lentejas y nosotros aportamos la tortilla de patatas que habíamos traído. Más tarde comenzaron a llegar otros peregrinos. Jordi, Juan, un arquitecto jesuíta de México y su guía navarro. Un par de parejas de franceses, un inglés, un matrimonio de Sestao.
Antes de cenar fui a echarme un rato en mi litera, pero descubro el suelo lleno de migas de pan, las sigo y descubro que debajo de la litera de Alejandro están todas las demás migas. Los gatos se habían comido la empanada de atún que Alejandro había dejado debajo de la cama. ¿Qué íbamos a cenar si nos daban en la cena sólo una triste ensalada? Error. Nos ubicamos todos los peregrinos en las dos mesas que tenía el comedor, presidida aquella por Mirian y la nuestra por Linda. No se me vaya a olvidar, muy bien por la Asociación de hospitales peregrinos "José María Nekane", que abunden más en todo el camino.
Y comenzó la cena: de entrante unas ensaladas que pensé no podríamos acabarla ni el doble de gente de las que estábamos. De primero lentejas, otra vez, pensé yo. Y, ahora, el postre ¿no? No. De segundo macarrones, menos mal que no llevaba cinturón porque de haber sido así hubiera tenido que hacerle un par de agujeros más. Entre plato y plato nos íbamos presentando y contando un poco de nuestra vida y si era la primera vez que hacíamos el camino o no. Para acabar un postre especial, yo no pude y salí a fumarme un cigarro. A la vuelta me encontré con una sorpresa: los hospitaleros hacen la comida, los peregrinos lavan los platos. Así que me puse a lavar platos. No problem.
Para no molestar a los demás peregrinos, nos dijeron que no nos levantáramos antes de las 6:30 horas. Aunque las puertas permanecían abiertas toda la noche.
A la 6:30 horas ya estaba todo el mundo levantado. Unos desayunamos, otros no. Le di un beso de despedida a Linda. Una mujer mayor muy alta, de la cual me apenó mucho despedirme. Le costaba horrores hablar español y cuando era incapaz de expresar lo que quería decir se enfadaba consigo misma en alemán. ¡Un beso muy fuerte allá donde estés, Linda!
¿Cómo puede ser que en apenas unas horas se establezcan estos tipos de afectos que en nuestra vida cotidiana se desarrollan en días o meses o incluso años? Los que habéis hecho el camino de Santiago ya sabéis la respuesta.
Día terrible para mis pies, a cada kilómetros iba peor, me recuperaba en las cuestas, pero en los llanos iba a paso de tortuga, encogiendo los dedos dentro de la bota para intentar aliviar el dolor. Cada dos por tres me paraba, me las quitaba y me daba un masaje. Luego seguía, pero no servía de nada. Lo que pude acordarme de mis zapatillas del año pasado. Confiaba en que según fuera avanzando fuera desapareciendo el malestar y mis pies se acabaran acostumbrando a las botas. Ya las llevaba desde hacía seis meses atrás, andando siempre con ellas, pero, error, nunca las probé para una caminata, pensé que llevarlas puestas todos los días durante seis meses bastaría. No bastó.
Según me acercaba a Artieda iba más decaído. Si siempre me vengo arriba ante una cuesta, pues el dolor de pies desaparece, mi animo esta vez, subiendo al pueblo no apareció. Nos recibió Raquel, una chica de 24 años que aparentaba 16. Allí estaban también Jordi y Juan. Nos duchamos, y bajamos a comer. Después nos jugamos a los chinos la última copa y me tocó pagar.
Artieda es una maravilla de pueblo en la cola del embalse de Yesa, sobre un alto. Cenamos en el mismo lugar, pues no hay otro, luego Raquel nos enseña el pueblo, su casa en construcción, la de sus padres y nos deja en otro bar donde debe estar la mitad del pueblo, al menos en lo que a la parte masculina se refiere. Nos echamos una partida de dominó y ahora el que paga es Juan. Luego volvemos a dormir al albergue.
Nos levantamos y nos lo tomamos con calma. El desayuno no estará hasta las 9:30.
Salimos a las 10 y a los dos kilómetros me tengo que parar porque no puedo con el dolor. Nos despedimos de Jordi y Juan que van a su ritmo y me comprometo a llamarlos e incluso alcanzarlos cuando Alejandro lo deje en Puente la Reina. Pero eso no ocurrirá, aunque nos volveremos a ver. Continuo andando y me encuentro una funda de móvil tirada en el suelo. Lo asocio a Juan que iba hablando por el móvil con su gente. Espero alcanzar a Alejandro que va por delante de mi para que lo llame y se lo diga. Cuando la carretera termina se mete por el monte y tira hacia arriba. En el desvío me encuentro con Alejandro que está hablando por el móvil, continuo hacia arriba y espero en lo alto. De pronto veo que Alejandro comienza a retroceder por la carretera. Y caigo en la cuenta que la funda va a ser de Alejandro y no de Juan. Lo llamo desde arriba a gritos hasta que se para y me mira, le saludo con la funda en la mano. Se vuelve. Eso era.
Después de eso nos metemos por un sendero que más parece túnel de vegetación que va paralelo al embalse de Yesa. Casi al final del mismo hay tantas piedras que Alejandro tiene que salirse y tirar campo a través. Luego, por carretera llegamos a Ruesta, con su impresionante torre del castillo. Ambos en ruinas, de dicha torre no hacen más que salir halcones, buitres y otros tipos de bicharracos con alas. El pueblo está abandonado, casi todas las casas están en ruinas, salvo dos o tres que está rehabilitando el sindicato CGT. El albergue y el bar que tiene lo atienden una pareja, y también son los encargados de la comida. En su terraza, con vistas al embalse, nos tomamos un par de cervezas la mar de bien.
Después de cenar nos vamos a la cama y me pongo a oir la radio con no sé qué lío de los ciclistas y la sangre de los mismos. Apago y me quedo grogi.
Ya no son sólo los pies lo que me están fastidiando, ahora son las piernas. Las tengo llenas de picaduras. Al principio pensé que se trataba de chinches o pulgas de la cama del albergue de Ruesta. Más adelante me indican que no, que el tunel de vegetación del día anterior estaba lleno de arañas. Las picaduras acabarían desapareciendo al cabo de un mes. Y picaban una barbaridad. Incluso comencé a pensar que me iba a convertir en spiderman y dormir colgado del techo.
Salgo de Ruesta por un sendero que baja y por el que Alejandro no se ha atrevido y opta por la carretera. Llego a un camping y lo paso, comienzo a subir y a sudar. Cojo por una pista y la abandono para coger por el monte para volver a salir a otra pista, que supongo que es la misma de antes. Luego se sigue subiendo por la misma pista hasta que se llega a un lugar cortado por una cadena. Llamo a Alejandro para saber por donde va y nos encontramos. Seguimos subiendo, cuando parece que se acaba la cuesta, aparece otra, me paro tres o cuatro veces y cuando Alejandro desde arriba me dice que ya se acaba, me pongo de rodillas y le pido que me haga una foto. No sé donde andará esa foto. Si Alejandro el año pasado iba muy mal este año va muy bien. Al revés que yo. Luego aparece una calzada romana por la que Alejandro tiene que andar con cuidado pues hay muchas piedras sueltas. Luego de bajar todo lo que habíamos subido se vuelve a subir hasta Undués de Lerda.
En el hogar social nos dan las indicaciones para llegar al albergue, que es el mismo edificio y la misma puerta que el Ayuntamiento, y el de un alojamiento rural. Por supuesto, el albergue está en la última planta. Nos duchamos, lavamos la ropa y la tendemos en la calle, en un tendedero al que hay que colocar unas piedras en la base para que no se lo lleve el viento. Alejandro se encuentra mal, comenzó a estornudar y lo asoció a alguna alergia, pero luego, no sé porque regla de tres llegó a la conclusión de que era un resfriado. Después de comer me puse a actualizar el diario y Alejandro se echó una siesta.
Dejamos pasar el tiempo dando una vuelta por el pueblo, cenando y planeando qué hacer mañana, nos acostamos sin decidir nada.
La etapa de hoy tira es en descenso. Pero nada más salir me doy cuenta que voy mal. Me he equivocado con las botas, con los calcetines, con la mochila y me sigo equivocando al continuar en estas condiciones. Cuando vuelva a Sevilla lo mando todo a hacer puñetas. Los calcetines después de un kilómetros se me han corrido hacia la punta, cosa que no me ocurría con los calcetines desde que era un crío. Pero cuando era un crío llevaba zapatos y podía tirar de los calcetines para arriba. Ahora me tengo que quitar las botas para tirar de ellos. Santiago me odia y no quiere que haga el camino este año. Sobre las ocho de la mañana llegamos al mojón que indica que entramos en Navarra. Hacemos las fotos de rigor y continuamos, o más bien habría que decir que Alejandro continúa, yo me arrastro. Como habíamos leído en los foros el albergue de Sangüesa está cerrado, bueno, no, estaba abierto pero en obra. Podían haberlas hecho en invierno. Qué más da, nuestra intención no es quedarnos. Aprovecho y compro tabaco, una pomada para las picaduras que no me alivian nada las picaduras de las arañas y damos una vuelta por el pueblo. En un bar desayunamos y al salir nos despedimos. Yo me cojo un taxi que me deja en Liédana. Alejandro decide ir andando. Lo espero en el hostal Latorre que hay a la entrada tomándome una cerveza. Nos alojamos, comemos y nos vamos a visitar la Foz de Lumbier. Espectacular. Buitres incluidos. En ir y volver tardamos dos horas y media.
Hoy he acabado muy mal, después de la visita a la Foz. Me planteo abandonar o esperar a recuperarme dos o tres días, el pie derecho y los tobillos, tal vez efecto de las picaduras, lo tengo hinchado. Decido esperar a mañana.
Nos levantamos a las 6:30 y preparamos todo, bajamos a pagar pero no hay nadie. Nos tomamos un café mientras esperamos. Cruzamos el puente sobre el Irati y nos sacamos una foto, el agua va de color verdosa y nos acompañan millones de insectos mientras cruzamos el puente. A las 8 y 10 aparece el autobús. Alejandro se baja en Izco para seguir andando hasta Monreal, pues ha oído que el tramo Liédana-Izco no es demasiado bueno para su condición. Yo continúo hasta Pamplona con la intención de pasar un par de días en Puente la Reina esperando que mi pie y mi tobillo, a base de cremas, deje de estar hinchado. Llego a Puente la Reina a las diez y media, el albergue está cerrado todavía. Me voy a la calle Mayor y desayuno. Me planteo irme al hotel Jakue, así que me encamino hacia allí, está completo. Es fin de semana. De todas formas reservo habitación para el día siguiente. El hostal rural Bidean también está lleno. Así que me pongo a la cola en el albergue de los padres reparadores. Me ducho, lavo la ropa y la tiendo, me curo un poco los pies y se me acerca una noruega muy buena gente, con pinta de ser levantadora de pesos como poco, con una pomada "made in Noruega", me la pongo y me dice que me la quede. Ella no habla español y yo no hablo noruego así que nos entendemos con frases cortas en inglés del tipo: good, ok, thank-you y tomorrow.
Me voy a comer al mismo sitio donde comí el año pasado con Alejandro y donde se dejó olvidado su gorro y lo perdió en beneficio de un francés, que no entendería porqué le regalaba un gorro el camarero.
Llamé a Alejandro y me dijo que estaba con Jordi y Juan. Jordi decía que no se iban a quedar en Montreal (Monreal).
A la mañana siguiente, me curo los pies, se que no voy a andar pero es la costumbre de cada día. Cuando acabo me encamino a la cama de la Noruega para devolverle la crema y desvío la trayectoria hacia los lavabos cuando la veo sentada en su cama. Se está cubriendo sólo con una sábana, duerme en pelota picá. Casi me doy con el canto de la puerta de los lavabos por mirar donde no debo. Luego, cuando la intuyo vestida le devuelvo la crema con inclinaciones más de cultura japonesa que española.
El resto de la mañana, haciendo tiempo a poder ocupar la habitación del hotel Jakue, la paso deambulando por Puente la Reina y viendo marchar a los peregrinos, a pie y en bicicleta. Me inunda cierta tristeza por no poder seguir yo también.
Una vez en el hotel compruebo que desde mi habitación se ve el camino. Veo pasar peregrinos que tal vez comenzaron en Somport o Roncesvalles, o más allá. En una de mis miradas descubro a Alejandro y salgo a su encuentro. Lo acompaño al albergue y espero que se duche y lave la ropa. Comemos juntos y nos despedimos hasta la hora de cenar, y nos reencontraremos con Jordi y Juan que vienen por detrás.
Por la tarde me reúno con Juan, que acaba de llegar, y con Alejandro. Jordi ha decidido quedarse en Óbanos. Se ve que Jordi es hombre de pueblos pequeños y, en cuanto que el lugar es un poquito grande sigue hasta el siguiente o se queda en el anterior. No le gusta seguir la ruta de finales de etapa que vienen en las guías. Cenamos los tres juntos, nos sacamos unas fotos y nos despedimos hasta el día siguiente.
Por la mañana temprano voy a buscar a Alejandro. Me dice que Jordi llegó y se marchó con Juan a desayunar. Nos reunimos y nos volvemos a despedir, ahora definitivamente. A las once y media también me despido de Alejandro que se vuelve a Madrid. Es la segunda vez que llegamos a Puente la Reina, la primera, el año pasado desde Roncesvalles y este desde Jaca. Así que el año que viene puede que quiera hacer Puente la Reina-Burgos, por ejemplo.
Me levanto a las 5:30 horas, con la sensación de nerviosismo del primer día y la alegría de volver al camino. Miro al cielo, los nubarrones que comenzaron a aparecer en la tarde de ayer continúan cruzándolo, pero no llevan a compactarse y no parece que haya riesgo de lluvia. Aunque la salida de Puente la Reina no es larga, a mi se me hace eterna y apunto estoy de dar media vuelta y buscar un autobús que me deje en cualquier estación de tren para volverme a casa. Llego a la subida que hay al salir del pueblo y comienzo a subir, la recuerdo dura del año pasado, pero se me antoja más dura hoy. Por fin llego arriba y se baja hasta Mañeru, que se agradece que esté en un llano. A la salida, en la pared del cementerio más alejada del pueblo hay un banco, me siento y me quito las botas para darme un masaje, es el tercero de hoy, el primero fue después de levantarme, el segundo antes de la subida. Luego llego a Cirauqui con la intención de tomarme un café, entro en un establecimiento pero sólo dan pan y bollos. Continúo, cruzo la calzada romana por la parte más difícil, que son los escalones, sin darme cuenta que hay un sendero junto a ellos que lo hace más fácil. Cruzo campos de cereal y viñas, paso por Lorca y Villatuerta y sigo hasta Estella, me paro por enésima vez a darme un masaje en los pies a la entrada, en un parque con cesped junto a la iglesia del Santo Sepulcro. Continúo y decido no parar en el albergue, me voy al hotel que marca la guía, el hotel Irache, así que me quito para mañana una pequeña subida que hay a la salida de Estella y que recuerdo del año pasado, donde todavía amaneciendo se veía la fachada del Monasterio de Irache.
Subo esta parte que recuerdo igual de dura que el año pasado y bajo entre calles hasta la carretera, la cruzo y me dirijo al Monasterio. Una vez allí no localizo el hotel por ninguna parte, miro la guía, no lo entiendo ¿me lo habré pasado o estará por la parte de la carretera? Doy media vuelta y sigo la carretera sin encontrar el hotel hasta llegar otra vez a Estella, recorre sus calles y entro en el albergue. Mañana otra vez la puñetera subida. Como algo, y me acuesto sin cenar castigado por gilipo...
A las 4:30 horas ya están dando por culo en el albergue. Me levanto a las 5 presa de tanto trajín. Me voy a los lavabos de la planta baja y de aquí directamente a la calle a fumarme el primero de la mañana. Desayuno en el albergue café con galletas dos veces. Me despido de uno de los hospitaleros o de los dos no recuerdo o de ninguno y pongo pies donde ya los había puesto ayer. No se nota que cojeo porque lo hago de los dos pies, mal asunto. Vuelvo a subir Ayegui por tercera vez, dos entre ayer y hoy, y otro el año pasado, que Santiago me disculpe pero si el año que viene vuelvo lo hago este trayecto de tres kilómetros en taxi.
Vuelvo a pasar por el Monasterio de Irache, sigo adelante ¿y qué pasa doscientos o trescientos metros más allá? Pues que aparece el dichoso hotel Irache. Y lo peor de todo es que lo recordaba perfectamente del año anterior. Me siento en un banco y lo observo durante una hora sin saber si prenderle fuego o darme de cabezazos contra el asfalto. Decido continuar, porque recuerdo que después viene una zona muy bonita entre árboles. Y así fue. Pero para bajar a Villamayor me costó mucho esfuerzo y más para subir la rampa que hay al entrar en dicho pueblo. Como la hospitalera era guiri y me recordaba a Linda de Arrés. Decido quedarme. Lavo la ropa que no pude lavar ayer porque el tendedero del albergue de Estella es pequeño y estaba a tope y lo tiendo junto a la Iglesia de San Andrés. A las doce y media subo al pueblo, más todavía, pues el albergue está al comienzo del mismo. Muy chiquitín. La chica del bar sólo puede darme pan con queso y jamón. A la vuelta me hago una palangana con agua, sal y vinagre y los dejo allí un buen rato. Pero no hubo manera, este año era que no.
A las 7 de la tarde daban una cena en comunidad en el bar. Me senté en la primera mesa que pillé, todos franceses y la en la segunda mesa dos valencianos, la chica del bar me dijo que me cambiara mejor a la otra, así por lo menos tendría más conversación que con los franceses, me levanté y me senté con la pareja de valencianos. La chica francesa que estaba a mi lado puso una cara de pocos amigos cuando me cambié hasta que le explicaron porqué lo hacía. Luego nos invitó a vino. Era muy guapa y andaba empujando a los ciclistas que pasaban subiendo la cuesta de la calle, con los pies descalzos. Qué envidia. En la calle soplaba un viento frío que no permitía sentarse al fresco. Incluso en el interior del albergue hace frío. Es la primera vez que tengo que hacer uso del saco de dormir para resguardarme del frío.
A las 5:30 me despierto pero espero a que den la luz a las 6:00. Me arreglo los pies y me pongo un compeed en la planta del pie derecho y otro en el izquierdo, ambos en el mismo lugar, en la parte del pie que se une con el dedo gordo. Desayuno en el albergue, me despido de la hospitalera y me pongo en camino. Las sensaciones son buenas. Llego a una fuente y paso una carretera, luego un camino de tierra. Me paro porque creo que el compeed del pie derecho se ha movido y me está molestando entre los dedos. Me descalzo y compruebo que, efectivamente, el compeed está entre los dedos y sólo está sujeto al lugar donde lo coloqué por un hilo de goma. Tiro de él y me lo quito, hago lo mismo con el otro que me cuesta más arrancarlo pues está más pegado. Da igual que siga las instrucciones que vienen en el compeed como que no las siga. Da igual que le dé calor con la mano después de colocarlo durante dos minutos como que lo hago durante cien años. El compeed, al menos en mis pies, duran lo que un pastel en las manos de un niño. En esto estoy cuando me alcanzan la pareja de valencianos. Nos presentamos durante la cena del día anterior pero ya no recuerdo sus nombres. Lo siento, un saludo muy grande a los dos. El valenciano me dice que no puedo andar así, que llevo los calcetines húmedos, que tengo que llevarlos secos porque si no los pies... no recuerdo qué me dijo, hace tres meses que volví del camino y en el diario no lo puse, pero seguro que algo muy malo. Lo que si me recomendó fue que comprara calcetines tipo "cool max" o algo parecido. Miro la guía y me propongo hacer la siguiente parada, para cambiarme los calcetines, cuando cruce el río Cardiel, pero no recuerdo ningún río antes de llegar a Los Arcos. Me paro cuando ya tengo a la vista la ciudad. Luego hago una fotografía la fuente que hay a la entrada, llego a las puertas del albergue a las once menos diez. Buena hora para seguir. Pero hoy , aunque no lo sepa, va a ser mi último día de camino.
Poco más de 130 kilómetros con las botas que llevo me han ido destrozando los pies y acabando con la moral que tenía intacta cuando salí de Jaca. La intención de hacerle una visita al Santo por tercera vez tendrá que esperar para dentro de algunos años, porque no pienso volver hasta dentro de tres o cuatro años.
Nota: Esta última reflexión la hice cuando volví a Sevilla. Han pasado tres meses y estoy deseando volver a él. Así que: Somport, espérame que a finales de mayo estoy allí, s.D.q.
El resto de los días que pase alrededor del camino sin andar fue un: a ver si puedo... pero no pudo ser.
De Los Arcos me fui a Burgos para intentar lo mismo que intenté desde Puente la Reina. Una vez en Burgos me planteé llegar a Santiago desde León, luego desde Ponferrada, luego desde Villafranca del Bierzo, desde Sárria, incluso, comprobando que ya había hecho más de cien kilómetros, desde el Monte de Gozo. Pero, ¿a quién estaba intentando engañar? Desde Burgos me volví a Madrid y de aquí a Sevilla.
¡Hasta el año que viene! Buen camino.