Este año, como el anterior, me las prometía muy felices y pretendía hacer el camino entero desde Somport. Pero tampoco este año pudo ser. ¡Qué se le va a hacer! Otro año será.
A las 15:00 horas el amigo Salvador, peregrino de pro, comprometido para hacer el camino el año que viene, me hace el favor de acercarme a Santa Justa para pillar el AVE de las 17:00 horas a Madrid. Hacemos tiempo almorzando un bocadillo, luego nos despedimos. Una vez en Madrid me voy al hotel que me ha reservado la compañera Lara, no Croft.
A las 9 de la mañana después de un buen desayuno salgo del hotel y recibo una llamada de Alejandro, me espera en Atocha. Me voy andando hacia allá y nos damos un abrazo, hace un año que no nos vemos. Nos vamos a la cafetería de la estación donde sí se puede fumar y entre café y café nos ponemos al día de nuestras vidas. Cargo el móvil con 50 euros para no tener problemas con las llamadas. La mujer me da el ticket y me dice que cuando lo reciba mire bien el mensaje porque algunas veces se recibe uno diciendo que la carga es correcta y luego es que no. Recibo el mensaje de carga efectuada.
A las 10 y pico mientras me despido de Alejandro me encuentro con la compañera Beatriz Díaz que ya no trabaja con nosotros, dice que le da envidia y que le encantaría hacer el camino, pero tiene trabajo y no puede ser.
A las 12 estoy en Zaragoza y mientras voy y vengo haciendo tiempo compruebo que los 50 euros del móvil han desaparecido. Llamo al teléfono que viene en el ticket y consigo hablar con la mujer que me hizo la recarga. Me dice que si no recibo el mensaje afirmativo de la carga me pase por la tarde a recoger los 50 euros ¿¡Desde Zaragoza!? Pero hubo suerte y no tuve que volverme a Madrid.
A las 15:20 me subo en el Canfranero, el mismo vagón de tren que cogí el año pasado con Alejandro. A mitad de camino hace una parada para regocijo de los que somos fumadores. En la estación de Canfranc nos bajamos los que quedamos y que en su mayoría somos peregrinos. Son las 19:15 horas y todavía nos queda coger un autobús que nos suba a Somport. A las 20:00 horas como un clavo aparece el autobús. Yo me bajo junto al desvío que tira hacia el hotel Santa Cristina y aquí me quedo. Duchazo, tapa, cerveza y a la cama.
Me levanto a las seis y pico. Me aliño los pies a base de alcohol de romero y neutrogena para pies, obsequio de mi madre, y comienzo a meter todo en la mochila, cuando ya la tengo cerrada y estoy listo para salir de la habitación descubro un pantalón sobre la cama. ¿Cómo habrá llegado hasta ahí? Vuelta a abrir la mochila y sacar todo para dejar el pantalón en la bolsa correspondiente. Una vez listo miro y remiro la habitación por si me dejo algo. Desayuno en el comedor del hotel a base de café con leche frío, tortilla de patatas fría y enguachinada, y tostadas frías porque no había forma de que el tostador se calentara. A las 8 y media salgo del hotel y me voy a la carretera a la espera del autobús, aparece a las 8:52, poco después estoy en Somport. Esto parece desierto, no se ve un alma. Sin pensarlo dos veces bajo los escalones que dan inicio al camino y luego sobre la hierba mojada, barro, agua y un sol que quitaba el sentido. Primero iba con cuidado para no resbalar, luego a lo que mis piernas daban de sí, hasta que resbalé y caí sobre una rodilla en la hierba, el pantalón que estrenaba de trecking ya estaba bautizado de barro. Había lugares en los que resbalar hubiera generado una caída en dirección hacia el río de aguas turbulentas que corría más abajo. Afortunadamente el lugar del resbalón no era demasiado peligroso. A lo largo de la bajada debí de dar como veinte traspiés, era lógico que en alguno acabara en el suelo. Ríete tú de la bajada de la Cruz de Hierro hasta Molinaseca. En algunos tramos sombríos en plena montaña se notaba como la tierra había sido escarbada, ¿serán lobos? Pero una huella me hizo pensar que el lobo debía tener una zarpa considerable, así que me replanteé la pregunta ¿serán osos? Seguí andando considerando las posibilidades de tirarme montaña abajo en caso que apareciera alguno. Afortunadamente no aparecieron ni unos ni otros, ni nada, allí no había ni dios.
En Canfranc pueblo no había nada donde tomarse algo. Un perro, mejor dicho, una perra, se llamaba Lola, se me echa encima, atravieso el bastón y no me mordió porque la dueña estuvo al quite en el momento oportuno, que si no me hubieran tenido que poner la canina o a la perra la paquina... pues eso, que en Canfranc pueblo no había nada y yo iba ya más cansado que un cargador de Semana Santa.
A la salida de Canfranc me encuentro con una pareja que venía en sentido contrario disfrutando del buen día con un paseo por el monte desde Villanúa. Les pregunto si queda mucho para el pueblo, el hombre se sonríe cuando la mujer me responde que nada, media hora como mucho. ¿Qué iba a decir la pobre? Efectivamente, una hora y pico después entro en Villanúa y aquí me quedo. Es preciso antes de hacer el camino entrenar, es preciso antes de hacer el camino entrenar, es preciso... pero yo como el que oye llover. El dolor en los gemelos y en los muslos de las piernas era considerable. Como tampoco llevo guía del camino tampoco sé si aquí hay albergue, tampoco me preocupa, me acerco a una especie de hotel u hostal que parecía cerrado, aquí parece todo cerrado, llamo al timbre y aparece un hombre. Me quedo y después de una ducha me doy con voltarén en las piernas, alcohol de romero y neutrogena en los pies, aspirina para la cabeza y un almuerzo para recuperar fuerzas. Desde una silla en el balcón de mi habitación tiendo la ropa que he lavado en la ducha y compruebo como va cambiando el tiempo, primero se nubla luego comienza a correr un viento frío que pela y por último se pone a llover. Los picos de las montañas que diviso desde el balcón parecen ir cubriéndose de nieve.
Por la tarde, como sigue lloviendo decido acercarme a la tienda de la gasolinera que en distancia está más cerca que el restaurante donde almorcé. Me aprovisiono de lo que tienen, que no es mucho y hago una cena espartana. A las diez de la noche me meto en el catre.
Me levanto a las 6:30 y una hora después estoy en la tienda de la gasolinera tomando un café de máquina, nada más salir se pone a llover, como lo hace flojito me paro y le pongo la funda a la mochila y yo sigo protegiéndome con la capucha de la sudadera. Pero algunos kilómetros más allá tengo que pararme y sacar la capa de lluvia. Como no llevo guía no sé cuántos kilómetros hay desde Villanúa a Castiello de Jaca pero se me hace eterno, sin embargo el tramo es mucho mejor que el de Somport a Villanúa. Para llegar a Castiello hay que subir, subida que acaba en la iglesia, sigue lloviendo y me paro al resguardo de sus muros a echar un cigarrillo. El voltarén no ha hecho efecto y las piernas me duelen desde la ingle hasta el dedo gordo de ambos pies. El siguiente trayecto hasta Jaca se me hace más corto. A la salida de Castiello hay que atravesar el río por unas piedras, las horizontales están bajo el agua y las verticales sobresalen pero andar sobre ellas de piedra en piedra lo considero una autentica locura, pues un pequeño desequilibrio significa acabar en el agua. Así que me descalzo, ato las botas a la mochila y el agua está helada, me cubre hasta la rodilla, pienso en volverme atrás, pero no hay otra opción, o tal vez sí, más arriba se ve un puente y una carretera. Continúo, apoyando las manos en las piedras verticales voy avanzando hasta que alcanzo el otro lado. Me siento en el suelo y vuelvo a calzarme. Llego a Jaca a las 11:30, pero debo llevar chinchetas en lugar de plantillas y decido quedarme en el albergue donde el año pasado comenzamos el camino Alejandro y yo.
El albergue lo abren a las 16:00, callejeo un poco y luego entro en la cafetería o lo que sea "Pilgrim" donde pico algo durante dos horas. A las 15:00 ya estoy montando guardia en la puerta del albergue. Nada más entrar lo primero que hago es lavar la ropa que llevo puesta y cuidarme los pies y las piernas. Ya me ducharé mañana, o más tarde, o pasado mañana, o dentro de una hora o dos.
En el albergue hablo con uno de los seis peregrinos con los que coincidí en el canfranero. Se ha quedado rezagado porque tiene un "espolón" en el pie, ¿o era en el cerebro? No lo recuerdo exactamente, creo que era en el cerebro. El espolón hacia que no pudiera caminar bien porque se le inflamaba el cerebro ¿o era el pie?, puf, qué memoria la mía.
Tengo móvil nuevo. Es decir, que lo compré poco antes de comenzar el camino. Todavía no domino la mayoría de las opciones que tiene.
A las diez de la noche todos estamos acostados y nadie parece decidirse a levantarse para apagar las luces. A las diez y media se apagan por fin. A las once suena mi móvil con su característica musiquilla de cachondeo. Intento por todos los medios apagarlo pero en la oscuridad y sin las gafas no doy con la tecla, se activa y oigo a Alejandro que me llama, le digo en voz baja que estoy en el albergue durmiendo, espero que entienda y corte la llamada, pero continúa hablando y se oye en toda la habitación, meto el móvil debajo del colchón intentando apagar el sonido pero no hay manera, la voz de Alejandro me llega a través del colchón. Una vez pasado el mal rato me levanto y desde un balcón de los aseos llamo a Alejandro. Hablo en voz baja por si acaso y le pongo al día del camino.
De vuelta a la cama intento dormir de costado, pues boca arriba ronco como una sierra contra un tronco. No sé que tiene la cama que hace que acabe boca arriba, cuando me despierto porque soy consciente que estoy roncando vuelvo a tomar la posición de costado, pero cuando no, el vecino del espolón en el cerebro toca con sus nudillos la tabla de cama para llamarme la atención: toc toc. Y así toda la noche. Por la mañana considero que si el del espolón no hubiera dormido la siesta hubiera tenido un sueño más profundo. La próxima vez que se compre unos tapones o que se meta el bordón por el culo. En la medida de mis posibilidades procuro evitar los albergues y coger alguna pensión o algún hotel. Afortunadamente no volví a verlo más.
En las bajaditas voy a paso de tortuga, como viene siendo habitual este año y los dos anteriores, en llano no voy mal y subiendo bastante bien. Debe ser la posición del pie dentro de la bota al pisar según la inclinación del terreno.
El camino va muchas veces junto a la carretera, por fuera del inexistente arcén y todo el tiempo expuesto al tráfico.
Cuando llego a las casas del campamento militar abandonado descubro que no lo está del todo. Hacia mí viene un pelotón de infantería. Me los cruzo en el punto que abandonan el sendero y se van metiendo entre los árboles y las hierbas altas que crecen junto a ellos, en dirección al río Aragón. Al final del poblado otro grupo de infantes monta una tienda enorme. Uno de ellos con los brazos extendidos sobre su cabeza sujeta dos extremos de tubo que intenta encajar sin lograrlo. Otro a su lado le dice que lo meta con suavidad, que con suavidad y cariño todo entra. El comentario va más dirigido a una infante que al que está intentado acoplar los tubos de la tienda.
Intento andar con normalidad para que no se me note que tengo los pies hechos polvo. El legado del primer día, la bajada desde Somport, me está pasando factura y los gemelos y muslos me duelen una barbaridad. Las bajadas las hago pasito a pasito. El camino sube primero para hacer una corta bajada hasta el hotel Aragón, pero muy inclinada. Debo tardar al menos media hora en bajar y me tengo que parar a quitarme las botas un par de veces. Es el segundo año consecutivo que paso por aquí y este año lo recuerdo peor que el anterior. Y como no hay dos sin tres, el año que viene prometo volver - con el amigo Salvador- para ver si consigo vencer sin dolor este tramo del camino de Santiago. A pocos metros del alto me adelanta un alemán y me pregunta si voy bien. Le digo que sí. ¿Qué le iba a decir, que no? ¿que me llevase a cuestas? Este mismo alemán, el día anterior en el albergue de Jaca, discutía con la hospitalera por una toalla. El alemán no entendía por qué tenía que pagar por una toalla para secarse si no quería comprarla. No sé cómo acabó el asunto de la toalla. En el alto me lo encontré de nuevo, junto al cartel que describe las vistas, sacando un montón de ropa mojada y colocándola sobre el cartel, luego la escurría, se ve que pesaba bastante en la mochila. Como me veía renquear me ofrece compeed, yo declino el ofrecimiento y lo invito a un cigarro que fumamos entendiéndonos como buenamente podemos. Al final lo dejo con su ropa y comienzo la bajada. Un cuarto de hora después en mitad de la baja me pasa como una moto, no andaba, corría, iba detrás de una española cuadrada que también corría en la bajada. Justo en la terminación de la bajada me salgo del camino y salto el quitamiedos de la carretera para dirigirme al hotel, ya que el camino pasa por detrás del hotel y para llegar a él habría que seguir adelante unos cientos de metros y luego retroceder por la carretera.
Un café primero, una cerveza después y decido quedarme para no forzar más mis piernas y que mañana sea un día razonablemente bueno.
A las 8 y media estoy dispuesto para comenzar pero tengo que esperar que aparezca alguien del hotel para pagar. Me tomo un café cortado y comienzo a andar a las 9. El camino tiene ligeras subidas y bajadas, pero a pesar del dolor de piernas voy bien. Lo que no consiga una buena cama y un buen descanso no lo consigue nada. Cuando llevo andado unos dos kilómetros y llegando al final de una subida veo dos cachorros que me dan muy mala espina, aparecen y desaparecen en el horizonte del final de la subida. Me detengo, no parecen cachorros de perros, más bien parecen.... me doy la vuelta. Ando hacia el hotel Aragón un kilómetro y corto entre los sembrados en dirección a la carretera. Son tres kilómetros por carretera sin arcén y con mucho tráfico. Cuando viene algún camión tengo que salir a los sembrados y esperar que pase. Terrible. Cuando estoy a la altura del lugar en el que me di la vuelta veo un montón de ovejas pastando, algunos perros y... algunos cachorros de perro. Pero bueno, uno se pone a pensar, un camino solitario, primavera, epoca de cría de los cachorros..., y una pregunta: ¿hay lobos en esta zona? Respuesta: Ni pajolera idea. Otra pregunta: Si son cachorros de lobo ¿andará la madre muy lejos? Respuesta: Me voy por si acaso.
Una vez en Santa Cilia de Jaca, pueblo donde los servicios son inexistentes, a parte del albergue, muy bueno, por cierto, y posiblemente un bar, como seguramente estaría cerrado no me aventuro a buscarlo aunque ya son las once de la mañana. Me siento un rato en un banco junto al peregrino de hierro y sigo andando. Al pasar por una casa me sobresalta por la derecha un perro que comienza a ladrarme con saña, es negro como el diablo y seguro que ese es su nombre y tiene un cabezón de cuidado, vamos que te da un mordisco y no te suelta hasta Santiago, intento acelerar el paso para dejarlo atrás pero me sigue sin dejar de ladrar, tentando estoy de parar y darle un bastonazo, pero puede más el miedo que el valor y sigo andando, a cien metros se cansa y deja de seguirme, pero sigue ladrando. Renqueando llego a Puente la Reina de Jaca y el dolor de pies continúa. Me acerco al hotel y está cerrado. Decido irme a Pamplona, el autobús pasa a 14:00, un vecino que me reconoce de Santa Cilia se ofrece a llevarme a Arrés, me lo pienso un par de veces pero le digo que no, el año pasado estuvo bien la estancia en el albergue de Arrés, con su cena comunitaria y tal.
En Pamplona cojo un hotel cercano a la estación de autobuses por la que me doy una vuelta por la tarde, leo un cartel que dice que a las 10 de la mañana sale un autobús para Roncesvalles. A la mañana siguiente con la mochila me encamino a la parada y descubro que a las 10 de la mañana sale un autobús para Roncesvalles pero a partir del 1 de julio. Me voy a Puente la Reina y me alojo en un hotel. Decido esperar hasta el día 4 a Alejandro para comenzar a andar desde aquí, lugar en el que acabó el año pasado. Y así paso los días de espera, cuando no tengo alojamiento en Puente la Reina me vuelvo a Pamplona y otra vez a Puente la Reina.
El día 4 por la tarde llega Alejandro y después de cenar nos volvemos al hotel donde tengo alojamiento. Después de mi mal comienzo y esta espera de cinco días mis ánimos están por los suelos.
Alrededor de la 8 de la mañana tras un café en el hotel nos vamos a la calle principal y desayunamos un poco. Luego continuamos hacia la cuesta que ha de venir tras salir de Puente la Reina. Alejandro decide ir por la carretera, yo tiro por el monte. Me llama por teléfono cuando llega a Mañeru y yo acabo de terminar la subida y comienzo la bajada hacia el pueblo. Reposo un poco en la fuente que hay a la entrada y continuamos hacia Cirauqui donde sellamos y tras pasar la parte de ruinas romanas seguimos hacia Lorca. Hace un calor de aúpa. Nos quedamos en el albergue "La bodega del camino", en una habitación con 4 literas, además de Alejandro y yo, también hay tres italianas talluditas. Una de ellas, la que duerme pegada a Alejandro le va a dar la noche con sus ronquidos. A parte de visitar el pueblo, y sentarnos junto a la fuente mil veces a lo largo del día no hay nada especial que contar.
No podemos desayunar en Lorca porque no hemos avisado el día anterior. En Estella nos paramos frente a la Iglesia del Santo Sepulcro y tomamos unas fotos, me refresco los pies sobre el césped y continuamos la subida hacia Ayegui. En la fuente del vino nos tomamos un vasito que no nos sienta demasiado mal para ser tan temprano y nos calienta el estómago. Entramos en la cafetería del Hotel Irache y pedimos un par de bocadillos de chistorra, cuando nos los sirven pienso que no voy a poder con él, es enorme, pero nos lo comemos en un plis plas. Además nos llevamos otro de repuesto para más tarde. Luego continuamos y cruzamos el paso subterráneo lleno de grafitis. Seguimos hacia Azqueta con el sol calentando de lo lindo aunque algo menos que ayer. Los dos últimos kilómetros hasta el aljibe medieval se me hacen terroríficos de andar y pienso que me va a dar algo, estoy tentado de tirarme al suelo y dormir todo el día sobre la hierba, Alejandro va bastante por delante y cuando llego al aljibe ya le ha sacado varias fotos. Voy de muy mala hostia, no es posible que otro año más vaya tan hecho polvo de los pies después de andar unos pocos kilómetros. Tengo que mentalizarme para seguir y decirme que no queda mucho para Villamayor. Nos alojamos en el albergue que hay al entrar, y en el que ya estuve el año pasado. Alejandro ocupa la litera y cama que ocupé yo el año pasado. Antes de entrar mi mochila y ocupar otra cama llega otra hospitalera y se van las dos a Estella de compras, dicen que tardan media hora en volver, el albergue abre a las 13:30, y ya son las 13:35. Todos los peregrinos que pasan o bien se van al albergue que hay más arriba bien continúan camino. Una hora y media después aparecen las hospitaleras pidiendo disculpas y podemos entrar y ducharnos. Nos comemos los bocatas de chistorra que compramos en el Hotel Irache y luego lavamos y tendemos la ropa que llevábamos puesta. Cada media hora volvemos al tendedero para ver como sigue el secado, no hay mucho más que hacer, el tendedero está en el césped que rodea la Iglesia. La torre está llena de andamios, así que puede que si el año que viene vuelvo a pasar por aquí podré contemplarla restaurada. A las siete y media de la tarde hacemos la cena en el bar del pueblo, nos toca frente a un matrimonio de Malasia. Cada vez vienen de más lejos. El año pasado había un montón de alemanes y franceses y este año veo más italianos.
A las seis de la mañána poco más o menos nos levantamos y desayunamos café con pan y galletas. A las siete menos cuarto comenzamos a andar. Llegamos a Los Arcos alrededor de las 10 de la mañana. Volvemos a desayunar y nos vamos directamente a uno de los bancos de piedra que tiene el albergue de Los Arcos, con la intención de curarme un par de dedos de un pie. Una hospitalera sale y nos dicen que tenemos que irnos. De la mala hostia que me entrar ni me curo el pie ni nada y salgo pitando y dejando a Alejandro atrás camino de Torres del Rio con la mochila abierta y las botas desatadas.
"Ya comprendo, ya comprendo" decía la hospitalera.
Sí, ya se ve que comprende. No la mandé a hacer puñetas porque el termómetro de la mala hostia no había llegado aún a cien.
En el diario que voy escribiendo cada jornada tengo puesto que nunca más me quedaré en este albergue, pero cuando lo transcribo al ordenador ya ha pasado casi un año y el malhumor hace meses que remitió. Además, es un buen albergue. Antes de llegar a Sansol me quito las botas y me pongo las chanclas de la ducha. Voy mejor y han dejado de dolerme los pies. Estoy tentando de tirar las botas. Ahora comprendo perfectamente a aquel peregrino que hizo el camino con las zapatillas de andar por casa. La bajada de Sansol a Torres del Rio es criminal llena de pedruscos y pedruscones, y no menos criminal es la entrada cuesta arriba a Torres del Rio. Nos vamos al albergue Casa Mari. Ocupamos una habitación con dos literas. Como somos los primeros en llegar a esta habitación cogemos cada uno la cama de abajo. Comemos y cenamos en el mismo albergue. Utilizando la nevera prepago que tiene la Mari. A medio día comemos alubias con chorizo al microondas, y de segundo tortilla de patatas al microondas. Por la noche cenamos algo ligerito, alcachofas con jamón al microondas.
Por la tarde visitamos la iglesia del Santo Sepulcro que tiene el pueblo y es octogonal. Ya tenía prevista visitarla cuando llegamos, pero nada más entrar ya estaba recorrida. Nos hicimos unas fotos con permiso de la mujer que la enseñaba. Según avanza el día tienen que sacar colchonetas para que la gente que llega pueda dormir, se llenan de colchonetas el comedor, el patio de abajo y el patio de arriba. No se puede dar un paso, no quiero ni pensar lo que será esto en verano.
Salimos temprano, son las seis y cuarto y ya por el horizonte se ve que el sol también va a dar por saco hoy desde primeras horas de la mañana. Vamos por caminos de tierra, luego Alejandro se va por la carretera y yo por la tierra, luego los dos por la carretera y otra vez por tierra. La Mari nos dijo que el camino es rompepiernas y la carretera mataburros. En Viana desayunamos café y bocadillos de jamón con pimiento verde. Atravesamos la ciudad y seguimos del tirón hasta Logroño, previa parada en Casa Felisa para sellar. Yo me voy a un hotel, el primero que veo y a desgana también se apunta Alejandro.
Paseando por Logroño, Alejandro compra una bota de vino, yo no quiero cargar con más cosas pero acabo cayendo en la tentación y me compro una con un Santiago sellado al cuero.
Salimos temprano de Logroño y tras dejar las calles y un parque proseguimos por un andadero por el que va gente paseando o haciendo footing. Este andadero acaba en el Parque de La Grajera, aquí nos hacemos unas fotos. Hay un bar que recuerdo de dos años atrás y que todavía no está abierto. Algunos peregrinos se acercan con la misma intención que nosotros pero al verlo cerrado se dan la vuelta, es una pena, con la bonita vista que tiene del lago. Más adelante sellamos donde está otro de los personajes del camino, Marcelino. Luego continuamos por una carretera secundaria o terciaria, cualquiera sabe. Arriba nos espera la alambrada de la autopista llena de cruces de madera que los peregrinos van dejando. Le indico a Alejandro el hecho de las cruces y me responde que no las ve. Hasta que no cae en lo que le indico no saca la cámara para hacer la foto de rigor. Antes de llegar a Navarrete vuelvo a cambiar las botas por las zapatillas de la ducha que se están convirtiendo en mi segundo calzado. Nos quedamos en Navarrete puesto que para el siguiente, que es Nájera tendríamos que andar 17 kms más.
Nos alojamos en el albergue rural Los Cántaros. En este albergue se había quedado hace dos años la compañera Lola y guardo un buen recuerdo de aquella vez.
Nos vamos a comer al circulo deportivo pero como no han abierto todavía el restaurante comemos de pinchos en la barra. Lo mismo nos ocurre en la cena. Los pinchos están todos muy buenos y nos ponemos las botas.
Por la tarde lavamos la ropa y la tendemos, luego comienza a tronar y a llover, a pesar de todo la ropa se seca en los intervalos en los que no llueve.
Como siempre salimos temprano, tenemos que ponernos los ponchos porque llovizna, el trozo de calle-carretera que va desde Nájera hasta el comienzo de los viñedos está infectado de ranitas, han debido de llover. El camino más adelante está completamente embarrado, pero no embarrado con barro duro, sino líquido, es un autentico batido de chocolate. A veces tenemos que pegarnos tanto a uno de los lados del camino pisando ramas que hacemos equilibrios por no caernos, algún que otro resbalón queda en un susto cuando recuperamos la verticalidad, el camino hasta Nájera está terrible. Algún agricultor que pasamos junto a alguno de estos charcos nos dice que deberíamos quejarnos a los responsables del camino para que lo adecentaran y no se formaran estos barrizales inmensos e intransitables. Yo pienso que este tipo de cosas forma parte del encanto del camino. Naturalmente no pienso quejarme, bastante me quejo ya de mis propios pies.
Cruzamos el río y nos damos un homenaje en un bar, que tiene mesas en la calle, a base de bocadillos y cervezas.
La salida de Nájera es cuesta arriba, Alejandro se adelanta y desaparece mientras yo subo a ritmo cansino. Voy alternando las botas y las chanclas. Una vez en la carretera, con Azofra al fondo sobrepaso a un peregrino sentado en la hierba comiéndose un pan con un buen trozo de chorizo. Según me voy acercando al pueblo contemplo que también se acerca por el fondo del pueblo un nubarrón negro. Acelero el paso: a ver quién llega antes. Llego antes yo por minutos. Luego comienza una granizada en plan bestia acompañado de rayos y truenos tremendos, me acuerdo entonces del peregrino que estaba con el pan y el chorizo, y ningún sitio donde refugiarse desde donde estaba hasta el pueblo. Se habrá puesto perdido.
El albergue está muy bien, un pedazo de patio con un estanque para meter los pies y un tendedero, sillas para disfrutar del sol (que salió tras la tormenta), un pedazo de comedor con una buena cocina, y celdas independientes de dos camas. Bastante bien, de los mejores en los que he estado.
Alejandro se va a hacer fotos al pueblo por la tarde y yo descanso en el patio escuchando música en la radio, con los pies sobre otra silla. Comemos y cenamos en el mismo sitio.
Comenzamos a andar temprano, llegamos a un lugar antes de Cirueña que está en obras, es enorme lo que están haciendo en este lugar, antes hay un campo de golf, menos mal que no hay nadie jugando, porque el camino pasa al lado, seguro que alguna vez un peregrino se ha llevado un bolazo. Otra abominación más para el camino de Santiago. Entramos en Cirueña para tomar algo y luego retrocedemos para retomar el camino. En un alto del camino con la vista ya en Santo Domingo Alejandro se da cuenta que se ha dejado el bastón en la cafetería de Cirueña. Llama por teléfono al ayuntamiento y quedan en llevárselo a la oficina de correos de Santo Domingo. Y así ocurrió. Yo tengo ganas de quedarme en el Parador pero Alejandro no se apunta y entramos los dos en el albergue. Por la noche tampoco se apunta a comer en un restaurante cercano. Y comemos más barato en otro que está al lado. Alejandro se echa una siesta y ronca. Uno de los extranjeros que ocupan el módulo de cuatro camas junto a nosotros le amonesta y le dice que por la noche duerma de costado. A mí me pareció perfecto. Si puedes evitar roncar durmiendo de costado y no molestar me parece estupendo. Pero por la noche estuve a punto de buscar una de mis botas y rompérsela al extranjero en la jeta. El tío roncaba una bestialidad. Me puso de muy mala hostia el comentario que le había hecho a Alejandro la tarde anterior.
Alejandro se adelanta, los pueblos van pasando con un dolor de pies y alternancia de calzado que pienso que cuando llegue a Villamayor del Río me vuelvo a mi casa. Me tomo una cerveza en el Restaurante que hay en la carretera junto a otro edificio que parece un puticlub. Al rato me parece ver a alguien parecido a Alejandro saliendo del pueblo y ponerse en marcha hacia Belorado, retomo el camino y salgo tras él pero no consigo darle alcance. Llego hecho polvo, ni botas ni chanclas me alivian, paso un albergue, paso otro, otro más, joder cuántos albergues, ¿y Alejandro, a dónde se ha ido? ¿al último? Seguro que cae fuera del pueblo. Lo llamo por el móvil, me dice que siga, tentado estoy de quedarme en el próximo que vea, que tampoco es. Hoy hace un calor sofocante, y la cabeza está comenzando a echar humo también. Callejeo siguiendo las indicaciones de Alejandro hasta que doy con el albergue que ha elegido, no lo atravieso con mi bastón porque mi mal humor es interior. El albergue está muy bien, con piscina incluida, pero hay que hacer cola para ducharse y lavar la ropa.
Por falta de tiempo, hoy es el último día de Alejandro. Seguimos el ritual peregrino, ocupar una cama, yo la de arriba, ducharnos, lavar la ropa, tenderla e irnos a comer, comprobar cómo va la ropa tendida, callejear, tomar fotos, visitar lugares, comprobar cómo va la ropa tendida, tumbarnos en el cesped, comprobar cómo va la ropa tendida, callejear, tomar fotos, y así todo el tiempo, sin olvidar comprobar cómo va la ropa tendida, que de tanto comprobar parece que no se seca nunca. Cuando ya está casi seca se pone a llover un poco. Pero es un nubarrón de paso, como nosotros.
El día 13 me voy con Alejandro a Burgos hasta que nos despedimos en la estación, el 14 me voy en autobús a Ponferrada.
¡Qué dolor de pies! Nada más salir comienza a llover y tengo que ponerme el poncho. Una hora después deja de llover. Desde Ponferrada hasta más allá de Camponaraya es asfalto y cemento, más allá de Cacabelos también. Además, hay un cruce con un montón de flechas que los peregrinos nos detenemos, consultamos nuestras guías y seguimos sin saber para donde tirar. Como uno tira pa’lante, los demás le seguimos y acabamos pasando por un pueblo que se llama Valtuille de Arriba que no me suena de nada, pero yo sigo a los que van por delante y llego a Villafranca del Bierzo a la pata coja. A la entrada me pego a la pared de la izquierda porque recuerdo a un par de perros en el chalet de la derecha del año 2005, allí siguen y con la misma mala leche. El empedrado de Villafranca me destroza más los pies de lo que ya los tengo, se ve que cuando lo pusieron pensaron exclusivamente en los peregrinos para joderlos más. Así que ando por el centro de la calle que tiene piedras lisas.
En la guía que llevo dice que el bar restaurante Compostela tiene un "buen menú de peregrinos", después de comer arranqué la hoja de la guía y la tiré a una papelera. Y me acordé de toda la familia del Pombo.
En la habitación de literas que ocupo hay algunas extranjeras, dos de ellas están ahora solas subidas a la litera de arriba, dándose un masaje, cuando me ven entrar se echan a reír, porque la que está debajo gime de placer como si estuvieran haciendo otra cosa. Las saludo, cojo algo de la mochila y me vuelvo a ir.
Por la tarde compro un bocadillo y me lo como por la noche en el albergue con una coca cola.
Pensé que tras un buen sueño me levantaría como siempre, repuesto de todos mis males en los pies, pero no fue así. Salgo del albergue y voy siguiendo las flechas hasta que dejo de verlas, una vecina que está asomada al balcón me orienta, si no es por ella todavía estoy buscando flechas. Cuando llego al andadero junto a la carretera me comienzan a doler los pies, me paro y me pongo las chanclas, voy igual de mal y encima se pone a llover, cinco minutos después deja de hacerlo y sale el sol, el calor se deja sentir. En Pereje no puedo más, me quito las botas y las mando a hacer puñetas, en alguna cuneta se estarán pudriendo. Continúo con las chanclas hasta el hostal que hay a mano izquierda al entrar en Trabadelo, pregunto por los autobuses y me dicen que hasta el lunes no hay nada. Me quedo a pasar el día aquí.
Decido no quedarme en Trabadelo a esperar el autobús hasta el lunes, con un día de aburrimiento es suficiente. Desayuno y me voy, nada más pasar al andadero comienza a llover, cuando llego a la altura del hotel restaurante que hay un kilómetro antes de A Portela se pone a llover más fuerte. El bar está a tope, como casi siempre que he pasado por aquí, pregunto por autobuses y me responden que hay uno que está a punto de pasar y llega hasta Ponferrada. Salgo y espero, una hora después vuelvo a preguntar y me dicen que ya ha pasado. Resulta que no era un autobús sino un minibus, así que cuando llegó no le eché cuenta. Me quedo y al día siguiente me vuelvo a Ponferrada, y de aquí a Santiago, como sólo tengo un encargo doy una vuelta compro el encargo y como ya no me considero peregrino me olvido incluso de visitar la Catedral y saludar a Santiago. Hago propósito de no volver al camino por lo menos en un par de años. Pero... ya estoy preparando el del 2008, y este año ya he comenzado a entrenar, a la tercera va la vencida, dos años consecutivos haciendo el vaina han sido suficientes. La compañera Pepa y yo nos vemos en Roncesvalles en mayo. Buen camino.