Camino de Santiago 2000
01. Santo Domingo de la Calzada - Burgos
02. Burgos - Carrión de los Condes
03. Carrión de los Condes - León
04. León - Astorga
05. Astorga - Villafranca del Bierzo
06. Villafranca del Bierzo - Sarria
07. Sarria - Santiago de Compostela

Santo Domingo de la Calzada - Burgos

Primera etapa:
26 de febrero de 2000

75 kilómetros
4 horas 20 minutos
Media: 17,23
Salida: 8,45
Llegada: 13,25

Amanece un día espléndido, soleado, primaveral, pero de primavera del sur. Un buen día para empezar cualquier cosa, y particularmente el Camino de Santiago. Empiezo frente a la Iglesia de Santo Domingo de la Calzada.

Me lanzo al Camino con la ilusión y la alegría de un niño que entra por primera vez en un parque infantil.

Está muy bien señalizado. En toda esta zona de Santo Domingo el Camino está muy presente. Aunque al principio voy por andaderos recientemente creados, paralelos a la carretera, pronto se adentra en el interior para buscar los pueblos propios del Camino.

El primer pueblo que atravieso es Grañón, así me lo dice el rutómetro y la propia señalización a la entrada. Las flechas amarillas me guían perfectamente a través del pueblo y así lo harán a partir de ahora por la mayoría de los sitios por donde pase. Me encontraré flechas amarillas pintadas en la carretera, en las fachadas de las casas, en los postes, en las piedras del campo, ..., hasta en los contenedores de la basura he visto flechas amarillas (me imagino que al basurero que lo manipule no le dará por darle la vuelta al contenedor). Otra guía será mi propio rutómetro que llevo sobre la bolsa del manillar. Será mi compañía que me indicará a cada paso, me dirá lo que falta para el siguiente pueblo, lo que falta para terminar el día, si viene subida, si el tramo es duro. No sé cómo no lo he gastado en el Camino de tanto mirarlo, a veces de forma compulsiva, para ver cuánto falta para llegar. El otro acompañante será el reloj de la bicicleta, no paro de mirar el tiempo que llevo, los kilómetros que llevo, la hora. Un recuerdo para ellos.

Al entrar en los primeros pueblos por los que paso saludo a todos los paisanos con los que me cruzo, me siento obligado a ello, porque los considero parte del Camino. Dentro de los pueblos, las flechas no me llevan siempre por el camino más recto, sino que me hacen buscar las iglesias locales como para obligarme a que al menos las vea desde fuera. Muchas fotos que he hecho de iglesias son gracias a esto.

Al poco de salir alcanzo a un peregrino a pie al que vi el día anterior en el albergue de Santo Domingo, le saludo, le digo que es mi primera etapa y le trato como si de un veterano se tratase, y yo de un novato. Más adelante diviso a un ciclista, al poco le alcanzo, él va cargado con alforjas por todos los lados de la bicicleta, está claro que él no lleva coche de apoyo. Su ritmo es excesivamente lento para mí, así que tras saludarlo y comentar las incidencias, él mismo me anima a que continúe a mi ritmo. Yo no se si podría aguantar a ese ritmo tan lentísimo que lleva, pero es cuestión de mentalizarse.

Lo cierto es que, para empezar, mi ritmo es bastante alegre y suelto, no voy reservándome mucho, ni ganas que tengo, quizá es que aún no he cogido el ritmo del Camino.

Adelanto a otros grupos de peregrinos a pie, algunos muy numerosos (hasta de unos 20 en una ocasión), me sorprendo porque no esperaba encontrar a tantos en estas fechas. En los días siguientes no volveré a ver a grupos así, supongo que es que como hoy es sábado, están haciendo tramos de fin de semana, que tengo entendido que se hacen.

En Villafranca de Montes de Oca me tendría que haber metido por el bosque de los Montes de Oca, pero no lo hago, un poco por miedo, pues el rutómetro me indica que es un bosque bastante solitario y otro poco por economizar energías, pues hay cuestas bastante fuertes. Así que subo por carretera al Puerto de la Pedraja. Poco antes de coronar el puerto me adelanta la familia, que se paran para hacerme vídeo. Quedo con ellos en San Juan de Ortega.

Más adelante veo que el Camino se adentra en el monte, así que yo me meto para así conocer algo de los Montes de Oca. Efectivamente, paso un bosque bastante cerrado, aunque el camino va por una especie de cortafuegos que se debe utilizar para que los camiones trasladen la madera, pues hay huellas marcadas en el barro.

Tras una bajada, me encuentro de repente en San Juan de Ortega, junto a la iglesia del milagro de la luz en los equinoccios. Me sellan la credencial, fotos y a continuar camino. Me despido de la familia hasta Burgos.

Me adentro de nuevo en el bosque por caminos embarrados. Tengo que atravesar un cercado, abriendo y cerrando unos portones de entrada y salida habilitados para los peregrinos, con un cartel que indica que se deje la puerta cerrada.

Para llegar a Burgos hay tres rutas alternativas, yo pensaba ir por la más fácil, por el andadero que han construido junto a la carretera, pero sin darme cuenta me he metido en la más difícil, la que atraviesa el pueblo de Atapuerca. No me acordé de tener en cuenta las advertencias de las guías. De ahora en adelante, cada día me estudiaré la ruta del día siguiente y si hay algún tramo que tener en cuenta, lo anoto y lo pongo junto al rutómetro, para no olvidarme.

El caso es que una vez metido en este tramos, me encuentro con una durísima subida trialera por entre rocas. En un tramo me tengo que bajar de la bicicleta, no por la dureza sino porque requiere mucha habilidad y no quiero exponerme a caerme.

Al final de la subida hay una cruz y varios signos propios del Camino. Lo cierto es que toda la subida ha estado perfectamente señalizada con las flechas amarillas.

Desde arriba se divisa ya Burgos. Después viene una bajada que yo hago en plan motocross. Un tramo más de carretera local y me encuentro a las puertas de la ciudad. Entrada algo complicada y larga, además hay tráfico. Pregunto para llegar al hotel. La temperatura, increíble: 21 grados.

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Burgos - Carrión de los Condes

Segunda etapa:
27 de febrero de 2000

97 kilómetros
5 horas 26 minutos
Media: 17,87
Salida: 8,10
Llegada: 14,20

La salida es por las calles de Burgos, donde en el suelo están marcadas en las aceras las señales del Camino, pasando por delante de la propia Catedral.

No he salido de las calles de Burgos cuando me encuentro con el primer y único incidente mecánico del camino: un pinchazo, debido a un cristal de un trozo de una botella rota. Lo reparo lo más rápidamente posiblemente y continúo, pero ya me quedo con la mosca para el resto del día por si se repite la hazaña. Por suerte hoy justamente llevaba dos cámaras de repuesto, así que aún sigo protegido.

La temperatura no es mala, y a medida que sube el sol, pasa a calor. Tras un tramo de unos diez kilómetros de salida de la ciudad por carretera, a la altura de Tardajos, el Camino se adentra en el campo. La pista de hoy no es la del día anterior. Hoy está bastante más difícil, porque está machacada por las huellas de las ruedas de los tractores (a partir de ahora, los putos tractores), que me machacan el culo si voy sentado y los gemelos si voy de pie. Se me ocurre pensar que los que vayan por las carreteras en sus coches y vean los andaderos tan bien cuidados que discurren en paralelo a la carretera dirán que los del Camino lo tenemos muy fácil y agradable, pero es que lo duro y difícil no se ve, que está aquí dentro, donde nadie te ve ni te oye si gritas que estás hasta los huevos de pegar botes continuamente durante kilómetros.

Atravieso campos inmensos de cereales. ¿Dónde están los campos de cereales de Castilla?, pues aquí están, todos juntos. Me llaman la atención los numerosos montones enormes de piedras que hay apilados a los bordes de la pista, que supongo provienen de la limpieza de los campos para la siembra.

Aquí se empieza a sentir la soledad del Camino, nadie por delante, nadie por detrás, ni a los lados, sólo la compañía de aves que van saliendo asustadas a mi paso, muchas especies que no había visto nunca, algunas bastante grandes, supongo que son piezas de caza.

Cuando llevo unos cuantos kilómetros me encuentro al ciclista de ayer, se llama Julio y va también a Carrión de los Condes, como yo. Le hago una foto. Él sufre más que yo los botes del camino y veo que en muchos tramos se tiene que bajar de la bicicleta.

Más adelante me encuentro a un peregrino a pie: voy por el camino botoso y llego a un cruce, adelante sigue el camino de botes y el que cruza es llanito y limpio, la flecha amarilla indica que adelante y yo, que voy sólo, grito: ¡no puede ser a la izquierda, ni para la derecha!, ¡tiene que ser para adelante!, en esto me encuentro al peregrino que estaba levantándose de hacer sus necesidades detrás de unas rocas y que me mira sorprendido.Ya voy, no hablando, sino gritando sólo.

Poco después veo otro cruce y una indicación a la izquierda hacia un refugio de peregrinos me mete en un camino mucho más cómodo y además cuesta abajo. Llego a un pueblo que supongo por mi rutómetro que es Hontanas. Al entrar no veo ninguna flecha, así que me dirijo a la iglesia, donde supongo que sí las veré, pero nada. Así que busco alguien que me indique la salida del pueblo, una mujer me guía hasta el camino de Castrojeríz que es el que busco.

Una subida por carretera local, por donde voy comiendo una barrita. Pregunto a los pocos kilómetros y me indican que más adelante hay un cruce de carreteras y que debo tirar para la izquierda, pero no ha pasado ni un kilómetro y veo que el antiguo camino de botes se cruza de nuevo y veo a un peregrino a pie por él (?), me meto en él por que allí están las flechas amarillas que me lo dicen. Me parece que es el que me pilló gritando. Lo paso, y más adelante veo a un ciclista con alforjas, me temo lo peor, acelero el ritmo para cogerlo y salir de dudas: efectivamente, es Julio ¿que ha pasado?, en el desvío del albergue no me tenía que haber desviado, era sólo eso: un desvío para el albergue, pero el camino continuaba recto, así que yo me he hecho una propina de unos diez kilómetros. Mierda. Poco más adelante aparece Hontana, ahora sí.

A partir de aquí el camino es por una carreterita muy tranquila. En un determinado momento pasa por dentro de un convento en ruinas: el Convento de San Antón.

Llego a Castrojeriz y pregunto el camino de Frómista. Sé que tengo que evitar la subida de Mostelares que es dura. Seguir hasta Itero por carretera y allí coger para Frómista. Un cartel indica los kilómetros que faltan para Santiago de Compostela, casi 500.

Me llama la familia, que están en Frómista, que si me esperan, les digo que sí, pero lo cierto es que estoy aún a 22 kilómetros, así que para que no me esperen mucho avivo considerablemente el ritmo, así que paso a hacer una especie de contrarreloj, a ver si llego a la hora que les dije.

Paso por un puente sobre el río Pisuerga, un cartel me indica que he entrado en la provincia de Palencia y hay una zona de descanso muy bien cuidada, pero yo no puedo pararme más que para tomar una foto del río y continuar porque estoy en plena "contrarreloj".

Cuando por fin llego a Frómista, me han preparado un bocadillo. Me siento a comérmelo frente a la Iglesia de San Martín, con una Coca Cola, igual que cuando me paro en una salida de los domingos en Málaga, pero el sitio cambia un poco, estoy ante una de los más bonitos ejemplos del románico del mundo, que merece un respeto, un bocadillo muy especial, por tanto. Visito la Iglesia y allí mismo me sellan la credencial.

Le meto presión a la rueda que pinché, con la bomba grande, que va en el coche, y continúo hasta Carrión de los Condes, ahora por un andadero paralelo a la carretera, bien marcado con todo tipo de señales del Camino de Santiago.

Carrión de los Condes es también, igual que Santo Domingo de la Calzada una localidad donde el Camino tiene una fuerte influencia. Todo está repleto de simbología del Camino: Iglesias, Albergues, Conventos, Monasterios, hasta los nombres de los comercios hacen referencia al Camino.

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Carrión de los Condes - León

Tercera etapa:
28 de febrero de 2000

99 kilómetros
5 horas 47 minutos
Media: 17,06
Salida: 9,00
Llegada: 14,45

Esta noche ha helado, porque los cristales del coche están escarchados; además, hay niebla, así que me abrigo más, me pongo un gorro de lana y un pañuelo para el cuello que me tapa la boca. Lo cuento porque nunca me había puesto estas cosas. Hoy es etapa maratón, sobre el papel la más larga, así que comienzo el primer tramo por la carretera, evitando un tramo del camino que dice la guía que está con piedra suelta. Al poco de salir adelanto a Julio, aquí lo veo por última vez, él va sólo hasta El Burgo Raneros.

El viento en contra, aunque no muy fuerte, hace su tarea de desgaste.

Más adelante, el camino sigue por un andadero junto a la carretera, me meto pero me frena el ritmo, así que prefiero seguir por la carretera, porque no está el día para perder tiempo ni fuerzas. Así hasta Sahagún, pueblo que no me gusta nada, además, la iglesia está cerrada, por lo que no me presenta ningún aliciente y me voy pitando de allí.

A partir de ahora me meto forzosamente en el Camino que atraviesa el páramo castellano. El Camino presenta dos alternativas: una de grava y otra de tierra dura, en la primera se van atrancando las ruedas y en la segunda hay muchos botes con las piedras, así que siempre me parece ir por la mala y voy continuamente pasándome de una a otra.

Ahora me encuentro con unas llanuras interminables, con lo que parece un "mar de campo" porque no se divisa otra cosa a mi alrededor, pedaleo, pedaleo y pedaleo, y la recta continúa, miro una y otra vez compulsivamente el rutómetro y el reloj, esto no termina nunca. Rectas larguísimas. El trabajo es más de coco que de piernas. Me entran ganas de pegar un grito. Cuando llevo una hora y pico así digo ¿qué hago yo aquí, si en coche ya habría llegado hace dos horas?, el sentido del Camino habrá que ir buscándolo por aquí. Así que, a pensar un rato, que no hay otra cosa que hacer.

Llego a el Burgo Raneros, aquí no croa ninguna rana. Me acuerdo de Julio que terminaba su etapa aquí. A mí aún me quedan otros 40 kilómetros.

Sigo hasta Mansilla de Mulas y aquí salgo a la carretera general, con mucho tráfico. Al poco entro en una gasolinera y pregunto cuánto me queda para León: 12 kilómetros, es poco, pero ya voy casi desfondado y se me hacen interminables. Como voy pajarito no me meto por el Camino, que me haría dar muchas vueltas y hacer subidas y bajadas, así que continúo por la carretera general, y a medida que me acerco a León el tráfico es cada vez más insufrible, pero ya no me importa, lo único que me obsesiona es llegar porque voy fundido de pilas.

No me entero que he llegado hasta que ya estoy dentro de las calles de León, la entrada es muy fea, no como el centro de la ciudad, que visitaré por la tarde y veré que está muy ambientado y sus calles y edificios son muy señoriales para mi gusto.

Un elogio para su catedral que por fuera parece muy seca, pero por dentro es un prodigio del gótico más puro, sin filigranas, totalmente estilizado y ... altísimo, impresionante.

Por la tarde tengo un buen dolor de piernas, sobre todo los vastos y el gemelo izquierdo, la etapa me ha hecho mella, el dolor es intenso, me masajeo y me acuesto con la esperanza de que para mañana esté mejor, porque si va a más no se cómo terminaré. Menos mal que la etapa de mañana es corta, como yo llamo, de medio descanso.

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León - Astorga

Cuarta etapa:
29 de febrero de 2000

54 kilómetros
3 horas 29 minutos
Media: 15,55
Salida: 8,45
Llegada: 12,15

No hace tanto frío al salir de León como pensaba, pues en la radio dieron 3 grados. Aunque cada vez que respiro echo una bocanada tremenda de vaho.

El tráfico de salida de León es casi tan malo como el de entrada.

Hoy la etapa es casi toda por carretera, salvo algún tramo aislado, en que hay andaderos en paralelo con la carretera.

Al entrar en un pueblo que se llama Virgen del Camino, las flechas me meten en él y me obligan a dar un rodeo tontísimo sólo para que pase por delante de una iglesia moderna estilo años 70, muy fea, y al poco me sacan otra vez a la carretera. Vaya pegote.

De todas formas no importa porque la etapa es corta y voy relajado, disfrutando de los tramos de andadero y "poniéndome la radio" para dentro, es decir, silbando o cantando para mis adentros.

La familia me adelanta por el camino y se paran a sacarme en video.

Un rato más tarde el Camino comienza a ascender y el aire se va haciendo cada vez más frío, más que en León cuando salí, hasta el punto de que me tengo que subir el pañuelo hasta taparme la boca; es que estoy entrando en la Maragatería y ya se dejan sentir los vientos que vienen de los Montes de León.

Así entro en Astorga, con un frío ya totalmente declarado.

Atravesando la ciudad me sorprende la visión del Palacio Episcopal de Gaudí, por su curioso diseño; está construido junto a una iglesia gótica con la que no tiene nada que ver y fue muy discutido en su día. De todas formas llama mucho la atención su particular arquitectura modernista.

Para llegar al hotel tengo que salir unos 5 km. del pueblo y además en subida y con viento frío en contra. Siempre hay algo.

La jornada me ha venido bien para apaciguar el dolor de las piernas del día anterior.

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Astorga - Villafranca del Bierzo

Quinta etapa:
1 de marzo 2000

77 kilómetros
5 horas 15 minutos
Media: 14,62
Salida: 8,30
Llegada: 14,30

La temida subida a la Cruz de Hierro, más por el frío que me puedo encontrar arriba que por el desnivel de la subida, sobre todo teniendo en cuenta el frío que hacía el día anterior en Astorga. Salgo por tanto bien pertrechado, dos camisetas interiores, cubrebotas, gorro.

El viento en contra, de salida, no es tan fuerte como esperaba, por lo menos en la parte de abajo del puerto. Voy despacio, reservándome, contando cada kilómetro que hago como un kilómetro menos, le temo mucho al día porque no sé como estará la cosa arriba.

A medida que avanzo voy cogiendo confianza porque el viento cesa y entro en calor, la carretera es casi llana y el paisaje de la Maragatería es bonito, o cuanto menos muy especial. Me acuerdo del cocido maragato y no me importaría haberme comido uno cuando hubiera llegado arriba.

Me equivoco y en vez de ir por Santa Catalina y El Ganso, voy por la parte de Santa Colombia de Somoza (nombre muy curioso). No importa porque el pueblo es muy bonito y me entretengo haciendo fotos del paisaje y de la iglesia.

La familia, que hoy va a hacer la etapa por donde mismo yo voy a ir, me adelanta cuando ya estoy en plena subida, trabajando desarrollo a ritmo de puerto. Me empiezan a caer las primeras gotas aunque arriba mío no tengo nubes, sin duda me las trae el fuerte viento que ya se empieza a dejar sentir.

Llego a Rabanal del Camino y entro en el pueblo buscando quien me selle la credencial para certificar mi paso por la Cruz de Hierro, me sellan en un bar, el pueblo está desértico, pero hay muchos signos del Camino y seguro que en verano estarán saturados de peregrinos y turistas.

Empiezo el tramo más duro de subida que me llevará a Foncebadón, un pueblo abandonado, y hasta la propia Cruz. Se ve por donde sigue la carretera más arriba y aún queda trabajo para rato, y ya voy con bastante desarrollo metido. El viento es cada vez más fuerte y más frío, es racheado y tengo que ir muy atento porque me pilla de sorpresa y me desplaza de lado a lado de la carretera, a veces me parece que me quiere tirar. Pasado Foncebadón, se hace fortísimo, como nunca lo había visto y frío, muy frío. La niebla se va metiendo como queriendo también formar parte de la escena. Al final no tengo más remedio que echar pie a tierra porque estoy convencido de que el viento racheado me va a tirar en una de éstas.

Escucho unos chirridos de frenos y de entre la niebla aparece un ciclista con alforjas que viene bajando, nos cruzamos y nos paramos a saludarnos como si nos conociéramos de toda la vida, las condiciones épicas hermanan de esta forma. Me dice que está haciendo el Camino de vuelta y me elogia la bicicleta. Me da ánimos y me dice que me faltan sólo cien metros y que ánimo y hasta pronto. Yo por mi rutómetro veo que me faltan más de cien metros, supongo que habrá querido decir cien metros de altitud.

Casi al final de la subida adelanto a dos peregrinos que van a pie, el viento les mueve los chubasqueros de forma que no les sirve de nada ante la lluvia que se ha ido intensificando.

Ya estoy impaciente por ver la Cruz, que llevo buscando con la vista desde hace un buen rato, primero por la significación que tiene en el Camino, y segundo para ver si termina de una vez la subida. Empiezo a dudar de si me la he pasado y con la niebla no la he visto.

Pero no, por fin aparece, y el coche esperándome para hacerme la irrepetible foto. Rápido y a bajar, que hace frío y llueve.

Si la subida fue dura, por el frío y el viento, la bajada es terrible. El agua de la lluvia me ha calado los guantes, que han perdido su capacidad de aislar y el viento me enfría las manos hasta el punto de que me duelen de una forma insoportable, quiero bajar rápido para perder altura y así frío, pero éste no se va y cada vez tengo las manos más y más frías, además, la bajada es fortísima y tengo que apretar a tope los frenos porque la carretera está muy mojada y con esto me duelen aún más las manos. Las curvas las tengo que tomar muy despacio. Así que se me juntan: la lluvia, el frío en las manos que ya no me las siento, el viento racheado, la bajada, las curvas y el suelo mojado; la tensión es fortísima, y mi única obsesión es bajar y bajar. Me entran ganas de pararme y meterme las manos entre las piernas para calentarlas algo, pero prefiero seguir bajando.

Entro en el pueblo de El Acebo, precioso, unas cuantas casas de montaña acurrucadas en torno a la carretera, el asfalto es sustituido por la piedra de sus calles durante su paso. Me allí paro para ponerme los cubrerrodillas, porque también tengo ya frío en las rodillas, me quito los guantes y las manos están como petrificadas, no tengo tacto ni para coger los cubrerrodillas, no sé cómo los consigo sacar, me los pongo y continúo como puedo. Me cruzo con unos lugareños, que no se extrañan de verme pasar en esas condiciones, ya estarán acostumbrados a ver gente pasar de cualquier forma.

Aparte de las manos, el resto lo llevo bien protegido y no me entra frío, pero las manos están congeladas y el frío de las manos se me va transmitiendo y empiezo a tiritar.

Por fin se va abriendo la niebla después de un buen rato de bajar y diviso abajo, al fondo, Ponferrada, donde veo que hace sol, no sé si echarme a llorar de alegría.

Pero antes llego a Molinaseca, allí me paro obligatoriamente, buscando algún sitio donde calentarme las manos. Después de mucho buscar encuentro un bar abierto y pido un café. Me quito los guantes y quisiera meter las manos en agua caliente, pero lo único que puedo hacer es pegarlas a un radiador que está encendido en el bar, me quema pero no noto que entren en calor. Tendré que esperar más de diez minutos para que se me pase la "congelación". Me tomo el café, que con el tiempo pasará a ser el mejor café que me haya tomado nunca, por la necesidad con la que me lo tomé.

Pasado este episodio con tintes dramáticos, me animo a fotografiar el pueblo, que no tiene desperdicio, sobre todo el puente que lo une con la carretera y que cruza no se qué río pero que sus aguas seguro que bajan desde la Cruz de Hierro.

En el bar se extrañan de que arriba, en la Cruz, esté lloviendo, que me lo pregunten a mí.

En cualquier caso, ya estoy en el Bierzo, y esto es una buena noticia porque ya se siente Galicia mucho más cerca, no porque quiera terminar, sino porque me gusta mucho más.

Reemprendo el camino con más fuerzas y sobretodo con el ánimo renovado.

Desde Cacabelos, donde busco el Prada pero, como su propio nombre indica, está "a tope", hasta Villafranca del Bierzo ya es un paseo. A ambos lados de la carretera hay muchas viñas y hay carteles que me dicen que el Bierzo tiene su propia denominación de origen para su vino.

La ducha caliente en el Parador también será para no olvidarla por mucho tiempo.

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Villafranca del Bierzo - Sarria

Sexta etapa:
2 de marzo de 2000

75 kilómetros
4 horas 33 minutos
Media: 16,50
Salida: 8,50
Llegada: 14,00

La salida desde Villafranca del Bierzo en dirección a Cebreiro es infernal, por fuerza hay que ir por la Nacional VI y el tránsito de camiones que te pasan de cerca es enorme. el paso por el túnel , oscurecido por el polvo y viendo venir de cerca las luces de los camiones es para asustarse. Tras unos 10 kilómetros de carretera nacional, llego por fin al desvío de Ambasmestas que tomo con verdaderas ganas.

A partir de ahora se va por la antigua carretera nacional que es hoy una carretera local, absolutamente tranquila. Hay un punto en el que se ven a la vez los tres trazados, el antiguo: una carretera de montaña, que es por donde voy, el actual y el que está en construcción que parece una obra mastodóntica al lado de los dos anteriores. A partir de aquí el paisaje es absolutamente bello, con arroyos, prados verdes y bosques pequeños. Paso por una pequeñita localidad que se llama Herrerías, por donde transita el río Valcárcel, donde se podría disparar un carrete entero de fotos por la belleza de todo el paraje. Se respira tranquilidad por todas partes. Me cruzo con algunos paisanos que charlan tranquilamente al sol y los saludo. Ellos no necesitan tanto para vivir como necesitamos los de la metrópoli, nada más que con vivir donde viven, ya pueden darse por satisfechos de calidad de vida.

La verdad es que aunque aún es territorio de León, esto es ya casi Galicia.

A partir de este punto se comienza a subir hacia Cebreiro, en todas las guías se anuncia una ascensión dura, hay que subir hasta 1.300 metros. Voy cambiando de desarrollos en la bici a medida que se empina la carretera y de repente veo que sin darme cuenta ya he metido todo el desarrollo, así que aunque no lo parece a simple vista el desnivel es fuerte, pues con todo el desarrollo a veces incluso tengo que ponerme de pie sobre los pedales. Por delante se ve por donde transita la carretera, así que uno puede dosificarse el esfuerzo, sabiendo lo que espera.

Cuando calculo que aún me quedan 10 kilómetros de subida, pregunto a un hombre y me dice que quedan 3 para El Cebreiro, así que estupendo, un regalo para las piernas.

Un poco antes de coronar paso por la Laguna de Castilla, un pueblecito en todo lo alto en donde no sé de qué vivirán ni cómo podrán vivir allí tan aislados, aquello es lo más perdido del mundo que me he encontrado. Allí me cruzo con una señora que me indica el camino y recuerdo que me dijo que por donde yo había subido era "como una escalerita" por lo empinado de la carretera. Desde la Laguna de Castilla hay unas vistas hacia levante impresionantes. Se ven los Montes de León al fondo, muy lejos, difuminados entre la neblina. Pienso que por allí pasé el día anterior y de qué manera.

Al llegar al Cebreiro está la familia esperándome desde hace un rato, las fotos de rigor y ya nos veremos en Sarria. Yo me quedo en el pueblo para visitarlo y para buscar quien me selle la credencial. Me abren la puerta de la Iglesia y le hago fotos al Santo Grial. Desde El Cebreiro las vistas son igual de impresionantes que desde la Laguna de Castilla, pero ahora lo que se divisa es la parte occidental: Galicia. Todo el verde gallego, con sus pueblecitos, sus bosques y sus nieblas están bajo mis pies desde la Sierra de los Ancares que es donde me encuentro. El día, al contrario de lo normal, es tremendamente soleado en Cebreiro, pues todas las guías me decían que aquí hay niebla en cualquier día del año en que se pase.

En el Cebreiro me encuentro a tres peregrinos que son de Orense y han empezado hoy mismo desde Piedrafita. Se asombran cuando les digo que vengo desde Villafranca del Bierzo y que tengo previsto llegar a Sarria. Después hago una foto a una estatua enorme de hierro que representa a un peregrino marchando contra el viento, desde allí otra subida hasta el Alto del Poio y a partir de aquí una bajada rapidísima por carretera buena hasta Triacastela, adonde se llega muy rápido. A partir de ahora, la carretera será siempre la misma en Galicia: un continuo sube y baja (también llamada rompepiernas o "pestosa").

Paso por el Monasterio de Samos, que ya visitaré por la tarde, la verdad es que es más bonito por fuera que por dentro. Poco más adelante está Sarria.

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Sarria - Santiago de Compostela

Séptima etapa:
3 de marzo de 2000

99 kilómetros
6 horas 7 minutos
Media: 16,15
Salida: 8,20
Llegada: 16,30

Esta noche ha helado en Sarria, no obstante y ante la perspectiva de que está despejado me abrigo menos que otros días. Salgo muy temprano porque mi intención es llegar hoy a Santiago para tener al menos un día libre antes de volver a Málaga. Los campos están helados, pero no siento ningún frío, debido en parte a que no se para de subir, no mucho, pero subir. Voy por la carretera, que está tranquila, el paisaje es de una gran belleza, rural, todo verde con matices blancos por la helada, esto es Galicia. Bosques de chopos cuyos troncos están envueltos por enredaderas son atravesados por la carretera.

Llegado a un determinado punto, a poco de Portomarín me encuentro un precioso mar de nubes en el valle que discurre debajo de donde estoy. Precioso desde allí, pero lo malo es que la carretera va en esa dirección, así que hago fotos ahora que puedo, porque la niebla se anuncia inminente. Es la niebla que forma el río Miño que atraviesa el Portomarín actual, pues al parecer el anterior fue tragado por un pantano que se construyó. Una bajada muy rápida y enseguida me veo envuelto por la espesísima niebla. De repente el frío y la humedad. Me veo los pantalones como escarchados.

Cruzo el puente sobre el río Miño que da acceso a Portomarín, la carretera no llega a entrar en el pueblo, así que giro a la izquierda y salgo en dirección a Ventas de Narón, que en realidad es un puerto de montaña de poca altitud. Aunque empiezo a subir, sigue la niebla y el frío y me asusto porque parece que esto no va a cambiar y se me va a endurecer bastante el día, ya de por sí duro por la cantidad de kilómetros que me esperan. Llevo los pies tan fríos que estoy convencido de que están empapados, luego comprobaré que no lo estaban, y que era sólo la sensación que me producía el frío húmedo.

Por suerte, cuando llevo unos kilómetros de subida la niebla comienza a desaparecer y aparecer un radiante sol que me quita todos los males. Aparece nuevamente el precioso paisaje gallego. Llego antes de lo que esperaba a Ventas de Narón. Allí hay un cruce de carreteras bastante complicado y aunque hay un panel de explicación del Camino de Santiago, no lo termino de ver claro y le pregunto a un campesino que veo por allí: a la izquierda, para Orense, a la derecha, para Lugo; yo tengo que seguir recto por una carreterita local muy tranquila que está habilitada como Camino, aunque también transitan vehículos. Espero a la familia para aclarárselo y ante la perspectiva de que aún me quedan 90 kilómetros (aunque ya llevo más de 30) prefiero que me lleven un tramo de unos 25 para así asegurar la llegada a Santiago, y de camino ir tranquilo disfrutando de los últimos tramos del Camino .

Reemprendo la marcha unos kilómetros antes de Melide. Fotografío un cruceiro y unas indicaciones del Camino. Al poco me adentro en un bosque espeso, con fuertes subidas y bajadas. Después, un tramo de carretera sube y baja hasta llegar a Arzúa.

En Arzúa voy a comer y descansar para hacer con fuerzas los últimos 40 kilómetros que me faltan para llegar a Santiago. Pido en un bar un bocadillo de tortilla, y me ponen uno de tal calibre que pido que me hagan una foto con él.

A partir de Arzúa nuevamente por carretera sube y baja, trabajando ya a un ritmo más vivo y procurando disfrutar de los últimos tramos del paisaje gallego de mi Camino.

Al llegar a Lavacolla, el desvío al Camino es obligado, para evitar la autovía. Éste se hace retorcido, da vueltas y más vueltas, y por momentos no se sabe para dónde va. Por fin comienzo la subida al Monte del Gozo, que es más larga y dura de lo que esperaba, pero ya estoy al final y echo el resto, tirando a ritmo casi de competición, como que el quema todos lo cohetes que le quedan cuando terminan las fiestas.

El Monte del Gozo tiene un complejo de pabellones para alojar a los peregrinos, lo atravieso, está casi desértico, me imagino el bullicio de gente, sobre todo joven, que habrá habido aquí en el verano pasado. Entro en las oficinas para que me sellen la credencial, el último sello antes de llegar, pero no hay nadie, así que como veo el sello, me lo pongo yo mismo.

La entrada a Santiago desde allí se me hace complicada, incluso con algo de tráfico, y tras 10 minutos de dar vueltas, de repente, cuando menos me lo espero después de callejear por avenidas modernas, me encuentro en la misma calle de San Francisco, que desemboca en la Plaza del Obradoiro. Giro hacia la Plaza de la Inmaculada para hacer la entrada por el sitio "oficial" y tras atravesar el Arco del Palacio de Gelmírez, llego a la Plaza donde concluyo el Camino. Hoy he hecho 99 kilómetros y ni me he enterado.

La familia me espera para recibirme y para inmortalizar el histórico momento.

Sello la credencial en el centro de acogida de peregrinos y me dan la "Compostela". El siguiente trámite será el de los coscorrones al Santo dos croques y el abrazo a Santiago.

Ya he hecho el Camino. 576 kilómetros en 7 días.

Mañana me nombrarán en la Misa del Peregrino.

El mejor premio tras el Camino ha sido poder ver de nuevo Santiago y poder sumergirme entre sus piedras.