http://www.dreamers.com/fabula/peregrino/2002.htm
El día 16 salí de Madrid dirección a Pamplona, y ya en el tren me encontré con José, de Orcasitas. Ya en la ciudad hayamos a Meli, de Collado Villalba (¡mi pueblo! y a Diego (de Fuenlabrada), con los que iría durante los primeros días del Camino.
En la primera etapa nos reencontramos la gran mayoría de los que salimos en Roncesvalles, y entablamos amistad con Alejandro (de Zaragoza ¿o de Soria?) y con Crispín (de Mondragón). Allí se empezó a hablar de las primeras experiencias, ampollas, tendinitis... etc. Conocimos a Giorgio, italiano, y a Isabel y Blas, de Córdoba.
A unas horas de viaje en solitario, se unió a mí Alejandro, y fuimos juntos hasta el albergue en Zizur. La hospitalera, Maribel Roncal, nos ofreció una velada inolvidable. Además, el jardín del albergue es una maravilla.
Por la mañana me lo tomé con tranquilidad, salí tarde y empecé despacio, pero aceleré para alcanzar a Crispín subiendo el Alto del Perdón, con quién continué hasta llegar al Albergue. Allí conocimos a ángel, hospitalero voluntario con mucha experiencia y sapiencia. Ese día vimos por primera vez a Cristian, aspirante a franciscano. Por la noche hubo tormenta eléctrica y yo "operé" varias ampollas, de una manera que hasta unos días después pensaba que había hecho correctamente... Las operadas fueron Luz (de Madrid) y Marisa (de Pamplona), que iban acompañadas por Elena y Alba, y por Amaya y virginia, respectivamente.
Nuevamente empecé tranquilamente, pues era consciente del ritmo que podía alcanzar una vez estuviera "caliente". Alcancé a Crispín, Isabel y Blas antes de la Iglesia Parroquial de Nª Sª la Asunción, en un pueblo antes de Estella, donde llegamos tan pronto que tuvimos que hacer de "guardias de tráfico" para que nadie se colara hasta que abrieron a las 13 h. En la comida conocí a Shimrit (de Israel), que llevaba varios días parada por problemas con sus zapatillas. Tomé un poco de mate con Tona (de Perú) y después acompañé a Shimrit a por un calzado nuevo por el pueblo, y aprovechamos para visitar el Mercado Medieval. Después tuvimos una conversación trascendental con Pablo, el hospitalero voluntario. Cené con una pareja de Madrid, María y Andrés, y con las chicas de Pamplona. Para finalizar, me despedí de las de Madrid, que al día siguiente volvían a casa.
La primera parte del camino la hice con Crispín, Isabel y Blas, pero antes de llegar a Los Arcos, sentí la necesidad de acelerar, y les dejé atrás. Seguí hasta llegar a Torres del Río, donde me reuní bajo el pórtico de la iglesia con Giorgio, Cristian, Myles (de Bristol) y Stephan (alemán). Tenía pensado seguir con ellos, pero en un ataque de "nostalgia" se me ocurrió bajar al albergue a ver si había llegado alguien conocido... y ahí estaban Meli y Alejandro, además de conocer a ángel (asturiano), y me convencieron de quedarme... Para finalizar, tuvimos una agradable conversación con Marta Bou, la hospitalera.
Esa mañana ya había avisado que iba a ir a mi ritmo, por lo que no tardé en acelerar, dejando atrás a Meli y a Alex, pero ángel me acompañó hasta Logroño, donde él se paró para hacer unas compras. Así pues, en Navarrete volví a encontrarme con Giorgio y Cristian, pero pasé de largo y seguí, encontrándome al cabo de un rato con Myles, que había hecho un alto en el camino. Con él seguí hasta Nájera. Allí conocí a Jil, un médico canadiense. Cuando llegamos, me dí cuenta de que había hecho casi 50 km!!!! Para celebrarlo, nos fuimos a la piscina municipal, con un pase que nos dieron en el albergue. Como había concierto junto al albergue, la hospitalera nos recomendó dormir en el polideportivo, a así hicimos.
Ya aquí empecé a ir más "a mi ritmo". Me paré a desayunar en el albergue, y luego fui adelantando a gente. Hice una paradita en Santo Domingo de la Calzada, y de ahí continué hasta Grañón, a la hora de comer. Allí estaba Alegría, la hospitalera, empezando a hacer los preparativos, en los que colaboré activamente... Lo mismo hicimos en la cena, a la que se apuntaron los hospitaleros de Tosantos y el cura de Grañón, José Ignacio. En total cenamos casi 40 personas... En definitiva, fue una de las veladas más inolvidables que recuerdo de todo el camino. Antes de acostarnos, Jose Ignacio nos convocó a una misa, donde leía los nombres de las personas que habían pasado por ese lugar en los días anteriores, para bendecir su camino.
A primera hora acompañé un rato a dos chicas de Valencia, Yolanda y Antonia, pero llegado cierto momento cogí carrerilla, hasta Santo Domingo Montes de Oca, donde descansé un rato... y volví a ver a ángel, al que dejé en Logroño, un poco tocado. Yo seguí, y tras de mí fueron Jil y Cristian. En el bar junto al albergue conocí a Marisa (de Torrelodones, Madrid). También tuve una entretenida conversación con Julia, la hermana del cura José María, ambos encargados del albergue.
Esa mañana salí de noche, el primero, a las 5:45, sin desayunar. Ya en Olmos de Atapuerca, un par de sobre de azucar me ayudaron a seguir adelante, hasta que, en Burgos, pude comer algo. Descanse un rato junto a albergue y reanudé la marcha justo cuando pasaba por allí Joaquina, a quien seguí el paso durante un rato (increíble: la primera persona que iba más rápido que yo!!!). Luego la cogí en Tardajos, y decidimos comprar algo para comer y descansar. Llegó un chico de Burgos que empezaba el camino ese mismo día y le hicimos una lista de las cosas que debía quitar de la mochila. Luego él y Joaquina se fueron a un albergue posterior. Jil, el doctor canadiense, se quedó en el albergue, que cuidaba Victoria, desde hace 6 años. Al poner la cena, pusimos 4 platos (el 4º "para Santiago"), y justo antes de empezar, apareció un nuevo peregrino, Mark, que ocupó el puesto reservado. La velada fue muy especial, sobre todo por la forma de ser de Victoria y por las historias que nos contó.
Esta etapa fue bastante durilla, atravesando las llanuras castellanas. Llegué a Castrogeriz y pasé de largo. Finalmente llegué a Itero de la Vega, y en un principio pensé en quedarme... pero tras unas horas descansando, sentí ganas de continuar, y así hice. Esa tarde fue fabulosa, andando hacia el sol, y haciéndose la noche llegué a Fromista. Total: 55 km. La gente me miraba extrañada (¿Un peregrino a esas horas?). En el restaurante que hay al lado el albergue pedí una cerveza y una bolsa de patatas fritas, para cenar, y cuando me dispuse a irme, un señor de Palencia, llamado Adonías, me invitó a otra cerveza. Estaba con su hija (supongo) y el marido de ésta; me preguntaron de dónde era, y al decirles que "de Madrid", se pasaron el resto de la conversación discutiendo sobre una vez que se perdieron en Madrid, en la M30. Yo mientras asentía y bebía la cerveza. Aún así, es uno de los momentos más inolvidables que he tenido. Luego busqué un lugar donde ubicarme y me intalé en un jardín, a la salida hacia el siguiente pueblo. Afortunadamente hubo una muy buena noche.
En el segundo pueblo después de salir encontré un bar, en Población de Campos, donde me encontré con la Peña "La Devolvía" (con Celia, Eduardo y compañía). Tras desayunar seguí, en línea recta, hasta llegar a Carrión de los Condes, donde saludé al cura, José Mariscal. Se me ocurrió seguir, y por poco me arrepiento... esa fue la peor etapa de todo el camino: 4 horas en linea recta, por camino de piedras, sin apenas árboles, con todo el sol dándome en la cabeza... y las sandalias rozándome los pies. Ya estaba casi delirando, cuando el pueblo de Calzadilla ascendió del suelo de repente... Allí Pachi Kalea, el voluntario (de Tafalla), me curó (correctamente) las rozaduras y mi primera ampolla. Una vez curados, pasé la tarde con Airám (de Canarias), Begoña (de Pamplona) y Elene (de los EE.UU.).
Como en otras ocasiones, salí acompañado, pero al poco rato mi ritmo empezó a aumentar. A la salida de Sahagún me uní con una pareja de Alicante, Estela y Pablo, que me parecieron especiales, y reduje el ritmo. Transmitían tranquilidad y naturalidad, y eso me gustó. Llegados a Bercianos, nos encontramos con Oscar (de Valladolid) y Dosinda, que nos ofreció su hospitalidad y simpatía a raudales.
Casi la totalidad del día fui con Oscar, con el cual nos despistamos hablando, y tuvimos que atravesar una vía de ferrocarril, campos y un arroyo. Descansamos y paramos en Mansilla de las Mulas. Estuve a punto de continuar, pero Jil, el doctor canadiense, que había parado ahí, me dijo: "Only the stupid don't change his mind"... y finalmente decidí quedarme. Entre Airám y yo organizamos una cena, que pudimos disfrutar, después de el stress que supuso, unas 12 personas, entre ellos Cristian, Estela y Pablo.
Una de las etapas más cortas que he hecho, la pasé con Estela, Pablo y Oscar. Por la tarde acompañé a Airam, que quería ver monumentos. Por aburrimiento estuve hasta jugando al baloncesto en el albergue, que tenía un patio con canastas. Después hubo una misa de las Monjas de Clausura. Tras ello sólo quedaba ir a dormir.
Después de varias etapas "cortas", decidí romper con todo y salí el primero, intentando dejar atrás a todo el mundo, por lo que tenía que hacer una etapa larga. Así pues, descansé las piernas en Hospital de órbigo, pero continué. Me sentí sólo, pero era por decisión propia, y en el fondo creí que tarde o temprano tenía que encontrar "lo que buscaba"...
Una mañana más, fría y solitaria. Tomé una empanada en Rabanal del Camino y subí hacia la Cruz de Ferro, llevando una piedra desde la base. Ya arriba me fastidió que un grupillo de daneses se dedicaban a subirse a la cruz, llendo un coche de apoyo y dos furgonetas. Tiré la piedra apenas sin mirar y continué un poco cabreado. Bajé, pasando por Manjarín y El Acebo, y me paré en Riego de Ambrós, pues no quería ir a Molinaseca ni a Ponferrada. Allí me encontré a Pedro, el hospitalero, que estaba ahí porque tuvo un percance con un músculo en su primer Camino, en la parte posterior de la rodilla, y llevaba casi un año con muletas, con el ánimo por los suelos. Intenté hacerle compañía lo mejor que pude, y dormí sólo en todo el albergue.
Me levanté tardísimo (la madre de Pedro, Sinda fue a limpiar, y un amigo fue a ver a Pedro, y estuve charlando un rato). Así pues, bajé hasta Ponferrada, no sin encontrarme a Valvino por el camino. Seguí impertérrito hasta llegar a Villafranca, donde elegí el albergue "Ave Fénix" de la familia Jato. Allí me encontré a Myles (¿Cómo me había alcanzado?): parece ser que él también hizo una etapa de 55 km.
Myles propuso una ruta alternativa, por monte (aunque eran 7 km. más), pero tomamos la dirección equivocaca y acabamos andando por el camino normal. Así pues, ascendimos hasta O Cebreiro y continuamos hasta el Alto del Poio, sin estar seguros de encontrar ahí lugar para dormir, pues las guías no estaban actualizadas. Finalmente tuvimos suerte. La tarde la pasamos entre Myles, Ricardo y su hijo Fernando (de valencia) y Pedro (de Algeciras), que estaba haciendo el Camino en dirección contraria.
La primera mitad del camino la hice con Myles; al descender, nos introdujimos en la niebla, y él tuvo que pararse a hacer una llamada en Triacastela. Yo seguí y llegué a Sarriá, donde me paré a ver si aparecía Myles. Finalmente continué hasta Barbadelos, donde pasé la tarde con Darío (colombiano), Carlota (venezolana), Jacoba (de Barcelona) y Mireia (de Valencia). A última hora apareció Myles. Esa noche dormimos bajo un pórtico; Myles en su tienda de campaña.
Al principio de la mañana, acompañé a Myles, pero como parecía tener problemas en un tendón, iba muy despacio. Decidí darle un saludo de despedida y cambiar de marcha; pensé que ya habíamos caminado juntos el tiempo suficiente. A falta de conversación, aunque fuera en inglés, estuve comiendo gran parte del camino pan de Villafranca, cortado en finas lonchas que me sabían a cecina. No paré a comer en condiciones y a última hora sentí un bajón, por lo que no pude ir a Palas de Rei, como era mi intención inicial. Afortunadamente encontré a Manolo (más bien, fue él quien me encontró a mí y consiguió que no siguiera hasta Palas), un cordobés residente en Málaga, y a Mercedes (de Pontevedra).
Tras pasar Palas de Rei, llegué a Melide, donde me procuré un buen bocadillo, con el cual pude continuar toda la tarde, pasar Arzua y seguir hasta Santa Irene. En esta etapa conocí a Ana y a Javier, ambos apellidados Martín, y profesores de Madrid. También hallé a Joaquín y a Patricia (venidos de Francia), y a Isidoro (de Barcelona), María (de A coruña) y Ellen.
Por fín, el día tan esperado... pero yo no estaba contento... Salí del albergue con Ana y Javi, desayuné con ellos y luego les dejé en el. Creía que iba a entrar en Santiago solo, pero, afortunadamente, me topé con Isi, María y Ellen, y con ellos entré, comí y cené en Santiago.
Por la mañana vimos la Misa del Peregrino, y después de la misma partimos hacia Finisterre. Me cogí un mosqueo porque, en dos ocasiones consecutivas, pregunté y me guiaron por la carretera. Cuando ya estaba viéndolo muy feo, pregunté en un bar y afortunadamente salió al paso un hombre que conocía el camino, y me guió por el buen camino. Tuve que retroceder un kilómetro, pero es mejor que seguir andando 18 kilometros por el camino equivocado... Una vez en la ruta correcta, se me hizo bastante ameno, aunque en dos o tres ocasiones dudé. En el albergue me encontré a la gente con la que estaría conviviendo durante los 3 días siguientes, pues las etapas hasta Fisterre estaban contadas, y todos íbamos a hacerlas igual. Así pues, conocí a Silvana, Simón, Paco, Orlando, Tere, Carlos, entre otros, y volví a ver a Joaquín y a Patricia, que iban a ir hasta Muxía.
La mañana se presentó lluviosa, por lo que POR FíN pude utilizar mi poncho. Por el camino fui alternado soledad con compañía, unas veces con Joaquín y Patricia, otras con Simón, otras con Tere y Orlando, otras sólo con Tere... En el libro de comentarios de los peregrinos, me dio por poner algo que me salió del alma, acerca de mi sentimiento con respecto al camino y a mi situación, y más tarde, Silvana, me llamó para preguntarme sobre lo que había puesto. Me hizo reflexionar y en parte me alivió.
Por la mañana llovía. Debido a mi conversación con Silvana y Carlos, esta vez no tenía ninguna prisa, pero cuando ya acabé de desayunar y prepararme, me fui solo, despacio. Hice algunas fotos bajo la lluvia y cuando dejó de llover me encontré con Joaquín y Patricia, y seguí el viaje con ellos hasta el albergue. Cuando llegamos al mar, Patricia se metió entera (vestida). Luego, en la playa, abandonamos el camino "oficial" y la atravesamos descalzos. Fue una experiencia muy intensa (lo de no sentir las piernas es cierto). Por fin llegamos al albergue, preparamos la cena y fuimos a ver la puesta de sol. Tuvimos mucha suerte, pues esa tarde estaba el cielo despejado.
La "última" etapa fue, a diferencia de lo que yo acostumbraba, muy relajada. No me separé ni un momento de Joaquín y Patricia. Fuimos muy lentos, pero fue una experiencia distinta, más observadora, más relajada, más conversadora... Desgraciadamente, era domingo: nos tubo que abrir un policía el albergue, no había nadie más, mis acompañantes se iban en coche (había venido a recogerles), y para colmo había que dormir en polideportivo... así que volví a Fisterre en coche con ellos. Nada más llegar tuve que ir al baño a echar todo lo que había comido durante esa mañana... pero encontré (¿o me encontró ella?) Silvana; me dicho "a ti te quería ver yo", y me enganchó para ir, nuevamente, a ver la puesta de sol. Esta vez no hubo suerte, el cielo esta encapotado, pero una vez se fue casi todo el mundo, Carlos encendió una hoguera en lugar destinado a tal fin, y varios peregrinos quemamos alguna pertenecia. Yo quemé mi palo; Jacoba y Silvana quemaron la práctica totalidad de su ropa usada durante el camino (evidentemente, previa compra de ropa nueva... ;-) Darío celebró su cumpleaños invitándonos a unas tartas de coco y chocolate. Nos quedamos los últimos Carlos, Silvana y yo, y volvimos en total oscuridad hasta el pueblo, con la única iluminación del faro, cada instante, posando su haz de luz giratorio sobre nosotros...
Nos despedimos de las gaviotas del puerto y volvimos al punto de encuentro de todo peregrino. Carlos, Silvana, Mary (de Canadá) y yo fuimos juntos prácticamente todo el día. Acompañé a Silvana a ver la misa. Llegamos tarde y casi no nos dejan entrar. Luego comimos en Casa Manolo, nos tomamos un café en el subterráneo de una cafetería muy chula, y ahí entablé conversación con Mary, cosa que durante los días anteriores no había hecho. Además, ella llevaba cierto tiempo en España (primero en Mayorca) y había aprendido muchísimo (yo estoy aún sorprendido). Más tarde Silvana tuvo que ir a coger el avión, yo fui a reservar mi billete de autobús (no había tres hasta el día 15) y luego cenamos. Para corroborar mi condición de DESPISTADO, me había dejado la mochila en un supermercado... menos mal que me di a tiempo (sobre las 8:30).
Al ir al albergue, como yo no había cogido sitio, tenía pensado dormir a la intemperie (me apetecía), pero me quedé esperando en la puerta del Seminario viendo el sol desaparecer, el cielo cambiar de color, ver aparecer las estrellas, y con la esperanza de ver a alguien conocido que hubiese dejado en el camino...
...y llegó: Shimrit. ¡Había continuado y había llegado! Yo había estado deseando encontrármela durante casi todo el camino... y el último día sucedió. Estuvimos hablando, nos mostró su situación con respecto al camino, y Carlos se quedó con ella haciéndola ver las casos de otra manera. A las 12 nos hicieron entrar y cerraron. Finalmente yo cogí la mochila, como si tal cosa, y me instalé en el suelo, junto a la cama de Mary.
Por la mañana Mary salió muy pronto (sobre la 6) pues tenía que coger su avión a las 7:30 (más o menos); Carlos también salió antes que yo, nos abrazamos y nos emplazamos para próximos contactos; posteriormente me di cuenta que me había dejado una nota. Me reuní con Shimrit y fuimos a desayunar, con Diego (de Barcelona). Después fui a coger el autobús y a sufrir 8 horas sentado... Cuando salí del autobús, tuve que ir cojeando, pues la pierna izquierda la tenía agarrotada. Luego un tren hasta Villalba... y a casa...
Fin de ESTE camino.
Guille, de Madrid. Agosto 2002.