http://www.viaplata.org.es/doc/CAMINO-DE-SANTIAGO.pdf
Las grandes obras las idean los locos
Las ejecutan los audaces
Las disfrutan los cuerdos
Y las critican los idiotas
(Frase anónima copiada de un cartelito que colgaba en el bar solitario de un pequeño pueblo en las entrañas de Uruguay)
Santiago de Compostela se ofrecía como la meta soñada por cualquier aficionado a las rutas a caballo. Más de 1000 kilómetros suponen una experiencia de resistencia física difícilmente superable en la Península Ibérica. Además, quería hacerlo sin ayudas externas de coches o camiones de apoyo. Cruzar España como los viajeros antiguos, sin más compañía que mi caballo.
Como siempre ocurre en mi vida, lo que nace como un proyecto, toma forma con rapidez, convirtiéndose en un sueño para derivar en una obsesión.
Mi familia, mis amigos, sufren con desconfianza esta metamorfosis con la esperanza de que aborte en cualquier momento, claudicando finalmente ante mi firme decisión, rindiéndose ante lo inevitable y dejándose arrastrar por mi ilusión hasta el punto de acompañarme (algunos) en la aventura, envidiarla (otros) por no tener la posibilidad de hacerlo o temiéndola (los menos) ante los peligros que tendré que superar (de los que la critican no diré nada por no pertenecer al grupo de familiares ni amigos). En la Navidad de ese año ya era una decisión irrevocable y comenzaba los preparativos para llevarla a cabo.
Atravesar España de sur a norte siguiendo la antigua calzada romana, pisando las mismas piedras que pisaron los mozárabes en su peregrinación a la tumba del apóstol como prueba de fe y afianzamiento en la misma, le daba una nueva perspectiva a la aventura.
A poco que cerrase los ojos, podría soñar con épocas pasadas en las que las ruinas que me verían pasar, habrían sido testigo, en su esplendor, del paso de otras gentes, con otros vestidos y otras culturas. Batallas terribles, amores furtivos, venganzas, asaltos, conspiraciones y latrocinios, proyectos, ilusiones, muertes y nacimientos, conquistas y reconquista. El camino que emprendería sigue siendo testigo impertérrito y milenario de la formación de España y yo, humilde jinete, cabalgaría ante sus ojos de piedra escribiendo un pequeño renglón en su libro infinito.
Por alguna mágica razón, lo que empezó como una experiencia deportiva lúdica, va adquiriendo vida propia, se me escapa de las manos, me atrapa sin remedio.
La muerte de mi hermano Manuel en febrero es la experiencia más trágica de mi vida, me golpea en el cuerpo y en el alma de manera tan violenta que ni aún hoy puedo pensar o escribir sobre él sin que me embargue la pena y el dolor.
El se convierte en la única razón de mi viaje. Su recuerdo me acompaña cada día y por este recuerdo seré capaz de llegar a Santiago sólo o acompañado, a pie o cabalgando.
Ya es un hecho, nada podrá evitar que en la madrugada del día señalado (14 de junio de 2009), comience mi camino hasta la tumba del apóstol.
El primero en decidir acompañarme es mi amigo Santiago Torres. No conozco las razones por las que desea hacerlo salvo por el hecho de ser un buen e incondicional amigo que no podría soportar saber que cabalgo tantos días en solitario sin su "protección". El segundo es mi hermano Rafael. Su forma física no es la más indicada para el proyecto y él lo sabe, pero está dispuesto a acompañarme hasta donde sus fuerzas le permitan y se volverá cuando ya no pueda más. El tercero es "mi primo" Miguel Figueroa que, arrastrado por la ilusión de los demás, no quiere quedarse atrás, al menos en las discusiones de las tabernas anteriores a la partida.
Los tres son buenos compañeros y amigos por lo que acepto su decisión aunque con bastantes dudas sobre si, llegado el día, estarán a la altura de sus promesas.
Otros manifestaron su decisión de acompañarme, pero todo el que me conoce sabe que no soy muy amigo de los grupos. Prefiero la soledad al bullicio así que descarté cualquier posibilidad de aumentar la compañía y comencé a documentarme sobre todos los aspectos de la ruta.
Una vez más fue Internet el primer paso en la búsqueda de información, apareciendo ante mí un montón de páginas referidas al viaje desde Sevilla a Santiago de Compostela.
Me decidí pronto por la página de los Amigos del Camino de Santiago de Sevilla y su magnífica guía del camino mozárabe. Esta guía se convirtió, durante los meses previos y durante los días de cabalgar incesante, en la única herramienta para ordenar mis etapas y localizar los albergues.
Cuidar de Faysal, alimentarle y entrenarle fue otra de mis preocupaciones en los meses previos. A ello me dediqué con toda mi alma trabajando diariamente su cuerpo y su comportamiento por lo que debo agradecer a mi mujer la paciencia y comprensión que demostró al verme utilizar todo mi tiempo libre en esa tarea.
La proximidad de la fecha señalada me producía un cosquilleo extraño en el estómago.
En mas de una ocasión me vi en la necesidad de espantar los fantasmas de la duda y el miedo, que me perseguían hasta en los sueños.
Al final, como siempre ocurre, las cosas fueron mucho más sencillas de lo que nuestro espíritu pusilánime las imagina y di comienzo, junto a mis amigos, y como podrá leerse en el relato, a la experiencia más extraordinaria, sorprendente, divertida y enriquecedora que podría haber imaginado.
Montellano, 5 de Octubre de 2009
Son las 5,45 h cuando llegamos a las cuadras y comenzamos a aparejar. Al salir hacia el pueblo nos tropezamos con Pedro Lerena que ha venido a acompañarnos hasta la Iglesia.
Comienzan a llegar amigos, hasta un número de 10 o 12. Mi padre está presente también.
Llega el párroco D. Antonio, montamos sobre nuestros caballos, recibimos su bendición, beso a mi padre y a mi mujer desde el caballo y nos despedimos sin tardar un minuto más.
La salida del pueblo a las 7,15 h del domingo es bastante solitaria, cosa que agradezco.
Antes de llegar a la Reyerta vemos a lo lejos a un jinete que galopa en nuestra dirección, es mi cuñado Manolo Blanco con su yegua torda. Me alegra su presencia que, para despedirnos, nos acompaña hasta el puente de Lopera.
El paso por los bermejales nos permite ver cientos de conejos que corren a esconderse en sus madrigueras.
Primera parada en la Venta de Diego. Bocadillos de tortilla, aceitunas, cervezas y adelante de nuevo.
Tras pasar las Ardúas iniciamos el descenso hacia la laguna de Zarracatín.
Debe haber muerto un personaje famoso del mundo de las moscas porque hay más de mil millones de ellas concentradas en el lugar. Al vernos vuelan raudas, cayendo sobre nuestras cabezas y las de nuestros caballos, enloqueciéndonos a todos.
De nuevo la catedral del Palmar de Troya. A medida que me acerco puedo ir fijándome en que son cuatro las torres frontales y cuatro más en construcción en la parte trasera, una cúpula central, otra auxiliar y una más en construcción. (de donde sacarán el dinero para tanto dispendio?) Al entrar en el pueblo, una manada de gansos hace que Faysal, presa del pánico, realice una media pirueta chocando con Sandalio, faltando poco para que Rafael, que como siempre anda despistado encima de su bondadoso caballo, esté a punto de caer al suelo.
Nada más que reseñar hasta la llegada a la cabreriza de Cristóbal, final de nuestra primera etapa. Ya no están ni Vaneva ni Paco el mendigo. Este último ha contraído una extraña enfermedad y ha sido ingresado en una residencia de ancianos (se adaptará a esa vida?), Vaneva ha cambiado de patrón. En su lugar hay dos chicos nicaragüenses:
Sando y José.
Rafael ha avisado a todo el pueblo y a parte del resto del mundo así que comienzan a llegar amigos a vernos. Todos traen comida y bebidas. Me recuerda aquellos tiempos en los que, cuando se visitaba a un enfermo, se llevaba jamón (unas lonchitas), perrunas o cualquier otro dulce o alimentos solo consumidos en tiempos excepcionales o festivos.
Antonio el Pichi se presenta con un montón de litronas, una paletilla de jamón, un morcón, salchichones, chorizos, etc. Mas tarde, Miguel Figueroa viene con su yerno Luis y con el "Boronías" trayendo mas cerveza, whisky, ron, coca-colas etc. Cristóbal mata un cordero...en fin, que entre torta y torta para matar las moscas, me va entrando un sueño insoportable así que pido perdón a todos y me retiro a dormir.
Noche de ruidos y moscas, miles de moscas, algunas pulgas y cuatro gatitos que no paran de enredar en toda la noche.
Rafael se acuesta más tarde apañándose en un viejo sofá y allí mismo lo hace vestido aunque sin botas, su radio puesta, adoptando la postura mas extraña que conozco para dormir.
Duermo a tirones, sin llegar nunca a la inconsciencia. Despierto a las 4,25 h así que me levanto y comienzo con la rutina que llevaré durante los próximos 27 días.
Rafael me dice en voz alta que acaba de ver pasar delante de nuestra cama una rata mas grande que un chivo (exageraciones propias del personaje).
Mientras cabalgamos por el camino lateral del canal que discurre entre maizales, algodones y otras plantaciones que nos acompañan monótonas, haré referencia a un suceso simpático del día anterior.
Previamente debo decir que mi hermano Rafael alardea de ateismos, revoluciones y cuanta zarandaja considere que, aún sin creerlas, le da cierto empaque subversivo. Pues bien, al atravesar el pueblo del Palmar de Troya (famoso pueblo por ser residencia de la secta del autonombrado papa Clemente), en una de sus callejuelas, en el acerado y junto a una puerta, había una anciana que tenía colocados sobre una mesita de playa una especie de tabla-díptico bizantino junto a dos angelotes de escayola bastante vulgares.
Rafael, supongo que imbuido del espíritu peregrino o influenciado por Santiago y por mí, ante aquel "altar tan sagrado", hizo una reverencia desde lo alto del caballo, sombrero en mano, que ni el mayor de los cortesanos se atrevería a realizar por miedo a descoyuntarse.
No pude aguantar la risa y mi hermano, algo mosqueado y bastante serio, me habló del respeto a la religión y a las creencias, etc... (Increíble transformación).
Los caballos llevan un paso firme y rápido, Santiago luchando con Rumboso y Rafael, sin tocar las riendas en todo el día, con las manos apoyadas en las alforjas traseras, deja a Sandalio seguir dulcemente las huellas de mi caballo.
De vez en cuando suena su teléfono y él cuenta a todos la misma historia sobre su viaje a Compostela et. etc. etc.
Atravesamos la Dehesa de Coria sin novedad pero con mas calor que la vez anterior y nos aproximamos al Guadalquivir.
En esta ocasión, la llegada al embarcadero no se me hace tan larga y pesada, tampoco nos hacen esperar para el embarque (Rafael dice que es mérito suyo). Cruzamos Coria del Río buscando la parroquia para firmar nuestras credenciales y más tarde el centro hípico "Monte Verde" final de la etapa de hoy.
Este centro lo tiene en alquiler un personaje simpático, culto y agradable, Luis Espinosa. Ante unas cervezas me cuenta que es colombiano, ingeniero de profesión, que trabajaba en una empresa familiar en su país hasta que un buen día se planteó dejarlo todo y dedicarse a los caballos en exclusividad. Cogió este negocio y tiene en él una escuela con más de 200 alumnos, cuatro monitores y una cuadra de caballos de salto que impresionan al verlos por su morfología potente y hermosa.
Tiene un hijo en el equipo nacional de salto haciendo el europeo y me confiesa que ya no tiene el dinero necesario para hacer de él uno de los grandes...así es la vida.
Le pido que nos deje dormir en una de las cuadras vacías y no tiene ningún inconveniente.
Nos damos una buena ducha en las mismas que habíamos usado para los caballos y, ya limpios y refrescados, esperamos a nuestro amigo Antonio el Pichi que viene para comer con nosotros. Trato de hacerlo en la venta de Curro el de la Malena pero está cerrada por lo que vamos a la venta del cruce donde nos damos un festín con alitas de pollo, ensalada y arroz con pato para los cuatro. (Curiosamente los camareros son de Montellano) De vuelta, en el coche de Antonio, intentamos encontrar un camino que nos lleve a la Cañada Real de las Islas (que nos llevará a Guillena) porque la opción de la carretera que une Coria con La Puebla es peligrosísima por el tráfico intenso.
Paramos a unos ciclistas que vienen por la cañada para preguntarles si conocen esta opción y uno de ellos dice, coño! Alfonso!, Pantani! Joder que pequeño es el mundo!
Era un atleta contra el que yo había competido en varias triatlones y duatlones en el pasado. Con alegría, nos dio la solución que necesitábamos.
De vuelta a Monte Verde, Rafael le dice a Antonio que haga lo que quiera pero que él se va a echar una siesta de borrego, así que se larga y los tres intentamos dormir bajo unas chapas metálicas que sirven de tejado a las cuadras y que despiden un calor asfixiante.
No más de 20 minutos de medio sueño y un despertar sudoroso y aplatanado.
Viene el dueño de las instalaciones y nos saluda interesándose por nuestra aventura manifestando la envidia que le produce.
Nos visitan Mari Pili, Lurdes y su novio Miguel con los que hablamos placidamente mientras va cayendo la tarde y, sentados frente a las pistas, cenamos más alitas de pollo que ha traído Mari Pili. Rafael hace arreglos en su montura y finalmente nos dejan solos para que podamos descansar para el día siguiente.
Félix es un chileno que trabaja en las instalaciones y nos cuenta que fue militar en su país durante 31 años y en una ocasión cabalgaron 2400 km en 20 días (¿?) La noche pasa calurosa, asfixiante y con mosquitos que, como aviones de combate, nos acribillan durante toda la noche.
Despierto a las cuatro de la mañana, voy al baño y me cruzo con Rafael que viene de allí, "Hay mosquitos como tórtolas" Me dice, sonrío y sigo adelante (ratas como chivos, mosquitos como tórtolas, que nueva comparación me espera?)
El tramo de carretera se hace rápido y bien, al trote y con chalecos reflectantes, encontramos pronto la Cañada Real de las Islas, camino que nos llevará a la población de Guillena.
Al cabo de unos pocos Km. Encontramos un barcito abierto en medio de un sin fin de parcelas construidas, que tanto han florecido alrededor de los pueblos. Paramos y pedimos tres cafés con leche a su dueño, un hombre de unos 60 años que se encuentra limpiando la cafetera y el mostrador, sin camisa y sudoroso. El único cliente presente es un repartidor mañanero. Pone a calentar la leche en el chorro de vapor y prepara los cafés. De repente suelta un grito diciendo que algo le ha picado en la espalda. El repartidor se ríe y le dice que cierre el vapor, que a esas alturas tenía la leche hirviendo a borbotones y había sido una salpicadura de esta leche hirviendo lo que le había "picado" en el pellejo sin camisa.
Me río y le pido que haga el favor de ponerme el café calentito que es como me gusta a mí. Rafael, con más guasa aún, le pide un poco de leche fría porque tenemos que salir antes del medio día (eran las 6,45 h.) Vereda adelante, atravesando carreteras del Aljarafe sevillano, urbanizaciones ilegales y todo tipo de vertidos, llegamos a la autovía del V Centenario que enlaza Sevilla con Huelva. El paso es a través de un túnel ovalado, de unos 4 mts de altura y totalmente forrado con una chapa ondulada. Acaban de salir un puñado de vacas por él y le pregunto al vaquero si quedan algunas más por pasar. Me dice que ya pasaron todas pero que no cree que pasen los caballos por allí ya que en muchas ocasiones ha visto como se vuelven jinetes ante la imposibilidad de hacer pasar a sus cabalgaduras por aquel túnel forrado. Aprieto las piernas sobre el costado de Faysal, le suavizo el contacto en la boca permitiéndole que alargue el cuello, huele el piso y se mete dentro sin dudarlo ni un instante. Los caballos de Rafael y de Santiago siguen a Faysal hasta el final del túnel. El vaquero pasa detrás de nosotros caminando y no hace ningún comentario pero no puedo reprimir zaherirle diciéndole, "pasaban o no?" Sin mirarme siquiera sigue adelante supongo que algo corrido por su fracaso.
Salimos por fin del Aljarafe y, tras caminar junto a la vía férrea algunos kms, la atravesamos en Salteras caminando por el lado contrario y hacia abajo, adentrándonos en un paraje labrado y solitario. Decidimos parar junto a un cañaveral y comer algo de lo que lleva Rafael en sus alforjas. Atamos los caballos en una alambrada, Rafael se sienta sacando las viandas y comemos de ellas hasta que algo llama mi atención. "El suelo se mueve!". Pequeñas lentejas, formando un poderoso ejército, salen de manera constante de entre las cañas. Me fijo bien y compruebo que son cientos de garrapatas hambrientas que, al notar el movimiento de nuestros cuerpos, deciden sobrevivir con nuestra sangre.
Doy un respingo avisando a los otros que, rápidamente Santiago y a su ritmo Rafael, se levantan también reiniciando nuestra marcha.
Campos de sandías y cebollas con decenas de trabajadores en la faena de recogida que nos miran sorprendidos al pasar. Desde un alto, divisamos en el horizonte el pueblo de Guillena y algo más cerca el enorme movimiento de tierra gris provocado por la apertura de la nueva mina en Gerena (mina Cobre las Cruces).
Es un camino abierto y solitario, aunque no falto de belleza, el que nos acerca al final de nuestra etapa de hoy.
Parada en una gasolinera justo antes de atravesar la autovía, compramos agua y llamamos al contacto en esta población (Luis).
Antes de llegar al pueblo nos adelanta en coche mi sobrino Manolo que viene a recoger a su padre (Rafael). El hermano de Luis nos conduce pronto a sus instalaciones donde, tras ducharlos, dejamos los caballos en sus respectivos boxes.
Rafael se marcha por unos días y Santiago y yo buscamos la pensión del portugués que es donde dormiremos esta noche (la primera decente desde que salimos). Comemos bien y dormimos una hora de siesta. Al levantarnos visitamos la iglesia en busca del párroco pero está celebrando una misa de difuntos así que continuamos hacia las cuadras para ver cómo están los caballos.
Faysal no come y eso me preocupa, tiene el pienso en su comedero casi sin tocar. Abro la puerta del box e inmediatamente comprendo la razón. Había sido extraño también que no se hubiese acercado a la puerta a olerme como hace habitualmente.
La razón era un cable eléctrico que se coloca en las cuadras para que los caballos no empujen sobre la puerta o no se arrasquen en los comederos (esta práctica, aunque muy corriente, me parece una monstruosidad). El cable llegaba hasta el comedero con lo que Faysal, que no está acostumbrado a ello, al recibir la primera descarga, se asustó sobremanera arrinconándose en el lugar mas extremo.
Le pido al padre de Luis que le retire el cable y él accede sin problemas pero el mal ya está hecho y Faysal se alimenta mal este día.
Tratamos de acostarnos pronto y sin cenar (yo ya he decidido hacer sólo una comida al día) pero una hermana de Santiago, Toti, le llama anunciándole que nos visitaría con un amigo, José María Pérez Orozco.
Llegan a las 22,30 h. y observo rápidamente que son dos torbellinos.
José Mª trae la intención de explicarnos el sentido histórico y mágico de la aventura que hemos emprendido y, tras reiterar que él no cree en las casualidades, va desgranando datos sobre el camino de Santiago diciendo que es una peregrinación que comienza hace mas de 3000 años, que precisamente en el mes de Junio es cuando se alinean las estrellas desde el estrecho de Gibraltar (non plus ultra) hasta el final de la tierra (Finis Terre) llamándose por tanto Compostela o camino de las estrellas.
Cerveza tras cerveza mas un plato de bacaladilla frita vamos llegando a la 1,30 h. no sin antes oír varios chistes de Franco, algunas sintonías silbadas, multitud de sonetos flamencos y un montón de risas que dejan ver un diente solitario y lateral, en la parte superior de su boca. Abrazos, más abrazos, algunos besos y se marchan con su guasa, con su historia y, seguramente, sin volver a acordarse de nosotros nunca más.
Nos ayuda a aparejarlos y salimos a la oscuridad siguiendo como podemos las indicaciones de las flechas amarillas, nuestras amigas.
Atravesamos un río, subimos unas pendientes, llegamos a un polígono y antes de darnos cuenta estamos en un camino cuesta arriba que se adentra entre olivos y cultivos de secano. Hace fresco y se camina bien. De repente un paso canadiense nos para en seco, buscamos un cancelín cercano que nos permita pasar pero algún desconsiderado criminal o simplemente un ignorante estúpido ha cerrado con gruesos alambres dicho paso alternativo. Imposible pasar si no es por la trampa asesina. Me fijo bien y deduzco que alguien, en trance parecido, ha rellenado parte de los huecos entre las vigas con piedras. No se que hacer y hay que pasar así que trato de hacerlo caminando por las piedras que esa otra persona dejó anteriormente. Me bajo de Faysal y le conduzco cogido de las riendas hacia delante. El caballo confía en mi y no duda en intentarlo pero entonces ocurre lo inevitable. Una de sus manos resbala de una piedra y se introduce en el hueco. Entra en pánico y se retuerce metiendo la otra mano también. Hay un instante en que lo veo todo perdido. Faysal intenta desesperadamente sacar sus manos de allí pero es imposible. Si introduce también las patas se las partirá sin remedio. De repente da un fuerte tirón y saca las dos manos arrancándose ambas herraduras. Se ha hecho varios cortes por encima de la corona de los cascos y sangra abundantemente aunque son superficiales. Veo el miedo pintado en sus ojos.
Habría matado sin dudarlo al individuo que cerró el cancelín y me habría matado a mi mismo por intentar pasar por encima de las piedras. Pero en la madrugada, con el día despuntando, la soledad y el silencio fueron los únicos testigos de mi desesperación.
Santiago, que aún conserva la calma, me aconseja llamar a Luis y explicarle el asunto.
Lo hago y no tarda ni 35 minutos en venir en nuestro socorro, con unas tenacillas para cortar los alambres y clavos para asentar de nuevo las herraduras arrancadas. Nunca le agradeceré lo suficiente su comportamiento generoso.
Seguimos adelante y poco a poco se me va pasando el enfado, en parte conmigo mismo, y puedo disfrutar de una etapa preciosa entre encinas y monte bajo, por un camino serpenteante que sube y baja en un paisaje variado y entretenido. De vez en cuando las "obamamoscas" asaetean la cara de Faysal. Llevo a Sandalio de la mano y éste sigue dócilmente el paso de Faysal, con su cara junto a la grupa, dando de vez en cuando un ligero trotecillo para no perder el ritmo. Mis dos manos están ocupadas pero no es tan penoso como pensaba. De esta manera y subiendo constantemente llegamos a Castilblanco de los Arroyos, precioso pueblo de la Sierra Norte de Sevilla. Llevamos ya 20 kms y alguna penalidad así que es tiempo de tomar un desayuno. Aprovechamos el paso por un hotel que hay a la entrada del pueblo para hacerlo y dar agua a los caballos.
Miradas de extrañeza por parte de algunos clientes mañaneros del hotel y salida rápida atravesando el pueblo en dirección a Almadén de la Plata. Según la guía son 30 kms de los que 16 son por la carretera. El calor empieza a ser agobiante pero caminamos con paso firme aunque nos quedan más de cuatro horas de camino.
Rafa Candau me llama por teléfono para preguntar como vamos y decirme que se dirige con su hermana Ana y sus cónyuges respectivos hacia Oviedo para asistir a un congreso médico. Al decirle nuestra situación mas o menos exacta deciden desviarse de su ruta para venir a vernos. El calor nos asfixia ya cuando nos adelantan con su coche, una amplia sonrisa en sus caras, besos, fotos, abrazos, bromas sobre el culo, buchitos de agua y un adiós apresurado.
La carretera es dura para los caballos y para nosotros, el calor que desprende el asfalto es sofocante. El desnivel es cada vez mayor y la entrada a la pista forestal no llega nunca.
Por fin, y tras unas curvas, podemos dejar la carretera. Aún quedan 14 kms y el calor es ya insoportable, el terreno seco y el camino en constante sube y baja. El paso de nuestros caballos ya no es tan firme, de repente un pilar con agua abundante y fresca.
Dejamos que beban tranquilos hasta hartarse y continuamos por ese terreno duro de monte árido y seco. Tras una curva tropezamos con una figura tendida a la sombra de una encina y en mitad del camino. Saludamos pero sólo conseguimos que se levante un poco sin contestar a nuestro saludo. Es una mujer de aspecto maduro y extranjero, supongo que no conoce nuestro idioma, le pregunto si necesita algo pero no me responde, supongo que solo esta descansando y dejando pasar las horas de máximo calor. Caminamos desesperadamente sin encontrar jamás el fin de la etapa, una salida del camino principal nos lleva a una senda aún mas empinada. Miro hacia adelante y veo que la senda tropieza con un monte casi vertical, vuelvo la mirada hacia los lados esperando ver su continuación por algún sitio pero no hay nada. Estoy perplejo y me pregunto como es posible que nos hagan subir por esa pared. Dudo unos segundos si bajarme o no de Faysal pero pienso que si lo hago no podré subir andando esa fortísima pendiente tirando además de Faysal y de Sandalio así que, sin avisar a Santiago, aprieto las piernas y Faysal responde como siempre, valiente, decidido y fuerte, mete sus riñones y paso a paso, uña a uña, con un esfuerzo tremendo, recorre todo el tramo hasta la cumbre. Allí, tumbado, un peregrino (Joan) nos mira asombrado mientras los ijares de nuestros caballos se mueven con rapidez. Está destrozado, rojo como la grana y sudando por todos los poros de su cuerpo. Creo que delira un poco porque se levanta y nos dice que no podemos imaginar la alegría que le produce ver a un ser humano en ese momento. Es catalán, comenzó el camino en la catedral de Sevilla, ha hecho varias veces el camino francés y jamás lo había pasado tan mal ni tanto calor en toda su vida.
Los caballos sudan copiosamente y aun respiran violentamente así que me bajo de Faysal, le aflojo la cincha, le acaricio y, ya caminando, bajamos hasta el pueblo de Almadén de la Plata. Más tarde me dicen los lugareños que ese cerro es conocido como "la cuesta del Calvario" (nombre que podría haber sido sustituido por "la cuesta hacia el infierno", por el calor que hacía).
Un concejal, Paco Ortiz, nos ha preparado un solar de un cuñado suyo, dentro del pueblo, para dejar los caballos, así que damos agua en una fuente publica, les quitamos los chismes y les dejamos descansar en el citado solar.
Por alguna razón decidimos alojarnos de nuevo en un hostal, la verdad es que después me arrepiento ya que el albergue de peregrinos que tiene este pueblo es magnífico pero la decisión estaba tomada y los arreos de los caballos en la habitación doble que contratamos. Nos duchamos, lavamos algunas ropas y los sudaderos de las monturas y pedimos nos hagan de comer porque son las 5 de la tarde y no habíamos probado bocado alguno en todo el día. Comida abundante y buena antes de dormir una siesta relámpago.
Son las 19 h. y me levanto para resolver en lo posible el problema de la comida de los caballos y para mirar las manos de Faysal por si han aparecido los primeros síntomas de inflamación tras el suceso de la mañana.
Estoy en ello cuando se para un todo terreno. Su conductor se queda mirando los caballos y me dice que le gustan, que de donde somos? Y adonde vamos?. Le cuento por encima y vuelve al tema de los caballos diciéndome que le gusta Faysal entre todos.
Se lo agradezco y aprovecho para preguntarle donde conseguir el grano y el heno que necesitaba .Con una sonrisa me dice Súbete! No sé bien adonde voy ni le he dicho nada a Santiago pero me subo en el coche y emprendemos un camino que nos lleva fuera del pueblo.
Paramos en una finquita a la salida y me enseña un caballo castaño que se nota le satisface bastante. Le comento que me parece un buen animal, abre otra puerta y me dice que coja las pacas de heno que quiera. Con una es suficiente así que la echamos en la parte de atrás de la camioneta y volvemos al pueblo. Se la echo en seguida a los caballos que la comen con avidez. Le doy las gracias y le pregunto por el precio, me responde sonriendo que no diga tonterías, sobre la avena me dice que le dé mi número de teléfono y que espere a que me llame.
Hago tiempo hablando con Joan en el albergue y por él me entero que la extranjera que encontramos tumbada en el camino se llama Andrea, es húngara y ha tenido que ir la policía local a rescatarla porque estaba al borde de la insolación.
Me cuenta parte de su historia y me pregunta por la mía. Intercambiamos sentimientos sobre algunas personas que nos abandonaron y nos despedimos quizás para siempre.
Ceno dos vasos de leche fría y recibo una llamada de Francisco Navarro, que es como se llama el buen samaritano de este pueblo. Es Francisco un hombre de mediana edad, quizás mas joven que yo, militar en la reserva, alegre y extrovertido, tiene un hermano con cáncer y su máxima ilusión sería hacer el camino de Santiago con su hermano. Me permito aconsejarle que no lo deje para mañana, que hable con su hermano y salgan tras nosotros para que en el futuro no tenga que arrepentirse de lo que no se atrevió a hacer.
También me confiesa que desde que abandonó la carrera militar se dedica a lo que mas le gusta que es el campo.
Su llamada es porque nos trae un saco de avena para los caballos. Viene con sus dos yernos y, tras tomarse un par de cervezas en el bar del hosta, nos despedimos como amigos de toda la vida.
Echo la avena en varios montoncitos en el suelo, miro las manos de Faysal y le aplico un masaje con tensolvet (los daños no son irreparables), me voy a la cama y duermo profundamente durante cinco horas.
La mañana es fresca en este pueblo de la sierra sevillana y mis pasos resuenan en las calles estrechas y solitarias. Faysal me saluda y Sandalio se acerca olisqueando el saco de avena. Siempre me ha gustado el sonido que hacen cuando comen y me quedo unos instantes quieto, observándolos. Lo hacen rítmicamente, con ligeras interrupciones para estornudar con una especie de resoplido contenido. Me siento cansado pero feliz. Miro al cielo donde miles de estrellas parpadean en un espectáculo inigualable y maravilloso.
Vuelvo al hostal llevando los caballos de la mano y espero a que mi amigo Santiago, que siempre necesita el doble de tiempo que el resto de los mortales, se prepare del todo para comenzar la rutina de cada día.
Calle abajo, andando y llevando los caballos de la mano hacia el abrevadero, nos tropezamos con nuestro amigo Francisco en el único bar abierto a esas horas tan tempranas. Sus yernos y su hijo están con él, caras serias y ojos de sueño (que diferente es la expresión de nuestras caras de la tarde a la mañana!), van a la tarea del descorche en los alcornoques que tienen en su finca. Tomamos un café con ellos y nos despedimos de nuevo con gratitud y simpatía.
La salida de Almadén es por detrás de su plaza de toros, un caminito que nos lleva a una cancela y tras ella una hermosa dehesa de alcornoques, encinas y monte bajo. Es muy agradable cabalgar por estos terrenos si no fuera por el terrible dolor que tengo en el culo, justo donde se planta en la montura y que ya ha comenzado a descarnarse produciéndome una quemazón incómoda. Faysal camina con soltura y Sandalio, llevado por mi mano derecha, lo hace también sin resistirse. Santiago lo hace mas atrás, ensimismado en sus cosas.
Justo al salir de este tramo de dehesa y alcanzar un camino ancho nos tropezamos con Joan, el peregrino catalán que ha salido muy de madrugada para evitar el calor del día anterior. Le saludamos y le dejamos atrás con la misma prontitud que le alcanzamos.
Este camino atraviesa numerosas fincas y cada una de ellas lo cierra con un cancelín que nos vemos obligados a abrir y cerrar de nuevo, descabalgando incómodamente para ello. Son fincas dedicadas a la cría de cerdos y ovejas y ya se observan los primeros movimientos de los pastores en ellas. Los mastines corren amenazadores hacia nosotros y me pregunto como pasará nuestro amigo Joan, con lo gordito y apetitoso que estará a los ojos de estos feroces y gigantes guardianes. Nunca sabré si prosiguió su camino o fue devorado por las fieras aunque no he visto ninguna noticia en los periódicos así que imagino que consiguió pasar.
De manera sorpresiva cambiamos el camino por una especie de senda (a veces ni eso) entre los árboles y la dehesa da paso a la serranía. Las pendientes son cortas pero brutales obligando a Faysal a hacer esfuerzos tremendos. Sandalio es único, siempre se para a estercolar justo cuando iniciamos una de estas pendientes con lo que, al iniciar la subida enérgicamente me da un tirón en el brazo que casi me lo descoyunta. Me enfado con él y le pido a Santiago que lo arree en estas circunstancias. Dice sí pero sigue en su mundo autista así que en la siguiente pendiente la misma historia, dos cagajoncitos de Sandalio, tirón a mi brazo y Santiago en sus musarañas cerebrales.
De esta manera, y cada vez con más moscas, atravesamos la sierra desembocando en un camino que nos lleva al Real de la Jara. Antes de entrar en él Santiago exclama que ha perdido la esterilla inchable, que llevamos para colocarla debajo del saco de dormir y nos sirve de aislamiento del suelo, en el roce con las ramas de los alcornoques. Miro y también la mía ha desaparecido. Comprendo que pierda la suya sin darse cuenta pero la mía, al caminar tras de mí, como no la ha visto?. Ay! mi amigo Santiago es así.
El Real es un pueblo precioso pero lo atravesamos sin entretenernos siquiera a tomar un café y con la esperanza de encontrar un abrevadero pero salimos por las últimas casitas blancas y no hemos podido dar de beber a nuestros caballos. Salimos por un camino terrizo bajando una pendiente y damos con un arroyuelo de aguas limpias donde resolvemos nuestra inquietud. Mientras beben tranquilamente observo como cientos de ranitas se suben a los verdines que se mecen en la corriente. Sus ojitos saltones nos observan con curiosidad y temor. Las ruinas de un antiguo castillo, del siglo XII, nos observan también aunque de manera indiferente, supongo que han visto tantas cosas ya en sus largos años de vida que dos tipos a caballo, llevando otro de la mano, es cosa de poco interés paras ellas. Incluso las cigüeñas que anidan en sus muros y torreones nos dan la espalda despreocupadamente.
Pronto llegamos a un ancho camino, de firme regular, donde se suaviza el terreno y donde las moscas nos acosan sin piedad.
El dolor de culo es abrasador, me bajo del caballo y camino junto a él durante mas de dos kms pero las botas de montar no están pensadas para caminar y decido volver a montar antes de tener un nuevo problema del que preocuparme. Pellizco mis pantalones por detrás y noto que los calzoncillos se me quedan pegados a la carne. La cosa debe estar bastante mal pero dejo de pensar en ello y sigo adelante.
El terreno es abierto y puedo ver al fondo una sierra con pinares frondosos. Se que detrás de esta sierra se encuentra nuestra meta, Monesterio.
Como siempre que se vislumbra el final de la etapa, éste se hace mas largo y tedioso así que caminamos mirando de vez en cuando la dichosa sierra de pinos que poco a poco está mas cerca.
La nueva autovía nos despista un poco pero un capataz de las obras nos orienta y rehacemos nuestra marcha por una carretera que sube durante 10 kms seguidos hasta el pueblo.
Al llegar arriba damos vista a nuestros pies a Monesterio. Llamo al teléfono de la policía local y le explico nuestro problema con los caballos, me da un número de alguien que tiene un picadero a la salida del pueblo. Se llama Mario Gómez y no tiene inconveniente en que los dejemos en sus instalaciones así que tras ducharlos y darles un buen pienso y paja, decidimos quedarnos nuevamente en un hostal, el Extremadura, ya que el refugio municipal se encuentra muy alejado del picadero de Mario y andando es muy penoso para nosotros además del tiempo que nos haría perder.
Su dueña nos prepara una comida abundante y sabrosa a base de arroz a la cubana y un filete a la plancha,. Nos duchamos y, con el aire acondicionado puesto, sesteamos placidamente hasta las seis de la tarde.
Al despertar palpo mi culo en la zona herida por la posición en la montura y doy un respingo de dolor. No puedo verla pero con los dedos noto que me faltan trozos de piel y la carne esta hinchada y sanguinolenta así que decido ir a una farmacia y comprar un remedio.
La farmacéutica es una mujer madura, delgada y con cara simpática, al pedirle algo para mi problema me pregunta cual es ese problema, trato de explicárselo pero no entiende bien, por lo que le digo "si no fuésemos decentes los dos, si no hubiese tanta gente en la farmacia y si no supiera que iba a reírse, me bajaba los pantalones y le enseñaba el culo", la risa fue inevitable y también lo fue que comprendiera mi desesperación así que me vendió una pomada "positón" con corticoides y la advertencia de que, una vez regenerada la piel, dejase de ponérmela.
Mario está dando cuerda a un potro ante la mirada atenta de sus dueños así que no le molestamos y atendemos de nuevo a los nuestros. Cuando termina hablamos de salir al día siguiente y se niega rotundamente a levantarse a las cinco de la mañana por lo que dejará abierto el candado de la puerta para que podamos salir sin problemas.
Pregunto cuanto dinero quiere por el favor y dice que la voluntad. Como mi voluntad está siempre ligada a la justicia, hago un cálculo mental de lo que cuestan la paja y el grano y pregunto si le parece bien 20 euros, no pone objeción y saldamos la cuestión con un apretón de manos.
Rafael viene a visitarnos con Antonio y el hermano de éste, de vuelta de Portugal, y comienza con el discurso consabido de sus ganas de volver con nosotros, de que sueña, de que...me voy a dormir.
Siempre la misma rutina de pueblos dormidos, solitarios y silenciosos. Los gallos comienzan a cantar, tímidamente al principio, transmitiéndose extraños mensajes entre ellos y acabando en una algarabía total. Rodeados de ésta música gallinácea llegamos, aún a oscuras, al picadero de Mario y para nuestra sorpresa el candado estaba echado con lo que no podíamos pasar dentro. Una llamada desesperada, una voz entre dormida y enfadada al otro lado del teléfono nos dice que cortemos los alambres, que rompamos el candado o que esperemos, pero que él no se levanta a esas horas. Revisamos los alrededores y cortamos con dos piedras los alambres que fijan una cancela y así resolvemos la entrada a las instalaciones. Al salir volvemos a dejar todo más o menos como estaba y antes de las primeras luces ya estamos de nuevo en camino. La salida es por el campo de futbol, un camino lo bordea por su lado sur y nos adentramos en dehesas típicas de Extremadura, con encinas frondosas y suaves desniveles. Para mi sorpresa, no son cerdos lo que crían en estas dehesas sino vacas. Unas vacas blancas cacereñas que se mueven nerviosas ante nuestra presencia, agrupándose y viniéndose hacia nosotros con dudosas intenciones. Las miramos recelosos y aceleramos el paso para evitar sorpresas ya que ninguno de los dos es experto en el arte del rejoneo.
Sale el sol y se proyecta sobre las laderas que miran al este. En una de ellas, entre un puñado de vacas, tres liebres juguetean tranquilamente en lo que parece ser el rito de apareamiento. Al oír nuestros pasos se paran, se sientan, las orejas tiesas y los bigotes en movimiento nervioso. Una ligera observación hacia los que hemos perturbado sus juegos sexuales y salen disparadas en diferente dirección.
Sin previo aviso salimos del terreno de dehesa entrando en campo abierto. El sol calienta ya y no hay sombra alguna que alivie nuestro calor. Siempre hacia arriba y cada vez con mas calor se llega a Fuente de Cantos, bordeándolo por el sur nos topamos con una fuente con abrevadero donde beben durante buen rato los caballos. De vez en cuando miro a Sandalio y lo veo más gordo, más redondo. Tiene gracia que este caballo de 14 años esté mejorando muscularmente en un camino lleno de esfuerzos que se suponía lo iba a llevar a la ruina. Supongo que algo tiene que ver el hecho de que las dos jornadas más duras las hizo sin jinete y sin carga.
Salimos de Fuente de Cantos y el terreno se hace cada vez más plano, apareciendo las primeras viñas precursoras de lo que llaman "Tierra de Barros".
Antes de llegar a Calzadilla nos adelanta mi sobrino Manuel que trae a su padre a reincorporarse a la peregrinación. Vienen con él su madre Rafi y Encarni, mi mujer. Me alegra verla después de varios días. Viene guapa, sonriente y le doy un abrazo prolongado y un beso que me sabe a gloria bendita.
Como la felicidad no dura más de unos instantes, ni siquiera recuerdo de qué hemos hablado y ya la veo volver hacia nuestra casa dejándome de nuevo solo y sin esperanzas de volver a verla hasta que todo esto termine. Me quedo un poco triste pero la tristeza, al igual que la felicidad, es efímera, el presente se impone a todo los demás haciendo que se olviden las penas del pasado por más reciente que éste sea. El nuevo presente se llama Rafael y no deja de hablar sobre lo bien que se encuentra físicamente, lo motivado que está para seguir cabalgando, las sorpresas que se están llevando sus conocidos envidiosos del pueblo... He podido liberarme de llevar a Sandalio de la mano y recuperar un asiento mejor en mi cabalgadura así que me alegro de su llegada aunque mis oídos solo escuchan el rumor de su conversación sin prestar atención a lo que dice.
Tras las vías del tren llegamos a nuestra meta de hoy, "La Puebla de Sancho Pérez" donde nos espera la familia Santos que nos ayudará en lo referente a los caballos.
Es ésta una familia peculiar. Tratantes de ganado, gitanos, con no sé bien cuantos hijos pero que uno de ellos "está malito", otro tiene una extraña deformación en la mandíbula (no se si es de nacimiento, por un accidente, operación quirúrgica, etc.) se llama Juan, y otro más muy activo, bajo de estatura pero listo y decidido, lo que me hace suponer que asumirá el liderazgo de la familia cuando el patriarca se retire. Se llama Antonio.
Son conocidos de mi hermano a consecuencia de sus visitas a la feria ganadera de Montellano y algunos favores que Rafael les ha hecho derivados de estas visitas.
Generosos hasta el agobio nos dan todo lo que tienen, sus instalaciones, el heno y el grano que tienen almacenado y cualquier otra cosa que necesitemos.
La nave en la que dejamos los caballos es espaciosa, con varias cuadras cerradas dentro conteniendo algunos caballos enteros, un picadero circular y una zona de almacén con el forraje para el ganado. La arena del picadero esta mojada refrescando el ambiente a su alrededor. Tendidos en esa arena mojada varios perros de distintas razas y pelajes nos miran curiosos y desconfiados, entre ellos un galgo macho, atigrado, de hermosa estampa y poderosos músculos llama mi atención, es hermoso y extrañamente limpio.
Me acerco a él le arrasco tras las orejas acariciándole la cabeza y me suelta una dentellada que esquivo por milagro. Me cuentan que lo robaron una noche y de alguna manera llegó a liberarse de sus ladrones, desde entonces no se fía de nadie y reacciona con agresividad ante los desconocidos.
Antonio mira las manos de Sandalio y nos dice que si no hemos observado que está prácticamente sin herraduras. Es increíble, solo han pasado dos semanas desde que le herramos y tan solo seis días de marcha y ya las ha gastado. Miramos los demás y están en condiciones similares por lo que es imprescindible llamar a un herrador y recomponer los "zapatos" de nuestros caballos.
Herrador antiguo, que trabaja sus herraduras como pequeñas joyas artesanas, jubilado simpático pero que no esta dispuesto a coger las manos o pies de nuestros caballos, clava concienzuda y pacientemente los clavos, asintiendo con satisfacción cada vez que deja una herradura asentada. 50 euros por caballo y agradecidos.
Juan Santos quiere invitarnos a unos cubatas pero lo rechazo amablemente y nos vamos al hostal en el que hemos alquilado una habitación triple.
Noche de aire acondicionado y sin moscas, noche de tranquilidad y sueño hasta...las 4,30 h.
Aparejamos rápido y a las 5,30 h ya estamos en la ruta. Las luces de Zafra a lo lejos son el faro que nos guía. Pronto llegamos al polígono industrial que da acceso a la ciudad y, aún en penumbras, caminamos indecisos siempre adelante. Desde una ventana a nuestra derecha varias mujeres nos saludan gritando palabras de ánimos. Creo que son trabajadoras del amor en lo que se supone el final de su jornada laboral. Un camión nos adelanta saludándonos con el claxon, es el chofer de Ventura, el rejoneador que, según Rafael, es de Montellano y nos ha reconocido (¿?).
Al final de la larga avenida torcemos a la derecha por un camino que sube caprichosa e incomprensiblemente con una pendiente exagerada. Creo que es el único cerro en lo que la vista puede abarcar pero aquí está y por aquí marca el camino así que siempre hacia arriba y adelante llegamos a la cima dando vista a Los Santos de Maimona (que nombre!). Bajada igualmente pronunciada y un pueblo que despierta lentamente, en pequeños chorreos de gentes que se vuelven al sonido de los cascos de nuestros caballos en los adoquines. Una pequeña taberna donde tomamos un café de puchero cuyo sabor me recuerda el que tomaba durante mi periodo militar en el Sahara y por el que nos cobran 0,60 euros y de nuevo adelante.
Me fijo en Rafael y observo que cabalga en las posturas mas extrañas posibles (no me voy a meter mucho con él porque me ha regalado unos calzoncillos que, junto al positón, me han salvado el culo y la vida).
Liebres amontonadas se cruzan raudas por delante de nosotros, viñas y más viñas, olivos escuálidos y endurecidos junto a cepas jóvenes y frondosas. A la entrada de Villafranca de los Barros hay un pozo con una bomba de manivela donde beben ansiosamente nuestros caballos y nosotros nos lavamos las caras y brazos. El calor es agobiante hoy y son tan solo los 7,45 h Cruzamos Villafranca siguiendo las indicaciones por un laberinto de calles estrechas unas y amplias otras. Unos avispones tremendos, de más de cinco centímetros de largo, revolotean a nuestro alrededor. Jamás había visto este tipo de insecto salvo en unos documentales de TV en los que se decían que vienen de Japón, que son enemigos de las abejas y que han colonizado algunas zonas de América del norte pero jamás los había visto en España. Una iglesia totalmente blanca de cal y hermosísima, de formas redondeadas nos despide de la población y entramos en una superficie inmensamente plana, con un camino recto de tiralíneas, que atraviesa un inmenso océano verde compuesto por viñas infinitas tan solo interrumpidas por algunos cuadros de olivos pequeños.
El calor es ya sofocante y el camino recto y aburrido. En un pequeño rastrojo nos paramos a tomar un bocadillo y el pasto está tan caliente que tenemos que levantarnos de inmediato. De nuevo en marcha buscamos desesperadamente algún lugar donde abrevar las cabalgaduras pero los pocos pozos con los que tropezamos están cerrados o no disponen de bombas para su achique.
Poco a poco los caballos van perdiendo paso y hay que espolearlos para que sigan el ritmo. Las orejas de Faysal caen lateralmente y su flojera me lastima pero no hay tiempo ni lugar para compadecerse y le obligo a seguir adelante. Descabalgo y camino a su lado con el fin de aliviarle, Santiago y Rafael me adelantan y se van alejando poco a poco pero miro a Faysal y sigo caminando a su lado. Al cabo de 20 minutos vuelvo a montarle y se ha refrescado algo pero es una ilusión, al poco tiempo vuelve su flojera y aburrimiento anterior. Me duele meter las espuelas pero lo hago sin dudar ni un instante.
No hay remedio, hay que seguir y llegar a algún sitio.
Qué larga y aburrida es esta parte del camino!. Desde Villafranca a Torremejías (final de etapa) hay 30 km y son los más duros desde que salimos de Montellano. La temperatura está por encima de los 41º C y ni una sola gota de agua en toda esta distancia. Al fondo y a lo lejos veo los tejados de algunas casas de lo que debe ser el pueblo al que nos dirigimos. Llamo a la policía local y Fernando, el único policía del pueblo, se brinda a esperarnos a la entrada de él para llevarnos a un corral municipal donde podremos dejar los caballos.
Ya no hablamos entre nosotros, estamos agotados. Solo se oye el sonido de los cascos al golpear el suelo duro y seco. Por fin, y tras unos siete km vemos nítidamente el pueblo.
Hay que atravesar una línea de ferrocarril y a unos 500 m habremos acabado la etapa.
Bajo una encina hay dos peregrinos tumbados. Me acerco y saludo preguntando si tienen algún problema. Son alemanes, de unos 60 años y según sus palabras están "caput". No hablan nuestro idioma pero a medias les entendemos que la etapa les ha dejado exhaustos, 30 km sin agua y con esta temperatura les ha doblegado. También ellos han llamado a la policía local y ha venido a traerles agua porque no podían dar un paso más. Fernando me llama diciendo que está observándonos con sus prismáticos y que nos espera para acompañarnos al corral. Son las 14,45 h y no se irá a comer hasta que nos deje colocados así que cruzamos la línea férrea y, escoltados por él, atravesamos el pueblo despertando, como siempre, la curiosidad de las gentes, hasta llegar a las afueras donde, en un corral mal vallado y con escombros, les soltamos libres.
Un recorrido por su interior nos descubre una laguna natural, alimentada por un manantial, donde los caballos se meten hasta quedar prácticamente cubiertos de agua sin dejar de beber en un buen rato. Un pasto casi seco pero bastante nutritivo crece también por los alrededores lo que nos tranquiliza pensando que al menos tendrán una buena recompensa después de un día de tanto sufrimiento.
Son más de las 15,30 h cuando, después de dejar las cosas en el albergue municipal, podemos buscar un sitio donde saciar nuestra insoportable sed y hambre. Solo podemos conseguirlo tras ingerir litro y medio de cerveza y una botella de agua cada uno además de una comida bastante aceptable en un restaurante del pueblo.
La siesta resulta magnífica y reparadora, tras levantarnos nos reunimos en una salita con TV y decidimos dividir las tareas. Rafael se encargará de lo que él llama la intendencia y que no es más que comprar pan para los bocadillos de media mañana y leche para el desayuno, Santiago se encargará de los caballos, aunque esta responsabilidad es puramente formal ya que este es el hombre más despistado y lento que he conocido jamás, y yo me encargaré de organizar las etapas, marcar las rutas diarias y los alojamientos.
Poco más que contar salvo que los alemanes han llegado por fin al albergue y bromeamos sobre el encuentro de medio día y sobre los sufrimientos que tendrán en las etapas venideras.
España le ha ganado a no se quien en futbol y yo me quedo dormido entre sudores y pesadillas.
Salimos pues de Torremejía, con la oscuridad en el cielo y el frescor en nuestros cuerpos, por la calzada romana que discurre junto a la antigua carretera de la plata (por lo que me contó el amigo José María Pérez Orozco, el nombre de Vía de la Plata es una degeneración del lenguaje ya que los romanos la denominaban Vía Ad Lata, lo que en castellano se traduce como vía lateral, y el lenguaje lo fue transformando en Vía de la Plata) y al poco de salir adelantamos a nuestros amigos peregrinos alemanes que van a pie y que habían aprovechado para salir mientras nosotros aparejábamos los caballos y tomábamos un café con leche más una tostada con foie gras. El andar de uno de ellos es característico, como de marino viejo recién desembarcado, bamboleando su cuerpo con las piernas abiertas para adquirir mayor estabilidad, por lo que les reconocemos en la distancia y con la media luz del amanecer.
Poco a poco va clareando y vemos los dos cerros, como las jorobas de un camello, tras de los que se encuentra la ciudad de Mérida (Emerita Augusta). Cabalgamos en dirección del collado entre las dos montañas hasta que, sin previo aviso, siento un movimiento extraño en mis intestinos, seguido de un apretón en el final del conducto.
Doy un salto del caballo con el culo apretado y la cara blanca, Rafael y Santiago me miran desconcertados pero yo no estoy para explicaciones. Solo tengo el tiempo justo de llegar tras unos arbustos, bajarme los pantalones y, sin necesidad de esfuerzo alguno, suelto "tó lo que llevo dentro".
Aliviado, repuesto y aguantando las bromitas tontas de mis compañeros seguimos adelante. La calzada se introduce por una vaguada que nos lleva directamente a Mérida.
Pasando por unos pequeños jardines y bordeando el río Guadiana llegamos al majestuoso puente romano que le cruza desde hace dos mil años. Es una construcción formidable de casi 800 metros de longitud y 60 arcos, de bloques de granito. A través de una rampa entramos a lomos de nuestros caballos y le recorremos ante la mirada atónita de los pocos transeúntes de esta mañana de domingo. Aprovechamos que no hay tráfico rodado, por la hora tan temprana, para atravesar la ciudad romana más importante de la Vía de la Plata por su casco histórico. Unas callejuelas dan acceso a la Plaza de España, el arco de Trajano y el Parador Nacional. Entre la plaza de España y el Parador Nacional hay una callecita transversal, calle Cárdenas, donde viví durante un año junto a mi mujer y mis hijos hace mas de cinco lustros (que viejo me estoy haciendo!), estaba refiriendo este detalle de mi vida a mis compañeros cuando Faysal levanta su cola y suelta una montaña de cagajones ante la mirada asesina del barrendero municipal al que supongo le había tocado el turno festivo y no estaba para tareas extras como la que, generosa y tranquilamente, le estaba ocasionando mi caballo. Sigo adelante sin hacer caso de la perorata del funcionario, de las que solo distinguía algo sobre mi padre, y llegamos al puente romano que cruza el río Albarregas, de 144 mts de longitud, es más modesto que el anterior pero con la misma antigüedad. Le cruzamos de la misma manera que el otro puente aprovechando para hacernos unas fotos con el magnífico y estilizado acueducto detrás.
Una señora mayor nos pregunta, otra nos anima, un señor nos saca unas fotos (lo que anima sobremanera a Rafael, siempre tan pendiente de su imagen) y de esta manera vamos saliendo de esta ciudad tan hermosa y de tan buenos recuerdos. Pasamos la vía férrea por un paso subterráneo y peatonal, que nos obliga a tendernos encima de nuestros caballos para no dar con la cabeza en el techo, y salimos de ella en dirección al embalse de Proserpina (embalse desde el que se conducía el agua a la ciudad en época romana). Esta parte de la etapa se hace por una carretera estrecha aunque con poco tráfico por lo que cabalgamos confiados y sin problemas. A lo lejos divisamos un peregrino a pie, es suizo y se llama Beat, alto como un árbol, delgado y que da unas zancadas tan grandes que tardamos un buen rato en llegar a su altura.
El embalse está hermoso, en sus orillas beben los caballos mientras en unas rocas redondeadas que afloran cerca del agua, Rafael ha colocado sus alforjas de las que saca un sin fin de latas de conservas (sardinas en aceite o con tomate, atún en aceite etc.) y un pan de pueblo con lo que saciamos también nuestro apetito mientras los caballos comisquean de las hierbas que crecen al borde del embalse. Es una de las imágenes más bellas que recuerdo de todo el viaje.
Continuamos nuestro camino pasando Carrascalejos, que tiene una hermosa iglesia de portada renacentista, y llegamos al final de nuestra etapa, Aljucén.
Es un pueblo pequeño pero limpio y hermoso, con una bonita iglesia, también renacentista y dos bares donde se puede comer si se avisa previamente. El albergue se encuentra junto al abandonado cuartel de la guardia civil y Ana, su encargada, nos dice que nos acomodemos en él, que ya vendrá esta tarde a cobrarnos el alojamiento.
Rafael nos abandonará de nuevo durante unos días y Antonio vendrá a recogerle, trayéndonos un saco de grano para los caballos aprovechando el viaje.
Tiene el albergue un patio trasero de tierra donde pedimos permiso, y se nos concede, para dejar los caballos con lo que en un momento tenemos todo arreglado. Duchamos los caballos con una manguera y lavamos los sudaderos tendiéndolos al sol.
He decidido invitar a comer a todos por mi cumpleaños con un día de retraso por lo que Rafael ha ido a encargar la comida para cuatro en uno de los bares.
Llega el suizo, Beat, y tras saludarle le invito a comer con nosotros pero llega en ese instante un ciclista, Paco, de Espartinas, que resulta ser el padre de la novia de un chico de Montellano (el hijo de Rosi Arenillas), así que le invito también a comer.
Todos juntos y sonrientes nos dirigimos al bar donde teníamos encargada la comida y se produce una escena curiosa. Al entrar todos, la dueña, una mujer flaquísima y con gesto agrio ordena CIERRA LA PUERTA!!! Señalando con el dedo a Rafael. Mi hermano sufre una transformación asombrosa de tigre a gallina y cierra la puerta, callado y obediente. En voz baja le dice a la señora que somos seis en vez de cuatro y recibe una bronca fenomenal de la escuálida tabernera que gruñe a todos lados sobre la falta de orden y de previsión, y que ella no puede así, y que solo comerán los cuatro que hemos encargado, y que nos tendremos que aguantar etc. Rafael a estas alturas de la bronca ya no es gallina, ha sufrido una nueva transformación y se ha convertido en un asustado gorrioncillo que no se atreve ni a mirarla. En un pequeño panel de corcho que tiene detrás de ella observo pinchados unos objetos primorosamente elaborados con alambre.
Son escorpiones, mantis y otros insectos. Cuando la flaca deja de abroncar para tomar aire le digo: no se preocupe señora, si falta comida le echa Vd. las cigarronas esas que tiene detrás y nos aviamos todos!. El local enmudece, Antonio se ríe por lo bajo, los parroquianos esperan el exabrupto, queda unos instantes muda, me mira unos segundos y después a un lugareño de edad que está sentado detrás de mí. Tan solo puede decir, dirigiéndose al lugareño: lo que me faltaba son estos sevillanos! Pero ya el ambiente es otro y accede a repartir la comida entre los seis.
La flaca, tan parecida a los insectos de alambre, se llama Victoria y yo digo "Ole!, nombre de reina!" Con lo que sonríe por primera vez desde que llegamos.
Se marcha Rafael con Antonio y nos vamos a dormir la siesta al albergue donde vemos a los dos alemanes que han llegado también y hablamos durante un rato, ellos en alemán y yo en el idioma universal de las manos. El resultado es que cada uno habla de una cosa distinta pero que todos asentimos sonrientes como si entendiésemos algo.
Después de una siesta agobiante de calor, moscas y hormigas invasoras, nos vamos levantando todos y, a sugerencia de los alemanes, vamos a tomar algo al otro bar del pueblo. Unas jarras de cerveza helada aparecen como por ensalmo y brindamos chocándolas ruidosamente. Una segunda ronda y una tercera hacen que las voces sean cada vez más altas y las risas más estruendosas. Después de la cuarta y la quinta se pierde la timidez y aparece el valor. Por fin enfilamos la calle arriba todos achispados, sonrientes y vocingleros hasta el albergue donde me duermo en el mismo instante que caigo en la cama.
Me levanto muy cansado, de buenas ganas descansaba una jornada completa pero se que eso es imposible así que no lo pienso más y comienzo la liturgia automatizada ya con el paso de los días.
Intentamos hacer el menor ruido posible pero al salir del baño ya siento el movimiento de los demás peregrinos que comienzan a levantarse también.
Los caballos miran desde el patio trasero con esos ojos brillantes que el reflejo de las linternas produce en sus retinas en la noche cerrada.
Voy aparejando a Faysal ante la mirada indiferente de Sandalio que aún aprovecha para dar unos últimos bocados de pasto seco. Recuerdo que me han pedido que limpie el estiércol dejado por ellos durante la noche y voy recogiendo con escoba y recogedor cagada por cagada hasta dejar mas o menos decente el lugar. Pongo la cabezada a Sandalio con una cuerda larga y espero a que termine Santiago de aparejar a Rumboso para salir de nuevo al camino que nos acercará un poco más a nuestro destino.
El ciclista, Paco, hace algunas fotos, los alemanes observan meticulosamente nuestros movimientos, Beat, el suizo se aplica ungüentos en un pie y sonríe de vez en cuando.
Santiago tarda, como siempre, pero hoy además ha perdido las gafas en un movimiento de su caballo. Las encuentra por fin, dobladas pero enteras y podemos salir. Por delante nos esperan 38 Km.
La madrugada es fresca y llevo la "piel de gallina" en los brazos, caminamos sin contratiempos por la dehesa durante los 22 Km. que nos separan de Alcuescar. Voy cansado y dolorido, con fatiga y hambre, y recorro esta distancia sin fijarme en el paisaje que me rodea, cabalgo en Faysal llevando a Sandalio de reata y solo interrumpe mi sopor las veces que Sandalio se para dándome un tirón en el brazo derecho. Santiago lo hace, como siempre detrás, a unos veinte metros, por lo que vamos en silencio.
Llegamos a Alcuescar y miro con nostalgia el edificio de la Casa de la Misericordia donde me habría gustado dormir una noche de no haber tenido que acortar la etapa anterior. Había hablado por teléfono tiempo atrás con el padre Fernando, que es quien regenta este establecimiento religioso dedicado a lo que su propio nombre indica, y me había dado la sensación de ser un hombre equilibrado, sosegado e inteligente. La ruta tiene sus propias reglas y no pudo ser.
Frente a la Casa de la misericordia hay un mesón donde desayunamos un enorme bocadillo de queso con un vaso de café con leche que nos levanta un poco el ánimo y seguimos rápidamente en marcha.
La llegada a Casas de Don Antonio (que nombres tienen estos pueblos!) la hacemos a través de un puentecito romano precioso y tras atravesarlo vamos bordeando el pueblo fijándome especialmente en su pequeña, y majestuosa a la vez, iglesia.
Camino adelante, paralelo a la carretera, cabalgamos de forma cansina y en silencio cuando nos adelanta un coche que se para mas adelante. Cuando llegamos a su altura se baja un muchacho joven y nos pregunta curioso sobre lo que hacemos, nuestro lugar de origen y hacia donde nos dirigimos. Son estas preguntas bastante habituales y lógicas teniendo en cuenta tanto nuestra indumentaria como la de nuestros caballos. Nos expresa su respeto a la par que su envidia y el deseo de hacer lo mismo algún día.
Aldea del Cano, final de nuestra etapa de hoy, llega en el momento en que el calor se hace mas inaguantable, cabalgamos por sus calles solitarias hasta la plaza del ayuntamiento donde pedimos ayuda para dejar nuestros caballos (ya había observado que los ayuntamientos suelen tener solares baldíos donde podemos resolver cada día este asunto). En este caso Toñi, su alcaldesa, nos deja un campo de futbol en desuso adonde nos lleva un empleado municipal que también llama a un pastor para que nos venda un poco de avena y cebada para ellos. Varios cubos de un agua turbia que sale del grifo y les dejamos sueltos y tranquilos dentro en este espacio amplio y con hierbas diversas que crecen salvajemente dentro de él.
El albergue está junto al hogar del pensionista y es pequeño pero limpio y ordenado.
Tiene cuatro camas y cinco colchonetas, hay lavadora, cocina, microondas y frigorífico, una mesa con seis sillas te permite comer, escribir, leer etc.
Compramos en una tienda del pueblo dos latas de fabada con chorizo y dos latitas de ensalada preparada, dos botellas de agua, pan y leche. Calentamos la fabada en el microondas y nos damos un festín de reyes tras de lo cual nos acostamos a descansar hasta que me despierta un portazo, me levanto y, sorprendido, veo que son los dos alemanes y el suizo que han recorrido a pie los 38 Km. de esta etapa. Vienen cansados y sudorosos y se alojan rápidamente en el local. Después de una ducha charlamos amistosamente mientras el sol se pone frente a nosotros. Les dejo para dar una vuelta a los caballos y para darles agua y a mi vuelta le digo a Santiago que tan solo cenaré un par de vasos de leche. Dice que hará lo mismo y cuando nos disponemos a acostarnos, Beat nos invita a cenar con ellos unos espaguetis que han cocinado. Rechazo la invitación agradecido pero Santiago la acepta con timidez fingida. Se sienta con ellos y se sirve de la olla una ración tan generosa que casi deja sin pasta a los otros tres. Come rápido y vuelve a servirse. Los demás le miran sin decir nada pero es fácil adivinar sus pensamientos. Me acuesto para no ver nada más.
Noche de sudor y piquiña, noche de insomnio y sudor, sudor y rascaduras.
Al cabo de unos minutos observo a Santiago que sale del albergue y, con sus alforjas al hombro, coge en dirección contraria. El albergue esta a la salida del pueblo, nuestra dirección es adentrarnos en el campo donde se encuentran los caballos y él se ha dirigido hacia el interior del pueblo. Le llamo, se vuelve y sin mediar palabra se pone a caminar a mi lado. Durante unos segundos dudo si preguntarle por qué salió en aquella dirección y finalmente lo hago recibiendo una respuesta tan absurda como la propia acción así que confirmo que se encuentra físicamente roto y necesita urgentemente un descanso prolongado. Le iré observando en el futuro por si empeora el asunto.
Los caballos se acercan a nosotros desde el otro extremo del campo de futbol lo que demuestra que no están cansados y que afrontan el trabajo del nuevo día con confianza y tranquilidad.
Comienzo a sentir frío y me pongo el forro polar. Santiago hace algún comentario jocoso respecto de lo friolero que soy pero no le hago caso y siento el calorcito de esta prenda ligera y confortable.
Cabalgamos por un camino que los lugareños llaman "el cordel" que no es más que una cañada real (75 m de anchura) coincidente con la antigua calzada romana, a oscuras, en silencio y con una temperatura que desciende hasta hacer que Santiago se deje de tonterías y se coloque también su forro polar.
Las primeras luces del amanecer nos alcanzan permitiéndonos ver las siluetas de las sierras que están detrás de Valdesalor y antes de Cáceres.
Llevo un bocadillo de caballas en aceite liado en una bolsa de plástico y atado a la parte delantera de mi montura. Su olor me atormenta poniendo en funcionamiento, por acto reflejo, todo mi sistema digestivo (famoso experimento del perro de Pavlov).
Las moscas gordas y negras hacen su aparición cayendo en bandadas hambrientas sobre la cara de Faysal.
Ya no aguanto más y le propongo a Santiago una parada para comernos el bocadillo.
Parada rápida que nos coloca de nuevo sobre nuestras monturas. Un ibuprofeno clandestino me quita los dolores de espalda y culo permitiéndome cabalgar derecho y atravesar pronto las sierras bajas dando vista a la ciudad de Cáceres.
Pasamos junto a un campamento militar donde se oye a los reclutas dar fuertes alaridos, secos y escalofriantes que responden a la voz corta y seca también de uno de sus mandos. Multitud de disparos simultáneos, como una traca valenciana, hace pensar en ejercicios de tiro en otra parte del campamento (es curioso que el sonido de los disparos no es agudo y estridente sino sordo y seco).
Se llega a Cáceres por un camino feo y sucio, en bajada hasta llegar a un polígono industrial viejo y en ruinas que tiene un pequeño bar justo al llegar a las primeras calles de la ciudad. Paramos en él a tomar un café y coger información sobre la manera de atravesar esta hermosa población ya que, como siempre, al llegar a una ciudad se pierden las flechas amarillas, dejándome desconsoladamente abandonado sobre mi caballo y llevando otro más de reata y a mi amigo Santiago detrás, siguiéndome con cara de despiste. La guía escrita que llevo me dice que la salida de la ciudad es por detrás de la plaza de toros por lo que pregunto directamente sobre como llegar a ella y aquí comienza un suplicio que dura más de una hora circunvalando toda la ciudad por las afueras, con fortísimas subidas y bajadas, con un asfalto deslizante, con varios kilómetros mas de los previstos y provocando la impaciencia y enfado de los automovilistas que no tienen mas remedio que ir detrás de nosotros y a nuestro paso de tortuga (espero que en esta ocasión los recuerdos sean para la familia de Santiago más que para la mía).
Aún así puedo ver las murallas de esta ciudad medieval y la sencillez majestuosa de algunas de sus construcciones cuando llegamos por fin a su plaza de toros y tras ella la carretera que hemos de coger en dirección al Casar de Cáceres, lugar en el que finalizará la etapa de hoy.
La distancia es recorrida con rapidez y nos adentramos en el pueblo por una calle recta que nos lleva directamente al ayuntamiento ante la mirada curiosa, atónita y sonriente de la mayoría de sus habitantes. El ayuntamiento está lleno de personas que solicitan algún tipo de ayuda económica y debo esperar para hablar con el concejal que me han indicado y al que pienso solicitarle un espacio para los caballos. Es el Casar un pueblo grande y famoso por su industria quesera así que no tendremos problemas para comprar el grano y el heno para los caballos. Mientras espero me llama Santiago y me dice que un muchacho de los que estaban en la puerta se le ha acercado y nos ofrece generosamente unos corrales que tiene a la salida del pueblo así como su vehículo para ir al almacén a comprar los piensos.
Nueva prueba de generosidad y nueva deuda de gratitud contraída. Al preguntarle por el precio nos dice que le convidemos en el bar y así quedara saldada la cuenta.
Se llama Florencio, se dedica a los caballos, es herrador y tiene a su novia preñada. Se marcha a esperarnos al bar mientras nosotros hacemos las compras de cada día como el pan, las latas de conservas, la leche etc. y, resuelto esto, marchamos a encontrarnos nuevamente con él.
En el bar se encuentra también su novia, a la que se le nota el vientre abultado, y su tío José. Es José un personaje de los que siempre llaman mi atención, bajo de estatura, mirada esquiva, flaco y renegrío, sin afeitar, oriundo de un pueblo cuyo nombre es en sí mismo una sentencia, "Malpartida", soltero desde su nacimiento, vivía en este pueblo con un hermano también soltero. Al morir su madre quedaron solos y su vida fue un completo desastre, ambos se alcoholizaron hasta el punto que dejaron sus trabajos y vivían en la más absoluta de las indigencias. Un día, su hermano no despertaba y él le recriminaba el hecho de que siempre estuviera borracho (que ironía) y al zarandearle se dio cuenta de que estaba muerto, salió de la casa y del pueblo y jamás volvió a él. Su hermana, la madre de Florencio, le recogió trayéndole a vivir al Casar de Cáceres y dormía en una casucha humilde y bastante desaliñada en los terrenos donde habíamos dejado los caballos (no se bien por qué pero esa historia del hermano no acababa de cuadrarme del todo. Dos alcohólicos que viven juntos y uno de ellos aparece muerto sin más ni más no me deja satisfecho).
Después de varias cervezas nos despedimos de ellos y ya en el albergue nos calentamos dos latas de callos a la madrileña, abrimos otras dos de ensaladilla rusa que junto a un pan excelente nos deja satisfechos y dispuestos para la siesta.
Anda pululando por el albergue un personaje extravagante, es alemán, solo habla en su idioma y se empeña en contarme su vida sin que yo manifieste ninguna curiosidad por conocerla, saca mapas y documentos de su mochila pero no tengo ni interés ni paciencia y se lo encasqueto a Santiago que es el ser mas apropiado para una misión tan concienzuda y arriesgada como esta y me meto en mi litera sin prestarle la menor atención.
Me despierta sobresaltado el sonido de mi teléfono móvil. Es Miguel Figueroa, mi primo Miguel, que se ha aventurado finalmente a hacer realidad sus constantes afirmaciones sobre que se uniría a nosotros en la peregrinación. Viene con su yerno Luis y su hijo Jaime, traen en un remolque otro caballo de mi casa, el caretito, que es un caballo que compró Rafael en Portugal, cruzado en árabe, bastante apropiado para la ruta. Descargamos el caballo en los corrales de Florencio y, en un aparte, su yerno me dice que no le gaste ninguna broma porque está tan asustado que es capaz de darse la vuelta por donde ha venido y abandonar antes de empezar. Confirmo que está nervioso y asustado (hay que ver lo que cambiamos los humanos cuando nos sacan de nuestro ambiente).
Herramos de nuevo los caballos, que ya han perdido los clavos y las herraduras que pusimos hace tan solo cuatro días, y llega la despedida de Luis y Jaime. Miguel camina a mi lado y veo lágrimas en sus ojos, está tan emocionado que descarto las ganas que tengo de hacer comentarios jocosos sobre el asunto.
Le alojamos en el albergue y aprovecho para lavar la ropa interior sucia antes de dar una vuelta por el pueblo. Los alemanes han vuelto a alcanzarnos y ya están alojados, Beat ha tenido que abandonar debido a un esguince brutal de tobillo. Me dirijo a la iglesia del pueblo y quedo sorprendido por la forma de sus gárgolas y su construcción en general.
Las cigüeñas deben pensar lo mismo y han tomado posesión de la mayoría de salientes de sus tejados. Quiero entrar en ella y ayudo a una viejecita a hacerlo sosteniendo la pesada hoja de la puerta de madera. Tras atravesarla, la anciana moja sus dedos en la pila de agua bendita, de piedra del mas puro estilo románico, y me ofrece mojar mis dedos en los suyos como en un traspaso mágico de inmunidad sobre los males del alma.
Acepto sonriendo y hago la señal de la cruz con mis dedos húmedos.
Varias ancianas se nos acercan a explicarnos la belleza de su iglesia. Me siento en paz y reconfortado de haber entrado allí y reflexiono sobre el futuro de España el día que desaparezca la última anciana capaz de ofrecerte sus dedos mojados en agua bendita para el bien de tu alma (casi puedo profetizar que ese día, que habrán desaparecidos los últimos bastiones de los principios que nos hicieron grandes en el mundo, España desaparecerá con ella) Ya fuera de la iglesia, salgo también de mis reflexiones para comprar una bonoloto con la falsa ilusión de hacerme rico, visito los caballos, compro seis magdalenas caseras para la cena y el desayuno y...escribo esta parte del diario antes de irme a dormir.
El día comienza a despuntar mientras espero y el frío se cuela a través de las fibras de mi forro polar. Una vaca joven, que ha perdido su manada, muge buscando compañía y se dirige hacia mi con la esperanza de encontrarla. Al ver que no somos vacas sino un humano y dos caballos se para sorprendida y desconfiada, los caballos se agitan y sueltan un bufido ruidoso por sus belfos. Miguel me llama por teléfono y me dice que no encuentra las herramientas, que sabe perfectamente donde las dejó pero que no están en el lugar y que José, el tío de Florencio, ha desaparecido. Les aconsejo que vuelvan y que sigamos adelante, que Rafael viene hoy de nuevo con Antonio así que les encargaremos que pasen con el coche por allí y las recuperen.
El recorrido es precioso pero el frío es cada vez más intenso así que me coloco la gabardina encerada que llevo como protección para el agua y el viento. Continuamos por el camino que atraviesa dehesas abiertas con terreno ondulado hasta un lugar donde se encuentra un puñado de miliarios auténticos. Son estos miliarios unas piedras de granito, como de tres metros de altura y un diámetro aproximado de 50 cms que eran utilizados en las calzadas romanas como puntos kilométricos. Un miliario era igual a mil pasos y un paso romano era aproximadamente 1,60 m, de tal manera que entre un miliario y otro había una distancia aproximada de 1.600 m. (información facilitada por el amigo José María Pérez Orozco la noche de Guillena) A lo largo de nuestro recorrido he podido observar que la calzada ha sido expoliada de sus piedras y de sus miliarios para darles un segundo uso. En unas ocasiones forman parte de los muros de las casas, en otras de los cercados que delimitan las fincas ganaderas etc. El paso del tiempo es implacable hasta para las piedras.
Los miliarios están amontonados en el lugar de cualquier manera, unos en pie, otros tumbados y son testigos ruinosos de su antigua grandeza. Nos paramos allí para tomar el bocadillo cuando vemos aparecer a nuestros amigos los alemanes impasibles.
Al llegar a nuestra altura ven que estamos trajinando sobre el saco de avena que lleva Sandalio en su dorso y preguntan qué estamos haciendo. Les explicamos que el caballo ha olido el grano en el saco y cada vez que nos descuidamos vuelve rápidamente su cabeza y le arrea un mordisco al saco abriéndole un agujero por donde se desangra lentamente. La primera vez que lo hizo atamos el agujero con una cuerda, pero después del tercer mordisco ni tenemos cuerda ni hay forma de atarlo por lo que echamos mano de bolsas de plástico que llevamos encima para taponar las heridas producidas por las dentelladas del caballo.
Miguel me dice "fíjate Alfonso que no escupe ni el trozo del saco que arranca, lo próximo que cagará será el letrero del fabricante de piensos".
Cuando los alemanes comprenden el asunto se ríen y uno de ellos, Reichardt (supongo que se escribe así), exclama "caballo cabrrón" a lo que respondemos todos con una carcajada.
Debo explicar que la expresión me la oyó el día que nos alojamos en Aljucén y fue que, arreglando a Sandalio, éste estuvo a punto de pisarme. Le di un tortazo en el cuello y le dije "caballo cabrón" los alemanes que estaban observando la maniobra me llaman y me piden que les explique el significado de la palabra, después de muchas comparaciones en el lenguaje del mimo y de escribírselo en su cuaderno de viajes, lo llevaba como uno de los hallazgos idiomáticos de su peregrinación.
Continuamos adelante con el mismo paisaje hasta que tropezamos con la antigua carretera N-630, por la que apenas transita circulación debido a la autovía que la sustituye, y cabalgamos por ella unos cinco kilómetros atravesando los puentes sobre los ríos Tajo y Almonte hasta una salida a la derecha por un caminito que sube empinado y pedregoso hasta una meseta sin árboles y con la única vegetación de retamas dispersas. Toda esta distancia, hasta Cañaveral, objetivo de hoy, es dura, pedregosa y con bastante calor, los caballos pisan con dificultad, doliéndose en sus cascos y acortando el paso. Se divisa Cañaveral justo antes de entrar por un cañoncito empinado y atravesar un precioso puente medieval (siglo XVI), subiendo de nuevo hacia la carretera que habíamos dejado tiempo atrás e internándonos por sus calles hasta la plaza del Ayuntamiento donde pedimos cobijo como siempre.
Miguel es un concejal de este pequeño y hermoso pueblo y nos brinda toda la ayuda que le es posible, proporcionándonos un corral semiruinoso pero cerrado y con agua. Allí mismo nos da heno y usamos el grano que transportaba Sandalio en su dorso, así que los caballos quedan alojados confortablemente mientras nosotros nos dirigimos al albergue que se encuentra al otro extremo del pueblo.
Miguel nos invita a unas cervezas en el bar colindante con el albergue y nos despedimos de él agradecidos. Compramos latas de conservas, las comemos en el albergue y dormimos una siesta reparadora justo al tiempo que llegan Rafael y Antonio.
Miguel Figueroa se marcha con ellos al Casar de Cáceres a recuperar las herramientas perdidas y tras mucho buscar, preguntar, reclamar, discutir etc con José, consiguen encontrarlas pero los clavos es imposible. Miguel dice que los clavos estaban con las herramientas y es imposible que se muevan solos a lo que José, en su media lengua, encuentra una explicación lógica "se los habrán comido los perros".
Visito la iglesia de camino al corral de los caballos y me siento en uno de sus bancos disfrutando de la temperatura de su interior, de su silencio y de ese olor dulzón tan característico. De vuelta al albergue me fijo en las puertas de las casas de este pueblo.
Son de madera claveteada y tienen en una de sus hojas una especie de postigo-ventana que no había visto jamás.
Me encuentro cansado y sin ganas de alternar con los demás. Llegan los alemanes y una pareja de chicos jóvenes, les oigo hablar pero me marcho a la cama sin cenar, creo que España juega al futbol contra Estados Unidos, voy cayendo lentamente en el pozo de mi cansancio con el rumor de las conversaciones, las risas esporádicas y el sonido de fondo de la televisión que se mezclan, confundiéndose, con mis propios sueños.
Vacas y ovejas pastan en un suelo esquilmado de hierba por la densidad de ganado que debe soportar. Algún regajo producido por la acción del agua durante el invierno y muchas alambradas junto a pequeños tramos de antiguos muros de piedra.
Frente a nosotros el puerto del castaño, que es un cerro redondo y con una subida brutal, que bordeamos en vez de obligar a nuestras cabalgaduras a un esfuerzo tan bestial a la vez de inútil y salimos de nuevo al llano, atravesando una carretera y dándonos de bruces con un centro de trabajo nocturno donde los seres solitarios o atormentados alivian sus ansias y sus penas, es decir, un "puticlub", que da tema de conversación durante unos minutos en los que mi primo Miguel desarrolla parte de su inventiva calenturienta moviendo a la risa al grupo.
Es Miguel un personaje en toda la extensión de la palabra. Hijo de Jaime "el tuerto" y Concha "la campita" (gitana pura), mayor de siete hermanos, enjuto, nervudo, pelo largo y con rizos, nariz aguileña, ojos oscuros y brillantes, sonrisa continua en sus labios, cuerpo flexible y duro, presumido como solo puede serlo un gitano, descarado, ocurrente, gracioso, de retahíla imparable y el tipo con mas recursos de supervivencia que he conocido en toda mi vida. Lo mismo te hierra un caballo que te canta una bulería Te trabaja el cuero como talabartero o te pela un mulo, pone perchas para pajaritos, lazos para conejos., organiza batidas de perdices (estuvo muchos años como guarda y organizador de un coto muy selectivo) le gustan las monterías de venados o jabalíes, es generoso pero exigente a la vez, miedoso ante lo desconocido pero atrevido una vez en el lío y no se calla nunca!. Viene con una montura española cargada con tantas cosas que solo mirarla ya da dolor de espalda, trae una cantimplora, un capote para el agua y no se cuantas mas tonterías que abultan y no sirven para maldita sea la cosa.
Cabalgamos siempre en línea, mi caballo va primero abriendo paso, me sigue Miguel, Rafael va detrás y cierra el grupo Santiago, así que voy escuchando continuamente las chilindrinas de Miguel, las risas estruendosas de Rafael y los silencios de Santiago.
Una parada para el bocadillo en una abierta en la dehesa y de nuevo en marcha con el calor que ha hecho su aparición y sin posibilidad de dar agua a los caballos de momento aunque atravesamos tierras ricas en ella.
Son las 11 h cuando llegamos a Galisteo, entrando en el corazón del Valle del Jerte, zona verde de cultivos de riego, tabaco, maíz, etc. el agua mana por todas partes pero las alambradas nos impiden acceder a ella. Los pequeños canalillos de hormigón prefabricado, como gordas venas abiertas por la mitad, discurren laterales a las alambradas. Por ellos discurre el agua abundante y con velocidad hasta los puntos de distribución en las fincas (es corriente el sistema de riego por inundación).Praderas verdes, inundadas de agua, con vacas de diversas razas, gordas como cochinas y con becerros orondos y bien desarrollados. Los caballos miran de reojo tanto derroche sin poder saciar su sed y refrescar sus cuerpos. Por fin una cancela sin candado y penetramos en la propiedad, sin pedir ni esperar permiso, acercándolos hasta uno de esos canales y, tras vencer su desconfianza, meten en el cuerpo todo el liquido que son capaces.
11 km de carretera recta, dura y aburrida hasta Carcaboso, pueblo que recibirá nuestros cuerpos doloridos y cansados por esta noche. A falta de media hora para llegar a él miro mi guía y saco de ella el teléfono del albergue municipal y llamo para preparar nuestra llegada. La encargada se llama Elena y dice que nos esperará en el cruce que da entrada al pueblo donde nos llevará a una pequeña parcela que ha preparado para que podamos dejar los caballos. La etapa ha sido dura y larga, queda poco para el final y las cosas parecen presentarse libres de problemas. Sonriendo y con ganas de comer y descansar llegamos al cruce, nadie, seguimos adelante y en la puerta de un pequeño bar se encuentra una mujer madura, de unos setenta años, que nos hace señas. Cuando llegamos a su altura me dice "No has visto a José?". Miro a los otros, silencio, miro de nuevo a la señora y le contesto "y quien es José?". Elena me mira como si fuera tonto y contesta "quien va a ser?, mi cuñado!". ¿Como se imaginaba esta buena mujer que yo pudiera saber que tuviera un cuñado, que ese cuñado se llama José y que yo le reconociera cuando le viese?. El caso es que, tonto o no tonto (digo por mi), un tal José nos esperaba en un cruce a medio kilómetro de donde veníamos y que aún debe estar allí por lo que me decido a desandar a pie todo ese tramo mientras los demás desaparejan los caballos y toman posesión de las camas en el albergue. Aquí me veo andando con las botas de montar, los pies ardiendo y doloridos, el estómago vacío, en busca de José. Llego al cruce, nadie. Cojo la carretera a mano derecha donde dice que esta la parcela por si acaso, nadie. Ando otro Km. por si está mas lejos, nadie. Un hombre solitario realiza labores en un huerto y le pregunto si conoce a un tal José que es cuñado de una tal Elena. Me responde que si, que hace más de una hora que marchó a su casa a comer y dormir la siesta.
Los demonios se meten en mi cuerpo mientras vuelvo caminando y con los pies rotos hasta donde dejé a mis compañeros que, tranquilamente, toman una cerveza sentados en la terraza del bar.
"Me cago en los muertos de José!" exclamo desde lejos. Miguel suelta una carcajada y se atraganta con la cerveza, Rafael me dice con gestos que me calle que esta escuchándome todo el pueblo, Santiago creo que es el único que no se ha enterado, Elena me dice, como si nada, que José se asomó a la ventana de su casa y que llevaba rato en ella sin que pudiera saberlo. Mando a la mierda a José, a Elena, a los caballos y sobre todo a Miguel que no para de reir. Entro al bar y pido una cerveza antes de hacer nada más. Dentro del bar hay dos parroquianos de esos de barriga abultada, nariz colorada y sonrisa estúpida que eligen el momento menos apropiado de su vida para hacer un comentario "gracioso" sobre los que peregrinan a caballo. Les contesto que lo que hay que tener es menos barriga, menos gracia y más cojones para hacer lo que nosotros estamos haciendo. Supongo que, tanto el camarero (hijo de Elena) como los dos "graciosos", se dan cuenta de que no está el horno para bollos y no hay replica a mi observación.
Al lado de Miguel es imposible que dure el enfado y en menos de dos minutos me estoy riendo yo también de la anécdota, seguimos las indicaciones de Elena y dejamos los caballos en su sitio. Se ve que hoy no es mi día de suerte ya que, al quitar la cabezada a Sandalio dentro de la parcela donde pasarán la tarde-noche, éste, como quien no quiere la cosa, planta su pedazo de casco delantero encima de mi pie derecho. Gracias a que aún llevo las botas no me lo ha partido pero doy un grito, le doy una torta y, cuando por fin se digna a levantar su mano, me retuerzo de dolor. Miguel no es que se ria, es que se parte por la mitad el muy cabrito y no se si tengo más ganas de matar al caballo o a mi primo (en realidad no somos primos carnales pero esa es otra historia).
Una copiosa y buena comida en un restaurante nuevo y limpísimo, por ocho euros y medio cada uno y una ligera siesta de la que despierto a las seis y media, cuando llegan los tenaces alemanes unos minutos antes que los dos jóvenes granadinos. Han caminado 40 Km. de nuevo.
Despierto a Miguel y, juntos, vamos a dar agua a los caballos mientras Santiago y Rafael buscan grano para alimentarles esta noche.
Uno a uno vamos sacando los caballos del cercado y arrimándoles a una tubería de riego de la que, por un ramal, sacamos agua en un cubo y les damos de beber. El cielo se apiada de mi por primera vez en el día y permite que, cuando acercamos el caballo de Santiago, mientras Miguel se agacha para sacar el agua, Rumboso, que así se llama el caballo, le arree un mordisco en la espalda que le hace soltar el cubo dando un respingo y maldecir a todos los caballos del mundo, especialmente al de Santiago. Veo con satisfacción equilibrada la balanza de penalidades y me siento en el suelo muerto de risa, desternillándome ante las muecas imposibles de su cara.
El alcalde de Carcaboso, Alberto, ha tropezado con Rafael que le pregunta por la manera de resolver el asunto del grano y éste, generosamente, lo lleva a su parcela y le regala medio saco de avena y se acerca a ver la clase de caballos que estamos empleando en esta aventura, se interesa por todo lo que le contamos y nos confiesa que, junto a otros alcaldes de poblaciones pequeñas, ha apostado fuertemente por el mantenimiento del camino de Santiago. También me pide que le envíe por correo la transcripción del diario que estoy haciendo.
De vuelta al albergue nos llaman los jóvenes peregrinos de granada, que están sentados en la terraza del restaurante donde comimos, y nos sentamos con ellos a charlar y a conocerles. Son dos chicos de un pueblo de las Alpujarras granadinas que se llama Lugros. Jóvenes, tostados por el sol, ojos oscuros brillantes y enrojecidos, uno de ellos, Carlos, es pastor en su pueblo y jamás había salido de él hasta el momento que decidió, no sabe la razón, hacer este camino desde la puerta de su casa. Salieron de allí con decisión, algún miedo, poco dinero y una mochila cada uno que pesaba mas de 20 kilos en la que llevaban de todo. Al llegar a Sierra Morena abrió la mochila y comenzó a sacar cosas, el botiquín, la linterna, un termómetro, un abrigo, botas de repuesto etc.
hizo un montoncito con todo y lo dejó cuidadosamente apilado en un mojón de piedra "por si pasaba un pastor por allí, para que lo aprovechase" (se ve que, en su mundo, primero estaban los pastores, y después el resto de las profesiones menores). El final fue que la mochila quedó en 5 kilos y aún le sobraban, según confesión propia, tres.
Andan algo mosqueados con los dos viejos alemanes que han llegado antes que ellos al final de etapa de hoy y lo atribuyen al hecho de que salen mas temprano pero están decididos a demostrarles, en la etapa de mañana, que la juventud es mas poderosa y capaz que la madurez (ya veremos que pasa). Los alemanes están sentados en el grupo y sonríen satisfechos dejándome en la duda si entienden lo que se habla o sencillamente les da igual.
Elena, la encargada del albergue, es una mujer extraña. Viuda desde hace 25 años y huérfana de padre y hermano pequeño, todos ellos muertos de cáncer, sola y aburrida, su vida en este pequeño pueblo gira alrededor de su bar y del albergue de peregrinos que regenta. Entra y sale de las habitaciones como si no hubiese nadie en ellas, pregunta, aconseja, dispone, trastea a su gusto y sin que nadie le pregunte ni la necesite.
Reichardt, el peregrino alemán que conduce al que camina bamboleante, se acerca a mi habitación donde me encuentro descansando y en calzoncillos y trata de decirme que no entiende a Elena, ésta sigue impertérrita, desgranando explicaciones sobre el camino que debe hacer en la etapa de mañana, extiende su brazo y va diciendo "este es el canal" señalando a lo largo de él, "aquí", señalando el codo, "tienes que girar a la derecha y caminar al otro lado" cuando ha llegado a la muñeca creo que está a la altura del Arco de Cáparra. La cara de Reichardt es un poema a la incomprensión absoluta, le sonrío, hago un gesto con la mano como de seguirle la corriente y asiento interesado hasta que se da por satisfecha y sale de nuestras habitaciones y de nuestras vidas por el momento.
Tiene un hijo, el camarero del bar de debajo del albergue que es desagradable e ignorante pero Elena es servicial y bondadosa dentro de su pesadez extravagante.
La salida del pueblo nos genera muchas dudas sobre el camino correcto ya que faltan flechas en algunos cruces y, siendo de noche aún, no queremos arriesgarnos a tomar un camino equivocado. Tomamos por fin un camino del que nos habíamos vuelto un momento antes y vamos dejando el pueblo a nuestra izquierda dando un giro algo absurdo. Miguel, que no puede estar callado mas de dos minutos seguidos, echa pestes sobre un tuerto que le había dicho lo sencillo que era la salida y lo rápidamente que se llegaba al Arco de Cáparra. Entre risas y medio enfadado nos contaba que se había tropezado la tarde anterior, en el bar donde tomaba cerveza con los pastores de la Alpujarra granadina, con un parroquiano algo achispado que se empeñaba en explicarle lo que debíamos hacer por la mañana al salir a recorrer la nueva etapa. Estaba tuerto de un ojo (ya se sabe el repelús que le da a los gitanos tropezarse con un tuerto, por lo del mal de ojos) y Miguel nos decía que ya sabía la razón de la pérdida de ese ojo. Según él, había sido un peregrino anterior que, después de volverse loco para encontrar la salida del pueblo, se había vuelto en busca del parroquiano y le había saltado el ojo. También juraba que, a nuestra vuelta, iría también a buscarle para sacarle el otro y dejarle ciego.
Así no equivocaría nunca mas a ningún peregrino.
Faysal ha ido afirmando el paso poco a poco y ya no cojea. Este caballo no deja de asombrarme, es mediano de estatura, cuello fuerte y corto, pelo duro y abundante, rígido como un palo pero valiente, generoso e incansable. No se rinde jamás y es capaz de superar sus limitaciones a fuerza de coraje y entrega.
Entre risas también, vamos reconociendo el mapa que Elena les trazaba en el aire y en su brazo a los amigos alemanes. El muro, el canal, el codo de Elena, quiero decir, el paso al otro lado del canal, etc. la calzada romana nos lleva hasta el Arco de Cáparra que es como una puerta en medio de la nada, unas pequeñas ruinas junto a él hacen imaginar que aquello debió ser algo así como un puesto de control para los transeúntes.
Aquí se dispara la imaginación de Miguel, que nos va contando durante un buen rato sobre el frío que pasaban los guardias de la puerta, con sus falditas y el casco de hierro, y como él, que se figuraba ser Cesar, iba caminando por la calzada, con un gran séquito de cortesanos y guardias personales, sentado en su litera y arreándole guantazos a todo el que pasaba cerca (esto de los guantazos es una fijación de mi amigo. Dice que el día que le toque un gran premio de lotería lo primero que hará será pasear por el pueblo con el guardaespaldas mas fornido que encuentre y le dirá, dale un puñetazo a ese que esta sentado a mi derecha, arráncale la cabeza a aquel otro etc.), mientras las trompetas atronaban la campiña. Aunque estamos cansados no podemos aguantar la risa imaginando a Miguel, con su facha, de Cesar de todo el imperio romano. Aviado iba el imperio con Miguel de Cesar.
Los 38 Km. que separan Carcaboso de Aldeanueva del Camino no tienen ninguna población intermedia por lo que caminamos rápido y sin interrupciones hasta que llegamos al cruce con la nueva Autovía de la Plata donde, como siempre, vuelven las dudas. Estos tramos no están correctamente señalizados y lo que es fácil para un peatón, es un verdadero infierno para un caballo. Las protecciones contra los accidentes son barreras infranqueables para nosotros y nos obligan a volver atrás hasta encontrar un camino asequible a las cabalgaduras.
Finalmente, a través de una canalización de aguas que hay bajo un puente, podemos atravesar la autovía y continuar nuestro camino. Las flechas nos mandan por un camino en dirección Este, mientras que Aldeanueva está al Norte pero queremos seguir de manera fiel el camino trazado oficialmente y culebreamos por terrenos de sierra, empantanados en algunos tramos y sin saber realmente cuales de los pueblos que se encuentran frente a nosotros es el final de la etapa de hoy.
A lo lejos divisamos unas figuras "enmochiladas" que caminan trabajosamente con la ayuda de bastones de alpinista. Son tres mujeres belgas, de entre 55 y 60 años, según mi apreciación, que se vuelven al sonido de los cascos de los caballos y se apresuran a sacar sus cámaras de fotos mientras hacen aspavientos con los brazos a la par que gritan "brrravoooo", repitiéndolo varias veces. Las saludamos al paso rápido y continuamos ascendiendo y bajando por este camino caprichoso y retorcido que no parece llegar jamás a su destino. Por fin, detrás de una fuerte pendiente, esta Aldeanueva del Camino.
Siguiendo las indicaciones llegamos hasta el Albergue donde Gloria, que es la mujer que lo regenta, nos atiende amablemente. No hay posibilidad alguna de dejar los caballos salvo en la plaza de toros de la localidad, que se encuentra a la salida del pueblo, junto al río y que no tiene uso alguno en la actualidad. Allí nos dirigimos Miguel y yo para buscar el sitio mas apropiado y lamentablemente tenemos que descartar el enorme solar que circunda la susodicha plaza de toros por tener en la valla demasiados agujeros por donde podrían escapar así como una entrada peligrosa al río que podría causar algún accidente. Los caballos deben quedar encerrados dentro del coso y pasar una noche sin pasto alguno que comer ya que el recinto es usado habitualmente para encerrar ovejas y otros animales trashumantes.
Resuelto el alojamiento, que no la alimentación, de nuestros caballos nos vamos con Rafael y Santiago, que ya se encuentran medio borrachillos de cerveza, a comer a un restaurante del que han dado buenas referencias.
Allí, en una mesa junto a la que nos designan, encontramos a las peregrinas belgas brindando con vino blanco y comiendo su primer plato. Saludos de rigor, brindis de una mesa a otra del que participan otros comensales del pueblo, fotos del grupo feliz y vuelta al albergue para la siesta reparadora de cada día.
Poco a poco se va llenando el albergue, que es bastante pequeño, con un matrimonio francés y Carlos y su compañero (los granadinos). No hay mas camas y un peregrino danés, que llega bastante perjudicado, debe irse a un hostal. Le doy leche y magdalenas para que se reponga antes de irse. Los alemanes decidieron ir a un hostal también.
Miguel acompaña a Santiago a comprar un saco de pienso a una fábrica de las afueras del pueblo mientras yo saco del río hasta 14 cubos de agua para dar de beber a los cuatro caballos. He anudado dos de las cuerdas que llevamos y desde el centro de un puente medieval voy sacando del río el agua limpia y helada y transportándola hasta la entrada de la plaza donde me esperan ansiosamente. Llegan sudando Miguel y Santiago y repartimos una generosa ración de pienso compuesto.
Rafael esta cansado y hace rato que se ha acostado, Miguel va en busca de los granadinos, Santiago tiene ganas también y se va con ellos, yo tomo un vaso de leche y me acuesto sin esperar a los demás.
Miguel y yo atravesamos el pueblo por sus sinuosas calles y bajo sus curiosas balconadas, hasta la salida. La carretera que nos lleva a la plaza de toros no está iluminada por lo que enciendo una pequeña linterna. Hace frío pero agradezco sentirlo en la cara. Miguel fuma su primer cigarrillo mientras caminamos en silencio. La proximidad del río llena el espacio con el sonido de sus aguas.
Los caballos están inquietos, huyen de nuestra presencia, supongo que han sido molestados durante la noche aunque Miguel dice que esto lo produce el fuerte olor a oveja que hay dentro de la plaza.
Con ellos de la mano desandamos el camino hasta el albergue parando previamente en una fuente pública donde les dejamos beber un buen rato.
El sonido de las herraduras en el pavimento ha despertado a todo el mundo en el albergue y las belgas se asoman al balconcillo de la primera planta saludándonos alegres y pidiendo permiso para fotografiar en la oscuridad todos los preparativos.
Faysal no cojea esta mañana pero he vuelto a inyectarle por precaución además del consiguiente masaje en sus manos.
Salimos por carretera en dirección a Baños de Montemayor dejando atrás un pequeño polígono industrial y un hostal típico de carretera al otro lado de la misma. Desde una de sus ventanas lanzan gritos cortos que nos hacen volver la cabeza. Son nuestros inseparables amigos caminantes alemanes que nos saludan y despiden desde su alojamiento. Atravesar la Autovía de nuevo representa un problema, ahora es un paso canadiense sin paso alternativo. Miguel no duda un instante, se baja del caretito, abre sus alforjas y saca unas tenacillas con las que corta toda la malla abriendo un portillo por el que pasamos los cuatro sin cargo de conciencia alguno. Supongo que alguien aprenderá alguna vez que aún siguen quedando caballos en España y jinetes con afición de viajar con ellos.
Carretera adelante, con un frío que pela y el estomago lleno de alimañas hambrientas, esperanzados en algún bar de carretera abierto que nos permita apaciguar las fieras interiores, seguimos siempre hacia arriba hasta este precioso pero cada vez mas abandonado pueblo donde imagino que veraneaban muchas personas en busca de sus aguas termales (escribo en pasado porque es finales de mes de junio y todos los hoteles se ven cerrados, hay poquísimos coches aparcados y ningún bar abierto). En Baños se engancha con el trozo de calzada romana mejor conservado de toda la ruta hasta el momento. Es una cuesta empinadísima con un suelo empedrado de grandes losas de piedra pulimentada por el paso del tiempo y el uso milenario de cabalgaduras y peatones, con piedras colocadas en sus bordes señalando los límites laterales y entre helechos y grandes y verdes árboles de diferentes especies. Un veraneante mañanero camina por delante de nosotros y se vuelve sorprendido al vernos abrigados hasta los ojos, espoleando a los caballos que resuellan fuertemente en el esfuerzo titánico que representa esta subida. No puedo imaginar como bajaban las carretas cargadas por esta pendiente ni que sistemas utilizarían para frenarlas. Podría soñar con caballos encabritados, carretas despeñadas y personas pisoteadas por las bestias en uno de esos pasajes de hace dos mil años pero el hambre me atenaza y pido a mis compañeros parar en uno de los recodos y comer un trozo de pan duro y alguna lata de "miau" de las que Rafael nos alimenta entre comidas.
La hierba en el lugar es alta y fresca aunque poco soleada. Faysal se va rápidamente a por las borrajas que abundan en el lugar (es un enganchado a ellas, si va caminando las huele desde lejos y al pasar junto a ellas lanza un mordisco como el rayo y continúa tranquilamente masticándolas). El veraneante se para junto a nosotros, acaricia los caballos (los seres humanos quedamos fascinados siempre ante su presencia) y hace las preguntas de rigor que Rafael responde satisfecho.
Al final de esta pendiente tremenda hay un pequeño rellano, se atraviesa la antigua carretera y se continúa por una bajada vertiginosa y larga, por una vaguada preciosa donde la vegetación hace de túnel sombrío. Miguel se baja de su caballo con la excusa de aliviarle en la bajada, Rafael me mira y sonríe, por lo bajo me dice que lo que le pasa es que esta reventado de cabalgar tantas horas y que, analizándole con ojo clínico, no le echa mas de tres días para que abandone.
Varios kilómetros dura esta bajada que acaba de repente, atravesando un pequeño puente y comenzando de nuevo una subida, aún más larga que la anterior. La etapa es larga, mas de 43 kilómetros, pero la estoy haciendo tranquilo y bien. El paisaje es hermoso, el agua mana por todas partes y las moscas no nos molestan por lo que cabalgamos cómodamente esperando el final de etapa en Fuenterroble de Salvatierra.
Llegamos por fin a este pequeño pueblo salmantino tras bordear Valverde de Valdelacasa y Valdelacasa. Son las 14,30 h y estamos desfallecidos.
Es un pueblo de 240 habitantes y su párroco se llama Blas. Es un personaje increíble.
Ha construido, junto a otros habitantes y amigos un albergue grande y acogedor que cuenta con mas de 80 camas. Es afable y permisivo. Deja que te alojes donde desees aunque el ayudante que tiene ahora (hospitalero) un suizo jubilado que se llama José nos ha asignado ya un lugar concreto. Es gran aficionado a las marchas en burro y ha organizado multitud de ellas por la comarca. En el momento presente lleva entre manos llegar hasta Roma y visitar al Santo Padre con una reala de borricos y sus carros correspondientes. En el enorme salón del albergue hay multitud de arreos para borricos además de muchas antigüedades, entre ellas una silla de montar de amazona del siglo XVI. Y en el patio, bajo un techado de Uralita cuarenta carros perfectamente servibles para el caso. Es una pena que tenga una conferencia en Salamanca esta tarde y esté obligado a marcharse porque habría sido interesante hablar con él.
Junto al albergue, en un solar grande, nos dejan poner los caballos. La alfalfa crece por todas partes en brotes nuevos, frescos y nutritivos y el agua es fácilmente suministrada desde el albergue a través de una manguera por lo que hoy tendrán uno de sus buenos días comparado con los que han tenido que pasar y con los que han de venir.
Son las 15,45 h y aún no hemos comido. Tengo las entrañas secas y necesito comer algo con urgencia o no podré dar un paso más. El único bar del pueblo esta a escasos 30 metros del albergue y allí nos dirigimos esperanzados. Detrás de la barra hay una señora gorda a la que preguntamos si nos hace de comer. Sin contestar nos señala unas mesas al fondo donde nos sentamos a esperar. Mientras viene la comida pedimos unas cervezas frías y algo de entremés. Miguel, que es quien se ha levantado a pedirlas, vuelve diciendo que ha oído una conversación en la barra de esta mujer con otro parroquiano y le estaba diciendo que no tenía tiempo ni ganas de hacernos la comida. El caso es que al cabo de unos 25 minutos y otras cervezas mas, la señora confiesa que no va a hacer de comer, que es tarde y que no puede hacerlo. Nos revolvemos en los asientos algo mosqueados pero no decimos nada, le pedimos que nos ponga un plato de jamón, chacinas y queso, algo de pan y un plato de aceitunas y con eso nos daremos por satisfechos.
Esta mujer debe tener algo contra los peregrinos porque tarda un cuarto de hora en traer lo solicitado y cuando lo hace nos quedamos de piedra. Trae dos platos Con los recortes mas asquerosos, secos y duros de salchichón, queso y jamón que hemos visto en nuestra vida.
Nunca he visto a Miguel tan enfadado ni mas decidido a armarla pero lo paro en seco, nos comemos lo que podemos y pagamos una cuenta desorbitada por aquella basura.
Miguel sale del bar como si se lo llevaran los demonios y los demás ofendidos y casi con la misma hambre con la que entramos. No puedo entender como en un pueblo tan pequeño pueden coexistir un párroco tan generoso y un matrimonio de posaderos tan maleducados y desagradables. En fin, así es la vida.
De vuelta al albergue acerco los caballos a unos bidones llenos de agua cuando veo llegar a los dos inconfundibles, inalterables, sonrientes e incansables alemanes. Suelto una carcajada, salto el pequeño muro de piedra y me arrodillo ante ellos haciéndoles reverencias. Han hecho una etapa durísima y de 43 Km. y llegan como si fuera lo mas normal del mundo. Los dos ríen ante mis reverencias y, por señas, me piden que espere unos minutos. Al cabo de ellos vuelven con un paquete de zanahorias para los caballos.
Después de los días que llevamos juntos se ha establecido una corriente de simpatía entre nosotros de la que participan también nuestros caballos.
En el porche del albergue, a la sombra, han colocado una mesa y varias sillas. Estoy escribiendo mi diario cuando observo a un señor mayor que se ha parado a unos cinco metros y que observa con curiosidad mis movimientos y los de los demás peregrinos (han llegado un matrimonio joven italiano, un polaco, un joven italiano que parece un atleta, los alemanes y los granadinos). Le miro y le digo que se siente a mi lado. Tiene 70 años, es sordo y se llama José María aunque todos le llaman Pepón. Poco a poco me va contando una vida de trabajos, sudores, sufrimientos y fatigas, jornalero en el campo y soltero de profesión (dice que no ha encontrado quien le quiera). Su cara, a medio afeitar, contiene dos ojillos brillantes y risueños dándole un aspecto pícaro e inteligente, sus manos son fuertes y su aspecto general de un tipo que durará mas que un martillo enterrado en manteca.
Alguien propone hacer una cena comunitaria y todos aceptamos gustosos. Los italianos se encargarán de las compras y de elaborar la cena (espaguetis, como no) y después pagaremos todos por igual. Invito a Pepón a que se quede a cenar con nosotros pero se hace el sordo (nunca mejor dicho) y tras deambular un rato por allí se marcha sin despedirse.
La tarde es fresca y se esta bien en el porche. Unos fuman, otros escriben, otros hablan o leen. Los italianos se afanan en la cocina haciendo sonar los peroles y tintinear los cubiertos y platos. José, el hospitalero suizo, un hombrecillo servicial y nervioso, no deja de contar sus historias de caminos. Los granadinos confiesan que se rinden ante la superioridad teutona a lo que alguien les objeta que los "Mercedes son mas duros que los Seat". De pronto reaparece mi amigo Pepón. Trae un jersey en la mano y se nota que oculta algo dentro de él. Le saludo de nuevo y, mirando el jersey, le pregunto que es lo que trae escondido. Se hace el sordo de nuevo, le toco en el brazo y le vuelvo a preguntar, no puede evitar una ligera sonrisa pero me contesta "a ti eso no te importa", me doy cuenta de que disfruta con el juego así que le sigo la corriente. Digo en alto que Pepón trae una recortada o algo y que viene a matarnos. Suelta una carcajada y pone el jersey en la mesa, lo desenrolla y aparece un chorizo gordo y grande que él mismo ha hecho en la matanza del año y que está tan bueno que nos olvidamos de la gorda y estúpida mesonera de la tarde y de su marido cochambroso.
Son curiosos los contrapuntos en la vida. La cara y la cruz, la luz y la oscuridad.
Reflexiono sobre esta cuestión cuando compruebo que en un grupo de personas, por muy reducido que sea, se dan estos contrastes. Hay personas miserables y amargadas como los mesoneros y personas sencillas y generosas como Pepón. Llego a pensar que incluso dentro de nosotros mismos existe esa dualidad, momentos en los que la soberbia o la envidia envenena nuestra alma junto a otros en los que la entrega a los demás nos hace mas limpios.
Preparamos la enorme mesa del salón de objetos raros y nos disponemos a comer de la gran olla de espaguetis que Carlo, el italiano atlético y lleno de tatuajes, ha elaborado para la comunidad (la cena ha costado 2 euros por persona). El matrimonio ha regalado cuatro botellas de vino tinto y Pepón, sentado a mi derecha, sonríe satisfecho (he observado que los sordos, en su mundo silencioso, miran con más intensidad que los que pueden oir, interpretando y comprendiendo el significado de nuestros pequeños gestos con las manos, cuerpo o boca y participando en las conversaciones como si no tuvieran esa deficiencia física) El caso es que, entre brindis y ocurrencias, vamos acabando la jornada. Carlos, el pastor de Lugros cuenta "hoy íbamos delante de los alemanes, nos sentamos a descansar y fumar un cigarrillo (yo creo que un porro) y cuando nos dimos cuenta, ya estaban delante de nosotros. Estos tíos son invencibles" todo eso intercalado con expresiones como "joío copón" o "joío dios". La carcajada es general pero la noche cae y hay que descansar, por lo que uno a uno vamos dejando la reunión, deseando a los demás buen descanso y buen camino para el día que ha de venir.
La etapa de hoy es corta, 32 kilómetros hasta San Pedro de Rozados sin ninguna población intermedia por lo que vamos preparados para hacerla rápidamente y sin paradas.
Es un paisaje típico salmantino que se ve interrumpido por la subida a un pico de sierra que nos eleva a 1200 metros de altitud, el Pico de las Dueñas. En la cresta de esta sierra y a lo lejos, se observan multitud de generadores eólicos que blanquean cual monigotes fantasmales. La subida es repentina y brutal y los caballos la afrontan con fuerza y decisión mientras el viento sopla con violencia entre las ramas de los robles y las encinas, siseando advertencias de peligro.
Los generadores se agrandan a nuestro paso y el ruido de sus aspas girando al viento, que era un sordo rumor al principio, va convirtiéndose poco a poco en un silbido apagado, con intervalos regulares. Siempre hacia arriba y cada vez mas fuerte el sonido de los molinos, cabalgamos en silencio. Es un paisaje fantasmal, duro y tétrico que no invita a la conversación. Pasamos por entre las piedras y los troncos retorcidos de las encinas acercándonos a la cima donde es casi imposible entenderse por el tremendo ruido de los molinos y del viento al pasar entre las ramas y hojas. Paisaje inquietante y desagradable. A nuestros pies la inmensa y plana dehesa salmantina. En el lugar donde nos encontramos, viento y soledad. Una foto apresurada y sin decir nada nos ponemos de nuevo en marcha sin entretenernos ni mirar atrás. La bajada es vertiginosa y estrecha pero resguardada del viento por lo que su sonido se aleja a cada paso de nuestras cabalgaduras. Miguel se baja de nuevo de su caballo y camina con pasos largos llevándole de reata.
La senda desemboca en un pradillo soleado junto a un riachuelo donde paramos a tomar un bocadillo y los caballos llenan su estomago de hierba grande y fresca.
Una pequeña culebra huye delante de mis pies y pequeños insectos polinizadores revolotean por encima de nuestras cabezas, despidiendo reflejos plateados por sus alas.
Es un paisaje agradable que invita al descanso pero, como siempre, la ruta es la ruta y la disciplina férrea por lo que sin más tardanza estamos ya cabalgando de nuevo en dirección a nuestra meta. Las moscas hacen su desagradable aparición y nos acosan con su insistente pesadez. Que buscan estos animales? Supongo que alimentarse de nuestra piel y beber de nuestras mucosas. Son negras y gordas, pesadas e insaciables, corto una ramita con hojas y trato de espantarlas de la cabeza de Faysal que es el que mas sufre estas plagas (según Rafael el color alazano es el que mas sufre el acoso de los insectos y es por ello que la mayoría de los caballos del país son tordos) pero solo consigo treguas instantáneas ya que, tras levantar un corto vuelo, caen de nuevo sobre su victima.
Un tramo largo y aburrido de carretera nos lleva a las cercanías de San Pedro de Rozados. Nos desviamos por un camino a la derecha donde los caballos se inquietan por alguna razón incomprensible para nosotros. Faysal se estremece ante cualquier tontería, una tórtola que levanta el vuelo de una encina o un perro que aparece a lo lejos en el rastrojo. Es tan fino su oído y tan sensible que puede percibir sonidos a distancias extraordinarias o sentir una presencia inesperada mucho antes de que haga su aparición.
Tras coronar un pequeño desnivel vemos a nuestros pies el pueblo con un pilar rebosante de agua a su entrada. Les dejamos beber a su antojo y vamos directamente a una casa rural que hay en el pueblo y que nos satisface más que el refugio.
Esta posada es regentada por Mari Carmen, mujer joven (unos 40 años) con cuatro hijos todos mayores de edad y de los que uno quiere ser torero y un marido que es un "morrongo", expresión que no se bien su significado aunque creo que no es nada elogioso, y que me transmite en voz baja y mirando a ambos lados un anciano del lugar.
El pueblo no pasa de los 220 habitantes pero la casa rural es nueva, pulcra, agradable y muy barato el alojamiento y la comida.
Mari Carmen atiende a todos sin parar y lo mismo la ves en la cocina que en el comedor, en el patio o en la recepción. Que buena mujer para un pobre! Y en que malas manos ha caído. Camina renqueante debido a las secuelas de un accidente que le partió el astrágalo y del que nunca quedó bien pero su fuerza vital es superior a su ligera invalidez y atiende con gusto su negocio y en él a sus clientes.
El solar que nos ha preparado para los caballos no reúne buenas condiciones de seguridad y decidimos atarles en el espacio extenso y lleno de hierba que rodea al pilar de agua en el que dimos de beber a la entrada y que se encuentra a escasos 300 metros de la posada.
Los cuatro alojamientos mas las cuatro comidas y cenas, mas cuatro desayunos y otros tantos bocadillos nos cuestan 123 ¬ con lo que quedamos satisfechos y agradecidos.
Estoy seguro de que esta mujer sacará adelante su negocio sin demasiados problemas.
Poco a poco van llegando los demás amigos peregrinos que habíamos dejado en el albergue del cura Blas, los alemanes primero que pasan de largo tras tomar una cerveza con nosotros y se alojaran en el pueblo a 5 kilómetros mas adelante (Morille), después Carlo, el atleta italiano, mas tarde el polaco, después los granadinos "con mas mala cara que gitanos mojaos" y por último el matrimonio joven que se alojará en el refugio.
En el frescor del patio interior de la posada bebemos cerveza y charlamos animadamente sobre la experiencia del día y los planes de futuro. Carlos, el pastor de Lugros, nos cuenta que ya se da por vencido del todo. En sus maneras chuscas de contar las cosas nos relata su desafío de hoy: "veíamos que el polaco nos seguía sin dar señales de cansancio y le digo a mi compañero -verás, ahora nos paramos, encendemos un porro y nos lo cargamos del todo- pero el muy cabrón, después de fumarse el porro entero nos mira sonriente y dice "esto es energía", y sale a más de mil, dejándonos clavados en el sitio". El polaco, que dice no hablar ni entender nuestro idioma, sonríe placidamente ante el relato de Carlos comprendiendo que hablamos de él y sin importarle si es para bien o si le estamos desollando.
Mañana todos ellos se quedarán, en Salamanca así que, si no hay imprevistos, esta será la última jornada juntos. Es una pena porque ya había comenzado a apreciar su compañía.
Tras una siesta, bajo de nuevo al bar, que es el lugar común, y veo que Rafael está hablando de su viaje con una pareja joven y un señor mayor. Como conozco la historia, me siento en una mesa a redactar esta parte del diario sin prestarle atención pero mi hermano no para de hacerme preguntas sobre nuestro lugar de procedencia y el lugar hacia donde nos dirigimos así que me veo obligado a conocer a sus tres interlocutores.
Son José Manuel Oterino (un abogado de Salamanca) y su novia Carmen. El señor mayor creo que es el padre de Carmen y nos ayuda a resolver la compra del grano necesario para los caballos. El caso es que resulta ser una pareja encantadora por lo que dejo de escribir y participo de la conversación sin hacerlo de las bebidas que perturban el buen discurrir.
Me pregunta José Manuel sobre la hora que estimamos entrar en la ciudad de Salamanca y, tras consultar mi guía y confirmar que hay 25 kilómetros hasta ella, le calculo que lo haremos a las 9,30 h. José Manuel me dice que le llame que estará esperándonos allí para ayudarnos a atravesar la ciudad. Se lo agradezco aunque en mi interior pienso que es uno de tantos ofrecimientos que no hay por que tomar al pie de la letra.
Dejo a mis compañeros viendo como se enfrentan Brasil y EEUU en un partido de futbol y me acuesto de nuevo sumergiéndome profundamente en un sueño del que despierto...a las 4,30 h
Me reafirmo en la opinión de que es una mujer lista, trabajadora y bondadosa para la que solo me queda el intenso deseo de que las cosas le vayan bien en el futuro.
Son las 5,30 h, ya estamos caminando por las estrechas callejuelas de San Pedro y saliendo a un camino terrizo, plano y recto. Unos metros mas adelante puedo distinguir las figuras del matrimonio joven al que saludamos y de los que nos despedimos con la misma rapidez y buenos deseos. Llegamos pronto a Morille, pequeño y hermoso pueblecito, atravesándolo antes de poder retener en nuestras retinas cualquier detalle del mismo. Faysal camina rapidísimo hoy, no se bien que le ocurre pero su ritmo es endiablado y lleva a los demás caballos agobiados. Algunas cercas con ganado suelto y sus correspondientes cancelas alteran la monotonía del viaje. A lo lejos veo dos figuras inconfundibles por sus grandes mochilas y el paso ondulante del que camina detrás.
Sonrío al recordar los días pasados juntos y les saludo al llegar a su altura, despidiéndome de ellos hasta Santiago de Compostela sin poder ser mas explicito por las limitaciones del lenguaje manual.
Desde que salí de Montellano, el recuerdo de mi hermano Manolo aparece repentino, diariamente, ante las anécdotas mas imprevisibles pero hoy lo llevo presente desde que me levanté. Por eso estoy huraño con los demás y triste en mi interior. Siento una fuerte presión en el pecho y el estómago estrangulado por un puño de hierro. La congoja me atenaza y cabalgo unos 30 metros por delante de los otros de los que solo percibo un rumor sordo de conversación y alguna risotada espontánea. Las lágrimas brotan sin parar resbalando por mi cara y empapándome el chaleco. No puedo reprimirlas ni hago ademán de secarlas. Intento el viejo truco de acordarme de los momentos buenos que pasamos juntos pero no funciona y dejo que Faysal se distancie de los demás con ese ritmo acelerado con el que se ha levantado hoy.
Por fin se acerca Miguel al trote y me suelta una de sus interminables ocurrencias, seguida de una fuerte risotada, no recuerdo bien si sobre Rafael o sobre Santiago, sacándome de mis penosas reflexiones.
Cúpulas y torreones, que aparecen en el horizonte junto a una masa de edificios rojizos, nos advierten que estamos en las proximidades de la ciudad mas hermosa de Castilla y una de las mas interesantes de España.
El ritmo de Faysal sigue inalterablemente acelerado por lo que a las 9,30 h, con puntualidad germana, estamos pisando las piedras del puente romano que da entrada a la ciudad. Es hora de trasiego de peatones y trafico rodado por lo que cabalgo tenso en cabeza del grupo. Me recuerda Miguel que debo llamar a José Manuel pero entre tanto jaleo me es difícil sacar el teléfono y la libreta donde apunté su número así que, casi sin darme cuenta, estoy al final del puente y no se en que dirección seguir. El tráfico es intenso y los caballos se inquietan ante la mirada desconfiada de los peatones que pasan junto a nosotros. Pregunto a uno de ello y no ha terminado aún de darme unas farragosísimas explicaciones cuando veo al otro lado de la calle a José Manuel. Viene vestido con traje y corbata y trae un casco de motorista colgado de su brazo derecho.
Me sorprende y me avergüenza al mismo tiempo ya que me demuestra ser un hombre de palabra y yo un descreído pero hay poco tiempo para las autocríticas, sin reproches ni malos entendidos José Manuel nos llama, instándonos a cruzar la calle e internarnos detrás de él por una callecita tortuosamente estrecha que desemboca en una plazuela donde tiene aparcada su moto y donde espera Carmen con una su sempiterna sonrisa.
Con brevedad nos explica el plan que no es otro que cruzar todo el centro histórico de esta monumental ciudad. Despacio se va adentrando a lomos de su moto por estas callejuelas hasta la puerta barroca de la Universidad. Las gentes que pasan como un rio constante a nuestro lado ríen o se asustan y nosotros, mas inflados que un ranchero al que ha tocado la lotería, nos fotografiamos ante su fachada recargada de piedra en la que los relieves se hacen más grandes a medida que se elevan sobre el suelo.
Recorrido histórico-turístico que queda interrumpido, cuando nos dirigimos hacia la Plaza Mayor, por la presencia de una pareja de Policía Local motorizada. José Manuel se aleja de nosotros y habla con ellos unos instantes. Vuelve hacia nosotros y dice que todo está arreglado. El arreglo significa que le dejarán entrar en toda la parte peatonal con su moto y que nos darán escolta en todo el recorrido.
Uno de ellos, riendo, saca fotos del grupo con su teléfono móvil y, colocándose delante y detrás del grupo nos van dando preferencia en todos los cruces de calles hasta llegar al centro mismo de la enorme plaza. Muchos turistas aprovechan la oportunidad para fotografiarnos y lo mismo hacemos nosotros para el recuerdo con la fachada del Ayuntamiento detrás.
Salimos de la plaza por una de sus puertas, consistentes en un túnel abovedado, que da acceso a la calle peatonal donde se encuentra los pequeños comercios antiguos y clásicos de la ciudad. Visita a paso rápido y sin paradas que desemboca en la Avenida de Zamora, nuevamente con tráfico rodado.
Aquí se colocan los policías motorizados como escolta nuevamente, el de delante va parando el tráfico en las intersecciones dándonos prioridad aunque el semáforo correspondiente a nuestra dirección se encuentra cerrado. Rafael, que cabalga tras de mi, me dice que me ponga al trote para no entorpecer demasiado y al hacerlo provoco que el motorista acelere un poco más, yo troto mas rápido y él acelera aun mas. Al final vamos galopando por la avenida, las motos de la policía con la sirena encendida, cruzamos veloces y ruidosos la ciudad ante el susto momentáneo de los habitantes. Me rio internamente mientras cabalgo a todo gas por el asfalto, arrancando chispas con las vidias, y sobresaltando al personal, parecemos fugitivos o personajes importantes en visita oficial. Lo mismo somos delincuentes que huyen de la justicia que visitantes renombrados. Al final, entre carcajadas, de las que participan los policías, paramos en una glorieta que señala el límite de la ciudad y el comienzo de la carretera que conduce a la ciudad de Zamora. Nos despedimos agradecidos de los agentes y José Manuel y Carmen nos acompañan hasta el siguiente pueblecito tres kilómetros mas adelante, Aldeaseca de Armuña, donde tomamos cafés todos juntos, hablamos de la experiencia y quedamos para la tarde en que nos visitara de nuevo esta pareja de amigos para traernos todas las fotos hechas en el recorrido de la ciudad.
Seguimos adelante por el camino que nos llevará al final de nuestra etapa de hoy, siete kilómetros mas adelante, Calzada de Valdunciel. Rafael va como alucinado por el galope de Salamanca y, excitado, dice que tan sólo por esa experiencia habría valido la pena todo el camino. Le llama por teléfono Lurdes Rivas, presentadora y alma de la radio local de Montellano para ver como vamos y meternos en antena justo en el momento en que Rafael está más excitado y así lo refleja en su salida a las ondas. Me pasa el teléfono y Lurdes me pregunta sobre la experiencia de la que habla mi hermano a lo que le contesto que parecíamos personajes ilustres con escolta y todo pero ella me corrige diciendo si no pareceríamos mejor la banda de Curro Jiménez. Le sigo la broma riendo y contesto que en la serie de TV había cuatro personajes y cuatro somos nosotros, estaban "el algarrobo", "el estudiante", "el gitano" y el bandolero célebre "Curro Jiménez" así que dejo libertad a todos los radioescuchas para que asignen el personaje que mas encaja con cada uno de nosotros. Una carcajada de Lurdes y una despedida hasta la siguiente llamada.
Las máquinas cosechadoras están en plena faena de recolección de la cebada por lo que pensamos que no tendremos ningún problema para la comida de los caballos de este día.
Llegamos a Calzada y atravesamos el pueblo hasta el albergue que se encuentra en el extremo contrario. En su puerta, y mientras quitamos los aparejos, cinco o seis chavalillos se agolpan a nuestro alrededor curiosos y excitados ante la novedad. Un labrador que pasa nos pregunta si tenemos resuelto el sitio donde alojar los animales y nos brinda gratuitamente un solar cercano de su propiedad. No pueden ir mejor las cosas así que, acompañados de la chavalería nos llevamos los cuatro caballos al lugar señalado, sacamos agua de un pozo colindante (donde le pica una avispa a Miguel provocando un aluvión de improperios y un montón de risas por mi parte) y les dejamos atados dentro del solar por estar la cerca en malísimas condiciones. De vuelta al albergue, donde Rafael se afana con las perolas, preguntamos a un agricultor sobre la posibilidad de comprar medio saco de cebada, él mismo nos lo proporciona y, con este asunto resuelto nos marchamos a comer unas judías con chorizo y un picadillo que Rafael nos tiene preparados.
Llega Santiago (que es el encargado de la comida de los animales) y dice que ha preguntado en la casa del dueño de un montón de cebada cercano al lugar donde están atados los caballos y que le han negado, desconfiadamente, cualquier posibilidad de comprar el grano (este asunto traerá consecuencias mas adelante). Le comentamos que ya esta resuelto el tema y nos ponemos a comer tranquilamente.
El picadillo de tomate, cebolla y pimientos queda coronado con varios trozos de atún en conserva y es colocado en una fuente grande que preside el centro de la mesa redonda.
Rodeándolo estamos los cuatro sentados frente al plato de judías de cada uno.
Santiago coge su tenedor y se va directamente a un trozo de atún que introduce en su boca con un trocito de pan. Rafael le mira y vuelve a su plato de potaje. Tras unos instantes Santiago vuelve al picadillo y enfila su tenedor hacia el atún. Rafael da un grito que deja suspendido el brazo de Santiago. -"ni hablar, del plato común se come a hecho, es decir, avanzando desde tu lado hacia el centro y no esculcando". Miguel suelta una carcajada que casi le hace caer de la silla y yo espero con curiosidad el final de la historia. Santiago murmura algunas justificaciones pero Rafael, que le estaba cazando, es implacable "a ti te enseño yo a comer", "de ahora en adelante ya sabes como tienes que meter la cuchara" jajajaja Santiago, que no se altera nunca, sigue comiendo sin mas historias salvo que, como castigo, Rafael le dice que ya es hora de que friegue algún día y lo hace mientras los demás recogemos la mesa.
Siesta y rutina de alimentar los caballos, siempre rodeados de los niños del pueblo que vigilan todos nuestros movimientos, compra de nueva remesa de ibuprofeno del que Rafael esta encantadamente enganchado y cada uno a sus menesteres. Yo a organizar la etapa de mañana y escribir el diario, Rafael a hacer la compra y preparar la visita de José Manuel y Carmen, Santiago a lo suyo y Miguel está componiendo una protección para la montura de Rafael y la suya que, con el roce, están matando sus caballos por el dorso (esta compostura la hace con una de las mantas del refugio que algún día me propongo reponer física o económicamente).
Llega la pareja amiga y salen litronas de cerveza en una mesita del porche además de platos de chacina y patatas fritas que Rafael ha comprado, se habla de caballos, de rutas, de esperanzas y deseos, de sueños y miedos. Es una pareja encantadora y las horas van pasando rápidamente. José Manuel me da el teléfono de un amigo suyo, con el que había hecho el camino a caballo tiempo atrás y que podrá ayudarnos en las etapas que pasen cerca de Zamora. Es médico y se llama Javier Valcárcel. Anoto todo y me disculpo pero, tras beber mi acostumbrado vaso de leche, me voy a dormir porque estoy totalmente agotado.
Entre sueños oigo voces de alguien que, fuera del albergue, reclama nuestra presencia.
Estoy tan cansado que no hago el menor caso, el que quiera que entre y me hable de frente. Con los ojos cerrados oigo a Miguel levantarse y hablar con la persona de fuera.
Se levanta también Rafael, durante algunos minutos escucho alrededor movimientos apresurados pero caigo en la inconsciencia.
El caso es que, a pesar de nuestra discreción, se despertaron y nos acompañaron en el ritual mañanero de recogida de enseres y preparación de jamelgos. (en su caso solo los enseres) Faysal presenta una herida rara en la parte trasera de su pata derecha, entre el casco y el menudillo, se la levanto y veo con espanto un corte profundo y limpio que ha estado sangrando durante la noche, miro su pata izquierda y presenta una herida similar aunque algo menos profunda. Es evidente que se ha enredado con un alambre y, a pesar de todo, debemos dar gracias a que no se ha cortado los tendones, pero la cuestión me preocupa y me deprime. Miguel, el hombre recursos, dice que eso no tiene importancia y que si tuviésemos grasa mineral de la que usan los mecánicos, podríamos embadurnarle bien las heridas y estas irían curando solas, en su defecto le echamos una buena cantidad del aceite de oliva que lleva Rafael en sus alforjas para los picadillos.
Se resiente algo de ellas pero no parece invalidante por lo que seguimos adelante con lo previsto. En su costado derecho presenta también una rozadura producida por el roce de la espuela por lo que decido quitármelas desde ese instante y hasta la llegada a mi destino.
Acomodados de esta guisa comenzamos la etapa de hoy saliendo del pueblo por un camino que nos lleva en pocos minutos a la antigua N-630 pero que, con la nueva Autovía, es un lío monumental. Decidimos cabalgar por un camino adjunto a dicha autovía, por su margen izquierda y sin mas contratiempos por el momento.
Le pregunto a Miguel, que cabalga junto a mi, sobre los acontecimientos de la noche anterior y me cuenta sobre el individuo que daba voces en la puerta del albergue. Al parecer, era éste un hombre de mediana edad, labrador, hijo de la señora a la que le solicitó Santiago comprarle un poco de grano para los caballos.
Había vuelto del campo y venía a reclamarnos que quitásemos los caballos de la parcela donde los teníamos con la justificación de que estaba muy cerca de la suya. En dicha parcela, la suya, estaba descargando la cebada que recolectaba en el campo y temía que se pudiesen escapar los animales y comerse todo el grano.
Miguel, que es hombre experimentado en estas lides, trataba de calmarle respecto a la seguridad en la forma que estaban atados pero el ranchero, obstinado, seguía insistiendo en que no lo iba a permitir. Como último argumento, Miguel le dice "mire, son cuatro caballos, cada uno de ellos nos es capaz de comer mas de cinco kilos de grano, ya se lo han comido esta tarde pero demos por sentado que se escapan los cuatro y que se van directamente a su montón de grano, demos por supuesto también que se comen mas de cinco kilos, pongamos...10 kilos cada uno, pues bien, eso hacen 40 kilos de grano que nosotros le pagamos a Vd. al precio corriente y ya está". Esto al parecer enfurece aún mas al labrador (supongo que al verse tan ridículo) y amenaza con llamar a la Guardia Civil y no se qué mas historias. El final es que Miguel, harto de este miserable personaje, le dice "sabe lo que le digo?, que se vaya Vd. a la mierda" pero ya le ha arruinado la noche porque no se fía de él. En sus temores, piensa que el sujeto podría ir de noche y soltar los caballos que se perderían irremediablemente, por lo que se propone para dormir al raso junto a ellos.
Al final le convence Rafael y se acuesta en el albergue sin dejar de atormentarse con el pensamiento del mal que podría acarrear este individuo.
Escucho a Miguel contarme la anécdota y compruebo que se altera al hacerlo así que la cosa debió ser bastante desagradable.
Yo le tranquilizo argumentando que una cosa es protestar por la presencia indeseada de nuestros caballos y otra muy diferente levantarse de noche y soltarlos. Que eso seria un delito, al margen de que se expone a ser visto por nosotros y las consecuencias serían poco agradables para el tipo.
Dejo claro que mi caballo es mi compañero y mi amigo, que para traerme hasta aquí hace un esfuerzo que supera todo lo que ha hecho en su vida, que depende absolutamente de mi y confía en que atenderé sus necesidades en cada momento. En estas circunstancias le cortaría las manos al individuo que se atreviese a tocarle con aviesas intenciones.
Poco más de si da la anécdota por lo que vuelvo a mi silencio escuchando las risas intermitentes de mis amigos y retazos de sus conversaciones.
La etapa es llana y aburrida, enredada por la circunstancia de la ausencia de flechas indicadoras o contradicciones en las pocas que quedan. Creo que alguien debería actualizar este tramo para evitar las confusiones de los peregrinos.
Hoy tengo muy mal cuerpo, estoy flojo, tengo fiebre y el carácter muy agrio, los demás me dan de lado y hacen bien, así que cabalgo en cabeza, como siempre, pero alejado unas decenas de metros de ellos. De repente llegamos a un vado con puente de autovía y nos asaltan las dudas. La guía señala que debemos pasar al otro margen de la antigua carretera pero esto ya no es válido así que paramos a discutir las posibilidades. El nivel freático debe estar muy alto aquí ya que se forman bolsas de agua estancada y trozos de terreno blando. Cañas y vegetación acuática crecen exuberantes en el lugar. Decidimos pasar bajo el puente y descabalgamos Miguel y yo para asegurarnos de que se puede pasas sin contratiempos por esa vegetación. Llamo la atención de Miguel sobre la enorme cantidad de "caracoles vulgaos"que avanzan lentamente por las hojas afiladas.
Los hay a cientos, despertando la ansiedad de Miguel. Ansiedad y desesperación por no poderlos recoger y guisarlos en una enorme olla con esa salsa espesa y sabrosa, al estilo de Montellano.
Pasamos por fin al otro lado y cabalgamos aburridos por la vieja carretera dejando atrás la cárcel de Topas y llegando a la entrada del Cubo de la Tierra del Vino, pueblo ya perteneciente a la provincia de Zamora y a cuya entrada estallo en un golpe de ira producido por mi mal cuerpo y mi poca paciencia. No se si es mi estado o que se lo he contagiado a Faysal, pero hoy camina lento, obligándome a empujarle continuamente para que mantenga el ritmo, me duelen las piernas y la cabeza. Me vuelvo hacia los demás y les digo sin previo aviso "o me dais un relevo de vez en cuando u os mando a la mierda y continúo solo" se quedan un poco cortados pero mi mirada no admite chirigotas. Rafael se excusa diciendo que no es capaz de ir abriendo la marcha, le disculpo pero a Miguel y a Santiago les digo que "no hay derecho, os he traído desde Montellano hasta Zamora sin recibir ni un solo relevo que permita relajarnos tanto a mí como a mi caballo".
Santiago toma la cabeza sin protestar y así atravesamos este pueblo de nombre tan singular (sabe Dios quien, y por qué se lo puso). El relevo dura lo que un bizcocho en la puerta de una escuela y antes de dos kilómetros ya estoy de nuevo delante pero mi enfado ha pasado y sigo cabalgando con mal cuerpo pero sin mala sangre.
El calor comienza a pasarnos factura en esta etapa de 40 kilómetros, llana, aburrida y de piso áspero y duro para los caballos, cuando pasamos en un suspiro Villanueva de Campeán a sólo 7 Km. de nuestra meta, San Marcial.
Llamo al teléfono del amigo de José Manuel, Javier Valcárcel que me facilita el de Simón, un muchacho que regenta un picadero en el pueblo y que se ha ofrecido, por su mediación, a darnos alojamiento por esta noche.
Simón es un tipo de mediana estatura, flaco y esta esperándonos a la entrada del pueblo con los pantalones de montar puestos, con botines pero sin polainas. Es moreno, de piel curtida y profundas arrugas en su cara, estuvo algún tiempo trabajando en Ibiza y con los ahorros se vino a San Marcial y compró las tierras donde tiene su casa y su negocio además de otras de labor, habla rápido y nervioso, me cuesta entender lo que dice.
Finalmente nos conduce hasta el final del pueblo donde tiene sus instalaciones y duchamos y alojamos los caballos en boxes espaciosos dándoles una buena ración de heno y grano. Por último le pedimos que nos lleve a comer a algún sitio donde pongan cordero (estaba visto que saldríamos de Castilla sin probarlo) y le invitamos a hacerlo con nosotros. Una conducción alterando todas las normas de velocidad a un pueblo cercano y un restaurante donde comemos opíparamente regando el cordero con vino tinto de la tierra antes de llevarnos a su casa, cercana a las cuadras, para dormir una siesta necesaria y reparadora.
Rafael y yo nos subimos a la buhardilla que nos ha encomendado y nos acostamos al instante. Dispone esta buhardilla de cuatro camas y el calor solo es comparable al interior de un horno de cal, pero el cansancio es tan grande que me quedo dormido al instante. Despierto con la lengua pegada al paladar, la cabeza a punto de explotar y sudando como un pollo, a mi lado duerme aún Rafael (es el tío mas duro que conozco, nada altera su sueño). Me levanto y bajo en calzoncillos y desesperado al patio donde había visto una piscina tentadora. Oigo charlar a mi izquierda pero no hago caso, es tanto el agobio que solo pienso en meterme en la piscina. Me tiro de cabeza, y ya algo mas fresco, miro al final del patio, lugar de donde venían las voces. Veo a Simón, Santiago y Miguel que están soplándose unos cubalibres (será este nombre la expresión de un deseo?) junto a dos señoritas. Una de ellas hace tiempo que rebasó el peso ideal hasta casi duplicarlo y la otra, supongo que llena de envidia, trataba de alcanzarla en la balanza. Me miraban sin interés, la menos gorda iba con muletas y la más, trataba de cantar copla. El cuadro era curioso pero no tenía cuerpo ni eran horas para la observación de tan interesante tertulia así que subí de nuevo a la buhardilla y me vestí con mis mejores y únicas galas y marché a dar agua a mis amigos de cuatro patas.
A mi vuelta habían desaparecido Simón y Miguel para comprar ron en la única taberna del pueblo (vuelven diciendo que estaba cerrada por estar enferma su dueña) y Rafael se había levantado ya. Unos chiquillos vienen a recibir clase de equitación de Simón y hace su aparición Javier Valcárcel.
Es un hombre de 55 años, delgado, un metro y setenta y cuatro de estatura, viste deportivo pero con clase, cada cosa en su sitio y todas en un conjunto armonioso, pantalón beige con la raya perfecta, camisa de cuadritos rojos y blancos, de buen tejido, mocasines marrones sin calcetines, cinturón con los colores de la bandera de España y varias pulseras en su mano derecha con la misma simbología, bien peinado y recién duchado. Es un hombre culto y educado, muy agradable y extravertido, rociero desde su infancia y franquista hasta la muerte. (su tarjeta de visita mas que una presentación es una declaración de principios) Su llegada es la señal de partida de las dos "gorditas", (son limpiadoras en casa de Simón, emigrantes de Barcelona y Bilbao y andan ennoviadas y con planes de futuro) por lo que la tertulia abandona lo escabroso y se centra en nosotros mismos. Javier muestra un enorme interés y curiosidad por saber lo que hemos andado hasta el momento y los planes de futuro. Trae notas de su viaje anterior por si nos es de utilidad y nos ofrece su casa en el Rocío y su amistad hasta el final del camino. Se despide pronto dándome la oportunidad de volver al infierno caluroso donde pasaré otra noche de sudor, pesadillas y picores.
Cabalgamos a paso rápido y suenan las 8 h en las campanas de las múltiples Iglesias, en una sinfonía caprichosa, cuando llegamos a la entrada de Zamora. Bordeamos el río Duero, dejando atrás lo que queda del puente romano, atravesándolo por el puente medieval.
A estas horas la ciudad duerme o se está levantando. Poco movimiento en sus calles, síntoma claro de poca industria y mucho "sector servicio". Para nosotros es mejor así ya que, entrando por una de sus aberturas en las murallas, vamos dejando las huellas de nuestras pisadas en los adoquines de la zona mas antigua y céntrica de esta histórica ciudad.
Me gusta esta ciudad que ya había visitado en el pasado. Es limpia y tranquila, sus edificios preparados para el frío húmedo del invierno y sus habitantes amables y serviciales con el foráneo. Además de la hermosa Catedral románica del siglo XII tiene multitud de Iglesias cargadas de leyendas. En una de ellas fue armado caballero nuestro héroe Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. En fin, una ciudad abandonada al olvido de los españoles y que, en su modestia, atesora parte de las raíces de nuestra modernidad.
Me llama la atención la historia de su patrón, San Atilano, hombre idealista y bondadoso, que siendo obispo de la ciudad, y según cuenta la leyenda, arrojó su anillo de obispo al río (supongo que harto de tanta hipocresía y maldad como había entonces) para volver a su anterior condición de eremita.
Tiene guasa la cosa que un día, comiéndose un pez, se encontró el anillo en su barriga, con lo que la divinidad le devolvía a su condición de obispo de la que nunca debió renegar. Y digo yo!, acaso se comía los peces sin quitarle las tripas? Y aún más. Se comía las tripas de los peces y por eso se encontró el anillo? (estas historias de obispos y santos me superan algunas veces) Aquí me viene a la cabeza una frase que a menudo repite un buen amigo. Si alguien le habla de otra persona a la que acaba de conocer y la alaba por lo buena persona que parece, siempre responde de la misma manera: "dale tiempo". Es una de esas sentencias sencillas que me conmueven y me dejan sin réplica.
Los cascos suenan nítidos en su impacto en el granito y los resbalones hacen volver, temerosos, la cabeza de los pocos transeúntes mañaneros. De vez en cuando un chispazo sale despedido hacia la pared de alguna casa, rebotando en su costra de cal.
Desembocamos en una de sus calles modernas donde el tráfico rodado aumenta cada segundo. Y nos liamos, como en cada ciudad, hasta que damos con la salida correcta.
Miguel cabalga silencioso (la cosa debe estar mal cuando se calla mas de un minuto seguido). Le pregunto y me contesta que va mal, que tiene mal cuerpo. Yo creo que los "cubalibres" del día anterior están sometiendo a su hígado a un esfuerzo titánico, impidiéndole atender otras funciones de su metabolismo, es decir, que lleva una resaca infernal.
Rafael, que no ha bebido nada el día anterior confiesa que esta bajo los efectos de un bajonazo físico, que ha estado a punto de abandonar y que no sabe si terminará la jornada. Le alcanzo un ibuprofeno de 600, su fiel amigo, y se viene arriba en media hora llegando a reírse de su ocurrencia anterior (cualquier día voy a mirar el prospecto de este antiinflamatorio porque no es normal que logre semejantes milagros).
Santiago, que ha bebido lo mismo que Miguel, permanece inalterable, empiezo a dudar si no se habrá momificado o esta en estado catatónico porque no se le notan los efectos.
Le mando a la cabeza de la marcha y la toma sin protestar, Miguel lleva cara de funeral y Rafael resucita lentamente.
El calor comienza a ser sofocante al pasar por Roales del Pan y los caballos pierden la viveza en el paso. La etapa es larga, 48 kilómetros así que hoy nos toca un trago amargo. Anodino es el paso por Montamarta hasta la llegada al embalse de Ricobayo. El nivel del agua esta bajo y nos acercamos a sus orillas con cierto temor de atascamiento.
El caballo de Santiago pierde una herradura y allí mismo se la coloca Miguel con los pocos clavos que aún conserva. La parada es corta y dejamos que beban los caballos en la orilla del embalse mientras Miguel fantasea en voz alta con una pareja joven que se encuentra en la orilla contraria, el chico pesca y la chica, rubia, toma el sol. Mejor me tapo los oídos para no escuchar las fantasías de mi amigo.
Se ve que la visión de la chica le ha animado algo porque ya no para de hablar en un buen rato. A la altura de las ruinas de Castrotorafe y con cara de intriga me dice: "oye, primo, a ti te pasa igual que a mi?" "y que te pasa a ti?", "que la tengo como muerta desde que salí de mi casa y es la primera vez que me pasa" "tranquilo primo, todos estamos igual". Suelta una risotada y me confiesa que los pastores de Lugros ya le habían advertido del fenómeno.
Vuelvo a la cabeza de la marcha, que es mi destino, y observo a lo lejos, en medio de la planicie, un coche parado y un sujeto al pie que mira en nuestra dirección. Al llegar a su altura me saluda con mucha camaradería, como si nos conociésemos. Rafael que viene algo retrasado le grita un saludo y puedo entender que es lo que pasa. Es Paco Pajilla, un tratante de ganado que viene a veces a la feria ganadera de Montellano y es conocido por mi hermano que le había pedido como favor unos botes de Butasil (antiinflamatorio para los caballos) y el hombre, que vivía cerca, nos hace el tremendo favor.
Nuevamente el silencio espeso y cansado hace presencia entre nosotros. Miguel esta roto, no puede seguir cabalgando y se baja de su caballo. Me bajo para hacerle compañía y aliviar su paso. Rafael no se baja ni aunque le fusilen y Santiago cabalga con él alejándose poco a poco de nuestra vista. Ya no les vemos cuando entramos en Fontanilla de Castro, pequeño pueblo de aspecto semiabandonado, caminando por sus calles con nuestros caballos de reata y con la mirada baja. A la salida del pueblo, una señora de alrededor de 70 años sale a mirarnos y pregunta abiertamente. Sin dejar de caminar le respondemos pero ella lanza entonces la palabra mágica "cerveza". Paramos en seco y volvemos sobre nuestros pasos. Ella saca dos cervezas heladas que nos arrancan la sed y la pesadumbre. No se como se lo ha olido Santiago pero vuelve a paso rápido y pide que le den otra. Personas bondadosas y simpáticas que tienen el premio a su generosidad en estas líneas que escribo apresuradamente.
Llegamos por fin a Riego del Camino, nuestra meta y aquí nos espera Abelardo que es el marido de Dorita, mujer sencilla y simpática de unos 55 años, alcaldesa de este pueblo de 100 habitantes, que cuenta además con otro concejal (no me atrevo a preguntarle si son del mismo partido político o están peleados entre ellos). El caso es que el albergue es una casa antigua, bastante elemental y con patio trasero y soleado donde podemos tender la ropa que lavemos.
El solar donde se encuentra el deposito de agua potable del pueblo es el lugar ideado por Dorita para dejar los caballos que, al estar junto a un magnifico pilar de agua, nos parece ideal para pasar la noche. Una última advertencia de Dorita "cerrad siempre las ventanas porque os comerán las moscas" Son las 15,30 h y nos encaminamos al único bar del pueblo para que nos den de comer.
Lo regenta una familia al completo, marido con su mujer y una tercera de la que no puedo precisar su papel, dos hijas, una adolescente y una niña. Un grupo de ciclistas han ocupado todo el bar y se han comido el potaje de garbanzos así que, cuando se levantan de las mesas, dicen que queda un plato de garbanzos (Rafael se lo apropia inmediatamente) y para los demás huevos fritos, filete y ensalada. La niña mas pequeña juega con los trozos de pan destinados a nuestra mesa como si fuesen cochecitos en miniatura y la adolescente corta el melón en rajas tan pequeñas que, de ser salchichón, sacaría tres rodajas de una pimienta. Miguel estalla en carcajadas y los demás nos encogemos de hombros para seguir comiendo.
Paco Pajilla se presenta a las puertas del albergue resuelto a ayudarnos en encontrar herraduras y clavos porque ya no nos quedan y podríamos tener problemas en el futuro.
Con él se van Rafael y Miguel mientras que Santiago y yo compramos un saco de pienso en un almacén cercano donde su dueño restaura tractores antiguos para venderlos como reliquias. Allí se afana en arrancar uno de ellos siendo remolcado por otro en el intento inútil de despertar su motor dormido hace décadas.
Les dejamos sudorosos y obstinados y atendemos a los caballos con agua y pienso.
Faysal no acaba de curar sus heridas que presentan labios abultados y un feo aspecto.
Doy un masaje a sus tendones y le acaricio durante unos minutos hasta que llegan los demás con su tesoro de herraduras viejas, de segundo uso, ante la imposibilidad de encontrarlas nuevas (llegaremos a Santiago de Compostela con tanta precariedad de medios? Solo Dios conoce la respuesta) Por más cuidado que hemos tenido las moscas han invadido el albergue. Como debe ser la cosa que Rafael, que afirma orgulloso que nunca le pican los insectos, se ha ido a comprar un insecticida que huele a rayos y que probablemente nos esta envenenando!
pero que es efectivo y nos deja dormir una noche sin picores.
La mañana es fría y recorremos con rapidez los siete kilómetros que nos separan de Granja de Moreruela. Aquí el Camino se bifurca ofreciéndote dos posibilidades. La primera es dirigirse a Astorga y enlazar con el Camino Francés, el más lógico y aconsejado por nuestros amigos José Manuel Oterino y Javier Valcárcel, la segunda es el llamado Camino Sanabrés, desaconsejado para los caballos por lo duro y arriesgado en algunas zonas. Que camino elegimos nosotros? Como siempre el desaconsejado. No se que traza nos damos que siempre vamos contra corriente.
Dejamos Granja de Moreruela a la derecha y cabalgamos con algunas dudas, por la deficiente señalización, hasta un puente altísimo, Puente Quintos, que atraviesa el río Esla. A la entrada del puente alcanzamos a tres peregrinos a pie. Son de Jerez de la Frontera, mayores de cuarenta años y han comenzado su camino en Granja. Se dedican la sanidad pública y están ávidos de marcha y aventura (ya se les pasará a medida que pasen los días). Les adelantamos, atravesamos el puente y torcemos a la izquierda, introduciéndonos en un paraje dificilísimo para los caballos. La espesa vegetación junto con los árboles que crecen de manera salvaje, sin entresacar ni podar, nos obligan a caminar a pie, de vez en cuando tenemos que pararnos y dejar los caballos en manos de Rafael y Santiago mientras Miguel y yo, cada uno por un lado y por veredillas de cabras en la vegetación, tratamos de encontrar la senda mas apropiada para salir de este monte espeso. Un afloramiento rocoso dificulta aún mas la marcha. Dentro de él descubrimos que las lajas de piedra se orientan en sentido vertical dejando grietas entre ellas. Las dudas nos asaltan pero no hay vuelta atrás. El peligro es real y sólo con la ayuda de Dios, o por la suerte que no deja de acompañarnos, atravesamos esos 30 metros de resbalones y tropiezos sin que ninguno de nuestros caballos meta dramáticamente los cascos en una de las miles de grietas. Instintivamente colocan el pie justo encima de una laja y el siguiente en otra. Yo estaba maravillado de haber pasado aquel afloramiento sin ningún accidente pero la marcha es lenta y complicada. Aquí rompemos una rama para poder pasar, allí pisamos retamas o jaras. Rafael va roto y vuelve a subirse en Sandalio.
Miguel le aconseja que se baje de nuevo por las dificultades que hay delante de nosotros y Rafael acuña una de sus frases celebres. Su respuesta es "no me bajo ni aunque me arrrrrranquennnnn la cabeza". Así dicho, muy serio y con toda la vehemencia que es capaz de expresar mi hermano. Está tan cansado y es tan dura la subida por esa selva que prefiere que le arranque la cabeza una rama antes de bajarse del caballo.
Miguel y yo soltamos una carcajada y seguimos adelante hasta coronar esa sierra maldita que ha podido costarnos el final de nuestra peregrinación. De haber conocido el terreno antes, no habría metido a mi caballo dentro de ese montarral pero el ir descubriendo los caminos trae aparejada situaciones como la pasada, lo que nos hará ser mas cautos en el futuro antes de adentrarnos en zonas de dudosa seguridad.
El paisaje es árido, la vegetación endurecida, con muchas ramas secas, el camino ha sido afirmado con una especie de gravas de río haciendo difícil el paso de los caballos, el calor agobiante y la meta lejana. Atravesamos en silencio Faramontanos de Tábara y 8 kilómetros mas adelante Tábara. Llevamos recorridos 33 kilómetros y aún nos queda una buena parte de camino hasta nuestra meta. El pueblo mas cercano es Bercianos o Villanueva de las Peras y cabalgamos pesadamente con la esperanza de encontrar refugio en uno de estos pueblos. Una fuerte subida aconseja bajarse de los caballos y darles un pequeño descanso. Lo hacemos Miguel y yo mientras Rafael y Santiago continúan montados. Una vez mas se van alejando de nosotros y cada cual sumido en sus pensamientos recorremos varios kilómetros. Necesito meter algo en mi estómago porque estoy bastante desfallecido, esta mañana no he comido la magdalena que me correspondía por no tener hambre pero ahora la necesito así que le pido a Rafael que pare y me la de. Resulta que no quedan, alguien se comió la suya y la mía. Vaya por Dios! No quiero saber quien fue, lo único que me importa es algo para comer porque noto que se me esta bajando el azúcar y puedo tener una pájara peligrosa. Ante los refunfuños de Rafael por la desaparición de la magdalena y un trozo de pan medio duro que puedo comer, seguimos adelante en esta etapa larga y dura que amenaza con acabar con nosotros.
Una bifurcación con flechas a ambos lados. Decidimos tomar la de la izquierda que nos lleva a Villanueva de las Peras (pueblo de las tres mentiras a decir por los habitantes del lugar. Se ve que se lo han dicho tanto los vecinos del pueblo de al lado que lo han asumido plenamente) con muchísimo calor y mas fatiga.
Este pequeño pueblo tiene dos bares y en uno de ellos paramos buscando información, calmar nuestra sed y descansar unos minutos.
La información que sacamos es que el pueblo tiene 90 habitantes, que no hay albergue ni refugio, que no pasa casi nadie por allí y que el último niño que nació lo hizo hace diez años.
Respecto a la sed pudimos saciarla bebiendo en la puerta unas cervezas, menos Rafael que está abatido y solo quiere agua. Sentados a la sombra y bebiendo despacio nuestras cervezas se nos hace difícil retomar la marcha pero con el cuerpo molido y sin ganas de nada debemos continuar hasta el próximo pueblo que tiene albergue según nuestra guía.
Nueve kilómetros debemos salvar hasta ese pueblo y una fuerte subida por carretera para sortear una sierra con el mismo paisaje duro y seco. Coronamos la sierra y la vista se nos ilumina ante un paisaje absolutamente nuevo y fabuloso. El agua mana por todas partes corriendo velozmente por las acequias y canales de hormigón. Dejamos que los caballos sacien su sed en uno de ellos mientras comentamos lo frondoso que están los cultivos de maíz, papas y cebada a nuestro alrededor. El río Tera lleva un caudal enorme y riega este valle haciendo de él un vergel en medio del desierto. Llamo por teléfono al ayuntamiento de Santa Marta de Tera y nos dicen que no hay problemas respecto al albergue pero que los caballos podríamos dejarlos junto al cementerio. Miguel se niega en redondo. Es mas, me amenaza que si elegimos ese sitio no vendrá de madrugada a recogerlos. Es legendario el temor que inspiran los muertos a mi amigo y yo estoy tan cansado que no tengo ganas de discutir el asunto. Si tenemos que dejarlos entre las tumbas allí se quedarán y si tengo que ir solo en la madrugada, solo iré.
Siguiendo la margen derecha en sentido ascendente del río Tera llegamos a Santa Croya de Tera, que vamos atravesando por su calle principal. Al final del pueblo y a la derecha hay una casita nueva y de buen aspecto con un letrero que pone ALBERGUE. Hemos recorrido hasta aquí 55 kilómetros y sólo nos quedan dos hasta Santa Marta pero estamos tan cansados que decidimos preguntar aquí si es un albergue de peregrinos, y de ser así, no dar un paso mas.
Son las 16,15 h y los dueños deben dormir porque tardan un rato en contestar a nuestras llamadas en el timbre de fuera. Finalmente se asoman a una ventana del piso de arriba y nos dicen que esperemos un instante. Son Anita y Domingo, el matrimonio que regenta este albergue. Para los caballos hay un lugar lleno de hierba y un pequeño solar vallado.
Dejamos a Sandalio y el caretito atados fuera y a Rumboso y Faysal dentro del solar. El agua sale a ras de suelo haciendo del lugar una autentico sueño para ellos (poco podíamos imaginar lo que habría de pasar al caer la tarde) Anita nos prepara un arroz a la cubana que nos sabe a gloria y Domingo nos saca dos botellas de un vino tinto joven que elaboran en el pueblo y nos invita a visitar las burras zamoranas, famosas por comercializar su leche en un centro especializado para ello.
Como el encargado del grano para los caballos es Santiago, queda con Domingo en visitarlas así como en comprar dicho grano en el almacén del pueblo. Rafael no puede con su cuerpo y se acuesta antes que los demás. Le sigo en poco tiempo y justo antes de dormirme oigo a Miguel ocupar su litera.
Me despierto a las 19 h y miro a mi alrededor. Santiago no está en su litera, Rafael sigue dormido y Miguel, que duerme como las liebres, con un ojo abierto, levanta su cabeza al oír mis leves movimientos. Me interroga con la mirada y le muestro la salida. Se levanta y salimos fuera aprovechando la tarde tan hermosa para ir andando hasta el pueblo donde deberíamos habernos quedado, es decir, Santa Marta. Caminando tranquilos atravesamos el río y subimos la cuesta hacia él. La primera construcción es el albergue y la siguiente la bella iglesia románica que, en su lado sur, el que da al cementerio, tiene la imagen mas antigua que se conserva de Santiago Apóstol.
Una nueva referencia de Miguel a la hierba que crece en el cementerio y su deseo de irse rápido de allí, es la señal de volver mientras la tarde va declinando lentamente sin que una brizna de aire altere la paz en las orillas del río.
Paz? Vamos acercándonos al lugar donde están los caballos y los vemos inquietos, dando cabezazos, patadas y manotazos. No entendemos que pasa hasta que nos acercamos a ellos. Millones de mosquitos venenosos los están saeteando buscando las zonas mas sensibles: la cara, el cuello y el interior de las patas. Cuando descubrimos la causa ya es tarde también para nosotros. Escondidos bajo la hierba esperaban, como cazadores pacientes, nuestra llegada y se abalanzan sobre nuestras piernas y brazos desnudos. Son minúsculos, casi invisible, pero tienen un veneno que producen ronchas instantáneas, gordas y coloradas. No puedes dejar de rascarte. Eso les excita como la sangre a los tiburones y tenemos que salir de allí huyendo como ratas cobardes, moviendo los brazos como aspas de molino y gritando inconexamente como posesos.
Nos sentamos en la puerta del albergue a "lamernos las heridas" cuando aparece una chica joven con su novio, trabaja en el albergue en temporada alta y nos había visto pasar a medio día. Supuso que nos quedábamos allí y venia a ver y tocar los caballos.
Miguel, siempre tan caballero, se brinda a acompañarla a tal menester y es asaltado por segunda vez, por los compañeros de los que se habían hartado de nuestra sangre anteriormente. Su caballerosidad tiene un límite y la deja allí, sola ante el peligro.
Aparecen también Domingo y Santiago, que se va directamente a la cama. Trae una mirada rara, mas ausente que de costumbre, le pregunto la razón de su tardanza y me dice algo así como que se ha tomado "una copita de vino" en la bodega del pueblo. No dice más y se acuesta...en una cama que no era la suya. Deduzco que no ha sido una, sino unas las copitas, es más, deduzco que no han sido unas, sino muchas, y trae una borrachera de campeonato.
Domingo, que por estar muy entrenado, los efectos del vino se le notan menos, se empeña en ir a tocar también los caballos y se empeña en que le acompañemos. Me niego en redondo y sin fisuras pero Miguel se afana en dar razones. A quien se le ocurre razonar con un borracho? La consecuencia es que Miguel es asaltado por tercera vez por el enjambre furioso que ya no sabe donde picar que tenga un poco de sangre.
Finalmente deja los buenos modales, se zafa de las garras de Domingo que le atenazan el brazo y viene a mi lado relatando de los borrachos y de su mala suerte. Yo no paro de reir y rascarme pero lo suyo es de lástima porque lo han puesto como a un Santo Cristo.
Incomprensiblemente, los mosquitos no pican ni a la chica, que tiene una piel fina y blanca y lleva un escote de vértigo, ni a Domingo, aunque a éste para picarle habría que llevar un antídoto contra el alcohol.
Es sabido que si se levanta el aire se esfuman los mosquitos y rezo porque así sea ya que, en caso contrario, mañana los caballos estarán enfermos.
Entro al dormitorio y veo que Rafael no se levanta. Me preocupa un poco porque no le había visto tan cansado en toda la ruta. Santiago duerme en una postura extraña, como dislocado.
Escribo mi diario tras organizar la ruta de mañana cuando noto que el aire comienza a moverse poco a poco y doy gracias al cielo por ello. Pido a Domingo un vaso de leche para cenar, y me suelta todo un discurso sobre lo poco que comprende que prefiera el liquido blanco a otra botella de buen tinto, pero soy inflexible. Cuando estoy cansado soporto muy mal a los borrachos así que no le doy ni una sola opción y con cara seria y con acento cortante le pido la leche y me acuesto mientras le oigo medio convencer a Miguel para que le acompañe en una ronda...
Es mas duro que la rodilla de una cabra.
Los mosquitos han acribillado a los caballos, especialmente a los de pelo oscuro, Faysal y el Caretito. Faysal presenta numerosos bultos en su cuello y el Caretito, de rascarse con sus propios dientes, tiene la piel levantada en el pecho y zona baja del cuello. Rafael se ratifica en el hecho de que los pelos tordos son más apropiados para nuestro país y que los demás pelos son importados.
Hemos salido a las 5,40 h, dejado atrás Santa Marta de Tera, con el imprescindible comentario de Miguel respecto del cementerio, y serpenteamos por un camino que sigue la margen izquierda del río. Pequeños pueblos y alguna que otra iglesia abandonada observan silenciosos el paso de nuestros caballos. Está clareando el día y mujeres mayores atienden los pequeños huertos de hortaliza, agachadas en faenas incomprensibles para mi. Las piernas bien abiertas, la espalda doblada inverosímilmente solo levantan levemente la cabeza para saludar o decir adiós. Es la misma canción triste que suena en toda Castilla, pueblos abandonados por sus jóvenes, en los que solo habitan jubilados, muchos de ellos viudos, que viven de una mísera pensión y la ayuda de ese pequeño huerto y alguna vaca en los corrales de puertas desvencijadas.
Atrás quedan Calzadilla de Tera y Olleros de Tera (los pueblos aquí tienen nombre y apellido, como si el río fuese el padre de todos ellos y les hubiera transmitido su apellido). El camino da un giro brusco a la izquierda, separándose de las márgenes del río, buscando las suaves alturas de la sierra.
Santiago ha tomado la cabeza y se aleja de nosotros al trote en un intento vano de quitarle las querencias a Rumboso. Desaparece en una de las infinitas curvas del camino sin que podamos volver a verle antes de llegar a la siguiente. Miro a Miguel y le interrogo sobre si se perderá en el primer cruce de caminos. Miguel no lo duda "seguro que coge el equivocado". Un peregrino camina delante de nosotros con el cuerpo inclinado, una mochila a sus espaldas y una vara larga rematada con una escobilla de hierbas, no hay duda, este tipo viene del sur. La estética de la vara rematada con un penacho de romero u otros hierbajos es propia de los rocieros. Me pregunto quien fue el primero en hacerlo y me maravilla la rapidez con que estas tonterías se propagan entre la gente humilde. Supongo que de esta manera la gente se identifica. Me horroriza pensar que yo mismo pueda caer en alguno de estos tópicos de imagen. En fin, dejo a un lado mis reflexiones sobre la débil personalidad de mis paisanos y sigo adelante tras preguntarle de donde viene y que hace en estas tierras solitarias. Dice que comenzó a caminar en el Puerto de Santa María, su pueblo, atravesado el río Guadalquivir en una de las barcazas de Sanlúcar de Barrameda, llegó a la aldea del Rocío con la hermandad de Sanlúcar. Una vez allí pensó que no tenía nada que hacer en su pueblo por ser uno mas entre los cuatro millones de parados españoles (gracias al tito Pepe Luis), y siguió caminando hacia Santiago de Compostela para ver si el Santo obraba el milagro de conseguirle un trabajo (no se si es el Santo apropiado para las causas imposibles) Seguimos adelante llegando hasta nuestro compañero Santiago que se encuentra dudando en una intersección. La flecha amiga está algo escondida y no la ha visto.
Afortunadamente no ha seguido adelante así que le indicamos a la derecha y seguimos rutinariamente nuestra marcha. Un cuerpo de presa sobre el río nos sirve para cambiar a la margen derecha y caminar por un paisaje hermoso y soleado.
La senda bordea el lago de aguas cristalinas atravesando una vegetación espesa de chaparras, jaras, lentiscos etc. De vez en cuando sale un claro hacia la orilla del embalse donde, encima de un gran peñasco, algún pescador solitario disfruta serenamente de su afición.
En uno de estos claros quedan restos inequívocos de una pasión amorosa y la imaginación de Miguel se dispara llegando a relatarnos los detalles del encuentro. Entre risas y alguna que otra aportación de Rafael al relato escabroso, llegamos a la hora en que solemos tomar un refrigerio. Un claro a nuestra derecha, con altas hierbas es el lugar ideal para hacerlo. Rafael confiesa que sigue cansado pero que aguantará al menos un día mas. Miguel se arrasca las heridas mosquiteras y Faysal tiene bastante feas las de sus patas. Cada uno arrastra sus penas como puede y sigue adelante con mas ilusión que fuerzas.
Dejamos atrás Villar de Farfán y continuamos alejándonos del río hasta Rionegro del Puente en el que cruzamos la autovía y recorremos sus calles sin pararnos ni mirar a nuestro alrededor. Unos gritos llaman nuestra atención, son dos mujeres que, asomadas a una ventana, nos saludan desde el albergue de esta población, deseándonos buen camino y feliz llegada a Compostela. Rafael revive ante los saludos de cualquier mujer, sea bonita o fea. Es como un Don Quijote barrigudo que altera la realidad en su mente viendo dulcineas donde solo hay labriegas. El caso es que el saludo de las mujeres tiene efectos mas poderosos que el ibuprofeno, se viene arriba y, durante buen rato, habla sin parar sobre el éxito que tiene entre las féminas.
La etapa ha sido estudiada para que finalice en Cernadilla pero decidimos acortarla en Mombuey después de haber cabalgado 39 kilómetros. Antes de llegar a esta población paramos en una venta para el abastecimiento tabaquero de Santiago, ocasión que aprovecha mi hermano Rafael para pegar la hebra con un muchacho joven que sale en ese momento de su interior. Resulta ser veterinario, funcionario de la Junta de Castilla-
León, que ejerce su profesión en Monbuey, y que al ver los caballos siente la curiosidad de preguntar quienes somos y donde vamos. Satisfecha su curiosidad nos aconseja no seguir mas delante ya que no encontraremos albergue hasta Puebla de Sanabria.
También nos informa de que el anterior alcalde de Mombuey, por razones desconocidas, era enemigo de los peregrinos así que no hay buena sintonía entre estos y los habitantes.
Por último nos aconseja para los caballos seguir un poco mas adelante y pedir asilo en una finca ganadera a pie de carretera. Esta finca es del suegro de Roldán, si, el Roldan famoso que fue director general de la Guardia Civil y procesado por malversación de fondos. Este chico nos asegura que no pondrán reparo alguno en alojar a nuestros caballos, respecto de nosotros ya es otra cosa, debemos quedarnos en el albergue. La tentación de alojarme en la finca es grande por la experiencia y el morbo pero no me agrada en absoluto estar tan lejos de Faysal., en estas estoy cuando llegamos a las primeras casas del pueblo. A las puertas de un taller mecánico desmonto y pido al chico que lo regenta un poco de grasa para las patas de Faysal. El chico comprende pronto el problema y me da una ración de ella que inmediatamente coloco en las heridas. Este tiempo provoca forzosamente un montón de preguntas y explicaciones. La cuestión es que, de todo ello, resulta el ofrecimiento de Toño, que es como llaman a este muchacho, para dejar los caballos en una parcela de su propiedad que está relativamente cerca del albergue y en la dirección de salida para la etapa de mañana. Lo que parecía en principio iba a ser una estancia problemática queda resuelta por el azar y la bondad de Toño.
La parcela es amplia y contiene una hierba alta y buena para los caballos. El único problema es que el abuelo de Toño cultiva en ella un pequeño huerto para consumo de la familia.
Dejamos los caballos atados con largas cuerdas y nos marchamos al albergue que consiste en una construcción de piedra, de una sola planta diáfana, con la única división del cuarto de baño. De entre las literas existentes destaca una que, por su aspecto, parece ser desecho de algún hospital, lo que provoca la aprensión de mi amigo Miguel que no quiere acostarse en ella de ninguna de las maneras. Dice que huele a muerto y que cuando la han desechado es que han debido morir en ella muchos enfermos.
Antes de ir a comer llegan tres peregrinos, dos chicos alemanes y una chica suiza.
Miguel relaciona rápidamente este grupo con la historia de amor en el lago y no para de hacer alusiones al caso.
Por lo visto uno de los chicos y la chica coincidieron en su salida de Sevilla y al otro lo encontraron ya en la ruta.
Entre los dos primeros "había brotado el amor", que traducido al lenguaje de Miguel es que "se la estaba cargando desde que salió de Sevilla" y que los restos que encontramos en la orilla del lago eran suyos mientras el otro miraba desde lejos. La verdad es que me río de sus invenciones pero cada vez que miro a este grupo no puedo dejar de imaginar las historietas de Miguel.
La siesta es alterada por la voracidad incansable de las moscas. Los insectos son una constante en nuestro viaje, por mas que cabalgamos mas nos persiguen. La mayoría de ellos son incómodos, algunos agresivos y otros realmente hermosos, como la multitud de mariposas que nos han acompañado buena parte del día en las tierras cercanas al embalse. Las había blancas con lunares negros, negras con las puntas de las alas blancas, unas pocas de un color cobrizo intenso. Revoloteaban a nuestro alrededor incansables y osadas, una se para en el sombrero de Miguel que no se da cuenta y cabalga como si nada. Sonrío al verlo con la mariposa en la copa de su sombrero y el se amosca por mi sonrisa.
Rafael sigue acostado al igual que ayer. Dudo seriamente sobre su capacidad de aguante para los días que restan.
La tarde avanza y observo a los alemanes hablar entre sí. El mas joven tiene un tobillo hinchado y apenas puede caminar, finalmente les veo recoger, a última hora de la tarde, y marcharse. Ante mis preguntas, la chica me dice que lo llevarán a un autobús para que regrese a su país. Su ruta ha acabado aquí, tristemente, después de haber caminado 700 kilómetros. Un pequeño escalofrío me recorre entero pensando en que puede pasarnos a alguno de nosotros.
El padre de Toño se dedica a la compra de lana recién esquilada. Está en la nave de la parcela descargando un camión de este producto esponjoso y sucio. Me cuenta lo que han cambiado las cosas, cómo se ganaban la vida antes con holganza y cómo ahora no cubre ni gastos.
Antes de dormir llega un nuevo peregrino. Es holandés y se llama Cees. Salió de Sevilla siete días más tarde que nosotros, es decir, el día 21 de junio y nos ha adelantado hoy, hace entre 60 y 70 kilómetros diarios. Estamos organizando las herramientas de herrar cuando llega Cees y nos cuenta su historia, se quita las botas y le pido me enseñe sus pies, lo hace algo desconcertado. Le agarro uno de ellos mientras le amago con el martillo que tengo en la otra mano. Le digo que no estoy dispuesto a consentir que nos humille de esa manera. Suelta una risotada mientras libera su pie de mi mano. No queda tiempo más que para desearnos buenas noches y caer en la inconsciencia.
Rafael no se ha levantado en toda la tarde, resistirá mañana?
Ayudados de nuestra inseparable linternita comprada en los chinos, caminamos Miguel y yo hacia la parcela donde están los caballos. Faysal se ha soltado y me asusta la posibilidad de que haya destrozado el huerto de esta familia. Afortunadamente no es así y se dedica durante un buen rato a torearme sin dejarse agarrar, síntoma inequívoco de que empieza a estar harto de tanto caminar, pero esa es la vida caballuna y no tiene mas remedio que resignarse.
Con ellos de reata llegamos de nuevo al albergue donde Rafael tiene mas mala cara que un gitano mojado, pero se ha levantado sin protestas. Miguel prepara su caballo y el de Rafael y Santiago lo hace el último, como siempre.
La mañana es fría y húmeda, la niebla baja por segundos empapando nuestras ropas.
Cees se ha bebido, de un trago, un litro y medio de agua por todo desayuno y ha salido a la par nuestra. En la oscuridad lechosa camina con grandes trancos alejándose poco a poco de nosotros. Su silueta oscilante asusta y deprime a nuestros caballos, que ven como un tipo alto y delgaducho les va dejando atrás sin consideración alguna.
El camino discurre paralelo a la carretera y mi hermano propone ir por ella. Le veo bastante cansado y no quiero discutir así que cabalgamos por el asfalto empapado mientras oigo a mis espaldas los murmullos de protesta de Miguel sobre el mal que le hace a las herraduras pisar esta superficie. No hago caso y seguimos adelante.
Un auto solitario anuncia su llegada desde lejos con un resplandor fantasmal, difuminado. Los belfos y las puntas de las orejas de Faysal se empapan de gotitas cristalinas y brillantes. Son 33 kilómetros los que nos separan de la primera población, Puebla de Sanabria.
Aunque sabemos, por la hora, que esta amaneciendo, la niebla mantiene la oscuridad y el silencio. Miro de reojo a mi hermano, lleva las riendas sueltas, (en 800 kilómetros las habrá cogido un par de veces) caídas sobre el cuello de Sandalio, las manos en el borren trasero de su montura vaquera reforzando sus riñones, el cuerpo desmadejado y bamboleante al ritmo cansino de su caballo. Como el rabo de los perros, se mueve pero no se cae, pienso para mí.
El sol hace su aparición, calentando nuestros ateridos cuerpos, justo cuando llegamos a una bajada desde la que se domina totalmente Puebla de Sanabria.
Situada en un promontorio al otro lado del río Tera y dominada por un hermoso castillo-
fortaleza del siglo XV su visión es fantástica desde la posición en la que la contemplamos a nuestra llegada.
Aprovechamos para tomar café en una cafetería a la llegada al pueblo, donde paran multitud de autobuses de turistas o jubilados, en viajes subvencionados por el estado y partimos raudos hacia el final de nuestra etapa de hoy.
Dejamos atrás Puebla, atravesando el Tera por un alto y largo puente, ante la mirada imperturbable de su castillo y continuamos carretera adelante durante 12 kilómetros mas hasta llegar a Requejo después de haber cabalgado 45 kilómetros casi sin interrupción.
El pueblo se encuentra en fiestas, una especie de Romería festiva que cogemos justo en el instante en que las autoridades de la comarca, junto con los pocos habitantes que quedan en el lugar, oyen misa en una iglesia situada en un alto a la derecha de la entrada al pueblo. Hace algunos kilómetros que hemos dejado la meseta y ya estamos en plena ascensión de lo que serán los próximos siete días, si es que llegamos, de montañas, con constantes subidas y bajadas, sin respiro alguno.
Pregunto al único habitante que no está en la Iglesia que me indica el lugar, al final del pueblo y hacia arriba, donde se encuentra el albergue. Dos coches de la Guardia Civil, con sus respectivas dotaciones, esperan en la plaza a que acabe la celebración religiosa.
El sargento al mando me indica que será imposible hablar con el alcalde por ahora, pero que los caballos podemos llevarlos a las márgenes del río, por ser éstas de propiedad municipal.
Miguel y yo, como siempre, nos encargamos de llevar los cuatro caballos al río, por una pendiente pronunciada, entre casas que han conocido mejores tiempos, mientras Rafael y Santiago se refrescan el gaznate en el único bar de comidas del pueblo.
El lugar es paradisiaco, una presa convierte esta parte del río en una enorme piscina a la que entra y sale el agua de manera constante. Algo mas abajo hay alamedas sobre tierras cubiertas de hierbas. Dejamos atados los animales y desandamos el camino en busca de nuestros compañeros y de una comida bien ganada.
Rafael no se levanta de la siesta, es el tercer día consecutivo que se queda en la cama después de comer y hasta el día siguiente, está bien cansado pero ni se queja ni protesta, le dejamos tranquilo, sin presionarle.
La tarde es soleada y sin viento, la temperatura es mas de primavera que de verano y me encuentro descansado y activo. Bajamos la cuesta hacia el río charlando tranquilamente.
Un chico joven, el único que no ha emigrado según nos cuenta, nos proporciona medio saco de grano mezclado, que usa para alimentar sus gallinas. Este pienso me produce desconfianza por el trigo que lleva, que puede producir cólicos a los caballos, pero a Miguel, siempre tan guasón y positivista, solo se le ocurre comentar que "mañana en vez de cagajones, pondrán huevos" Dos chicas y un chico, jóvenes los tres, están bañándose en la piscina natural. Faysal levanta la cabeza y me saluda desde lejos con ese ruido sordo tan característico emitido por sus belfos.
Miguel decide trágicamente, y yo acepto estúpidamente, cambiar de sitio los caballos a una zona de arboleda más intensa pero que tiene mas hierba. Tengo miedo de que se enreden con las cuerdas, pero me dejo convencer por él. A este grado de desidia me ha llevado el cansancio, que trato de no discutir con ninguno.
De vuelta paramos en la piscina y metemos los pies en ella. Un grito incontenible sale de la garganta de Miguel que dice no entender como pueden meterse en esa agua tan fría las gentes del lugar, la verdad es que la temperatura del río es bajísima, sus aguas bajan de las cumbres del Padornelo, a 1300 metros de altitud, puerto que tendremos que subir mañana, y lo hacen claras y muy frías.
La tarde declina y la temperatura comienza a bajar, nos sentamos al solecito en un bordillo de la carretera que atraviesa el pueblo y comentamos su tristeza y abandono desde que abrieron la autovía. De los tres hoteles solo funciona, a medias, uno, los bares cerrados y la población emigrada. Es verano y algunos de sus nativos han venido a pasar las vacaciones aquí, pero son solo un puñado de viejos nostálgicos y algunos niños que, por ser aun pequeños, no pueden negarse a venir con sus padres o abuelos.
Rafael se levanta cuando estamos comentando si iremos a la verbena que van a celebrar en la plaza del pueblo, no está demasiado animado pero puedo ver claramente que el descanso de estos tres días le ha venido bien.
Por la calle arriba vienen caminando dos peregrinos. Son la chica suiza y el alemán grandote y feo, pero enamorado. Los saludamos alegremente y nos cuentan de la expedición del otro chico hasta el aeropuerto mas cercano, de su vuelta en autobús, de cómo nos habían visto desde el castillo de puebla de Sanabria donde ellos se encontraban cuando pasamos allá abajo y de como fotografiaron (nos enseñaron las fotos hechas con una cámara enorme y un zoom tremendo) nuestro paso por el puente.
Finalmente nos dicen con toda claridad que se han visto liberados del otro chico y no iban a perder su tiempo en el albergue, que buscarían una habitación en el hotel para resarcirse de tantos días perdidos.
No puedo transmitir aquí el conjunto de muecas, mordidas de su labio inferior, comentarios ,sonrisas burlonas, y gestos diversos, que mi amigo Miguel hizo con esta declaración, pero cualquiera que le conozca podrá imaginarlo.
La música pachanguera comienza a llegar a nuestros oídos cuando aún quedan horas de luz. Allá abajo, en la plaza, una banda de cinco chicos, con camisa roja y pantalón negro, tocan los instrumentos típicos de la charanga, tambores y trompetas, mientras un grupo de mujeres bailan y palmotean delante de ellos.
Rafael se decide y nos encaminamos hacia la plaza mas curiosos que animados. En una pequeña taberna que hace las veces de tienda de ultramarinos, dispensario de tabaco, central de teléfono y no se cuantas cosas más, (todo ello en un espacio no mayor a 20 metros cuadrados) pedimos unas cervezas mientras observamos el baile de las ancianas que bailan boleros agarradas entre sí. Un vejete de metro cincuenta de estatura se contornea entre ellas (aquí recuerdo el dicho de mi amigo Pepe Cárdenas "hombre chiquitín, embustero y bailarín") sonrío con estos recuerdos y observo la cara de mi hermano que se anima cada vez más, tanto por la vista de las mujeres bailando entre si, que le trae recuerdos de su infancia, como de la influencia de los vasos de vino que bebe con el ansia de los días de postración.
El alcalde se encuentra en la fiesta y aprovecho para solicitarle permiso para cambiar los caballos a un espacio abierto, muy cercano al albergue, que nos vendría mucho mejor a la hora de salir mañana. La alegría es generalizada y nadie pone reparos por lo que, sin perder un instante nos marchamos una vez mas calle abajo Miguel y yo en busca de ellos.
De lejos veo que Faysal se ha soltado, no tiene la cabezada puesta y anda alrededor de Rumboso. Cuando llego al lugar donde le dejé atado un escalofrío me recorre todo el cuerpo. La cuerda está liada sobre el tronco de uno de los árboles y la tierra a su alrededor ha sido pisoteada y desplazada en lo que ha debido ser un esfuerzo desesperado. Puedo comprender que ha estado a punto de ahorcarse y maldigo el día en que nací, el momento en que mostré debilidad y todo lo habido y por haber. Para colmo, la cuerda, además, ha estado enredada en sus patas, presentando las cuartillas un aspecto lamentable de pulpa sanguinolenta. De haber tenido cabellos me los habría arrancado como he leído en algunas novelas históricas, pero al carecer de ellos me limito a dar puñetazos al aire y patadas al árbol. Finalmente me tranquilizo un poco y doy gracias a Dios por que la cabezada cedió y no llegó a ahorcarse.
Miguel, entre harto de mis gritos de desesperación, y un poco por el sentimiento de culpa que le atenaza, se pone nervioso también y no comenzamos una discusión porque, en un momento de lucidez, me doy cuenta de que hay que ser positivos y de nada sirve lamentarse ni acusar a los demás de lo que sólo yo era el culpable.
Afortunadamente este caballo es el mas duro que he conocido en mi vida y ha dejado de estar asustado y tampoco cojea. Con los cuatro de reata y en silencio, subimos de nuevo la maldita cuesta hacia el pueblo. Un hombre apodado Roque aunque se llama Antonio (estas cosas tienen los apodos pueblerinos) se acerca a mí comentando que es el hombre al que le pregunté esta mañana por el albergue y que ha hablado con un policía o concejal municipal, que tiene un huerto de almendros y lo cede para dejar dentro de él los caballos. Los llevamos allí arreglando algunos desperfectos en los alambres para que no puedan salirse. Por último este hombre simpático y con ganas de hablar, me proporciona un tarro de cristal lleno de grasa con la que embadurno las cuartillas de Faysal al instante.
El suceso me ha dejado mal cuerpo y no tengo ganas de fiesta por lo que marcho al albergue después de despedirme de los demás. Estoy escribiendo este diario cuando recibo una llamada de mi padre (lo hace todos los días a las siete de la mañana y a las nueve de la tarde). "Que Rafael no le coge el teléfono, que quiere hablar con él, que haga el favor de llamarlo... " Que sigo hablando con mi padre mientras camino calle abajo en busca de la plaza cuando algo llama mi atención. Un sonido peculiar hace que vuelva la cabeza. No puedo dar crédito a lo que veo. Los cuatro caballos, en fila india, van decididos y rápidos, desandando el camino que hicimos en el día de hoy. A la cabeza va el Caretito, detrás de él, Sandalio, a un lado Faysal y cerrando el grupo, Rumboso. Trato de cerrarles el paso y me dan un regate que ni Maradona, aumentando la velocidad de su marcha, poniéndose al trote. Corro lo más veloz que puedo a su lado y doy fuertes gritos que alertan a los músicos y los bailarines. Se detiene la música, revuelo entre las gentes, Miguel que sale disparado de la tabernita, Rafael achispado que no sabe a donde va, una valerosa mujer mayor se pone delante de los caballos y los para momentáneamente, el tiempo justo para que pueda coger al Caretito, líder provisional del grupo, con una cuerda que siempre llevo en el bolsillo de mi chaleco. Todo ha quedado en un susto. La gente ríe, los músicos vuelven a la verbena y nosotros atamos los caballos en el espacio que habíamos pensado, dejando el huerto de almendros a un lado.
Todos coincidimos en que, de no ser por la pura casualidad de que mi padre me hubiese llamado, de pasar en ese momento por allí, y que los caballos hubiesen encontrado justo en ese momento, y no dos horas mas tarde, la forma de escapar del huerto, nos habríamos quedado tirados la última semana de la aventura. Los caballos, libres y querenciosos, habrían podido caminar mas de cien kilómetros en la noche sin contar con los accidentes que podrían haber ocasionado en las carreteras.
La fortuna al fin y al cabo cabalga a nuestro lado por lo que dejo de estar triste y me uno al grupo en las cervezas y la observación de los bailes.
"La loca Ángela" regenta esta tabernita. Es una mujer alegre y extrovertida, de unos 65 años de edad, llena de curiosidad y anécdotas. Su marido trasiega junto a ella esbozando una sonrisa resignada, manteniendo su boca cerrada en todo momento. Rafael esta contándole su vida y nuestra aventura mientras pide ronda tras ronda de las que participa nuestro amigo "Roque". Ángela, al saber por Rafael que estoy escribiendo un diario de ruta, aprovecha mi llegada para solicitarme una frase escrita y dirigida directamente a ella, en su libro de registro de peregrinos. Le escribo algo sobre su simpatía y cordialidad y que "desde Santiago y desde el cielo le agradeceremos el rato de charla tan agradable". Me lo agradece sonriendo desde el alma y pregunta si saldrá en mi diario, ante la respuesta afirmativa me pide que le envíe una copia de este diario cuando esté terminado. Le prometo que algún día volveré solo o acompañado de mi mujer y se la entregaré personalmente.
Se ve que el mundo de Ángela, su mundo mas intimo, gira alrededor del contacto con los peregrinos. Este contacto le permite vivir, por boca de ellos, cientos de experiencias y anécdotas. La historia de sus vidas enriquece la suya propia, fundiéndose con ella hasta el punto de confundir lo vivido realmente y lo vivido por ella a través de los demás. El marido hace tiempo que dejó de ser protagonista.
Han llegado dos ciclistas al albergue justo antes de acostarnos. Uno de ellos, Diego Alvarez, es gallego pero vino desde Tenerife en barco hasta Cádiz y allí comenzó su andadura hasta hoy, el otro catalán, Jordi (como no?) a los pocos minutos llega un tercero. Es un personaje rarísimo, no sabría uno decir si es una mujer "diferente" o un hombre al que le están saliendo pechos. Hablaba de cremas naturistas a base de avellanas y frutos exóticos. Al ver nuestras picaduras supurantes nos regala una crema milagrosa que me unto con alguna desconfianza y que empeora las ronchas al día siguiente pero esto ya pertenece a mañana...
Hemos salido de madrugada, como siempre y, en plena noche, abordado el comienzo de la nueva etapa. Nos acompañan los ciclistas llegados la noche anterior. Sus luces rojas parpadeantes de la parte trasera de las bicicletas inquietan a nuestros caballos. Todo es oscuro e incierto, los cruces difíciles de interpretar cuando comenzamos la ascensión del puerto del Padornelo. La brusca pendiente impide a los ciclistas seguir nuestro ritmo y comienzan a rezagarse. A los pocos minutos no vemos sus luces, ni oímos sus conversaciones. Comenzamos a pensar que ha sido un grave error salir en estas condiciones de oscuridad. Los destellos de la linterna en mis gafas me deslumbran y no puedo ver por donde debo guiar a mi caballo. Miguel se pone entonces en cabeza y marchamos en fila india, muy cerca unos de otros. El bosque no permite penetrar las mas minima claridad y cabalgamos en silencio, llenos de desconfianza y temor.
Vuelta tras vuelta del camino, siempre a oscuras, con el ruido amenazante del cauce impetuoso a mas de 70 metros de profundidad, por una senda de no mas de tres metros de ancho, llena de agujeros traicioneros, seguimos subiendo sin darnos la menor pausa.
Desecho de mi mente el pensamiento de que algún tropiezo o susto de cualquiera de los caballos tendría consecuencias catastróficas. Pienso en los otros y creo que llevan las mismas preocupaciones.
"Cuidado con la rama", "agujero a la derecha", "hay una piedra en el centro de la senda". Solo se escucha la voz de Miguel que, con la minúscula linterna, nos avisa de los peligros que va sorteando por delante. La frase es repetida por cada uno de nosotros avisando al que viene detrás.
Subida larga y peligrosa en la que aparecen los primeros claros en el bosque por los que entra tímida la luz del amanecer, permitiendo que nos relajemos algunos instantes.
Poco a poco va desapareciendo la arboleda, dando lugar a una vegetación baja y muy espesa (propio de las cumbres de las montañas). Nuestra confianza crece en la medida que podemos ver los detalles que nos rodean.
Cerca de la cumbre nos paramos y comentamos entre sonrisas lo mal que lo hemos pasado y los pensamientos funestos que nos han acompañado durante todo el trecho de ascensión. De repente los cuatro caballos salen disparados hacia arriba, de manera simultánea y sorpresiva, en un galope desbocado, presas del pánico. Podemos pararlos unos centenares de metros mas arriba preguntándonos que es lo que ha pasado mientras Faysal resopla violentamente por sus belfos y los demás se mueven inquietos con las orejas alertas. Finalmente solo podemos suponer que algún animal salvaje (probablemente un jabalí) se ha movido en la espesura motivando la espantada de los caballos. Es increíble lo desarrollados que tienen estos animales los sentidos que guardan relación con su instinto de conservación, es decir, la vista, el oído y el olfato.
Supongo que en este caso han sido el oído junto al olfato los que han puesto en marcha el mecanismo de supervivencia que consiste simplemente en huir pronto y a la máxima velocidad. Me estremezco imaginando lo que habría pasado de haber ocurrido este fenómeno cuando estábamos sumergidos en la espesura del bosque y en la senda estrecha al pie del precipicio. Nuevamente el Santo había extendido su protección sobre nosotros.
Los pilares de hormigón de un largo y altísimo viaducto que salva la vaguada en la que nos encontramos, nos devuelve a la realidad del siglo XXI, y ante ellos hacemos una parada rápida para que se recuperen los caballos del esfuerzo realizado. Rafael habla por teléfono a voces, como siempre, pero ahora su estampa es para enmarcarla. Además de ir arropado con todo cuanto lleva en su caballo, se ha colocado el "pañuelo rondeño" en la cabeza, tapándoles las orejas y anudado por debajo de la barbilla. Me río pensando en que se parece a Doña Rogelia pero me abstengo de decírselo. Un poco más arriba la boca negra de un túnel que atraviesa la parte alta del puerto nos confirma que la sensación de abandono en tierras salvajes que teníamos hace unos instantes solo era un espejismo de la realidad. Seguimos pues nuestra senda bajo el viaducto y sobre el túnel, coronando el puerto en su cota más alta, donde nos paramos unos segundos para mirar todo lo que hemos ascendido. Allá abajo, por la autovía, tres pequeños bultos se mueven lentamente. Nuestros compañeros ciclistas han debido abandonar la senda en algún momento y optado por escalar el puerto por la carretera. Sonreímos al verles llamándoles con el lenguaje universal de la montaña, algo así como: eeeeeeeeeeoooo!, o uuuuuuuuuuuuuuo! A lo que responden con un eeeeeeeeaaaaaa!.
Bajamos el puerto por una cuesta larguísima y empinadísima también, llegando a Lubián donde decidimos tomar el bocadillo de cada mañana. Desespera saber que hemos descendido todo lo que habíamos ascendido con tanto sacrificio unas horas antes y que tendremos que volver a ascender nuevamente para salvar el puerto de La Canda.
Ayer, las personas de Requejo con las que comentamos la etapa de hoy, opinaban convencidos que era imposible sortear en un solo día los dos puertos, se ve que no conocían nuestros caballos ni nuestra firme decisión de avanzar imparablemente hasta Compostela, no obstante miro la actitud de Faysal y le veo tranquilo y sobrado de fuerzas por lo que me ratifico en la decisión de, no sólo ascender el próximo puerto, sino llegar a La Gudiña, 15 kilómetros mas allá de la próxima ascensión.
Acabamos de entrar en los límites de Galicia y una ligera llovizna comienza a caer mansamente sobre nosotros. Es la ocasión largamente esperada por Rafael y Miguel para estrenar sus pesados capotes de PVC, capaces de tapar hasta la grupa de sus caballos y totalmente impermeables.
Santiago y yo llevamos unas gabardinas enceradas, tipo australianas que, junto a nuestros sombreros, nos guardan de la lluvia pero no tapan totalmente la montura ni las alforjas por lo que los capoteros ríen anticipadamente pensando en nuestra desventura si continúa la lluvia o se hace mas intensa, pero como el Santo sigue protegiéndome ante la maldad y la lluvia es solo la bienvenida que Galicia nos hace por tanto sacrificio, desaparece de la misma manera silenciosa y tranquila con la que hizo su aparición dejando con dos palmos de narices y la sonrisa congelada en sus labios, a mi hermano Rafael y a mi primo Miguel.
Afrontamos la subida a La Canda con frescura y decisión. Los caballos llevan un ritmo vivo sin que observemos signos de cansancio. Estos animales han ido endureciéndose con el paso de los días, sin perder demasiado peso, están sólidos y bien musculados.
El paso de este puerto se hace a través de un largo y oscuro túnel por la antigua carretera dando pie a que se despierte la imaginación un poco infantil de Rafael. Es increíble como ha resucitado. Después de tres días casi inconsciente, hoy, en una etapa durísima, le veo despierto y activo, su cansancio ha desaparecido milagrosamente. Por el contrario, Miguel, ha entrado en esa fase de fatiga que le pone cabizbajo, silencioso y algo huraño.
Bajamos por la margen izquierda de la carretera, junto al cauce del "arroyo de los Santos" que discurre por una profunda vaguada, atravesando aldeas propias de Galicia.
Vilavella, O Pereiro, O Cañizo. La senda es estrecha, cruzando multitud de pequeños cauces de arroyos, por terrenos pantanosos donde, si te sales de la trazada, te hundes peligrosamente.
Nuevamente el peligro nos acecha, esta vez en forma de puentes hechos con losas de granito, de 50 centímetros de anchura y unos 5 metros de longitud por donde debemos pasar con los caballos. O eso, o hundirnos hasta la panza en un limo blando y negro.
Decidimos pasar por las losas, bajándonos de las monturas y llevando los caballos de reata. No miro para atrás. Conduzco a Faysal de las riendas sin mirarle y rezando porque no resbale en una de esas losas cayendo al agujero donde podría morir sin remedio.
Uno tras otro, milagrosamente, vamos pasando cada puente de granito resbaladizo sin ningún contratiempo pero tanto va el cántaro a la fuente que... El último de estos pasos acaba en un conglomerado informe de piedras con horribles agujeros entre ellas. Fatalmente, Faysal mete su pata herida, la derecha, en uno de esos agujeros y sale de él con la pata levantada, sin apoyarla en el suelo. Tiro mi sombrero, me cago en la p..., veo todo perdido porque un caballo con la pata levantada es el fin.
Le miro el casco y tiene un fuerte golpe en la corona. Por fin, tras unos minutos, Faysal vuelve a apoyar su pata y continúa caminando con una leve cojera. Parece que no va a ser el final pero el suceso me deja muy preocupado por el futuro del viaje. Hemos llegado tan lejos que sería una verdadera tragedia abandonar por accidente. Al cabo de unos minutos reflexiono sobre este caballo y me embarga un sentimiento de protección y ternura hacia él. No soy tan idiota como para pensar que él puede tener sentimientos parecidos a los de los humanos pero es incuestionable la confianza que tiene en mí, es capaz de entrar donde le pida sin dudar lo mas mínimo y, a pesar de los errores cometidos por mí durante el viaje, no ha perdido ni un gramo de esa confianza. Valoro aún mas esa confianza conociendo su carácter que, a diferencia de los otros caballos, es asustadizo y desconfiado. Miguel suele decir que las vidas de ambos, de Faysal y la mía, se cruzaron en el momento justo. De no haber sido así, comenta, habría sido hecho salchichas hace tiempo. Su carácter le hace ser impredecible cuando le montas. Puede asustarse inesperadamente y tirar a su jinete si no anda despierto, herrarle es un tormento, agarrarle cuando está suelto es casi imposible para los demás, pero a mí es el caballo que más me gusta montar. Hemos llegado los dos a un grado tan grande de compenetración que puedo sentir en mis piernas cuando va a tener una de esas reacciones violentas de pánico y soportarlas y corregirlas.
El caballo de Santiago, Rumboso, vuelve a perder una herradura y Miguel se la coloca de nuevo, avisando que no sabe ya donde meter los clavos. Los cascos, de tanto herrarlos, están agujereados por completo pero no es momento de lamentaciones ni dudas. Hay que seguir adelante hasta donde se pueda y terminar este viaje si es la voluntad de Dios.
La etapa es larga y dura y los caballos aflojan el paso a pesar de que les clavamos las espuelas desconsideradamente. Llevan la cabeza baja y las orejas caídas. Ha sido mas duro de lo que pensaba para ellos y necesitan urgentemente un descanso y una buena comida.
Por fin una larga pendiente hacia abajo nos permite ver la silueta de los edificios de La Gudiña. Por su extensión deduzco que es un pueblo grande así que espero que, aunque es algo tarde (hemos cabalgado 44 kilómetros y pasados dos puertos de montaña), podamos dejar los caballos en buen sitio y encontrar descanso y comida en el albergue de peregrinos.
Diego, el ciclista que encontramos ayer en Requejo, nos espera y nos conduce desde la entrada del pueblo hasta el albergue donde, para nuestra desgracia, ha llegado un grupo de 20 niños, acompañados de sus monitores, algunos ciclistas y otros peregrinos a pie han ocupado todas las plazas del albergue. Nos comunican que no podemos alojarnos allí y mi enfado es tan grande que me niego a seguir cabalgando ni un instante mas, quitamos los arreos y los metemos dentro. Si es necesario dormiremos en el suelo pero de allí no nos mueven "ni con agua caliente".
Diego llama a protección civil explicándoles el problema y Jorge, uno de sus miembros, nos tranquiliza con soluciones para nosotros y para los caballos.
Coloca cuatro colchonetas de gimnasio en el suelo del albergue para que pernoctemos y nos lleva en su coche hasta el almacén que tiene en las afuera, donde podemos dejar los caballos. Le doy las gracias de todo corazón y nuevamente Miguel y yo, llevamos los caballos de la mano, atravesando todo el pueblo, hasta la parcela asignada, mientras Rafael y Santiago buscan algún restaurante para comer.
Bien alojados solo faltaba el pienso y el heno, si se puede, para los caballos. Jorge nos conduce hasta la casa de un conocido pero no se encuentra en ella., en su lugar está su madre, Celsa, una señora mayor pero con bastante empaque aun, que me invita a coger lo que necesite. Media alpaca de un heno endeblito y medio saco de centeno, un cereal que no había visto en mi vida, parecido a un trigo escuchumizado, que tenía en un cajón de madera de un metro cúbico aproximadamente.
Supongo que es todo lo que había recolectado así que tiene un gran valor para ella. Le pregunto entonces a Jorge cuanto debo pagarle por el enorme favor. Tras hablar con Celsa me dice que no quiere cobrarnos, que es un regalo que nos hace. Miro el almacén y sus pertenencias y decido que no puedo aceptarlo. Me dirijo a ella y le suplico me deje pagar el pienso y el forraje. Ella sonríe y me dice que no, yo insisto en que si, Miguel se pone nervioso y me pide que lo deje y nos marchemos pero yo no estoy dispuesto así que, haciendo un pequeño cálculo mental, saco dos billetes de cinco euros y se los doy a Jorge para que se los de a su amigo o a Celsa, entonces ella viene hacia nosotros, coge los dos billetes y me da uno a mí diciendo "partimos la diferencia y estamos en paz".
Agarro el billete y le estrecho la mano diciéndole "es Vd. una gran señora".
Rafael se desespera ante nuestra tardanza, no se bien si porque el del restaurante le esta presionando por la hora, o porque no aguanta el hambre que le devora. El caso es que no deja de llamarnos por teléfono insistentemente para que vayamos con él.
Copiosa ha sido la comida y alterada la siesta por el ruido de tanto niño suelto.
Rumboso y Faysal han llegado con unas pequeñas heridas a ambos lados de la cruz.
Creo que son la consecuencia de no llevar baticolas en nuestras monturas lo que hace que ésta se mueva hacia delante en las cuestas abajo, rozándoles esa parte hasta levantarles el pelo. Si el resto del camino es parecido, tendremos problemas para colocar la montura. Se me ocurre ponerle Positón, la crema que usé para mi culo, y ver el efecto que tiene en las rozaduras de Faysal, Santiago prefiere poner vaselina. Ya veremos que remedio es el mejor para el caso. El Caretito presenta una ligera inflamación en su dorso a mitad de donde se le coloca la montura. Habrá que encontrar la causa antes de que vaya a más. Sandalio está perdiendo peso preocupantemente. La etapa ha sido dura, tendré que rebajar el kilometraje en los próximos días y seguir vigilando el estado de nuestros caballos.
Rafael no es el mismo de días pasados, lleva muy mal la soledad, necesita gente a su alrededor con la que pueda farolear y en este albergue está en su salsa. Le veo hablar con un muchacho alto al que le acompaña un niño gordito. Miguel está a su lado, atento a las explicaciones interminables del gordito sobre no se que asunto.
Resultan ser un padre y un hijo, los dos de Sevilla, han venido hasta aquí en coche y pretenden hacer el resto del camino con sus bicicletas. El gordito, muy espabilado él, le está dando a Miguel las razones del viaje, las etapas que harán, los kilómetros que recorrerán cada día, los problemas que piensan encontrar, detalles sobre su bicicleta, historias de su pasado etc. me encuentro apartado de ellos, escribiendo este diario y observo de vez en cuando la cara de mi primo, que no puede articular palabra alguna, ante la charla inagotable del chaval. Me mira Miguel y hace una de esas muecas como cuando muerdes un limón. Suelto una carcajada y sigo escribiendo sin prestarle mas atención. Rafael, mientras tanto, ha decidido hacer una cena a base de fideos con un caldo de pollo y no se que mas cosas e invitar a todo el que tiene la paciencia de escucharle, por lo que hace un rato que se desenvuelve entre pucheros e ingredientes.
Miguel se me acerca y, con cara de asco, me dice: "este niño es un superdotado de mierda", y, "si yo fuera su padre, aprovechaba para dejarlo perdido en medio del monte". Me aparto de él para irme a dormir a mi colchoneta mientras me arrasco obsesivamente las ronchas purulentas de las piernas y brazos, que no han encontrado alivio alguno en las cremas exóticas y artesanas del ciclista de ayer, mas bien han empeorado su aspecto. Me está bien empleado por hacer caso de un tipo tan raro que aún no sé si era hombre, mujer, o hibrido, y que ha desaparecido misteriosamente.
Estoy quedándome dormido cuando me asalta la duda sobre quién estará fregando los platos y cacharros ensuciados en la cena. No puedo saber quien lo habrá hecho, pero estoy seguro de quien no.
La hora de levantarse incrementa el transito y andamos todos de mal humor por los tropiezos y molestias de los que necesitan evacuar antes de comenzar la jornada.
Los niños y sus monitores, los ciclistas, una mujer nervuda holandesa y no se cuanta gente más que se albergaba aquí, se ha levantado al mismo tiempo, convirtiendo el espacio en una pequeña Torre de Babel, donde se confunden las lenguas y los vestidos mas diversos.
Caminamos en solitario y con las alforjas al hombro, cruzando la población hasta la parcela de protección civil donde pernoctaron los caballos. Lo hacemos en silencio, como va siendo habitual cada mañana, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos y fatigas. Es noche cerrada y hace un frío del demonio. Cabalgo con toda la ropa de abrigo puesta, por un sendero amplio que se aleja de la población en una ascensión constante.
Los perros ladran furiosamente a lo lejos, delatando la presencia de peregrinos que caminan delante de nosotros. Estamos a 1200 metros de altitud y sopla el viento con fuerza.
Miguel canturrea una canción monótona, en tono grave, sin mover los labios que Rafael interpreta rápidamente como una canción india (vete a saber por qué). Miguel le saca de su sueño diciéndole que simplemente es que tiene tanto frío que no puede abrir la boca.
Desde la cresta de una de esas montañas peladas vislumbramos, debajo de nosotros, un cúmulo de nubes que cubren parcialmente el embalse de las Portas. Brilla la superficie del agua, allí donde no queda cubierta por la espesa masa de nubes blancas, formando en el amanecer, un espectáculo visual fantástico y hermoso.
Adelantamos al grupo de niños que salieron antes que nosotros y que forman una masa bamboleante y compacta de mochilas, pañuelos y toda la parafernalia de los caminantes.
Los chicos quieren fotografiarse con nosotros (la atracción de lo exótico que tanto me fastidia y que tanto divierte a mi hermano) y accedemos de buen grado hasta que continuamos la marcha por este tobogán inacabable en el que las subidas son cortas y empinadísimas y las bajadas de naturaleza parecida, con un suelo firme de tierra compactada.
"El gordito no sube por aquí" le digo a Miguel que, estremeciéndose ante el recuerdo del inteligente chaval, muestra su acuerdo absoluto. "Ese amarga al padre antes de subir la primera cuesta" sentencia antes de caer de nuevo en el mutismo helado.
No siento los dedos de los pies del frío que tengo. Miro hacia abajo porque no se si llevo calzados los estribos o se me han salido los pies de ellos. Decido bajar de Faysal y caminar un rato para entrar en calor. Miguel me acompaña en el gesto pero Rafael no se baja "aunque le arrrrrrrranquen la cabeza" y Santiago "no sabe, no contesta".
Una lata de conservas y un trozo de pan a los pies de un enorme y rústico cruceiro de madera situado, cual severo vigilante, en la parte más alta de la montaña nos permite deleitarnos de un paisaje brutal y sobrecogedor.
Diego, el ciclista gallego que nos acompaña desde Requejo nos da alcance y pedalea junto a mí. La proximidad de su pueblo natal le ha transformado hasta el punto que ha dejado de ser silencioso y reservado, como buen gallego, y no para de hablarme de las cosas más diversas.
Comienza a decirme, sin que yo le pregunte previamente, que nació en Laza, población a la que nos dirigimos como final de etapa de hoy, son dos hermanos y su madre quedó viuda hace tiempo. Explotaban un supermercado en el pueblo hasta que su madre decidió arrendarlo y marcharse a Canarias. Allí ha rehecho su vida, lejos de las miradas suspicaces de sus paisanos, y vive de la pensión de viudedad unido al dinero que le reporta el alquiler del supermercado. El no sabía que hacer allí y se marchó también a Canarias donde encontró trabajo de cocinero en uno de los hoteles turísticos del sur de Tenerife y donde se echó una novia canaria a la que piensa llamar en cuanto acabe el camino para que pase unos días con él en su pueblo, Laza.
En las cuestas arriba se queda rezagado por no poder seguir nuestro ritmo pero como no quiere dejar de hablar, me pide permiso para agarrarse a la acción de mi estribo o a la cola del caballo y ser remolcado hasta arriba. Le doy mi permiso si no protesta Faysal y así vamos consumiendo kilómetros alternando las subidas y bajadas. Un gran cañón separa la montaña por la que caminamos de otra frente a nosotros. Por ella serpentea, como una larguísima culebra, una carreterita zigzagueante, produciendo una fina cicatriz en la capa verdosa que la viste.
"Ves aquella curva de allá arriba?" me pregunta Diego. "Pues una noche volvían por ella tres hermanos, un varón y las dos chicas mas guapas del valle". Su voz se ha hecho mas ronca y mas pausada "volvían de una fiesta y tuvieron un accidente" trato de imaginar la cantidad de vueltas que tuvo que dar el coche al salirse de la carretera en aquellos barrancos tan profundos. "el chico, que conducía, salió despedido del coche pero las hermanas murieron dentro de él". No se qué decir por lo que sigo callado.
"Allí mas abajo, ves aquella otra curva?" la carretera es una madeja infinita de curvas por lo que no puedo saber cual es la que me indica pero le digo que si para evitar explicaciones innecesaria para la historia. "un matrimonio venía a visitar a los padres de ella y se salieron de la carretera" joder! Este hombre solo tiene historias tristes? "Era madrugada y el niño llegó ensangrentado a casa del abuelo diciendo que su madre se había quedado en el monte". La mañana es clara y la visibilidad total. La distancia hasta los sitios que me indica es grande pero puedo ver e imaginar las familias humildes marcadas por la tragedia ocurrida en cada sitio maldito de esta montaña cruel.
Pequeñas aldeas, de no más de dos docenas de habitantes, cuya historia se difumina como el humo de sus chimeneas. Sitios habitados por ancianos nostálgicos, abandonados por la necesidad de sus hijos de buscar "una vida mejor". Historias tristes de un lugar triste y abandonado.
"Allí, en aquellas casitas, solo quedan ya dos familias" sigue desgranando sus conocimientos pormenorizados sobre la comarca. "y están peleados?" le pregunto yo sin poder evitar el sarcasmo "no, hombre, como van a estar peleados?, es que han emigrado todos los demás" vale.
El paisaje es de una vegetación baja, muy verde, salpicada de troncos negros y retorcidos, vestigios mudos de los incendios que asolan constantemente esta región, provocados, la mayor de las veces por los pocos ciudadanos de las aldeas o por los responsables de los retenes contra incendios para obtener las ayudas estatales propias en estos casos.
Una bajada dura y constante, atravesando una extensa zona de pinos nos lleva directamente a nuestra meta, Laza, después de haber recorrido 36 kilómetros, en un magnífico tiempo, por lo que entramos en la población a las 12,30 h con todo el día por delante para preparar alojamiento y vituallas.
Son curiosas las casualidades que se presentan a veces en la vida. Estando en protección civil para sellar nuestras cartillas, un chico joven, con melena larga recogida en una coleta, se acerca a nosotros lleno de curiosidad. Al saber que somos de Montellano nos dice ser de Los Palacios, población cercana, y que conocía a un chico de Montellano que estudió con él cuando era joven. Este chico resulta ser mi sobrino Manolo, el hijo de Rafael. Las vueltas que da la vida para encontrar a alguien en un pueblecito perdido en las montañas gallegas, que estuvo con mi sobrino estudiando hace mas de 16 años y que encontró trabajo y esposa aquí!
Diego nos invita a alojarnos en su casa y dejar los caballos en el patio trasero. Nos sorprende la enorme casa y el patio cubierto de avena loca y otras hierbas diversas por lo que aceptamos con gusto, poniéndonos inmediatamente a la tarea de organizar la comida. Rafael nos envía al supermercado contiguo por todo lo necesario y a comprar el pan. En el supermercado coincidimos con el gordito y su padre. Nuestra sorpresa es absoluta pero pronto salimos de dudas al observar el brazo del chaval enyesado hasta el hombro, que es exhibido por él con orgullo, como herida de guerra en primera línea de combate. Le pregunto cortésmente y me hace un relato pormenorizado de la cuesta abajo en la que tuvo el accidente. "Mi padre pedaleaba delante y me gritó advirtiéndome del peligro en la curva pero nada pude hacer y a más de "70 por hora" me estrellé, con las consecuencias que estais viendo". No entro en mas detalles y me despido de ellos con mis deseos de que se restablezca y acabe bien, pero Miguel, que "es mas papista que el Papa" quiere poner unas ultimas palabras generosas y de ánimos para el chiquillo lo que produce una reacción inmediata de éste explicándole cómo es imposible que se restablezca puesto que los tendones de no se donde y el hueso de no se qué están alterados por una caída que, "a 70 kilómetros por hora" (lo de la velocidad fue repetido mas de cinco veces), gracias hay que dar por no tener que lamentar daños mayores. Me retiro prudentemente hasta unos estantes mas lejanos, viendo a mi primo retorcerse de asco ante la verborrea inacabable del superdotado que, en esos momentos le explicaba el cambio que había puesto en la bicicleta y las razones de que los frenos no respondieran cuando los necesitó. El padre del chaval, supongo que harto de oir la historia durante todo el día, ha emprendido la huida al mismo tiempo que yo. Miguel se encuentra encerrado entre el gordito y el estante de los yogures y sólo es capaz de responder con monosílabos mientras mira desesperadamente hacia los lados tratando de huir pero el gordito, con hábiles movimiento de su cuerpo, le corta constantemente la retirada. Le dejo cobardemente sólo y me voy a comprar el pan antes de volver a caer en manos del muñeco diabólico. Camino riendo alegremente, pensando en el tormento que está soportando mi primo y buen amigo, como penitencia de los muchos pecados acumulados en todos los años de su existencia, hasta una tahona increíble. El horno debe ser de cuando pasó el apóstol por aquí, el olor de la leña quemada y del pan recién hecho me transportan de inmediato a mi niñez. Una chica pasadita de quilos (se comprende en un sitio tan tentador) me saca de mis ensoñaciones porque está a punto de cerrar. Le compro dos panes negros de centeno y me marcho calle abajo con los panes pegados a mi pecho dejándome embriagar por su calor y su aroma.
Jordi, el ciclista catalán, ha vuelto a aparecer en nuestras vidas y se quedará a comer y dormir aquí también. Al entrar en la casa oigo que Miguel está contando a los demás su traumática experiencia en el supermercado mientras Rafael se afana entre las perolas haciendo un arroz con gambas y mejillones congelados que nos saben a gloria bendita.
Tras la siesta de rigor salgo a la calle seguido de Rafael que quiere dar una vuelta. Ya no es el tipo hundido de hace unos días, el contacto con otros humanos le ha transformado por completo y ya no habla de abandonar ni se queda acostado todo el día.
Incluso se permite dudar de la resistencia de Miguel asegurándome que cualquier día nos abandona.
Decenas de lápidas ocupan el terreno que circunda la Iglesia. Al principio me sorprende pero más tarde reconozco que es el mejor lugar para el descanso de los familiares fallecidos. Todo está limpio y ordenado y el lugar, lejos de resultar tétrico es apacible, invitando a la reflexión aunque Rafael me dice que me deje de tonterías y nos "marchemos de allí que le da mal rollo" Compro en la farmacia una crema para las viejas picaduras que se han convertido ya en enormes ronchas por las que sale de continuo un liquido amarillento (no puedo dejar de arrascarme, incluso en sueños me despierto haciéndolo) y vuelvo hacia la casa de Diego.
Rafael nos manda de nuevo al supermercado a comprar lo necesario para la cena y para allá nos vamos Miguel y yo. Al entrar oigo a Miguel que, descompuesto, dice "ostias, el gordito!" y vuelve grupas a todo trapo desentendiéndose de mí y de la cena. Cuando vuelvo con la compra hecha, me dice Rafael que se ha marchado como perseguido por el diablo, contestándole yo "no es para menos".
Sandalio tiene una herradura partida por la mitad y no tenemos repuesto para él por ser de un tamaño exagerado. Miguel se ha ido con Santiago y Diego en busca de alguien que pueda proporcionarlas. Cuando vuelven nos enseña la cosa mas rústica que he visto jamás. Por lo visto es imposible encontrar herradores en la zona por lo que un muchacho, en una fragua y a partir de varios trozos de hierro ha forjado varias herraduras con la mejor intención del mundo pero con una fortuna dudosa. En fin, menos es nada así que, pesando como el plomo, las llevaremos con nosotros para que den el avío en caso de necesidad.
Una cena de merluza cocida con gambas (parece que llevamos a Arguiniano con nosotros en vez de Rafael) y marchamos a dormir tras forzar a Santiago a fregar los platos que hemos usado. Entre bromas le digo "Santiago, si fueses a la guerra sería una autentica mala suerte que te matasen", "por que me dices eso?" "porque eres el primero en llegar al comedor y el último en hacerlo a la pelea, así que sólo una bala perdida acabaría contigo". Se mosquea un poco pero se da cuenta que es el único que lleva días si fregar y lo hace sin protestas.
Las heridas de Rumboso están mas feas y las de Faysal se mantienen, el Caretito tiene el dorso inflamado y Sandalio está sin fuerzas, pienso en lo que pasará mañana mientras me voy quedando dormido.
Poco a poco vamos ganando altura. El paso es firme por lo que no veo gran dificultad en salvar este puerto que tan negro nos habían pintado.
Nos adelanta un autobús y un poco mas tarde una furgoneta de reparto. Atravesamos Soutelo Verde y dos kilómetros mas adelante llegan nuestras fatigas. Aquí es donde comienza realmente la ascensión a este puerto que tiene unas rampas fortísimas y ningún descanso desde que comienza hasta que se corona finalmente.
Duro y agotador, Faysal emplea toda la fuerza de sus riñones para avanzar y no caer hacia atrás. Me inclino ligeramente para facilitarle el equilibrio mientras le empujo constantemente con mis piernas.
A lo lejos, después de sortear una de las infinitas curvas de esta carretera, divisamos el pelotón de adolescentes que, como cada mañana, han sido los primeros en salir del albergue. La subida es tan dura que el grupo se ha partido en varios más pequeños, poniendo cada uno el ritmo que es capaz de soportar aunque los monitores se afanan en reagruparlos, animando a los más retrasados.
Van en silencio pero su esfuerzo es tan grande y el aire sopla con tanta fuerza a esta altura de la montaña que no se han percatado que les estamos dando alcance.
Faysal, siempre desconfiado, levanta la cabeza, las orejas tiesas y la mirada fija, presto a salir huyendo a la menor señal de peligro, suelta un resoplido por sus belfos que alerta, sorprendiendo, a los chavales que se vuelven en nuestra dirección. La relación entre nosotros ha mejorado bastante después de dos días superando las mismas etapas, y los saludos son cordiales y risueños.
Hace mas frío que otros días pero son tantas las ganas que tenemos de llegar arriba que, sin pensarlo dos veces, pongo a Faysal al trote. Cambiar de aire parece que le alivia un poco y le mantengo de esta manera mientras su respiración es serena y acompasada.
Finalmente caigo de nuevo al paso y prosigo esta ascensión eterna que parece llevarnos directamente hasta las puertas del cielo. Nadie habla ni canturrea. Los pensamientos están fijos en la meta que no llega nunca. Una densa niebla nos envuelve a la salida de una de las curvas mojando nuestros sombreros y la piel de los caballos con finísimas gotas brillantes. El frío es glaciar y esto no se acaba nunca.
Pienso en el gordito y me digo para mis adentros la suerte que ha tenido el padre al librarse de remolcarle en esta tremenda subida, preguntándome que harán a partir de hoy. Supongo que llegarán en coche y volverán a Sevilla contando a sus amigos cómo hicieron el camino de Santiago.
Finalmente, después de una decena de curvas más, se suaviza la carretera hasta hacerse plana por completo. Un cambio de cara de la montaña nos avisa de que hemos coronado por fin este puerto de montaña, que el que no lo haya subido nunca, no sabe lo que es padecer de verdad.
La Alberguería es una pequeña aldea en la cumbre, con casas donde el granito es el elemento fundamental. Lo mismo sirve para la construcción de pilares que como pieza de los muros, dintel, cumbrero, etc.
Nos habían advertido de la existencia de un pequeño bar donde el peregrino puede llamar a cualquier hora del día o de la noche y ser atendido por su dueño, pero por más que llamamos a una campanita en la puerta, nadie nos abrió. Seguimos adelante sin ese café reparador del frío y de la merma en el ánimo, que tanta falta nos hacía.
Una larga bajada, el paso por pequeñas aldeas en las que no deja de sorprenderme sus construcciones graníticas, de calles retorcidas y en pendiente, con escaleras pétreas de cuatro o cinco escalones y todo sumergido en una humedad pegajosa, desembocando en una extensión plana con un camino trazado en recta perfecta. A lo lejos vemos una silueta que se balancea suavemente al caminar bajo el peso de su mochila. Rafael, como siempre que nos tropezamos con algún peregrino a pie, exclama "a por el!", en un grito que pondría los bellos de punta a cualquiera. Realmente no hay agresividad en él, simplemente siente un placer infinito cuando les adelanta. Yo, en broma, levanto a modo de espada la vara de mimbre que llevo en la mano, diciendo "cortémosle la cabeza!".
Resulta ser una mujer solitaria, como de unos 50 años de edad, alemana sonriente y amante de los caballos que pregunta sin cesar por ellos mientras les acaricia con dulzura.
No hay tiempo para conversaciones y seguimos adelante por esa enorme recta hasta llegar a Xunqueira de Ambía, final de la etapa de hoy, después de haber recorrido 34 kilómetros de gran dureza por el puerto de Alberguería.
Al llegar al albergue esta saliendo un matrimonio estadounidense de mediana edad.
Mikel y Sandra, de Arizona (por sus nombres supongo que son cristianos), flacos y sonrientes retrasan unos minutos su partida para sacar fotos y acercarse a nuestros caballos (siempre la misma fascinación) a la par que se sorprenden de la distancia que llevamos recorrida y lo enteros que aún se les ve.
Este albergue es limpio, lleno de luz, amplio y bien acondicionado con cocina y enseres.
Son las 12,30 h y somos los primeros en llegar así que nos alojamos donde nos parece, dejando las monturas amontonadas en un hueco a la entrada. Miguel y yo acomodamos los caballos en una especie de patio lateral del albergue donde la hierba crece espesa y tierna y Santiago es enviado a hacer la compra al pueblo distante un kilómetro.
Poco a poco van llegando nuevos peregrinos. Desde que entramos en Galicia su número ha aumentado considerablemente. No es solo el grupo de niños. A él se le ha sumado un sin fin de ciclistas, grupitos de jóvenes que comienzan aquí su andadura y algunos seres solitarios y silenciosos que se alojan apartados de todos.
La encargada deja claro desde el principio que los ciclistas deberán esperar hasta última hora para ver si tienen plaza ya que, por ir en vehículo, son los últimos en el orden de alojamiento, por lo que, la mayoría de ellos, sigue adelante hasta otro albergue que les ofrezca mas seguridad para pernoctar.
Santiago llega con los recados pero no trae pan así que volvemos al pueblo Miguel y yo para comprarlo. Entramos en un supermercado, siendo recibidos con acritud por una mujer fea y seca, que parece molesta con toda la humanidad, y que al vendernos el pan nos dice que no puede darnos una bolsa porque entonces nos comemos las ganancias.
Me quedo estupefacto y trato de que comprenda la imposibilidad de llevarlo en la mano y entonces, haciendo un enorme esfuerzo de generosidad se agacha y coge una bolsa usada del suelo, mete el pan dentro y nos lo entrega. Me quedo tan asombrado que no soy capaz de enviarla al infierno. Miguel, tan locuaz siempre, tampoco encuentra palabras, así que salimos de allí corridos de vergüenza por nuestra cobardía y humillados en nuestra vanidad, por lo que decidimos ahogar nuestra frustración en una bar cercano y ante un par de vasos de vino del lugar.
La camarera, que es una chica joven y de buen ver, nos pregunta de donde somos.
"Andaluces", responde orgulloso Miguel, que siempre se muestra raudo para conversar con una mujer. "andaluces?. Yo, de Zaragoza para abajo no voy mas en mi vida!" responde la bella camarera. "Vaya por Dios!, no damos una hoy", "y por qué no te gusta Andalucía?". Miro a Miguel recriminándole con los ojos que se meta en tanta hondura pero ya el daño está hecho y la muchachita se derrama por la boca en un torrente imparable de reproches sobre su viaje de novios a Almería, donde les robaron los equipajes dejándola "en pelotas". "En pelotas?" pregunta sonriente mi amigo. "no, hombre, con el bikini, porque volvíamos de la playa" "que lástima" susurra Miguel.
"como?", "qué lástima que pasen cosas así, quería decir".
Ya no nos quedan ganas de tomar otro vaso de vino y, lamentando la hostilidad de las gentes de este pueblo, nos marchamos con nuestra bolsa usada donde llevamos el pan, al encuentro de Rafael y Santiago.
Llega la mujer alemana. Cansada, con una rodilla fastidiada y la mitad de una herradura en la mano. Es de Sandalio que la ha perdido en el camino y la guardamos para más tarde. El grupo de niños con sus monitores llegan sobre las 14 h y el trajín de perolas, platos, olores diversos, murmullo de conversaciones diversas, risas juveniles y luz, mucha luz por los ventanales, convierten el albergue en un sitio nuevo, donde Rafael se mueve como si fuera el anfitrión de un gran banquete.
Podemos enterarnos que los niños son de un colegio de religiosos Maristas y están haciendo peregrinación como fortalecimiento de su espíritu. Dos monitores son frailes y un tercero es el padre de uno de los chicos. Entre ellos y nosotros ha desaparecido la tirantez del primer día, se cruzan bromas y ánimos entre los grupos. Los chicos han elaborado un postre de yogurt natural con frutas y nos ofrecen un vaso a cada uno. Todo es hermoso y cordial aquí.
La tarde cae lentamente y aún hay trabajo por realizar. Miguel me lleva siempre como su fiel escudero en las tareas caballunas, por lo que aquí me veo con la mano derecha de Sandalio levantada, observando la media herradura que aún queda fija en el casco. Es curioso el asunto. Al llevar vidrias cónicas incrustadas en ella, la herradura , al calentarse por fricción con el suelo una y otra vez, va acerándose hasta convertirse en dura y frágil como el cristal, partiéndose en dos mitades simétricas de las que una había sido encontrada por Angélica mientras la otra aun quedaba fuertemente fijada al casco.
Miguel duda entre poner una herradura artesanal que consiguió en Laza o la mitad que se había caído durante la etapa de hoy, decidiéndose finalmente por esto último y realizando el trabajo de herraje mas sorprendente y singular de cuantos he visto en mi vida.
Sentados en la zona común, Angélica nos cuenta parte de su historia. Es casada y vive con su marido en una bonita finca en la Selva Negra, donde regentan un hogar de acogida para niños abandonados y con problemas de drogas y de adaptación. Nos cuenta cómo los niños se marchan llegada una edad pero vuelven, por ser su casa el único hogar que han conocido, engrosando su familia real con una legión infinita de niños, muchachos y hombres que han convertido la vida de Angélica en un autentico calvario.
Después de varios años de trabajo agotador e interminable (vive en el mismo sitio que trabaja) necesita un tiempo de reflexión en solitario antes de derrumbarse sin remedio.
Para ello salió de Sevilla acompañada de su hija mayor pero ésta tuvo que volver al segundo día por tener algo que resolver de sus estudios, esperándola para mañana o pasado que volverá para acompañar a su madre en la entrada a la Catedral.
Nos cuenta que en el albergue de los Santos de Maimona pasó realmente miedo cuando, completamente sola, se vio acosada por un individuo cobarde y lascivo. La firme amenaza de llamar a la policía le hizo huir al instante dejándola presa de los fantasmas del miedo hasta el amanecer. (Historias que aumentan mi respeto hacia estas mujeres sencillas, decididas y valientes, movidas por razones invisibles, pero poderosas, a emprender un viaje tan duro y arriesgado ante el que muchos hombres temblarían tan solo de imaginarlo) José Luis, un miembro de Protección Civil, viene a recogerme y me lleva en su coche particular hasta un pueblo situado a mas de 20 kilómetros para que pueda comprar el pienso de los caballos. Es dueño de un taller mecánico y me regala un bote de grasa para las patas de Faysal sin querer recibir ni un solo céntimo por la ayuda prestada (de donde se deduce que no hay que sacar conclusiones precipitadas sobre el carácter de un pueblo por el conocimiento parcial de algunos de sus individuos. La impresión negativa que nos causaron la mujer del supermercado y la novia desprovista de su equipaje, queda contrarrestada por la ayuda generosa e impagable del amigo José Luis) El albergue está completo. Comienzo a escribir mi diario con las últimas luces del atardecer cuando entra por la puerta un ser extrañísimo. Flaco cual Quijote, pelo blanco como la nieve, cara quemada por el sol y el aire, nariz completamente despellejada, mochila enorme y la sonrisa mas feliz y contagiosa que he visto en toda mi vida. Se llama Esteban, es escocés y comenzó a caminar en el mes de Noviembre.
Le aconsejo que no llame a nadie y que, sin mas explicaciones, se acomode en uno de los sofás para dormir esta noche.
Como la mayoría de los anglosajones, a pesar de llevar siete meses en España, no ha aprendido mas que unas pocas palabras de nuestro idioma pero son suficientes para que podamos entablar una interesante conversación sobre algunas anécdotas de su pasado y presente. Recorrió Mongolia a lomos de un pequeño pony, parte de Australia y algunos paises del sur de Africa. Despliega sobre la mesa un mapa de España muy simple y muy usado, en el que ha ido dibujando, con rotuladores diferentes, el itinerario seguido desde que llegó a nuestro país. Los trazos dan la vuelta al mapa quedando un pequeño espacio entre el lugar donde nos encontramos y la ciudad de Salamanca. Sonriente me explica que es ahí donde acabará su aventura.
Le invitamos a cenar, junto con Angélica, una de esas cenas que prepara mi hermano, a base de caldo de gallina en pastilla de las que se venden en el mercado, complementado con trocitos diversos de pollo crudo, jamón, garbanzos precocidos y un puñadito de arroz y que, tras cocer durante 15 minutos, alimenta algo y quema mucho.
Faysal se vuelve a enredar con la cuerda sobre las heridas de sus patas. Sus cuartillas son ya dos franjas de carne sanguinolenta donde las moscas acuden en bandadas a ese festín inesperado y suculento. Las espanto colocando un buen emplaste de grasa sobre ellas mientras crece mi preocupación sobre la garantía de llegar a Santiago.
Como no puedo hacer nada más que curarle cada día, darle masajes en las zonas mas cargadas y procurar que no se enrede en lo sucesivo, intento no pensar en el final del camino y hacerlo tan solo en el de cada día, yéndome a la cama con el alma cargada de incertidumbres.
La Salida de Xunqueira es algo enredosa aunque encontramos pronto la carretera que nos llevará directamente a Salgueiros y media docena de pueblecitos mas que se suceden ininterrumpidamente, apretándose en la distancia a medida que nos acercamos a la capital. Es un tramo aburrido y algo estresante por tener que hacerlo constantemente por carretera estrecha y, aunque el tráfico no es intenso, debemos estar alertas en cuanto al paso de los vehículos en ambas direcciones.
En Ousende paramos a tomar café, repitiéndose una vez mas la curiosidad de las gentes, a la que no deja de sorprender tropezarse con unos tipos a caballo, con señales de cansancio y bastante suciedad, con unos caballos en los que comienzan a notarse los primeros síntomas de agotamiento y con toda la parafernalia encima de alforjas, esterillas, sacos de dormir, chaquetones, sogas, etc. Rafael se muestra alegre y dispuesto a entablar conversación con todo el mundo, contando a su manera, siempre exagerando, el camino recorrido y la ilusión por llegar a la meta.
Siempre por carretera llegamos a un polígono industrial. Tras atravesarlo y subir una empinada cuesta, al final de la cual tomamos el bocadillo mañanero e inyectamos al pobre Sandalio, que cabalga llevado mas por su corazón que por sus fuerzas, divisamos por fin la ciudad de Orense.
Esta región es pura montaña así que la cuesta empinada que habíamos subido hace unos minutos hubo que bajarla por la cara opuesta llegando a Seixalbo y de allí nos encaminamos directamente a la entrada de Orense.
Llamo por teléfono a Diego y Jordi, los ciclistas amigos, que nos están esperando para guiarnos en nuestro paso por la ciudad, evitando así los despistes dentro de ella que tanto tiempo nos hacen perder.
Se presentan con dos ciclistas más que han conocido la noche anterior en el albergue de aquí y les han convencido de que les ayuden en la tarea asumida. Nuevamente escoltados (esta vez por ciclistas en vez de motoristas, como en Salamanca) nos adentramos por las calles de la ciudad donde el tráfico es bastante intenso tanto de coches como de peatones (supongo que por la hora).
En fila india como siempre, y con dos ciclistas delante y otros dos detrás, vamos atravesando lentamente la ciudad con paradas en cada semáforo, cada doscientos metros mas o menos. Un autobús de pasajeros se coloca a mi derecha en uno de ellos, sonriéndome su conductor y poniendo nervioso a Faysal ante vehículo tan grande y ruidoso. Le pido a Diego que aceleren para ponernos al trote y acabar con este suplicio lo antes posible. Del trote pasamos al galope y ya estamos nuevamente alertando a todo el mundo por el estruendo del golpear de los cascos en el asfalto, provocando sustos momentáneos entre los viandantes y regocijo entre los conductores de coches o pasajeros de los mismos. A ese ritmo solo percibo imágenes instantáneas de lo que sucede a mi alrededor. Una madre que señala apresurada a su hijo pequeño en nuestra dirección y la cara alucinada del bebé, el disgusto reflejado en la cara de una señora de mediana edad que lleva una bolsa de compra en la mano, la sonrisa de un joven con los pantalones caidos, enseñando la mitad de los calzoncillos y con pearsing en la ceja, esa otra mirada como de "hay gente pa tó" de un hombre encorbatado. En las cuestas arriba adelantamos a nuestra escolta, viéndoles jadear al tiempo de pasarles, retorcidos en sus monturas en el intento inútil de seguirnos, volviendo a reagruparnos en el siguiente semáforo en rojo.
Rotondas, avenidas, calles estrechas. Atravesando el puente romano somos saludados alegremente por el matrimonio americano del día anterior mientras Santiago grita encolerizado por los resbalones de su caballo en el asfalto (rumboso hace tiempo que ha desgastado sus clavos y roto sus vidrias por lo que sus herraduras asemejan patines). No hago caso de sus protestas y sigo galopando al frente del "escuadrón", adelantando motos y autobuses en una carrera desenfrenada por llegar a la salida de la ciudad. Una cuesta de trescientos metros, una gasolinera que señala el final y la entrada a una estrecha carretera hacia Tamallancos.
La respiración agitada de nuestros caballos y el abundante sudor en sus cuellos y panzas nos aconsejan dar un merecido descanso al tiempo que pedimos un cubo y agua en la gasolinera para reponerles en menor tiempo.
Bromeamos sobre el paso por la ciudad y el galope mantenido en sus calles con el mosqueo de unos y la hilaridad de otros.
De nuevo sobre las monturas afrontamos el trozo de camino mas empinado y duro desde que salimos de Montellano. Suelo empedrado y una pendiente brutal obliga a Faysal a emplear a fondo sus riñones en un esfuerzo titánico. Pequeños grupos de casas van quedando atrás, manteniendo un ritmo constante y agotador. No hay protestas de los caballos, tampoco hay compasión con ellos en estos tres kilómetros de subida terrible, al final de la cual nos apeamos y caminamos un buen trecho hasta que se han recuperado nuevamente del esfuerzo.
A partir de aquí la marcha transcurre por pequeñas sendas invadidas por las zarzas, esas diabólicas plantas que extienden sus tentáculos espinosos en un crecimiento constante y ambicioso hacia cualquier espacio libre, cerrando los caminos en pocos días, haciéndolos impenetrables. Pienso que de no pasar los peregrinos por estas sendas, quedarían ocultas y perdidas en unos cuantos meses. Cabalgo en silencio, blandiendo mi vara de fresno a modo de sable, con el que me entretengo cortando las puntas tiernas de la zarza invasora. Encuentro una felicidad difícil de explicar en este acto, pensando que, de esta manera, estoy impidiendo que cumpla su misión de dificultar el paso de los peregrinos (estaré volviéndome idiota?). Rafael, que cabalga tras de mi, me pregunta que estoy haciendo y entonces le cuento la leyenda sobre Santiago matamoros y de cómo cabalgaba en su caballo blanco empuñando un enorme espadón, con el que cortaba la cabeza a los moros en la heroica tarea de la reconquista de España. Parece que le gusta el asunto y se pone a dar "sablazos" también al enemigo vegetal.
Ya no estamos en la soledad de días anteriores, se ve que la cercanía a Santiago de Compostela atrae a gran cantidad de peregrinos, que se contentan con hacer los últimos 100 kilómetros del camino. Un matrimonio granadino de mediana edad, un japonés pequeño y de edad indefinida, un grupo de niños de Sevilla y de Madrid que no se bien que hacen ni donde se dirigen, van quedando atrás, difuminándose hasta perderse por completo cuando llegamos al final de la etapa de hoy, Cea, con su torre enhiesta y solitaria, después de haber recorrido 44 kilómetros duros y agotadores.
Orlando, el hospitalero, es un hombre alto y enjuto, de mirada perdida, que escucha nuestros comentarios a través de un audífono, camina delante de nosotros en dirección del albergue cual Quijote sordo (por que será que los sordos hablan tan bajito?) me cuesta entender lo que dice pero entresaco de toda la retahíla que hay plaza en el albergue, que podemos dejar los caballos en un pradillo cercano y que son tres euros por cabeza.
El albergue es realmente fantástico, propiedad de un antiguo recaudador de impuestos (hay que ver como vivían los recaudadores de impuestos de antes), restaurado por la administración gallega, se ofrece a nuestra vista como una sólida construcción de granito, amplia y confortable, que se levanta sobre pilares de esta fría piedra, cual bosque pétreo y oscuro, donde han aprovechado para colocar la zona de lavadero para los peregrinos.
Al llegar con nuestra parafernalia habitual, un grupo de seis o siete mujeres de mediana edad se vuelven curiosas y sorprendidas mientras salen del albergue. Son amigas, de Madrid, que han decidido comenzar el camino en este punto y, entre bromas, piden ser llevadas a la grupa de nuestros caballos. Sonrío pidiendo disculpas, aludiendo al hecho de que Faysal no admite pasajeros en su grupa, Miguel se relame fantasioso, Santiago mueve los ojos a todos lados con avidez y Rafael se ofrece solito a llevarlas a todas sobre Sandalio, soñando quizás con ser dueño de tan fastuoso harén. Ríen con desparpajo y se alejan contentas por causar tanto desasosiego en el cuerpo de caballería.
Dejamos los chismes de cualquier manera y salimos disparados hacia el único bar-casa de comidas porque Orlando nos apremia ya que, por ser bastante tarde, cerrarán la cocina y quedaremos nuevamente al triste amparo de la inventiva culinaria de mi hermano Rafael. Nos dan de comer pero el pulpo se ha acabado (como puede acabarse el pulpo en una cocina gallega?). Así es, y mira que tenemos ganas de comer ese bicho, como sólo son capaces de preparar en la provincia de Orense, pero una vez mas quedaremos con dos palmos de narices.
Es igual, un caldo caliente con verduras y un poco de carne nos entona lo suficiente para una siesta necesaria y merecida. Despierto con el sonido de alegres conversaciones, miro a mi alrededor y ninguno de mis compañeros se encuentra en su cama. Aguzo el oído y distingo la voz de mi hermano y la de Miguel, están, como no!, con el grupo de mujeres madrileñas. Paso de largo hacia el lavadero percibiendo retales de la conversación que, invariablemente, transcurre por temas picantes y un poco escabrosos.
Oigo a Rafael hablar sobre los fantasmas que deambulan de noche por las calles solitarias de los pueblos y que, al ser descubiertos por los hombres del lugar, resultan ser amantes clandestinos que, para no ser reconocidos, se cubren el cuerpo con una sábana o manta. Comentarios jocosos de Miguel dan paso a la historia de una de las chicas sobre uno de estos personajes de su pueblo natal, en el interior de Extremadura, "el Cipri", cogido in fraganti por los mozos cuando visitaba a una de las solteronas del lugar, y molido a garrotazos como escarmiento. Otros hablan de personajes similares en otros pueblos distantes que al ser descubiertos resultaron ser el cura o el señorito. En fin, la misma historia con ligeros matices diferenciadores.
Me marcho solo al lugar donde están atados nuestros caballos y constato que ya no tienen la frescura de hace una semana, su mirada es triste y la posición de su cabeza ligeramente gacha. Las inflamaciones y rozaduras deben estar causando un fuerte dolor en su dorso y articulaciones inferiores. Me acerco a Faysal hablándole suavemente. Me mira lastimoso y trato de levantarle el ánimo a base de caricias y palmaditas. Rasco sus orejas y la parte superior de su cuello (en el lado de la cruz es donde se estremece de gusto), limpio sus ollares besándole en el hocico antes de alejarme nuevamente. No he caminado ni diez metros cuando emite un sonido sordo y armonioso como señal de despedida, vuelvo la cabeza y esta mirándome fijamente. A veces este animal me hace estremecer.
Estoy escribiendo este capítulo cuando llegan el matrimonio americano junto con una chica alta y gruesa, Camille, joven francesa rubicunda y sonriente y un grupo formado por dos chicos junto a una chica de Salamanca, además de una pareja de Chequia que están siempre abrazados y besándose como pareja de periquitos enjaulados. El albergue está prácticamente lleno y ruidoso por lo que salgo con las últimas luces del día a caminar por las callejuelas cercanas a él. Unos ancianos sentados junto a sus puertas muestran interés por todo lo que pasa diariamente de manera constante y novedosa a su alrededor. Hablo con ellos y confirmo nuevamente que para la mayoría de estos ancianos, el Camino de Santiago ha representado una nueva forma de conocer el mundo y acercarse a culturas y anécdotas remotas sin tener que mover un solo metro, la mecedora de su portal.
La noche es fría y la visibilidad nula. Como siempre en estos casos dejo la cabeza de la marcha a Miguel con la linternita ya que, por los reflejos de la luz artificial en los cristales de mis gafas, lo veo todo irreal, con destellos iridiscentes, así que cabalgo completamente deslumbrado.
De vez en cuando aparece una flecha amarilla pintada sobre el tronco de algún árbol o sobre una piedra del camino despejando la desconfianza que se apodera de nuestros corazones.
Siempre adelante por este camino y siempre en silencio, me dejo llevar por mis pensamientos bajo el sonido sordo de los cascos de mi caballo al hundirse en la tierra blanda. De vez en cuando me saca de mis ensoñaciones el aviso seco de Miguel sobre una rama baja o la exclamación enfadada de los que cabalgan detrás por haberse arañado con algún sarmiento espinoso de las millones de zarzas que pueblan estos bosques.
Tras desembocar en una carretera secundaria y casi abandonada, enfilamos una cuesta abajo con las primeras luces del amanecer. El agua de algún arroyo suena cristalina y alegre mas abajo pero somos incapaces de ver nada salvo pequeños grupos de luces, anunciadores de la existencia de una aldea o grupito de casas.
La mañana se asoma con rapidez entre las montañas cuando tras atravesar el arroyo por un puentecito y girar a la derecha se nos aparece una construcción fabulosa. Nos quedamos sin habla, contemplando lo enorme y sólida construcción granítica que tenemos delante. Es el monasterio de Oseira.
Para comprender nuestra sorpresa y fascinación hay que situarse en los días previos donde solo hemos visto pequeñas construcciones aisladas o pequeños grupos de casas envueltas por una naturaleza dura y salvaje. Llegar aquí al amanecer y descubrir de repente el monasterio con sus altísimos muros de piedra, sus ventanas enrejadas, sus balcones que se asoman al muro como sobre un precipicio, en un conjunto enorme, sobrio y gris, es para estremecer al corazón mas frío que pueda existir.
Este monasterio quedó abandonado en la desamortización de Mendizábal y convertido en ruinas en poco tiempo. Un grupo de monjes cistercienses se hizo cargo de él y están reconstruyéndolo piedra a piedra ellos mismos.
Con el corazón encogido vamos rodeando este formidable conjunto de edificios hasta llegar a su entrada principal. No podemos evitar hacernos unas fotos en ella como recuerdo cuando alguien viene corriendo hacia nosotros por el jardín que separa la puerta de las murallas de la puerta del edificio principal. Es un peregrino que ha pernoctado aquí y que viene a transmitirnos una invitación de parte del Superior de la Orden a oir la misa que celebrará esta mañana. Le pregunto la hora de la misa y me contesta que será en 45 minutos. Hago un rápido cálculo mental: 45 minutos para que comience y una hora de misa son casi dos horas de retraso. Con mucha frustración y algo de vergüenza trato de explicarle que el estado de nuestros caballos no nos permiten un retraso tan grande que irá en contra de su descanso, pidiéndole que le transmita al Superior mi agradecimiento y mis excusas. El peregrino se marcha algo decepcionado al tiempo que mis compañeros respiran aliviados por no tener que participar en la celebración, pero yo me quedo triste de no haber asistido al rito cristiano quizás porque necesito tiempo de reflexión, quizás porque estoy cargado de penas, quizás porque la hora y el sitio me tienen hipnotizado o quizás por todas las razones juntas. El hecho es que continuamos adelante por un empinadísimo sendero pedregoso que gana una gran altitud en una cortísima distancia, lo que nos permite una última mirada atrás desde la cumbre extasiándonos con la vista desde arriba del fabuloso Monasterio como si fuésemos cabalgando a lomos de águilas.
Avanzar siempre adelante por tierras extrañas tiene la característica principal de que todo pasa con rapidez, todo te penetra pero nada se instala en tu alma de tal manera que las penas o las alegrías son pronto reemplazadas por las sensaciones de lo novedoso, y lo novedoso está a cada paso hacia delante. Atrás queda pues el Monasterio como quedaron atrás los puentes romanos y medievales, las catedrales, iglesias, aldeas, montañas, bosques y personas sin que volvamos a acordarnos de ellos empujados por el presente y el presente es un giro brusco señalado por las flechas amarillas que nos introducen en un sendero imposible que discurre entre dos muros de piedra, separados entre si algo menos de un metro, con un piso de piedras irregulares y resbaladizas y con una fortísima pendiente hacia abajo.
Tras dudar unos instantes nos adentramos por él pero nuestras rodillas chocan con las paredes de piedra y nos vemos obligados a apearnos de los caballos con enormes dificultades. Con ellos de reata caminamos llenos de aprensión ante el pensamiento de que resbale uno de ellos precipitándose sobre su jinete y aplastándole sin remedio. Solo el cielo es capaz de encontrar la explicación a que superemos todas las pruebas sin daños de importancia y ésta no iba a ser diferente. Después de más de un kilómetro por esta senda impracticable desembocamos en un camino ancho por el que continuamos nuestra marcha infatigable.
Esta Región de España es una prueba de resistencia para nuestros caballos como ninguna otra. Todos son subidas y bajadas, no hay descanso, los animales caminan sonámbulos, inapetentes y aburridos, no hay sobresaltos ni alegrías para ellos. Los cuellos estirados, las cabezas gachas y sin brillo en sus ojos, sin embargo seguimos adelante inmisericordes. Volver atrás sin concluir nuestro viaje sería decepcionante, por lo que cuidamos de no alterarles y ahorrar al máximo sus escasas energías y ánimos. El miedo al fracaso cuando sólo quedan dos días nos atenaza silenciosamente y cada uno cuida de su caballo como mejor entiende y puede, pero la duda sobrevuela sobre nuestras almas constantemente.
Pequeñas aldeas y casas aisladas van quedando atrás de forma monótona y solitaria.
Parece que este país se ha despoblado porque no encontramos a nadie a quien saludar o con quien intercambiar unas preguntas. De vez en cuando un postigo se entrecierra a nuestro paso lo que da lugar a un grito de Miguel "mira, ahí hay uno escondido!" y una carcajada de Rafael por la ocurrencia.
En uno de los muchos senderos recorridos en el día de hoy encontramos tres chicas jóvenes con mochilas, una de ellas esta sentada en el suelo y las otras dos tratan de consolarla. Al llegar a ellas nos informan de que ha tenido un esguince de tobillo y no puede caminar. Les ofrezco una tableta de ibuprofeno y les pregunto si desean que informemos a protección civil pero ya lo han hecho ellas por sus teléfonos móviles por lo que las dejamos en el lugar y seguimos adelante El final de nuestra etapa es Laxe, después de 42 kilómetros, son las 12 de la mañana y llamo a Victoria, encargada del albergue. Su primera respuesta es deprimente "aquí de caballos nada de nada, sigan adelante" no obstante le digo que llegaremos a las 14,30 h y que podemos hablarlo en ese momento pero ella sigue imperturbable "a esa hora yo estoy comiendo y no me esperen hasta las cinco pero ya les digo que no podréis quedaros" Es la primera vez que nos tratan de esta manera en Galicia pero estamos tan cansados que los desprecios de Victoria no hacen mella en nosotros. Decidimos llegar hasta allí y buscarle la solución al problema.
Poco a poco llegamos finalmente a Laxe, atravesamos un arroyo caudaloso y cristalino tras el que se encuentra el albergue, una grande y bien acondicionada instalación para peregrinos.
Como bien advirtió nuestra "amiga" Victoria, nadie nos espera en el lugar y sin que ellos nos importe lo mas mínimo comenzamos a desaparejar con rapidez y a llevar los caballos al arroyo para que sacien su sed y sumerjan las manos y pies en el agua helada.
Unos prados cercanos ofrecen hierba fresca y abundante por lo que preguntamos a unas mujeres que caminan cerca por el dueño de ellos. Nos acompañan hasta el lugar y nos recibe un anciano afable y simpático que, como buen gallego, nos dice "que si, pero que no", "que ya le gustaría, pero que no está en su mano" (se ve que tiene divergencias serias con Victoria). Nos despedimos de él con "agradecimiento" por no ayudarnos al tiempo que le consolamos por la "tristeza" que ello le causa y nos volvemos al albergue cansados y sin soluciones. En ese momento llega Victoria, que ha adelantado su siesta, y vuelve a decirnos que allí no hay sitio para nosotros, que las monturas apestan y que las normas dicen que los jinetes son los últimos en derechos de hospedaje. Como ya estoy un poco amoscado con tanta "generosidad" le replico secamente que quiero ver esas normas. Me mira y veo la duda en sus ojos por lo que me mantengo firme en cuanto a las normas. Accede finalmente a enseñármelas y Oh sorpresa! No somos los últimos en derechos así que le damos de lado, ponemos nuestras monturas en un lugar donde no estorban al resto de peregrinos y nos acomodamos en las primeras literas del albergue.
Rafael, que es buen negociador (pastelero diría mejor) se queda hablando con Victoria.
Se hace el cateto, campechano y humilde, simplón y adulador, acaba derritiendo tan grande valladar conquistando el corazón de este alma amargada y solitaria hasta el punto que nos monta en su coche y nos lleva a un restaurante siete kilómetros alejado del lugar, con la promesa de volver a recogernos cuando acabemos la comida.
Al quedarnos solos delante de los alimentos, Rafael no puede reprimir darnos el discurso de que no sabemos tratar a la gente, de que somos unos tontos del culo, de que si no fuera por él...veo como se crece, como se hincha empujado por sus propias palabras y temo que pueda explotar o elevarse del suelo y perderse irremediablemente en los cielos de Galicia, flotando en su propia vanidad, por lo que apoyándome en mi generosidad cristiana, decido pinchar "el globo" diciéndole que solo he visto que tenga éxito con mujeres feas, con mala leche y de mas de setenta año. Su cara es el reflejo de su alma y concluye diciéndome que soy un capullo, cabrón hijo... Afortunadamente podemos comer ya y lo hacemos con voracidad al tiempo que trasegamos grandes jarras de cerveza helada entre fuertes risotadas que alarman un poco al resto de los comensales.
Volvemos con Victoria al albergue bastante contentos y achispados. Estoy deshecho y quiero dormir pero como cada uno trae su promesa en la peregrinación no tenemos mas remedio que atender a la de mi hermano Rafael que no es otra que la de bañarse como los antiguos vaqueros del Oeste americano, es decir, vestido y con las botas puesta, sumergiéndose en el arroyo, por lo que ante la hilaridad de todo el mundo, Rafael y Miguel dan comienzo al rito de meterse dentro del arroyo helado, vestidos, con los sombreros puestos, tiritando como conejos, poniendo las caras mas cómicas imaginables y soltando bufidos de frío. Finalmente se enjabonan las caras y se afeitan con las navajas de uso común (pienso que de no haber estado tan bebidos no lo habrían hecho) para acabar de enjugarse mediante nueva inmersión en las heladas aguas.
Me levanto tras una breve siesta con el cuerpo cansado y sin ganas de hacer nada. Tras una ducha caliente hago un esfuerzo por escribir lo acontecido en el día de hoy en mi diario pero no llevo mas de una hoja en él cuando llega Miguel y me propone ir a un bar situado a un kilómetro mas o menos. Le digo que no tengo ganas pero insiste, me pide, me suplica, hasta que cierro mi diario y me voy con él seguido de Santiago que se apunta a un bombardeo.
En el bar se encuentra una pareja madura resultando ser peregrinos también, el hombre curiosamente de Villamartín, población cercana a Montellano, la mujer parece centroamericana y algo mas joven que él. Unas cervezas charlando tranquilos cuando penetra en el bar el matrimonio americano y se sienta en una mesa cercana pidiendo unos bocadillos, detrás llega la chica francesa, Camille y por último dos de las tres chicas que encontramos en el camino que nos cuentan que su amiga fue recogida por un coche de protección civil y llevada a su casa en un pueblo cercano y que ellas continuarán su peregrinación.
Miguel está contento y con ganas de cantar. Como le conozco, le digo que "ni se te ocurra cantarme un fandango mirándome a los ojos y acercándote a mi cara porque te doy una patada en los c... que te reviento". Miguel pone cara de asco y dice algo de un aguafiestas volviéndose a Santiago que "se lo traga todo" comenzando unas palmas por rumba y canturreando desafinadamente (como siempre) pero entre el sopor de las cervezas, la oscuridad del local y las pocas personas que están en el, suenan como si un angel alegre hubiera bajado de los cielos para iluminar las almas aburridas de los presentes.
Entrecierro los ojos y me repanchingo en la silla dejándome transportar risueño por las letras elocuentes de los cantes de mi buen amigo.
El matrimonio americano y la chica francesa se sientan en nuestra mesa haciendo palmas descompasadas y la abuela, madre del dueño del bar, trae una canasta de frutas como regalo para Miguel por estar alegrándole la vida (nunca dejara de sorprenderme mi amigo Miguel. Canta horrorosamente mal pero llega a los corazones de las gentes) El camarero trae unos chupitos de aguardiente a los que convidan las dos chicas que auxiliamos en el camino. Miguel las llama invitándolas a sentarse con nosotros, con lo que la mesa se va convirtiendo poco a poco en una concurrida reunión.
Los cantes se suceden a la par que los chupitos, hasta el punto de encenderse la luz roja de alarma que llevo en mi interior por lo que decido marchar de allí y dejarles solos en la juerga.
Voy retirándome en la noche con algún desequilibrio mientras se difuminan en mis oídos los cantes, las risas, las voces y los brindis. Visito los caballos que hemos dejado atados en un descampado cercano a la carretera, comprobando a duras penas que todo está en orden y me marcho a dormir. Rafael me pregunta algo pero paso de largo sin molestarme en responder. No miro a nadie, no veo nada hasta llegar a mi cama y envolverme en mi saco donde pierdo la conciencia hasta las...
Rafael no hace mas que soltar misteriosas indirectas que no puedo entender bien.
Miguel camina impertérrito, con pasos largos, delante de todos, llevando su caballo de la mano, la cabeza ligeramente agachada y el sombrero caido sobre los ojos. Santiago murmura por lo bajo y yo interrogo a mi hermano sobre el significado de sus medias frases, mientras me entretengo en ir cortando las puntas de las zarzas que invaden el camino.
Humedad y frio, noche oscura y silenciosa en la que cada uno cabalga sumido en sus pensamientos. Por fin, Rafael suelta una carcajada y decide hablar con claridad.
Por lo visto durante la noche ocurrieron cosas que, al recordarlas, producen gran hilaridad en mi hermano. Una de ellas fue que Miguel, al bajarse de su litera para ir al baño, se enredó en la sabana, dando un traspié, yendo a golpear con la cabeza en la litera contigua. Trataba desesperadamente desliar sus piernas del amasijo textil cuando cayó al suelo estrepitosamente ante las protestas de los durmientes vecinos que no podían entender las razones de tan extraño comportamiento (nadie sabía la enorme cantidad de orujo gallego consumido por mis amigos). Rafael observaba, haciéndose el dormido, las fatigas de mi primo Miguel, retorciéndose de risa en la cama cuando comienza el show de Santiago. Al parecer, cuando nuestro amigo Santiago comenzó a desnudarse, perdió los calzoncillos, buscándolos desesperadamente bajo las camas de los demás y por el pasillo. Era digno de ver, según Rafael, aquel culo blanquísimo que parecía fosforescente en la oscuridad del dormitorio, moviéndose de un lado para otro, acercándose a las camas vecinas, poniendo su vergonzosa desnudez frente a la cara del durmiente de abajo ante el asombro primero y el enfado después del susodicho.
Las protestas de los afectados fueron subiendo de volumen e intensidad ante la indiferencia de Santiago que se dio por vencido finalmente (donde se habrían escondido los dichosos calzoncillos?) metiéndose a dormir en una cama que no era la suya.
Rafael sigue relatando otras anécdotas nocturnas de mis amigos pero mi cabeza se ha transportado a otros lugares y su voz y sus risas son solo un murmullo lejano.
Las hortensias crecen en robustas matas, formando grandes setos a lo largo del camino.
Su color varía desde el blanco al rosa pasando por el celeste, el azul y el morado.
Rosales y campanillas florecen también vigorosos, intercalándose con las hortensias en un paisaje mas primaveral que veraniego donde el agua mana abundantemente por todas partes.
Ensimismado voy reflexionando sobre todo lo acontecido hasta el momento y lo poco que queda para el final con el temor supersticioso de que, por pensar en ello, pueda gafarse en el último momento. Pienso en las personas que nos han ayudado para llegar hasta aquí. Pienso en los males endémicos que sufre mi pais y voy construyendo un discurso mental para soltárselo al Santo en el instante que pueda tocarle. Con estas naderías pretenciosas va pasando el tiempo, apareciendo el sol y elevándose en el cielo, calentando confortablemente nuestros cuerpos mientras Rafael sigue atormentando a Miguel y Santiago con los acontecimientos nocturnos ante los silencios del primero y las protestas infantiles del segundo que incitan a mi hermano a seguir mortificándoles.
Adelantamos grupitos de peregrinos que han dormido en Silleda. Una parejita aquí, uno solitario allá. Una chica muy joven, de rasgos orientales camina con firmeza y grandes trancos, volviéndose a penas a mirarnos al pasar. Una pareja de mediana edad camina de forma cansina y lenta. Se nota la cercanía de Compostela por el chorreo incesante de gente caminando.
El terreno en esta última parte del camino es durísimo, con puertos de montaña largos seguidos de bajadas mas fuertes aún que las subidas. Es una sucesión de malditos toboganes que merman las pocas fuerzas que aún les quedan a nuestros animales.
Comienzan a aparecer los primeros síntomas de agotamiento físico y mental en ellos.
Descabalgo con frecuencia, aliviando así a Faysal de mi peso, y camino largas distancias delante de él mientras pienso que si esto durase una semana más doy por seguro que enfermaría de cansancio, pero no hay tiempo ni lugar para el descanso, solo quedan este día y el de mañana y todo habrá terminado por lo que sigo caminando y ambos seguimos adelante.
Una bajada tremebunda nos lleva a Puente Ulla donde debemos parar a reponer una vez mas una de las herraduras de Rumboso (ha gastado cuatro juegos de herraduras en 27 dias) a un lado de la antigua carretera donde los paisanos se detienen a ver la faena que Miguel hace a Rumboso. Cuando terminamos con él repasamos los demás caballos y la situación es crítica. Sandalio y Faysal caminan con sus herraduras delanteras partidas en dos y Caretito lleva cuatro papeles de fumar en sus cascos. Lo peor es que ya no tenemos herraduras de repuesto por lo que, si tenemos un nuevo percance, no podremos reponerlas.
La salida de Puente Ulla es por un camino terrizo con una fortísima subida que deja exhaustos a los caballos, obligándonos a descabalgar mas de tres kilómetros por los que caminamos con nuestras botas de montar que me dejan los pies hechos trizas y un fuerte dolor en la cintura hasta llegar a un conjunto de casitas, con una fuente a la entrada donde reponemos líquidos jinetes y caballos en el chorrito fresco y constante que la alimenta.
Hemos llegado a la meta de hoy, Onteiro, después de cabalgar 33 kilómetros de los mas duros hasta el momento.
El albergue es, como todos los de Galicia, amplio y aseado, de grandes cristaleras que dan vista a un profundo y amplio valle. Su encargada, Carmen, una mujer entrada en años, menuda y bajita, coloradota y de ojos que brillan al son de su aliento vinatero, se mueve de un lado a otro sin parar, respondiendo sus propias preguntas y creándonos grandes dificultades para entenderla. En un aparte le comento a Miguel que sería bueno saber si hacen vino en este pueblecito a tenor de lo bien despachada que va Carmen de este líquido. Miguel, ni corto ni perezoso, se lo pregunta, a lo que la señora responde "si que lo hacemos. Y bien rico que está" mi amigo entonces le muestra su interés por conocer tan rico alimento y entonces Carmen, con cara de lamentación, le dice que es imposible, que producen tan poco que apenas les llega a final de año cosa que mi amigo comprende al instante apostillándole que si lo bebe a diario aún le durará menos.
Poco a poco van llegando grupitos de peregrinos. Un francés de 60 años, un alemán algo mayor, cuatro chicos de Salamanca, Jordi el ciclista, un matrimonio joven y tatuado de Hospitalet, dos ancianas que hacen las etapas en taxis de albergue a albergue, tres chicas y dos chicos también de Salamanca, la chica de rasgos orientales que resulta ser de Singapur, con la que viajan dos chicos vascos (Jon Ander y Javi) y un muchacho con estrabismo de Palmete (Salomón) al que ha abandonado su mujer, sus amigos y le han dejado sin trabajo y camina, creo que de gorra, al lado de los anteriores, las dos chicas de los chupitos, que son de Xunqueira y no saben que hacen allí ni por que comenzaron a caminar, Camille, la chica francesa que comenzó su andadura en la Catedral de Sevilla y muestra las yagas de sus pies como sacrificio por su madre a la que diagnosticaron un cáncer, señalándose su vientre al contármelo.
Los caballos han quedado junto al albergue en una zona rica en trébol y otras hierbas nutritivas. Les llevo agua en un cubo. A mi vuelta me siento en una mesa hecha de un tronco cortado y me quedo mirando la inmensidad del valle allá abajo. Al sol de la tarde la mayoría de peregrinos han salido fuera y se solean con los torsos desnudos. Veo algunos porros encendidos entre los mas jóvenes. Camille viene a sentarse en la mesa y uno de los chicos salmantinos nos ofrece una manzana madura y dulce. El sitio es precioso, la tarde es apacible y soleada y el final del camino se encuentra tan solo a 15 kilómetros de distancia.
Después de una larga y caliente ducha estoy escribiendo mi diario cuando se acerca el peregrino alemán y me regala el bote de gel de baño ya que es el último día y no se lo dejarán pasar en el aeropuerto. Se respira el final. Todos se preparan para abandonar lo que les sobra así que preparamos una enorme cena a la que todos aportan lo que llevan.
Nadie quiere quedarse con nada y así aparecen en la mesa las cosas mas variadas y extravagantes. Desde un kiwi hasta una lata de ensaladilla, foie-gras, atún, sopas, espaguetis, arroces, frutas variadas, sardinas en aceite, vinos de diferentes clases conforman un buen festín antes de despedirnos con abrazos o besos, con la certeza de que mañana todo se habrá acabado.
Doy un salto de la cama, descalzo y en calzoncillos tiro del brazo de Miguel que, al verme tan alterado, no lo piensa y salta de su litera siguiéndome a todo correr por los pasillos del albergue mientras me pregunta que es lo que ocurre "se han escapado los caballos y van al galope desandando el camino" le digo lleno de angustias. Salimos fuera pinchándonos los pies, ateridos de frio, buscando en la oscuridad el lugar donde dejamos los caballos y...allí están los cuatro, tranquilos, comisqueando apaciblemente. Miguel me mira sin decir nada, "no se que ha pasado, Miguel, habría jurado que les he oído galopar" "no pasa nada, primo, estarías soñando. Volvamos a la cama". Justo antes de volver a entrar en el albergue escucho un repiqueteo frenético. Vuelvo la cara y veo a lo lejos el resplandor difuso de unos fuegos artificiales y entonces lo comprendo todo. Estamos en dias de ferias y los pueblos de la comarca lo celebran con profusión de cohetes que, al estallar, elevan el sonido seco de sus explosiones por encima de las montañas llegando a nosotros con un ruido parecido al galope de varios caballos juntos. La cuestión es que ya no puedo volver a dormirme y quedo tumbado, con los ojos abiertos y el pensamiento en el día de mañana.
Nos levantamos a la hora de costumbre, repasando nuestros enseres, desayunando un poco de leche y preparando los caballos en el exterior.
Camille sale la primera unos quince minutos antes de que acabemos de aparejar y se pierde en la oscuridad de la noche con su enorme cuerpo, su gran mochila y su paso vacilante. Los demás comienzan a moverse en el interior del albergue donde se han encendido las luces.
Comentamos lo ocurrido durante nuestros sueños mientras subimos y bajamos, y bajamos y subimos sin parar, acercándonos apresuradamente a la ciudad de Santiago.
No vemos a Camille por lo que deducimos que se ha extraviado en la noche lamentándolo el esfuerzo extra que tendrá que hacer para finalizar su epopeya.
Por fin, tras una sierra elevada, contemplamos la ciudad fijada como meta 28 dias atrás.
No nos atrevemos siquiera a decir que lo hemos logrado de tan asustados que estamos y seguimos cabalgando en silencio, con los ojos puestos en la ciudad que se abre bajo nuestros pies. Una chatarrería ilegal bajo un puente de la autovia es el testigo mudo y fantasmal de nuestra entrada a la ciudad. Son las 8 de la mañana cuando pisamos la primera de sus calles con los ojos puestos en las agujas de la Catedral hacia la que nos dirigimos sin perder un instante.
Callejeamos, preguntamos, resbalamos, desembocando finalmente en la Plaza del Obradoiro en el mas absoluto de los silencios y de las soledades. Se ve que son horas demasiado tempranas para la llegada de los peregrinos y caminamos con el ruido seco de nuestros cascos en las piedras mojadas de la plaza.
Estamos frente a la puerta principal de la Catedral preguntándonos que hacemos ahora cuando, por el extremo norte de la plaza entran cinco personas que vienen a nuestro encuentro. Son Isabel, Jaime y Luis (esposa, hijo y yerno de Miguel) y Alfonso y Oscar (mi hijo y mi primo) que vienen a recibirnos, saludarnos y recogernos.
No hay pizca de emoción en mí, solo cansancio y prisas. Abrazos, besos, fotos de rigor cuando entran, por la misma esquina que lo hicieron nuestros familiares, cinco caballos con sus jinetes lanzando gritos de alegría a la par que grandes aspavientos con sus brazos. Uno de ellos, el de mayor edad se sorprende de vernos allí y me pregunta de donde venimos. Al contestarle la verdad, que habíamos hecho mas de 1200 kilómetros, que habían sido 28 dias de cabalgar incesante, que no habíamos llevado apoyo alguno y que aún podían ver los estigmas de todo ello en nuestros caballos, dejaron los aspavientos y nos mostraron su respeto justo al tiempo que me daba la vuelta y llevaba a Faysal junto a los remolques en los que serían transportados de vuelta a casa.
Los caballos están cargados y las "compostelas" firmadas por lo que tan sólo queda la visita al Santo.
Lo hago sólo. He dejado que los demás entren y merodeen por allí para llegar solo hasta él. Subo la estrecha y corta escalera que lleva a la parte trasera del altar donde se encuentra la imagen, de espaldas, del Santo, con una concha de peregrino tallada entre los dos omoplatos.
Dos mujeres de avanzada edad caminan dificultosamente delante de mí. Durante el trayecto desde la entrada de la Catedral hasta esta escalerita, había ido repasando mentalmente el discurso que le soltaría al paciente y milagrero Santiago pero mientras mas cerca estaba de las escaleritas, mas confusa estaba mi mente. Una de las mujeres que caminan delante de mi se abraza a la imagen del Santo, suspendiendo el tiempo durante unos segundos emotivos ante la mirada indiferente de una especie de servidor del Templo. Cuando llega mi turno pongo la mano en la concha de la espalda de la imagen, cierro los ojos y solo puedo pensar en mi madre muerta y en mi hermano Manolo, muerto también unos meses antes. "cuídale porque seguro que está perdido en el infinito" no hubo discurso no hubo mas que esa sencilla petición que espero sea atendida por Santiago y para la cual he realizado este viaje con sus penalidades y sufrimientos. Cuando abrí los ojos estaba llorando. Seguí adelante sin mirar nada ni a nadie. Salí del Templo y me senté en una de sus muchas escaleras con la cabeza entre mis manos. No se el tiempo que estuve así pero cuando me calmé no sabía bien donde estaba así que llamo a mi hijo y, supongo que debió entenderlo, me dijo "no te muevas de donde estas, yo iré por ti".
La salida ha sido rápida y silenciosa. Son las 10,30 h y ya estamos en el camino de vuelta. Conduzco uno de los coches mientras los demás van adormilándose.
Fin del camino a Santiago de Compostela
Montellano 21 de Diciembre de 2009
El silencio es absoluto. Desde el asiento de mi coche solo distingo la silueta difusa de la enorme mole de piedra que tengo a menos de cincuenta metros.
El firmamento oscuro está libre de nubes, el frío es intenso y mi compañero de viaje prorrumpe constantemente en accesos de tos sorda. Tiene ese aspecto de mala cara que da la fiebre mañanera. Son las seis treinta de la madrugada, es miércoles tres de febrero y me encuentro a las puertas del Monasterio de Oseira, en la provincia de Orense.
Mientras espero tranquilo en el interior del coche vuelven a mí los recuerdos del día anterior, en el que tuve la necesidad de pagar una antigua deuda de gratitud con los moradores de este monasterio.
Mientras viajaba hacia Orense, por motivos de trabajo, recordé lo cerca que pasaría del Monasterio al día siguiente, en mi camino hacia La Coruña, por lo que le pedí a Gabriel, mi compañero en este viaje, que buscase en Google su teléfono. Después de varios intentos pude entrar en comunicación con una voz suave, armónica y alegre que se extrañó un poco sobre la petición sorpresiva y repentina que le estaba haciendo. "me gustaría saber si serían tan amables de permitirme compartir con ustedes la misa de mañana a primera hora", "por supuesto que si" fue su respuesta "pero podría decirme quien es usted y por qué me hace esta petición?", "me llamo Ildefonso Romero, soy aquel peregrino que estuvo en la puerta de su monasterio el día 9 de julio pasado, a las seis y quince minutos de la mañana, iba a caballo con tres amigos más y no pude acompañarles en su misa, a pesar de que Vds. me invitaron, por estar demasiado condicionados por el estado físico de nuestros caballos. Quedé triste y en deuda con ustedes y ahora les suplico me dejen pagarla". Hubo un instante de silencio al otro lado de la línea "llamadas como estas alegran nuestro espíritu, esté usted mañana a las siete de la mañana en la puerta, que el hermano Luis la abrirá para que pueda compartir con nosotros la liturgia".
Me encontraba bien después de esta conversación, imaginándome recorriendo los corredores, sus atrios con fuentes cantarinas y sus claustros de severas columnas, sus bóvedas cruzadas de nervaduras de piedra, cuando Gabriel me vuelve a la realidad diciendo que quiere ir también.
Hacía tan solo un día que estábamos juntos y presentaba los primeros síntomas del gripazo que, gentilmente, estaba pasando desde mi cuerpo al suyo.
La salida del hotel a las seis y diez de la mañana fue solitaria y silenciosa.
Gabriel tenía mal aspecto por lo que le propuse que se quedase en el coche esperando, "no es necesario que vengas conmigo si no es tu gusto", le dije.
"ayer me prometiste vivir una experiencia única e inolvidable, no estoy dispuesto a renunciar a ella".
La carretera estrecha y oscura discurre cual culebra entre subidas y bajadas.
Tras cruzar pequeños grupos de casas iniciamos una larga bajada orientada al norte, donde los cristales de hielo brillantes ocupan la totalidad de la carretera y se encienden con la luz de mis faros. Al final de esta bajada, y tras cruzar un riachuelo, se encuentra el edificio de nuestro destino.
Mientras espero a que den las siete de la mañana, destapo el cajón de mis recuerdos del que salen raudos los momentos vividos aquel día del mes de julio en que descubrí por primera vez este monasterio. La cara sin afeitar de mi hermano Rafael, la ausencia de expresión en la de Santiago, la alarma reflejada en los ojos de Miguel ante la posibilidad de que se me ocurriese aceptar la invitación, la expresión de resignada tristeza que portaban nuestros caballos.
Todo era distinto en esta mañana de frío húmedo y aterrador. El único sonido que alteraba la paz de esta honda vaguada era la tos seca de Gabriel y las fuertes inspiraciones nasales que hacía para impedir que los mocos licuados salieran libremente por la nariz. Me encontraba relajado y expectante ante la experiencia que viviría en unos minutos.
"son las siete, Gabriel, me voy a la puerta a ver si está abierta", "vale, te espero aquí, avísame si podemos entrar" me responde tiritando. Salgo del coche y recorro sin prisas el espacio que hay hasta la puerta principal. La oscuridad es casi total y el frío se cuela por las rendijas de mis ropas. Dejo atrás el cementerio adosado a las murallas del Monasterio, doblo una de sus esquinas y vislumbro la figura menuda y rechoncha del hermano Luis que habla con un seglar ante la puerta de madera envejecida.
Me presento y les hablo de mi amigo Gabriel al que acabo de llamar por el teléfono para que salga del coche y del que podemos vislumbrar su silueta torpe, caminando en zigzag, en un rumbo más intuido que conocido. "aquí, Gabriel!". Al sonido de mi voz afirma el paso y se dirige hacia nosotros.
"este señor es Alberto Nicolás y os llevará hasta la capilla mientras yo me preparo". El hermano Luis ha dicho esto en un tono de voz tan bajo y tan de corrido, que se me hace difícil entender el significado, (mi sordera comienza a ser preocupante) pero el seglar al que se ha referido me toca en el brazo invitándome a un largo recorrido por el interior del edificio.
Alberto se alumbra con una linterna de mano, guiándonos a través de largos y anchos pasillos de piedra. Abre una puerta y giramos a la derecha, una escalera amplia que desemboca en un rellano, del que salimos por otra puerta, que sale a otro pasillo, que desemboca en otra puerta, en un carrusel interminable en el que solo destaca el intensísimo frío reinante entre las gruesas piedras de granito que conforman este colosal edificio.
Llevo las manos en los bolsillos, el cuello del abrigo subido y el sombrero calado hasta las orejas pero siento el frío como agujazos sobre mis piernas y mi cara. Miro de soslayo a Gabriel con la duda de si será o no conveniente que se exponga a estas temperaturas y qué resultados tendrá cuando salgamos de aquí.
Finalmente, Alberto abre una pequeña puerta de madera barnizada en color natural y penetramos en una sala rectangular de unos diez metros por cinco, con algunas luces tenues en los laterales, un organillo simplísimo en una de la esquina opuesta a la de la puerta, unos bancos laterales y otro en el fondo por donde hemos accedido. Por último una mesa muy simple y un Cristo crucificado en el fondo opuesto al de nuestra entrada.
Siento el cerebro entre nebulosas que se disipan lentamente, aclarándome el conocimiento de que me encuentro en la capilla donde celebraremos la Misa. Seis monjes ataviados con hábitos blancos de grueso paño y con capucha, se distribuyen a ambos lados de la capilla, uno mas se encuentra sentado frente al organillo y una monja de avanzadísima edad es la única ocupante del banco del fondo que nos han asignado. En él nos sentamos Alberto, Gabriel y yo mismo, que dejo mi sombrero sobre el asiento entre la monja y yo.
La sala es de una simplicidad absoluta y el ambiente cálido en comparación con la temperatura del resto del edificio. El silencio espeso cohíbe mis movimientos por temor a hacer el menor ruido. Gabriel reprime su tos obligando a sus pulmones a esfuerzos de contención que convulsionan su pecho.
Alberto nos entrega un librito fotocopiado, abierto por una de sus páginas, explicando, en voz inaudible para mí, el destino de dicho librito. Una mirada rápida me confirma que son salmos que se suceden sin lógica aparente, intercalando en sus versos unos signos y números a modo de claves secretas y desconocidas.
Hay algo que no me encaja en todo esto. Un Monasterio tan enorme y una capilla tan pequeña donde no cabremos mas de veinte personas, y eso juntándonos mucho. Comienzo a imaginar que esta Misa será para unas pocas personas entre las que nos han incluido a nosotros y que el resto de la congregación lo hará en otras dependencias donde quepan todos ellos.
Me entretengo en observar las ventanas (que son dobles) y la anchura de los muros que superan el metro y treinta centímetros En un silencio, rasgado tan solo por el siseo de los hábitos al caminar, penetran con parsimonia un grupo de otros cinco frailes que se diferencian de los anteriores en que llevan, encima de su manto de paño blanco, una casulla de color verde oliva y se colocan alrededor del sencillo altar.
Aun estoy intentando comprender lo que ocurre a mi alrededor, observando a los dieciséis (conmigo) presentes cuando comienzan unas notas sencillas en el organillo dando paso a un canto monocorde del salmo que se encuentra en la página que nos habían señalado. Compruebo que Alberto conoce los salmos y el ritmo de los cantos porque los sigue fácilmente al compás de los monjes.
No ha habido ninguna introducción, tan solo hemos comenzado a cantar salmos del Antiguo Testamento que imagino será algo así como un prologo a la propia Misa.
No tengo idea de cuanto durará este prologo ni cuanto durará la Misa. Ellos están tranquilos, solo rezan cantando. La mayoría son de edad avanzada y mantienen los ojos cerrados dándome la impresión de que se han quedado dormidos y en cualquier momento darán un cabezazo o se caerán hacia delante de sus asientos, pero la realidad es que están totalmente concentrados en sus rezos y, aunque vigilo atentamente, ninguno da señales de hacerlo dormido.
De repente me asalta la intranquilidad, he comprendido que este grupo de hombres no tiene prisa en absoluto, que están realizando uno de los actos mas importantes del día y no pretenden aligerarlo.
Miro nervioso y de reojo a Gabriel por si se impacienta pero le veo relajado y participando de los rezos por lo que me evita una preocupación.
Al acabar el primer salmo se ponen en pie y hacen una profunda reverencia en dirección al Cristo crucificado, volviendo a sentarse y guardando silencio durante unos segundos.
Estoy intrigado sobre lo que va a pasar ahora, esperando que dé comienzo la misa tal y como yo la conozco pero vuelve a sonar el organillo y vuelven a cantar otro salmo ensalzando la grandeza del Señor y su eterno poder sobre las criaturas de este mundo. Yo no entiendo mucho de música pero estos cantos me parecen muy rudimentarios. Mantienen el mismo tono constante hasta las dos ultimas silabas en las que, la penúltima baja y la última sube (aquí descubro que los números y signos en los versos son la consigna de subir o bajar), salvo en el ultimo verso que la silaba que sube es la penúltima y la que baja la última.
Nueva reverencia, nuevo silencio y nuevo salmo cantado en total recogimiento. La serenidad se va apoderando de mi mente y mi cuerpo como poseídos por un encantamiento. Es como si los cantos estuvieran exorcizando las enfermedades de mi alma o quizás solo es que me contagio de la paz aparente de los monjes.
No se cuanto tiempo ha transcurrido ni llevo la cuenta de los salmos que se han cantado desde el principio, pero de repente el silencio se ha apoderado del espacio en el que nos encontramos y da lugar al momento sublime de la consagración, que transcurre de forma solemne, silenciosa y hermosa. He presenciado muchas veces a lo largo de mi vida este momento y siempre me ha parecido pura formula, representación teatral sin vida, pero hoy todo es diferente. Acabo de comprender que los cinco monjes que portan la casulla verde son sacerdotes, al verles participar de la consagración del pan y del vino con el sacerdote principal. Cuando el que oficia la misa eleva el cáliz hacia el cielo, los otros cuatro extienden sus manos hacia él como en una transmisión convergente de energía mágica, divina.
Todos los presentes están arrodillados. Es el momento mas importante y su concentración es máxima. Las cabezas agachadas, los ojos cerrados, las manos entrelazadas sobre el pecho y el silencio total. No recuerdo ningún sonido, ninguna orden, ninguna letanía, simplemente estoy presenciando la conversión de un poco de vino y unas ostias en el cuerpo y la sangre de Jesús que será repartida entre los presentes para el perdón de sus pecados.
No recuerdo tampoco en qué momento nos hemos dado la paz de manera dulce y afectuosa. Todo es primitivo y sencillo.
Tras unos instantes después de la comunión, en la que han participado todos menos Gabriel y yo, se vuelven a cantar nuevos salmos, aunque ahora los ritmos son mas elaborados y hermosos. Ya no tengo noción del tiempo ni tampoco me importa el que haya transcurrido. Me siento bien y ni siquiera la tos intermitente de mi amigo me saca de mis ensoñaciones. El organillo para, los libros se recogen en silencio y comienzan a salir los sacerdotes tras de los que se encaminan el resto de los monjes. Las dudas que me asaltan sobre lo que debo hacer en este momento son despejadas con simpatía por el hermano Luis que nos invita amablemente a desayunar en su comedor, hacia donde nos conduce con Alberto Nicolás, y donde nos obsequia con un gran tazón de leche y unas rebanadas de pan artesano.
Alberto es el notario de O Carballinho, joven, alto, simpático y extrovertido me cuenta que esta orden es de clausura y ante mi estupefacción, son solo doce los monjes que la componen. Este año murieron tres de ellos de pura vejez y quizás me encuentre presenciando el final de una era.
Pregunto sorprendido como han podido restaurar este enorme edificio siendo tan pocos y la respuesta me deja alelado "trabajando". "ellos dedican todo su tiempo al trabajo y la oración" trato de entender lo que me dice "supongo que te refieres a que son los dos monjes jóvenes los que trabajan y los otros rezan" "no, los jóvenes son novicios y no les dejan que se distraigan. Para estar convencidos de que dedicaran el resto de su vida a esto, deben concentrarse solo en Dios" "entonces quien trabaja?" "los viejos".
Unos grabados antiguos muestran el estado en que se encontraba el Monasterio en los años cincuenta (1950) y se hace difícil comprender que un puñado de hombres pacíficos, sin ayuda exterior, hayan sido capaces de reconstruir, con enormes piedras de granito, la total ruina expoliada en la que se había convertido el vetusto edificio.
"cuéntame detalles de tu peregrinación a caballo" el hermano Luis ha reaparecido, sentándose frente a mí en la sencilla mesa del comedor "verá usted, hermano, es difícil de explicar. Al principio lo tomé como una actividad lúdica-deportiva, pero poco a poco, y sin que me diese cuenta de lo que estaba pasando, desde el mismo instante en que comencé a organizar la peregrinación, ésta me fue atrapando, imponiendo sus reglas y motivaciones hasta convertirse en una experiencia más espiritual que física" Luis sonríe beatíficamente antes de volver a hablar "es la búsqueda inevitable de la mística" debo haber puesto cara de no comprender bien porque aclara "los seres humanos necesitamos la mística. Unos la buscan a través del sacrificio, otros del deporte, otros la encuentran en la violencia, etc." Me deja sorprendido. No entiendo que tiene que ver la violencia con la mística y sin embargo algo me dice que estoy ante un pensamiento superior, elaborado. Gabriel exclama entusiasmado "claro! Entiendo perfectamente la búsqueda mística en el deporte" (es un deportista consumado) pero yo no tengo claro haber entendido la profundidad del pensamiento del hermano Luis. Mística y violencia son dos conceptos que creía antagónicos, como pueden unirse?
Es duro tener que abandonar el lugar. Es duro tener que alejarse de estas gentes sencillas, amables y cultas pero me esperan desde hace mas de una hora para ver unos trabajos y no tengo más remedio que reemprender las rutinas que proveen mi sustento.
"estas bien, Gabriel?" mi amigo tiene una expresión casi beatífica en su cara "es el viaje de trabajo mas bonito que he realizado en mi vida" "me alegro de que así sea" le contesto con alegría. Estamos rendidos de cansancio y con bastante sueño y sin embargo tengo una sensación de paz interior como hacia mucho tiempo no experimentaba. Miro hacia atrás, mientras me alejo, las enormes paredes grises del monasterio y me despido mentalmente de él con el convencimiento absoluto de que no será la última vez que las visite.
Montellano, 10 de marzo de 2010
Ildefonso Romero Blanco
-Monasterio de Oseira, dígame?
-Buenos días, con quien hablo?
-Con el hermano Luis
-Buenos días, hermano, quizás no me recuerde, soy Ildefonso Romero, el seglar que compartió con Vds. la misa de la mañana del tres de febrero.
-Hombre!, Ildefonso! Como esta Vd.?
-Muy bien, hermano, le llamaba para agradecerles de nuevo la experiencia tan hermosa que me permitieron Vds. vivir aquel día y porque necesito hacerle una pregunta que me tiene desconcertado.
Su voz denota que se ha puesto en alerta, se hace algo mas pausada, mas cauta.
-Dígame entonces
-Verá. Aquel día hizo Vd. alusión a la mística de la violencia y por más que he tratado de desvelar su significado no alcanzo a entenderlo bien. Ha llegado a obsesionarme hasta el punto de que me he atrevido a llamarle para que me lo explique.
Intuyo su sonrisa limpia iluminándole la cara cuando percibo que la voz a adquirido de nuevo el tono jocoso a la vez que humilde.
-Jesucristo dijo "solo alcanzarán el reino de los cielos aquellos que ejerzan la violencia". Su significado es que para alcanzar metas elevadas hay que salir de la comodidad, estar dispuesto al sacrificio. Este es el sentido de la violencia desde el punto de vista de la mística cristiana, pero conceptualmente la "mística", "el misterio" puede ser también la búsqueda del placer hedonista a través de la violencia paranoica o destructiva. El asunto es distinguir entre la violencia ascética y la paranoica, entre la violencia constructiva y la devastadora.
Me he quedado sin habla ante la claridad de los argumentos expuestos de una manera sencilla y segura.
-Hermano, me sorprende Vd. cada día mas. Me pregunto como pueden caber pensamientos tan elevados en un cuerpo tan pequeño! (me permito bromear con este hombre tan generoso y simpático a sabiendas de que contestará de manera ingeniosa)
-Por más pequeño que veas a un hombre, no le metas nunca el dedo en la boca (contesta en franca carcajada)
Celebro su ocurrencia riéndome también.
-No sabe Vd. bien lo mucho que me reconforta hablar con alguien tan culto y documentado.
Es como si estuviera viendo su cara risueña y serena.
-Yo soy la burra de Balam, no es la burra quien habla, es Dios a través de ella. Dios se sirve de la burra para transmitir sus mensajes.
Lo dicho, esta clase de hombres se extinguirán en favor de las rutilantes estrellas de abdominales marcados, senos operados y tabiques nasales destruidos...es esto el progreso de la humanidad?
Montellano 11 de Marzo de 2010
Ildefonso Romero