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Siete de la mañana. ¡Por fin suena el despertador, ya era hora! Esta noche no he parado de despertarme esperando que llegara el momento. Me levanto, miro por la ventana ... ¡No puede ser, vaya forma de nevar! A ver si no voy a poder ir a Zamora ... Si hace dos horas no nevaba ...
En realidad las calles están despejadas. Me doy una buena ducha (¿cuando podrá ser la próxima ...?) repaso todo y me voy directo a la estación de autobuses de Auto-Res. Lo que cae en Madrid es aguanieve cuando sale el autobús, a las nueve de la mañana.
Ochenta kilómetros antes de Zamora la tromba de agua de los últimos kilómetros se convierte en fuerte nevada. Los limpiaparabrisas del autobús no dan abasto. El único punto "delicado" del trayecto es cuando el autobús vuelve a la autovía tras desviarse a Toro para dejar pasajeros. La última rotonda de acceso a la autovía tiene tanta nieve que el conductor no supera los diez kilómetros por hora para tomarla. Pero finalmente llegamos a Zamora sin mayores problemas, simplemente con un ligero retraso. Así que antes de partir me dedico a ponerle con tranquilidad el chubasquero a la mochila, no hay prisa.
La estación de autobuses de Zamora está situada en el norte de la ciudad. Yo hubiera querido bajar a visitar la Plaza Mayor, la Catedral, ¡que sé yo! Cruzar también el puente sobre el río Duero, también en febrero pero del año pasado lo crucé en Puente Duero en el Camino de Madrid con mi buen amigo Paco, así que ... pero la intensa nevada sugería buscar directamente la Avda. de Galicia, vía de salida de la ciudad, y llegar cuanto antes a Montamarta.
En el último bar de Zamora me paro a tomar un vino. Me gusta el contacto con la gente, leer las noticias de los periódicos locales, en fín, cualquier cosa menos iniciar el Camino en una ciudad y abandonarla sin más, por muy malo que sea el tiempo. Así que entro en el bar y todos se paran a mirarme.
Me siento culpable, al quitarme la mochila y el impermeable he dejado el suelo lleno de nieve, todo hecho un asco. Me comentan que una nevada así es muy rara en Zamora, suele nevar alrededor pero nunca en la misma ciudad de Zamora.
Ya me siento mejor, no por el vino en sí sino por el ambiente y la conversación de la gente del bar, y me dirijo hacia Roales de Pan. Son sólo seis km. pero de carretera pura y urbana, con tráfico. Aprovecho para comer en un restaurante en la carretera (hoy no hay menú, pero si eres peregrino ... se hace la excepción) y finalmente sigo hasta Montamarta.
El día antes había tomado la precaución de confirmar en el Ayuntamiento que aquí existe acogida para peregrinos. Y me comentaron que están preparando un albergue pero que le falta el mobiliario así que todavía está cerrado ...
Qué raro, yo tenía anotado algo bastante diferente. Así que llamé también al único hostal del pueblo, el hostal Asturianos. Los sábados es su día de descanso, pero tratándose de un peregrino ... la cosa cambia. Así que me habían asegurado que podría quedarme allí, al precio de 12 euros. No está mal del todo. El hostal está un km. antes del pueblo, junto a la gasolinera.
Así que a mi llegada por la carretera ví el hostal y me acerqué. Llamo ... y nada. Me espero un poco, vuelvo a llamar ... nada ... tampoco contesta nadie. Finalmente me acerco a la gasolinera a preguntar. Que raro, si siempre están allí. Habrán salido a algo, no creo que tarden, me dice. De hecho no está su coche aparcado. Tras esperar media hora, decido irme al pueblo a buscarme la vida, pues no sé si pueden tardar diez minutos o tres horas.
Así que llego al pueblo. En las proximidades de la iglesia recibo el asalto de un ejército de fantasmas, brujas, capitanes pirata y todo lo imaginable, son fechas de Carnaval, pidiendome dinero con ese gesto característico con los dedos. Consigo entrar en la iglesia (estaba abierta) y tras sellar el párroco me indica dónde puedo pernoctar, en unas dependencias anexas al ayuntamiento. Pese a todo me acerco a confirmar con el alcalde, de quien ya sé que todas las tardes juega a las cartas en el bar "El Pescador". Me confirma que eso que ya he visto es todo lo que hay de momento para dormir, aunque pronto habrá un albergue de lujo.
La cena, en el mesón. Tengo hasta el mando a distancia de la tele a mi disposición. Las dos muchachas que atienden la barra también van disfrazadas, de hecho van vestidas iguales, aunque no está claro de qué.
Tras cenar e integrarme un poco en la vida del pueblo, me voy a dormir.
Sigue nevando con fuerza. Lo malo del "albergue" es que no tiene calefacción, ni agua caliente, ni duchas, ni literas. Por no poder no se puede ni cerrar la puerta de la calle, que se queda simplemente ajustada. El punto positivo (que lo es) es que en el piso superior hay suelo de parket.
Por lo demás, me las consigo ingeniar para no pasar nada de frío.
Me levanto cuando ya ha amanecido. Por suerte no nieva, aunque todos los tejados del pueblo se ven blancos. Mientras desayuno en el mesón no paro de mirar con desconfianza hacia el cielo, que se ve blanco turbio.
El Camino hacia Fontanillas de Castro transcurre por campos nevados. Hay que visitar la Ermita Virgen del Castillo, a la salida de Montamarta, se cambia con rapidez de paisajes puesto que combinamos la cola del pantano de Ricobayo por paisajes deliciosos, los campos interminables, las ruinas del castillo de Castrotorafe y finalmente, media hora antes de llegar a Fontanillas de Castro comienza de nuevo a nevar. Pese a todo no hace demasiado frío. Como la iglesia está abierta, que hoy hay misa en un rato, aprovecho para sellar.
Unos minutos antes de llegar a Riego del Camino la nieve se convierte en lluvia persistente. Nada más encontrar la carretera busco a toda prisa el bar para refugiarme y entro dejando un reguerillo de agua por el suelo.
¡Vaya suerte con el tiempo! a ver si comienza a mejorar ya.
Conce (Concepción) es buena gente, le gusta tratar bien a sus clientes, especialmente si son peregrinos. Hacemos buenas migas y finalmente me comenta que no deje de visitar a Jesús, el del bar "El Peregrino" de Granja de Moreruela. Además es quien tiene la llave del albergue.
Tardo mucho más de lo normal en llegar, ya que se me escapa una flecha evidente y voy despistado varios km. que luego debo desandar. De eso se encargan "por las buenas" un par de grandes mastines leoneses, cualquiera no les obedece pero, tras dar la vuelta, finalmente llego, harto de tanta lluvia. El bar está al final del pueblo, en la zona alta. Mientras lo atravieso voy observando que las diferentes flechas permiten tomar el camino por Astorga o por Ourense, es aqui donde se bifurca el Camino. Finalmente accedo al bar. La mujer de Jesús me prepara una buena comida y finalmente me indica donde está el albergue. En la entrada del pueblo. Me quedo maravillado, un albergue fantástico, con buenas duchas con abundante agua caliente, varios radiadores donde acelerar el secado de la ropa.
Es en este punto cuando, al colocar las botas junto a un radiador para que se sequen, compruebo que tienen las suelas muy gastadas, de hecho agujereadas en algunos puntos. Me temo que este es su último Camino, habrá que cuidarlas para que lleguen a Santiago. En caso de necesidad llevo también unas zapatillas de deporte, pero si llueve sirven de muy poco.
En la dependencia de al lado, los domingos se organiza un baile, pero en la práctica al final acuden fundamentalmente los niños, muchos de ellos disfrazados dado las fechas en las que estamos. Para poder acceder deben pagar un euro "los mayores de doce años, excepto los organizadores, el que pone la música y quien cobra las entradas".
Ya por la tarde conozco a Jesús, Se ha jubilado hace un par de meses de su trabajo como alguacil y por eso aprovecha para echarle una mano a su mujer en el bar. Tiene una pared llena de fotos que le han enviado los peregrinos y yo creo que los recuerda a todos.
Tras cenar me confirma que por la mañana abre a las 08:30 por lo que podré subir a desayunar y dejarle la llave.
Las calles están vacías, pero está justificado; al ser domingo están los bares repletos de aficionados al futbol disfrutando (o sufriendo, según el resultado) el partido más interesante del día.
Me despierto por la mañana. No sólo no llueve sino que el día está despejado. Me levanto y pronto estoy dejando la llave y desayunando en el bar "Peregrino" con Jesús, quien se ofrece a indicarme el Camino hacia Tábara. De hecho la visibilidad es tan buena que le permite mostrarme Tábara a lo lejos.
Menos mal que me acompaña hasta indicarme el camino correcto, pues tardo algo así como un par de kilómetros en ver la primera flecha pese a saber cual es la dirección correcta. Inicialmente hay que atravesar un conjunto de campos hasta que veo a lo lejos el río Esla. Hay que bordearlo por una solitaria carretera, después cruzar Puente Quintos ¡¡Grandiosos paisajes, se hace agradable pasear por ellos!! e inmediatamente hay que meterse por estrechos senderillos hasta el mismo borde del río, con cuidado pues el barro está resbaladizo y pisar mal puede suponer un bonito chapuzón. Como contraste a los dos días anteriores, durante un par de horas camino en manga corta, hasta que el camino sale a campo descubierto y hay que abrigarse un poco.
En Foramontanos de Tábara es interesante ver unas curiosas bodegas excavadas en montículos, parecidas a las que también abundan en ciertas zonas de León.
También hay varios bares y en uno de ellos aprovecho para comer. Resulta sorprendente escuchar en la conversación de la mesa de al lado lo abundante que es la fauna de la zona, ya que pese a que mi forma de caminar es relativamente silenciosa no llego a sorprender a ningún animalillo en mi caminar. Ya queda poco para Tábara, fundamentalmente carretera, y pronto llego al pueblo.
El albergue está a las afueras, por la parte de arriba del pueblo. Con la llave que me ha dado el encargado del albergue, quien casualmente me encontró por el pueblo cuando iba con su furgoneta, accedo al interior del mismo. A la derecha, una amplia sala con varias mesas y sillas y una cocina.
De frente, los baños y duchas. Y a la izquierda, las literas. Enciendo la luz y al momento veo movimientos en una de las literas. Una cabeza asoma y baja a saludarme. Es Vicente, un transeunte que está de paso hacia A Coruña.
Las está pasando canutas por el frío que está haciendo. Sin ir más lejos, la noche que yo estuve en Montamarta le tocó dormir al raso en Zamora pues el albergue de Caritas estaba lleno.
Supongo que para dejarme descansar se pone su abrigo y sale a dar una vuelta. Se le ve buena gente. Por mi parte tras la ducha necesaria salgo a dar una vuelta. Es un pueblo bonito, lástima que la iglesia de Santa María está cerrada, me hubiera gustado visitarla. En la plaza hay un monumento al poeta León Felipe, nacido en este pueblo y bautizado en esa misma iglesia.
Seguimos en Carnavales, y los chavales siguen a la caza de cualquier cosa que puedan conseguir de los adultos. Tomando un vino y leyendo el periódico en un bar puedo comprobar que al dueño no le dejan tranquilo ni cinco minutos, les vale cualquier cosa que puedan conseguir.
Como no es posible cenar nada caliente en el pueblo, me toca retroceder camino dando un paseo hasta un hostal a un km. por la carretera. Voy con la idea de volver pronto al albergue, de hecho llego a las nueve y media, pero Vicente ya esta durmiendo. Lástima, me hubiera gustado tener la oportunidad de charlar un poco con él.
Tengo el sueño ligero y tan pronto Vicente se levanta aprovecho también para preparar mis cosas. Le pregunté si se le había ocurrido para ir a A Coruña intentar que le llevara algún camionero gallego desde Benavente, el chico no tiene mala pinta y los camioneros suelen ser buena gente. Pero comenta que allí no se siente bien tratado, que si consigue llegar a Puebla de Sanabria el Ayuntamiento le paga el billete hasta Ourense (se las saben todas).
Aparenta unos 45 años y afirma que es cocinero, que intentará buscar trabajo cuando llegue. Esta que lleva es una vida dura. Finalmente diez minutos más tarde de haberse levantado el peregrino "de verdad", el de los caminos se va, con su bolsa cilíndrica roja de Coca Cola al hombro, mientras el peregrino con Goretex en las botas, la tarjeta Visa en el bolsillo y el coche esperándole en el garaje de casa sigue recogiendo sus cosas.
Salgo finalmente hacia el pueblo para desayunar. Hace un frío tremendo, las manos duelen como consecuencia de la baja temperatura. Así que aprovecho en el bar para abrigarme. Como sabré por la noche, hay a esta hora -7ºC. Los caminos por los que se sale de Tábara están blancos, igual que si hubiese nevado, por la fortísima helada de esta noche.
La señalización, tanto en esta etapa como en todas en general, ni sobra ni falta, por lo que hay que ir muy atento, a veces hay un par de kilometros seguidos sin flechas y puede que vayas perdido o que vayas bien. En este caso atravesamos una zona boscosa, en la que se adivina (pero no se ve) abundante fauna, aqui por lo visto también hay lobos, y finalmente se ve a lo lejos un pueblo en la falda de una colina.
Reviso mis notas. Debería ser Pueblica o Bercianos de Valverde, que están a unos 15 km. de Tábara. Finalmente llego a un cruce de carretera que indica que ese pueblo está en el sentido correcto al frente, a 1,5 km y que es ...
¡¡Villanueva de las Peras!! A la derecha hay un pueblo de la región de Valverde (a 4 km).
Mi intuición me hace seguir recto, a ese pueblo que ni está marcado ni aparece en las guías pero desde el que seguro que se puede llegar a Santa Croya, Santa Marta de Tera o a algún pueblo conocido. Así que voy para allá, me tomo un buen desayuno en el bar (por cierto, ¡¡vaya bocata de jamón¡¡) y me indican que sí, que siguiendo la carretera llegaré a Santa Croya de Tera.
Tampoco parecen demasiado sorprendidos de ver por allí a un peregrino, seguro que no soy el único que se despista y pasa por allí.
Sigo hasta Santa Croya y Santa Marta de Tera (donde por cierto hay un Santiago Peregrino en la parte de atrás de la iglesia, en el cementerio) y visto que por allí no hay donde comer sigo por carretera hasta un hostal que sí tiene Restaurante.
Llego en una hora. Soy consciente de que, por estar a cierta distancia del Camino, de un Camino no habitual y de una época sin demasiados peregrinos siempre habrá alguien sorprendido por mi presencia. Llevo botas con algo de barro, ya seco, pantalones también algo manchados en la parte más cercana al suelo, una camiseta de manga corta y la cazadora en el respaldo de la silla.
La mochila y el bordón quedan colocados donde menos molesten, ni a clientes ni a camareros.
Bien, peregrinos fumadores, este es el primer restaurante que me encuentro donde no podeis fumar. En el Camino me he encontrado algún otro, pero no os preocupeis, ni un solo bar os lo prohibe. Ni siquiera el bar de este restaurante, por el que hay que pasar para acceder a los baños.
Tras terminar de comer, vuelvo al Camino. Está a 1 km. de distancia. No hay más que coger una carretera que cruza el río Tera. El camino va por la otra orilla.
Poco más tarde llego a Calzadilla de Tera. El albergue está en el hogar del pensionista del pueblo. Amigos, los mayores de este pueblo son marchosos, amables, cariñosos, tienen sentido del humor ... me lo he pasado en grande charlando con ellos. El albergue está en la primera planta de su centro de reunión. Ellos tienen calefacción en la planta baja que ocupan (la necesitan) y aunque arriba no la hay, en realidad al peregrino no le hace falta. Ah, y las duchas ... mejor dicho, la ducha ... algo fantástico, es que tiene mampara, con lo que no hay que preocuparse de no mojar el suelo, ni de limpiarlo después. Lo destaco porque es una verdadera excepción en el Camino.
Bien, pues en este pueblo hay un único bar, donde es posible cenar algo.
Pero ... está cerrado por vacaciones. Me da algo de pereza ir hasta Olleros de Tera (2 km.) pero a sólo un km. me comentan que hay otro pueblo, Calzada de Tera. Sí, hay un km, pero no supone mayor esfuerzo que cruzar el río al otro lado. Así que, agarro la linterna y para allá que me voy. Me meto de cabeza en el primer bar que encuentro. Me pido una cerveza y le pregunto a Manolo, el camarero, sobre que posibilidades hay de cenar algo. Pocas, es que aquí no hacemos comidas. Pero en cuanto se entera de que soy peregrino, que vengo "dando un paseo" desde el pueblo de al lado porque allí el bar está de vacaciones, etcetera, etcetera, pues os podeis imaginar: Habla con su mujer, quien se mete de cabeza en la cocina, y marchando un peazo plato combinado lleno de lo más variopinto de su cocina, por cierto todo buenísimo. Invitado a la segunda cerveza, el chupito no me lo cobra ... Me tiene entre algodones, así da gusto.
Parece ser que por aqui se sabe todo. Alguien ha visto a un peregrino salir de Tábara a las 10:30 de la mañana con una bolsa roja al hombro siguiendo el Camino de Santiago. Así que si me encuentro a Vicente no me sorprenderé, pienso.
Vuelvo finalmente a "mi" pueblo. Ah, si no fuera por el frío intenso de la noche hubiera estado mucho más tiempo en el puente, viendo pasar las tranquilas aguas del rio Tera ... Que paz, que a gusto se estaba allí.
Buenas noches.
Me despierto, me arreglo y salgo. Ya sé que no hay bar, pero en Olleros parece que sí lo hay para desayunar. El caso es que me lío y acabo saliendo del pueblo sin desayunar pero con una decena de manzanas pequeñas, de esas de piel arrugada pero jugosas y muy buenas de sabor. Si, ya lo sé, sólo me llevé una decena, el hombre que me las dió me habría llenado la mochila, pero era difícil decirle que ya eran suficientes, que muchas gracias.
Así que con tres o cuatro de esas manzanitas como desayuno me pierdo por los Caminos en busca de la presa de Agavanzal. No es mal momento para hablar del tema de las flechas y la señalización. Porque hasta aqui, faltar flechas, quizás faltan algunas, en algunos cruces, en sitios "conflictivos", pero flechas que sean absurdas o que te envíen hacia sitios equivocados ... aquí si que las hay. Así que OJO con las flechas, hay que caminar con un poco de criterio.
Parece ser que para salir de Olleros hay nada menos que ¡¡Tres!! caminos señalizados diferentes. En el que yo seguí las flechas de repente te hacen dudar. Una señora me indico por donde seguir, aunque en realidad acabé casi perdido campo a través aunque finalmente acerté con el camino correcto por sentido común, aunque seguro que más de uno se ha perdido por ahí.
Ya recuperadas las flechas, en las proximidades del pantano, aparecen al menos dos señales de la Configuración Hidrográfica del Duero (CHD) advirtiendo a caminantes del riesgo de seguir por ese camino, debido a las posibles oscilaciones bruscas en el nivel de las aguas. La primera señal es evitada por las flechas amarillas. La segunda es ignorada y las flechas dirigen justo por ese camino, hacia un punto en teoría peligroso.
Soy prudente pero curioso, y quiero saber hasta donde lleva este despropósito. Sigo las flechas, que se internan por un estrecho sendero lleno de zarzas en un bosque hasta el mismo nivel de las tranquilas aguas que salen de la presa. Así que la señalización sigue, y sigue, y sigue ...
hasta la misma presa. Cuando veo una flecha que te empuja en dirección al agua, a las instalaciones de IBERDROLA y sé seguro que por allí no tiene que ser me canso del juego, remonto por la carretera en dirección opuesta a la indicada por la señalización y cruzo la presa por arriba, retomando la señalización correcta.
Estamos atravesando unos paisajes de gran belleza, que se disfrutan muchísimo, ya que vamos bordeando en todo momento el embalse. Esto es pura tranquilidad, un lugar idílico. Pronto dejamos la compañía del embalse y llegamos a Villar de Farfón, aldea donde comienza "oficialmente" la región de Sanabria y poco más tarde llegamos a Rionegro del Puente. Aqui, en un paso de hormigón muy próximo al puente sobre el río, debo esperar varios minutos viendo pasar un numeroso rebaño formado por varios cientos de ovejas antes de entrar al pueblo.
Desde hace rato nos acompaña a nuestra derecha la imponente presencia del Monte Teleno, cuajado de nieve hasta los bordes. Nos acompañara todo el día de hoy y también mañana. Me acuerdo del amigo Tomás, justo al otro lado, además que según me han contado el monte Irago está hasta las cejas de nieve.
En Rionegro del Puente aprovecho para desayunar, en un bar próximo al imponente Santuario de Nuestra Señora de la Carballeda. Es un pueblo tranquilo, con un encanto especial, y aunque no voy a quedarme por lo visto su albergue es fantástico.
Entre el desayuno y la charla del bar, el caso es que cojo la mochila y pronto ando buscando donde comer. Pronto localizo un restaurante de carretera y me paro. Lo divertido del lugar es que, mientras el dueño se queda un poco sorprendido y hasta parecía incómodo por la presencia de un peregrino, quien le dió guerra fue una señora de una mesa cercana: le hizo cambiarle la ensalada, el vino, y dos veces la carne del segundo plato. Ay, que paciencia tienen que tener a veces los camareros ...
Finalmente sigo hasta Mombuey. Tengo que buscar en el centro del pueblo el hostal Rapiña, propiedad del alcalde del pueblo, para pedir las llaves del albergue. Me indican donde es, y según entro sé que voy a dormir muy, pero que muy bien. Apenas cuatro o cinco literas, un único baño, ¡un radiador! a estas alturas se agradecen, pero no porque pueda hacer frío por la noche, sino para poder secar la ropa, y un montón de colchones de sobra.
Y el caso es que, por muy bien que esté un albergue, siempre tiene alguna "cosilla" que se estropea y nadie arregla, entre otras cosas porque el peregrino no lo dice, con lo cual nadie lo sabe. En este caso está rota la llave que permite que el agua salga por el teléfono de la ducha asi que sólo es posible, y no os riais, ducharse agachado.
Aprovecho para visitar, todavía con luz de día, la magnífica iglesia románica del siglo XII, que además está justo al lado del albergue, antes de dar un largo paseo por el pueblo.
Un vinito leyendo el periódico, la cena y el fútbol por la tele, antes de dormir. Hasta mañana.
Por la mañana, mientras desayuno, le comento al alcalde, que a su vez es el dueño del bar, mis peripecias de la tarde anterior con la ducha. Nos reimos un buen rato con ese tema y me comenta que no, no lo sabía y que lo miraría.
Arreglar eso no cuesta dinero y los que vengan detrás estarán más cómodos.
Se le nota la preocupación por el peregrino.
Durante la etapa de hoy veremos nieve continuamente y la pisaremos con frecuencia. Además, hace frio, parece ser que -6ºC. Y es que, desde poco más adelante de Mombuey (896 mts) tenemos por delante nada más y nada menos que 100 km seguidos por encima de los 900 mts. de altitud, que se dice pronto.
Comenzando por Valdemerilla, tenemos un pueblo tranquilo cada muy pocos kilómetros, la mayoría sin servicios. En determinados momentos cuesta avanzar, por el abundante barro y agua, lo que provoca que para caminar pocos kilómetros se invierta bastante tiempo.
Durante toda la etapa tenemos a la vista dos referencias, la de la autovía de Ourense y la del monte Teleno, cada vez más próximo. Finalmente llego a Asturianos, el pueblo con más servicios en toda la etapa, lo que aprovecho para desayunar en condiciones. La verdad, me tiro casi una hora en el bar que hay junto a la carretera charlando con el dueño, hasta que me doy cuenta de lo tarde que se está haciendo, y finalmente sigo camino.
Ya me habían avisado que se acercaba un temporal de agua y viento, por lo que según me acerco a la Puebla de Sanabria voy comprobando como el cielo va oscureciendo por momentos. También voy comprobando lo bonita que es toda esta zona. Finalmente llego a un punto desde el cual veo a lo lejos, en toda su belleza, una vista de la Puebla. Según mi costumbre, trato de adivinar por donde tendré que cruzar mañana el Padornelo, escudriñando con la mirada entre las oscuras masas nubosas y los montes cargados de nieve. Finalmente me paro a comer un par de km. antes de llegar en un restaurante junto a la carretera.
Cuando paseis por esta zona, si os los ofrecen en el menú, no dejeis de pedir los habones sanabreses. Vienen a ser una especie de fabada asturiana, pero en vez de llevar las típicas fabas astures son más grandes, muy parecidas a los judiones de la Granja (de San Ildefonso).
La camarera es peregrina, hizo el Camino de Santiago hace años y sueña con tener la oportunidad de repetirlo, así que le gusta poder atenderme. Me comenta que en tiempos hubo un hospital de peregrinos en el próximo monasterio de San Martín de Castañeda e incluso aventura que en su opinión el Camino tendría mayor base histórica por allí, cruzando la montaña por la localidad de Porto. Lo que sucede, según comprobé después, es que ese pueblo está rodeado de grandes espesores de nieve, y casi incomunicado con Castilla en esta época.
Comienza a llover cuando me acerco ya a la Puebla de Sanabria. Todavía lo hace con timidez, pero empieza. Se trata de un pueblo muy bonito, muy monumental y con muchos mesones, hostales y bares, aparentemente muy orientado al turismo, y tal como pone en mis notas para buscar el albergue me encamino directo al ayuntamiento, que está justo en la parte más alta del pueblo.
Finalmente en la oficina de Turismo me indican que ya no hay albergue en la Puebla, lo que sí hay es acogida en un convento de religiosas, y me avisa que cobran 6 euros. Eso no supone un problema, por lo que voy directo al convento.
Hasta ahora he dormido siempre en sitios donde podía entrar o salir a mi antojo, con mi propia llave, pero aquí ya sé que no podrá ser así. En un convento hay unas ciertas normas que hay que respetar, y una de ellas es que hay que llamar al timbre siempre que quiera entrar o salir. Me dicen que puedo volver a la hora que quiera siempre que no sea más tarde de las once de la noche (no está mal).
Me abren la puerta y me muestran mi habitación. Este convento fue en tiempos un colegio femenino, así que acogiendo peregrinos pueden complementar sus ingresos. Mi habitación tiene cinco camas y un radiador, y enfrente tengo duchas e incluso un tendedero. Así que me ducho, hago la colada y salgo a dar un paseo por la zona monumental del pueblo.
Como sé que en el interior del imponente castillo hay una biblioteca con ordenadores y acceso a internet, me acerco con la idea de vaciar la memoria de la cámara de fotos y poder echar un ojo al correo. Me encuentro los dos ordenadores ocupados por adolescentes, jugando con verdadera afición al "Pinball" del Windows 2000. Asi que me toca tener paciencia y trato de conseguir que la bibliotecaria les pida que me lo dejen un rato.
Mientras espero, voy hojeando un interesante libro sobre la historia de la región, bueno, con sólo un ojo, el otro anda distraido con los movimientos de las piernas y las caderas de la guapa bibliotecaria, que no para de colocar libros por todas partes.
Finalmente cuando uno de los chavales acaba su partida consigo un hueco en un ordenador, incluso consigo dar un rápido vistazo al correo, y finalmente el estómago me dice que hay que buscar donde cenar. Así que agarro mis trastos y me voy.
Mi intuición me hace acertar con el sitio adecuado. Me meto en uno de esos bares tranquilos, en los que con el tiempo los clientes son más amigos que otra cosa. Lo primero es observar el ambiente, pedir un vinito y hojear la prensa pero con el oído atento y finalmente ya sé donde tengo que buscar conversación. El último cliente de la barra lleva el uniforme de los guardas forestales de Castilla y León y poco más tarde estoy charlando animadamente con él y con su cuñado, sargento de la Guardia Civil, de cual es la mejor forma de subir al Padornelo en invierno y con tormenta de agua y quizás nieve.
El guarda es el responsable de los forestales de toda la provincia de Zamora y parece conocer ese monte mejor que el salón de su casa. Sin pensarlo me sugiere que hasta Requejo puedo ir por caminos y desde allí que no lo dude, carretera y hasta el puerto. Que no tengo que tener ningún problema, pero eso sí, con precauciones en todo momento.
O sea, que me han confirmado mi opinión inicial. En Requejo es donde la carretera empieza a subir el puerto. Posteriormente la dueña del bar me prepara una buena cena, le gusta atender a peregrinos, incluso lo hace con aquellos que no tienen dinero para pagar, pero claro, se queja de que luego están los que abusan, como en todo.
Finalmente me vuelvo al albergue. Son las diez y media, creo que no es bueno abusar de la hora que me han propuesto. Según llego oigo la música del coro, que sale del interior del convento. Cuando me abren la puerta me acerco a escuchar los ensayos. El coro del pueblo está invitado a cantar en la Semana Santa de Valladolid, así que están intensificando los ensayos. Cuando entro se acercan varias personas a saludarme; la cartera, que me vió en Entrepeñas y en Asturianos, una de las monjas del convento, también está el sargento de la guardia civil cuñado del guarda forestal ... en el ensayo se combinan momentos de ensayar una nota concreta con otros de cantar la pieza entera, una verdadera delicia para los oídos.
Y como no puede ser menos, siempre hay alguno que sólo puede venir trayendose al niño. En este caso es una niña de unos cinco años, que rápidamente me hace participar en su dibujo con sus pinturas.
Finalmente, a la cama. Mañana toca un día duro.
Según mi costumbre, me levanto sin despertador. Llueve mansamente, y no parece tener intención de parar. Me como un par de manzanas, preparo mi mochila y me despido de las monjas.
No tengo demasiado claro por donde se retoma el camino, pero finalmente acierto con él. Primero por una carretera sin tráfico y luego por un caminillo, que nos lleva en paralelo a un tranquilo riachuelo, y que se va acercando poco a poco a la carretera.
Hasta Terroso, un par de kilómetros antes de Requejo, casi no llueve, pero de repente comienza a caer un buen chaparrón. Así que me cuesta llegar hasta el último bar de Requejo habiendo pasado otros abiertos, pero los consejos están para ser seguidos. Llevo 11,5 km. y me faltan otros tantos hasta el alto del Padornelo, según mis notas. Pero todo el mundo me dice que no, que hasta arriba hay solo unos 7 km.
No hace demasiado frío, he pasado un termometro digital de esos junto a la carretera que marca +4ºC.
Me tomo un buen desayuno y tanteo la opinión de una pareja de guardia civiles que están tomando café sobre como estará la carretera. Que no me preocupe y que tenga cuidado. He conseguido lo que quería, pues más tarde les veré subir y después bajar con el coche patrulla. Cuando acabo me lanzo a la carretera. Como la mochila y el goretex de la chaqueta escupen el agua sin dificultad, uno sólo es consciente de lo mucho que está lloviendo cuando mira directamente al chaparrón a través de algo oscuro, como la montaña. No hay tráfico, así que se sube bien por el arcén izquierdo.
Cada vez hay más nieve en los bordes de la carretera y en las montañas que van apareciendo a mi altura. Eso me indica cuanto se va subiendo, puesto que no es una carretera especialmente empinada, es cómoda para caminar. Lo que pasa es que hay dos lugares, a punto de llegar al puerto, que se pueden considerar peligrosos para el caminante en esta época (y con este tiempo):
El primero es un viaducto, de unos 350 mts. de largo, que hace una ligera curva a la izquierda. Salva una caída al valle de varias decenas de metros.
Debido a que precisamente está a una cierta altura sobre ese valle, el viento sopla fuerte y racheado, así que aunque a ambos lados haya los habituales quitamiedos está claro que no hay que ir por el arcén en ningún caso. Tampoco es prudente ir por el medio de la carretera, puesto que puede venir un coche. Así que la solución, durante los cinco minutos que cuesta cruzar el viaducto, es caminar por el carril izquierdo, con los cinco sentidos muy atentos a los posibles cambios del viento y al posible tráfico rodado.
El segundo es un túnel, poco más adelante. Lo esperaba con expectación, puesto que alcanzarlo supone que sólo falta un km. para el alto. Me habían comentado que tenía una longitud de 450 mts y aceras anchas por las que caminar. Así que yo suponía que podría descansar de lluvia y caminar tranquilo. ¡Que vá! ¡Atravesar el tunel se las trae! Y es que para empezar, en el interior del tunel sopla un viento muy fuerte, sobre todo sopla helado, a bajísima temperatura. Además, cuando llueve, empuja el agua a su interior, donde se congela, provocando que las aceras sean verdaderas pistas de patinaje, un auténtico peligro. Pero además, sobre todo en las aceras hay unos enormes bloques de hielo, de un palmo de grosor por un palmo y medio de largo, desprendidos de las paredes del tunel. No sé porqué, pero el caso es que están ahí.
Hay suerte y aqui tampoco pasa ningún coche. Al otro lado del tunel el paisaje ha cambiado. Está todo blanco, un verdadero paisaje invernal. A la derecha hay cuatro camiones quitanieves preparados para cualquier contingencia. Cruzo el puente sobre la autovía y finalmente llego a Padornelo. Según camino veo el bar, junto a la carretera. Me meto y me recibe un hombre de unos cincuenta años, a quien le pregunto, ya frente a un vinito:
- ¿Verdad que tu tienes un hermano que trabaja como guarda forestal en la Puebla?
- Si, ¿como lo sabes?
- Porque ayer estuve tomándome unos vinitos con él y con su cuñado.
Lo que pasa es que él no prepara comidas, por lo que sigo hasta el restaurante junto a la gasolinera, un poco más abajo. Allí descanso, me seco, vuelvo a pedir los habones sanabreses del menú y como no, un buen chupito de orujo tras el café.
Desde aqui, suave descenso por carretera, más largo que por camino pero más cómodo teniendo en cuenta que no ha parado de llover en todo el día. Voy pasando algunas aldeas, grupos de abuelos paseando cubriéndose con grandes paraguas, hasta que finalmente llego a Lubián. Este es un pueblo bonito, se disfruta pasear por sus calles. Lo que pasa es que no se ve a nadie, es lógico con la que está cayendo. Finalmente encuentro a una señora, a quien le pregunto que dónde puedo conseguir la llave del albergue de peregrinos.
Me indica que no sabe si la voy a poder conseguir puesto que la casa en la que custodian la llave están de funeral. En cualquier caso me indica donde está el bar.
El bar lo atiende Javi, un chaval majete y muy agradable. Me indica donde está la casa donde conseguir la llave y también me comenta que están de funeral. Finalmente llego a la casa. Le doy el pésame a la mujer que me atiende, quien me comenta que es una tía de su marido, bastante mayor, de 92 años, que ya llevaba bastante tiempo muy delicada. Finalmente me da la llave y me indica como llegar al albergue.
La humedad ha hecho estragos en la zona de la entrada pero por lo demás el albergue está muy bien, tiene todo lo necesario para pasar la noche. Hay un radiador, que utilizo para secar la colada. Por supuesto, para calentar el albergue, igual que en todos los albergues por los que he pasado, es insuficiente, imaginaros un edificio aislado a las afueras del pueblo sin habitar en todo el invierno menos alguna noche suelta lo que puede costar caldearlo con un pequeño radiador eléctrico. Pero cumple con su función que es secar la ropa. Otro punto que hay que preparar bien es la salida de la ducha, pues el agua sale abundante y calentita pero en cuanto cierras el grifo te quedas frío enseguida. Pero si todo está bien preparado, toalla, ropa, radiador, etc, en pocos minutos has entrado en calor y estás vestido.
Visto todo lo que ha llovido, aprovecho para examinar mis pertenencias. Me ha entrado agua hasta en el saco de dormir, por lo que aprovecho el radiador para secarlo y alguna otra cosa que también se ha mojado. Finalmente, cojo la linterna (para la vuelta) y me voy a dar un paseo (el destino final es el bar, no hay otro sitio donde ir). Javi anda jugando al domino con dos clientes, hay otros dos jugando a las cartas, matando el tiempo. Yo me tomo una cervecita, me leo el periódico y poco más tarde Javi me prepara la cena.
Finalmente, a la cama. Mañana toca entrar en Galicia.
Llueve con fuerza. Por la ventana del baño se observa la montaña de enfrente, aparentemente sin tanta nieve como el día anterior. Así que miro en la cámara de fotos la que hice desde ese mismo sitio y comparo.
Efectivamente, el día anterior el cortafuegos estaba blanco y ahora no. Hay mucha menos nieve.
Eso quiere decir que no ha parado de llover en toda la noche, que la lluvia ha deshecho la nieve y que los caminos estarán llenos de agua.
Javi me avisó que el bar no iba a abrir pronto, tiene otros negocios que atender y el bar lo abre más tarde. Así que me como unas manzanas y salgo con la intención de no perderme el Santuario de la Virgen de Tuiza, bajo los pilares de la autovía. Es espectacular, pero como no es posible guarecerse de la lluvia ni siquiera tratando de situarme debajo de la autovía opto por hacerle una foto y seguir.
El camino se bifurca hacia la izquierda, en dirección al valle. Yo prefiero seguir por la empinada rampa en busca de la carretera. Al llegar arriba cometo un error, y es que sólo veo el desvio para tomar la autovía pero parece que no me doy cuenta de que también es posible coger la misma carretera tranquila que estuve siguiendo ayer. Así que, para elegir entre autovía con tráfico intenso, mucha lluvia y escasa visibilidad frente a camino está claro, camino. Vuelvo a bajar, dudo un momento pero finalmente me interno en el monte.
Señores, que quede claro, meterse en un camino como ese en estas condiciones, en invierno, con mucha nieve, con mal tiempo y en solitario puede ser una temeridad si no se tiene experiencia en el monte. Hay que llevar los cinco sentidos alerta en todo momento y mirar donde se pisa en cada paso. Evitar mojarse (eso es imposible, pero hay que intentarlo) y estar muy seguro de que se lleva la dirección correcta. Imprescindible llevar móvil seco y con batería. Y hay que tratar de tener referencia visual del destino y de algo más, como la autovia en este caso.
Desde el primer momento el camino es un río descendente de agua de lluvía y deshielo por el que hay que subir. Hay muchos momentos en los que hay que buscar con calma donde apoyar cada pie. Mojarnos nos mojaremos pero cuanto menos mejor. Cada flecha amarilla que encuentras supone un motivo de alegria, vas en la dirección correcta.
Hay momentos en que el agua forma un torrente que baja directo al fondo del valle y que hay que cruzar. El primero que encuentro es el más complicado, porque todavía no hemos subido demasiado, porque el volumen de agua que ha acumulado más arriba y arrastra es mayor.
Es un torrente que cruza el camino con algo mas de un metro de ancho. Está claro que no se puede saltar, y menos con mochila. Además baja con mucha furia, no parece capaz de arrastrarte pero si de empaparte. Tiene una profundidad de medio palmo.
Trato de subir un poco, buscando el lugar adecuado para cruzar. Hay bastante nieve, y ramas de arboles debajo, así que cuesta subir. De repente, piso mal y me caigo, de repente me veo resbalando hacia el rio. Reacciono rápido, suelto el bordón y hundo las manos en la nieve, agarrándome a sendas ramas de árboles. Consigo frenar mi caida antes de llegar al agua, menos mal.
Poco a poco y extremando las precauciones, me incorporo, recupero el bordón y localizo finalmente el lugar adecuado para cruzar. En un punto se estrecha hasta medio metro, hay desde donde saltar y también donde caer al otro lado.
Además, al lado hay un arbol al que abrazarse al aterrizar. Así que paso sin problemas y poco más tarde sigo por el camino.
De repente la tromba de agua se convierte en fuerte nevada, lo que al menos para mí es bueno, se camina mejor nevando que con tanta lluvia.
Unas huellas que me preceden me facilitan encontrar donde pisar durante buena parte de la subida. Es difícil saber de qué son, en momentos puede que de lobo, en otros quizá de ciervo, de hecho no parecen las mismas en diferentes momentos, pero el caso es que pisando sobre ellas se avanza mejor.
Atravieso un par de torrentes más, pero cada vez con menos caudal. Cada vez está más claro donde está el puerto, cada vez es más fácil apreciar detalles de la cima, cada vez hay menos arboles, más nieve.
Finalmente alcanzo el puerto. Hace un frío que pela, sobra un viento helado desde la Galicia a la que debo descender. Las flechas indican el descenso por el monte de nuevo, pero ahora que estoy en la carretera bajaré por ella.
He tardado unas tres horas en subir unos 7,5 km, el doble que si hubiera subido por la carretera. Así que me paro, vacío de un trago mi botella de agua de medio litro y comienzo el descenso. Pronto deja de nevar y comienza de nuevo a llover, pero lo suficientemente poco para que no resulte molesto.
Me paro a desayunar en el Porta Galega, junto a la carretera. Lo peor de la etapa ya ha pasado y me merezco un descanso. Como al del bar no se le ve ningún interés en charlar me como mi bocata y me voy.
En un restaurante de A Mezquita me paro a comer. Estoy haciendo todas las comidas y las cenas con "formato menú", el desgaste físico es grande y hay que reponer fuerzas al mismo tiempo que se descansa.
Finalmente llego a A Gudiña. Pronto encuentro el albergue. Estoy animado, desde aquí todos los albergues ganarán en comodidades. No es que sean necesarias pero tampoco se desprecian, visto como está el tiempo. Hay un teléfono de protección civil en la puerta para pedir la llave y en menos de cinco minutos (¿como es posible tanta rapidez?) aparece la chica con la llave, todo amabilidad. Buenas duchas, un montón de radiadores y todas las literas para mí.
También hay un punto de acceso a internet, pero está estropeado. Le pregunto que qué le pasa, igual puedo arreglarlo (y de paso conectarme, of course) pero ella, como es lógico prefiere que ningún peregrino lo toque. Ya llamarán a quien sea.
Vuelvo a examinar mis cosas. El saco vuelve a estar mojado, por lo que además de secarlo ideo una forma para evitarlo en días sucesivos. Llevo documentación que directamente hay que tirar a la basura. Menos mal que no me traje el libro "Ruta del Camino Fonseca" que me prestó el bueno de Alex, quien por cierto me llama casi todos los días, seguro que habría acabado empapado. Hasta el rollo de papel higiénico que llevo está para tirar. Me ha hecho un buen servicio, hay muchos albergues con unos baños maravillosos pero sin papel.
Finalmente termino de resolver mi intendencia doméstica y me voy al bar a tomar un vinito y a leer la prensa. Soy las siete y cuarto de la tarde. No considero necesario llevarme la linterna, el albergue está dentro del pueblo, ¿para qué la quiero?.
Bueno, en TODOS los bares de las zonas rurales hay unas características comunes, a saber: En todos se permite fumar, en todos hay prensa local, y en todos se ven absolutamente todos los partidos de futbol que dén por la tele, o al menos los partidos del Real Madrid o del Barcelona. Y hoy, a las ocho, hay partido del Madrid y a las diez, partido del Barcelona. Así que el bar se llenará de parroquianos con ganas de futbol.
Así que diez minutos antes de las ocho el bar se llena y pronto comienza el futbol. Claro, nadie mira hacia la calle sino hacia el televisor hasta que alguien se percata del viento huracanado que sopla, que hace estremecerse los cristales. De repente nos quedamos todos viendo la fuerte nevada que está cayendo. Pero con el viento que hay es imposible que cuaje, según el copo de nieve toca el suelo el viento lo arrastra.
De repente se va la luz. Hay varios intentos por parte de la compañía eléctrica por recuperarla pero antes de las nueve de la noche se va definitivamente. La dueña del bar nos prepara a toda velocidad la cena a mí y a una pareja que está alojada en su hostal, ya que la cocina también es eléctrica, como los radiadores, todo eléctrico. Fuera, sopla el vendaval, golpea los cristales, arrastra de todo por la calle y de vez en cuando se ven pasar los faros de algún coche, iluminando la furiosa nevada.
La pareja y yo seguimos cenando tranquilamente. Podemos ver lo que comemos con las baterias de emergencia, pero está claro que no van a ser eternas.
Cuando terminan de cenar, la mujer sube con la pareja para darles más mantas por si no vuelve la luz, ya que la calefacción también es eléctrica. Cuando baja, me quedo un poco con ella, se la ve asustada.
Para un coche en la entrada, que ilumina el exterior hasta que apaga las luces. Entra el muchacho que lo conduce y pregunta que si hay una habitación libre para esta noche. La señora le contesta que si la hay, pero que sin saber cuando volverá la luz no puede garantizarle que vaya a tener calefacción por la noche. Le sugiere que busque alojamiento en un pueblo que sí tenga electricidad.
El siguiente coche que se detiene es un BMW nuevecito. Lo conduce un chico joven (y digamos que "pijo") y le acompaña una chica latina que lleva un vestido de noche, escotado, con una simple piel por encima, que queda bonito pero no abriga, y zapatitos de tacón fino. Que la niña quiere ver la nieve, que no la ha visto nunca, que por donde se va a la estación de Manzaneda (la carretera lleva tres días medio cortada). El desvío se coge por la carretera que lleva al albergue, pero son nada menos que ochenta y cuatro kilómetros, que con este tiempecito son una ruleta rusa. Así que les convencemos de que no hagan locuras y lo dejen para otro día. Sí, hay habitación, pero lo que no hay es luz, ni calefacción, hasta que vuelva, que no sabemos cuando será.
Finalmente se van a buscar habitación a otro pueblo. Por mi parte, viendo que no vuelve la luz, también me despido y me voy.
El viento sopla con tal fuerza que me arrastra por la calle. Hay unos trescientos metros hasta el albergue. Para avanzar debo pegarme a la fila de casas, aprovechar sus irregularidades para refugiarme del viento, esperar que no venga ningún coche y finalmente me decido a intentar cruzar la calle.
El viento me empuja de un lado al otro, pero tras una dura pugna consigo alcanzar las casas del otro lado. Ahora es más fácil avanzar, pegándome de nuevo a las casas y pocos minutos más tarde, llego al albergue. Me ha costado casi un cuarto de hora. ¿Quien dijo que no iba a necesitar la linterna?
Las baterías de emergencia me permiten recolocar en los radiadores la ropa que se está secando, a la espera de que vuelvan a calentarse. Trato de poner la radio pero sólo sintonizo las emisoras de la vecina Portugal. Visto que seguimos a oscuras, y que las baterías se van agotando de una en una, me acuesto y me pongo a dormir.
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Me despierto a las dos y pico de la mañana. Los radiadores calientan, o sea que ya hay luz. Aprovecho para recargar la batería del móvil, mañana puede hacerme falta, y para volver a revisar la ropa que se está secando.
Me despierto mucho más tarde de lo habitual, a las nueve y media. Así que no tengo tiempo que perder. Miro por la ventana. Hay una ligera capa de nieve cubriéndolo todo y el cielo tiene un color azul intenso. El viento sigue soplando con fuerza.
Me voy al baño, a lavarme la cara, los dientes, en fin, para lo que hacemos todos los días por las mañanas, y en menos de diez minutos estoy de vuelta.
Casualmente vuelvo a mirar por la ventana ... el cielo está casi negro y está nevando ligeramente. Y el viento sigue aullando. ¿Cómo ha podido cambiar el panorama tan rápido? Hummm ...
Veamos: Tenemos por delante una etapa de 35 km. hasta Laza. En Campobecerros hay un hostal, pero yo en ese momento todavía no lo sé. Toda la etapa transcurre a una altitud considerable y con fuerte exposición al viento. Se camina por el cordal de los montes, según me han contado con caídas pronunciadas a ambos lados y ese viento racheado puede ser peligroso. Voy sólo, es invierno y hay un temporal de narices. Estoy preparado contra el frío, la lluvia y la nieve pero no contra vendavales como el de anoche. Si me pasa algo no se va a enterar nadie. Asi que ...
Meto todo eso en una coctelera y el resultado es que me quedo en A Gudiña.
Es una decisión criticable, pero para eso prepara uno las etapas del camino, para tomar decisiones en caliente sin dudar. Y lo malo es que, como a mi jefe le importan tres pepinos las tormentas y circunstancias del Camino, no puedo volver a la oficina un día más tarde con esa excusa. Así que, pese a que llevo un día de margen, en ese momento creo conveniente recuperar un día sin caminar.
Pronto averiguo que hay un tren a las seis y media que me deja en Laza veinticinco minutos más tarde. La estación de A Gudiña está justo al lado del albergue. Así que dejo mis cosas preparadas y dedico el día a pasear por A Gudiña y a la despreocupada conversación con los vecinos en los bares, que eso también es Camino.
A menudo me siento culpable por no haber salido esa mañana. El viento ya no parece tan fuerte. Ha lucido el sol por la mañana y sólo a partir de mediodía se vuelve a cubrir el cielo y caen nevadas cortas que no duran más de media hora cada una. Finalmente me acerco al albergue por la mochila y me voy a la estación de tren. La verdad, si hubiera vuelto a pensar en ello me habría quedado a dormir para caminar la etapa al día siguiente. Pero quizá me centré demasiado en el horario del tren y no le dí más vueltas. Que le vamos a hacer.
El andén de la estación está lleno de adolescentes que vuelven a su casa en Ourense. No olvidemos que es domingo. Van charlando o repasando los apuntes del instituto.
El trayecto del ferrocarril muestra unos paisajes de gran belleza. Durante unos minutos nos acompaña el embalse das Portas, junto a unos montes que parecen no acabarse. El tren atraviesa un sinfín de túneles. Finalmente llego a mi parada y me bajo.
Soy el único viajero que baja del tren. La estación de Laza-Cerdedelo está situada al fondo de un valle, en medio del monte, en medio de la nada. Me dijo el vendedor de billetes de A Gudiña que desde la estación hasta Laza había un total de cuatro o cinco kilómetros. Lo que pasa es que en realidad son ¡¡once!! los kilómetros que me quedan de carretera estrecha y sinuosa, según una señal de tráfico. ¿y ahora que hago? son las siete de la tarde y empieza a oscurecer.
A lo lejos se acerca un coche. Su conductor no lo sabe aún, pero si puedo haré que me acerque a Laza. Le pido que pare y tras unos breves minutos de conversación se baja del coche y me ayuda a guardar el bordón y la mochila.
Y es que buena gente hay por todas partes ...
Atravesamos unos paisajes de ensueño, por el fondo del valle, rodeados de escarpadas alturas. La carretera se ciñe a la montaña en todo momento.
Lástima de algunos incendios que debió haber por aquí hace algunos años.
Finalmente a lo lejos se ve el pueblo. Es tan amable que me deja en la misma puerta del albergue. No acepta mi propuesta de que le invite a un cafe como agradecimiento, ¡que menos!, comenta que ya habrá oportunidad otro día de que le devuelva el favor.
Hay mucha actividad en el albergue. Los de protección civil están allí, aunque están a punto de irse. Me atiende una muchacha que avisa a un compañero para que traiga una llave para un peregrino que acaba de llegar "en coche". Que vergüenza, es la primera vez en mi vida que me salto una etapa del Camino por medios "motorizados". Y espero que la última.
Finalmente me quedo sólo en el albergue. Tiene un diseño bonito y está bien atendido. Para cenar me busco un bar próximo que me indican los de Protección Civil, un bar que curiosamente no tiene clientes en ningún momento, que raro, ¿verdad? y finalmente, en el albergue, me tumbo comodamente en un sofá viendo ¡¡la tele!! y es que hay un pequeño televisor, que por una vez y sin que sirva de precedente se agradece.
Me despierto por la mañana, recojo mis cosas y me voy. Hace un buen día, ideal para la subida a Alberguería. Me paro a desayunar en uno de los últimos bares de Laza y tras unos primeros kilómetros de "calentar piernas" pronto comienzo la subida desde Tamicelas. Hace un día muy bueno, con un sol agradable, y pronto debo quitarme ropa de abrigo. Al principio el camino atraviesa un pinar, repleto por cierto de ramas atravesadas y algún árbol caído por los últimos vendavales y luego sube, sube y no para de subir, en línea recta, y dejando el valle a nuestras espaldas con unas vistas fantásticas. A la derecha nos acompañan unos montes repletos de nieve.
Tras acabar la dura subida se llega por una carreterilla local a Alberguería. Esta es la misma carretera que venía desde Laza. Es un pueblo tranquilo. Aqui es obligada la parada en el "Rincón del Peregrino", el bar de Luis, quien acoge al peregrino de tal forma que su local es un espectáculo en sí mismo y lugar de visita obligatoria. Todo el techo está cubierto de conchas, cada una con el nombre y la fecha de cada peregrino que ha pasado por allí. Consigo localizar las conchas con nombres de varios amigos, reales o virtuales: Lola y Luis, Resentido, Gurú, "comando Barcino" ... Mi concha queda en la misma puerta, a la altura de la vista, a mano derecha. Tras redesayunar y un buen rato de charla, vuelvo al Camino, puesto que se va haciendo tarde y queda mucha etapa por delante.
En Vilar do Barrio, donde por cierto me han comentado que hay un albergue "cinco estrellas", aprovecho para comer. Entre otros motivos porque más adelante no voy a tener donde hacerlo. Finalmente llego a Xunqueira de Ambía. Son las seis de la tarde y el albergue está situado 500 metros antes del pueblo, junto al pabellón deportivo de la localidad. En su entrada, un cartel pegado en el cristal indicando que las llaves hay que recogerlas en el bar "Retiro". Pues vaya, toca ir al pueblo y luego regresar con las llaves. Tengo la tentación de dejar la mochila en la puerta, pero me la llevo, menudo problemón tendría si le pasa algo. Además, mientras camino, la norma es que donde voy yo van también mi mochila y mi bordón.
Llego al pueblo, que por cierto es muy bonito y monumental, con su magnífico monasterio de Santa María la Real, y me cuesta encontrar el bar pues está escondido en una callejuela paralela a la carretera. Entro en el interior.
La barra del bar está vacía, pero más adentro hay cuatro personas jugando a las cartas. Nadie me hace caso y tras un rato la señora me dice, en un tono poco amable, que me espere a que terminen la partida. Bueno, es increible, ya sé en que bar del pueblo no les interesa que me deje ni un euro.
Finalmente me da la llave y me indica que por la mañana abren a las nueve, que si me voy a ir antes de esa hora puedo dejar la llave en el macetero de la ventana.
Llego al albergue de vuelta a las siete menos cuarto. Es decir, que con la tontería de la llave he perdido nada menos que tres cuartos de hora.
El albergue da la sensación de que han intentado que fuera bonito, de estructura moderna, pero la verdad es que no lo han conseguido. Eso sí, todo para mí, como ya es costumbre. Hay un radicasette, ¿un radiocasette? ¿Que hace un radicasette en un albergue? y revistas, también propaganda que puede ser útil para el peregrino, un radiador. Bueno, toca instalarse, que se va haciendo tarde.
Tras la ducha y colada, bajo al pueblo. Es agradable pasear por sus calles, aunque ya se hace de noche. Así que localizo un bar, donde la agradable muchacha que lo atiende me hará una buena cena.
Cuando me despierto, observo que llueve. Me ha tocado la "china" con el tiempo, en todas partes dicen que no ha llovido en todo el invierno. Además, según cojo un periódico la noticia es que los pantanos gallegos se han recuperado de la sequía invernal gracias a las intensas lluvias de los últimos días. En fín.
Cuando llego al bar "Retiro" acaban de abrir, pero hago como que no me doy cuenta y dejo la llave en la maceta, como me han comentado, y me voy a otro sitio a desayunar.
Este día transcurre en todo momento, salvo honrosas excepciones, por carreteras, más o menos urbanas, repletas de tiendas y bares. Se huele la proximidad de Ourense.
Tras pasar varios pueblos llegamos finalmente a un polígono industrial. Algo así como el que sirve de acceso a Porriño en el Camino Portugués, pero con la diferencia de que aqui te preguntas varias veces si llevas la dirección correcta. Muchos camiones, un tráfico intenso y encima con lluvia.
Y es que hay cosas que solo nos pasan a Mortadelo y Filemón y a mí. Según voy caminando por una plaza, buscando con la mirada la flecha que me indicara la dirección a seguir, de repente oigo a un tipo que me dice:
- ¡No sigas! ¡Cuidado!
Y sin tiempo a reaccionar me doy cuenta, ¡¡Plof, Plof, Plof!! ¡Estoy caminando por cemento húmedo! Me salgo cuanto antes, pero ya he metido ambas botas en el cemento. Menos mal que debía estar reciente, la mayoría saldrá rápido, y más lloviendo.
Para llegar a Ourense hay que descender mucho, por lo que en todo momento tenemos una panorámica de la ciudad. Estás entrando en Seixalbo y crees que ya estás en Ourense. Aunque finalmente dejas de tener dudas y te dedicas a buscar el albergue.
Es mediodía, casi prefiero comer primero e ir a ducharme después, suelo tardar bastante en esas cosas y con el estomago no se juega. Me resulta difícil encontrar un sitio donde me sirvan un menú, cualquiera diría que pido algo raro. Y después me dirijo a buscar el Convento de San Francisco, que ofrece hospitalidad al peregrino.
Bien, pues el albergue tiene hospitalero permanente. Angel está jubilado y dedica la mayor parte de su tiempo libre al Camino. Ha implantado unas normas bastante estrictas, comprensibles cuando es época de muchos peregrinos y también cuando hay pocos, pero cuando uno lleva todo el camino durmiendo completamente solo le chocan un poco. Pero son las normas que hay y hay que aceptarlas.
Así que tras arreglarme y hacer la colada, charlamos un poco sobre muchas cosas, el Camino, amigos comunes, etc, y finalmente me voy a visitar Ourense. Visito el casco antiguo, con un estilo ya marcadamente gallego, la Catedral, donde consigo que me sellen, y las termas, con abundantes chorros de agua a considerable temperatura. En realidad al final estoy haciendo tiempo, ceno cualquier cosa y finalmente regreso al albergue. Santiago queda ya cerca.