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Edición 2015
Las buenas experiencias se revalorizan con el tiempo y esto es lo que ha ocurrido con nuestro Camino de Santiago de 1997. Este blog es una reedición de la página web que editamos y actualizamos dia a día mientras avanzábamos en el Camino, en un momento en que Internet aún balbuceaba. Con el tiempo el servicio de hosting que la alojaba desapareció... pero no la marca que dejó en nosotros, que ahora rememoramos 18 años más tarde.
Edición 1997
Durante cientos de años, millones de personas han recorrido el Camino de Santiago en busca de algo. Muchos por fe, otros buscando perdón, algunos redimiendo un castigo del Santo Oficio y otros, cómo no, en busca de incautos, dinero o aventura.
Nosotros no tenemos ninguna razón concreta para ir y no sabemos si buscamos algo, aunque estamos seguros de que algo encontraremos.
A partir del 5 de Agosto de 1997, transmitiremos cada día una crónica de nuestro viaje.
Los protagonistas (izda-dcha):
Victor Valdés López
Javier Valdés Quirós
Juan José Matesanz Gómez
Aunque todo el día hizo un sol maravilloso y sin rastro de nubes, en el momento de acudir a la estación de Atocha para tomar el tren a Zaragoza se desató una tormenta de mil demonios. La cosa no tendría más importancia sino fuera porque en la baca del coche iba una de las bicicletas desmontada y cubierta por unos artísticos cartones que pretendían darle una apariencia de maleta.
Aunque en pocos minutos cayeron montones de litros de agua, los cartones llegaron prácticamente intactos. Maravillas de la industria papelera moderna... o de la aerodinámica.
El transporte desde el aparcamiento de Atocha hasta el tren tiene también su mérito, sobre todo teniendo en cuenta que el nuestro era el último vagón del convoy y que el Talgo es mucho más largo de lo que uno piensa desde casa.
Bonito asunto fue también el del "arranche" que en marinero viene a ser "colocar las mercancias y pertrechos a bordo". Aunque pretendíamos ir por lo fácil y dejar las tres bicicletas amontonadas a la puerta del vagón, el señor revisor -muy amablemente- nos indicó que no era posible. Nunca hubiéramos imaginado que en los portamaletas de un tren podian entrar tres bicicletas enteras y verdaderas.
Las gentes del vagón, aunque probablemente tenían motivos para sentirse molestos (venían durmiendo) no sólo no protestaron sino que alguno echó una mano moviendo sus equipajes. Al final nos acomodamos sin problemas, aunque con sudor y algunos nervios.
Descendimos el Puerto de Somport, como si el diablo corriera detrás de nosotros. Pronto abandonamos la carretera para seguir el camino verdadero, aunque hubieramos deseado no haberlo hecho. El camino es un pedregal imposible de recorrer en bici, sin poner en peligro los piños. Aunque como todo en la vida, del sufrir se obtiene recompensa; Nos encontramos con una verdadera maravilla: el pueblo de Cabañes.
Justo cuando el calor apretaba más tropezamos, aunque por equivocación, con unas piscinas sobre el rio Ijuez. Decidimos darnos un baño y comer el bocata que nos quedaba del viaje. Fue estupendo.
Continuamos por un camino hasta Jaca, un poco más transistable que el de la mañana. Visitamos la Iglesia de Santiago, donde nos sellaron la credencial y el cura nos recomendo hacer fin de etapa en Artieda.
Combinamos unos rápidos 20 Km. por carretera con otros tantos de enrevesados y difíciles caminos. Ya caía la noche cuando avistamos el pueblo de Artieda, aunque, de regalo de fin de día, con una tremenda cuesta de llegada. Por fín en el albergue, reposamos un poco nuestros doloridos huesos.
Incidencias:
Desajustes de todo tipo: Cambios de bici que no cambian, alforjas que no se sujetan, bolsas que se caen. Nada grave, pero un pelín coñazo
Aunque el inicio del camino prometía ser bueno, pronto nos vimos engullidos por una especie de selva, en la que avanzábamos a duras penas. Pasamos al lado de la Ermita de san Juan Bautista, destruída y sin culto.
Alcanzamos el pueblo de Ruesta, expropiado para la construcción de un pantano y que sólo se usa como albergue de peregrinos. Una vez sellada la credencial, bajamos hasta el rio Gas, y cargamos agua en una maravillosa fuente.
El camino interminable, empinado, irregular y penosísimo, supuso un golpe muy serio a nuestra moral.
Llegamos a eso de mediodía a Undues de Lerda, donde comimos, como si nunca hubieramos comido, unas lentejas que bien valían una primogenitura o dos y un plato de carne estofada para lo que quedara de la "legítima".
Alcanzamos Javier con su impresionante castillo y entorno y seguimos hasta Samgüesa, tras seguir un camino construido con ocasión de la visita del Papa. La portada románica de Santa María la Real (S:XII), compensó bastantes kilómetros de estos empinados y endemoniados caminos. Decidimos alcanzar el albergue de Izco, protegido por el tremendo puerto de Loiti, con rampas de un 9% de desnivel, que nos consumieron los últimos restos de hierro de las lentejas. El albergue muy acogedor, limpio y con un eficaz sistema de autoservicio.
Incidencias:
Las mochilas son el principal foco de problemas, aunque en Samgüesa un taller mecánico nos proporcionó unas varillas que de momento parece que ayudan. Tenemos una rueda que nos inquieta y unos guantes que hoy hicieron las diez de últimas.
Salvo esto, nada que comentar.
La tercera jornada es siempre crucial: momento en el que se afirman o quiebran voluntades. Nosotros ya sabemos que queremos continuar, aunque caigan chuzos de punta, como esta misma mañana.
La lluvia nos retuvo en el refugio hasta las once de la mañana, lo que agradecimos en un hueco de nuestra alma. Aunque posteriormente compensamos con un poco mas de caña.
Avanzamos por la carretera general, con tanto entusiasmo que pasamos de largo el cruce de Campanas, donde nos teníamos que haber desviado. Corregimos el error con unos diez kilómetros de pedaleo adicional, por la salvación de nuestras almas.
En Eunate, donde hay una de las ermitas con más personalidad que hemos encontrado a lo largo del Camino, no hemos podido sellar la credencial. El funcionario había cogido uno de sus "moscosos".
Continuamos hasta Puente de la Reina, donde hay un Cristo singular en la Iglesia de la Resurrección, ya que la cruz tiene forma de "Y" griega.
También nosotros resultamos clavados por un menú del día más bien regular. Aprovechamos para hacer unas reparaciones y constatar que aparte del menú, que no deja de ser un accidente, arreglar bicicletas es mucho mas barato aquí que en Tres Cantos (hay que llevar la factura a Bici Motor).
Continuamos viaje hasta Estella. No encontramos sitio en el albergue y tuvimos que instalarnos en el camping, donde, por primera vez, nos damos cuenta del ambiente Jacobeo que traíamos, al perderlo momentáneamente.
Incidencias:
Victor pinchó en Idozin, a parte de esto y algunas reparaciones, nada que destacar.
Después de los duros dias pasados hoy decidimos darnos una jornada de respiro. Como tampoco es cosa de quedarse parados, hemos hecho un trayecto suave para retomar fuerzas.
Salimos de Estella sobre las diez de la mañana dejándola en fiestas y a sus gentes con el traje típico navarro. No recorrimos en detalle el pueblo pero vimos su puente medieval y la Iglesia del Santo Sepulcro.
Cerca de Estella se encuentra Irache, donde hay un monasterio benedictino en el que nos sellaron las credenciales. También hay al lado una curiosa fuente de la que mana vino, y que quiere ser una inyección de moral para el peregrino.
Llegamos a Viana muy temprano y nos inscribimos en el albergue de los primeros. El albergue, de nuevo con pleno ambiente Jacobeo, es del estilo del de Izco, es decir, una especie de autoservicio; aunque en este caso sin tienda de comestibles. En cambio, tiene un lugar ex-profeso para guardar bicicletas.
Viana parece tener un montón de iglesias cayendo o a punto de caer. Alguna en ruina total y otras con serios problemas de estabilidad. Es un pueblo con un sabor medieval muy marcado, con tres de sus principales calles paralelas al Camino de Santiago, del que parece haber recibido una gran influencia.
Incidencias:
Gran siesta, templaria y solemne.
Pedaleo intenso y constante. Notamos la mejoría física por el dia de semi-descanso de ayer y hemos recorrido una distancia considerable.
Salimos muy temprano porque el nuevo jefe de expedición (hemos acordado rotarnos cada 4 días) ha adelantado la diana en media hora, a pesar de algunos murmullos de desaprobación de Víctor.
Pasamos por Navarrete casi sin detenernos. En Nájera sellamos la credencial y compramos unos guantes. En Santo Domingo de la Calzada, comimos y casi nos quedamos dormidos encima de los platos. Para despertar hicimos una completa visita a la Catedral y al museo. El gallo y la gallina del Milagro del Santo siguen cacareando con mucha soltura.
Nos detuvimos brevemente en Redecilla del Camino, para deliberar sobre el lugar de pernocta y aprovechamos para ver una historiada pila bautismal que tuvieron la amabilidad de explicarnos. Aunque había alojamiento, como nos encontrábamos bien, decidimos adelantar camino.
En el siguiente pueblo, Belorado, no sólo no había alojamiento, sino que probablemente sea uno de los albergues que nos dió peor impresión, así que continuamos hasta Villafranca Montes de Oca.
Al estar tan cerca de Burgos (36 Km.) hubo que contener a Juan que estaba dispuesto a continuar. El puerto que hay que subir y la hora le hicieron desistir.
El albergue es un campamento, perfectamente montado y asistido. Ha sido una suerte tener que haber llegado hasta aquí.
Incidencias:
Los guantes destiñen.
Aunque las piernas parece que se van aclimatando al castigo diario, hay una parte del cuerpo, al final de la espalda, que no encuentra modo de sobrevivir.
¿De cuantas formas distintas se puede uno sentar en el sillín de una bici?. Hombre, la postura básica es única, pero hay varias docenas de matices que uno tiene oportunidad de ir descubriendo en un viaje como éste.
....... que si el peso un poco más adelante, un poco mas atrás, de medio lado, de lado y medio..... da igual, al final todas las posturas son dolorosas. Y cuando uno lleva sentado seis dias en el bendito sillín , llegan a ser muy dolorosas.
Gran parte de la ocupación de nuestros cerebros en este Camino, va destinada a pergeñar increíbles y vanguardistas diseños de bicicletas, todas sin sillín. Al llegar veremos si patentamos alguno.
El caso es que a 9:30 tuvimos que sentarnos de nuevo en el sillín de siempre y encararnos a uno de los mitos del viaje: el puerto de Pedraja que abre las puertas de Burgos.
Subimos como leones en una media hora, superando desniveles de un 6% y nos ventilamos la aproximación a Burgos bastante rápido: sobre las 11:30 entrábamos en casa de la madre de Juan. Después de tanto albergue, la sensación de extenderse en una bañera de agua caliente, entra de lleno en lo pecaminoso.
Visitamos la Catedral con las capillas del Condestable, de Santa Tecla y del Cristo de Burgos. Vimos tambien la iglesia de San Nicolás de Bari con un impresionante retablo labrado en piedra.
Otros monumentos visitados fueron: las patatas bravas del "Burgos" y los "Capataces" del "Orfeón Burgalés" con sendos cortos de San Miguel.
Comida familiar con prolongada sobremesa que hubo que cortar para proseguir viaje.
Esperamos que escampara una imprevista tormenta veraniega y emprendimos camino sobre las 5. La tormenta, recalcitrante, acabó por cogernos y nos obligó a refugiarnos en Quintanillas.
Por pelos nos libramos de un pedrisco de esos que a uno le cuentan: en pleno mes de Agosto, montones de hielo a ambos lados de la carretera y piedras como cantos rodados.
Continuamos ya sin detenernos hasta Castrogeriz, donde hicimos noche. Por cierto que lo de "sin detenernos" está empezando a levantar una corriente de protestas por el ala mas piedrófila de la expedición, aunque por el momento no se plantea una moción de censura contra el jefe de turno, que hoy cumple la mitad de su mandato. Arrieros somos, pensarán algunos.
El albergue muy lleno y sólo regular en cuanto a preparación general.
Incidencias:
Como ayer invertimos un tubo de vaselina en engrasar uno de los pedalieres más ruidosos, hoy hemos tenido un viaje menos traqueteante y chillón.
El alberguista de Castrojeriz pronto fue bautizado por Victor como el "El Capitán Vacilo", más que nada porque al llegar le vaciló un poco con que no había cama para él.
Después resultó que realmente era militar aunque de mayor graduación y no sólo por carrera sino por "impronta", ya que a las seis y media de la mañana tuvo a bien tocar diana floreada a base de cánticos gregorianos a todo meter.
En compensación a tanta disciplina, nos mostró su verdadero corazón, suministrando a todos los peregrinos café con leche, pan con margarina y "man-zana in corpore sano" como él mismo pregonaba.
Nos vimos así en plena ruta tropezándonos con los mismísimos operarios que retiraban los lobos de la noche y colocaban los tramos de carretera.
En Puentefitero nos topamos con la Ermita de San Juan, románica y reconstruida por una cofradía de fieles italianos. Según pudimos ver en unas fotografias, se tomaron un trabajo considerable, retirando escombro y reponiendo techos, puertas y piso. Nos invitaron a café con leche y les dejamos una colaboración económica, muy merecida.
LLegamos a Carrión de los Condes a la hora de comer, pero antes visitamos el convento de las monjas Clarisas en el que han montado un museo con antigüedades, objetos de culto y curiosidades (por ejemplo, una colección de cilicios de una de las antiguas madres abadesas). Todo nos fue explicado por un muchacho de ojos tiernos y pluma ostensible, por lo que no hicimos mas alharacas y partimos raudos.
Una de las cosas que mejor se nos está dando es el tema de "gestión de tormentas". La cosa es que todas las tardes se pone de tormenta y el mérito está en parar a tomar café justo cuando descarga. Salvo pequeños desajustes, atribuibles al escaso material de predicción que llevamos (el ojo de buen cubero), venimos llegando a los refugios a "cogote enjuto".
Proseguimos, pues, driblando tormentas y cruzando el rio Cueza, no menos de catorce veces, mientras hacíamos ingeniosos juegos de palabras entre el rio Cueza, el culo es-cueza y así sucesivamente.
Al llegar a Sahagún, donde hacemos noche, nos encontramos con un verdadero colapso de peregrinos. Conseguimos cama por los pelos.
Como siempre, la tormenta cayó mientras estábamos ya a resguardo, aunque lo que no pudimos librar fue la colada.
Incidencias:
Hoy día de averias: pereció un enganche de mochila, con gran estrépito y otro pinchazo a cuenta de Victor. Todo con arreglo.
Hoy hemos sido conscientes, por primera vez, de que salvo causa de fuerza mayor, vamos a terminar pronto el Camino. A media mañana, en una de las paradas de descanso, hemos repasado las etapas que nos quedan para acabar, aunque aún no nos atrevemos a asegurar en cuantos dias, ya que hay unos puertos a la entrada de Galicia que nos tienen un poco acongojados.
La etapa de hoy fue más bien aburrida y monótona. Hemos avanzado mucho tiempo a una velocidad constante, por terreno llano y sin monumentos que visitar.
En Mansilla de las Mulas viendo que andábamos bien de tiempo, decidimos darnos un homenaje y nos fuimos a la piscina. Nos bañamos, dormimos una siesta y continuamos a media tarde.
Llegamos a León aún a tiempo de hacer colada, abluciones y paseo turístico-gastronómico por la ciudad, que a Juan le ha encantado.
A las diez, la monjas que ceden las instalaciones del albergue, nos cantarán Completas y nos darán su bendición. No podemos faltar.
Incidencias:
Una de las toallas ha llegado a fermentar, gracias a guardarla húmeda, así que en el primer pueblo hemos parado a comprar otra, así como una nueva carga de jabón "Lagarto".
Después de una noche en el duro suelo, ya que no quedaban camas en el albergue, emprendimos lo que será la última etapa de llanura, con la angustia de los puertos que se nos echan encima.
En Astorga, visitamos a un amigo de Juan, en este momento Coronel del Regimiento de Artilleria que, además de atendernos de maravilla, nos instó a dar un chapuzón en la piscina, cosa que hicimos con agrado.
Por la tarde emprendimos, por fin, la subida al primero de los puertos, que culmina en la famosa Cruz de Ferro. Tiramos en el montón una de las piedras que traemos desde Somport y clavamos en el poste unas monedas de 25 pesetas, para pasmo de generaciones futuras, cuando no queden más que Euros. Todo el conjunto de poste, montón de piedras y alrededores forman un curioso bazar en donde cada peregrino deja su ex-voto, a cual mas chocante: alparagatas, inscripciones, paquetes de Ducados, piedras, flores... El puerto , bastante duro aunque no demasiado largo, será un calentamiento para el de mañana: Piedrafita
Incidencias:
En Foncebadón, justo al pie del puerto y desconociendo lo que teníamos por delante, empezamos a pre-celebrar la llegada con varios brindis cerveceros. El puerto se encargó de convertirlos en energia potencial.
El comienzo del día fue realmente maravilloso: 16 Km. seguidos de bajada, hasta llegar a Ponferrada, aunque hay que decir que el jefe de turno Victor, estableció una velocidad prudencial, ya que no pasamos de 50 Km/h.
La constante amenaza del puerto de Piedrafita se dejó sentir todo el dia. Así, por ejemplo, en Villafranca del Bierzo, decidimos comer simplemente unos bocatas para no perder demasiado tiempo y avanzar antes de que el sol nos castigara.
La verdad es que la amenaza era fundada y todas las prevenciones fueron pocas: Piedrafita es una cosa muy seria, que tuvimos que tragarnos a base de paradas periódicas.
Precisamente en una de esas paradas, a la sombra de un espléndido castaño del Bierzo, Juan sacó la navaja y fabricó varios modelos de tirachinas para Juanjito. Victor acometiendo tarea similar, se hizo un corte en en dedo, para felicidad de Juan que por fin pudo usar el inmenso botiquín, con el que viene cargando.
A un corte de apenas medio centímetro, aplicamos sucesivamente: agua oxigenada, betadine, polvos antisépticos y una generosa ración de esparadrapo. Sólo nos faltaron unas luces amarillas y una sirena.
Conseguimos llegar a Piedrafita bastante tocados del ala, pero resulta que el golpe moral era que para llegar al refugio había que seguir subiendo hasta el puerto de O Cebreiro. Otros 5 Km. de vellón que añadir a nuestros lastimados lomos.
Hay que decir, eso sí, que el refugio está muy bien y que problabemente, sea el mejor de los que hemos encontrado en la ruta.
Escribimos esto mientras damos cuenta de unos huevos fritos con chorizo que están a punto de hacer que nos echemos a llorar. Todo un festival.
Esperamos dormir de un tirón, acompañados por las nubes que cubren el paisaje (estamos a 1300 m. de altura).
Incidencias:
A parte del corte de Victor y de varias jaculatorias y maldiciones del patriarca, que está muy machacado, nada que destacar. Por cierto: al subsodicho patriarca, ya se le sostiene el peine en la barba, encanecida por el esfuerzo.
Nos despedimos de O Cebreiro con una mañana de sol espléndido, mientras podíamos ver un mar de nubes que cubrían todos los valles que se divisaban. La bajada, muy rápida, pronto nos hizo perder de vista el sol y sumergirnos en una capa de niebla que, combinada con el viento de la velocidad de bajada, nos metió el frío en el cuerpo.
Pasamos por varios albergues de una red que se ve fué construída con ocasión del Jacobeo 93. En general parecen estar todos muy bien, pero cerrados a cal y canto hasta las 4 de la tarde, con lo que no pudimos sellar las credenciales en ninguno. Se ve que la Xunta lo tiene todo un tanto "funcionarizado".
El joven jefe de turno nos impuso "pizza" como almuerzo, desoyendo algunos conatos de protesta por parte de las alas más radicales. Terminamos pronto el trámite y nos vimos en la carretera a las 4 de la tarde, con los nublados totalmente despejados y un sol muy serio, así que, evitando que se nos fundieran las seseras, escogimos una plácida pradera al pie de unos robles centenarios y nos sacudimos un siestón que tembló todo el misterio.
Los últimos kilómetros los conseguimos cumplir a base de Almax y mucho coraje, así que llegamos pronto a Portomarín, curioso pueblo reubicado en los años sesenta por la construcción de un pantano. La iglesia fue trasladada piedra a piedra, de lo que aún dan fe las numeraciones que aún se pueden distinguir.
Aunque por kilómetros podríamos dar por concluído el viaje mañana mismo, hemos decidido partir la última etapa en dos, de modo que podamos llegar a Santiago a media mañana y aprovechar bien el día.
A última hora de la tarde hemos tenido ocasión de ver un espectáculo muy poco habitual en nuestros días: un peregrino a caballo, llamó a un herrador ambulante para calzar al animal, operación que desarrolló frente al albergue y que hizo las delicias de todos los presentes. Por cierto que el caballo lleva encima, según afirma su dueño, 2.800 kilómetros de marcha, desde Alemania. Fue todo un espectáculo.
Incidencias:
La cubierta de la rueda trasera de Víctor estaba tan gastada que se veía la luz a su través, así que decidió, con buen criterio, intercambiarla con la delantera, que siempre sufre menos.
Venimos añorando Galicia desde hace más de 800 kilómetros, pensando que una vez aquí oiríamos arpas, gaitas y zamfonas y todo sería fácil y dulce.
Nada más lejos de la realidad: Galicia tiene una orografía que es el tormento de peregrinos y azote de ciclistas. Cuando en Castilla atacábamos una cuesta, nos animaba la esperanza que detrás tendría que haber una bajada. Aquí, cuando nos dejamos caer por una de las innumerables bajadas, nos angustia la certeza de que detrás habrá siempre una cuesta, una y otra vez.
Salimos un poco tarde del albergue, en parte debido a que hubo que hacer una investigación sobre la desaparición de un calzón de ciclista de Juan. Es la primera vez que nos falta algo en todo este tiempo y es, además, una cosa extraña para desaparecer.
Teníamos intención de comer en Melide, pero al estar en fiestas pensamos que sería mejor hacerlo en un restaurante de carretera a la salida. Tropezamos antes con una pulpería y nos tomamos una ración de "pulpo a feira", que nos costó bastante conseguir. No es precisamente organización y orden lo que más abunda aquí en el sector de hostelería.
Tanto demoramos el tema de la comida que al final no había restaurante de carretera ni diablo que lo fundó, así que se nos echó encima la tarde en semi-ayunas.
Hay una cosa curiosa: entre cada bar de carretera puede haber 20 kilómetros, así que en el primero que encontramos, ya casi cayendo la tarde, y a falta de otra cosa, nos pusimos ciegos a pistachos. Menos da un croyo ("pedra mal feita", en gallego).
Escribimos esto mientras esperamos a ver si hay suerte y nos dan de cenar, porque en el pueblo en que hemos acabado estamos en las mismas: sólo hay un bar que da comidas, está hasta la bandera y no nos quieren dar un bocata.
Quizás lo único bueno es que estamos a sólo 16 kilómetros de Santiago y que lo que nos queda es un paseo. Hoy no continuamos porque tenemos realmente las piernas rotas con el constante sube-baja de estas carreteras.
Incidencias:
Únicamente la desaparición misteriosa del calzón de Juan, ya comentada.
Un día extraño, del que sólo conservamos la foto del cambio de provincia
La etapa de hoy no ha sido más que un mero trámite de culminación.
LLegamos, por fin, a Santiago y cumplimos todos los trámites y ritos de rigor: la mano en la columna sobre la que está situado el Apóstol en el Pórtico de la Gloria, los cabezazos contra las efigies a su pie, el abrazo a la espalda de la imagen que preside el altar mayor y ya por último, obtener "la compostela" es decir, el certificado, en latín, de haber cumplido con la peregrinación. Todo esto con densas colas, en su mayoría de "guiris", pero muy contentos de poder hacerlo, al fin.
A las 12:30 aparecieron nuestras respectivas esposas y madre, según se mire respecto a cada integrante de la expedición. Después de tantos días de ausencia fue un momento emotivo.
Recorrimos juntos la Catedral y nos castigamos un arroz con bogavante, regado con albariño, que nos terminó de ayudar a olvidar nuestras pasadas penas, privaciones y fatigas.
Aquí termina esta historia, dura, fatigosa y que en muchos momentos puso a prueba nuestro ánimo, pero que hemos superado. Estamos muy contentos de haberlo hecho y seguros de que el verdadero valor de este viaje continuará aún apareciendo en el futuro.
Nos dan vueltas en la cabeza algunas otras opciones de aventura: la Ruta de la Plata, la Ruta del Cid, el Canal de Castilla .... pero eso será otra historia.
Dáse por finalizada esta crónica el día 16 de Agosto de 1997, estando en Santiago de Compostela: Juan Matesanz Gómez, Víctor Valdés López y Javier Valdés Quirós.
Incidencias:
No ha habido.
Pasados 18 años, ¿qué recuerdos más marcados nos ha dejado la experiencia?. Esto es lo que dicen los participantes:
Victor Valdés López
Quizás pienso en los hijos porque ahora, a mis 34, acabo de ser padre y, salvando las distancias, puedo decir que el Camino de Santiago se parece a un parto en algunos aspectos: es algo que deseas y para lo que te has estado preparando mucho tiempo, pero el proceso va a ser largo y no va a estar exento de sufrimientos.
Cuando llegas al final, la recompensa hace que todo haya valido la pena y con el tiempo lo único que recordarás son las cosas buenas, mientras que las malas se convertirán en estupendas anécdotas. No obstante, lo mejor de todo es, en el caso del Camino, que las cosas malas nunca fueron de verdad malas ;)...
Juan José Matesanz Gómez
Javier Valdés Quirós
En compensación también tengo una imagen muy vívida, con una intensa sensación de paz, cuando observaba la luz del sol colarse por una de las ventanas de arco de medio punto de Frómista. Desde entonces veo el Románico como sinónimo de sencillez, armonía y elegancia.
Y, desde luego la experiencia de convivencia, camaradería y complicidad fue todo un éxito, pero la verdad es que de eso ya estábamos seguros mucho antes de la salida. No se viaja con cualquiera, sobre todo si por el medio puede haber algo de sufrimiento o probabilidades de que no todo salga bien a la primera. Repetiría mañana mismo...
17 de octubre de 2015