Lo que primero me gustaría escribir es la enorme felicidad que se nota en las gentes de los pueblos y aldeas por las que pasa el camino, el gran entusiasmo que muestran hacia los peregrinos que optamos por pasar por sus pueblos y montañas. Nos saludan y obsequian con caras amables, sonrisas y gestos que a uno le hace poner, como dijo Johan Cruyff en su día, "la gallina de piel".
Si les preguntas por una dirección, no es que te la indiquen, es que te acompañan, y si no hacen el camino contigo, es que realmente no pueden, pero seguro que a más de uno le hubiera gustado acompañarnos.
Por ello, antes que nada, gracias a todos, a los hospitaleros (muchas gracias, Marisa, de Pajares, por tus explicaciones llenas de cariño, y por favor, cambia el buzón y que no te roben más el donativo que ofrecemos los peregrinos como acto de gratitud a quienes, como tú, dedican su vida a ayudarnos, y por partida doble en Pajares (Payares, en vuestro querido idioma), donde la nieve y el frío domina gran parte del año. Gracias a Ángel, el amable hospitalero de Buiza, quien me llamó dos veces interesándose por si estaba llegando bien al albergue, gracias a los vecinos de Buiza, quienes nos abrieron el bar del pueblo por la noche, y se fueron llamando unos a otros, para conocernos y charlar un rato con nosotros, gracias especialmente al matrimonio de María del Mar y José, quienes vinieron a visitarnos, además de en Buiza, en Pajares y en La Pola de Lena, gracias a Benjamín, verdadero artesano de la madera, con sus obsequios de bastones a los peregrinos que estábamos con ellos aquella noche, y en fin, a todos, también a las señoras de OVIEDO, que al preguntarles por el albergue, se empeñaron en llevarnos. Nada de indicarnos, "os llevo yo", con autoridad, qué caray!.
Yo os voy a relatar lo que hice, lo que no quiere decir que deba sentar cátedra, como es lógico.
Salí de León a las 06,30 de la estación, recién llegado de Barcelona, con dirección al Parador de San Marcos. Era divertido cuando me cruzaba con los peregrinos que seguían el camino francés. Uno de ellos me paró y me indicó que me equivocaba, que el camino era el que hacían ellos, y tuve que explicarle que no, que yo estaba empezando el camino del Salvador y que, en aquellos primeros metros, seguía el mismo camino que el francés, pero al revés.
Después de cruzado el puente de San Marcos de León y dejado el Parador a mi izquierda, en la primera avenida que aparece, (la avenida de los peregrinos), ya nos encontramos con la primera señal, de madera, indicativa del camino a seguir, que señala, lógicamente, hacia el norte. En este momento ya estamos dentro del camino del Salvador. Mientras estemos dentro de la provincia de León, nos iremos encontrando señales de madera como esta, en puntos clave o con cierta complicación. En el resto de la ruta, las conocidas flechas amarillas, que tanto alivio nos proporcionan cuando las encontramos después de algunos minutos de búsqueda, cuando empezamos a dudar si nos hemos perdido.Los primeros 8 kilómetros se hacen pesados, porque transcurren por carretera, hasta llegar a Carbajal de la Legua. Pasado ese pueblo, el camino pasa a ser de tierra, empezando ya una pequeña cuesta. Hasta el siguiente pueblo, Cabanillas, todo es camino de tierra. El camino es un sube y baja, pero ojo, hay una pequeña sorpresa, una "pequeña escalada", la subida a un cerro que te obliga a dosificar el esfuerzo y luego, arriba, descansar y tomar aire, porque el esfuerzo, aunque pequeño, tiene un buen desnivel.
Pasamos por La Seca, pueblo al que pasamos al lado, pero no entramos, al lado mismo del rio Bernesga, el cual nos seguirá durante todo el camino, casi siempre por nuestra izquierda, y por Cascantes, donde podemos cambiar el agua de nuestras cantimploras, ya que tiene una fuente donde brota un chorro de agua buenísima. A partir de Cascantes, el camino se convierte en un espléndido sendero, cruzando bosques y haciendo muy agradable la caminata.
A los 26 kilómetros de León, llegamos a La Robla, pueblo ya grande, que goza de todos los servicios, todos excepto albergue, aunque el peregrino que necesite pasar la noche en él, encontrará cobijo en el polideportivo. No estaría de más, que alguien organizara un albergue digno en esta población, porque 26 kilómetros son ya suficientes como para convertirlos en fin de etapa.
Después de comer, y con un sol que me comía, seguí el camino que había previsto. Después de La Robla, y de pasar un par de puentes extraordinarios que cruzan el río, pasamos por Peredilla, Puente de Alba, Nocedo de Gordon y La Pola de Gordon. Antes de Nocedo, y al lado mismo de la carretera, vale la pena pararse para admirar la belleza de la ermita del Buen Suceso.
Llegué a La Pola de Gordon a las 16,30, por lo que tuve que esperar hasta las 17,00 para que abrieran las tiendas. Aquella media hora, sentado en un banco, bajo la sombra de un árbol, se convirtió en una pequeña siesta excepcional.
Mi intención era pasar la noche en el albergue de Buiza, donde no hay ninguna tienda, por lo que era obligado comprar alimentos en La Pola.
A partir de La Pola, el camino, por carretera, ya es de una subida constante. En dos kilómetros se llega a la pequeña población de Beberino. Un kilómetro más adelante, se llega a un cruce de carreteras y se toma el desvío de la derecha, una carretera local, mucho más estrecha y con una pendiente mayor, de subida. Antes de llegar a Buiza, pasamos al lado de la ermita de Ntra. Sra. Del Valle, preciosa.
En Buiza, el albergue está entrando en el pueblo, a mano derecha, al lado mismo de una pequeña fuente.
Es tan nuevo este albergue, que aún hay colchones sin estrenar, con sus plásticos puestos. Todo perfecto, el baño, las duchas, todo muy bien. Precio, la voluntad, como en todos los albergues del camino del Salvador. En este albergue conocí a unos hermanos italianos, con los que mantuve una excelente relación en los siguientes días, hasta Oviedo, donde tuvimos que separarnos. Un fuerte abrazo, Marcella y Doménico!!.
Salí a las 07,00 de la mañana de Buiza, aún con el sol pendiente de salir, por lo que se notaba cierto frescor. No obstante, el frío se pasa enseguida, porque pronto empieza la subida por las montañas del pueblo. Estoy siguiendo las balizas de madera, en dirección a Las Forcadas de San Antón. Hay un camino más fácil, que es caminar hasta la población de Villasimpliz, pero a mi eso de las Forcadas de San Antón me ha hecho tilín, así que para allá voy.
Me encuentro con buenos desniveles. Hay momentos en que las piedras y las rocas me recuerdan las subidas a Montserrat, por sitios escarpados y difíciles, aunque no es lo mismo ni en intensidad ni en dificultad, pero algo sí me lo recordó.
Pasadas las famosas Forcadas, (grandes peñascos), se llega al alto de San Antón, a 1460 metros de altitud. Aquí han desaparecido los árboles, y se camina por el alto del collado, con vegetación baja, mojándote los pies por la cantidad de agua que corre por todos lados. Estamos en la cima, y me cuesta ver la siguiente señal. Decido seguir recto, pensando en aquello de si no hay señal que diga lo contrario, yo sigo recto. Por suerte, la localizo allá al final, por lo que respiro: voy bien.
Cuando llego a su altura, me encuentro con otra belleza; los montes de Asturias, allá al fondo. Pienso y me pregunto, "los tengo que atravesar?". Respuesta: glub!!
La vista es excepcional. Por detrás los montes de León, por delante los de Asturias, todos preciosos, es la Naturaleza en su estado más puro. Si un día me pierdo, quizás esté por aquí, seguro.
A partir de esa cima, empieza una muy agradable bajada, por un sendero precioso. Se llega a un cruce en donde hay que estar muy atentos. Si seguimos las flechas amarillas, iremos a Rodiezmo, que es lo que me pasó a mí. No vi que en ese cruce, además de las fechas, hay una baliza de madera que te indica en dirección contraria, en subida, que lleva a Poladura de la Tercia, que es donde yo quería ir.
De hecho, cuando llego a Rodiezmo, creo que estoy en Poladura. No hay ningún bar abierto a estas horas (las 9,20), ya que abren a las 10,00, por lo que decido seguir. Pienso que voy bien, porque al fin y al cabo, voy siguiendo las flechas. Hasta que llego a un monte en que las pierdo de vista. Camino, las busco, pero nada. Ya cuando decido regresar al pueblo y empezar de nuevo, me encuentro con un matrimonio ya mayor, que al preguntarles por las señales, me indican perfectamente, y respiro. Bueno, menos mal!. Es entonces cuando les pregunto donde estoy, y me dicen que en Rodiezmo, no el Poladura, que para ir a ese pueblo, debería regresar atrás, a lo que me niego. Yo voy siguiendo las flechas amarillas del camino de Santiago y eso es lo que hago.
En fin, la cuestión es que al final, llego a la población de Villanueva de la Tercia, ya en la carretera n-630, y por ella camino a partir de entonces. Cuando llego a Busdongo busco un bar para comer un buen bocadillo de tortilla de picadillo, espectacular. Después de tres kilómetros, nos encontramos con una de las joyas del camino del Salvador; la colegiata de Santa María de Arbás, fundada en el siglo XII, como hospital de peregrinos y en el siglo XIII como la actual iglesia, preciosa.
Desde Arbás, falta un kilómetro para llegar al puerto de Pajares, donde la vista de las montañas de Asturias es de cine, y empieza la bajada del puerto. Hay que decir que la bajada desde el Puerto hacia Asturias es espectacular, con desniveles del 17%. Hacerla al contrario debe suponer un esfuerzo sobre humano.
A los 5 kilómetros, se llega a Pajares, donde se encuentra el albergue, muy bien ubicado en el pueblo, con unas vistas muy bonitas del entorno montañoso de Pajares. Al llegar, llamé a la hospitalera, Marisa, y me abrió enseguida.
Mis amigos italianos sí que vieron el desvío a Poladura y lo siguieron, pero al final tuvieron que desistir, porque, pasado el pueblo, donde empieza una subida espectacular, perdieron de vista las señales y se encontraron solos, en medio del prado, sin saber por dónde seguir. En algunas guías he leído que, efectivamente, quizás las señales, por esas zonas, son mínimas y hay que estar muy al tanto. Les rogaría, a quien pueda verse implicado en el cuidado de ese camino, un mayor esfuerzo señalizador, no pasa nada si ponemos más señales de la cuenta. Los peregrinos somos eso, peregrinos, no montañeros experimentados, no somos Jesús Calleja, por lo que, o tenemos señales por todas partes, o podemos perdernos, y lo que debe ser una fiesta, una muestra de alegría el peregrinaje, no debe convertirse en un mal sueño de nadie.
Mis amigos italianos, después del esfuerzo, dieron media vuelta y cogieron mi mismo camino, llegando a Pajares pasadas las 10,00 de la noche, después de todo el día andando.
Salimos a las 07,30 de la mañana, para bajar al pueblo de San Miguel del Rio, precioso, pequeño. Para llegar a ese pueblo, hay que salir por la carretera, dirección Oviedo, y en el mismo punto donde está el letrero que indica el final de Pajares, tomar un camino a mano izquierda, de una muy pronunciada bajada, que nos lleva hasta San Miguel. Hay flechas amarillas.
A esas horas del domingo, lógicamente no había aún nadie pululando por sus callejuelas. A la salida, nos encontramos con otra disyuntiva; una pequeña carretera, que sale hacia la izquierda, que nos llevaría a los pueblos de Santa María, Los Llanos de Someron, para terminar en Los Fierros, o seguir recto por otra carretera, que finalmente es la que tomamos, y que nos llevó de nuevo a la carretera 630, la que dejamos en Pajares. Dicho de otro modo, en San Miguel estamos en el fondo del valle, si tomamos el desvío de la izquierda, subimos por la ladera izquierda (a pleno sol). En cambio, por la ladera derecha, estamos bastante más a resguardo de los intensos rayos solares. En cualquier caso, las flechas indican las dos posibilidades.
A partir de encontrar de nuevo la crta 630, nos encontramos con otra bella ermita, la de la Virgen de las Nieves, donde nos salimos de la carretera y seguimos por el sendero que nos marca la señal del camino de Santiago. Entonces entramos en un sendero precioso, lleno de vegetación, fresco (hemos acertado al escoger esta opción en St. Miguel). Hay subidas duras y bajadas, también duras, pero bonitas, de unos paisajes espectaculares. Pasamos por Romía Riba, llegamos a un oasis, un lugar donde hay una pequeña cascada, tan al fondo del valle que casi no hay luz, con un par de casitas casi engullidas por la vegetación, ya digo, una verdadera joya de la naturaleza.
Desde aquí, se sube al collado de San Pedro, con su ermita y su pequeño cementerio. Se pasa por el pueblo de Naveo y ya desde allí, se baja a Puente de los Fierros, lugar donde habríamos llegado igual si hubiéramos optado por el otro camino en San Miguel.
Desde Puente Fierros, seguimos por la carretera, también con señales amarillas, porque el hambre ya apretaba, por lo que seguimos, a buen ritmo, hasta Campomanes, donde nos paramos a comer.
Después, con el estómago lleno, seguimos, también por la crta, sin prisas, disfrutando del paisaje, comprándonos un helado en El Palacio y, el lujo del día, antes de llegar a La Pola, dándonos un pequeño baño en el río, con el agua fría, pero buenísima a aquellas horas (las 17,00).
Llegamos a La Pola a las 18,50 horas y enseguida encontramos el albergue, cerca de la estación del tren. También, un excelente albergue, muy bien preparado. Con nuestros amigos de Buiza, María del Mar y José, fuimos a tomarnos unas sidras, para celebrar la permanencia del Esporting de Gijón en primera división. Luego a cenar y a dormir.
Salimos sobre las 07,00 de la mañana, siguiendo por la carretera. Hasta la población de UJO, el caminar por carretera se hace algo peligroso, porque es estrecha y hay muchos tráfico de coches y camiones. A partir de UJO, se toma una pista, paralela al río, algo alejada de la crta, lo que la convierte en una delicia.
Esa parte del camino quizás es la menos bonita, ya que en su totalidad se hace por carretera, excepto algún pequeño atajo, aunque no deja de tener su encanto, por sus pequeños pueblos, la grandiosidad del río que nos acompaña y las espléndidas vistas a las verdes montañas asturianas.
Sobre las 16,30 entramos en la bella ciudad de Oviedo. Nos fuimos directos a la plaza del Ayuntamiento, donde se estaba preparando una gran fiesta, para celebrar el ascenso del equipo del Real Oviedo, por lo que la plaza estaba engalanada de globos azules, el color del equipo.
Me emocionó escuchar el himno de Asturias, tocado por las campanas, en coincidencia a las horas del reloj. Preciosa la catedral, las imágenes de Santiago y del Salvador dando la bienvenida a los peregrinos.
La emoción de haber llegado a nuestro destino, la pena de separarnos de mis amigos italianos, que seguían su camino primitivo hasta Santiago.
Pero para mí era el destino. A las 20,10 tomaba el tren hacia Barcelona, pero eso sí, a la espera del nuevo camino, de seguir, de alcanzar el objetivo de hacer el camino de Santiago, por segunda vez.
Jordi Vilajuan Gimeno