http://www.biescasvignau.com/03Espanol/10.Medios/Camino/10.02B.Libros.htm/10.02BCamino.Jorge/10.02BDia0.htm
Desde hace más de un milenio no ha cesado el constante flujo de peregrinos que cruzan los Pirineos con el objetivo de rezar ante la tumba del Apóstol Santiago. Según algunas crónicas antiguas, entre los siglos XII y XV, de 250.000 a 500.000 personas efectuaban anualmente el peregrinaje a pie o a caballo en cada sentido. Claro, que no todos eran verdaderos peregrinos. Se conocen muchos casos de malandrines, de amigos de lo ajeno, mozas de vida alegre, mendigos profesionales, tahúres, aficionados impenitentes a empinar el codo, y todo tipo de aventureros que simplemente anhelaban conocer mundo. Pero también de reyes y princesas, artistas, escultores, canteros, constructores de catedrales, alquimistas, santos y papas, héroes e hidalgos.
En la actualidad, la mayoría realizan el peregrinaje a pie a Santiago como una ofrenda, muchos como un sacrificio, otros por motivos lúdicos, algunos como un reto, unos pocos como un aprendizaje, y raros son los que lo hacen como una iniciación. Yo lo emprendí principalmente por imperativo viajero. Había empleado 30 años de mi vida en recorrer la totalidad de los países del mundo, (194 en el año 2003), y efectuado tres largas circunvalaciones a nuestro planeta. Sentía que ya "tocaba" dedicarme a España y, claro está, teniendo el Camino de Santiago tan a tiro de piedra, era ineludible acometerlo si quería conocer mejor mi país.
Sólo ahora constato que ese deber hizo que lo subestimara. Mas, por fortuna, rectifiqué a tiempo y pude entonces apreciar su inesperada e inconmensurable riqueza cultural, histórica, espiritual, y sobre todo humana, hasta tal punto que me subyugó irremediablemente, ya que, debo reconocerlo, comencé el Camino como un viajero pero lo concluí como un peregrino.
El Camino puede transformar la vida de quien lo ejecuta incluso desde los primeros días. En mi caso, yo experimenté una enajenación de mis sentidos tan temprano como en mi segundo día de peregrinaje. Al caminar, contemplaba extasiado la belleza de las plantas, árboles y flores, a quienes respetaba como seres vivos, como personas. Consideraba maravillado la traslación de los astros por la bóveda celeste, y escuchaba los trinos de las aves con embeleso. Todo tenía magia; a los pájaros, como género, los consideraba "héroes" por haber sabido sobrevivir en la Naturaleza durante millones de años, y me imaginaba a sus ancestros antidiluvianos cuando tomaron la sabia decisión de desear volar para adaptarse a la vida salvajemente cambiante. Los sentía como seres inteligentes, y admiraba la vida que los permeaba. Días más tarde leería que en el monasterio navarro de San Salvador de Leire, su abad desapareció durante 300 años y lo dieron por muerto. Cuando reapareció, relató a sus correligionarios que había pasado todo ese tiempo en una cueva arrobado por el canto de un pajarillo, meditando sobre el misterio de la eternidad. Se llamaba San Virila, y creyó que habían transcurrido apenas unas horas.
Y, si es verdad que las almas que desarrollan las gentes virtuosas van al cielo, veía el firmamento como un lugar sagrado, así como la Tierra, pues al andar sobre ella la sentía como una "máquina" que, sirviéndose del hombre, fabricaba esa sustancia sutil que tal vez sea muy necesaria al Universo para nutrirse.
El Camino de Santiago no es comparable a ningún otro peregrinaje existente en el mundo, por lo que mis vivencias acumuladas en otras situaciones análogas no me sirvieron de mucho. Durante el transcurso de mis viajes fui monje en un monasterio budista zen al norte de Kyoto, conviví con los anacoretas seguidores de Shiva en una cueva del Himalaya, compartí veladas con monjes lamaístas tibetanos en un templo de Sikkim, donde pernoctaba, presencié las danzas derviches mevlevis de Konya, participé en el Kumba Mela hindú de la ciudad india de Allahabad, trabajé en un kibbutz de estrictas reglas judías al sur de Jerusalén, etc. Pero todas estas experiencias no me "calaron" tan profundamente como el Camino de Santiago. Por ello, hoy me atrevo a afirmar que toda persona nacida en el mundo de la cultura occidental que lo realice, aunque sea en vehículo, le ayudará a comprender mejor sus raíces, su esencia, y a sí mismo.
La del alba sería cuando abandoné el albergue de Jaca y, rememorando la euforia de Don Quijote al salir de la venta ya armado caballero, yo también me sentía tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verme de peregrino en el Camino, que el gozo me reventaba por las cinchas de mi mochila.
Como la noche anterior había paseado por el centro de Jaca, que fue en el pasado capital de Aragón, visitando por fuera la Ciudadela pentagonal de Felipe II, el casco antiguo y la salida de la ciudad, no fue difícil orientarme y encontrar el sendero del Camino a pesar de la oscuridad. Había flechas amarillas pintadas en los árboles, en las farolas, sobre piedras o en las paredes. En Aragón y Navarra hay muchos paneles informativos con la historia resumida de los pueblos que se cruzan, y en otras autonomías vería regularmente mojones con cerámica de fondo azul y sobre ella un jeroglífico de una vieira en color amarillo mostrando la dirección, o bien señales de carretera. A veces, en vez de flechas distinguía dos rayas, la de arriba blanca y la de abajo roja (GRs) o verde (PRs), que equivalían a las flechas y te marcaban la ruta a seguir prácticamente en cada cruce donde podía haber duda. Incluso, algo que aprendí a fuerza de errar, si distraídamente seguías un sendero equivocado, a los pocos metros encontrabas esas dos rayas con otra vertical anulándolas, o bien una cruz amarilla, lo que significaba que ese no era el Camino y se debía retroceder. En cada ciudad del Camino suele haber una sociedad de amigos del Apóstol Santiago, y son sus miembros quienes se ocupan de mantener la señalización de flechas amarillas por los pueblos, bosques y carreteras.
Mi paso era decidido, rápido. Al llegar a una carretera, la nacional, que nunca se aleja del Camino más de 100 o 200 metros, más flechas amarillas pintadas en bordillos, o en la misma carretera, te muestran la calzada y donde prosigue el Camino. A veces hay que seguir la misma carretera por el arcén izquierdo hasta que algún desvío a varios kilómetros te señala el Camino, aunque no es muy agradable sentir los coches y camiones tan cerca. Como todos aconsejan, el Camino ha de ser realizado en silencio, en actitud de recogimiento, para poder comunicarte contigo mismo, pues también se trata de un viaje interior.
A las 3 horas de marcha sin parar, arribé a Santa Celia, donde bebí agua de una fuente y entré en una cafetería a tomar café. Uno ha de ser comedido en el Camino y tratar de emular al monje, por ello la noche anterior únicamente había cenado tres tapas en un restaurante. Me propuse comer fuerte una sola vez al día, preferentemente a la hora de la cena, para disponer de más tiempo para caminar y mantener mi cuerpo acorde con la atmósfera que confiere el Camino. A mi salida de Hospitalet de Llobregat pesaba 77 kilos, y a mi regreso solamente 69.
Se calcula que una persona camina tranquilamente a razón de 4 kilómetros la hora, a 5 kilómetros si es rápido, y hasta a 6 si se tienen aptitudes atléticas. Yo noté que podía recorrer los 5 kilómetros a la hora sin cansarme, así que estimé que cada día podría, sin forzarme, andar 40 kilómetros de promedio en 8 horas, como si fuera una jornada laboral, lo que me pareció una distancia muy natural, pues equivale a una milésima parte de la circunferencia de la Tierra. Además, emplearía una o dos horas en descansar si me dolían los pies, para beber agua de las fuentes del Camino, recrearme del paisaje, visitar iglesias y charlar con los pastores de los pueblos.
Una hora más tarde llegué a una población llamada Puente la Reina de Jaca, atravesando el río Aragón, que daría nombre al Reino. Bebí una cerveza en un bar, y entonces sufrí la primera decepción: desde antes de comenzar el Camino tenía la intención de visitar el monasterio de San Juan de la Peña, cuna del Reino de Aragón, y donde por algún tiempo se custodió el Santo Grial, probablemente proveniente del castillo cátaro de Montsègur, antes de ser definitivamente expuesto en la catedral de Valencia. Pero por la camarera del bar me enteré que ya había pasado el cruce hacía más de 2 horas. Lo lamenté, pero ya no quería volver atrás. Como averiguaría días más tarde por otros peregrinos que sí lo habían visitado, el empinado ascenso para acceder a él te toma varias horas, más otras tantas de bajada, lo que significa que se ha de invertir un día entero para verlo. Por otra parte, en invierno tienen los horarios de visita muy limitados y no ofrecen alojamiento a los peregrinos.
La hospitalera del albergue de Jaca me había aconsejado pasar la primera noche en Puente la Reina de Jaca, donde cada día a las 20 horas se desarrolla una misa de bendición a los peregrinos, o como mucho en Arrés, donde había una hospitalera húngara que trata muy bien a los peregrinos, pero como me sentí con fuerzas suficientes para proseguir y estaba lleno de vitalidad para detenerme al mediodía en una pequeña aldea sin nada que hacer, determiné continuar más adelante.
Se llama hospitalero al que cuida los albergues del Camino. Es un término, como el de Caballeros Hospitalarios, con el que se designaba a los caballeros de la "Soberana Orden Militar de San Juan de Jerusalén, de Rodas y Malta", orden fundada tras la formación del Reino Latino de Jerusalén, en 1099, y cuya función era proteger a los peregrinos y los cruzados en la Edad Media, hasta que Napoleón, al invadirles la isla de Malta, su última posesión, (que les había sido cedida por el emperador Carlos V, nieto de los Reyes Católicos, cuando perdieron Rodas a principios del siglo XVI a manos de Solimán el Magnífico), les dejó prácticamente sin territorio físico. Días más adelante me enteraría por una hospitalera de que en la actualidad, la Orden de Malta, un país con sede central en dos edificios de Roma, está presente en diversos lugares del Camino de Santiago, especialmente en verano, donde dirigen varios refugios, antiguos templos y hospitales de peregrinos, y cuyos miembros son italianos que pasan varios meses en España para asistir al peregrino. Otra orden, aún existente, que también protegía a los peregrinos en el Camino, es la Orden de Santiago, creada por 12 caballeros leoneses a principios del siglo XII y que contó con miembros ilustres, como entre muchos otros conocidos, Francisco de Quevedo.
Algunos hospitaleros son excepcionales, como los misioneros de África, seres altruistas que a los peregrinos cuidan las heridas de los pies y dan consejos sabios sobre la actitud interior a mantener a lo largo del Camino, del que son sus Guardianes. Pero otros son puramente personas indiferentes a las vicisitudes de los peregrinos, que simplemente cumplen un trabajo remunerado.
Sobre las 2 de la tarde me tumbé junto a un cruce de caminos y me descalcé. Estaba exhausto por las 8 horas de caminata subiendo y bajando colinas y cruzando tres ríos ante los cuales me tuve que sacar las botas y remangar los pantalones hasta las rodillas para evitar mojarme la ropa. Me hallaba entre los poblados de Martes y Mianos. Deseaba llegar cuanto antes al albergue de Artieda, pues en la Credencial del Peregrino que portaba conmigo, la siguiente población escrita en él tras Jaca, era precisamente Artieda, a 42 kilómetros de distancia, y me pareció que alojarme allí era más "ortodoxo" que en otro lugar que no figurara en tal Credencial. Realizando un esfuerzo adicional llegué como pude a la aldea de Mianos y pedí agua como un desesperado a un nativo que estaba lavando su coche con una manguera. Me dio a beber de la manguera y luego me ofreció vino del pueblo. Al explicarle que estaba efectuando el Camino de Santiago, lo primero que me dijo fue:
- Así no llegarás nunca a Santiago.
Entonces lamenté no haberme comprado unas buenas botas de "trekking" y ejercitado con ellas unos cuantos días antes de emprender el Camino, pues las que llevaba, de cuero negro y manufactura finlandesa, las acababa de comprar en San Petersburgo un mes atrás y no eran en absoluto adecuadas; todo el que me las veía me lo hacía notar. Pero ahora la suerte estaba echada. Había decidido 48 horas atrás emprender precipitadamente el Camino, el lunes 3 de Marzo, día que adquirí por 25 céntimos de euro mi Credencial en una asociación barcelonesa de amigos del Apóstol Santiago y del Camino de Santiago, y el 4 de Marzo tomaba el autobús a Jaca, vía Huesca, con una pequeña mochila de apenas 2 kilos de peso, mi único acierto, introduciendo en ella un saco de dormir, más una muda, útiles de aseo y una libreta de bitácora. A lo largo del Camino encontraría a otros peregrinos con mochilas gigantescas, de más de 30 kilos de peso, donde cargaban varios tipos de calzado, pijamas, bolsas de agua caliente para los pies, paraguas, fogones, despertadores, perchas para la ropa, cantimploras, bocadillos de mortadela, y un sinfín de artículos prescindibles.
Eran exactamente las 4 y media de la tarde cuando por fin, y medio cojeando, llegué a lo alto de Artieda, junto a la iglesia, donde se localiza el albergue. Los hospitaleros eran una pareja de malagueños que estaban ya recogiendo las mesas del restaurante unido al albergue, que también regentaban. Desde el interior oí la voz del hombre que le increpaba a la mujer cuando ésta vino a servirme:
- Ya son más de las 4 y tenemos que limpiar o no acabaremos nunca! Dile a ese cliente que vuelva a la noche!
Yo sólo rogué que me dejaran sentar en una silla un ratito. No quería comer nada. Cuando se está cansado no te entra hambre. Tan sólo pedí una cerveza, que me fue servida a regañadientes. Antes de bebérmela, el hospitalero, al contarle que era peregrino, forzó a que le siguiera al albergue adjunto al tomar él mismo mi bolsa. Al entrar, me ordenó como un sargento:
- Quítate las botas antes de entrar para no ensuciarme el parqué!
El precio para dormir una noche en una litera de un cuarto comunal era de 7 euros, 1 más que en Jaca. La cena costaba 7 euros y medio. Pregunté en qué consistía el menú, y el hospitalero me contestó sarcásticamente:
- ¡Pues en lo que haya! ¿Qué esperas por 7 euros y medio?
En el albergue había ya dos peregrinos que venían de Arrés, donde habían pernoctado. Serían mis primeros amigos del Camino, pues en el albergue de Jaca estuve solo. Me dio mucha ilusión compartir con ellos impresiones. Ambos llevaban bastón, o bordón, que ayuda mucho al caminar, sobre todo en las cuestas, más conchas de vieiras colgadas del cuello, los dos símbolos de todo peregrino. Uno de ellos, barcelonés, de unos 30 años, llamado Quim, era la primera vez que lo emprendía, como yo, pero para su compañero, Alfonso, nativo de Bilbao, aunque domiciliado en Barcelona, éste era su quinto peregrinaje a Santiago. Habían comenzado en Somport el 3 de Marzo por agradarles la fecha: 03 03 03. El primer día, de Somport a Jaca, o 30 kilómetros bajando los Pirineos y cruzando ríos de poderosa corriente, fue terrible para ellos y estaban descorazonados y totalmente agotados, tanto que ya pensaban en renunciar a continuar. Alfonso, que de los cuatro peregrinajes anteriores nunca había experimentado tantas penalidades como en este tramo aragonés, ni siquiera en el Camino de la Plata, que comienza en Sevilla, tenía una uña rota y caminaba con mucha dificultad. El Camino más fácil es el que empieza en Roncesvalles, que es por otro lado el más popular. De los cuatro Caminos que entran en España provenientes de Francia, y que se originan en Alemania, Hungría, Dinamarca, y otros países europeos, tres de ellos lo hacen por Roncesvalles, y el cuarto, el Aragonés, también llamado el Tolosano por atravesar la ciudad francesa de Toulouse, es el que cruza los Pirineos por Somport. Todos esos cuatro caminos, denominados en su conjunto Camino Francés, convergen en la ciudad navarra de Puente la Reina. Para ser más precisos, todavía existen más caminos. Está el de la Plata desde Sevilla hasta Astorga, el Camino Portugués que empieza en el Algarbe, el Camino del Norte, que bordea el Mar Cantábrico, y aún otros, como el Camino Inglés que entra en España en barco por Galicia, o el Mozárabe, que se inicia en Córdoba y enlaza con la Vía de la Plata en Mérida, el del Ebro que se une al Francés en Logroño, etc.
Alfonso comenzó su primer peregrinaje en 1999, Año Santo Compostelano, y quedó "enganchado", por lo que cada año lo repite, aunque desde diferente origen. En el 2004, también Año Santo Compostelano, elegirá el Camino del Norte. Cada vez que el 25 de Julio, festividad de Santiago Apóstol, coincide en domingo, se considera Año Santo Compostelano, cuando los peregrinos se multiplican, y en la Catedral de Santiago realizan ceremonias especiales, como la oscilación del botafumeiro o enorme incensario. Por un capricho de las matemáticas y de los años bisiestos, la regularidad del Año Santo Compostelano sigue esta secuencia: 6-5-6-11-6-5-6-11..., es decir, que los próximos Años Santos Compostelanos tras el 2004, serán: 2010, 2021, 2027, 2032, etc.
El primer día marca mucho el ulterior desarrollo del Camino. Desde luego, a pesar de mi dolor de pies, si no me moría o sucedía algún siniestro, jamás abandonaría el Camino antes de llegar a Santiago. Ya me había enamorado de él y sentía su magia, pues pensaba en los millones de otros peregrinos que me habían precedido en el pasado por los mismos pasos, sus vicisitudes y desventuras, pero también sus alegrías y entusiasmo, lo cual me motivaba hasta el extremo y producía que caminara sonriente todo el rato, asombrándome de todo lo que me transmitían mis sentidos, de los cantos de los pájaros y del murmullo del viento. Se dice que a los tres días de marcha queda claro si el Camino te ha vencido o tú a él, y todos te aconsejan caminar unos 20 kilómetros los primeros días. 30 está considerado ya mucho, y la mayoría de peregrinos caminan un promedio de 25 kilómetros al día, aunque llegaría a conocer peregrinos que no andaban más de 10 kilómetros al día y hasta oí que algunos caminan hasta 60 kilómetros diariamente, como por ejemplo los carteros de profesión. Pero el Camino no es una carrera y uno ha de recorrerlo de acuerdo a sus posibilidades físicas, sin fijarte una fecha, admirando el paisaje, apreciando los tesoros arquitectónicos que te aguardan, y manteniéndote receptivo a sus gentes. Normalmente el Camino te toma unos 28 días desde Roncesvalles, que se halla a 737 kilómetros de Santiago, y un mes desde Jaca, que dista 806 kilómetros de Santiago.
La cena consistió en una sopa demasiado líquida más un segundo plato a base de 3 croquetas de sobre con algo de ensalada. Menos mal que de postre había un frutero lleno de plátanos, manzanas, naranjas y peras, y a la que se descuidaban los hospitaleros, me camuflaba rápidamente algún plátano o pera por entre los pliegues de mi ropa. Por un pequeño bocadillo de queso que pidió Quim, tuvo que pagar 3 euros. No había elección en Artieda. Ese albergue era el único lugar para comer. Para algunos, el Camino supone una fuente de ingresos gracias a los peregrinos. Cuando preguntamos si nos podrían servir el desayuno temprano a la mañana siguiente antes de emprender la partida, la hospitalera nos contestó:
- Si fuerais diez o doce, me despertaría a las 7 a prepararos algo, pero por tres, como comprenderéis, para ganar 4 euros no vale la pena.
Hablamos con los hospitaleros tras la cena, y se mostraron muy amables a pesar de su comportamiento nada compatible con su condición. Con orgullo nos mostraron sus Credenciales del Peregrino con los sellos de todos los albergues donde habían pernoctado hasta Santiago. Todo el que desee desempeñarse de hospitalero ha de haber realizado el Camino a pie en su totalidad. Ambos estaban divorciados de otras parejas en Andalucía, con hijos, pero en Artieda vivían los dos solos. Lo consideraban un regalo del Apóstol Santiago, pues durante mucho tiempo no sabían qué hacer con sus vidas ni dónde instalarse, y tras el peregrinaje les surgió la oportunidad de vivir a lo largo del Camino, en un pueblecito encantador a las faldas de los Pirineos, como es Artieda.
Esa noche dormí como un tronco a pesar de los ronquidos de caballo de Alfonso y de la tormenta y lluvia torrencial que se oía en el exterior.