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El Camino Fonseca
00. Prólogo
01. Salamanca - Cuba de la Tierra del Vino

Prólogo

Tras haber realizado en años anteriores el Camino Aragonés (desde Jaca), el Francés (desde Saint Jean Pied de Port), el Primitivo (desde Oviedo), el Portugués (desde Oporto), el Finisterre hasta el faro, parte de la Ruta de la Plata (desde Sevilla a Zafra) y del Camino Inglés (desde La Coruña), pensé que ya era hora de acometer el Camino Mozárabe, que en teoría comienza en Granada y enlaza en Mérida con la Ruta de la Plata, que unía en tiempos de los Romanos las ciudades de Mérida (Emérita Augusta) con Astorga (Asturica Augusta), para, en Granja de la Moreruela, seguir su propio derrotero atravesando la provincia de Zamora para penetrar en Galicia por la provincia de Orense.

Sin embargo, al llegar a Salamanca me entero de que el tramo comprendido entre esa ciudad y Santiago y que discurre a través de Orense, se llama Camino Fonseca, nombre de un Obispo. Luego, ya en la provincia de Zamora, a ese Camino le llamaban Sanabrés, y una vez en Galicia ya no volvería a leer Camino Fonseca ni Camino Sanabrés, ni tampoco Camino Mozárabe, sino Ruta de la Plata...!
Sea cual fuere, el nombre de Camino Fonseca me gustó. Miré en Internet y en la mejor página güeb dedicada al Camino, la de Javier Serrano (http://diariosdeperegrinos.hol.es/index.htm), encontré este link http://212.128.144.60/~cf/, y averigüé que el Obispo Fonseca fue un personaje de armas tomar que se correspondía con Erasmo de Rótterdam. Nació en 1476 en Santiago de Compostela y tuvo una gran importancia en la historia de España, ejerciendo cierta influencia sobre el Emperador Carlos I. Actuó como mecenas y gracias a él se erigió en Santiago un Colegio que se convertiría en la actual Universidad de Santiago de Compostela. Murió en Alcalá de Henares en 1534, pero sus restos mortales yacen en Salamanca.

Desde hace varios años realizo los Caminos en compañía de otros peregrinos y amigos, a los cuales he conocido durante el Camino, a saber: César, de Santo Domingo de la Calzada, que es, como se suele decir, un trozo de pan, un compañero bonachón al que conocí durante el Camino de Finisterre. Alfonso, un pintor bilbaíno y apasionado del surfing y del Camino (ver su magnífica web: http://www.biescasvignau.com), con quien coincidí durante el Camino Aragonés. Y, esta vez, venía un primerizo, Miguel Ángel, un periodista deportivo (del Diario AS). Los tres nos encontramos el 14 de Enero del año 2008 en Salamanca para iniciar al día siguiente el peregrinaje a Santiago.
El albergue era magnífico, nuevo, situado en la zona monumental de la ciudad, vecino al Parque de Calixto y Melibea. Un lujo. Era gratuito, pero dejamos 6 euros de donativo ante la gentileza de la hospitalera.

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Salamanca - Cuba de la Tierra del Vino

Primer día, 15 de Enero, Martes
36 kilómetros

Las salidas de las ciudades siempre son tediosas. Recordaba las de Burgos y León en el Camino Francés. Sin embargo, la de Salamanca se nos hizo muy corta. Y así, pronto abandonamos la ciudad acompañados por el típico simpatizante de los peregrinos, un señor de 73 años, llamado Eulogio, que nos estaba esperando en un bar, como hacía cada mañana, para unirse a los peregrinos y mostrarles los cambios que el Camino ha sufrido debido a las obras de las carreteras nuevas. Nos contó que ya había realizado diez peregrinajes a Santiago. Nos dio consejos sobre los lugares que íbamos a atravesar, así como información útil sobre los albergues a lo largo del Camino Fonseca. Unos diez kilómetros más adelante nos dejó y regresó a Salamanca, a pie.
A las 3 horas de marcha hicimos una parada en un poblado para tomarnos en un bar una tapa de tortilla y una cerveza, cosa que se convertiría en costumbre cotidiana. Tras ello proseguimos el Camino.
No hacía un frío excesivo, pero la mayoría del Camino transcurrió por carretera, lo que para Alfonso y para mí sería una tortura. César y Miguel Ángel seguían frescos como lechugas, al ser más jóvenes. Alfonso nos catalogaba por décadas. Él entraba en la de los 60 años, yo en la de los 50, Miguel Ángel en la de los 40 y César en la de los 30.
Los últimos kilómetros fueron mortales de necesidad. Cuando por fin divisamos Cuba de la Tierra del Vino, entramos en un bar para tomar otra cerveza y descansar los pies. Allí nos informaron que las llaves del albergue las tenía el alguacil, palabra que nos encantó por ser poco utilizada en las regiones donde vivíamos, y nos hizo recordar las viejas películas de Oeste. Lo encontramos poco más tarde, se llamaba Felipe, y le satisficimos 6 euros, el precio del albergue, localizado en el mismo edificio donde se hallaba un tanatorio.
Tan pronto vi la cama, me tumbé y me quedé dormido como un tronco. Mis compañeros, viendo que era peligroso dormir vestido, me taparon con mantas para que no me congelara y, de no haberme despertado, allí me habría quedado frito, hasta la mañana. Haciendo un gran esfuerzo les acompañé a la cena, que sería contundente, a base de conejo en pepitoria, además de barata gracias a unos bonos que nos entregó el alguacil Felipe para que nos hicieran descuento.