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Camino de Santiago
01. Un chambergo negro mate
02. Marilyn en Azofra
03. José Ignacio de Tours
04. Sopa de letras
05. ¿Bailamos? ¡Bailemos!

Un chambergo negro mate

(Para Jeff, Nieves, Irene y Petrique, donde quiera que estén.)

Ploc-ploc-ploc. Clinc-clinc-clinc.Así sonaban mis pasos y mi cuerpo entero en la escalera de la Casa del Santo. Son las siete de la mañana del 16 de Diciembre de 1999. Ploc-ploc-ploc, joder que eco. Todavía es noche cerrada en Santo Domingo de la Calzada. El enorme portalón se abre desde dentro, pero es imposible hacerlo por fuera. Ingenioso. Y tranquilizador, he pasado la noche aquí, solo. Solo, único peregrino en el enorme caserón. Al principio me hacía gracia, eso buscaba, pero la soledad en la Casa del Santo es un tanto especial. Me parecía estar rodeado por el espíritu de miles de gentes. Por otro lado me permitió huronear en los libros de peregrinos, escribir algo, recostarme y releer el libro que llevaba en el macuto, Las Confesiones de San Agustín. Pero el silencio puede ser opresor, aquel silencio, silencio absoluto, con todos los habitantes del pueblo recogidos en sus chimeneas, me inquietaba. No sé la razón, he dormido en los lugares más inhóspitos y heavys que darse puedan. Y la Casa del Santo no es precisamente inhóspita. Cerré el libro e intenté dormir mientras el mismo ventarrón que me había hecho volar desde Azofra azotaba las viejas cuadernas del edificio. Menos mal que estaban los perros. Dos de esos animalitos, a eso de las once de la noche, se empeñaron en desigual combate de ladridos, uno ladraba ¡guau! como es debido, dándolo todo, con el tono adecuado de indignación. Seguramente era un perro de derechas, de vez en cuando se le unían otros chuchos que ladraban con el mismo tono de esmero, aplicación y dignidad, creo que la mayoría de los canes de Santo Domingo son de derechas, es probable que no tengan más remedio. El otro chucho, que le contestaba justo debajo del caserón, era un ser despreciable, ladraba con desgana, una mierda de ladrido, parece mentira, era un guau desganado, flojucho, me estaba cabreando, hasta que de repente se redimió por si sólo, el hí de puta se puso a aullar, casi estallo de gozo, coño, un perro ácrata., me puse el jodido frontal y bajé hasta el enorme portón, un perro ácrata y aullador es la mejor compañía para alguien que lee en soledad a San Agustín en un viejo caserón. Abrí la enorme puerta pero el chucho salió zumbando, no le gusta San Agustín, ni tampoco yo debo ser un tipo recomendable.

Bueno, en esos pensamiento andaba enredado cuando abrí la puerta. Aterricé enseguida.... ¡ Dios ! ¿Quién ha pintado de blanco Santo Domingo de la Calzada? ¿Y ese viento, ese huracán?. Despavorido, cerré la puerta. Es demasiado. Cierto que ya había estado solo en esa especie de casa de los horrores que es el enorme albergue de Logroño. Mi buen amigo Enrique Valentín me había abierto, me había dado la llave (¡mañana la dejas donde la guardia municipal!).Esos enormes albergues, sin peregrinos, sin alma, sin nada, me doblan. Al menos en Nájera había estado con Michael, el francés que rajaba sin parar. Y, claro, el señor Pedro no había dejado de parlotear conmigo y luego aparecieron todos aquellos simpáticos señores de la Asociación de Nájera. Lo malo es que descubrieron que llevaba una gaita en el morral y, como de costumbre, se armó una gorda. El Pedro me había dicho, señalando al gabacho sin empacho alguno: "Ese, mañana no sigue, se larga". Miré al Michael, Me había alcanzado cuando yo zascandileaba por el Alto de San Antón, me pierden las ruinas y andaba holgando por allí buscando entre las zarzas los restos del antiguo convento. Escruté al Michael con cierta malignidad. Me apresuro a declarar que el Michael es un palizas, un palizas de los serios y subcampeón del mundo de los plastas. No sólo interrumpió sin pudor mi feliz búsqueda del desaparecido convento, no, se empeñó en largarme un discurso contra la Iglesia, pero no por motivos "ideológicos", estaba encabronado porque le habían cobrado cuartos en casi todas. Y rajaba de la Iglesia Española, del Camino, del tiempo, de los albergues, de todo... Yo normalmente rajo de los curas, y más de los que son amigos, pero un gabacho rajador e impertinente que se te pega como una lapa en el Alto de San Antón y no te suelta hasta Nájera es más de lo que la buena crianza puede soportar. Quiero decir que estaba dispuesto a asesinarlo. Por eso miré a Pedro esperanzado. También le hablé de mis ganas de ir andando hasta San Millán.

"Pues nada, tú vas mañana a San Millán, vuelves y duermes otra vez aquí. Va contra las normas, pero si traes la gaita no hay problemas".

Veremos. Coño con el Pedro, mi amigo hospitalero. De buena mañana estaba ante el Najerilla. Había preguntado el día anterior en una tienda por algún Camino hasta San Millán y un vejete la mar de amable me lo había indicado.

- Se pega usted a la montaña donde están las cuevas, ¿sabe usted?, luego llega a un riachuelo que da al Najerilla, lo cruza, que hay un puente, ¿sabe usted?, y luego apunta siempre al San Lorenzo, salga fuera coño, el San Lorenzo está por allí, es el monte que está siempre nevado. Pues apunta usted siempre al San Lorenzo y llega a San Millán, ¿sabe usted?.

¿Un riachuelo? Si, pero... ¿un puente?. Vadeo como puedo, coño que frío, el aire es puro hielo, y ando, y ando, y ando, aquel debe ser el San Lorenzo, no hay duda, pero hay que serpentear entre viñas, un desfiladero, una paridera, más viñas, mañana de andar feliz en total soledad hasta que.... "Badarán, buen vino, chorizo y pan". Un niño juega ante un portal con una de esas maquinitas demenciales con las que ahora juegan todos los niños. Tiene pinta de niño despierto e inteligente el niño de Badarán.

- Niño: ¿Sabes dónde está el bar?
- Se te caen los mocos.

Carretera y manta hasta San Millán. La mole de Yuso ahora es un hotel de lujo. Pero por allí anda la comunidad de los Agustinos Recoletos. Me parece todo muy frío, a Yuso le han quitado el alma, sí, no son ruinas, pero han vendido su alma, un fraile con cara de pan interrumpe mi merodeo:

- ¿Quiere sellar?
- Pues bueno...
- ¿Por qué hace usted el Camino? ¿Qué le motiva a usted? ¿ Por qué camina usted en estas fechas? ¿Qué hace en Yuso?
- Oiga...

Me salvan unos turistas que entran por postales. He perdido todo el interés para el cara de pan, me sella rutinariamente y me enseña la salida, sin más, cuando me ve cargar pesadamente mi mochila: ¡ Por allí !
Camino de Santiago, no se exige, acepta lo que te ofrezcan, vale, vale, pero hubiera agradecido un "buenas tardes", un ¡ Con Dios! o hasta un ¡ Con el diablo!, lo que hubiera resultado muy propio dado lo que luego me aconteció.

Ahora subo y subo, paso el cementerio, corto por el bosque despreciando la carretera que serpentea perezosamente, pinos y más pinos, eso debe de ser Suso, pues claro idiota, que va a ser. La soledad está marcando todo mi Camino, la soledad casi absoluta, no hay nadie en Suso, está en obras, los obreros se han marchado y no queda ni el guarda. Estupendo, nada que ver con Yuso. Está empezando a anochecer, me siento y enciendo un cigarrillo. Luego enciendo otro y entro en mi mismo, una especie de sopor, coño que a gusto estoy, a pesar de este frío aterrador que me envuelve. Es mágico Suso. Aquí el bueno de San Millán fue tentado por el diablo. Y resistió, según la leyenda, como un campeón. Sus restos reposan, al parecer, en una covacha tras la iglesia. Apago el cigarro, una idea me ha sacudido. Sonrío y empiezo a calibrarla. ¡ Dormiré en la cueva de San Millán!. Y puede que tenga la suerte de que me tiente el diablo. Coño era lo que me faltaba. Intento sacar la gaita de la mochila, empieza a granizar. Miro al cielo, tiene un aspecto tenebroso. Me llama la atención una nube extrañamente negra, negra mate, en forma de chambergo. De pronto, sin saber como, una extraña opresión, ¿una presencia?, me hace cerrar de nuevo la mochila, ponerme de pie, mirar a todas partes y, correr, correr, correr despepitado cuesta abajo, ya casi en la oscuridad, tronchando helechos, rompiendo ramas, corriendo, corriendo, el viejo cementerio me ve pasar como una centella hasta que me detengo, sin resuello, en las primeras casas de un desierto San Millán. ¿Camino de Santiago? El mío siempre fue duro, nunca supe la razón, pero lo hago duro. Tengo la piel de gallina y es de noche cuando llego a la solitaria parada de autobús que hay al final del pueblo. Coño, no soy cobarde, pero me he acojonado, me he acojonado como en mi vida.

- Te lo dije, el gabacho ha cogido un autobús y se ha largado.

Ah, el bueno de Pedro. Como sabían que yo volvería esa noche han traído a un tipo con una dulzaina y volvemos a armar fiesta. Luego pienso en San Millán. Casi nadie va allí, hoy en día los peregrinos se tiran al Camino obedeciendo ciegamente a unas guías (y a unos guías) infames, nadie busca ya, nadie se quiere perder, nadie quiere sorpresas, no hay tiempo, no hay ganas, lo siento por ellos. Tengo una sueño agitado, de nuevo solo en un albergue, Satanás está sentado en una peña, en Suso, rebaña con un dedazo negro una lata de paté mientras estalla en carcajadas y larga espantosos salivazos a un agustino con cara de pan, que dormita allá abajo, en Yuso. Lleva chambergo negro mate, con tres plumas de águila real, va galanamente vestido con un jubón colorado, y le pide a un gaiteiro asustado que toque la Marcha Procesional de San Benito. Me cago en sus muertos.

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Marilyn en Azofra

La señora María, Dios la bendiga, barre el albergue de Azofra. En la fría mañana la señora María es lo único vivo que se siente en Azofra. Bueno y el olor a leña y a pan recién hecho, en víspera de Navidad todos los pueblos del Camino huelen así, y de paso miran curiosos a los raros peregrinos que lo compartimos con ellos. Yo he llegado hasta allí envuelto en barro.

- Están todos en misa. ¿Quieres algo, hijo, unas galletas, quieres agua?

No quiero nada María, muchas gracias.

Entro en la iglesia y no hay nadie. Me siento en un banco, aquello está lleno de paz, y yo necesito paz, me he tirado una vez más al Camino porque necesito paz. ¿ Por qué el hombre necesita de vez en cuando, algunos siempre, alejarse de todo, huir de todos, marchar, marchar, perderse en las encrucijadas? Yo no lo sé, tampoco querría saberlo - ¿para qué?, ¿me ayudaría?- algunos sabios hablan del "homo viator", otros de "esa enorme montaña de Dios, en sentido laico y orteguiano, que crece y crece y crece", los de más allá dicen (Leonardo Boff) que todo deriva de cierta cosmología "posmoderna". Los popes de la New Age (Alan Watts) dicen que nuestro cuerpo sólo existe en relación con el universo, estamos adheridos a él y dependemos de él como una hoja está unida a la rama. La Carta Pastoral (1988-29) de los obispos del Camino de Santiago añade: "Peregrinar a la Tumba de Santiago es asumir como tarea necesaria y urgente una nueva y más profunda evangelización en nuestro tiempo y en nuestra sociedad". Frío, frío, y no me refiero al de la iglesia de Azofra. Siempre huí de las verdades absolutas y de todos los popes, con estola o sin ella. Pero yo allí siento paz en aquel banco de la iglesia de Azofra, la que no sentía cuando daba vueltas sobre mi mismo como perro rabioso y Carmen, con buen sentido, me aconsejó: "Tienes dos salidas, o una isla desierta o los caminos". Besé su mano y tomé la puerta, siempre me aconsejó bien, me conoce y me quiere. Dormito, mi tiempo es mío y me lo tomo todo, cuando me doy cuenta de que un rumor sordo invade la iglesia. Pero no hay nadie. Me acuerdo de Suso y me empiezo a mosquear. Pero ahora no tengo miedo, o pánico, o lo que sea, ahora estoy encabronado, era feliz con el silencio, con aquel silencio. Me acerco al rumor, sale de un muro, me doy cuenta de que hay una puerta, la abro, y me reciben las miradas de dos docenas de mujerucas y del cura que les dice la misa, se han refugiado en la sacristía para oír misa huyendo del frío siberiano que hace en la iglesia. Con una señal el cura me indica que pase y me quedo de pie, sorteando las miradas curiosas de aquellas mujeres. Hace un frío horroroso pero ahí están, practicando los mismos ritos y participando en la misma fe de mis padres, y de mis abuelos, y de los abuelos de mis abuelos. El cura reparte la comunión, se me acerca, con un gesto lo disuado, y le extiende el copón a una anciana devota que está a mi vera. Esa gente me emociona, me produce una infinita ternura aquella corte de ancianos qué, desafiando el frío por su fe, o por sus ritos, o por sus miedos, por lo que sea, me causan enorme respeto. Y los envidio, ellos tienen la paz que a mi se me niega.

Para entrar en el bar de Azofra hay que apartar ese lío de colgajos plásticos que muchos cantineros castellanos ponen a la entrada de sus antros, para evitar los calores africanos de los tres meses de infierno que siguen a los nueve de invierno. Nada más acercarme a la barra, desde una super foto, tamaño poster, me sonríe mi amigo Enrique Fontenla ataviado de peregrino medieval.. Enrique fue operado, a la desesperada, de un cáncer de laringe hace doce años. Se curó y desde entonces, todos los años por el mes de Septiembre, Enrique se va a Roncesvalles y vestido de peregrino medieval cumple su promesa al Apóstol, a quién había pedido su curación. Es ya, otro mito del Camino de Santiago. No lo puedo resistir y llamo a Enrique desde el bar:

- "Enriquiño, ya eres como la Marilyn Monroe, andas por los posters en los garitos del Camino".

Al otro lado suenan las carcajadas laringotomizadas de Enrique. Se muere de risa, el muy cabrón. Enrique nos acompaña siempre en la Peregrinación Internacional a Fisterra, es directivo de mi asociación, y sobre todo, es un hombre de fe. Me manda abrazos y, de paso, un saludo para el dueño del bar. Pongo al cantinero al teléfono, y escucha con arrobo, como el que oye a un gurú indio. Es curioso, observo al tipo que, mientras atiende la jerga de Enrique, hace leves reverencias de asentimiento. No me cobra, dice que paga Enrique. Y que tome otra, que esa la paga él.

Salgo de Azofra y, llegando al rollo medieval, me pongo a llorar. Joder, es un sollozo irreprimible, me caen los lagrimones a cántaros, sin ningún pudor, ¿por qué coño estoy llorando?. Me siento y me seco las lágrimas, coño, no lo entiendo, estoy quebrado, es un desazón absoluta, un rendimiento total, estoy desmadejado. No lo entiendo, no me entiendo, pero me invade una congoja total.
Metido en el hondón de mi mismo, ensimismado y solo, siempre solo, me pierdo en Ciriñuela, justo cuando empieza a caer aguanieve. Y con aguanieve, un viento gélido y entre las primeras sombras de la noche he entrado en Santo Domingo. He pasado de monumentos, de gallos y de piedras, no es este un Camino para las piedras, ya llevo bastantes dentro de mi corazón, y respecto a los gallos, cincuenta de ellos, y de acerado espolón, se pelean todos los días dentro de mi cabeza. Además, los gallos de Santo Domingo deben estar afónicos y no creo que reciban.

Así que en esas andaba cuando me decidí a abrir, otra vez, la enorme puerta de la Casa del Santo. Santo Domingo duerme, y no me extraña. Ha debido caer lo que no está en los escritos durante la noche, hay más de un palmo de nieve y un viento siberiano azota las calles desoladas del pueblo. Ahí voy, me ajusto la mochila y el verdugo que me cubre la cabeza y doy los primeros pasos. Plof, plof, plof, la nieve fresca hace que me hunda a cada paso. Cruzo el Oja en medio de la noche, ayudado por un frontal que despide reflejos fantasmagóricos. ¡ Dios, no puedo avanzar! La ventisca me agrede, me empuja, me zarandea. Se me enreda la capa sobre mi cabeza. Han debido cortar el tráfico, no pasa nadie , la nieve acumulada a los lados me hace caminar enmedio de la carretera. A cada poco me tengo que girar, dar la vuelta, es imposible resistir más de un minuto ese vendaval de nieve que me acuchilla la cara. ¡ La Cruz de los Valientes ! ¡ No veo la Cruz de los Valientes!. Tampoco veo los mojones, ni las flechas, no veo nada, nada, más lejos de cinco metros en esta carretera desolada. Lo mejor sería volver, ¿volver?, imposible, tengo que ganar Grañón, debo llegar a Grañón. La capa de agua se raja, se deshace, rota en mil pedazos. No avanzo, ¿a cuánto voy? ¿a medio kilómetro por hora?. Estoy doblado, es como mejor se avanza, con la cabeza casi paralela al suelo, cuando de repente los oigo. Debo estar comenzando a volverme loco, no puede ser. Pero si, primero fueron unos pocos, luego cientos, y luego miles. ¡ Cuá ! ¡ Cuá ! Cuaaaa! ¡ Patos!. No puede ser, coño, estoy delirando. Levanto mi cabeza y, sobre mi, deslizándose a través de un amanecer plomizo, entre nubes que se mueven como centellas, cientos, miles de patos emigrando Dios sabe donde. Joder, quién pudiera volar como ellos y llegar a Grañón, ¿existe Grañón?.

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José Ignacio de Tours

Me sacudo como un cachorro y encharco medio bar ante la mirada furibunda de una matrona que me observa al otro lado de la barra. Para rematarlo tropiezo con un taburete y me caigo de culo, si hermanos, estrepitosamente, dándolo todo, adornándome con rotundidad, una culada que me deja turulato. La matrona me observa impávida y en silencio mientras yo hago lo mismo con mi mejor cara de imbécil. Me levanto como un perro apaleado (y mojado), un perro de aguas. Balbuceo una excusa, no me hubiera importado que aquella arpía, envuelta en una bata estruendosa y con una permanente de todo a cien, hubiera estallado en carcajadas, que es lo propio y lo civilizado en esos casos, pero no, me miró con fastidio de hito en hito y me espetó un ¿qué desea?. Pues coño, estrangularla a usted, madame, pero cuando uno tiene conciencia clara de perro apaleado es un prodigio de mesura y adaptación al medio:

- ¿Me puede dar usted un vaso de leche caliente?
- ¿Le echo una coñac?
- ¿Una coñac? ¡Pues claro!

Fue cuando descubrí el saltaparapetos, sólo por eso ya mereció la pena la culada humillante, la bata de los mil horrores y las miradas perdonavidas de aquella Cruela de Vil.

- ¿Está el cura en casa?
- ¿Y dónde había de estar?

Vale, Ma Dalton, usted perdone, el Camino enseña humildad y yo soy un verdadero campeón del "muchas gracias", buenos días tenga usted, con Dios hermana.

Dos llamadas y siento los pasos de José Ignacio, mi amigo, el cura de Grañón.

- ¡ Coñoooo! ¡ Pero que carajo, estás loco! ¡ Pero que haces ahí, pasa, pasa!

La sala de estar de José Ignacio irradia orden, gusto y placidez. Libros por todas partes, una mesa camilla, unas sillas cómodas, limpieza y orden, el olor de la pipa de mi amigo, un saltaparapetos que compartimos mientras afuera sigue cayendo nieve y nieve. José Ignacio, a diferencia del "cara de pan", no hace preguntas, las preguntas sobran en el Camino y lo sabe perfectamente, está en el Camino, vive en el Camino, a veces él "es el Camino". Hablamos y hablamos, nos conocemos y nos queremos de antiguo, cuando uno organizó una manifestación en Santiago y se tiró delante de las máquinas para impedir las obras que iban a destruir el Monte del Gozo y José Ignacio nos apoyaba con valentía desde la revista Peregrino. A mi me costó aquello una detención (breve y bastante cómica) en la Plaza del Obradoiro, el 25 de Julio de 1992, y a José Ignacio una bronca del Opus Dei (es del Opus) y la llamada al orden de unas cuantas asociaciones jacobeas, cobardes y apesedebradas, incapaces de enfrentarse a nada que sonara a poder establecido. Se perdió aquella batalla, pero como consecuencia de ella nos comenzaron a respetar en la Xunta de Galicia, nunca más se hizo otra barbaridad parecida en las obras que se realizaban en el Camino por aquel entonces. Como siempre, discutimos. Habíamos organizado el V Congreso Internacional de Asociaciones Jacobeas en el Finisterrae, y entre otras calamidades, el último día, a la organizadora de un desfile de modelos del lino (una de las artesanías típicas de la Costa da Morte) con el que cerrábamos el congreso, se le ocurrió hacer desfilar a las modelos en bikini. Se armó la de Dios es Cristo, pitos y aplausos, con todos los curas del Camino presentes.

- Sois unos paganos, voy a tener que darle la razón a los de la Catedral.
- Coño, José Ignacio, que no fue para tanto.
- Y además, el Amancio Prada cantando en gallego en Santa Maria das Areas.
- Coño, José Ignacio, que no iba a cantar a Rosalía en inglés...

Otro saltaparapetos, empiezo a reaccionar, que remedio.

- Bueno, te quedas aquí, prepararemos todo.
- No gracias, si me quedo no doy un paso más.
- ¿Estás loco?. Esto no va a pasar, la radio ha dicho que es la nevada del siglo, han cerrado el puerto de La Pedraja.
- Si me paro estoy muerto. Déjame una capa, la mía está hecha trizas.

Fuera ruge la marabunta. Hay, además, un montón de grados bajo cero. Me pongo la capa de José Ignacio de Tours sobre el forro polar y nos damos un abrazo. Hay un único consejo:

- Sigue por la carretera.

Sigo por el Camino. A los diez minutos me he perdido. La nieve lo ha borrado todo: El Camino, las flechas amarillas, cualquier rodada, todo. Me rodea un mundo blanco y silencioso. ¿Habéis observado el silencio del mundo cuándo está envuelto por la nieve?. Es un silencio absoluto, total, abisal. Sólo escucho mi propia respiración agitada. La carretera, coño, la carretera no puede estar lejos, debe estar por allí, a mi derecha. Como por milagro oigo el motor de un tractor en esa dirección, apenas hay cincuenta metros de visibilidad. Me lanzo campo a través avanzando penosamente, primero un pie que se hunde en la nieve fresca, luego hay que levantar el otro, y todo tu cuerpo con los diez kilos de mochila, para hundirlo también. Y así un metro, y otro, y otro. Un futuro seguro hacia la tendinitis, es durísimo avanzar sobre la nieve blanda. Al cabo de una hora alcanzo la carretera, desolada. Estoy fundido. Ahora el viento se ha calmado y caen enormes copos llenando el espacio de algodón, unas débiles rodadas se perciben en el centro de la carretera, ha debido ser cosa del tractor, el tráfico sigue interrumpido. No me fío, la visibilidad es prácticamente nula, e intento seguir por lo que debe ser la cuneta, me hundo hasta las rodillas, apenas avanzo. Suena el móvil, es Alfonso desde Burgos:

- Vamos a ver, ¿en que hotel estás?.
- Pues no sé...
- ¡ Gilipollas! ¡ Estás caminando! ¡ Me cago en tus muertos! ¿Estás loco?.

Alfonso es mi hermano pequeño. Aventurero a su estilo, ha recorrido medio mundo de una manera perfectamente cartesiana. Es decir, absoluta planificación, abundante cartografía, apabullante orden y total concierto. Es de los tipos que siempre han aprobado matemáticas sin haber leído filosofía, navega por la otra esfera. Es economista, muy buen chaval y tiene una necesidad vocacional de echarme unas broncas monumentales, para él es imposible lanzarse a cualquier algarada sin: a) Consultar el tiempo previsto para los próximos treinta días b) Desvalijar la tienda "Coronel Tapioca" más próxima c) Vacunarse contra todo, incluida lepra y peste bubónica, a ser posible d) Programar hasta el número exacto de micciones. Exactamente todo lo que no está en "mi cultura". La bronca se acentúa:

- ¡ Animal ! ¿Sabes que en Burgos están echando sal por las calles? ¿Dónde estás? ¿Sabes qué...?

Corto y apago el móvil. Me lo imagino rojo de ira ante ese hermano loco e incontrolable que no sigue "el libro" para nada y estallo en carcajadas en medio de la nieve. El móvil ha sido una "conditio sine quanon" de Carmen, más que nada por su curiosidad morbosa de saber si estoy en el Camino o en la isla de Pitcairn.

Una chica friega el albergue de Redecilla. Mejor dicho, encharca con inaudita ferocidad el albergue de Redecilla mientras desde un transistor un "rap" atruena el espacio. Ya son las dos de la tarde.

- ¡ Buenas tardeeees!

Me mira un instante y sigue con su particular inundación. No le pone precisamente cariño a su trabajo. Fastidiada, sostiene la fregona, señala indignada la hucha y larga:

¡ Lo robaron todo hace una semana! ¡ Menudos peregrinos de mierda! ¿Te vas a quedar?

No, no me voy a quedar. Entre las notas del "rap" estruendoso creo entender que ha dormido allí una pareja esa noche.

Penosamente, me arrastro hasta Castildelgado. Soy del norte, he caminado lo mío, pero pocas veces en mi vida he visto tanta nieve. Cerca de una gasolinera hay uno de esos bares "Corte Inglés", un revoltijo de recuerdos típicos, cintas porno, casetes del Fari y mantecadas de Astorga.
En el aparcamiento se amontonan camiones y más camiones atrapados por la nieve. Soy acogido exactamente igual que una hiena en la Pasarela Cibeles, con absoluto espanto. Reflexiono y no me extraña, barba de cinco días, verdugo en la cabeza, bordón, mochilón, capa... el Yeti. Una vaharada de calor me envuelve mientras me acerco a la barra donde se contonean dos chicas al ritmo de un Fari verbenero. Pido dos bocadillos y un saltaparapetos, apenas he probado bocado en todo el día. Se me acercan un camionero y una chica, su novia. Han hecho el Camino y me invitan a sentarme con ellos. Van a Barcelona y se han quedado atrapados. Me cuentan que se está toda la red secundaria cerrada en Castilla y que no tiene pinta de que la cosa vaya a mejorar. Parlotean sin parar acerca de quién de los dos ha tenido la culpa de haberse metido en aquella ratonera y pronto me envuelve una especie de sopor, un cansancio infinito. Me despido, pago y salgo.

Hasta Belorado tengo nueve kilómetros de infierno en blanco. Durante cuatro horas, como en un sueño, camino y camino, otra vez solo, siempre solo. Siguen cayendo copos mansamente mientras paso cerca de lo que supongo Viloria de Rioja. Voy otra vez metido en mi mismo, recuerdo a mis camaradas de diez años atrás, cuando hicimos de una sentada el Camino entre Santo Domingo y San Juan de Ortega: Marcial, Willi y Louis (alias Pepe). Willi y "Pepe" eran (espero que sigan siendo) alemanes. Los añoro a todos en este caminar solitario. Habíamos salvado de una estafa segura a Willi y "Pepe" en Burguete y se unieron a nosotros. Divertidos, animosos, cultos y a la vez absolutamente gamberros, enseguida entendieron de que iba "The Way", al menos con dos tipos como Marcial y servidor. Fueron debida y severamente aleccionados así que al punto aprendieron las dos únicas frases en español que les aseguramos como imprescindibles en el Camino: "Rioja puta madre" y " ¡ Confesión !" El problema fue que acabaron aullando "Rioja puta madre" en las iglesias (¡ Ay, ay, catedral de Burgos!) e implorando " ¡ Confesión!" en los garitos. Cada vez que reviso mi diario de aquel lejano Camino se me eriza el vello. Algún día (cuando vea cercano el fin de mis días), contaré algo sobre aquello. Antes, ni se me ocurre.

Con mi alma colgada del bordón, hecho un pingajo, el frontal expandiendo una luz mortecina sobre una nieve salpicada de barro, entro en Belorado de noche cerrada.

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Sopa de letras

- ¡ Hellow ! I'm Jeff Joseph, from Alaska !

No soy precisamente bajo, pero tengo que mirar hacia arriba para percibir, a dos metros del suelo, una enorme sonrisa. que ilumina el umbral del albergue de Belorado. El gigante sonriente me franquea el paso, me ayuda con la mochila y me señala con cara muy seria, mientras hincha desaforadamente los mofletes, a una chica que se aplica en la cocina del fondo:

- She is Nieves Rekakoetchea Egutkiza

Estalla de risa, palmotea, le caen lagrimones enormes. Yo también estallo, es una risa irreplimible. Al punto explota también la chica del fondo. No hemos intercambiado palabra alguna, no nos conocemos, y estamos los tres en medio del albergue doblados a carcajadas, es una risa histérica, el despelote absoluto. El gigante se detiene un momento, me mira fijamente, hincha de nuevo desaforadamente los mofletes, apunta otra vez a la chica e indica:

- Nieves Rekakoetchea Egutkiza is my novia.

Nos ahogamos con las carcajadas, nos atragantamos, el Joseph se sienta en un taburete mientras se da desaforadas palmadas en las rodillas y unos gruesos lagrimones resbalan por sus mejillas.
Es inútil, cuando conseguimos serenarnos comienza de nuevo el desmadre, hasta que al cabo de unos minutos y un montón de lagrimones conseguimos articular palabra.

Nieves conoció a Jeff durante un curso en Estados Unidos y desde entonces viven juntos en la lejana Alaska.. Ambos son diseñadores. Inteligentes, absolutamente divertidos, Jeff es el "guiri" perfecto (y además lo asume risueño) mientras Nieves es una vasca total (y también lo asume). Tienen una impagable vis cómica, conforman una pareja desternillante, se adoran, aman la vida y la aventura. Ellos llevan también un montón de días solos en el Camino, hoy han dormido en Redecilla. Hablamos y hablamos, cuando uno lleva días de soledad encima, y encuentra luego a colegas, la tendencia es a hablar compulsivamente. Ellos habían conseguido huir del gabacho chauvinista. Lo habían pasado fatal hoy con la nieve, han caminado desde Redecilla. Miro a Jeff:

- ¡ Coño, pero tú eres de Alaska, parece mentira !

Nuevas carcajadas, la Nieves casi sufre un síncope. Me aclaran que en Alaska absolutamente nadie anda por la nieve de aventura y sin raquetas, entre otras minucias. Hace un frío de mil demonios, estamos solos en el albergue, cenamos con velas mientras charlamos y charlamos. Hubo otro momento crítico durante la cena cuando Jeff observó que Nieves había preparado una sopa de letras. Logramos conjurarlo, no habríamos superado otro ataque de risa histérica sin caer todos fulminados por un infarto. Me proponen caminar juntos al día siguiente. Medito un momento, no entra en mis planes caminar con nadie, pero he visto, he padecido, lo que es avanzar solo en medio de la nevada. Ellos se han ido turnando para abrir paso, es lo peor, el que va delante se hunde irremisiblemente, pero el que va detrás aprovecha su huella. Entre tres puede ser más humano. Además, estoy roto. Acepto sin rechistar, me duelen todos los músculos, desde las uñas de los pies hasta la raíz del cabello.

Ha estado nevando toda la noche y ahora nos acompañan unos copos que descienden mansamente. La fuente de Villambistia esta congelada. Caminamos, por decir algo, en perfecto orden, turnándonos para abrir paso. Pero avanzamos muy lentamente, es agotador. En Espinosa inicio a Jeff en la teoría y práctica del saltaparapetos (andaba pidiendo mariconadas tales como la gaseosa americana y porquerías por el estilo) pero es Nieves la que se toma dos. Nos lleva toda la mañana llegar a Villafranca Montes de Oca y allí nos derrumbamos en el bar que hay en medio del pueblo. Comemos como salvajes y enseguida nos constituimos en asamblea, bajo la atenta mirada de la dueña del bar y un par de parroquianos. ¿Nos quedamos aquí? ¿Seguimos?. La patrona se apunta al sarao: "Esta mañana han salido una pareja de bretones, subían por el Camino". Tercia un parroquiano: "Yo en su caso no saldría, por el Camino no pasan". Interviene el otro: "De ir, vayan por la carretera, aunque yo tampoco iría". Nos miramos los tres. Y votamos. Iremos a San Juan de Ortega, e iremos por el Camino. ¿Es comestible el cadáver de bretón? , espeta el Jeff entre carcajadas. Así que caminaremos. Mis compañeros están animados, pero ellos no conocen el Camino a San Juan de Ortega. Yo si, y me entra una especie de ataque de responsabilidad. Es una locura, les he advertido, aunque la verdad con poca insistencia, quiero caminar. Y sólo pensar en subir la Pedraja por la carretera me pone los pelos de punta, han abierto un instante el puerto y un trailer ha entrado cruzado en Villafranca. De ninguna manera la carretera, al Camino. Cargamos con las mochilas y nos despedimos de unos parroquianos que se quedan santiguándose. A los pocos metros me da por pensar y vuelvo sobre mis pasos:
"Señora, déme su teléfono, ¿hasta que hora tiene abierto el bar?, ¿hasta las doce? Pues bueno, yo le llamo a las doce de la noche, si no le llamo a las doce avise usted, por favor, de que hay peregrinos tirados en el monte".

Algo más tranquilo me uno a mis colegas e iniciamos la subida. Al principio, apenas cien metros, nos ayudan las rodadas de un tractor, pero se ve que pronto se ha desviado a un corral. Apenas pasada la línea eléctrica tenemos que movernos prácticamente a cuatro patas, escalar en la nieve de un Camino que se empina. No se ven huellas de bretón alguno, ¿cómo serán las huellas de los bretones? En medio de la fatiga absoluta, nuevas risas. A la fuente de Mojapán hemos llegado prácticamente a rastras, empujando la nieve, comiéndonos la nieve. Me doy perfecta cuenta de lo que nos espera y Nieves también, por primera vez la veo preocupada. Es una chica fuerte y animosa, me da la impresión de que va a resistir esto mejor que Jeff, sus dos metros de alto, su envergadura y la enorme mochila que arrastra son un impedimento cada vez más patente. Está anocheciendo cuando llegamos al monumento a los caídos de 1936. El paraje siempre me pareció algo siniestro, sensación que se acentúa en aquel momento, estamos todos fundidos, llevamos todo el día caminando penosamente sobre la nieve. Sé que nos queda lo peor, no podemos parar, bajo ningún concepto podemos parar. Un conejo, asustado y aterido, nos despide en el monolito.

En la cuesta que se empina tras el monumento Jeff se empieza a rezagar. Habla algo de una especie de esguince. Pone toda su voluntad, pero está sufriendo muchísimo. Acompasamos nuestro ya lentísimo ritmo al suyo, Nieves se pone a su lado y yo me ocupo, como puedo, de abrir Camino. Es ya noche cerrada cuando cruzamos el arroyo Peroja y encaramos el cortafuego. Una cosa enorme me pasa tres metros por encima, supongo que es un búho real, o "Gran Duque", tengo que pararme continuamente, mis compañeros apenas avanzan. El silencio es total, sólo se escucha nuestro jadeo, mentalmente me intento aislar, u-u--no, d-d-dos, t-t-tres, cuando llego a diez pasos reinicio la cuenta. Empiezo a pensar que tal vez lo mejor sería que Jeff y Nieves se pararan, lanzarme a tumba abierta hacia el monasterio, dejar mi mochila allí y volver para cargar con la de Jeff. Lo comento y no hay caso, son unos bravos, seguiremos todos juntos. Oigo delante de mi, como a cincuenta metros, un enorme estrépito que atraviesa el cortafuego y luego un gruñido que reconozco enseguida, delante de nosotros ha cruzado el señor jabalí, esto empieza a parecer un zoológico. Recuerdo que en estas soledades se perdió Domenico Laffi, aquel seráfico peregrino italiano del siglo XVIII, sobrevivió pastando hierbajos.

Pasan de las diez de la noche cuando llegamos al monasterio de San Juan de Ortega. Está todo apagado, todas las puertas cerradas, no hay nada, no hay nadie. Desesperados, escarbamos en la nieve y lanzamos piedras contra las puertas, contra las ventanas, golpeamos con los bordones, gritamos, ... nada. Tampoco se mueve un alma en la pequeña aldea. Vemos una luz mortecina al final de la acera del monasterio y nos lanzamos hacia allí.

[subir]

¿Bailamos? ¡Bailemos!

- Hay un bogacho hoguible y hogogoso en el guefugio y dice que quiegue quemag gabachos y quemag también Buggos.

Irene Latapie se ha levantado como un resorte cuando nos ha visto entrar en el pequeño bar. Está llorando. Junto a ella, sentado calmosamente en un taburete está Petrique. Son la afamada pareja bretona que nos ha precedido en la nieve. Un chaval tamborilea sus dedos en la barra, mirándonos en silencio, impaciente por cerrar. Le pedimos unos salvaparapetos de urgencia y nos ponemos al tanto. Irene y Petrique han llegado como hace cuatro horas y un individuo les largó del albergue con cajas destempladas. Irene y Petrique son un matrimonio joven, muy joven, apenas llegan a los veinticinco años, y son pastores, tienen una pequeña granja en Bretaña. Interrogo al chaval de la barra pero se encoge de hombros, no quiere saber nada de lo que pasa en el albergue. Así que hacia allí nos encaminamos Jeff y yo mientras los demás esperan en el bar.

La puerta está ahora entornada. Silencio total, dejamos a nuestra izquierda una gran sala en obras, donde hay una estufa encendida y luz, pero no hay nadie. Llegamos al patio y nos quedamos de piedra, cuelgan estalactitas de hielo por todas partes. En la nave hay, al menos, diez grados bajo cero. Impensable dormir allí, so pena de que nos queden las partes pudendas como almendras garrapiñadas.

Así que volvemos hacia la entrada y esta vez sí, al fondo de la gran sala, embutido en un mono azul. hay un hombre de mediana edad, rodeado por picos, palas, cubos y sacos de cemento y, en una mesa, una botella mediada de Fundador. El fuego de una estufa de leña y una bombilla mortecina iluminan la escena. El hombre está hablando solo, rosmando. Avanzamos hacia él y se gira lentamente, como si nos estuviera esperando.

- ¡ Me cago en los huevos de Mahoma!, ¡ el cura, el cura se larga y me deja al cargo!, ¡ Me cago en los huevos de Mahoma? ¿Tú, eres inglés? Bah, que cojones importa. ¡ Me cago en los huevos de Mahoma!.
Nos acercamos a él. Lo observo, no está para nada borracho a pesar de la botella mediada, si yo estuviera en el monasterio con aquel frío seguramente me la habría bebido toda. Lo que si está es absolutamente enfurecido. De pronto alarga la botella a Jeff, repleta de babazas, y le espeta: " ¡ Bebe, inglés!". Jeff da un paso atrás con actitud de rechazo total, no me extraña, no tiene porqué intuir como las gastamos en celtiberia. El que da el paso adelante soy yo. Le quito la botella y, sin limpiarla, bebo a gollete mirándole a los ojos. El primer trago me cuesta, pero me sienta bien, así que me arreo otro lingotazo sin quitar mi vista del hombre. A continuación suelto el eructo más grande de mi vida, casi doy una vuelta de campana, y aúllo como un lobo. El tipo me mira atónito y luego mira a Jeff que no lo estaba menos. Confieso que yo tampoco me reconocía, pero estaba harto. Aprovecho la estupefacción y le digo a Jeff que vaya a por los otros al bar, que no tarde. Y luego aviso al albañil que vamos a dormir allí, junto al fuego, se ponga como se ponga. De paso, llamo a la mesonera de Villafranca. Todo bien.

- ¡ Me cago en los huevos de Mahoma, me cago en el cura! ¡ Sí, claro, es muy cómodo largarse de aquí y dejar a Felipe al cargo! ¿Dormir aquí? ¡ Me cago...!

Durante cinco minutos el tal Felipe hace bajar y subir tres o cuatro veces a toda la corte celestial, intercalando juramentos de lo más exótico. En tanto, yo estaba abriendo mi mochila y armando mi gaita. El tipo se paró en seco y me miró de nuevo (había estado paseándose por toda la sala):

- ¿Tu sabes tocar "eso"?
- Supongo que si.
- ¡ Me cago en los huevos de Mahoma! ¡ Toca, cojones!

Cuando aparecen los colegas con todos los bártulos el Felipe y servidor estamos sentados juntos sobre una mesa mientras suena el "Pasacorredoiras de Arnoia". Y allí se quedaron como pasmarotes mientras yo terminaba la pieza y el albañil ensayaba un inicio de baile. Vistas las cosas, arranqué con una jota a toda leche lo que provocó un baile espasmódico del Felipe. Nieves, inteligente, se lanzó en seguida al baile y pronto aquello fue un desmadre, con los bretones danzando desaforados por toda la sala, el Jeff batiendo palmas, yo tocando como un poseso y la Nieves poniendo chirivitas en los ojos del Felipe. Acabé la jota a machetazo y ya todo fue imparable.

- ¡ Me cago en el jodido Mahoma! Vamos a ver, ¿habéis cenado?, inglés ayúdame a traer colchonetas, tú, gallego, sube a mi habitación, toma las llaves, baja unas botellas de champán y turrón. ¿De dónde habéis sacado estas tías tan buenas?

Lo que siguió fue una cena de Navidad en toda regla, el albañil no quería para nada el turrón y el champán que le habían regalado, pero devoraba nuestro chorizo de ciervo y tentaba sin compasión el vino de mi bota. Y de allí surgió una durísima historia de soledad, de amargura, de desapego. Felipe S. G., albañil cabal, no creía en Dios ni falta que le hacía. Abandonado por su mujer, una dura historia de desamor, hacía años que no veía a sus hijos. Iba por los pueblos haciendo chapuzas, aquí y allá. Y había caído en el monasterio donde José María, el cura, le había encargado algunas reformas. El cura se había ido y, tal y como él decía, le había dejado al cargo, "una responsabilidad de cojones, ¡ me cago en Mahoma!. Dormía en una pequeña habitación y atendía malamente aquello. Eso era todo y, encima, nosotros tocándole los huevos.
Pero ahora Felipe nos abrazaba, le echaba un pulso al "inglés", nos deseaba feliz navidad mientras brindábamos con su cava. Lo que siguió fue una de esas noches mágicas que sólo se dan en el Camino. Servidor subido a una mesa, gaita en ristre, y todo el mundo bailando y riendo frenéticamente. Había desaparecido la fatiga, la tensión, los miedos, el frío, había desaparecido todo, estábamos festejando la Navidad, nos lo habíamos ganado. Felipe irradiaba felicidad, ¡ "Sois cojonudos, pero cojonudos!. Irene intentó enseñarnos una especie de villancico francés que interpretamos a alaridos. Así mientras las estrellas todas, Aldebarán, Sirio, Las Pleyades, iluminaban la noche de San Juan de Ortega, cinco peregrinos rendidos y un albañil dormían plácidamente ante el fuego en el viejo monasterio.

Es temprano, muy temprano, todavía de noche, cuando nos encontramos de nuevo todos ante la puerta del albergue. Irene es profundamente creyente, quiere dormir como sea en el albergue de Santa Irene, su patrona, cuando llegue a Galicia. Nos pide rezar un Padrenuestro antes de salir, y a ser posible que cada uno lo rece en su idioma. Nos miramos un tanto sorprendidos pero aceptamos, Nieves lo sabe en vasco, yo alego que mi religión sólo me permite decirlo en latín. Así, sobre la nieve de San Juan de Ortega, resuenan las antiguas palabras: "Que votre règne arrive", "e tor bedi zure erreinua", "adveniat regnum tuum".

Es una mañana radiante, ha dejado de nevar y el cielo está profundamente azul, como sólo sabe estarlo el cielo de Castilla. Vamos felices, caminando todos juntos mientras no dejamos de parlotear despreocupadamente. A Jeff le ha desaparecido el esguince. El mundo nos recibe con toda la pajarería cantando, hay hasta un poco de calorcillo que es como devolvernos un mucho a la vida, En Atapuerca volvemos a armar una enorme fiesta en un bar mientras corren los saltaparapetos y suena la gaita. El bar tiene, enfrente del mostrador, una calavera con un puro y un cartel: "El hombre de Atapuerca".

La horrorosa entrada en Burgos no para nuestra euforia. Estamos delante de la catedral, cuando, de repente, me doy cuenta: ¡ No entraré, esta vez, en la catedral! Ha terminado mi Camino, ya he hecho el Camino que tenía que hacer. He reído, he llorado, he corrido de pavor, he visto al diablo en una nube, he conversado con un santo, he maldecido, he rezado, he sufrido, he sentido profundamente, y, además, tengo amigos. Ha terminado mi Camino, cada cual tiene el suyo, el mío está hecho, me doy cuenta de que termina allí, ante la catedral de Burgos. Me abrazo con todos, esos benditos amigos del Camino, esas amistades de cuarenta y ocho horas que se viven con más intensidad y cariño que el que dispensan muchos a sus semejantes en toda su vida. Hay risas, lágrimas, nos intercambiamos recuerdos, ¿nos veremos alguna vez?, ¡ buen Camino!, ¡ buen Camino!.

Y la estación de Burgos ve llegar a un gaiteiro solitario tocando "Chovendo en Compostela". No sé que tendrá este Camino que nos atrapa, que no nos suelta, que nos devora, pero a mi me devolvió al mundo, bendito sea.

"Dieu qu'elles sont loin, ma mie, ma belle, Les mille étoiles de Compostelle"

Desde Galicia, José Antonio de la Riera