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El Camino Portugués
0a. Introducción
0b. A Ponte de Lima
01. Ponte de Lima - Valença
02. Valença - Tuy
03. Tuy - Porriño
04. Porriño - Redondela
05. Redondela - Pontevedra
06. Pontevedra - Caldas
07. Caldas - Padrón
08. Padrón - Teo
09. Teo - Santiago
10. El Camino Francés de regreso

Introducción

Acabamos de realizar el Camino Portugués. Íbamos la familia de Manolo Esperilla y la mía. Tiempo tendremos de contar anécdotas y detalles, pero como nota introductoria me gustaría decirle a los que no lo conozcan que se trata de una opción muy interesante para hacer un camino no muy largo pero lleno de sitios hermosos.

La mejor guía para hacer ese camino está escrita por José Antonio de la Riera y puede obtenerse con sólo teclear la página web de los amigos de Galicia, www.amigosdelcamino.com , y sacarla por la impresora. Es un regalo inapreciable que nos hace el mejor conocedor de ese camino.

De la Riera recomienda que no se empiece en Tuy, sino en Ponte de Lima, y hemos comprobado que tal recomendación ha de tenerse por imprescindible. Los treinta y ocho quilómetros de Portugal son quizá lo más espectacular, llenos de corredoiras y valles fertilísimos. Un regalo para el caminante.

Las etapas de la guía están hechas en función de los albergues de la Xunta de Galicia, por lo que algunas resultan excesivamente largas. Nosotros lo hemos dividido en etapas más cortas, en ningún caso superiores a veinte quilómetros, ya que íbamos con nuestras hijas y no queríamos cansarlas. Tal vez a alguien pueda interesarle nuestro esquema. Resulta muy cómodo, o al menos esa ha sido nuestra experiencia. Son diez dias de camino, aunque puede hacerse en menos tiempo.

1ª noche.- Ponte de Lima, en el agradable hotelito de Mª dos Dores Trigo, cuya dirección y teléfono figura en la guía de José Antonio de la Riera.

2ª noche.- Hotel "O repouso do Peregrino", en Paredes de Coura. Precio especial para peregrinos (15 euros). Estratégicamente situado a mitad de camino entre Ponte de Lima y Tuy. Tf. 251 943 692. Cerca hay un bar restaurante cuyos dueños te llevan y te traen en coche si así lo deseas.

3ª noche. - Tuy. Magnífico albergue de la Xunta gratuíto junto a la impresionante catedral.

4ª noche. - O Porriño. Albergue de la Xunta recién inaugurado.

5ª noche .- Redondela. Una joya de alberge, y uno de los orgullos de la Xunta.

6ª noche.- Pontevedra. Albergue de la Asociación (no olvidarse de hacer alguna aportación voluntaria, pues este no está subvencionado).

7ª noche.- Caldas de Reis. Hay anunciado un albergue que de momento no funciona, pero hay mucho alojamiento en el pueblo y fuentes de aguas calientes y "milagrosas"

8ª noche.- Padrón. Albergue de la Xunta.

9ª noche.- Nos quedamos en Teo, en un albergue nuevecito a trece quilómetros de Santiago. En realidad no es necesario parar aquí, pues de Padrón a Santiago hay sólo 24 quilómetros, pero los que quieran ir despacio y tengan días suficientes anoten esta opción.

10ª noche.- Santiago, por supuesto.

En el momento de imprimir nuestra guía algunos de estos sitios aún no estaban incluídos. Es posible que de la Riera los haya incluído ya o esté a punto de hacerlo. Hemos tenido la suerte de coincidir con él varias veces y se sintió muy interesado especialmente por el hotel de Paredes de Coura, del que sólo tenía alguna referencia. Quiero decir que una de las cosas más gratificantes en nuestro Camino ha sido la oportunidad de conocer al gran gaiteiro, mejor escritor e impagable maestro de peregrinos. Nuestro contacto con él merecerá capítulo aparte.

Este camino tiene aún poca gente. Nunca hemos tenido problemas de sitio, y en algunos casos hemos estado practicamente solos en algún albergue. Esto a finales de Julio resulta casi increíble, teniendo en cuenta que hubo días que por el Camino Francés llegaban a Santiago más de dos mil personas. Me dan ganas de no decírselo a nadie, pero un peregrino no debe ser egoísta y con los amigos mucho menos. En cualquier caso, no corráis la voz demasiado.

Un saludo:

José María Maldonado

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A Ponte de Lima

Portugal: treinta y ocho quilómetros de paraíso (I)

Como decía en mi carta introductoria, nuestro guía nos aconsejó que si nos era posible comenzásemos el Camino en la hermosa ciudad de Ponte de Lima, a punto de ser declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco. Las comunicaciones con esa localidad desde España son inexistentes, pero en nuestro caso llevábamos dos coches, por lo que dejamos uno en Tuy y nos trasladamos en el otro. Se me ocurre, caso de no llevar coche, que un taxi entre varios peregrinos puestos de acuerdo no debe suponer demasiado quebranto, dado que por la autopista sólo hay treinta y ocho quilómetros. Y no me extrañaría que fuese fácil ir en autoestop, dada la cantidad de gente amable que hay por allí y su aprecio por los peregrinos.

Una vez resuelto el traslado nos dirigimos a la casa de Mº dos Dores Trigo. Nos recibió su hijo, que habla español con soltura. Desde el primer momento comprobamos que se trata de una familia enamorada de los peregrinos, amables hasta casi el exceso y sumamente espléndidos. Nos ofrecieron un frigorífico repleto de bebidas, leche, jamón de york, queso, cajas de infusiones, café...¡qué se yo! Allí no faltaba un peregil. Y Mª dos Dores nos insistía en que cogiésemos de todo, que nos preparásemos al día siguiente un buen desayuno y nos hiciésemos bocadillos para el camino. Se ofreció a lavarnos la ropa, nos enseñó orgullosa el Santiago que preside su puerta y nos colocó en unas habitaciones preciosas que daban a un balcón corrido que se asoma a los emparrados del exterior. La casa tiene un maravilloso olor donde se funden las maderas de los muebles con la limpieza y los aromas provenientes de los huertos. Por todos estos lujos pagamos 25 euros la habitación doble con baño privado. Creo recordar que incluso había televisión, pero ¿quién se va a poner a ver tonterías con aquella ciudad allí al lado?

Ponte de Lima es un lugar privilegiado para deambular por sus calles, bañarse en su playa fluvial, sentarse en un velador y pasar el tiempo cargando las pilas del cerebro con buenas energías. Pero a nadie se le ocurra pedir dos platos en un restaurante para comer. Un plato allí es una enorme bandeja con la que comen dos personas. Nosotros tuvimos que devolver mucha comida sin consumir, y eso siempre es una lástima y un dispendio innecesario. Esa superabundancia en las raciones ocurre en todo el tramo portugués, por lo que hay que tenerlo en cuenta hasta llegar a España.

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Ponte de Lima - Valença

Portugal: treinta y ocho quilómetros de paraíso (y II)

Puestos en camino al día siguiente, tras cruzar el bellísimo puente nos internamos en los vergeles más explosivos y lujuriosos que uno pueda imaginarse. El Camino está perfectamente señalizado en los dos sentidos: flechas amarillas hacia Santiago y flechas celestes hacia Fátima. Nos llamaban la atención la perfección de las flechas amarillas. ¿Es posible que alguien tenga ese pulso perfecto o están hechas con plantilla?

Algo no me cuadraba. Yo no conocía aún a José Antonio de la Riera personalmente, pero había oído decir que él era entre otras cosas el pintaflechas del Camino Portugués. Por sus escritos era imposible imaginarse a su autor como un hombre que fuese con una plantilla cuidando la pulcritud de diseño en cada flecha, o echando un montón de minutos en cada una para dibujarlas a pulso con perfección de imprenta. ¿Cuándo demonios se iba a poner a tocar la gaita? Y sobre todo, tan exhaustiva señalización, cada diez o veinte metros, sin olvidar ni un recodo. - ¿Es que este hombre no tiene ni un despiste? -me preguntaba a mí mismo- ¿Y cuando escribe? Yo he debido leer a otro De la Riera. Tal vez sea un apellido muy común en Galicia y haya dos joseantonios metidos en esto del Camino Portugués.

El primer día resultó un grato paseo, no faltando algunos bares para hacer alguna paradita, y un ascenso a la sierra de Labruja que, siendo el más duro de todo el camino hasta Santiago no llega a ser una proeza, terminando con una bajada espléndida y la llegada a la hospedería "O reposo do peregrino". A pocos metros está la preciosa iglesia románica de Rubiaes, donde un grupo de chavales madrileños que viajaban con su cura y todo se disponían a celebrar una misa. Visitamos la iglesia mientras ellos templaban las guitarras para los cantos del ritual.

De allí a Tuy hay dieciocho o veinte quilómetros de puro vergel interrumpido de vez en cuando por alguna aldea. En la taberna de la iglesia de Fontoura nos entregamos al vinho verde y preguntamos a su dueño, Carlos Pedrousa por su exposición de acordeones, según habíamos leído en la guía. ¡Oh! Los había de todas clases, algunos maravillosos, con toda suerte de incrustaciones y dibujos hechos con nácares y cristalitos de colores. En su mayoría eran italianos. Un mundo de música allí dormido. Me juré que si me tocaba un cuponcito me daría el capricho de comprarme uno, pero sé que eso de la suerte en los sorteos no está hecho para mí. Bastante premio me daba la vida con estar allí.

En la pequeña taberna charlábamos con los cuatro o cinco que había. Algún español al que le gustaba beber a este lado de la frontera, ya que en Portugal el vino está más barato.

- En cambio los portugueses van a España a repostar gasolina -nos explicaba. Es la suerte de la gente fronteriza, que siempre eligen lo mejor y más barato de dos países.

No fueron aquellos los únicos vinos de la mañana. Unos labradores que trabajaban en un huerto al vernos se acercaron a invitarnos de una fresca botella de clarete joven. Nos preguntaron de donde éramos y al decirle Sevilla se encogieron de hombros. No sabían donde estaba y les explicamos que al sur de Espanha, con lo que se pusieron muy contentos. Una vieja con aspecto de ser la dueña del terreno se asomaba por encima de un muro de piedra y les decía que nos dieran más vino, y nos hablaba en un portugués difícil de entender cosas de los muchos peregrinos que pasaban por allí y de Santiago.

Lo mejor que podía ocurrirnos con el soporcillo de los vinos verdes, los claretes y el calor del mediodía era que apareciese un río para bañarnos y descansar, y este apareció al momento. Un lugar precioso, junto a un puente romano sobre el río Coura nos aguardaba. En un minuto estábamos como Dios nos trajo al mundo dándonos un buen chapuzón en las fresquitas aguas. Algunas fotos nos hicimos para dejar constancia no tanto de nuestros helénicos desnudos como de nuestra falta de vergüenza.

Al llegar al río Miño dos hermosísimas ciudades se miran una a otra desde ambas orillas, Valença en el lado portugués y Tuy en el Español. Dos fortalezas que antiguamente se miraban con recelo y temor, pero que hoy lo hacen con orgullo femenino, componiendo juntas, con el río en medio, un cuadro irrepetible, retándose una a otra en belleza y resultando un espectacular empate: ambas están a punto de ser declaradas patrimonio de la humanidad. Ante aquel espectáculo tuvimos un común acuerdo. Nos quedaríamos un día en Valença y otro en Tuy. Eso significaría que al día siguiente sólo caminaríamos un quilómetro. No es como para salir en el libro ese de los récords, pero nadie pretendía una memez semejante. A disfrutar, que para eso estábamos allí, y a husmear los cascos antiguos, ver las iglesias, los bares, las tiendas. Esa noche extra no la he incluído en el esquema del viaje de la introducción, pues tal vez no tenga por qué interesar a los caminantes. Sí la recomiendo en cambio a los paseadores, a los enamorados, a los fotógrafos, a los artistas, a los visitadores reposados, a los gastrónomos, estudiosos y gozadores en general.

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Valença - Tuy

A quien se le diga que aquel día sólo anduvimos un quilómetro pensará que somos unos peregrinos de la señorita Pepis. Yo mismo me burlaba de nosotros tarareando una coplilla burlona y ripiosa:
"Este grupo que viene
desde Sevilla
son unos peregrinos
de pacotilla"

¿Y qué? A mí que me quiten lo paseado por Valença, el lento atravesar del Miño por la pasarela peatonal del puente, el mirar y remirar una y otra orilla, la sensación constante de ser privilegiado por encontrarme allí... Aún cierro los ojos y se me aparece una y otra vez aquel paisaje espectacular e irrepetible. Si los nortes peninsulares son generosos en paisajes hermosos, ese es un lugar donde la belleza tiró la casa por la ventana en un alarde de derroche estético.

Y llegamos a Tuy, labrado en piedra ascendida a monumento. Y Tuy nos ofrece, entre otras cosas un buen puñado de razones para no seguir adelante: su impresionante catedral con su claustro y su torre, su museo diocesano, sus mesones, su precioso albergue, sus calles todas...

En la puerta del albergue coincidimos con un peregrino suizo, llamado Silvano, que caminaba al revés que nosotros, en dirección a Fátima. Había hecho todo el Camino Francés, después había ido a Finisterre, vuelto a Santiago y ahora se encaminaba al sur. Se trataba evidentemente de un "transformado" por el Camino. Se planteaba cambiar de vida por completo y su aspecto era el de un santo de la imaginería barroca andaluza, quizá un San Juan por su juventud. No sabía cuando terminaría de caminar, aunque de momento aún pensaba seguir algunos meses. Hablaba con un entusiasmo contagioso de su experiencia como caminante y saludaba, juntando las manos en expresión orante, con una profunda sonrisa que transmitía efluvios de espiritualidad.

Llegaron también un grupo de portugueses que al principio nos parecieron algo ruidosos, pero que posteriormente se harían buenos amigos nuestros todo el camino hasta Compostela. Eran profesores de secundaria residentes cerca de Valença, uno de los cuales era la cuarta vez que hacía ese camino y servía de guía a los otros.

Un mesón con el precioso nombre de "O vello cabalho furado" nos sirvió de lujosa intendencia. Allí nos entregamos a los mejillones, los pimientos de Padrón, el pulpo y otras chucherías gallegas bien regaditas de ribeiro ¡Lo que sufrimos los peregrinos!

Mientras visitábamos la catedral llegó Manolo Esperilla:

- Ha venido a vernos José Antonio de la Riera.

Un rato antes lo había llamado por teléfono para saludarlo, y ni corto ni perezoso se personó en Tuy. Debo reconocer que mi intuición es desastrosa. Había imaginado un viejo profesor barbudo y en las puertas de la ancianidad. Se trataba en cambio de un muchachillo de cincuenta años aún no cumplidos, lleno de actividad y vibrante como un junco. Venía con su encantadora e inseparable Carmen. Siempre dispuestos a echar una mano a los peregrinos:

- En cuanto yo dije: "va...", ella dijo "...mos", y ya estábamos en el coche para veros.

Nos sentamos en un velador de una jamonería y allí nuestro guía nos dio algunos consejos y advertencias. Un avispado dueño de un bar había puesto flechas en un punto del Camino para que los peregrinos se desviaran a su negocio, con lo que se perdían un precioso bosque y tenían que tragar más asfalto del debido. Tomamos buena nota. De todos los consejos que nos dio, el único que no le agradezco fue el de cierto restaurante de Santiago que, aunque barato, no puede decirse que su cocina superase a la de los cuarteles. No diré su nombre, pero se trata de un lugar muy concurrido por los extranjeros menos exigentes, los que toman bebidas americanas y los que, con tal de que haya quetchup o mostaza, son capaces de comerse cualquier clase de pienso compuesto o sin componer.

Hablamos de su grupo de pioneros en los años ochenta, cuando iban con Elías Valiña preparando "la invasión". Era gente muy joven a la que los peregrinos actuales tienen todo que agradecer.

José Antonio me aclaró lo de las flechas amarillas de diseño en Portugal. Por lo visto hay allí un miembro de la asociación, funcionario, que repinta las flechas yéndose al camino con traje y corbata y usa una plantilla para que las flechas le salgan lo más bonitas posible. Un verdadero hallazgo, el perfecto pintaflechas.

- Las que yo pinto son un desastre, ya veréis -decía el de la Riera-. Yo soy un manazas y las mías están llenas de chorreones.

Eso sí cuadraba con su talante peregrino. Le prometimos que asistiríamos a una charla con música que iban a dar en Arzúa el último día de Julio y se despidió la amable pareja hasta entonces, no sin advertirnos que al día siguiente nos aguardaba la peor etapa del Camino, ya que habría que cruzar el horrible polígono industrial de las Gándaras, antes de entrar en O Porriño.

Esa tarde Manolo y yo dedicamos un par de horas a mover los coches. Con el que estaba en Tuy volvimos a Ponte de Lima, desde allí llevamos los dos a Redondela y por fin dejamos uno allí y volvimos en el otro a Tuy. Haciendo cada dos dias esa operación siempre tendríamos cerca un coche de apoyo. En Ponte de Lima María dos Dores volvió a derrochar amabilidad. Quería que nos diésemos un baño a la fuerza, y nos tenía lavada y planchada la ropa que le habíamos dejado. No quiso cobrarnos, por lo que se me ocurrió regalarle un disco como pago simbólico. Inolvidable mujer.

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Tuy - Porriño

Infiernos y paraísos (I)

A la mañana siguiente, tras el desayuno nos encontramos con Silvano el suízo que nos hizo un religioso saludo y nos dijo con aire solemne que aunque fuésemos en sentido contrario, en el corazón íbamos unidos por el mismo camino. Dejamos al hombre con su halo de santidad y nos encaminamos a hacer una jornada normal como está mandado.

La etapa hacia O Porriño va del cielo al infierno sin sucesión de continuidad. Durante las primeras horas Galicia mostraba su cara amable, aunque perturbada a veces por las obras de una autopista. Hubo también una molesta compañía. De pronto comenzamos a oir un altavoz lejano que se oía por todos los bosques cada vez más fuerte, y que emitía una selección de las peores canciones que uno pueda imaginar, bisbasles, raúles, quináfricas y toda clase de chimpunes para muevecaderas y saltarines de verbena.

Finalmente apareció la fuente de nuestros sufrimientos. En la aldea de A Madalena habían instalado un poste altísimo con varios altavoces de esos de tómbola antigua, los que tienen forma de campana, a todo volumen para que en varios valles se enterasen todos de que allí había feria. Desde por la mañana, aún con la feria cerrada se dedicaban a dar la tabarra a toda criatura viviente en muchas leguas a la redonda. Luego dirán que la música del Camino son las Cantigas de Alfonso X, pero juro que no sonó ni una. Eso no hubiese estado mal.

Claro que eso no era nada para lo que se avecinaba. El progreso tenía que darnos sus más rotundas patadas. El Camino se interna en el polígono industrial más horrible que podáis imaginaros. Sé que el Camino debe tener a veces cierto carácter penitencial, pero me hubiese gustado que me dieran a elegir la clase de penitencia que yo quisiera. Aquello era jugarse la vida entre un tráfico espantoso de camiones. Era preferible el chimpún de la feria.

En fin, paciencia, que no hay mal que cien años dure y aquello no llegó a dos horas. El albergue de O Porriño, junto al río nos pareció un oasis. Un nuevo y flamante edificio, con muy pocos peregrinos y una chica muy amable, becaria de la Xunta, que nos atendió y nos recomendó sitios para comer y visitar. No es que O Porriño sea un pueblo de escaparate, pero agradecimos la llegada como quien vuelve al paraíso después de haber estado en las mismas calderas de Pedro Gotero.

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Porriño - Redondela

Infiernos y paraísos (y II)

A la mañana siguiente se había cerrado el cielo y llovía. Hicimos un poco de tiempo, prolongando el desayuno en un bar cerca del albergue hasta que parecía que escampaba. Pertrechados de nuestros plásticos salimos de O Porriño. Algo más adelante Manolo Esperilla, por dar conversación a un hombre que trabajaba en su huerta le pregunta:

- ¿Cree Usted que lloverá?

Y el otro, muy gallego le da una respuesta de lo más convincente:

- Ya llovió antes, ahora escampó y luego ya se verá.

Así es fácil no equivocarse. Estos no se cogen los dedos. Lo que se vió es que se puso a llover cada vez de forma más intensa. En un cobertizo nos encontramos a los portugueses. Uno de ellos tenía un pié fastidiado. Llevaba una enorme mochila de muchísimo peso. De todos modos no era una cosa grave y nos dijeron que no nos preocupásemos, así que seguimos. Era el día de Santiago y todo estaba cerrado. Confiábamos en un bar-tienda mencionado en la guía en la localidad de Mos, pero al llegar allí estaba a cal y canto, y el desánimo empezó a cundir en las mujeres y en nuestras hijas, que protestaban y protestaban. Ante nosotros una enorme cuesta arriba y un incesante chaparrón, y Luisa me recriminaba el haberlas metido en aquel fregado, advirtiéndome que a ese paso íbamos a conseguir que las niñas y ellas odiaran definitivamente el Camino de Santiago.

Afortunadamente Dios aprieta pero no ahoga, y de pronto apareció un bar abierto donde entramos a secarnos. No habíamos hecho más que pedir unos bocadillos y unas bebidas cuando un coche aparcó en la puerta y salieron de él José Antonio de la Riera, Carmen y una perrilla juguetona y simpática que alegró de momento el rostro de las niñas. Ante nuestra sorpresa, José Antonio nos explicó que se dirigían de Vigo a Finisterre y se habían desviado por el Camino a ver si nos encontraban, por si necesitábamos algo. Yo creo que los envió el apóstol, que es muy milagrero.

De la Riera nos alegró bien la mañana. Traía su "histórico" bordón de la época de Elías Valiña y sobre todo su gaita, un precioso instrumento negro con los flecos verdes y madera de granadillo. La montó y se puso a templar el roncón y a extraer de ella algunas melodías. Nos explicó la dificultad de afinar el roncón, la ronqueta y la dulzaina solista, pero aquello acabó sonando bien. Nos contó que él siempre hace su mochila en función de la gaita, que es lo primero que va en su equipaje. Cuando va solo por esos valles de Dios, la saca y se pone a tocarle a los paisajes.

- El sonido de una gaita es capaz de llenar un valle. -nos decía orgulloso. Y no era para menos.

Faltaban cuatro o cinco quilómetros para Redondela y la amable pareja se ofreció a acercarnos, ya que el tiempo no mejoraba. Luisa y yo aceptamos, más que nada por las niñas, mientras Manolo Esperilla y Mercedes prefirieron caminar.

De ese modo algo tramposo llegamos a Redondela, donde nos despedimos de nuestro guía y su mujer y nos dirigimos al albergue de la casa de la Torre. Estaba aún cerrado, pero desde una ventana nos vio una señora que estaba haciendo la limpieza y nos abrió la puerta. Era una gallega amable y habladora que nos enseñó el albergue como si fuera su casa, y nos dio una llave para que entrásemos y saliéramos libremente.

El albergue de Redondela es un lujo. Ya el edificio en sí desde fuera es precioso, pero en su interior ofrece una espléndida biblioteca y sala de lectura, además de unas impecables instalaciones. Daban ganas de ponerse malo para poder pasar allí algunos días dedicado a curiosear libros.

Allí estaba la guía del peregrino a Compostela de Elías Valiña, en la edición de la editorial Galaxia de 1992, un magnífico álbum de fotos de Adam Bujak titulado "La gracia de la peregrinación" y muchas otras curiosidades sobre los caminos.

Son famosos en Redondela los chocos en su tinta, y nos acercamos a un bar que nos recomendaron para probarlos. Nos atendió don Enrique, el dueño, un hombre con inquietudes musicales. Tenía grabado un disco de música de verdad, como él decía orgulloso. Mientras nos servía una ingente bandeja de chocos y otra de diversas empanadas nos hablaba de su voz, sus agudos de tenor de ópera. Lo suyo era cultura musical, que es lo que falta hoy, nos decía. Diga usted que sí, don Enrique.

Mucho más interesado en vender su disco que en cualquier otra cosa, aunque sin desatender a un par de reuniones que había en el bar, se presentó de pronto con un casete de bolsillo, un gualman con auriculares y me los encasquetó para que oyese lo que era música, y no esas tonterías de hoy. Yo pensaba que iba a oir un aria de Bach como mínimo, pero lo que allí sonaba era esa cosita tan ñoña y cursi llamada "Siboney" que no sé por qué gusta tanto a los tenores baratos.

Pasé los auriculares a los demás y todos dijimos que era precioso y que los chocos estaban muy buenos. En la grabación, sobrecargadísima de reverberación, le acompañaba al piano su profesor, un tal Don Vito, del que nuestro artista hablaba maravillas.

Don Enrique nos hizo caer en la cuenta de que fueron habitantes de por allí los que fundaron en Huelva el pueblo homónimo, Redondela, junto a Isla Cristina. En Huelva y en Galicia son los únicos sitios de España donde llaman chocos a lo que en otros lugares llaman sepia, y donde mejor se preparan. No son las únicas palabras de procedencia gallega las que usan nuestros paisanos del suroeste. ¿Quién no ha probado en Huelva unos longuerones a la plancha, o una sanfonina en salsa? Es frecuente que a las buenas gambas blancas las llamen por allí "gambas de Padrón", sin saber que en Padrón no se pescan gambas sino que se cultivan pimientos. Los más deliciosos pimientillos que tal vez existan, aunque algunos estén para rabiar.

Por fin salimos del bar sin comprar el disco de Don Enrique, aunque con la promesa de volver para el desayuno, lo que era una segunda oportunidad. Al día siguiente desayunamos en otro bar.

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Redondela - Pontevedra

Otro día gallego

Amaneció lloviendo en Redondela, cerradísimo el cielo y fresquito. En Sevilla se estaban superando los cuarenta grados a la sombra, según contaban en el televisor del bar, lo que nos hizo reconciliarnos de inmediato con la climatología gallega. Teníamos un coche allí, de modo que las mujeres se fueron en él a Pontevedra a buscar un garaje donde reparar el cristal de una ventana que no podía subirse y quedamos en vernos después en Arcade.

Hermosos lugares, sí señor, y la lluvia persistente y suave llegó a hacerse una compañera nada molesta. Con la humedad habían salido los caracoles, esos enormes caracoles del norte que tan bien preparan en algunos sitios. Eso fue fantástico para las niñas. Buscamos unas bolsas de plástico y se dedicaron afanosas a la caza y captura del caracol, con lo que el camino les resultó de lo más entretenido. Un rato después apareció el mar, la ría de Vigo entre las nubes, un espectáculo grandioso, y poco después entramos en Arcade, la patria de las ostras. Este año estaban a seis euros la docena. Tengan buen provecho cuando vayan. Recién sacadas del criadero.

Tras la parada obligatoria en Arcade, el camino no tiene desperdicio. Corredoiras y bosques para disfrute del peregrino hasta llegar a Pontevedra.

Buen albergue de la asociación junto a la estación de trenes. Eso sí, cierran a las nueve y media, por lo que tuvimos que ponernos de acuerdo con otros peregrinos para asegurarnos que nos abrirían por la noche. Pontevedra tiene un centro precioso, y es obligatorio visitar a la patrona, la virgen Peregrina, cuya iglesia tiene planta en forma de vieira, y visitar muchas otras cosas, todas las que dé tiempo. Hay plazas y calles preciosas, y muchos bares para tomar unos vinos y unas raciones.

De vuelta hacia el albergue nos cayó un chaparrón antológico que nos puso pingando a todos. Menos mal que al llegar el grupo de portugueses nos recibió invitándonos a unas infusiones. Llevaban una enorme cantidad de ellas y la verdad es que nos sentimos muy reconfortados. Nos hicimos desde entonces muy amigos, así como de dos chavales de dieciocho o veinte años que se dedicaban a jugar con las niñas y sus caracoles.

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Pontevedra - Caldas

Vuelta al verano

Ya no llovió más. Al día siguiente volvió el verano otra vez, y lo hizo de forma contundente. En el camino hacia Caldas de Reis hay algunas fuentes y lugares agradables para parar. En una de ellas estaban los portugueses preparando nuevamente infusiones con un campingás que llevaban, su ollita y sus vasitos de plástico. Vale una menta poleo, muito obrigados.

A la entrada de Caldas se anuncia un albergue de la Xunta de Galicia. Alguien ha escrito sobre el cartel: "NO EXISTE". Y al parecer no hay albergue o está cerrado. ¿Hay o no hay albergue en Caldas? Nuevamente vimos otro letrero anunciando el dichoso albergue pero este no apareció. Nadie fue capaz de encontrarlo y todos dormimos ese día en diferentes hostales del pueblo.

Caldas tiene un balneario, una fuente de aguas termales y una playa fluvial, entre otras cosas. Allí vimos un partido de fútbol acuático sobre piraguas, deporte al que llaman catapolo, se bañaron las niñas y todos metimos los pies en las calientes aguas de la fuente. De aquel agua dicen toda suerte de bondades. Unos se lavan los ojos, pues es buena para la vista. Otros la beben, pues es buena para la barriga, otros se lavan con ella, pues tiene propiedades para la piel... En fin, no hay nada para lo que aquel agua no sirva. Ríanse del agua imantada.

Por la noche fuimos a cenar a un precioso molino junto al río. No habíamos hecho más que sentarnos cuando entró una reunión de amigos entre los que se encontraban, otra vez, José Antonio de la Riera y Carmen, que regresaban de Finisterre. Risas por el nuevo encuentro, nos sentamos todos juntos y a brindar por esto y por aquello. De la Riera ha descrito muchas veces el Camino como una auténtica fiesta. No seré yo quien le discuta una opinión tan acertada en aquellos momentos.

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Caldas - Padrón

El camino hasta Padrón es realmente espléndido, y fue una jornada en que caminamos individualmente tanto Manolo, que salió primero, como yo. Ir solo es la mejor manera de reencontrarse con uno mismo, y por un día decidimos hacerlo así, cada cual con sus pensamientos y su propio ritmo. Las mujeres y las niñas habían decidido quedarse un rato en Caldas y llevarse los coches a Padrón, donde nos encontraríamos.

A la mitad de la jornada pasé por un río tentador. Manolo llevaba allí un buen rato tras un baño tomando el solecillo.

- Alguien se ha dejado un bote de gel en un poyo bajo el puente -me dijo el Esperilla.

Inmediatamente bajé al río y me introduje en las frescas aguas. Parecía que lo habían dejado a propósito. Nada más agradable para un peregrino que un buen baño en plena naturaleza cuando el calor del mediodía lleva un rato castigando.

Limpios y bienolientes hicimos juntos la entrada en Padrón, donde nos aguardaba otro festín gastronómico. Aquella tarde visitamos lo visitable que había en en el pueblo (La casa de Rosalía estaba cerrada). Les contamos a nuestras hijas la leyenda del pedrón, pero a pesar de su infancia no se la creyeron. No les culpo, pero en fin, es una bonita historia, como todo aquello del castro lupario y la reina Lupa. El albergue está muy bien.

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Padrón - Teo

De Padrón deberíamos haber ido en una jornada hasta Santiago, pero quisimos prolongar un día más el Camino y paramos en el albergue de Teo, donde nos atendió un funcionario muy celoso de su quehacer llamado Carlos. El hombre andaba un poco molesto porque de la Riera había descrito en su guía al albergue como un lugar semafórico que estaba casi siempre cerrado. Nos aseguró que él estaba siempre en su puesto y que cuando salía dejaba en la puerta un número de teléfono para que le avisaran y no tardaba más de quince minutos en personarse. Tuvimos el flamante albergue para nosotros solos y almorzamos en el restaurante Pampín, donde nos sirvió la mesa la sin par cantante gallega Pili Pampín, hija del dueño. De noche sacamos una mesa a la puerta del albergue, en pleno campo, y cenamos al aire libre.
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Teo - Santiago

Una vez más, me aproximaba al dia siguiente a Santiago. Tras atravesar unas aldeas perdidas en el tiempo pronto vislumbramos a lo lejos las torres del Obradoiro. Ya saben los peregrinos los sentimientos contradictorios que eso supone.

Acaso me supo a poco este Camino. Yo hubiese seguido caminando unos días más, y si no fuese porque iba en grupo habría continuado hasta Finisterre, pero otra vez será. Aún nos quedaban unos días antes de tener que bajar al Sur, algo que nos horrorizaba por la ola de calor que sufría el país. Al día siguiente nos trasladamos en autobús a Padrón para recoger los coches y nos fuímos a Arzúa a ver la Charla que daba el de la Riera con su compañero Luis Correa, que toca la zanfona y la gaita primorosamente. Allí nos hicieron pasar un rato delicioso ante un público de gente joven que abarrotaba el albergue. Allí conocimos a Moncho Trigo, al que muchos habrán visto de hospitalero con Resti, en Castrojeriz. Entrañable reunión que terminó en Melide con un banquete de pulpo en casa Ezequiel.

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El Camino Francés de regreso

Una vez terminado el camino portugués y recuperados los coches nos fuimos a pasar unos días a Cedeira, en la puntita noroeste de Galicia, donde el Atlántico gira a Cantábrico. Celebraban allí la feria del percebe, casualmente. A doce o trece quilómetros de Cedeira está el santuario de San Andrés de Teixido, donde se dice que el que no va de vivo una vez tendrá que ir de muerto reencarnado en gusarapo. No hay un sitio en Galicia que no tenga una sugerente leyenda. Bueno, pues ya hemos cumplido. El lugar merece la pena, rodeado de bosques y acantilados, y recomiendo leer todo el ritual que debe hacerse allí, comprar los sanandreses de la suerte, ponerle una vela al santo y beber en los tres caños de la fuente, por si acaso. Y después de hacer todo eso prepárense a darse un buen homenaje. Junto a la iglesia hay un bar donde ponen unos percebes incomparables a un precio realmente sorprendente. Costaban a cinco euros el plato con un cuarto de quilo.

Desde aquellos nortes emprendimos dias después la ruta a Sevilla, pero quisimos parar en dos o tres sitios del Camino Francés. Ya habíamos visto en Arzúa que esta ruta estaba atestada, y era sorprendente ver la cantidad de gente que, a pie o en bici marchaban a cualquier hora del día por todas partes.

En Ruitelán nos tomamos unas cervezas con los hospitaleros de "El pequeño Potala", Luis y Carlos. Fue una gran alegría verlos. Su albergue casi nunca está congestionado, pues la mayoría de los peregrinos van obsesionados con subir al Cebreiro, en lugar de quedarse a disfrutar una tarde en el valle del Varcarce, como está mandado. A uno o dos quilómetros el uno del otro están Ruitelán y Vega de Varcarce con sendos buenos albergues. Ambos sitios son ideales para quedarse, hay sitios donde bañarse en el río, y buena cocina, tanto en casa Charli, en Vega, como la que prepara Carlos en "El pequeño Potala".

Hicimos noche en Foncebadón, antiguo lugar abandonado que ya no lo está. De las antiguas ruinas ha surgido un hostal con mesón, una taberna medieval, una iglesia con albergue parroquial y un albergue privado. Nosotros nos quedamos en el hostal, claro está, pues ya íbamos en coche y los albergues hay que dejarlos para los peregrinos. Pero sí visitamos el albergue parroquial, que nos encantó. No tiene cocina pero sí un microondas. En el otro albergue pude saludar a Antonio, un amabilísimo hospitalero al que el año anterior había conocido con el Jato, en Villafranca del Bierzo. El chico me reconoció al verme y tuvimos una agradable conversación.

Esa tarde fuimos a visitar a Tomás el Templario, y a llevarle una botella de clarete de las que nos regalaron en Santa Croya de Tera. Allí en Manjarín estaba el típico grupo que cabe esperar de tal sitio, pues lo de Tomás es una especie de reducto entre místico, hippie y contracultural. Tomás estaba en plena actividad, indicando a unas monjas italianas donde podían dormir al aire libre para que no les diera el viento de la noche. El templario está muy modernizado, y hablaba incesantemente por un móvil.

-¡Qué barbaridad! -nos dijo- Me acaban de llamar de Astorga y dicen que viene para acá una ola de más de trescientos veinte peregrinos. Tendrán que dormir en el campo.

Tomás estaba esperando la llegada de un peregrino holandés que lleva diez años caminando de un lado para otro. Ultimamente llegó a España desde Jerusalén, había bajado y vuelto a subir por la vía de la Plata y estaba a punto de llegar a Manjarín para quedarse unos días en la cabaña del templario.

Pregunté a Tomás por el que fue mi primer guía en mi primer Camino, el hospitalero Ángel Espinosa. Había pasado el invierno en Manjarín con él y ahora se encontraba en el albergue "Santiago Apóstol" de Puente la Reina. Demasiado lejos para visitarle, pero si alguien lo ve por allí o en cualquier otro albergue del Camino, llévele un abrazo agradecido de mi parte.

Benditos sean los hospitaleros del Camino. Poca gente más pura y generosa se encuentra en la vida. No deben olvidarse los peregrinos de rezar por ellos al santo cuando lleguen a Compostela. A pesar de sus incómodas multitudes, el Camino Francés tiene ese regalo para el caminante. Cuánta nostalgia al despedirnos de él definitivamente en Astorga y enfilar la 630 rumbo al Sur...

José María Maldonado.