http://www.desafiopinto.com.ar/pag-2-Camino.de.Santiago.de.Compostela.en.Mountain.Bike.796.km.en.7.dias-5
La cantidad y diversidad de peregrinos que uno conoce a lo largo del trayecto es muchísima, y la camaradería que se practica tanto a lo largo de la ruta como en los albergues nos hace recuperar la fe en el género humano.
Participamos de esta patriada mi sobrino Marcelo Civarolo de 50 años residente en EE.UU.; Javier Ruiz de 16 años; Jesús Ruiz de 49 años, el padre; Valentín Caro de 35 años, españoles de Logroño, capital de La Rioja, y yo, Juan Carlos Maggi, de 69 años, argentino.
Valentín, este Riojano cabezota, es el gran responsable de exigirnos -hasta el más extremo límite de nuestras fuerzas- para lograr el éxito en esta extraordinaria prueba de lucha contra el cansancio, el calor, los dolores físicos y fortaleza psíquica.
Gracias a su gran conocimiento del trayecto, sus dotes de conducción (a pesar que en dos o tres oportunidades la tropa se le rebeló) y su capacidad de organización, logramos realizar estos 796 km de recorrido con ascensiones de montaña de 600 mts., senderos de piedra suelta y continuos ascensos y descensos (los españoles lo llaman "mata mula" o "rompe piernas") en 7 días. Salimos de Roncesvalles, en los Pirineos, el 30 de julio de 2005 a las 17 hs y llegamos a Santiago de Compostela el día 6 de agosto a las 19:30 hs.
Esta aventura comienza muchos días antes de su inicio real, ya que por su característica, hay que prepararse muy bien, no solamente física y psíquicamente, sino tener muy claro los elementos que hay que llevar en las alforjas, ya que el peso es un factor fundamental en el éxito de esta aventura, por gravitar sobre el eje trasero, lo que cambia el centro de gravedad de la bicicleta.
Todo esto nos llevó unos 20 días de preparación donde, entre los 5 participantes intercambiamos opiniones sobre los elementos a llevar, si bien éramos conscientes que el exceso de peso era malo.
El día 25, 5 días antes de iniciar la pedaleada, llegué a Logroño en avión desde Madrid a las 17 hs, allí me esperaba Valentín. Fuimos directamente a su casa donde, a la bici de Ana, su señora, le pusimos mi asiento (sillón en español) y le colocamos mis pedales con traba, fundamentales para este tipo de travesías.
Cargamos la bici en su auto y me llevó hasta la casa de Luchi, mi sobrina, donde pasaría la noche.
Al día siguiente, fui a una bicicletería y le coloqué la parrilla porta alforjas y los cuernitos en los extremos del manubrio, fundamentales para el cambio de posición para estos trayectos tan extensos.
El día 29 a las 19:30 hs, llegaron de Madrid en auto Marcelo, Mónica, su señora y Nelia (mi esposa). A las 19:45 hs, nos encontramos los cinco y fuimos a retirar la credencial al "albergue del peregrino", en Logroño. Se trata de una especie de libreta donde, a medida que recorres el camino, te la sellan en las Iglesias, Ayuntamientos, Asociaciones Amigas del Camino, etc., para comprobar, cuando llegas a Santiago, que has efectuado el recorrido, y tener derecho a recibir "La Compostela", especie de pergamino escrito en latín, donde dice que acredita el recorrido que realizaste.
Llegamos a Roncesvalles (950 msnm) a las 14:30 hs. Acondicionamos las bicicletas y las alforjas y fuimos a almorzar. Luego, el primer sello en la credencial. Cuando eran las 17 hs partimos hacia Pamplona, teóricamente primera etapa de nuestra aventura.
No se pueden imaginar el susto que tenía después de ver las irregularidades del terreno y las alturas; me parecía imposible poder hacerlo, máxime que al otro día había que levantarse a las 6:30 hs y hacer 100 kms más. Y así sucesivamente.
En este tramo recorrimos 51 kms durísimos, si bien los descensos acumulados son de 200 m., hay 2 cuestas: una, la del "Alto de Mezquiriz" que va de los 860 msnm, a los 960 msnm en 1 km, con una parte final muy empinada y resbaladiza; la otra, "El alto de Erro", que va de los 700 msnm a los 850 msnm, tramo durísimo, con partes por un sendero de piedra con desniveles que sólo entraba una bicicleta y con el precipicio a la izquierda, si bien con bastante vegetación que podrían impedir que uno se desbarrancara. El premio: una vista impresionante vista panorámica desde lo alto de la cima.
Yo me caí dos veces; aquí tomé conciencia del peso y la posición de las alforjas. Estaban muy pesadas y muy atrás, me dominaban.
Transitamos la provincia de Navarra con bosques hermosísimos y en los claros podíamos ver infinidades de pueblos y valles bellísimos, todos campos de trigo recién trillado. Estas vistas forman parte de las casi 700 fotos que tomamos de todo el recorrido.
En varias oportunidades, tuvimos que descender de la bici y caminar empujándola, con las alforjas cargadas; no se imaginan lo duro que es.
Llegamos a Pamplona, llenamos la credencial. En el albergue no había lugar, así que decidimos seguir hasta el pueblo siguiente, Cizur Menor.
Llegamos a Cizur Menor después de recorrer 51 kms en 3:10 hs a un promedio de 16 km/h, sellamos la credencial y nos instalamos en el albergue. Éstos son por lo general grandes locales donde, hay muchas camas o colchonetas sin sábanas y, en algunos de ellos, sin almohada. Tienen un buen baño pero no te dan ni toalla ni jabón. Por supuesto, son muy baratos. A las 22 hs se apaga la luz y no más ruido. Como llegamos tarde, apenas tuvimos tiempo de bañarnos y cenar en el restaurante del frente del albergue. La comida, la peor del viaje, regada con vino tinto y gaseosa, una especia de rifle cordobés, compensada por la atención de una joven y bella morena llamada Erkuden (que nombre, no?).
En esta etapa pedaleamos los primeros 21 km hasta Altos de Emo por el camino original, luego salimos a la carretera hasta Cizur Menor.
Este tramo lo realizamos alternando camino original, carretera secundaria y carretera nacional. Una novedad: pedaleamos 14 km por una autopista sin habilitar y en descenso, un lujo.
Por el tramo del camino del peregrino, una subida impresionante, tuvimos que llevar la bici caminando unos 500 mts. Valentín y a Jesús subieron la mía unos 100 mts, la verdad, yo solo no la subía.
A lo largo del recorrido, las vistas panorámicas de los campos trillados de trigo y los campos de vid con un verde intenso y cargados de uvas nos hacían parar para admirar el paisaje. La cantidad de pueblos que se divisan de las alturas, la mayoría de las construcciones muy viejas, donde se destaca la Iglesia, todas con tejas.
Dentro del recorrido hacíamos algunas paradas por motivos de interés histórico, como la visita a la Ermita de Eunate, de la época románica (sellamos credencial). Dice la leyenda que fue levantada por los templarios. También vimos la iglesia de Estella (sellamos credencial) y luego el puerto de Irache (en España llaman puerto a la cima de las montanas), donde hay una bodega donde a los peregrinos les dejan beber todo el vino que quieran siempre que se lo tomen.
A unos 10 km, pasando Estella, pudimos admirar el castillo de Mojarden en la cima de la montaña, rodeado de un valle inmenso y espectacular.
Comimos en los Arcos y fuimos a un parquecito al lado de la iglesia, donde nos tiramos a dormir la siesta, una hora, después de hacernos firmar la credencial en una asociación de amigos del Camino atendida por ciudadanos belgas (qué solidaridad!).
Luego, a pesar de las quejas de Marcelo por que las campanas de la Iglesia que tocaban cada 1, 1/2 y ¼ de hora, que yo ni las sentí, salimos para Logroño, donde viven los parientes y estaban Nelia y Mónica.
De Los Arcos a Logroño hay 29,5 Km. de matadores ascensos y descensos. Los hicimos por carretera. Desde que salimos a la mañana, completamos los 100 Km. llegando a las 18:15 hs. y habiendo alcanzado en algunos descensos una velocidad máxima de 59,7 Km/h y una velocidad promedio de 15,1 km/h.
En Viana sellamos la credencial. Unos kilómetros antes de Logroño termina la provincia de Navarra y comienza la provincia de La Rioja, entramos a una geografía bastante árida donde la vegetación es exclusivamente pinos forestados hace unos 40 años.
En Logroño decid achicar el peso de las alforjas, dejé todo lo que en ese momento creí que no lo necesitaría: inflador, cuchillo, capa para lluvia, luz de casco, ropa para vestir después de pedalear, ropa de abrigo, etc.
Además acomode las alforjas un poco más adelante de la parrilla. No les puedo decidir lo que cambié la bicicleta: desde ese momento, yo empecé a manejar la bicicleta y no como antes, que la bicicleta me manejaba a mi.
Esa noche fuimos a comer con todos los familiares logroñeses, primos y sobrinos, pero como había que levantarse temprano y seguir pedaleando a las 11:00 hs. casi muertos, nos levantamos con Marcelo y nos fuimos a dormir.
Esta tercera etapa fue durísima, con 940 mts de desniveles acumulados y un pico (puerto) de 1170 mts. msnm.
Inmediatamente a la salida de Logroño, la subida La Grajera, luego, la de San Antón, recorriendo unos 10 Km. y ascendiendo 300 mts, y ahí nomás, los altos de Nájera, que sube 150 mts en 1 Km.: una locura, indescriptible.
Para colmo, empezó a garuar. Todas estas situaciones llevaron mis esfuerzos hasta el límite de mis posibilidades. Mis compañeros Jesús, Javier y Marcelo soportaron mucho mejor semejantes esfuerzos. Valentín, un caso especial, siempre adelante: parecía un toro que quería comerse al torero.
Al rato, y después de un pequeño descenso, Santo Domingo de la Calzada, donde sellamos la credencial Es una ciudad emblemática donde está el sepulcro del santo del mismo nombre, gran benefactor de la ruta del peregrino en el Siglo XI. En la catedral se encuentra una jaula con un gallo y una gallina; la leyenda dice que "en Santo Domingo la gallina cantó después de asada".
después de 34 km de subidas y bajadas, llegamos a Villa Franca de Montes de Oca. El camino no es muy firme, de tierra mezclada con gravilla y constantes subidas y bajadas, pero siempre en ascenso: unos 300 mts.
En Espinosa, el pueblo anterior, se me cayó la bicicleta y se me rompió parcialmente el cambio de marcha, lo que me obligó a algunos malabarismos para hacer los cambios.
después de recorrer 120 Km., por suerte conseguimos albergue, un gran salón donde había más de 20 colchonetas inflables. Arriba poníamos nuestras bolsas de dormir. A mi, por ser el abuelo del grupo, me dieron sábana y almohada con funda. El costo era 6 Euros, buenos baños y dos señoras muy amables y simpáticas que nos prodigaron miles de atenciones.
Es una costumbre generalizada que cuando los peregrinos se encuentran dicen como saludo "Buen Camino". Obviamente, esta expresión repite infinidad de veces a lo largo del recorrido.
Esa noche (1 de agosto) disfrutamos de una opípara cena; luego, a dormir.
La bajada termina en un puentecito de madera de 80 cm de ancho, luego otra subida de unos 100 mts también con la bicicleta empujando.
Llegamos a San Juan de Ortega, donde visitamos su Iglesia del siglo XII, románica, una obra de arquitectura e ingeniería inigualable.
Para llegar a S. J. de Ortega, realizamos un descenso de unos 200 mts en 11 km aproximadamente: algo para gozarlo. Uno piensa que es parte del viento, que es dueño del viento, que vuela. Llegamos a una velocidad máxima de 46 km/h. pedaleando entre bosques de robles, pinos y, en los claros, matas de helechos: algo indescriptible.
De ahí a Burgos hay 26 Km. (la ciudad del Cid Campeador), la más populosa del Camino de Santiago. Hicimos 13 km. por el Camino de Santiago y el resto por la ruta.
En Burgos buscamos bicicleterías para arreglar mis cambios, pero como estaban cerradas, decidimos seguir. Encontramos una estación de servicio donde había lavadero a presión, aprovechamos y lavamos las bicicletas.
De Burgos comenzamos un lento y progresivo ascenso hasta la meseta que conforman los grandes llanos de la zona de Castilla. El itinerario original se aleja de la carretera nacional para dejar a los peregrinos empaparse con el auténtico aroma de la meseta, en esta zona se recorren los campos de trigo recién cosechados.
después de interminables e intensas subidas y bajadas, llegamos a Hontaras, donde almorzamos; como siempre, comida muy buena: garbanzos preparados como cocido con panceta, cerdo, chorizo colorado y morcilla. Nos atendió una chavala bellísima llamada Esther.
Pasando 5 km de Hontaras, los restos de la Ermita de San Antón, cuyo deterioro nos llamó la atención. Hay un enorme arco de piedra cincelada, precisamente por donde pasa la carretera del peregrino y que da acceso a Castrogeriz, distante unos 8 km. allí nos encontramos con Nelia y Mónica, tomamos unos mates e inmediatamente, a la cuesta de Mostelares, cuesta matadora que sube 170 mts en 1,5 km. Para colmo, llena de piedras sueltas que hace que la bicicleta patine; en conclusión: yo realice la cuesta un rato a pie y otro caminando. De los cinco, solo Valentín la subió pedaleando; ni les cuento cómo me quedó la cintura.
A continuación, en descenso hasta el Albergue de los Genoveses (sellamos la credencial). En la puerta había cuatro peregrinas italianas haciendo elongaciones.
A los 100 mts cruzamos el río Pisuerga, límite entre la provincia de Burgos y Palencia, 25 km más hasta el "Albergue El Camino", en Boadilla del Camino. Aquí nos encontramos con Hugo y Marcela, dos cordobeses que trabajan en el albergue. Nos atendieron de primera, pasamos unas horas divinas. Por supuesto, abundaron los cuentos cordobeses.
Concluimos la etapa con 108 km recorridos, en 7 horas, a una velocidad promedio de 15 km/h y una velocidad máxima de 46 km/h.
A 1 km de Boadilla del Camino, la ruta del peregrino acompaña durante 3 km al canal de Castilla. Enseguida llegamos a Bromista, donde paramos, visitamos y fotografiamos la Iglesia de San Martín, una joya del románico español, muy bella.
después de pedalear un buen rato, llegamos a Villalcázar de Sirga, donde nos hicimos una foto en la escalinata de la Iglesia.
Seguimos pedaleando hasta la hora del almuerzo. Llevábamos recorridos 109 km sin parar, a una media de 17,0 km/hora y en un tiempo de 6 horas. Dejamos atrás la provincia de Palencia y entramos en la provincia de León.
Por decisión de Valentín, director del grupo, hoy llegaríamos a León, distante 15 km.
Llegamos al parador nacional de León donde están Mónica y Nelia, a las 18:20 hs después de recorrer 124 km: todo un record.
Con Marcelo, dormimos en el parador; Valentín, Javier y Jesús, en el albergue. Pensábamos cenar juntos, pero como cerraban el albergue a las 21:30 hs, se tuvieron que ir temprano.
Como no pudimos desayunar porque estaba todo cerrado, después de 20 minutos de pedalear, divisé un bar abierto y empecé a gritar desesperado. Todos vinieron contentos menos Valentín, que quería desayunar más adelante; pero cuando vio el café caliente y los inmensos croissants que había, se le pasó el enojo y se integró al grupo.
Reiniciamos la marcha por páramos muy agrestes, sin cultivos, con montes muy bajos.
Seguimos por el camino del peregrino. Sin novedad llegamos hasta el Hospital de Órbigo, donde pudimos admirar su largo puente de piedra medieval (sellamos la credencial). Por supuesto, cruzamos el río Órbido y unos 10 km más adelante llegamos a San Justo de la Vega, donde la madre de una amiga de Jesús, nos convidó con café y la especialidad del pueblo: hojaldres. También, con ciruelas orgánicas, recién cosechadas, muy ricas; yo, como no comí hojaldre, me devoré 9 ciruelas.
después de una emotiva despedida de estos amigos, a los 3 km, llegamos a Astorga, una ciudad con porte monumental y con mucho bullicio. Aquí visitamos el palacio Episcopal, obra del extraordinario arquitecto Catalán Antonio Gaudí, de estilo gótico, y la catedral comenzada en el siglo XV. Es impresionante el retablo mayor, la imaginación no nos alcanza para entender quiénes, cuántos y cómo construían semejantes obras de arte; cada parte, por mas pequeña que sea, la realizó un artista.
después de un pequeño descanso, el lento y constante ascenso hasta Rabanal del Camino, donde almorzamos. Fuimos atendidos por Alba, una joven de 16 años, hija de la dueña, que estudia en Madrid; le dio a Javier el e-mail (me parece que se formo una nueva pareja).
Aquí comienza otro de los calvarios, quizás uno de los más duros, casi 7 km hasta la cruz de hierro, a unos 1500 msnm. Como partimos de 950 msnm, tuvimos que ascender 550 mts, fueron casi una hora de pedaleo constante en corona 1 y piñón 7 a velocidades de entre 4,6 km/hora y 8,9 km/hora. Esto fue interminable e inenarrable; sobre todo, muy doloroso. Llegamos a la cruz de hierro a las 16:30 hs, con ruidosas expresiones de alegría; intercambiamos rimbombantes comentarios con otros grupos de ciclistas y bebimos abundante agua. Cumplimos con la tradicional ceremonia de tirar una piedra a la montaña donde está la cruz. Dice la leyenda que, así, uno regresa.
Luego, el premio a tamaño esfuerzo: un descenso continuo de 20 km. Con Valentín llegamos a 61,1 km/hora de velocidad máxima "una locura total", la adrenalina al máximo; fue la única que le ganó a Valentín, no me pudo pasar en el descenso a pesar que se jugó todo.
Al llegar a Molina Seca, Valentín se bañó en el río. Seguimos pedaleando unos 7 km más y llegamos a Ponterrada (540 msnm). recién aquí encontramos una bicicletería donde me arreglaron el cambio de marcha, cambiándome los comandos.
El dueño, un especialista, un genio, mientras él hacia el trabajo, nos aconsejó que fuéramos a visitar el castillo de los templarios, fortaleza construida en el Siglo XI. Los gestos de admiración de semejante obra fueron constantes, pensando que fue construido en el año 1000, con Marcelo tratábamos de imaginarnos cómo vivirían en esa época en semejantes castillos.
De regreso, la bicicleta parecía un coche de fórmula 1, los cambios, espectaculares.
Un agradecimiento a Valentín y a Marcelo. Dado el conocimiento que tiene Valentín de esta ruta, antes de salir de Rabanal del Camino, me indicó (ordenó, diría) que sacara las alforjas de mi bicicleta. Tomó una él y la otra se la dio a Marcelo. Creo que gracias a esta acertada decisión, pude subir semejante cuesta.
Siendo las 20:15 hs, llegamos a Cacabeles, después de recorrer 120 km, hacia casi 13 horas que estaba, o sentado, o al lado de la bicicleta; puedo decir que ya la tenía encarnada, y mi trasero ya no daba más.
Por suerte, encontramos un hotel muy bueno y económico; la gente del lugar, nos recomendó una pulpería espectacular donde cenamos: un tipo de queso de chancho con pimientos colorados asados, mejillones con salsa, patatas bravas, pulpo a la gallega y pinchos morunos; luego, fuimos a tomar una copa y a dormir a las 24 hs.
En Villafranca del Bieso, admiramos el palacio de los marqueses de Villafranca, fundado a fines del siglo XV. Atravesamos un pequeño túnel e iniciamos el ascenso siguiendo el curso del río Balcarce hasta la Vega de Balcarce, donde tomamos un pequeño refrigerio y, por suerte, había una farmacia, donde compré curitas grandes que me cubrían toda la parte del trasero lastimado.
Otro agradecimiento: a partir de este momento, 2 ó 3 veces al día, Marcelo me asistía colocándome banditas en esa parte del cuerpo que estaba muy afectada.
Desde aquí empezamos el ascenso más duro de toda la travesía: 580 mts. de desnivel en 9 km durísimos, hasta el pueblo de la Faba, y de ahí en adelante, más duro todavía, a pesar de que Marcelo y Valentín me llevaban las alforjas, tuve que hacer 800 mts caminando. Cuando llegamos a la cima del Cebreiro (1220 msnm) nos esperaba una cuesta más, el "Poio", de 1360 msnm, una locura interminable. Las agujetas en las piernas eran infinitas; lo pedaleamos por la carretera.
En un bar de la cima, bebimos una gaseosa, luego un descenso de 12 km con un 7% de pendiente; llegamos a 65,1 km/hora, parecía que íbamos en ala delta. No hay palabras para describir la sensación de volar que se tiene al descender a esa velocidad.
A las 15 hs, llegamos a Samos, donde pudimos admirar por fuera el Monasterio de San Julián, fundando en el Siglo VI, el cual se incendió y fue reconstruido en los siglos XV y XVIII, respectivamente.
En Samos almorzamos, preguntamos donde nos podíamos recostar, nos sugirieron un parque a la orilla de un arroyo, donde dormimos una siesta de una hora, que nos permitió recuperarnos para poder continuar. A Javier, no lo podíamos levantar; reiniciamos el típico camino gallego con subidas y bajadas interminables, con un sol matador: hacía 38° de temperatura.
Valentín había reservado un pequeño hotel en Portomarín. Eran las 20:30 hs, habíamos recorrido 109 km en 7,42 hs, con una velocidad máxima de 65,1 km/hora.
Nos dirigimos al hotel, nos duchamos, encargamos la cena, la cual estaría en una hora. Recorrimos el pueblo, sellamos la credencial, compramos una tarta de Santiago, que estaba hecha solamente con almendras, sin harina: yo podía comerla. Comimos la mitad después de la cena y la otra mitad en el desayuno.
El hotel donde nos alojamos se llama Portomiño, muy bueno. Fuimos atendidos por Begonia, hija del dueño, muy eficiente y atenta. Nos prestaron la máquina de vapor para lavar las bicicletas.
Me equivoqué de medio a medio. Lo pedaleamos todo por el camino del peregrino, senderos de piedra, angostos e irregulares, con piedras sueltas, el intenso calor, los sube y baja constantes, el agotamiento físico y psíquico: en conclusión, un tramo durísimo. Sin dudas, yo no estaba preparado para una etapa tan difícil, ni para tan dura tarea.
Galicia, desde el punto de vista paisajístico, en esta parte de España, el camino del peregrino tiene una belleza inigualable. Transcurre en gran parte por bosques de eucaliptos, robles, pinos y muchos helechos: una hermosura indescriptible. Hay que ver las figuras que dibujan los rayos del sol al penetrar entre las ramas de los árboles. En los claros divisamos la campiña gallega que, como toda la parte cultivable de España, está sembrada con trigo, maíz con el choclo ya bastante grande y vides de verde intenso, con racimos de uvas bien cargados.
Pedaleamos tres horas más y paramos en Mélide, donde es famosa la pulpería "Ezequiel", donde se come el mejor pulpo a la gallega de España y donde nos esperaban Nelia y Mónica. Impresionante lo que comimos y bebimos: empezamos probando el vino blanco gallego Albariño, que me pareció muy bueno, al estilo de nuestro torrontés. Con Valentín nos tomamos un litro. No les cuento el pulpo a la gallega y el cocido gallego, insuperables.
Salir a pedalear después de semejante comilona es una locura, pero el jefe lo ordenó así. Una buena: las alforjas las cargamos en el auto de las chicas.
después de pedalear 1:30 hs. en condiciones calamitosas, con Marcelo decidimos parar y tirarnos unos minutos a la vera del camino, bajo los árboles. Según Marcelo, yo roncaba.
Nos levantamos con, por lo menos, la cabeza despejada; eso sí, cada subida a mí me parecía que la cabeza me iba a estallar de calor. A mí, que no soy de transpirar, el sudor me corría por la cara; eso molesta y hace arder los ojos.
No les puedo decir lo que significa llegar a Santiago, llegar al Monte Gozo, una impresionante escultura, en la cima de un cerro, que significa el fin de tamaño esfuerzo físico y psíquico. Completar todos los casilleros de la credencial con sellos, recibir en la casa del Peregrino la tan deseada Compostela, diploma en latín que acredita haber realizado los 796 Km, en 7 días "una hazaña", que en mi caso, como en el de mis compañeros, significa todo un logro que nunca imaginé alcanzar. Mis recuerdos me llevan a pensar en el primer y segundo día, con los miedos a no poder completar semejante hazaña.
Por ultimo, un nuevo agradecimiento a Marcelo, Jesús, Javier y especialmente a Valentín, por lo que me esperaron, por lo que me ayudaron y por lo que me aguantaron; sin su comprensión yo no sé si hubiera podido disfrutar de tamaño gozo y de poder atesorar esta inolvidable experiencia.