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Tras el tradicional ritual que incluye pesada de mochilas (sin superar los 8 kilos), entrega de acreditaciones, bendición de los peregrinos y despedida de los familiares y amigos partimos rumbo a la estación para tomar el tren nocturno hasta Astorga. Pese a las recomendaciones casi nadie pudo dormir aquella noche en el tren, bien fuera por la incomodidad, los nervios o las ganas de montar follón.
Nada más bajar del tren y tras un frio desayuno a base de batidos y galletas comenzamos nuestro camino a las 6 de la mañana, soñolientos tras no haber dormido casi. Una etapa que se hizo dura cuando aparecieron los primeros dolores en los pies por la falta de costumbre. Pensando en todo lo que íbamos a vivir en los 250 km que quedaban de camino llegamos al bonito y cómodo albergue de Rabanal del Camino. Lo peor: nos perdimos la final de Copa que ganó el Zaragoza 3-1 al Celta.
En esta etapa vivimos nuestro Calvario particular. Tras subir alegremente a la Cruz de Ferro, dejar nuestras preocupaciones en forma de piedra y conocer a los "hippies"de Manjarín nos creíamos ya cercanos a la meta. Pero un error en el kilometraje unido al sofocante calor, la sequedad de las tierras castellanas y el cansancio acumulado hizo eternos los últimos kilómetros y la mayoria llegamos destrozados. Gracias a la piscina fluvial pudimos relajarnos y recuperar fuerzas para el dia siguiente.
Esperando que no todos los días fueran como el anterior afrontamos la siguiente etapa. Tras ver el castillo de Ponferrada atravesamos la ciudad por una interminable carretera llena de fábricas hasta que por fin salimos a un camino de tierra entre viñedos que nos condujo a Cacabelos. Para la mayoría una etapa cómoda, aunque no para mi que andé en retaguardia con los pies doloridos por el asfalto. Al final la recompensa con un increible alberge de habitaciones dobles, una playa fluvial con salto incluido y un tremendo helado de castañas.
La "etapa reina", la más larga y con la que más miedo nos habían metido resulto no ser tan dura. Tras el paso por Villafranca del Bierzo afrontamos la dura subida para evitar la carretera nacional. Por un error un grupo nos saltamos el descanso y cuando nos dimos cuenta ya casi habíamos llegado a Vega del tirón. Una etapa que sirvio para cargarnos de moral a todos, aunque es verdad que las ampollas empezaban a hacer acto de presencia en muchos. Inolvidables son los terribles ronquidos nocturnos y la tarde en el rio y en el bar jugando a "bomba".
Etapa corta pero de subida contínua hacia Cebreiro que pareció una auténtica "cronoescalada", pues nos sentíamos fuertes y llenos de moral. A las 12 de la mañana ya habíamos llegado todos a Cebreiro. Lamentablemente allí nos recibió el frio, la lluvia y un alberge repleto en el que estuvimos hacinados en una pequeña sala y donde había gente durmiendo hasta en las escaleras. Una estancia incómoda en un lugar precioso que casi no pudimos apreciar por la niebla.
Una etapa con dos partes bien diferenciadas. Primero la desagradable subida al Alto do Poio marcada por la lluvia, el frío, la niebla y el viento. Después el descenso en el que poco a poco la niebla se fue abriendo, la lluvia cesó y las canciones dieron paso al sol y la alegría. Instalamos las mochilas y la cocina en un pequeño "pesebre" para dormir por la noche en la Iglesia con la "brigada erección", un grupo de chicos de Vitoria con las hormonas bastante alteradas. La fiesta se desató preparando la cena con los bailes de Jorge.
Una de las etapas más cómodas y tranquilas. Tras una pequeña subida comenzamos un descenso por camino de pueblos poblados de excrementos. Ya en Sarria nos instalamos en el polideportivo junto con otros grupos. Inolvidable fue el dueto junto a una mujer gitana que tocaba la flauta improvisando mientras yo tocaba la guitarra, asi como los múltiples intentos fallidos de hacer una torreta humana para la foto y cuando casi nos invade el ganado en mitad de una reunión.
Otra etapa cómoda por caminos de pueblo. Tras unos impresionantes bocadillos de tortilla rellena en Morgade llegó uno de los momentos más divertidos del camino cuando Pablo y Alfonso enseñaron a todos la marcha militar. Todo el mundo nos observaba. A ritmo de izquierda, derecha, paso, marquen y alto llegamos casi hasta el puente sobre el Miño que marca la entrada a Portomarín, donde vimos la bonita iglesia, nos sorprendimos con un caballo extraordinariamente "dotado" y dormimos nuevamente en un incómodo polideportivo plagado de grupos.
La etapa fue tranquila hasta el descanso en el cruzero de Ligonde, a partir del cual a Silvia le dio por forzar el ritmo justo el día que me tocaba ir delante. Fue un dia divertido, lleno de frases malintencionadas y con doble sentido, no se si sería porque ibamos a pasar por el mojón del kilómetro 69. En Palas de Rei por fín tuvimos tranquilidad al estar nosotros sólos en la casa parroquial, aunque hubo algunos cuantos gritos a la hora de la siesta y de dormir.
Una de las últimas etapas, se hizo dura por larga y porque la gente ya iba realmente tocada debido a las ampollas. Tras descansar en la iglesia de Sta. María de Melide donde después de una pequeña confusión tomamos un sabroso bocadillo de Nocilla en pan de hogaza y atravesar algunos bosques preciosos llegamos al albergue de Ribadiso. Para celebrar que el fin estaba cerca cenamos pulpo regado con Ribeiro y con potito de postre para alguno, aunque lo mejor vino con la charla del hombre de la pulperia que "mide a todos por el mismo barómetro".
La penúltima etapa que se presumía de transición se hizo más dura de los esperado. Los nervios por la cercanía del final enrarecieron el ambiente con algún caso de "pérdida" voluntaria cuanto menos extraño. Sin embargo y no sin sufrimiento en algunos casos todos logramos llegar y empezamos a saborear la sensación de que ya sólo nos quedaban unos pasos y de que todos ibamos a llegar a Santiago. En mi caso sufrí mi primera ampolla que no pasó de ser algo testimonial, pero el camino no es igual sin ampollas.
Por fin el día D, la última etapa. Decidimos marchar todos juntos al ritmo de los más lentos para acompañarlos, lo cual no sentó muy bien porque casi cansa más ir lento que rápido. Con los ánimos alterados y cansados por la lentitud llegamos al Monte del Gozo, donde haciendo honor a su nombre la alegría se desbordó y desde lo alto contemplamos Santiago. El descenso fue rapido y hasta los que iban mal corrían. La sensación al entrar en la Plaza del Obradoiro fue indescriptible: abrazos, lloros... Por fin lo habíamos conseguido todos juntos.
En Santiago nos hospedamos en un viejo e insalubre pabellón del colegio mayor de los jesuitas. Por la mañana recogimos las Compostelas que tanto esfuerzo nos habían costado y participamos en la misa del peregrino, además de pasear y descubrir Santiago, una ciudad llena de música y de artistas callejeros. Por la tarde hubo compras, partido de baloncesto y regalos y agradecimientos para todos. Y por la noche cena y baile, con el sentimiento de que esto se acababa.
Cansados pero satisfechos, alegres por haberlo conseguido pero tristes porque había que marcharse, después de comer emprendimos el viaje de vuelta. Partimos en autobús hasta Lugo, trayecto durante el cual todos dormimos y, tras unas horas en la estación, tomamos el tren hacia Zaragoza. Pese a que había ganas de disfrutar otra vez del viaje en tren y nos divertimos un rato jugando a "esto es un pin" o a la tabla Ouija, finalmente todos caímos rendidos. Y así llegamos a Zaragoza, donde la despedida fue más triste de lo esperado.