http://www.biescasvignau.com/03Espanol/07.Trekking/10.CaminoFrances/Diarios/JJ.Gavilan.05.07./%2010A.Diarios07.05.htm
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Eran las seis de la mañana cuando llegué a la estación de autobuses de Pamplona. A las once de la noche del día anterior mis padres, emocionados me despidieron en la estación de autobuses de Valencia, durante el viaje no pude dormir ya que estaba demasiado nervioso para conciliar el sueño. En realidad tenía una sensación rara desde hacía mucho tiempo. Quería hacer el camino, en primer lugar por mi familia, para (a través de mi penitencia y sacrificio personal)darle gracias al Apóstol Santiagopor tenerlos aún a mi lado y para que interceda ante Nuestro Señor por ellos y sólo por ellos. Creo en Dios pero no voy a misa los domingos ni me abstengo de comer carne en días que no se permite, pero cuando uno está desesperado se agarra a un clavo ardiendo y yo lo estaba, veía que mis padres estaban muy delicados, operación tras operación durante demasiado tiempo ya, y esto tenía que tener un fín, el cual no atisbaba por ninguna parte. En segundo lugar, deseaba que mi hermano siguiera como hasta ahora, es decir, viendo lo que hay por el mundo, veía que era una buena persona y rezaba lo que sabía para que siguiera así y por último yo necesitaba escapar, desconectar de la vida, de mis amigos, de mi casa, de los contratos de trabajo, de las libretas de ahorro, etc, necesitaba pensar sobre mí y reencauzar mi vida. Eso no quiere decir que cuando vuelva de este camino vaya a meterme a cura, pero he decidido creer y creer muy profundamente en Dios. Al que le guste bien y al que no le guste, pues ya lo dice el dicho.
Al llegar a la estación en Pamplona vi a unos chicos que hablaban valenciano y pronto entablamos una conversación agradable hasta que nos dimos cuenta que a las nueve de la mañana salía un autobús especial hacia Roncesvalles, con lo cual no teníamos que estar allí hasta las cuatro de la tarde, hora en que el autobús regular de la empresa la Montañesa solía salir hacia esta preciosa aldea jacobea. Estos chicos eran de Xátiva y tenían la intención de llegar a Burgos. Pronto me di cuenta que su actitud no era la más apropiada:las carcajadas y las gilipolleces aumentaban de intensidad a medida que iban tomando confianza conmigo. Mi actitud iba a ser muy distinta a la de ellos. Yo no iba de cachondeo, sino que iba a buscar respuestas a muchas preguntas que me hacía hace ya mucho tiempo, y para eso hace falta una especie de tranquilidad y sosiego. Suerte que bajaron en Burguete, tres Kms. antes de Roncesvalles, que era donde yo me dirigía.
Alrededor de las diez de la mañana llegué a Roncesvalles y pude certificar "in situ " lo preciosa que es esa aldea. Era un lugar que convenía saborear sin prisa, para empaparse aún más de tradición jacobea milenaria y darnos cuenta de que mi Camino no era nada nuevo, ninguna moda pasajera, sino un fenómeno que movió a millones de personas, antes que a mí. Después de pasear y charlar con los primeros peregrinos que iniciaban, igual que yo, el camino allí me dirigí a la oficina de información y turismo donde una gran mesa llena de bolígrafos culminaba en tres chicas que con cara de muy pocos amigos me pusieron mi primer cuño en la Credencial y me informaron que a las once hacían la "tradicional misa del peregrino " con la consiguiente bendición. . Después me dijeron que se esperaba la llegada de muchísima gente que bajaba de St-Jean Pied de Port con lo cual debía iniciar mi camino lo antes posible pues éstos tenían preferencia a la hora de albergarse.
Un poco perdido fui a la misa del peregrino donde el sacerdote nos invitó a acercarnos al altar donde está una bella imagen de la Virgen de Roncesvalles chapada en plata y en varios idiomas nos bendijo. Después salí, sobre las once, disparado a Zubiri, demasiado tarde -pensé-pero no podía quedarme allí. Me llegó la hora de iniciar el descenso al valle del Arga a través de bosques de hayas, alerces y pinos negros. La Cruz de Roldán a la salida de Roncesvalles me puso la piel de gallina, ahora nada me podía parar hasta llegar a la plaza del Obradoiro. Poco después y empapado de sudor llegué a Burguete, a lo lejos vi a los de Xátiva, sin ánimo de saludarles enfilé el camino a Espinal, donde paré a tomar una cerveza en un pequeño bar, allí un matrimonio mayor me dijo que rezara por ellos en Santiago y al grito de "Buen camino " me despidieron, , la emoción era tan grande que no se puede matizar con palabras. El paisaje era extraordinario y los caseríos con los balcones de madera floridos con alguna inscripción en sus dinteles eran grandiosos. De vez en cuando y sobre todo en el descenso al Alto de Mezkiritz atravesé algún túnel de boj o de enredaderas que me helaba la piel. Ya con los tobillos y las rodillas calientes los pueblecitos se sucedían uno tras otro a cual más bonito, Bizkarreta y Lintzoáin. Entre robles milenarios, abedules y pinos inicié la subida al Alto de Erro. Cuatro kms. después, exhausto y contento a la vez, llegué a Zubiri, sobre las tres. Teniendo en cuenta que salí a las once, el ritmo había sido muy bueno. Tras cruzar el puente llamado "de la rabia " llegué a un albergue privado en el cual no había camas, me dirijí al municipal donde me albergaron en el frontón que había muy cerca. Tras la ducha y la comida ya no pude moverme en todo el día. Allí conocí a Juan, un peregrino con el cual pude charlar, ya que los músculos de la cara eran los únicos que no me dolían.
Por la tarde recuperé fuerzas y me fui al bar de la piscina que no estaba lejos a tomar una cerveza y un bocadillo de lomo con pimientos, pues no había comido nada desde la cena del día anterior, estaba demasiado nervioso como para comer. Después di un paseo por el pueblo y aproveché para comprar queso y pan por si me daba hambre. Pronto, sobre las nueve, me acosté, suerte que llevaba una esterilla hinchable que me aisló del suelo del frontón.
Pensé que los albergues serían de un estilo a lo visto en Zubiri, pero después de conocer el albergue de Maribel Roncal en Cizur cambié de opinión. Después de volver a cruzar el puente de la rabia retomé el camino dolorido por el esfuerzo del primer día, esta vez a las seis de la mañana inicié el camino. Suerte que aún casi de noche crucé una grandísima fábrica de magnesita con sus depósitos de escoria que se prolongó un km. . Una senda enlosada en cuesta me dejó en Ilarratz, tras una pequeña subida llegué a Ezkirotz y entre prados y túneles vegetales a Larrasoaina, donde me comentaron unos peregrinos que el albergue estaba muy mal, ¡qué novedad!yo había dormido en el suelo de un frontón ¿hay algo peor?. Akerreta, Zuriain, Irotz, Zabaldika se encuentran entre un gran bosque de robles, boj y pinos regados por el Arga. A través de Chopos, Arleta quedaba a un paso. Villava (donde nació Miguelón)y Burlada están prácticamente juntas, allí paré a comerme el trozo de pan y queso que me compré en Zubiri. Con más asfalto que vegetación accedí al casco antiguo de Pamplona tras cruzar el puente medieval de la Magdalena sobre el río Arga.
Crucé Pamplona de puente a puente, del Arga al Sadar, la partida de la ciudad fue rápida y sorpresiva, ya se olía por las calles San Fermín y su jolgorio.
Sin darme cuenta estaba ya entre trigales rumbo a Cizur Menor huyendo de las grandes urbes y la masificación de sus albergues. El calor era insoportable, en todo momento veía, a lo lejos la Sierra del Perdón lleno de aerogeneradores y poco a poco iba haciéndome a la idea de que al día siguiente tenía que subirlo. Al llegar al albergue de Maribel se me quitaron todos los males pues era un hostal de cinco estrellas, maravilloso, ella se portó con todos nosotros de maravilla y las instalaciones eran extraordinarias con lo cual el descanso también fue así. Comí en el asador "El Tremendo " un buen menú del peregrino a base de paella y churrasco. Posteriormente y acompañado de Juan, que dormía en el municipal, fuimos a ver las carreras de Fórmula 1 donde Alonso, como siempre, quedó el primero.
Pronto me acosté para recuperar fuerzas.
El bocadillo de tortilla con chistorra que me comí el día anterior para cenar, hizo que cogiera el sueño muy rápidamente, por eso, a las cinco de la mañana ya estaba listo para enfilar el Alto del Perdón. Saliendo de Cizur por un sinfín de grandes urbanizaciones, pronto se divisaba el Alto con un gran número de aerogeneradores, a partir de Zariquiegui la cuesta se prolongó alrededor de media hora.
En ningún momento me resultó agotador, eso mismo no lo puedo decir de la bajada que hizo que la rodilla derecha se resintiera de alguna antigua lesión que yo no recordaba, pero que me hizo sufrir mucho, tanto física como psíquicamente, pues veía el fín de mi aventura muy cerca. Las piedras, por si fuera poco, eran de canto rodado y los resbalones eran muy constantes, alguno muy doloroso.
Gracias a Dios Uterga y la venta de cerezas (mejor venderlas que sufrir por si te las roban) apareció para ofrecerme un gran desayuno que hizo que, al igual que Popeye con sus espinacas, sacará fuerzas y me olvidara momentáneamente de mi dolor rotular. Al final de Uterga se bajaba por una pista de tierra y pronto se llegaba a Muruzábal donde el dolor en mi rodilla hizo que me despistara y no tomara el camino a la derecha que me conducía por entre campos a Óbanos y tuve que hacer un apaño que hizo que me llegara el barro hasta la cintura.
En Óbanos hay una leyenda muy bonita. Cuenta la historia que Feliciana peregrinó a Compostela y, acrecentada su fe, a su regreso decidió ingresar en un convento para ayudar a los indigentes. En el camino de regreso, la noble aquitana se recogió en Óbanos para terminar sus días en oración. Extrañada la familia por la tardanza, envió en su busca a su hermano Guillén que la encontró en aquel convento y la instó a que regresara a Aquitania. Ante la negativa de la muchacha, la mató en un arranque de ira. Guillén, arrepentido de lo que había hecho, peregrinó a Compostela y, a su vuelta, ingresó también en un monasterio a pocos kms. de allí, el de la Virgen de Armetegui, donde vivió en oración hasta su muerte.
Es una bonita villa que culmina en una gran plaza donde está la Iglesia dedicada a San Juan Bautista. Pero lo realmente bonito de Óbanos es su ermita donde aún se conserva el cráneo de Guillén.
A partir de Óbanos se suceden multitud de bodegas. Media hora más tarde entré en Puente la Reina donde todos los caminos se hacen uno. El trazado urbano de Puente la Reina se hace interminable por la Calle Mayor, pero vale la pena pasear por entre los blasones de las casas y pasar junto a la impresionante Iglesia de Santiago donde por la tarde tuve la ocasión de visitarla y arrugarme ante la imagen de Santiago Beltza ("negro " en euskara)). Después de cruzar el famoso puente mandado construir por la reina doña Mayor e intentando ver a "txori", un pajaro que limpiaba la imagen de la virgen sita en el puente, una larga cuesta me dejó en el Albergue de Santiago Apóstol, privado y muy bien atendido por Jose Luís el cual nos trató de maravilla. Después de tomar la cerveza de fín de etapa y tras una ducha que no hizo nada con mi rodilla, encontré a íker e Ignacio, con los cuales empecé una grandísima amistad. Tras comer alubias pochas y huevos con chistorra bajamos todos a la ciudad a tomar el café y una copa en un bar de la calle Mayor. A las seis de la tarde ya estábamos preparando la fruta para la cena, con unos retortijones impresionantes. A las nueve ya estábamos roncando, unos más que otros.
Las vides que ya habían hecho acto de presencia se mezclaban con el rojo de la tierra. En el crucero de Mañeru ya empezó tímidamente a salir el sol y Cirauqui quedaba a un paso entre las viñas. La rodilla estaba hecha polvo, casi no podía caminar, además los once kilos que cargaba agravaban la situación, con lo cual los pensamientos iban a cien por hora. Eso sí, todo era buscar mecanismos de recuperación rápida, nunca pensé en abandonar, no podía abandonar pese a que la rodilla estaba hinchada hasta el punto que no veía la rótula. Bueno seguí, la salida de Cirauqui medieval coincidía con un tramo de la calzada romana de Iguste, que salvaba el barranco por un puente. Una senda pedregosa buenísima para mi rodilla y tras un túnel se subia a Lorca, villa preciosa y tranquila pero que Aymeric Picaud critica por sus venenosas aguas, siempre quedará la cerveza -pensé-. En Villatuerta, desesperado por el dolor, entré en una farmacia a comprar Reflex. Un gran rodeo por el valle de Yerri por obras me introdujo en Estella con un nuevo puente dándome la bienvenida, directamente por la parte más antigua de su casco histórico. La Iglesia del Santo Sepulcro daba paso al Albergue Municipal que sorprendentemente abría a las dos de la tarde.
Es cierto que los albergues quedan gestionados, en la mayoría de las casos, por personal voluntario sin ninguna obligación laboral, pero también es cierto que están tratando con peregrinos que llegan de muy lejos y que desean ducharse y descansar un poco antes de comer;unos aprovechan para curarse sus yagas y ampollas, otros simplemente descansan al saber que la cama la tienen garantizada. Los hospitaleros deberían poner un poco más de su parte. La limpieza del albergue es una excusa muy mala, ya que el último que sale del mismo, lo hace a las ocho de la mañana, entonces ¿están limpiando 7 horas?viendo los resultados creo que no. Por ello, como dicen en la televisión "un poquito de por favor ". Es cierto que la marcha viene condicionada por llegar pronto al albergue y asegurar cama, de ahí que a las once de la mañana las colas para entrar en los albergues sea kilométrica, no se puede hacer el camino con suma tranquilidad, pues todos salen disparados al siguiente albergue. A partir de ahora, voy a pensar un poco más en mí, ya que habrá muchísima gente que lo deje pero yo me quedo y debo saber dosificar mis fuerzas, además el camino está jalonado por una gran oferta de acogida, si no un albergue, una pensión u hotel.
El dolor de la rodilla era un tormento, mi consuelo era que Castilla y León estaba muy cerca y su planicie también. El dolor aumentaba al bajar, con lo cual -pensaba-me dolería menos. El hospitalero de Estella, un viejo disfrazado de hippie me dijo entre risas que me fuera a casa, que tenía tendinitis, yo le dije que se presentara a las oposiciones a inspector de sanidad, pues sin verme la rodilla ya sabía lo que tenía. Después de consultarlo con mis compañeros, fui al médico de cabecera, el cual después de tocarme la rodilla y moverla en todas direcciones me dijo que tenía una sobrecarga importante, y al verme la cara me dijo que yo no iba a abandonar, entonces me recetó una caja de Ibuprofeno (tres diarios)una rodillera y "buen camino ". Yo sabía que el Santo no iba a dejarme marchar a casa. La ilusión me quemaba dentro. Bueno, como ya he criticado a algunos hospitaleros, no voy a decir nada más. Pero están jugando con más que personas:personas con un gran sentimiento.
Qué tristes, perdónalos Señor porque no saben lo que hacen.
La noche anterior no pude dormir mucho, entre los ronquidos de mis compañeros y el nerviosismo por no poder continuar mi camino. A las cinco de la mañana y con ayuda de mi linterna y el chute de Ibuprofeno me dispuse a recorrer los casi treinta Km. que me separaban de Torres del Río. Los Arcos era otra alternativa pero necesitaba optar por un núcleo de población no demasiado numeroso, necesitaba poner mis ideas en orden y una de ellas era la continuidad. Nada más empezar a andar, me di cuenta que quizá no tenía que haber salido solo del albergue, cojeando y menos aún tan pronto. Pero era otra de las pruebas que debía de superar por mí mismo. Aún no había salido el sol cuando llegue a Irache y a su famosa fuente del vino. Terremotos recorrían todo mi cuerpo pero la rodilla poco a poco se iba calentando, al pasar por la fuente pensé que quizá un trago calentaría el resto de mi cuerpo, pero al dar media vuelta al grifo, no cayó ni una gota y un señor que flanqueaba la fábrica me miraba extrañado, no sé si se dio cuenta que era un peregrino, aunque a esas horas quizá pudiera haber pensado que era un borracho que buscaba resucitar con un tragazo de vino gratis.
Tras pasar por el monasterio de Irache y un sinfín de chalés, entré en un carrascal donde también se veía alguna que otra encina y algún roble. En Azqueta empezó a amanecer y en el aljibe de Monjardín ya era de día. Camilo, un simpático sevillano que iba en bicicleta pero que no hacía más kms. diarios que nosotros, con su singular deje, me preguntó que cómo iba mi rodilla, él estuvo un día parado en Estella por un problema en su cuadriceps, yo le dije que estaba "jodido " y él me respondió: "qué cojones tienes. . . " lo cual me dio ánimos, , aún no sé por qué.
Casi siempre en línea recta, entre cepas y algún que otro pinar llegué a Los Arcos después de once kms. en soledad, allí en una farmacia compré una especie de bolsa con un líquido azul que se congelaba. Allí me encontré con Chimo y Gema (de Burriana)con los cuales desayuné mientras llovía en los Arcos y juntos marchamos a Torres, con el tiempo llegamos a ser muy buenos amigos. Cosa curiosa es que a este matrimonio ya me los encontré esperando La Montañesa en la estación de autobuses de Pamplona, los cuales parecían un poco reticentes a mantener una conversación con alguien. Escoltados por viñas llegamos a Sansol, ya la rodilla apenas me molestaba y un km. después llegamos a Torres del Río donde nos alojamos en el albergue privado que se sitúa arriba de la villa. Allí me puse hielo en la rodilla y al poco salimos siete peregrinos a comer sopa de espárragos y pavo con salsa de mostaza, tras comprar la cena en una tienducha local fuimos a ver la Iglesia del Santo Sepulcro que reproduce a escala el templo de Jerusalén y es muy parecida a la de Eunate de planta octogonal. Allí anoté en un libro lo siguiente:"Por todo lo que me fue dado, por todo lo que me ha de pasar, para que regrese sano al redil " . Después de charlar en la maravillosa terraza del albergue y tras una ensalada nos acostamos a las nueve.
La noche de Torres fue de las noches que más y mejor dormí desde el día en que empecé el Camino, no en vano éramos seis en una habitación y además nos conocíamos todos. A las seis y veinte salimos del albergue muy contentos por el descanso. El día prometía lluvia, mi rodilla aún se resentía del dolor y lo que se conoce como el "mataburros " o "rompe piernas " nos esperaba con sus subidas y bajadas por veredas pedregosas y polvorientas. Tras un pinar encontramos la capilla de Nuestra Señora del Poyo. El paisaje mediterráneo de olivos, cereal, viñas era cada vez más bonito. Yo en las bajadas iba muy despacio, cosa que compensaba en las subidas donde tiraba bastante bien. Viendo Viana y Logroño el camino se hacía interminable. El valle del Ebro y su llanura me introdujo en Viana por su casco antiguo, donde en los muros de su ex-colegiata descansé y me uní al grupo:íker, Ignacio, Gema y Chimo, a las nueve nos abrieron el templo y yo aproveché para poner una vela a la Virgen por toda mi familia, tras rezar lo que sabía salimos y comimos un pincho de tortilla. Aún nos reímos al leer un cartel que ponía "Prohibido aparcar carruajes ", "prohibido escupir en las inmediaciones bajo multa de 2 pesetas " y otro que ponía "Cuidado con el perro que muerde mucho " que habíamos visto por el camino. . Ya con mis compañeros entré en Logroño.
Logroño se veía a lo lejos, aunque dimos un considerable rodeo. La entrada a La Rioja no es afortunada pues nos vimos obligados a subir el monte Cantabria por el Polígono Industrial. Entre cepas llegamos a la casa de doña Felisa, que hasta su muerte en el 2002 ponía sello y daba higos a los peregrinos. Entramos a Logroño junto al cementerio y tomando la ribera del Ebro, cruzamos el famoso puente de piedra para acceder directamente al casco antiguo y el albergue donde tras llegar aproveché para darme ración de hielo a mi rodilla y mi chute de Ibuprofeno. El hippie de Estella me dijo que caería en Los Arcos y si no en Logroño, ahora me acuerdo de sus palabras y me río de él.
El albergue estaba bastante bien, pero las habitaciones eran inmensas y las literas muy endebles, cuando te movías un poco movías a diez peregrinos. Después de la cerveza de fín de etapa, la ducha y la colada a mano (por supuesto)fuimos a comer todos, de primero una ensalada de pasta y después San Jacobos. Por la tarde una vuelta por la ciudad y tras recoger la ropa de los tendederos, como siempre, una charla en el albergue y a dormir. Ese mismo día nos enteramos del atentado brutal de Londres.
La salida de Logroño pese a ser muy bonita por ir muy arbolada, tiene una gran pega y es que es un paseo asfaltado, más de una hora por asfalto y naturaleza es una contradicción, pero bueno, el peregrino agradece, el turista exige -dicen-. Cerca de la salida de Logroño está el Castillo de Clavijo donde apareció el Apóstol Santiago caballero en auxilio de las tropas de Ramiro I, para poner fin al Tributo de las Cien Doncellas, de todas formas a pesar nuestro había que desviarse mucho del Camino y desistimos Chimo, Gema y yo, ir hasta allí. Hasta el pantano de la Grajera el ritmo no era del todo malo, pensé que igual con la conversación se me olvidaría el dolor de mi rodilla, y en parte fue verdad. Chimo y Gema son dos grandes personas de las que extraje, como si de una tutoría se tratara, aquello que quería saber. Sobre la presa entramos en el gran parque público, con muchos árboles y merenderos.
En el embalse de la Grajera había una reserva natural, y los patos y cisnes abundaban, éstos estaban acostumbrados a las personas. Al pasar Gema iba comiéndose una magdalena, un cisne nos seguía por el puente, y ella le tiró unos trozos que le sentaron a teta. Subimos un pequeño alto para seguir en paralelo a la autovía cuyas vallas fueron cubiertas de pequeñas cruces de madera, yo hice mi aportación. Cerca de esa valla había una serrería, llegando a ella las cruces se hacían cada vez más grandes y gruesas y era todo un espectáculo que la verdad emocionaba un poco. Cruzamos la N-120 y entre viñas y bodegas entramos en Navarrete donde paramos a almorzar un bocadillo de jamón sobre las diez de la mañana. Al ver llegar una nube de peregrinos salimos en cabeza, nos cruzamos a Camilo con su bicicleta maldiciendo las subidas y bajadas, nosotros nos reíamos al ver a tan peculiar ciclista.
Una serie de montículos de piedra creado por los miles de peregrinos nos anunció el alto de San Antón.
Con Nájera a la vista un largísimo pero suave descenso se prolongó por entre grandes fábricas. Un muro nos heló el alma, pintado por un cura que decía:
No es la bravura navarra,
ni el vino de los riojanos,
ni los mariscos gallegos,
ni los campos castellanos.
Peregrino ¿Quién te llama?
¿Qué fuerza oculta te atrae?
ni las gentes del camino
ni las costumbres rurales.
No es la historia y la cultura,
ni el gallo de la Calzada,
ni el palacio de Gaudí,
ni el castillo Ponferrada.
Todo lo veo al pasar
y es un gozo verlo todo,
mas la voz que a mí me llama
la siento mucho más hondo.
La fuerza que a mí me empuja
la fuerza que a mí me atrae,
no sé explicarla ni yo
¡Sólo el de Arriba lo sabe!"
En la entrada de Nájera hay una inscripción muy bonita que dice "Peregrino en Nájera, najerino ". Justo al entrar por el polideportivo una señora nos dio la bienvenida, los tres nos miramos y casi rompemos a llorar, una palabra, sólo una, ¿puede conmover tanto a una persona?un largo paseo por el casco urbano nos llevó al Albergue que como era municipal, abría tardísimo y a mí la rodilla me hervía. Después de tomar la cerveza de fín de etapa, Chimo me dijo que fuéramos a meter los pies en el río Najerilla que estaba muy cerca. Fuimos y buscamos un sitio para meter hasta las rodillas, el agua estaba congelada y estuvimos allí riéndonos de nuestra posición hasta que noté un calambre y pensé que me había picado algo, con lo cual, salí disparado como un rayo, cosa que tronchó a Chimo, el cual no podía moverse pero las risas se oían a km.
Nos acomodamos en el Albergue y nos fuimos a comer, después de la ducha y de hacer la colada. Durante la comida despedimos a Jose Luís y su hija, Ariadna, que dejaban allí el camino. íker, Ignacio, yo, Chimo, Gema, Jose Luís y Ariadna comimos menestra y chuletas. Después fuimos a ver una exposición al hermoso monasterio de Santa María La Real que se llamaba "Nájera:Legado Medieval. Tierra abierta " impresionante, , incluso paseamos por detrás del retablo mayor, viendo el mecanismo de sujeción, muy complicado, vamos que no estaba colgado el retablo con dos alcayatas. Y mucho más. Allí hay una leyenda preciosa:
El rey don García cazaba con halcón cuando éste entró en una cueva tras una perdiz, apareciendo dentro una imagen de la Virgen con el Niño, junto a una lámpara, una jarra de azucenas y una campana, a cuyos pies encontró el halcón y la perdiz extasiados. Lo interpretó como un buen augurio que le anunciaba la conquista de Calahorra y en agradecimiento levantó el cenobio.
Prácticamente ya no me dolía la rodilla, quizá por el Ibuprofeno o quizá por mi fuerza de voluntad que con ayuda del Apóstol me empujaba en las cuestas y me frenaba en las bajadas. Antes de dormirnos, nos reclamaron a todos en el comedor para rezar todos juntos. Yo recé por todos vosotros. Tenía muy presente a mi familia a la cual, me he dado cuenta que no puedo tener mucho rato separada de mí, es algo que tengo que aprender a sobrellevarlo.
El tránsito de la Rioja Media a la Alta se nota en las tierras, unas rojizas y otras pardas. El trigo fue dominante hasta el páramo leonés. Como de costumbre a las seis de la mañana estaba ya camino de Azofra entre algunas cepas. Era una lástima que los monasterios de Yuso y Suso estuviesen tan lejos del camino. En poco más de una hora y despuntando el sol por entre las anchas pistas de tierra, llegué a Azofra, tras pasar por el parque de la Virgen de la Valvanera llegué a un monumental rollo y me ntroduje en un camino ancho entre campos de cereal recto, rectísimo hasta llegar a un campo de golf que anunciaba la entrada en Cirueña. La vista del campo de golf en ese lugar era tan extraña como ver un gitano en el Corte Inglés. Pero ya se sabe, al menos respetaron el camino (hay que buscar lo positivo). Después a través de subidas y bajadas interminables y sin dolor aparente en la rodilla entré en el polígono industrial que da acceso a Santo Domingo de la Calzada, bajo un sol de justicia entré en la zona antigua a través de su calle Mayor, al fín y al cabo no era muy tarde pues veinte kms. se pueden hacer en menos de cuatro horas con lo cual a las diez y media ya estaba en el albergue, el cual, abría a las once, allí estaban Paco y Manolo dos peregrinos que iban como motos y ya tenían una considerable edad, eran cuñados. El albergue era el de "La casa del Santo ", bastante bien, pues por primera vez dejaba las literas, para dormir en camas individuales al lado de una peregrina francesa que era guapísima y con la que día tras día hice mucha amistad. Pero no hay lado positivo sin lado negativo. Al otro lado tenía a la bestia peregrina, Paco, que roncaba exageradamente alto, hasta con tapones oía los rugidos. Pero bueno, eso entra dentro del peregrinaje y hay que aceptarlo.
Después de lavada la ropa y tras la ducha y la correspondiente cerveza, mientras esperaba que mis compañeros se arreglasen, fui a visitar la catedral, la cual ya había visto el año anterior, pero esta vez la consideraba parte de mí. Allí dicen que si oyes cantar al gallo, da suerte. Pues bien, después de visitar los restos de Santo Domingo de la Calzada, me quedé mirando el gallinero y me llevé una gran sorpresa pues oí al gallo dos veces mientras lo estaba mirando. No sé porqué pero lloré de alegría, quizá era una señal del Apóstol para que fuera tranquilo lo que me restaba de camino, que era 600 Kms. El gallinero se conserva porque el Santo hizo un milagro a un romero que iba con sus padres a Santiago:
Una tabernera, ante la negativa del joven de yacer con ella, lo acusó de hurto y lo sentenciaron a ser colgado, los padres desconsolados, al regresar de Santiago pasaron por donde estaba su hijo colgado y se lo encontraron vivo, les dijo que Santo Domingo le había conservado la vida. El juez, que se disponía a comer un gallo y una gallina asados, se burló de los padres y les dijo que su hijo estaba tan vivo como esos dos animales que se disponía a comer, entonces ambos se llenaron de plumas, saltaron del plato y el gallo cantó.
íker, Ignacio, yo, Gema y Chimo nos fuimos a comer. Estábamos bastante tristes ya que al matrimonio lo despedíamos esa misma tarde, el trabajo les reclamaba:él, entrenador de fútbol del Castellón juvenil (jugó en la quinta del Buitre en el Castellón, en 1 ª división))ella, peluquera. Comimos ensalada de espárragos y estofado de corzo. Chimo y Gema por la tarde, lloraban de lástima por abandonar el camino y a nosotros. Ella estaba alucinada pues no había visto llorar a su marido nunca. El camino tiene algo especial que no se puede explicar. Los lazos de unión son tan fuertes, te sientes parte de algo y de alguien de una manera tan sobrehumana, que no puedes hacerte a la idea de volver a la vida real. Muy tristes íker, Ignacio y yo fuimos a hacer la compra para la cena y el desayuno. Ellos fueron a una lavandería y yo y Camilo nos metimos en una peña a beber cerveza y oír jotas navarras que Camilo se empeñó en que el dueño las pusiera y además cantó demasiado alto, pese a mi tristeza por dejar amigos en el camino, me hizo reír el sevillano. Por la noche la hospitalera nos dio permiso a mí y a Ignacio, para ir a la catedral a oír música de cámara. La verdad es que se puso la piel de gallina (nunca mejor dicho)pues el sonido de los instrumentos en la catedral es espectacular. Otra experiencia inolvidable.
El día empezó a las cinco y media de la mañana. Me dio mucha lástima abandonar Santo Domingo de la Calzada, una ciudad jacobea como la que más, cosa que se ve en la hospitalidad de la gente, la leyenda del milagro, su catedral y hasta los nombres de los negocios. Uno acaba sintiéndose muy bien, además si está rodeado de gente linda, mucho mejor. Pero es el sino del peregrino, avanzar cada día, dejando atrás huellas y caminos, en busca de nuevas experiencias. Anduve tranquilo y medio dormido por la Calle Mayor hasta el puente sobre el río Oja que salva el cauce que estaba seco a causa de la sobreexplotación agrícola. La verdad es que la rodilla apenas dejaba un resquicio de dolor, mitigado en parte por la cantidad de Reflex que solía ponerme por las mañanas. Me sorprendí mucho al ver una señal de tráfico que decía "CAMINO DE SANTIAGO. N-120 " esa misma señal la vi en un DVD muchos meses antes, y ahora yo estaba delante. . . todo un milagro, para que luego digan que Santo Domingo no hacía milagros, sino puentes. Al fín y al cabo, los puentes hacen que continúe el camino, ese es el milagro.
Tras cruzar la Cruz de los Valientes, sin problemas, llegué a Grañón, ya en Castilla y León, donde la concentración parcelaria hacía que el camino se desviara demasiado;llegué a Redecilla del Camino, sobre los montes de Yuso y a través de una pista de tierra entré en Castildelgado. A través de su andadero llegué a Viloria de la Rioja de donde era natural Santo Domingo de la Calzada, un pueblo que está prácticamente en ruinas. El andadero se prolonga por Villamayor del Río y a través de un tranquilo paseo llegué cuatro horas después a Belorado, ciudad importante por su industria peletera y fín de etapa en muchas guías sobre el Camino.
Como era muy pronto aún y el día estaba bastante nublado, es decir, perfecto para caminar, decidí seguir un poco más (necesitaba estar ese día solo)hasta el siguiente albergue con la intención de retomar a mis amigos íker, Ignacio y los demás en San Juan de Ortega. Pero eso no fue así. Además si adelantaba algunos kms. para el día siguiente suponía un ligero descanso, pues los iba a restar a la etapa del día siguiente. A cinco kms. estaba Tosantos, una aldea sin apenas servicios pero muy buena para descansar lejos de los grandes núcleos urbanos. El ascenso a San Juan empezó demasiado pronto y el sol además empezó a calentar demasiado. Bueno, aún así, a través de una pista de tierra llegué a la maldita Tosantos. Allí el hospitalero me dijo "que como hacía un buen día que continuara mi camino, que allí abrían a las tres o cuatro de la tarde, pues a las once salía el último peregrino y aún no habían tenido tiempo de limpiar, que no se me ocurriera quedarme, que marchara al siguiente pueblo que tenía albergue ", indignado y muy cansado, pues yo me había levantado a las cinco de la mañana para evitar los rayos más potentes del sol, le contesté y le dije que yo haría lo que me diera la gana, que si no quería albergarme pues ya me apañaría yo, que él no era nadie para mandarme andar.
Con fuerzas renovadas por la rabia, enfilé el camino al siguiente pueblo:Villambistía, entre trigales pronto llegué a Espinosa del Camino, donde una familia de alemanes había abierto un modesto albergue, allí toqué una campana pero no obtuve respuesta alguna, con lo cual decidí continuar a Villafranca Montes de Oca donde tras llegar más muerto que vivo (hay que pensar que aún no estaba acostumbrado a las largas etapas)llegué a un solitario albergue, sucio, oscuro y además con dos viejas extranjeras con cara de asco que lo único que decía era:"no entiendo".
Allí no sé aún el motivo, me desmoroné tanto física como psicológicamente. Tenía ganas de llorar, yo que soy muy solitario, mucho. Me sentí por primera vez muy solo. Dejé la mochila y me fui a un bar de carretera que se llamaba "El pájaro " donde me tomé la peor cerveza de fín de etapa del camino, allí había un cartel que ponía:"Se alquilan habitaciones " y pedí precio. . Por dieciocho euros, pensé que estaría mejor, a pesar que el baño era compartido, pero había televisión. No fue así. Tras cuñar mi credencial y agarrar la mochila me fui a la pensión donde, tras ducharme bastante bien y dejarme caer en una cama de matrimonio, me eché a llorar amargamente, sin explicación alguna.
Cuando se me pasó y sin comer nada, me fui a un asador también de carretera donde, al estar vacío pude ver una película entera que me distrajo por la tarde. Los camiones pasaban por la nacional demasiado rápido y el tiempo pasaba demasiado lento. Sin hablar, apenas, con nadie en todo el día decidí subir a la habitación. Allí le envié un mensaje a mi hermano con la intención de que me animara, le dije que los echaba de menos. La contestación la obtuve prácticamente por la noche y decía:"Yo creo que lo mejor del Camino es que hará que te conozcas a tí mismo, todos deberíamos hacerlo, por ello te admiro (siempre lo he hecho)ánimo careto o como se dice allí:ultreia!que queda poco y Santiago te espera ". Entonces lloré largamente hastq que caí dormido con la luz encendida. Lleno de orgullo por el hermano que gracias a Dios, tenía.
No tenía explicación, pensé que esa tristeza se debía a la despedida del día anterior de Chimo y Gema, luego pensé que la rutina se había roto demasiado bruscamente, o quizá la rabia por aquel mal hospitalero de Tosantos. Precisamente no me dolía nada, estaba bien, además iba a dormir, por fín, en una cama con sábanas, con mi televisión para ver las carreras de motos. Aún así -pensé-empecé enroscando un tornillo y se me fue las manos. Echaba mucho de menos a mi familia. Es duro el camino, muy duro -seguí pensando-.
Me desperté a las siete menos cuarto y dejando la Iglesia a la izquierda, empecé a subir los montes de Oca. Los primeros tramos, fueron los peores, pero después se moderó y entré en un precioso bosque de robles y helechos. Al poco tiempo después pasé por un monumento a los que allí fueron fusilados en 1936, entonces me acordé de mi abuelo Pepe y las historias de guerra que mi madre me contaba, un orgullo me recorrió el cuerpo. La sensación de libertad y el pensamiento de estar solo entre un montón de gente, me animaba a seguir buscando mi sitio. La tristeza del día anterior se fue sin más.
Las subidas y bajadas se sucedían. Como la idea inicial era llegar a San Juan de Ortega, iba muy tranquilo pues eran escasos doce kms. duros pero escasos al fín y al cabo. El agradable paseo por el monte concluyó en las inmediaciones de San Juan de Ortega. Allí me dirigí al Bar Marcela donde almorcé lo que compré para la cena del día anterior:un pequeño bocadillo de atún. Allí, demasiado pronto, esperé a mis compañeros que venían de Belorado. El primero en llegar fue Camilo y poco después Manolo y Paco, que siempre iban demasiado rápidos. El verles fue como el encontrar un esoro, pararon a tomar un café y me dijeron que iban a Atapuerca, pues tenían concertada una visita al Yacimiento, me propusieron reservar para mí y acepté. Además pensé que debía alejarme de mis antiguos compañeros pues pensé que la dependencia era demasiada y eso no podía seguir así, era hora de seguir mi camino. Si el Apóstol quisiera, los volvería a ver algún día. Quedaban muchos días de verano. Así, nos dispusimos a hacer los siete kms. que nos faltaban bajo un sol muy intenso. Siguiendo la misma pista de tierra que nos condujo a San Juan y después por el arcén de una modesta carretera llegamos a Atapuerca, donde un inmenso cartel nos anunciaba el yacimiento. Atravesamos el pueblo y nos fuimos al albergue La Hutte, bueno era más bien una cuadra. Allí esperamos que la dueña abriese, mientras charlábamos sobre nosotros y nos conocíamos mejor. A la hora de comer fuimos al mesón Las Cuevas donde comimos garbanzos y ternera con patatas, Paco, Manolo, yo y Camilo. A las cinco de la tarde un autobús nos llevó a un poblado prehistórico y después al yacimiento que ha sido estudiado a fondo desde 1987. Varios paneles nos informaban sobre los trabajos y hallazgos efectuados en la sima del Elefante, la Galería y la Gran Dolina. Las cuevas fueron ocupadas hace 800.000 años, con la aparición de huesos del homo antecésor, el homínido preneandertal más antiguo de Europa, hasta el tercer milenio a. C.
Por la noche, en el Albergue aún nos reímos un rato, pues Paco decía que nos acostábamos antes que las gallinas. Además Camilo estaba un poco indispuesto pues los garbanzos hacían su función y el pobre visitó varias veces el cuarto de baño. Le dijimos que los aires le podrían propulsar hasta Burgos y así no tendría que pedalear. Buen rato estuvimos. Yo pensaba en lo mal que lo había pasado el día anterior y lo bien que estaba ahora, aunque sin mis amigos iniciales. El camino es grande, muy grande, pero duro, muy duro.
Después de ver amanecer en el mismo sitio donde el homo antecesor vio amanecer hace 800.000 años, nos pusimos camino a Burgos. El dolor de mi rodilla se había calmado. Tomamos la vereda que sube a la sierra de Atapuerca. El puertecito, en ocasiones muy ventoso (no lo digo por Camilo)se hace duro. Por momentos cruza un bello encinar y en lo alto cruzamos una cruz con humilladero desde donde ya se ve la ciudad de Burgos. A partir de allí iniciamos un descenso hasta Villalba y menos de un km. después Cardeñuela-Riopico. A partir de aquí, ya sobre asfalto llegamos a Orbaneja-Riopico, Villafría donde nos cruzamos a Camilo disparado con el culo en pompa, sobre su bicicleta, apenas nos dijo nada para reírse de nosotros. El recorrido fue espantoso pues el ruido de los coches era ensordecedor. Gamonal puede considerarse un barrio de Burgos, como La Torre y Valencia.
A partir de aquí las grandes avenidas, las gasolineras y los grandes edificios de ladrillo eran lo predominante. Paco y Manolo decidieron recortar el trayecto urbano, yo continué por el señalizado Camino de Santiago, poco a poco me empezó a doler el cuadriceps izquierdo por el incesante golpeo en asfalto de los talones. Al poco encontré el albergue de Santa Catalina que estaba más céntrico que el Municipal del Parral, el cual se situaba en las afueras de la ciudad. Allí encontré otra vez a Paco y Manolo que estaban tomando la cerveza de fin de camino en la terraza de al lado, digo fin de camino pues ellos abandonaban el Camino de Santiago allí, en Burgos. El albergue abría a la una, así que podíamos descansar bien. Yo aproveché para comprar Radio-Salil para el dolor muscular. Después de acomodarnos en el albergue nos fuimos a comer detrás de la catedral, para despedirnos nos dimos un buen homenaje pues comimos cordero asado, mollejas y pimientos con ensalada. Muy caro, pero muy bueno, de vez en cuando, eso venía muy bien. Después decidí irme al albergue Municipal del Parral para adelantar para el día siguiente y charlar con los demás peregrinos que continuaban su camino. Después de un emotivo abrazo nos despedimos hasta siempre. Yo tomé un taxi hasta el Parral donde por suerte no había problemas de alojamiento. Allí conocí a Alberto y Jose Manuel los cuales también despedían a un buen amigo compañero del camino. Volvía a estar solo, pero esta vez estaba muy contento, como a mí me gusta estar, solo pero contento. Perfecto.
La entrada a Burgos es desmoralizante, pues el trayecto urbano se prolongó más de seis kms. antes de llegar al Albergue, pero el premio de una ciudad monumental, con una catedral gótica que será de las más impresionantes del mundo, lo compensa con creces. La partida de Burgos es más plácida que la entrada ya que seguía paseos rodeados de árboles paralelos a la N-120, entre huertas de regadío y choperas. Poco a poco entré en mi mundo de silencio y de paz de los pueblos rurales y los campos interminables. Villalbilla de Burgos apareció sin pérdida, aunque no entré en la ciudad, sino que la dejé a la izquierda junto a la vía del tren. Junto a un gran canal, atravesé por el puente del Arzobispo el río Arlanzón al pie del monte Castro. Un andadero me llevó a Tardajos y por la Calle Mayor, llegué a Rabé de las Calzadas donde pensé la oportunidad de parar en el albergue a desayunar, pero visto que no me dolía nada, cosa rara, decidí parar en el siguiente pueblo.
Por tramos pedregosos y campos frecuentados por los rebaños de ovejas, llegué, hambriento, a Hornillos del Camino, donde encontré a Alberto y Jose Manuel, los dos peregrinos que conocí a última hora en el albergue de Burgos, desde allí iniciamos, después del reglamentario bocadillo de jamón, el camino juntos a Hontanas bajo un sol que derretía el hierro. A parir de allí, ya fuimos prácticamente juntos hasta Santiago de Compostela.
Una ancha pista agraria, interminable nos llevó cerca del albergue de Arroyo San Bol y poco después, por la misma pista a Hontanas, la cual se encontraba sumergida en el camino e iba apareciendo como un espejismo ante nosotros, entre campos de trigo y máquinas cosechadoras Newholland. Estábamos preocupados pues en Hontanas las plazas de albergue estaban muy limitadas, pero a pesar de llegar bastante tarde, llegamos prácticamente los primeros. El belga, como siempre nos adelantó, era una máquina que venía desde Bélgica por una promesa que le hizo a un amigo antes de morir. Era un gran tipo que se reía continuamente porque no entendía nada. Gracias a Dios la pierna dejó de dolerme. Las guías sobre el Camino de Santiago no hacen justicia con estos tramos. Sugieren que no vale la pena caminar por una meseta monótona, semidesértica y en estas fechas, tórrida y polvorienta. Estos paisajes de Machado, Azorín o Unamuno, son bellísimos, la sensación de libertad es impresionante, además este es el verdadero camino de Santiago, esta es la verdadera penitencia, no sólo va a haber verde y agua por el camino, sino que lo inmenso de él es su matiz de contrastes, es su grandiosidad, esos caminos curtidos por las huellas de miles de peregrinos hace que te sientas parte de esta tierra y por ello debes quererla y disfrutarla, pueblos como Hontanas bien valen una caminata y al final como premio, una cama y un puñado de moscas de regalo. Se me ponía la piel de gallina al pensar dónde estaba, no podía ser que pasara el tiempo bajo el cielo estrellado del Camino de Santiago, la ilusión me quedaba dentro, nada más llegar a esta aldea me puse a hablar con un señor que llevaba los pies destrozados, pero estaba feliz y calmado. Después de comer el tradicional menú del peregrino, hice un poco de siesta y después pasee por las calles de la aldea. Fuera del albergue Municipal, que era un antiguo hospital de peregrinos, había un banco donde me senté a charlar con un señor del pueblo. Al poco, ese peregrino que tenía destrozados los pies me dijo si quería ir a misa un rato, con la excusa de que se estaba fresquito en el templo, yo le contesté que un paisano me dijo que desde que el cura murió no se abría la iglesia, él me dijo que era él mismo el que iba a dar misa, pues era sacerdote y había pedido permiso al responsable de la misma. Sorprendido pues dormía a mi lado el señor cura, fuimos varios a la misa, la cual fue de las más bonitas que he visto, al arrodillarse frente al altar, no podía luego levantarse por los dolores que tenía en las piernas, cosa un tanto graciosa y a la vez ponía los pelos de punta.
Después, me fui a tomar una cerveza al bar de Victorino donde charlé con algunos del pueblo, Victorino se hizo famoso por su peculiar forma de beber vino en un porrón, cosa que le hizo salir en algún periódico, pues en lugar de apuntar el chorro a la boca, lo apuntaba a su cabeza. Un tanto raro, pero le sirvió al pueblo de reclamo, pues todos conocían a Victorino el del porrón.
Después fui al banco del albergue donde pensé en las palabras del cura peregrino y tenía razón: tenemos que aprender a vivir sencillos, sin pesos innecesarios en nuestra espalda, todo pesa y hay que aligerar peso. Todo lo que necesitamos lo cargamos a la espalda y tras un esfuerzo personal conseguimos una cama como premio. Así es todo, nada más. Pronto nos acostamos nosotros y las moscas, pero llegaron sus primos:los mosquitos.
A las seis menos diez, yo, Alberto y Jose Manuel nos dirigíamos a Castrojeriz. Al pie de un cerro junto a la ermita de San Vicente llegamos a las ruinas de San Antón que era un convento y hospital que aún conservaba las alacenas donde los monjes ponían la comida para los peregrinos que pasaban por la noche. Ahora está en ruinas aunque conserva un albergue de peregrinos muy poco frecuentado cuyo reclamo era que no disponía de agua corriente. Pasamos bajo el arco gótico que unía la iglesia con las dependencias conventuales para seguir por una carretera asfaltada hasta Castrojeriz, donde entramos por el barrio de la colegiata. Allí, en un bar paramos a desayunar y nos encontramos con bastantes peregrinos y también con Victorino, el de Hontanas.
Después entre campos cultivados alcanzamos una calzada que se prolongó por un puente de madera. A partir de aquí un camino demasiado pedregoso para mi rodilla nos elevó al alto de Mostelares y como lo que todo que sube tiene que bajar, poco a poco, llegamos a las llanadas de secano, donde siempre que había algún árbol, había un merendero. Sin demasiadas cosas que deba referir, llegué a Itero del Castillo, junto a él, Itero de la Vega donde hicimos una pequeña parada para comprar jabón y entre campos de trigales, durante dos horas, descendimos a Boadilla del Camino. Allí viendo lo ruinoso que estaba el Albergue Municipal, fuimos al privado que tenía piscina y era del alcalde Jesús Merino que además era dueño de medio pueblo. Después de duchados y lavada la ropa, comimos en el propio restaurante del albergue, lentejas y albóndigas, después de comer, y debido al sofocante calor, la ropa ya estaba seca. Allí empezaron a dolerme los dos talones en los cuales había dos ampollas de lo más chulas y que estuvieron allí cinco días. Compramos un poco de fruta para la cena y nos fuimos a dormir sobre las nueve de la tarde, no sin comprobar lo fría que estaba la fuente del pueblo, la cual se accionaba dándole vueltas a una especie de timón.
El día anterior estuvimos hablando de hacer alguna etapa más larga de lo normal, pues la meseta invitaba a las largas caminatas pese a que las rodillas y los tobillos padecían mucho, en realidad, lo que pretendíamos era salir de ese sofocante desierto lo antes posible. Pronto como siempre, sobre las seis nos pusimos a andar por entre una oleada de mosquitos que durante más de dos horas y hasta que despuntó el sol nos hacía la vida imposible. íbamos andando junto al canal de Castilla, entre chopos, un camino a oscuras que termina en las inmediaciones de Frómista, preciosísima, posteriormente tomamos un andadero junto a la nacional que nos llevó a Población de Campos y por ese mismo andadero repleto de humilladeros y postes, a Villalcázar de Sirga donde visitamos la Iglesia de Santa María la Blanca. Seis kms. después, es decir, poco más de una hora, entramos en Carrión de los Condes por la avda. de los Peregrinos que discurría entre la capilla de la Piedad y el convento de las clarisas, donde nos albergamos.
Todo un lujo, en el convento disponíamos de habitaciones para dos peregrinos, yo dormí con Alberto, y Jose Manuel con Felipe, otro peregrino, un poco rarillo, que nos acompañó dos días. Tras la rutina de la ducha y esta vez sin colada, fuimos a comer arroz a la cubana y pollo. Estuvimos hablando de hacer para el día siguiente 40 kms. hasta Sahagún ya en la provincia de León. Carrión de los Condes es el pueblo natalicio del Marqués de Santillana, y dispone de una playa fluvial en el propio río Carrión. Allí por la tarde visitamos Jose y yo la Iglesia de Santa María del Camino, donde en esos precisos momentos estaban haciendo una misa de los peregrinos. Pronto, a las nueve estábamos soñando con la caminata que nos esperaba. Allí había un grupo de chavales muy simpáticos que empezaron en Roncesvalles como nosotros.
Ha llegado el momento de atravesar una de las regiones más extensas de España. No es posible madrugar más, a las cuatro y media de la mañana nos despertamos Jose Manuel, Alberto y yo para emprender los cuarenta kms. En las clarisas dormimos muy bien, eso sí las piernas de Alberto estaban llenas de picaduras de mosquitos, yo dormí tapado. Después de cruzar el río Carrión y una rotonda bastante peligrosa, en línea recta por una pista de asfalto, llegamos una hora después a la Abadía de Benevívere. Como era noche cerrada, iba yo delante haciendo señales intermitentes a los coches y camiones que se aproximaban a nosotros. íbamos tan acojonados que no cruzamos palabra hasta que el sol empezó a despuntar por detrás de nosotros. A partir de aquí, abandonamos el asfalto para pisar un tramo de unos 12 kms. , es decir, poco más de dos horas, de la Vía Aquitana, calzada romana de largo recorrido. En este trayecto con firme de tierra y cantos rodados, se suceden los marcos pétreos de antiguos hospitales desaparecidos. La rodilla empezó a dolerme mucho, además en los talones notaba como las ampollas volvían a llenarse de líquido y los trapecios empezaban a engarrotarse por el peso de la mochila. Yo estaba bastante hecho polvo y mis amigos lo notaban pues de natural yo iba hablándoles de mi familia, de mis amigos o de mi trabajo y ellos también, pero ese día no dije ni media, pues aún veía los veinte kms. que me faltaban y la cabeza iba a cien por hora. A mitad de camino, a unos seis kms. de Calzadilla de la Cueza, una encina entre un millón de campos cerealistas aparece como un espejismo, como si fuera una metáfora, diciéndonos:"aquí estoy yo, dime porqué no puedo estar aquí. . . ". Las guías nos informan que en las fuentes no bebamos aguas, pues las aguas subterráneas suelen estar contaminadas.
Después de diecisiete kms. paramos a desayunar en Calzadilla, allí aproveché para ponerme otro par de calcetines pues la planta de los pies me dolía mucho. El sol ya quemaba tímidamente, rodeando el pueblo por la izquierda, salimos a la carretera N-120 para cruzar el río Cueza. Después a ravés de un andadero que se prolongó veintidós kms. al lado de la nacional, emprendimos rápidamente la marcha. Pasamos por Ledigos y después llegamos a Terradillos de los Templarios, donde muchos peregrinos paran a pernoctar, entre pequeñas subidas y bajadas, entre ruido de coches y la efímera tranquilidad, siempre al sol, llegamos al cartel donde anuncia la entrada en la Provincia de León. Destrozados durante más de dos horas desde terradillos llegamos a Sahagún. Yo no podía más, tenía ganas de llorar pues el dolor en la planta de los pies se hizo muy intenso. Antes de llegar a Sahagún el camino se empeñó en desviarnos para pasar por la puerta de la ermita mudéjar de la Virgen del Puente, pero nosotros, desistimos hacer esa caminata de más y, junto a la nacional, llegamos a nuestro destino después de cruzar un triste polígono industrial y entrar en el casco antiguo.
El albergue no estaba nada mal, la única pega es que estaba junto a una sala de conferencias y estuvimos hasta las doce de la noche oyendo una charla sobre astronomía, muy interesante pero que no se podía comparar con el silencio que necesitábamos para dormir. Después de duchados, y lavada la ropa, fuimos a comer y nos dimos cuenta lo cansados que estábamos, comimos garbanzos y pollo. Por la tarde dimos una vuelta por el pueblo, con un gran pasado, en el cual había una especie de fiesta medieval para niños que nos arrancó unas sonrisas. Nos sentamos en un bar a tomar unas cervezas y se nos agregó al grupo, Jose Manuel de Mallorca el cual iba con un grupo de peregrinos que iban para él muy despacio (eran los chavales que vimos en Carrión)por ello, a pesar de sus sentimientos, los dejó atrás. Entonces desde ese día y hasta Santiago vino con nosotros, y nosotros encantados pues era un gran tipo.
Salimos de Sahagún muy temprano, la noche del sábado fue muy movida pues los jóvenes de la localidad no tenían otro sitio donde ir que al lado del albergue a hacer botellón. Por el puente Canto, superamos el Cea y salimos de la villa entre las choperas y los coches de jóvenes que regresaban a sus casas, demasiado pasados etílicamente para conducir. Una senda se prolongó interminablemente al lado de la nacional, bordeando los campos de cultivo tuvimos que decidir si tomar una variante que nos conduciría a Calzadilla de los Hermanillos o seguir por el Real Camino Francés que nos llevaría directamente a Burgo Ranero, optamos por esta última, entre otras cosas porque era más corta, aunque mucho más monótona, pensamos que los pies solo entienden de kms. no de gustos. La pista de tierra roja venía todo el camino franqueada por arbolitos que seguramente había colocado la diputación para mitigar el sol, pero aún eran demasiado pequeños. Después de atravesar diferentes arroyos, como el de Valle Calzada, Valdepresente o el del Olmo y en línea recta hasta atravesar la Autovía Camino de Santiago, llegamos a Burgo Ranero (18 kms. después)donde, mientras mis compañeros almorzaban, yo me cambiaba los vendajes de las ampollas del talón.
Una larga Calle Mayor recorría el núcleo entre las típicas casas de abobe o ladrillo y dejamos a la iglesia para salir al campo a través de una senda arbolada, interminable, de doce kms. hasta la vía férrea que nos deja en Reliegos donde llegamos con un sol que nos destruía la piel. La planta de los pies me seguía doliendo bastante pero ya no estaba preocupado, pues si hubiera tenido el pie abierto el dolor hubiese ido en aumento y no fue así, se trataba pues de una distensión o una pequeña tendinitis en el tobillo, y si era efectivamente así, el dolor poco a poco iría mitigándose. Lo que no soportaba era la escocedura que me estaba saliendo en la entrepierna, ese dolor era insoportable, el sudor había hecho estragos. Al llegar a Reliegos, tuvimos que esperar a que el hospitalero abriera el albergue, éramos los primeros en llegar, sobre las doce de la mañana. Jose Manuel fue a buscarlo a su casa y vino muy amable a darnos una litera. Nos dijo que había más peregrinos este año que el anterior que era Jacobeo. Se ve que todos pensaron como nosotros. Allí, después de la ducha, la ración de Positón en la entrepierna y la colada, me fui al bar a tomarme una cerveza fría en un bar con las paredes de adobe cuyo dueño era un melenudo que estaba oyendo los Suaves (qué aldeano tan raro)muy simpático, allí omé la primera tapa del camino. Bueno, las primeras. Cuando todos estaban perfumados nos fuimos a comer al Bar Gil en plena ebullición de vinos y tapas antes de la comida. Jose Manuel le dijo al dueño si podía bajar la música pues estaba muy alta y le mal contestó que no. Claro, no podíamos ir a comer a otro bar, pues no había más. El bar del melenudo no daba comidas. Por tanto, comimos con una música ensordecedora, espaguetis a la marinera y lomo con pimientos. Por la tarde fuimos a comprar la cena y el desayuno, dimos una vuelta y tomamos algo y nos metimos pronto como buenos chicos en el albergue.
Más muerto que vivo por el cansado acumulado, entre campos de trigo, al lado de la nacional, sobre las seis de la mañana, salimos buscando las torres de Mansilla de las Mulas. Según las predicciones, sería un buen día para caminar pues iba a estar nublado. Como aún era de noche no pudimos ver esas ansiadas nubes. Poco a poco, media hora después empezó tímidamente a amanecer y nos dimos cuenta que eran ciertas, por primera vez, esas predicciones, ahora faltaba que no lloviera. Los cables de alta tensión vibraban y chasqueaban mucho, señal de humedad y posible lluvia. Cuando pasamos por Mansilla era demasiado pronto como para hacer nuestra parada reglamentaria. Aún así, paramos. Después de un bocadillo de tortilla servido por una camarera guapísima continuamos atravesando un puente, ya en las afueras, que salva el Esla. Nos faltaban 18 kms. para llegar a León. El camino era horrible, por entre polígonos industriales, al lado de la carretera la cual estaba bastante concurrida, los camiones levantaban la escasa agua de lluvia que había caído, la cual iba a parar a nuestras caras. A partir del Alto del Portillo el camino se hace interminable, pues entramos en la zona industrial típica de todas las grandes urbes. Las fábricas se sucedían, entre rotondas y camiones, algunos de los cuales nos saludaban con sus bocinas. Volvía a repetirse la entrada de Burgos. Puente Castro parecía un soso arrabal capitalino que aún mantenía su traza viaria. Salvado el río Torío ya entramos en el núcleo urbano de León, donde decidimos ir en busca del albergue conventual de las Carbajalas, en la Plaza de Santa María del Camino, mucho más céntrico que el albergue Municipal el cual estaba fuera del casco histórico y lo que era peor, del camino.
Todos contentos ya que a pesar de nuestros dolores y estigmas, habíamos llegado a León. No sabíamos porqué pero era un punto clave en el camino de Santiago. La meta se veía más real. Ya olíamos el pulpo de Galicia. Más bien lo que olíamos era la buenísima morcilla de León que se servía un poco más arriba, en el Barrio Húmedo, repleto de bares y tapas que a modo de conjuro hizo que nos ducháramos a cien por hora (yo diría que la causa fue que no había agua caliente)yo para ahorrar tiempo hice la colada en la propia ducha. Y salimos disparados hacia dicho Barrio, el cual, entre callejas gremiales y coloristas viviendas estaba repleto de los típicos bares que hacen su agosto con la gente de fuera.
Decidimos, ya que era un poco pronto, ir a la catedral "Pulchra leonida "a visitar sus maravillosas vidrieras, las más bonitas e impresionantes de España. Su fachada mayor daba a la plaza de la Regla donde estaba la oficina de Turismo y yo aproveché para descargar las fotos a un CD y comprar una camiseta pues las mías ya se pegaban al cuerpo demasiado. Después fuimos a comer a un restaurante demasiado estirado para mi gusto, es decir, demasiado pijo cuyo precio del menú no era excesivo. Eso me demuestraba que a pesar de ser tan pijo, deben los dueños descender al pueblo llano para mantener un aforo mínimo para pagar gastos. Comimos pastel de puerros y ternera al roquefort. Los demás se fueron al albergue a descansar, pero yo decidí pasear, ya que en Reliegos hice siesta y después no pude dormir. Alberto se apuntó y nos fuimos al hostal de San Marcos donde hicimos unas cuantas fotos, luego tomamos café por aquellas calles. Alberto después marchó al albergue y yo aproveché para ver el Panteón Real con tumbas de 23 reyes de León y cuyas pinturas románicas de sus bóvedas son impresionantes. A la vuelta, pensando en mi familia, me fui a un bar que se llamaba "El rincón gaucho " y tomé unas cervezas charlando con un señor que había hecho el camino hace muchos años, en invierno y en bicicleta. Cuando se hizo más tarde, recogí a los dormilones y nos fuimos a atiborrarnos a morcilla leonesa en pleno centro del Barrio Húmedo, en la plaza de San Martín.
Recogimos nuestra acartonada ropa de los tendederos y nos acostamos a las nueve, mientras mis compañeros cenaban yo aproveché para cargar el teléfono, yo no tenía hambre pues había tomado alguna que otra tapa de más que mis compañeros.
A las seis de la mañana el Hostal de San Marcos nos despidió de León. A partir del puente, al final de León, se sucedieron un maremagnum de zonas residenciales y polígonos industriales bastante mal señalizados. Prácticamente sin ver el sol, ni el campo leonés llegamos a Trobajo del Camino cuyo núcleo se agrupaba en una calle en cuesta, con muchísimo tráfico. A través de casas dispersas e industrias, llegamos a Virgen del Camino, ¡feo, feo!donde su avenida más importante nos condujo por el páramo a Valverde de la Virgen y a través de una senda por el margen izquierdo, llegamos a San Miguel del Camino donde paramos a desayunar, pues las tripas ya hacían ruido, llevábamos ya trece kms. yo tomé un bocadillo de tortilla de atún que me sentó de categoría. Ya había recuperado fuerzas suficientes. Jose Manuel estaba padeciendo mucho, desde la etapa de Sahagún que tenía los pies destrozados y las ampollas se le infectaban cada dos por tres. Por ello, salió antes que nosotros pues llevábamos dos días que Alberto, Jose Mallorca y yo, lo dejábamos muy atrás. Así que tomó un café con leche y salió renqueante delante de nosotros. Al salir del bar nos dimos cuenta que el sol ya apretaba y sólo eran las ocho y media. Nos esperaba un día duro. Yo estaba pendiente de mi rodilla, mis tobillos y las escoceduras de mi entrepierna. Un andadero recto y al lado de la nacional nos condujo a buen ritmo a Villadangos del Páramo. Alternando asfalto y senda, con un calor ya sofocante, pasamos San Martín del Camino y siete interminables kms. después a través de un andadero, tras cruzar varios canales llegamos, como un espejismo a Hospital de órbigo donde hay una leyenda muy bonita:
Suero de Quiñones, para conquistar a su dama doña Leonor de Tovar, organizó un torneo de armas escoltado por nueve caballeros en el puente sobre el órbigo. Don Suero y sus hombres debían proteger el paso del puente y romper la lanza de todo caballero que intentase atravesarlo solo o acompañado de dama. Le llamaron "El paso honroso ".
Tras llegar allí, impresionados por la longitud del puente, esperamos a Jose Manuel, al cual habíamos adelantado tras cruzar el canal del Páramo, una vez llegó decidimos instalarnos en el albergue de San Miguel, privado pero que era de reciente creación, con lo cual las duchas y los colchones no debían estar del todo castigados. Acertamos plenamente pues no había mucha gente (aún no estaba en las guías)y las literas eran maravillosas, qué decir de las duchas y la espléndida terraza que tenía. Además yo pude meter los pies en un barreño que Felipe, el hospitalero, me dio con sal gorda y vinagre, milagroso. Desde aquel día siempre que pude hacía la misma operación, por las tardes, mientras mis compañeros dormían la siesta. Fuimos a comer después de la rutina de ducha y colada. Allí Felipe el peregrino puso una lavadora y yo metí mis pantalones desmontables que no había lavado nunca, salvo la parte de abajo. Comí gazpacho y pizza romana, por segunda vez me salí del menú y comí lo que me apeteció ante la mirada envidiosa de mis compañeros. Hice una pequeña siesta y por la tarde estuve tomando unas cervezas en una bar del pueblo, fui a la farmacia y a comprar sellos para mandar fotos a casa y tras una pequeña compra para desayuno y arreglo para una ensalada para cenar, cenamos y nos acostamos pronto, como siempre. Un albergue de bandera.
A las cuatro y diez de la madrugada, Jose Manuel ya estaba estirándonos de nuestros dedos gordos de los pies para que nos pusiéramos en camino. Esa noche dormí muy bien, la mejor noche, eso mismo le dije al hospitalero Felipe, gran hombre y persona que estaba allí trabajando gratis por ayudar a los peregrinos, de estos quedan pocos, muy pocos. Con un gesto de victoria y pidiéndole a Dios que nos ayude, pues éramos buenas personas, nos despedimos de él. Nada más salir de la ciudad, tuvimos que decidir si continuar por el pesado camino al lado de la carretera o desviarnos a Santibáñez de Valdeiglesias cuyo camino carretero se alejaba varios kms. de la nacional. Hicimos un balance de daños, ampollas, yagas y estigmas de toda clase de nuestros pies, y decidimos escoger el feísmo de la nacional a realizar más kms. de lo natural en la variante, aún así eran treinta y seis hasta Rabanal y además el cielo con sus estrellas brillantes fuera de lo natural, anunciaban sol y calor.
La verdad es que el camino era muy peligroso ya que en muchos momentos íbamos por el arcén de la Nacional y a aquellas horas los camiones iban, yo diría, demasiado rápidos, yo iba delante pues era el único que tenía linterna y cuando veía que un vehículo se aproximaba a nosotros hacía dos o tres señales intermitentes y notábamos como reducían la velocidad los coches y camiones. Además impresionaba ver mojones grandes que recordaban a algún peregrino que había perdido la vida en el camino. Bueno, muy asustados, sobre las seis y media de la madrugada empezó a salir tímidamente el sol. Debido a demasiados kms. sobre asfalto empecé a sentir un dolor muy fuerte en el tobillo derecho, tan fuerte que empecé a preocuparme y me preguntaba cuando iban a desaparecer definitivamente los dolores de los pies, todos me decían que la primera semana era la peor, pero eso no era cierto, yo sentía dolor en mis pies y rodillas todos los días y llevaba ya diecinueve, ¿cuándo dejaría de padecer lo que estaba padeciendo?cabreado, salimos de la carretera por un camino que, mi gozo en un pozo, volvía a meternos en ella, después de un buen rodeo con cuesta machaca-piernas incluida. Cruzamos a la derecha (siempre hay que ir por el margen izquierdo para ver de cara a los coches)y nos desviamos por un camino de herradura que cruza un pequeño bosquete que culmina en el crucero de Santo Toribio, donde ambas variantes confluían para ir juntas a Astorga. La meseta toca a su fín con la Maragatería. Tierra de arrieros y trabajadores de la tierra.
De todas formas, Astorga no pertenecía a ese mundo sobrio, se ha convertido en capital turística y folclórica de los maragatos, no hay más que ver a Juan Zancuda y Colasa, que dan las horas desde la peineta enmarcada por las torres de la fachada del consistorio en la Plaza de España donde paramos a tomar unos bollos. Y yo además me di un chute de Reflex en el tobillo. Bueno de todas formas sólo pudimos ver esa plaza y la preciosa fachada de la catedral, tenía ilusión de ver sobre la aguja del crucero a Pero Mato, portaestandarte en la batalla de Clavijo, pero las puertas estaban cerradas a cal y canto.
Tras pasar la iglesia de San Pedro cruzamos la N-VI (Madrid -A Coruña)para continuar de frente por un camino carretero de grava blanca y a veces de herradura de tierra roja hasta Valdeviejas, Murias de Rechivaldo y tras un camino recto como mi palo de peregrino hasta Santa Catalina de Somoza, donde el sol empezaba a dar mucha guerra y mi entrepierna empezaba a rozarse en exceso, eso sí, la vaselina que llevaba a mano hizo el milagro, no sin las risas de los pervertidos de mis peregrinos acompañantes, los cuales se reían pues sin parar iba poniéndome la vaselina en el pompis por dentro del pantalón. Jose Manuel decía que dejara de prepararme el culo o vendría el negro (risas). ¡Qué cachondos!
Se recorre Santa Catalina por su calle Real hasta encontrar el andadero por el que bajamos hasta El Ganso cuya calle Real, igualmente empalma con una senda, esta vez asfaltada, una vez pasamos el arroyo de las Reguerinas ya sólo quedaba lo peor hasta Rabanal del Camino, un pueblo realmente precioso, de los más bonitos y jacobeos de todo el Camino. Decidimos, visto el Albergue Municipal, pernoctar en el privado "Nuestra Señora del Pilar ", muy bonito, aunque las habitaciones muy masificadas, a pesar de ello yo dormí al lado de una peregrina preciosa, eso sí, no sabía hablar ni una palabra y como yo estaba tan cansado, pues nos comunicamos poco por desgracia. Nada más llegar, rutina, es decir, ducha tibia y colada (yo ese día no la hice de lo cansado que estaba), nos fuimos a comer, renqueantes aún de la paliza de Sahagún, quisimos probar el cocido maragato pero no estaba en menú, así que comimos macarrones y pollo en salsa. Era un pueblo medieval. Estaba tan cansado que por tercera vez me fui a hacer la siesta. Al despertar metí los pies en agua con vinagre y sal un buen rato, el agua congelada me vino de perlas. Además llevaba unos días sin tomar Ibuprofeno pues estaba mejor, tenía miedo que me tocara el estómago, pero decidí seguir tomándolo, por si acaso. Aunque me fastidiara el estómago, tenía que acabar mi camino.
Había una misa del peregrino con cantos gregorianos, pero decidí descansar en el albergue. Después de tomar una cerveza y comprar el desayuno y la cena nos acostamos pensando en que íbamos a subir a lo más alto del camino:Foncebadón-Cruz de Ferro 1504 metros de altitud.
A las seis de la mañana cantó el gallo, que no era otro que Jose Manuel. Nos esperaba una etapa preciosa, cargada de simbología y aunque aún estábamos en la provincia de León, el Bierzo, geográficamente y culturalmente era más gallego que leonés. Empezamos a subir nada más salir del albergue, a través de una pista asfaltada, seríamos de los primeros en salir aquel día, como muchos otros del pasado, a veces salíamos del asfalto, que me destrozaba el tobillo y nos adentrábamos en alguna corta pista de tierra que nos devolvía a la carretera. Así, entre idas y venidas al asfalto llegamos 5 kms. después a Foncebadón un pueblo abandonado, pero al que se le presupone un pasado glorioso. No en vano Ramiro II presidió un concilio en el siglo X. Un tímido bar-refugio hace que aún haya vida dentro de las ruinas de este pueblo. Decían que antaño los vecinos colocaban estacas de madera para balizar el camino en invierno y eso les eximía de pagar impuestos, hoy esas estacas son de hierro. Nada más pasar Foncebadón cogimos las piedras que depositaríamos poco después en uno de los puntos clave del Camino. Entre brezos y piornos llegamos a la Cruz de Ferro, donde empezaba a amanecer, durante un rato estuvimos mirándola, los peregrinos depositaban fotografías y objetos alusivos a algún ser querido. Allí me despojé de la mochila he hice una serie de fotos, también dejé cinco piedras, una por cada miembro de mi casa, siendo la última, la mía. Como nos dijeron que no habían piedras llegando a la Cruz, empezamos a cogerlas demasiado temprano y las transportamos al menos 5 ó 6 kms. luego el lugar estaba jalonado de piedras, pero bueno, no pasaba nada. Si bien a lo largo del Camino habíamos visto multitud de humilladeros, aquí, al pie de una modesta cruz hincada en lo alto de un poste de madera, estaba el más famoso. El montículo de piedras, que simbolizaba la solidaridad entre los caminantes de todos los tiempos, ya era considerable, y con mi aportación aún crecería más.
Después de un pequeño descanso, la carretera, a través de subidas y bajadas nos deja en Manjarín, maravillados por la arboleda ya olvidada en el paisaje castellano-leonés. Con magníficas vistas del Bierzo llegamos a un pueblecito precioso, el Acebo, el primer pueblo del Bierzo, donde paramos a desayunar en un mesón. Allí compré una postal y la envié a casa junto con mis mejores deseos de salud. Al fín y al cabo el dinero va y viene pero la salud debe perdurar, era lo único que me importaba para los míos. Al fin y al cabo este camino lo hacía por mi familia, para pedir al Apóstol y a nuestro Señor, salud para mi familia, yo ya me apañaría, sólo quería salud para ellos.
Salimos en pendiente por la calle Real, otra vez, donde después de un par de kms. y mucho sol llegamos a Riego de Ambrós entre los piornos. Bajando al valle, junto a algunos castaños, llegamos a Molinaseca, una ciudad preciosa. Nada más llegar pasamos junto al Santuario de la Angustia, a través del puente salvamos el Meruelo, allí había una espléndida piscina fluvial, que nos hacía los dientes largos, pero debíamos continuar para no destrozar el ritmo tan bueno que llevábamos. Allí paré y compré en una farmacia, Radio Salil pues ya se me había terminado el tubo que compré. La Calle Real es una de las más bonitas del Bierzo que acaba con un bonito monumento al peregrino. Al final del pueblo, antes de pasar junto al albergue hay en una urbanización un monumento que parece una caca enroscada que nos llamó la atención, debajo de la misma había una placa conmemorativa al Botillo de León. Nos reímos mucho. Pues el Botillo es uno de los manjares de aquella zona. Hasta Ponferrada nos faltaban siete kms. y medio que se hicieron interminables, además para pasar por el pueblo Campo tuvimos que dar un rodeo, con el calor que hacía. Rodeo que hubiéramos evitado siguiendo el asfalto hasta Ponferrada que iba en línea recta. Jose Manuel se enfadó mucho por ese rodeo y estuvo mosqueado todo el día. Nos hubiéramos ahorrado tres o cuatro kms. lo que supone cuarenta minutos menos de pateo. Pero eso no fue todo, el albergue Municipal estaba lejísimos del camino, los hospitaleros nos tuvieron tres cuartos de hora esperando fuera mientras ellos estaban sentados fumando. El registro en el albergue se prolongó durante más de una hora, los hospitaleros eran asquerosos como personas, muy maleducados. Y por si eso no fuera poco nos alojaron en un sótano que parecía el infierno por el calor que hacía y las camas eran auténticas hamacas de estas que se cogen de árbol a árbol.
Después de la rutina de ducha y colada, nos fuimos a comer, el calor era insoportable, el sol quemaba hasta a través de la ropa. Al llegar a un restaurante a comer nos dijeron que teníamos que esperar, Jose Manuel cabreadísimo hizo que nos fuéramos de allí, el menú prometía pero Jose estaba demasiado enfadado, así que nos fuimos a comer a una fonda donde la comida era una auténtica bazofia, de primero patatas guisadas con calamares y de segundo ternera, más dura que la cabeza de Alberto. Pero lo dicho:"El peregrino agradece y el turista exige ". Como en la puerta ponía "Menú del peregrino " no se podía protestar ((je, je).
Menos mal que por la tarde salimos a comprar la cena y sacar algo de dinero. Digo menos mal, porque después de comprarme una tobillera, nos fuimos al Bar Cubelos donde tomamos unas cervezas y nuestro primer pulpo con grelos que nos supo a teta. Allí a Jose empezó a cambiarle la cara. El camarero era muy simpático y al vernos disfrutar se reía y nos sacaba más pulpo. Se trataba de un bar como los de antes, se parecía mucho a mi Bon Lloc de Silla sonde suelo ir a tomar unas cervezas y hablar con buena gente. Después de objetivizado el camino para el día siguiente que íbamos a Villafranca del Bierzo, fuimos a intentar dormir.
A las cinco de la madrugada ya estaba Jose Manuel despertándonos a todos, nos pusimos a andar por un atajo que el día anterior nos dijo el dueño del Bar Cubelos, ese atajo nos llevó directamente a Camponaraya, a través de un conjunto urbano interminable, nunca se acababan las casas. íbamos pasando de pueblo en pueblo pero parecía uno sólo muy largo. Hasta Camponaraya había nueve kms. y medio que los hicimos bastante bien, ya digo, junto a la N-VI. Si hubiésemos seguido el trazado original del camino nos hubieran desviado tres o cuatro kms. y como el día anterior ya los hicimos extra, era el momento de descontarlos. Un vulgar puente de cemento hace que atravesemos la autovía del Noroeste y a través de una pista agraria, entre viñas, llegar al alto de San Bartolo y bajar a Cacabelos famoso por su "Prada a Tope " una de las instituciones más renombradas del Camino en la cual se pueden degustar los productos más típicos del Bierzo. Allí, en un bar, paramos a almorzar un bocadillo de jamón. Poco después desde el polígono industrial de Cacabelos nos vimos obligados a seguir la vieja N-VI, que sube a Pieros. Cinco kms. después por entre viñas y a través de una pista de tierra, llegamos de repente a Villafranca del Bierzo, donde esperamos la llegada de Jose Manuel que iba retrasado por su fuerte dolor en los pies. Allí pensamos en ir al Municipal o al de Jato, al final decidimos ir al Albergue de Jato, toda una institución dentro del Camino de Santiago. El Albergue ha sido reconstruido por peregrinos de todo el mundo. Además se situaba al lado de la Iglesia de Santiago en lo alto del pueblo, antaño en dicha Iglesia ya se daban las gracias del jubileo a aquellas personas que estaban impedidas.
Villafranca es una de las localidades más bellas del Camino, además posee multitud de monumentos muy interesantes, como el templo gótico de San Francisco, el Castillo-palacio de los marqueses que estaba muy cerca de nuestro albergue, el convento de la Anunciada, etc y una piscina municipal que me recuperó todos los huesos de mi cuerpo e hizo que la rodilla mejorara muchísimo. Después de la rutina de ducha y colada, por segunda vez limpié la parte alta de mis pantalones y mi zurrón, nos fuimos a comer por entre las calles empinadas de esta hermosa ciudad. De primero comimos ensalada de pasta y de segundo churrasco de ternera ¡por fín!, después fui a descargar las fotos a un Cd. Mientras los demás descansaban en el albergue, yo, junto a la encargada del bar tomé un par de latas de cerveza viendo embobados "pasión de gavilanes ", además aproveché para recargar la batería de mi móvil. Cuando despertó Alberto fuimos a la piscina donde tuvimos que dar parte al 112 de un incendio que veíamos en el Monte del Dragonte, al poco, y después de identificarnos, dos helicópteros se personaron y pararon el avance de las llamas, qué desastre.
Después me fui a esperar a los rezagados de la siesta a un bar del centro donde tomé algo, al llegar éstos marcharon a hacer la compra, yo decidí comerme una pizza en el albergue de estas precocinadas. Alberto pidió otra, después hablamos con otros peregrinos, yo miré en Internet un hotel para cuando llegara a Santiago y por suerte encontré uno en el centro histórico, en la Rúa Pombal, a buen precio 45 euros por noche, era el hotel Pazos Alba (981 585 338)llamé y reservé para el 28, 29 y 30 de julio. Me acosté pronto sobre las nueve con la satisfacción de saber que, si no me rompía nada, ya tenía alojamiento en Santiago y pensando que íbamos a subir el terrible O Cebreiro.
A las seis de la mañana ya estábamos en marcha a O Cebreiro, antes de la salida del pueblo de Villafranca vimos un grupo de gente que descansaba en una especie de cámping, los cuales se estaban poniendo en marcha como nosotros. Al dejar atrás Villafranca del Bierzo y la depresión del Bierzo entramos en un angosto valle, encajado entre altos montes, plenamente gallego. Por la nacional, los primeros kms. se hacían muy pesados, sobre todo, para mi tobillo y rodilla. Existía una variante que iba hasta Pradela pero que nos hacía caminar tres o cuatro kms. más y teniendo en cuenta la subida a O Cebreiro, decidimos seguir por la nacional VI, en su margen izquierdo se ha habilitado un andadero de cemento protegido por unos pilares de hormigón horrorosos, pero menos es nada, antiguamente se iba por el arcén y la verdad es que había tramos muy peligrosos. Un ramal a la derecha nos metió en Perexe. Aún sin clarear el día, cuatro kms. después, por la misma senda llegamos a Trabadelo.
El paisaje era impresionante, rodeado de bosque, subiendo, a veces, sin darte cuenta, ves que las nubes se acercan más a tí, la oscuridad de las mismas anunciaba un día muy bueno para subir altos picos, las veía pasar por encima de mí, y olía a humedad, la relajación era tremenda. El aire puro hacía que me dolieran los pulmones no acostumbrados a tanta calidad ambiental, los aldeanos me daban la bienvenida de tal forma que se me ponían los pelos de punta, el olor en ocasiones a estiércol o a defecaciones de las vacas, se hacía muy familiar e incluso se le echaba en falta, más valía oler a mierda de vaca que no a tubo de escape o a agua estancada. állí no había nada estancado. Es fácil recordar los versos de Guevara en su "Menosprecio de corte y alabanza de aldea " . A la gente se le veía feliz.
Seguimos subiendo, empezaba a amanecer y los pequeños pueblos, algunos creados por la proximidad de la autovía, otros por la tradición jacobea, empezaban a sucederse constantemente. A Portela, Ambasmestas, Vega de Valcarce, donde desayunamos y tiene una bonita escultura al peregrino, Ruitelán, Ferrerías, en este punto ya abandonamos la nacional para subir lo más duro de O Cebreiro, la gran pendiente que se prolongó durante nueve kms. Bueno de todas formas había un hospital cerca.
Desde Villafranca habíamos subido sin darnos cuenta, casi 200 metros, pero era ahora cuando se aproximaba la cuesta de verdad. Salvado un puentecillo comenzó el puerto de "los Alpes de la Faba " o de "la Malafava ", por una senda bajamos a un arroyo, que creo recordar que se llamaba Refogo, para después ascender un duro tramo, entre castaños centenarios, entramos en A Faba una aldea muy simpática donde pude recordar donde tenía el hígado y donde los pulmones agradecían su planicie. La vereda avanza hasta A Lagúa, un poco después, con un buen clima, llegamos al mojón que anunciaba la entrada a Galicia, allí nos hicimos unas fotos, yo, Alberto, Jose Manuel y Jose Mallorca. Satisfechos pues, seguimos subiendo por al lado de un repetidor de TV, disfrutando de las vistas del valle de Seara. Antaño había un gaitero que por las noches tocaba la gaita para orientar a los peregrinos perdidos por la niebla, también usaban campanas, etc. Y la gente no protestaba ¡difícil de creer!, lo que ocurre es que la gente es muy hospitalaria y amable con el peregrino, parece que lo lleven en la sangre. La cuesta acababa en las inmediaciones de O Cebreiro, donde la lengua nos llegaba casi al ombligo.
El principal monumento de O Cebreiro estaba nada más entrar a la aldea, el santuario de Santa María la Real. Dentro permanecen los vestigios del Santo Milagro datado en 1300: Xoan Santín subió con gran dificultad a O Cebreiro un día de nieve, misaba por aquel entonces un clérigo descreído que cuando apareció aquel, agotado y muerto de frío, pensó que estaba tonto subir ese día a oír misa, en ese mismo instante, la hostia se transformó en carne y el vino en sangre y la imagen de la virgen con el niño abrió los ojos consternada. Cuando Isabel la Católica pasó por allí en 1486 donó dos ampollas de cristal para guardar las reliquias. A su lado está la hospedería. O Cebreiro cuenta con la agrupación de pallozas mejor conservada de estas sierras. Esta aldea ha visto en los peregrinos su principal negocio, está llena de tiendas y de tabernas celtas que con su música acústica reclama a los peregrinos. Nosotros caímos en sus redes y pasamos toda la tarde, comimos pulpo oyendo a Luar na Lubre.
Después de esperar a que abriesen el albergue, nos alojaron en una habitación de seis personas, muy bien, nos duchamos y sin hacer colada nos fuimos a comer a una tasca gallega, de primero caldo gallego buenísimo a base de patata, alubias y grelos y de segundo ternera que sabía a teta. Después del paseo por las tabernas celtas nos fuimos a dormir pues al día siguiente nos esperaban 40 kms. hasta Sarria y la televisión anunciaba mucha lluvia.
Más pronto que de costumbre, a las cinco, estábamos en movimiento y nos dimos cuenta que aunque era noche cerrada, al amanecer, no íbamos a ver ni torta pues la niebla era muy muy densa y hacía frío, desde el albergue se debían ver muchas aldeas, sin embargo, no veíamos nada de nada. Por encima del albergue partía un camino de tierra que, tras un corto ascenso por el monte Pozo de Area (1395 m. )desciende entre pinares. Nos dijeron que desde ese alto se apreciaba una vista impresionante. Nosotros sólo vimos babosas y la punta de nuestros zapatos, no se veía nada más, bueno yo vi un sapo que parecía una vaca, pegué un grito y mis compañeros creían que me había caído por una gruta o algo así. Estábamos tan asustados por la niebla y la oscuridad que nadie hablaba.
Que nadie se crea que una vez subido O Cebreiro está todo hecho, aún teníamos que subir el Alto de San Roque y sin tiempo de recuperación el Alto do Poio, en este punto empezamos a ver algo, no mucho por la niebla, y además se nos puso a llover con lo cual nos vimos obligados a parar y ponernos el poncho, el cual cubría de la lluvia, pero al no transpirar el sudor que generaba mi cuerpo, hacía que se me mojara la ropa como si me estuviera mojando por culpa de la lluvia. Antes de empezar a bajar llegamos a Fonfría, donde en su albergue, tomamos unas tostadas y un café con leche que nos calentó el cuerpo, desde allí llamamos al albergue privado de Sarria "O durmiñento " para que nos reservara sitio;hay que tener en cuenta que en Sarria quedan hasta Santiago 105 kms. y muchos peregrinos inician allí su peregrinación, con lo cual la masificación es bestial y las camas escasas incomprensiblemente. Ya descendiendo pasamos por la aldea de O Biduedo. La aparición de la cantera de Cotelos hizo que recordásemos que los peregrinos cargaban una piedra caliza, hasta los hornos de Castañeda (Arzúa)para contribuir así a la obra de la catedral de Santiago. Bajando llegamos a Filloval desde donde se ve Triacastela, fín de etapa en muchas guías del Camino de Santiago. A través de un túnel que salva la nacional llegamos a Pasantes y poco después a Ramil y unida a ella Triacastela. Nos quedaban 18 kms. Allí había que elegir ir por Samos o por San Xil, nos dijeron que la variante de Samos estaba muy mal señalizada así que optamos ir por San Xil hasta Sarria, además de por ahorrarnos seis kms. y sacrificar ver el monasterio de Samos. Salimos a la derecha y enfilar la pista que recorre el Valdescuro hasta A Balsa, a través de un bosque y subiendo y bajando pistas de tierra llegamos a San Xil, por los montes de Medorra y As Pedreiras descendemos hasta Montán, Fontearcuda, Furela, Pintín, entre robledales llegamos al albergue de Calvor, las aldeas se sucedían sin tregua, la siguiente Aguiada donde desemboca la variante de Samos, por una senda a la izquierda de la nacional llegamos a Sarria, la niebla se había disipado a medida que íbamos descendiendo, pero no del todo y la lluvia caía fina sin descanso.
Llegamos al núcleo urbano y fuimos buscando el albergue, nos dimos cuenta que aún nos quedaba subir al centro histórico a través de una escalinata largísima que nos rompió del todo las rodillas. El albergue que teníamos reservado estaba muy bien, en nuestra habitación de seis personas había un padre y su hijo pequeño que empezaban allí y estaban alucinados ya que habíamos empezado en Roncesvalles. Después de ducharnos y lavar la ropa en la misma ducha aun sabiendo que no se iba a secar, nos fuimos a comer a una especie de hamburguesería donde comí lasaña con patatas y vimos la carrera de Fernando Alonso el cual quedó el primero, como siempre, la última carrera que vi fue en Cizur. Empezó a llovernos otra vez. Por la tarde fuimos a comer pulpo al bar de Santiago, junto al río Sarria, por recomendación del dueño de otro bar que estaba junto al albergue. Además nos bebimos una botella de Riveiro sentados en una terracita desde donde se oía música tradicional de un grupo que también tocaba en la calle. La verdad es que pese al mal tiempo había muchísima gente paseando por allí.
Llegamos pronto al albergue donde nos acostamos aún de día, y del fuerte dolor que tenía en los pies no pude conciliar el sueño hasta las tantas, pensando en qué haría mi familia.
A las seis de la mañana nos pusimos en movimiento, Alberto que gozaba hasta ayer de inmunidad en sus pies, hoy empezó a tener una gran molestia en la caña del pie izquierdo, tendinitis, la cara se le transformó al darse cuenta que estaba tan cerca y que casi no podía mover el pie. Yo le di el Radio Salil y el Reflex para que fuera alternándolos y con ello empezó a calentar el tendón el cual le dio una tregua. Salimos de la ciudad por arriba del albergue hasta el ponte da Áspera, a partir de allí entre huertas y prados, con noche oscura y mi linterna, cruzamos la vía del tren y llegamos a Castro de Paredes donde el paisaje se abría a través de otra aldea, Vilei. La verdad es que hacía frío, empecé a pensar en el Camino y me puse a reír porque iba a lograrlo, una sensación muy rara me recorrió el cuerpo, sabía que todo lo que me proponía lo lograba, gracias a mis pies y mi cabeza que era la que me mantenía en constante apego al camino. Lo tenía claro, aún partiéndome una pierna iba a llegar a Santiago, en muletas, ya no quedaba nada hasta mi destino y ni una rotura, ni nada me lo iba a impedir, iba a llegar a la plaza del Obradoiro sea como fuera y por mis propios medios. Los demás me miraron extrañados, Jose Manuel creía que ya me había vuelto loco del todo. El Camino de superación personal, el camino de encuentro y búsqueda de uno mismo, estaba casi acabado. También sentía un poco de miedo, porque ¿y después qué?bueno ya veremos.
Una subida nos dejó en O Mosteiro y poco después Rente. Cruzamos infinidad de aldeas en varias de las cuales no les faltaba el bar para el peregrino. Los repechos no eran demasiado pronunciados, eso era una suerte para mis rodillas. Aquí a los bosques de robles los llaman "carballeiras " y a los de castaños "soutos ", bueno pues a través de una reconfortante carballeira y pasando por la fonte do pelegrín llegamos a Peruscallo, Cortiñas, Lavandeira, a partir de aquí el firme se vuelve irregular y las piedras empiezan a machacarme, Alberto quedó atrás rezagado, eso le vendrá muy bien a su moral pues siempre estaba diciendo que íbamos lentos cuando no era así. Nada más pasar A Brea con 7 habitantes, llegamos el marco de 100 Kms. hasta Santiago (desde O Cebreiro y hasta Santiago, había, cada 500 metros, un marco que iba restando kms. )todo estaba lleno de Hórreos que servían para guardar el grano, algunos tenían centenares de años, otros eran de reciente creación y a diferencia de los que se veían hace algunos años por Valencia, éstos eran cortos y estaban a dos metros del suelo para evitar la humedad. Era realmente impresionante, algunos estaban coronados por una cruz de protección ante la recogida del grano. Cruzando el valle del río Loio llegamos a Ferreiros, Mirallos, A Pena, aldea de las más pobladas con 32 habitantes, As Rozas, a partir de aquí los eucaliptos le ganaban terreno a los árboles autóctonos, el olor era intenso ya que aún no había salido el sol y la humedad era importante. Moutrás ya hacía que bajásemos al valle del Miño y atravesando tres aldeas más llegamos a la preciosa Portomarín.
Hasta Portomarín habíamos andado cuatro horas y media, es decir, eran las once aproximadamente, veintitrés kms después, empezó a salir el sol. Nosotros estábamos muy cansados, la espalda empezaba a resentirse y la rodilla pedía su rodillera. Hasta Portomarín contamos diecisiete aldeas, con lo cual, el camino era muy ameno y sin tocar carretera, el paisaje era impresionante. En Portomarín fuimos al Bar España a tomar un bocadillo y una cerveza pues hasta Gónzar nos quedaban nueve kms. Después de media hora marchamos de tan jacobea villa cruzando el estrecho y peatonal puente metálico.
Muchos peregrinos se quedaban en Portomarín pues en Sarria tuvieron problemas para dormir, así que habían reservado en el albergue privado que luego nos enteramos que estaba de miedo. Así que, nosotros para evitar esa masificación de escolares y de gente que no respeta el silencio que supone la peregrinación interior, decidimos marchar hasta Gónzar que disponía de 37 habitantes, es decir, descanso asegurado.
A través de una cuesta demasiado prolongada para lo avanzado que estaba el día llegamos a lo alto de la Sierra de Ligonde, bajo castaños y carballos, luego también eucaliptos y campos de cereal, llegamos a Toxibo, donde yo y Jose Mallorca decidimos dar un estirón y andar rápido, yo me encontraba bastante fuerte y bien. Así que dejamos atrás a los dos lisiados, Alberto y Jose Manuel. Cinco kms. después por una pista de herradura al margen de de C 535 llegamos a Gónzar. Donde su albergue municipal estaba cerrado. A partir de Galicia todos los municipales abrían a la una de la tarde, además eran gratuitos, de todas formas viéndolos ya se sabía porqué. Quedaba media hora. Un vistazo a la aldea me dio a entender que el día hasta que nos acostásemos sería duro, pues sólo había un bar donde en la puerta habían muertas más de mil moscas. El olor a mierda de vaca era tan intenso que hacía que me lloraran los ojos, el encargado del albergue dijo que por las noches cambiaba el aire y ese olor marchaba a la capital. Después de coger litera en un pasillo minúsculo formado por ocho literas, nos duchamos e hicimos la colada, el agua congelaba nuestras manos, parecía que iba a volver a llover.
Comimos en el único bar que había en la aldea y que se situaba al lado mismo del albergue, además lo regentaba otro miembro de la familia del señor hospitalero, allí comimos un bocadillo de tortilla de queso y varias cervezas, la primera de ella para brindar por la vigésimo cuarta etapa exitosa y por Santiago. Allí vimos un trozo de la misa en conmemoración del día del Apóstol Santiago. Moscas habían millones, mientras los demás descansaban yo me di una vuelta por la aldea, cosa que me ocupó cinco minutos, detrás del albergue había una cruz muy grande y más allá la iglesia recientemente reconstruida por la Xunta, no les debería haber costado mucho porque era minúscula, dicha iglesia como muchas otras que habíamos visto a lo largo del Camino gallego disponía de su propio cementerio a la vera de sus muros, cosa que impresionaba bastante, pues habían algunas tumbas que literalmente estaban sobre la carretera. Al llegar al albergue vi a Jose Manuel sentado en la cama con cara de perro y señalando hacia un peregrino gordo que roncaba exageradamente. No era humano, era bestial, todos estaban despiertos viendo como aspiraba aire el muy mamón. Bueno pues, los tapones mitigarían al tenor. Por la tarde cenamos un plato de chuletas de cerdo con patatas y moscas. Pronto muy pronto nos acostamos para evitar a la bestia, pero resultó que la bestia ya estaba en pleno reclamo. Lo hubiese ahogado con la mini almohada que llevaba. Paciencia.
Debido a los ronquidos de la bestia no pudimos dormir del tirón, con lo cual a las cinco nos levantamos y salimos hacia Melide, el epicentro de Galicia. Sobre las cinco y media nos encontramos a la bestia haciendo estiramientos y el "guasón " nos decía que había dormido de maravilla, , lógicamente, los presentes le miramos con el rabillo del ojo, acordándonos de la pobre de su mujer. De noche cerrada salimos por una pista de tierra que subía a Castromaior. A través de montes cada vez más desolados llegamos a Hospital da Cruz y junto a la nacional, por un andadero, llegamos a Vendas de Narón donde tuve que hacer una parada a dejar un regalo entre los escasos árboles que había. El ascenso se prolongó hasta la sierra de Ligonde, otra vez, divisoria de aguas entre las cuencas del Miño y el Ulla. El Calixtino apunta que por estos montes pululaban prostitutas para engatusar a los peregrinos. Pasamos por Ligonde donde había un albergue que tenía muy buena pinta, entonces nos lamentamos no haber seguido ocho kms. más, lo que pasa es que por la mañana no parecen tantos, pero cuando llevas 30 kms. ocho más supone toda una tortura. Airexe está muy cerca, también con albergue, por una pista ya de día subimos al monte Pallota que fue guarida de bandoleros. Entonces al leerles esto a mis compañeros nos pusimos todos a reír, pues íbamos por un lugar lleno de putas y maleantes, parecía que no habíamos salido de la capital. A Jose Manuel le pregunté de qué lado estaba y me dijo que como estaba casado más bien era maleante. Una suave lluvia hizo presencia, pero como no revestía intensidad desistimos parar una vez cogida la marcha, aún así acabé totalmente mojado pues esa lluvia fina cala hasta los calzoncillos, por cierto, unos los llevaba colgados de un imperdible en la mochila pues no se habían secado con la humedad tan intensa que hubo el día anterior, con lo cual iba casi sin ropa interior de repuesto.
Sobre las nueve de la mañana ya habíamos recorrido veinticinco kms. donde en el Mesón "A forxa " paramos a tomar una coca--cola y algo que comer. Como el que ve a un fantasma Jose dio un salto del taburete del mesón y dijo que nos pusiésemos en marcha pues acababa de ver pasar a la bestia roncadora del día anterior, había que saber dónde pernoctaría para no ir allí. Así que de un salto nos pusimos en marcha y pronto lo adelantamos, le preguntamos y no supo decirnos dónde iba a parar. Seguimos pues, por la travesía do peregrino la cual concluye en una fuente, desde la que seguimos hasta Porterroxán y otras aldeas pequeñísimas. A través de varios túneles vegetales, cruzamos el río Pambre por su puente de cemento que nos dejó en Pontecampaña. La magia del denso robledal generó un ambiente de ensueño difícil de olvidar y de describir, yo siempre me acordaba en esos momentos, de mi familia y pensaba cómo les iría en esos momentos. Cruzamos Casanova y O Porto de Bois, por una suave cuesta llegamos a A Campanilla ya en las afueras de la provincia de Lugo, O Coto será con sus tres habitantes, la primera aldea coruñesa. Pasamos por una calzada romana, bastante bien conservada por Leboreiro, un paisaje espectácular que evoca las historias de la Santa Compaña y las meigas llegamos a A Madalena con su gran polígono industrial donde el ayuntamiento de Melide ha colocado una serie de monolitos que no pegan ni con cola, donde se hace ostentación de las asociaciones de damas y caballeros del Camino que se dedica a organizar pitanzas y plantar arbolitos en un bosque artificial ridículo. Huimos rápidamente del lugar para llegar a Furelos donde rellenamos nuestras botellas y tras una ligera cuesta llegamos a Melide, patria del pulpo.
Al llegar a Melide fuimos al albergue municipal el cual contaba con 130 plazas y cuál fue nuestra sorpresa que pese a llegar siempre de los primeros, había una cola de críos impresionante. Y explico:En estas fechas tan veraniegas y aprovechando las vacaciones escolares, muchas asociaciones de scouters o simplemente gente afín al monte, organiza pequeñas excursiones al camino de Santiago, junto a dos pringados, que se llaman monitores los cuales no se preocupan más de lo bien que llevan la pañoleta o lo limpitas que traen las botas de montaña de 130 euros. No es justo, que se tenga tan poca consideración con una ruta milenaria que supone un sacrificio personal, un itinerario religioso y cultural.
Los críos en las colas del albergue no paraban de escuchar su mp3 y enviar mensajes a los móviles de sus padres y amigos, además de tararear al insufrible Alejandro Sanz, mientras rellenaban una especie de cuaderno de bitácora, donde en lugar de manifestar sus experiencias personales, los amigos que acababan de conocer dejaban sus firmas junto a alguna frase ridícula. Cada camino es personal, es decir, cada uno hace el camino como le da la gana, pero debe tener un cierto respeto por todo lo que rodea este maravilloso mundo de la peregrinación y por supuesto, respeto por aquellas personas que llevaban muchos días de sufrimiento, porque no nos equivoquemos, el camino no es fácil, se sufre, en ocasiones muchísimo, pero un no sé qué hace que sigas y ese sufrimiento se convierta en satisfacción. En Zubiri, el hospitalero no dejó pernoctar en el albergue municipal a un grupo de minusválidos, los cuales tuvieron que buscarse un alojamiento alternativo. ¿Y ahora éstos qué, que no tenían ninguna incapacidad? no es justo.
Dicho lo cual, llegamos que era lo importante. Jose Manuel fue a una máquina de bebidas a traer la correspondiente cerveza y tras esperar hasta la una, nos hicieron entrar, pero los hospitaleros/as de este tramo (hay que recordar que con 100 kms. te dan la Compostela)no son tontos e hicieron que todos los críos que venían en grupo se apartaran. Nosotros cuando nos presentábamos en los albergues mirábamos la posibilidad de ponernos juntos pero siempre les decíamos a los hospitaleros que nos habíamos conocido en el camino y en ningún momento éramos un grupo que ya venía organizado.
Con todo, delante de nosotros había 60 personas de las cuales sólo 7 eran realmente peregrinos. Entramos pronto y nos pusimos en una especie de habitación para ocho personas y por si fuera poco en una de esas literas estaba la bestia roncadora. De entre 130 plazas nos había tocado el tío este. Bueno Jose Manuel se puso como una fiera y se fue a otro sitio a dormir, no nos equivoquemos, no era mala persona, sólo que por las noches parecía una hilti. Bueno después de ducharnos y sin hacer colada, pues lloviznaba, nos fuimos a comer a un asador, churrasco de ternera. Acabamos enchurrascados, por aquí no te ponen un plato individual sino que si hay alguien más que pide lo mismo te ponen una bandeja muy generosa, donde siempre sobra. Por la tarde hicimos las compras de la cena y el desayuno y nos fuimos a la Pulpeira Ezequiel, donde hacía tiempo que queríamos ir, Jose Manuel ya la conocía, pues hacía años hizo el Camino en bici y esa era parada obligatoria.
La Pulpeira Ezequiel es toda una institución en Melide y para nosotros los peregrinos un milagro, pues no hay nadie preparando el pulpo a la feira como Mercedes. Además, comer en sus bancos corridos era una delicia. Nos quedamos tan llenos de pulpo y riveiro que los colores se nos notaban a todos y a Alberto empezó a salirle tentáculos. El camino al albergue fue de lo más divertido pues el riveiro se subió rápido a la cabeza y con el tema de mis escoceduras en la entrepierna y mis hemorroides a Jose Manuel casi le da un infarto por la risa. Al llegar al albergue se nos fueron las ganas de reírnos pues los críos estaban en el comedor dando golpes en la mesa y cantando sin control, la hospitalera había desaparecido y era hora de dormir, entre la bestia y los pavos no pudimos dormir hasta las tantas, bueno el riveiro ayudó.
Penúltimo día de peregrinación compostelana. Pronto, como siempre, nos pusimos en camino aPedrouzo o lo que es lo mismo, Arca O Pino. La noche fue dura para mis compañeros pues la bestia no los dejó descansar, yo, por el contrario con la ayuda de los tapones sí que descansé. De noche y con mi linterna como única ayuda en la inmensidad de un bosque de eucaliptos, andamos, además hacia realmente frío. Yo siempre andaba con los pantalones largos, bien por el frío de la mañana, bien por el fuerte sol del medio día, mis compañeros peregrinos que iban con pantalón corto tenían los gemelos totalmente calcinados por el sol, yo pasaba un poco más de calor, pero los tenía como el primer día. Pues bien, fresquitos y de noche descendimos hasta el encantador paraje del Rego Catasol, ornado de robles, abedules y alisos, tuvimos que atravesar un puente natural de piedra muy resbaladiza que nos puso el corazón a cien por hora. Lloviznaba pero no era preocupante, pasamos rápidamente por aldeas como la de Raído o Boente cuando aún no llevábamos una hora de camino. Bajando al valle del Boente llegamos a Castañeda y Río con ocho habitantes, los cuales seguramente se disponían a sacar el ganado por estos espectaculares montes. Por una pista forestal ascendimos al monte Couto de Doroña para volver a bajar a Ribadiso de Baixo también de ocho habitantes. El sube baja concluyó con la fuerte cuesta que unía el albergue de Ribadiso con la villa de Arzúa, donde, por fín, empezó a clarear el día, pese a la cantidad de nubes que pululaban por encima de nosotros. Yo tenía las piernas llenas de barro, el bajo de los pantalones estaban muy sucios, como un loco en el monte.
Estaba muy cansado, por el gran cansancio acumulado, por otro lado estaba triste, más bien, estábamos, pues el camino llegaba a su fín, estábamos contentos pues íbamos a ver al nuestro querido Apóstol Santiago, pero el grito de nuestras almas y el llanto de nuestras penas era muy poderoso. Eso, sólo lo sabe quién vive el camino como lo vivíamos nosotros, una caricia en la espalda de un amigo peregrino, era más que una manifestación de ánimo, significaba mucha más cosas, entre ellas, solidaridad por el dolor, por el sufrimiento;ánimo pues el destino de ese día estaba cerca;era decirte sin palabras que iba a estar cerca para lo que necesitaras, esa caricia se hacía extensiva a todos y cada uno de los verdaderos peregrinos. Es curioso que normalmente no me acuerde de lo que comí el día anterior y sin embargo, un gesto, una piedra, un humilladero, una nube del camino lo recuerdo a la perfección. Recuerdo los olores, mis sentimientos, mis sueños, todo lo recuerdo y es que el cuerpo es muy sabio.
En Arzúa tuvimos que ponernos los ponchos pues empezó a llover con cierta intensidad, Jose Manuel le preguntó a la bestia roncadora dónde iba a pernoctar y dijo que en el albergue privado de Santa Irene, cuatro kms. antes de Pedrouzo, eso nos dio fuerza sobrehumana y mucha alegría, pues no íbamos a sufrir otra noche de insomnio. Así nos pusimos en marcha por entre prados y robles subimos a Pregontoño, un sinfín de aldeas se cruzaban en nuestro camino, Peroxa, Tabernavella, Calzada, Calle, Boavista, Salceda, O Xen, Ras, Brea, O Empalme, Santa Irene y por fín Pedrouzo. La lluvia en ocasiones era muy intensa. Sobre las doce y media llegamos al albergue donde se repitió la escena del día anterior, grupos de jóvenes esperando entrar en el albergue desde hacía tres horas, es decir, hacían etapas de nueve kms. con lo cual llegaban con muchas ganas de juerga.
No voy a extenderme en criticar estos actos, ya lo he hecho anteriormente, sólo decir, que la hospitalera que alardeaba de haber recibido el premio de la Xunta a la hospitalidad, aunque se dio cuenta de estos grupos y los apartó para registrarlos, a media tarde se fue y los dejó a sus anchas para hacer todas las barbaridades que quisieron.
Bueno, después de una ducha con agua hirviendo (no se podía regular)decidimos ir a comer sin hacer la colada, además llovía, con lo cual no se iba a secar, pensamos en poner una lavadora y una secadora, a mis pantalones les hacía falta. Por cierto yo tenía una escocedura en la entrepierna bestial, las risas por la vaselina volvieron a hacer acto de presencia entre Alberto y Jose Manuel. Fuimos al mesón Regueiro, cerca del albergue donde comimos de primero ensalada de pasta y de segundo chuletas de cerdo. Después, fuimos al albergue a descansar y hacer la colada. Ya que el pueblo no tenía ningún atractivo fuimos a tomar un café y unas cervezas antes de hacer la compra, volvió a llover con fuerza y pronto nos fuimos a dormir pues al día siguiente era el gran día, un día en que iba a estar solo entre un montón de gente, un día especialmente intenso.
Muchos peregrinos prefieren descansar en el Monte do Gozo, así, al día siguiente cubren un corto tramo hasta la ciudad (6 Kms. )y hacen su entrada a hora temprana, obtienen su Compostela y acuden a las 12, en la catedral, a la misa del peregrino. Bueno pues, nosotros nos levantamos tan pronto que incluso llegamos antes que muchos que empezaban en el Monte do Gozo. Queríamos llegar pronto para cumplir con todos los ritos de la catedral y quedarnos disfrutando de la Plaza del Obradoiro, para después cada uno ya por nuestro lado buscar el camino de vuelta a casa, que eso también entraba dentro de la peregrinación:el volver junto a los tuyos con la satisfacción del deber cumplido y además con los mejores deseos depositados delante del Santo para ellos y nada más que para ellos.
En lugar de retroceder para tomar de nuevo el camino, optamos por subir por el pueblo, pues el día anterior habíamos visto señales alternativas, pronto encontramos el campo de fútbol y junto al polideportivo y el colegio nos dirigimos ya por una pista de tierra hasta San Antón, la concentración parcelaria de Amenal nos obligó a dibujar varios ángulos rectos y al fondo ya divisamos los aviones que aterrizaban en el aeropuerto internacional de Lavacolla. Tras un duro repecho tomamos una pista forestal que subía e l alto de Barreira, donde tras una gran rotonda principiaba el municipio de Santiago, aún era de noche, y de la emoción no nos dolía nada, continuamos a San Paio y tras una cuesta muy dura llegamos a A Esquipa y Lavacolla y subiendo a Valamaior y Neiro, pasamos junto a la Televisión de Galicia y junto a ella la Televisión Española de Galicia. Por una zona desarbolada alcanzamos San Marcos, esta aldea concluye en una capilla y a la izquierda queda el Monte do Gozo donde antaño se veían las agujas de la catedral hoy tapadas por la crecida urbanística de la ciudad Santa. El monumento que corona el Monte do Gozo no puede ser más horrible, por un momento dude en hacerme una foto o no. Estaba desierto, aún era muy temprano y ya habíamos hecho quince kms. A Jose Mallorca le empezó a doler muchísimo la rodilla izquierda hasta tal punto que le impedía moverse con normalidad, yo le di mi rodillera y con ánimos de todos nosotros, renqueante, prosiguió.
Llegamos al Ponte de San Lázaro donde hay un monumento al templario muy bonito, allí empezamos a ponernos nerviosos pues las señales de tráfico anunciaban la entrada a SANTIAGO. Deberíamos estar contentos, pues no, estábamos tristes, el destino nos unió hace días para llevar a cabo la peregrinación y el destino nos separará, Dios sabe hasta cuando. Son mis amigos, en el camino pasábamos las horas, y eso no se olvida. Tras un recorrido urbano de varios kms. y por entre calles estrechas y cada vez más antiguas llegamos a la monumental plaza del Obradoiro, por la derecha. Allí, sin querer, empecé a llorar de alegría y de tristeza al mismo tiempo. Alberto me miraba y me cogía del hombro, lo mismo hizo Jose Manuel que repetía constantemente:"es el pequeño. . . " . No pude evitar abrazar a mis compañeros, era tan pronto que la catedral permanecía cerrada y en la plaza llovía sobre nosotros. Llamé a mi casa para avisar a mi familia de mi llegada a la plaza, hablé con mi padre el cual estoy seguro que estaba orgulloso y muy emocionado pues sabía lo contento que iba a estar yo y lo mucho que me había costado, no hay que olvidar que esto lo venía pensando hacer desde hace mucho tiempo. Al rato me llamó mi madre y se puso a llorar de emoción. Al llegar a la plaza lo primero que me vino a la memoria fue mi familia, mis padres, mi hermano y mi minino. Atravesamos despacio la plaza mirando hacia la estatua que corona la catedral más bella del mundo. Junto a la Praza das Praterias llegamos a la Oficina del peregrino y recogimos nuestra Compostela. Allí tuvimos que hacer cinco minutos de cola, allí Jose Manuel rompió a llorar, entonces le devolvimos el apretón en el hombro, decía que al verme a mí llorar, se le había hecho un nudo en el estómago y no aguantaba más, entonces, todos nos pusimos a llorar ante la mirada triste de los demás peregrinos, algunos de los cuales los veía muy emocionados al vernos abrazados y llorando. Jose Mallorca estaba también muy emocionado, quizá el menos era Alberto que sabía dominar sus emociones muy bien, pero a pesar de ello, nos conocíamos demasiado como para saber que estaba muy emocionado. Después de recoger la Compostela, allí mismo, en la parte inferior del edificio arreglamos el viaje de vuelta en Viajes Viloria que con la fotocopia de la Compostela hacían buenos descuentos en los viajes de vuelta. Yo arreglé la vuelta en avión para tres días después, es decir, para el día 31, a las ocho de la tarde. En la Oficina dejamos las mochilas en consigna y nos fuimos a comer algo, pues teníamos el estómago revuelto por el hambre y la emoción. Fuimos a un bar al lado, en la Rúa do Franco y comimos empanada. Luego fuimos a la catedral e hicimos todos los ritos que se deben hacer, lo primero era ir a ver al Santo.
La casa de Santiago el Mayor, que lo es también de todos nosotros, refleja la historia de Compostela. Subimos por el camarín del Apóstol y le di un efusivo abrazo y le besé dos veces mientras apoyaba mi frente sobre su manto de metal. Emocionados bajamos por las escaleras debajo del altar mayor, hasta su sepulcro donde pasamos y nos postramos ante él con la cabeza agachada en señal de profundo respeto, allí, el nudo del estómago se convirtió en lágrimas de alegría, por fín, después de más de setecientos cincuenta kms. estábamos ante el Santo. Después de pisar las iglesias que lo veneraban a lo largo del Norte de España, después de ver su figura en múltiples lugares, por fín estábamos ante él. Después, nos dirigimos al Pórtico de la Gloria donde hicimos posesión de la meta, tocando la piedra dimos los tres golpes de rigor en la piedra, símbolo de solidaridad y tras ésta la imagen del maestro Mateo condenado a no ver su obra por haber osado colocarse en el Paraíso, tres golpes más para potenciar la inteligencia y la memoria.
Después desde el lateral derecho de la catedral, a las doce en punto de la mañana oímos la misa, cuyos dos momentos inolvidables fueron, uno cuando tuvimos que darnos la Paz, donde abrazados todos nosotros arrancamos a llorar, como una despedida, y otro cuando el tiraboleiro botó el botafumeiro con motivo de la presencia en la catedral de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Galicia. Tras esto, hicimos unas fotos en la plaza del Obradoiro, vimos asombrados la fachada de la catedral durante largo rato y nos fuimos a comer. Por la tarde, en la Plaza de Galicia, nos despedimos de Jose Manuel que regresaba a Málaga y de Jose que volvía a Mallorca, allí volvimos a abrazarnos para arrancar a llorar. Yo me quedé un rato con Alberto, pues su hermano venía a recogerlo para llevarlo a Cangas del Morrazo de donde eran sus padres. Sobre las cinco, después de tomar café en la misma plaza de Galicia, me acompañó a la Rúa Pombal nº 22 donde estaba mi Hotel para los próximos tres días. Allí nos despedimos con la promesa de volver a juntarnos en otra peregrinación.
Esta peregrinación ha supuesto para mí una pausa en mi agitada vida, llena de preocupaciones, siendo la más importante la salud de mis padres. Una pausa para la reflexión serena y sosegada sobre el hombre y su sentido, una pausa que ha propiciado una mirada introspectiva que presta atención a las voces íntimas que no tienen ocasión apenas de manifestarse, inmerso como estoy en el ruido y en el vértigo presente. Espero que nuestro Apóstol Santiago le sirva mi llegada a su casa animado por la luz de su nombre. Yo contuve el paso del tiempo, lo justo para encontrar con la guía de Santiago, un tiempo propio. En mi itinerario revelador acallé la algarabía de voces para discriminar con el silencio la más necesaria y valiosa de las voces, despojado de todo lo que me sobraba, me acerqué al Santo con una mirada franca y limpia como la mejor de las ofrendas. El camino de Santiago fijado en la memoria de los pueblos de nuestro continente ha sido y continúa siendo la metáfora de la construcción de la persona y el paso de su vida. Vivimos una fuerte crisis de la identidad de la vida, provocada en buena parte por el recelo y la desconfianza. Yo he tropezado muchas veces y me he caído, he confundido en ocasiones el sendero correcto en algún cruce de caminos, he padecido el agotamiento propio del terrible esfuerzo y me he visto asaltado por el desánimo y he tenido la tentación de abandonar, pero ha sido más fuerte mi motivación, porque he tenido claro cuál ha sido mi meta y porque estaba en el camino.
No tengo palabras para agradecer a tanta y tanta gente su apoyo a lo largo del camino, aún recuerdo con gran emoción las palabras que una mujer mayor me dijo el primer día cuando me dirigía a Zubiri:"rece por nosotros en Santiago " o el grito de aliento de tanta gente anónima::"Buen camino " ahora, estoy en mi sitio. Este camino ha supuesto un antes y un después en mi vida, ahora veo con otros ojos la vida, hay que tener en cuenta que todo lo que necesitaba estaba en mi espalda, no necesitaba nada más. Una puesta de sol, un amanecer, un plato de sopa caliente, una caricia en el hombro de mis compañeros peregrinos, una sonrisa y al final del camino un llanto, suponen todo un mundo. Tengo miedo de volver a la rutina de la vida diaria, a tener que echar gasolina al coche, a ir al banco a contar los euros que me quedan, a comprar cosas que realmente no sirven para nada. Tengo miedo en definitiva a este mundo tan lleno de mierda.
El Camino es de quien lo camina, el peregrino ya no es aquel peregrino medieval, ahora nos sentimos incapaces de pasar un día de caminata sin ducharnos al final, calculamos lo que comemos, cambiamos diariamente los calcetines y la ropa interior y llevamos en la mochila las tarjetas de crédito y debito. Sin embargo salimos buscando aquello que antaño se buscaba. Sin buscar algo espiritual, algo milagroso el camino se convierte en mero turismo;reducir el camino a lo que ves sin buscar un sentimiento, sin pensar sobre tí o sobre tu familia, es una experiencia vacía. El peregrino necesita ojos y corazón.
Muchas veces pensaba en silencio ¿quién me ha metido a mí en todo esto?¿por qué me levanto feliz por las mañanas, a pesar de tener el cuerpo roto?¿qué desvela mi sueño?¿por qué pido perdón? No lo sé, la verdad, no soy mala persona, siempre he intentado hacer de mi vida un proyecto bueno, siempre he mirado por mi familia más que por mi propia vida, cuando mi padre o mi madre entran a quirófano pido a Dios que todo marche bien y si no debe marchar que me lleve a mí. Mi hermano es la persona que más quiero, aunque no se lo demuestre. Todos mis buenos sentimientos hacia todo, ¿necesitaban la penitencia real para sentirlas más externamente?no lo sé. Sólo sé que me siento muy bien y que repetiré esta experiencia muy pronto. ¡Ultreia e Suseia!
Gracias al Apóstol Santiago.