http://unagallegaalotroladodelcharco.blogspot.com.es/2015/09/camino-de-santiago-desde-sarria-lugo.html
Antes de nada haré un pequeño itinerario para dejar claro lo que llevábamos en la mochila, por supuesto ese viaje no se iba a hacer con una maleta de ruedas. Llevamos como campeonas nuestras mochilas durante 115 kilómetros caminando. Rápidamente a nuestras espaldas llevamos:
Equipaje
Ruta. Etapas
25 de agosto: Sarria a Portomarín (Lugo) 22 km
26 de agosto: Portomarín a Palas de Rei (Lugo) 24 km
27 de agosto: Palas de Rei (Lugo) a Arzúa (A Coruña) 27 km
28 de agosto: Arzúa a Pedrouzo (A Coruña) 21 km
29 de agosto: Pedrouzo a Santiago (A Coruña) 19 km
Si se suma se supone que son 115 km en total.
Cosas básicas sobre el Camino de Santiago
¡Al ataque! No nos iban a intimidar las cuestas de Galicia, sus frondosos bosques o que no tengamos una condición física de atleta olímpico.
Desperté a las 13:00, aprovechando que era verano. Además había estado hasta tarde organizando la mochila y hablando por Skype con mi hermano. Todo siempre a última hora. Apuré lo máximo que pude para no perder el autobús que salía a las 14:50. Eras chistosas mis pintas, mis vecinos deben de estar acostumbrados a verme con una mochila a la espalda y ropa de deporte. En la parada casualmente vi a un viejo amigo, uno de los niños que se llenaba de tierra conmigo en el descampado detrás de mi casa. Por supuesto esa etapa la hemos dejado atrás, ahora somos unos aburridos y hablamos civilizadamente las dos veces al año que nos vemos.
Esperé por Belén en un banco de la estación de autobuses, mientras atacaba al primero de mis bocadillos de jamón. Su padre nos llevó a Sarria en coche, fueron casi dos horas y estábamos literalmente en la nada. Bajamos en la carretera principal, tampoco es que hubiese mucho más, y preguntamos en un albergue que pretendían cobrarnos diez euros. Sabíamos perfectamente que había opciones más baratos, los subvencionados por la Xunta (Gobierno autonómico). Salimos en busca del albergue municipal, una señora nos indicó donde estaba.
La zona vieja era simplemente una calle de piedra peatonal y un par de iglesias. Gracias al camino ese pueblo tenía vida y guardaba cierto encanto. En el albergue municipal solo quedaba una plaza, demasiado tarde (18:00), entonces decidimos quedar en otro cercano pagando ocho euros en vez de seis. Pero era mejor que la primera opción. La señora que lo regentaba nos contó que la Xunta había vendido los albergues a una empresa privada, hace años no cobraban nada y tú dabas un donativo si querías, después pasaron a costar tres euros, cinco y seis. Nos entregó mapas de Sarria y era una mujer muy agradable. Nada más dejar las mochilas fuimos a la Iglesia de Santa Mariña para poner una credencial y allí nos dieron un papel con todas las etapas. Había que concienciarse de que iba a ser duro.
Cenamos en el albergue, compramos en Mercadona comida y yo llevaba bocadillos de casa. Compartimos mesa con una inglesa que estaba leyendo un libro y arrancaba todas las páginas para que no le pesase. Jamás podría hacer ese sacrilegio con algo tan querido y apreciado como es un libro para mí. Después aparecieron unos andaluces muy simpáticos que nos ofrecieron parte de su ensalada y embutidos. Me gustaba ese espíritu de compañerismo y compartir.
Ese día tratamos de descansar, sabíamos de sobra que iba a ser dura echarse a andar y con la mochila a cuestas. Pero era un pequeño reto que teníamos que superar.
Al despertarme (7:00) organicé mejor la mochila. El saco de dormir, uno que compró mi madre en una oferta de Alcampo cuando tenía mi edad, pasaron 25 años y sigue entero. Y las zapatillas pegadas a la parte de la espalda. Cuando terminamos de armar bien las mochilas, Belén y yo devoramos las últimas provisiones del Mercadona. Salimos a las 8:00, vimos el Monasterio de Magdalena y el mirador de Sarria y nos aventuramos en el monte, era nuestro primer día.
Vimos la Iglesia de Barbadelo, donde conocimos a un madrileño y un sevillano en una mesa donde se ponía una credencial y a cambio se dejaba un donativo. Había otra mesa con fruta que también funcionaba con donativos. En Ferreiros saqué una de las fotos más curiosas de esos días, un selfie vacuno. Pasamos muchas aldeas, vimos muchos animales y casas de piedra de tiempos inmemorables. Cuando estábamos llegando a Portomarín tuvimos nuestro primer traspié, Belén se resbaló y cayó al suelo. Por suerte no se lastimó y solo nos echamos unas risas.
Nos pusimos a hablar con una familia madrileña, durante la ruta siempre encuentras a gente simpática y amable. Un señor nos indicó dónde estaba el albergue municipal que contaba con 85 plazas. Había cocina, lavadoras, duchas decentes pero sin puerta... Había gente de todos los tipos, jóvenes, mayores, creyentes que cantaban muy alto canciones cristianas, otras desvinculadas de todo eso como Belén y yo pero que disfrutábamos de la experiencia... Lo desagradable era entrar en la habitación y darte cuenta de la peste que echaban los zapatos de los demás y los tuyos propios.
Para cenar recurrimos otra vez a un supermercado, compré embutido e hice unos bocadillos. Estábamos en la plaza comiendo y nos pusimos a hablar con cinco patrones del pueblo, llevaban allí toda la vida.
Belén me despertó, el cansancio se iba notando. Salimos a las 7:30, organicé de nuevo la mochila y me cambié las zapatillas. Empezó a llover, lo normal en Galicia, y sacamos los ponchos de emergencia y socializamos por el camino con unos madrileños. Comencé a hablar con ellos porque debatían sobre comida mexicana, tengo bastante que aportar ya que en Chile viví con un mexicano que es como mi hermano.
Nos fijamos en que muchos pagaban para que una furgoneta les llevase la mochila hasta la otra etapa. me parecería lógico si son personas mayores, pero muchos hacían esa trampa. Nosotras no paramos e íbamos comiendo galletas por el camino. Ese día también conocimos a unos chicos vascos. Costaron los 24 kilómetros pero llegamos, llevando una gran alegría cuando vimos el albergue Palas de Rei. En la habitación solo había un italiano cuando llegamos nosotras, después vinieron unos alemanes y al final la sala estaba casi llena. Benditos tapones de los oídos porque siempre ronca.
Yo me puse sobre el saco de dormir y me quede dormida, ni me había duchado de la pereza que me daba y fui después de mi siesta. De nuevo la ducha no tenía puerta, pero en ese momento me daba exactamente igual además ninguna mujer tiene algo raro o que no haya visto en mí misma. Es absurdo tener vergüenza de algo tan natural. Dormimos rápido, al día siguiente nos tocaban 27 kilómetros.
Ese día me costó más levantarme, la gente por la noche ronca mucho y algunos se despierta las cinco de la mañana... no hay necesidad de llegar a esos extremos. Nosotras partimos a las 8:00, Belén ya había desayunado y esperó por la dormilona (Una servidora). Me sentía muy cansada y con poca energía, comí fruta por el camino y un par de galletas. Según Google la etapa que nos esperaba hoy era la más larga que se hace en toda Galicia. Bueno, ánimo, sabíamos que podríamos con ello y nuestra llegada estaba programada para el domingo y cumpliríamos ese plazo.
En Palas de Rei pusimos otro sello, en una Iglesia, donde nos solicitaron un donativo. Yo no di nada porque no estoy de acuerdo con esa institución, pero es decisión de cada uno. El párrafo fue amable, nos indicó el camino a seguir y comentó que había poca gente ese día.
Ese día llevaba la misma ropa con la que había dormido, unos pantalones cortos de pijama y una camiseta básica negra. Daba exactamente igual las pintas que llevabas. Pasamos varias aldeas y el paisaje se repetía, mucho verde y edificaciones de piedra. Nos encontramos con los madrileños que habíamos conocido y con unos alemanes, en el camino siempre se entablan amistades. En esta ocasión saqué menos fotos, quería disfrutar del paisaje y ese espíritu viajero. Todos los que pasaban por nuestro lado decían: ´´Buen camino´´en diversos idiomas.
Leboreiro y Furelos habían quedado atrás y al llegar a Melide hicimos una pequeña parada, tomamos unos zumos y cambié mis zapatillas. Fue un alivio quitar la mochila un rato, mi espalda estaba toda sudada y tenía molestia en mis hombros. La organicé de nuevo y ya iba mucho mejor.
Tomamos unos zumos en un bar de gente de allí, no turistas. Había unos señores mayores echando la partida y una señora que regentaba el bar. Nos habló en castellano y yo le pedí las bebidas en gallego, dijo que pocas personas que hacían en camino eran de Galicia. Nos despedimos y volvimos de nuevo a la ruta pasada media hora, fue difícil retomarla. A pocos metros pusimos otro sello, donando esta vez dinero a una asociación de paralímpicos no a la Iglesia.
Decidimos quedar un albergue a 2,4 km de Arzúa, era municipal y precioso, un antiguo hospital de peregrinos restaurado. En el puente, pasaba un pequeño río, conocimos a un señor de EEUU muy simpático o majo como decimos en España. Nos habló del lugar, nos ayudó con las mochilas mientras tomaba una copa de vino e incluso curaba heridas de guerra como las dichosas ampollas. Por suerte a mí solo me salió una en un dedo, llevar calzado adecuado.
Nos registramos y pagamos seis euros, seis euros por dormir en un edificio del siglo XVIII. Fuimos al comedor para recuperar fuerzas, una francesa nos prestó un cuchillo y le ofrecí un trozo de nuestra empanada de carne comprada en un Eroski. Lo más de ese gracioso fue conocer a unos japoneses, quienes nos regalaron un mapa de Japón con la ruta de peregrinación que hay. Me encantó hablar en inglés con personas tan ajenas a mi cultura como ellos. Simplemente encantadores. Pasamos toda la tarde con los pies metidos en el río, disfrutando de aquel lugar. Me llamó la atención que un italiano pintaba en un diario el puente de piedra, me gustaría tener esa facilidad para poder hacer arte como tiene mi madre.
Ese día me costó despertarse, odio madrugar. La noche anterior unos chicos animaban la cena, estaban tomando una botella de licor café, bailando y hablando con todos. Pues allí estaban, como una rosa y preparados para seguir, increíble. A las 8:10 salimos nosotras, compramos agua en un bar y quedé fuera con la mochila de Belén y acompañada por un perro al que le di parte de mi desayuno. Era más educado que otros muchos humanos.
Los primeros kilómetros estuvieron marcados por la niebla, muy característica de Galicia y la verdad que echaba de menos esas mañanas. Llegamos a Arzúa, famosa por su queso, pero no paramos. Nos metimos en el monte y hubo un momento en el que perdí a Belén, yo caminaba más rápido. Esperé por ella un par de kilómetros adelante.
La gente que iba en bicicleta no siempre amable, pocas avisaban de su paso o lo hacían cuando casi te habían dado con una rueda. Además deben decir si van por la izquierda o la derecha, no tengo ojos en mi espalda ni soy adivina. Resulta bastante peligroso y pocos piden disculpas. Sin embargo una nos vio tocándonos una pierna mientras caminábamos y nos preguntó si necesitábamos ayuda, esa es la actitud para hacer el camino no ser un cretino.
Paramos un rato en una fuente, fue maravilloso quitar la mochila cinco minutos, pero debíamos seguir hasta Pedrouzo sin caer en la tentación de entrar en el albergue que estaba a 50 metros de ahí. Cuando llegamos no lo podíamos creer, solo faltaba un día para terminar este pequeño viaje. El albergue de Pedrouzo era el peor, no había agua caliente y estaba sucio, pero debido al cansancio nos daba exactamente igual. Debo admitir que fue graciosa la escena de una gallega y una risa, hablando inglés las dos, mientras decíamos groserías porque el agua de la ducha estaba fría y buscábamos valor para ponernos debajo.
En ese albergue había mucha gente, se notaba que era municipal y solo faltaban 20 km para llegar a Santiago. Ayudamos a un inglés que necesitaba un traductor, quería saber si había taquillas con llave y charlamos un rato con él. Otra cosa llamativa que me pasó es que vi a un tipo colgando la ropa, llevaba puesta una camiseta reivindicativa a favor del pueblo Mapuche. Tenía que ser chileno, entonces le hablé y me dijo que era de Temuco pero vivía en Alemania desde hacía diez años. Me gustó poder decir que había pasado un gran año en su país de origen, además de gustarme su polera como dicen ellos.
Mis pies solo sufrirían otro día más.
Estábamos a las puertas de Santiago, solo nos separaban 19 míseros kilómetros. Belén me despertó, yo estaba en durmiendo como una piedra y pensaba que sólo había dormido un par de horas. De pronto vimos la hora el el móvil y soltamos una sonada carcajada, eran las cinco de la mañana y la gente empezaba a levantarse. Ni de broma íbamos a salir a esa hora, dormimos hasta las 8:30 y salimos a las nueve cuando todos se habían ido. No teníamos prisa por llegar, estudiamos allí en el instituto así que conocemos perfectamente la ciudad.
Desayunamos por primera vez en una cafetería, necesitábamos un café bien caliente y no le hicimos ascos a la bollería y sus mil calorías. Volvimos a pasar algunas aldeas, pusimos más sellos y conocimos a unos argentinos de Buenos Aires, caminamos por tramos de monte y algunos edificios que anunciaban nuestra cercanía a Santiago como la Televisión de Galicia. Descansamos unos minutos y miramos a través del GPS del móvil cuántos kilómetros faltaban exactamente.
Cuando vi San Lázaro a lo lejos (La entrada a Santiago) le hice una apuesta a Belén, le dije que bajaría corriendo y eso hice. Casi muero pero tenía que ganar la apuesta. Me senté en la entrada de una casa y esperé por Belén, mientras me eché talco en los pies y puse mis chanclas. Ella hizo lo mismo y fue un gran places librarse de las zapatillas.
Por fin llegamos a la catedral, siguiendo las flechas y sin atajos que conocíamos. Fuimos honradas. Pensábamos que necesitábamos entrar en la catedral y poner el sello final, dimos una vuelta entera para encontrar la puerta de acceso no la de salida. Teníamos que pagar tres euros porque no se podía entrar con las mochilas, esa norma es actual porque toda la vida se pudo. Llamé a mis padres, que habían ido a buscarnos en coche, y aguantaron de nuestras mochilas. Resulta que para nada, porque preguntamos y se iba directamente a la oficina del peregrino. No nos interesaba el apóstol, con todo el respeto del mundo, así que salimos rápidamente.
Nos atendió una amiga nuestra en la Oficina del Peregrino, después de una gran cola y nos dieron unos diplomas conforme habíamos hecho el camino. Antes tuve que escribir mis datos y concreté que lo había hecho por motivos deportivos y no religiosos, entonces me dieron un diploma diferente escrito en latín que no tengo ni idea de qué pone.
Así terminamos nuestro pequeño viaje, una aventura que llevé a cabo con una gran amiga a la que le tengo mucho aprecio. 115 km que acabaron sin lesiones y nada que lamentar, solo muchas anécdotas y haber conocido a personas de otros países tan lejanos como Japón. Hace años (Tenía 19 recién cumplidos) hice un trozo del Camino de Santiago, la ruta del norte que comienza en Irún (País Vasco), con el que era mi novio de entonces. Me encantó conocer esa parte de España que desconocía. Pronto me atreveré con otra ruta.
Espero que os haya gustado esta parte de mi querida tierra, tal y como diría mi apreciado Lorca: ´´Verde que te quiero quiero verde´´. Continuaré escribiendo y mostrando lugares de Galicia, nos vemos pronto.