http://www.parkinsonblanes.org/escritos-acap-blanes/CAMINO%20DE%20SANTIAGO%201.doc
Para realizar una marcha de una forma racionalizada, en verano, es muy importante acostarse temprano y al día siguiente madrugar- según mi opinión la hora ideal de comenzar a caminar son a lo más tardar las seis de la mañana. Así aprovecharemos la frescura del amanecer para recorrer la mayor parte de la etapa de cada día.
Cuando os dirijáis a la asociación de los Amigos de Camino de Santiago, no os olvidéis comprar un listín con la situación de los albergues. Cada año abren nuevos edificios y también cierran alguno, por eso prefiero no aventurarme a aconsejaros.
Lo bonito de esta andadura es hacer el recorrido completo, así se puede comparar; la exuberante abundancia de los frondosos bosques pirinaicos con la sobriedad de la sierra de los Ancares, o la voluptuosa sinuosidad de los Montes de Oca o lo abigarrado de los montes gallegos.
Por otro lado atravesaremos los maravillosos paramos Castellanos de una belleza tan real que en alguna ocasión parecerá que lo que estamos contemplando es una pintura en cualquier museo y que nosotros formamos parte del conjunto pictórico.
Por otro lado el hacer el Camino significa realizar un recorrido por la excelente gastronomía Española, disfrutando de muchas de sus variantes, así como degustar los deliciosos vinos de las numerosas e importantes Denominaciones de Origen por las que atravesaremos.
Otra de las facetas a disfrutar es la arquitectura, las diferencias en las construcciones, que nos permitirán el hacernos una idea de las culturas que en su día ocuparon estos territorios.
Y por último y creo que es la faceta más importante si excluimos la parte religiosa con el fin de no herir susceptibilidades. Es la parte humana.
En el Camino de Santiago vamos a tener la oportunidad de conocer a una extensa variedad de la raza humana. Que en muy raras ocasiones nos va mostrar esos defectos cotidianos que tanto envilecen nuestra sociedad.
Según el neurologo que se hizo cargo de controlor el proceso del mal que me afectaba. Padecía un hemiparkinson que afectaba al sector izquierdo de mi cuerpo.
Desde ese momento, no he dejado de batallar contra la enfermedad y las limitaciones que me imponen su padecimiento y parte de esa sociedad que tan sólo ve en nosotros inválidos incapaces de realizar el trabajo más nimio.
Este libro va dedicado a todas esas personas que, padeciendo enfermedades físicas o por el simple hecho de acomplejarse ante las adversidades, son incapaces de disfrutar de muchas de las cosas bonitas que nos ofrece esta vida.
Mi mayor gratitud para todas esas personas que con su aliento o con su ayuda han hecho posible que yo terminara El Camino de Santiago.
"Al que inicia una empresa por descabellada que esta sea y más tarde tiene que abandonarla, siempre le quedará la satisfacción de haberlo intentado.
Aquel que está convencido de lo poco probable que es culminar la misma empresa y por ello no prueba a comenzar, dentro de su persona mantendrá para siempre la duda de si podría haberlo conseguido."
Para mi esposa e hijos por su
comprensión y cariño.
La experiencia ha merecido la pena, aunque pienso que, sin tantas incongruencias como he llevado a cabo, el resultado podría haber sido maravilloso
En un principio, pensé enumerar primero los errores que había cometido y que pusieron en serio peligro la finalización con éxito de mí propósito. Pero ahora, que puesto manos a la obra, comienzo a escribir lo vivido en estos treinta días, he cambiado de opinión; los errores irán apareciendo según vaya relatando los acontecimientos y los momentos en los que fui consciente de haberlos cometido.
Mi intención era escribir un libro contando mis experiencias en esta aventura y con ello animar a otros que, como yo, padecen la enfermedad de Parkinson, para que se sientan emprendedores y se enfrenten a los muchos obstáculos que van apareciendo en nuestro camino, que a veces nos parecen insalvables, y que tan sólo con voluntad y coraje es posible superarlos.
Después, una vez que fui, conociendo y sufriendo las duras experiencias que me deparaban el transcurrir de los días y de los kilómetros, algo fue cambiando en mi primigenia idea, tomando otra forma parecida, pero más amplia: no sólo debía animar a enfermos parkinsonianos, sino que también lo intentaría con todas las personas que sufren minusvalías físicas o psíquicas; y las que no las sufren, pero es tan poca la seguridad que tienen en sí mismas, que no se arriesgan a empezar algo con lo que sueñan, por miedo al fracaso.
1º error
Mi primer error: la prepotencia.
Fragüé el proyecto con la intención de realizar la aventura en solitario. Cuando comenté con Rosa, mi mujer, el proyecto en el que estaba imbuido, me afeó mi comportamiento: yo la había excluido sin consultarle su opinión y ella quería acompañarme.
Lo cierto es que si yo no conté con ella en un principio, fue porque consideraba que no estaba bien preparada para recorrer los setecientos kilómetros largos, y podría haber sido un obstáculo para tener éxito en mi propósito.
Unos días más tarde, comentando con mi hermano José Miguel mis intenciones, pareció interesarse y, cuando comenzó a entrenarse con asiduidad andando durante varias horas todos los días, comprendí que para él el proyecto iba en serio y que también se unía en la esforzada aventura.
Pero con la incorporación de José Miguel se nos presentaba una dificultad que añadir: el tiempo. Él, tan solo disponía de vacaciones hasta el día 18 de julio, por lo tanto esa era la fecha límite para llegar a Santiago de Compostela.
Según nuestros cálculos tendríamos que realizar treinta y cinco kilómetros de media diaria; en un principio y, debido a nuestro desconocimiento de lo que es la dureza del recorrido, nos parecía algo completamente factible.
2º error
Creo que el más grave de todos los que voy a enumerar.
Antes de iniciar la larga caminata lo más lógico hubiera sido pedir consejo al neurólogo, para que él me asesorara en la dosificación del esfuerzo a realizar.
Como se verá más adelante en el relato iba a pagar muy caro el no haber tenido esta precaución.
3º error
Acudimos a la asociación de Amigos del Camino de Santiago de Madrid para que nos proveyeran de la acreditación de peregrinos y allí nos ofrecieron una charla informativa con una serie de consejos que más tarde podríamos necesitar.
Existe un refrán castellano que dice "Nadie escarmienta en cabeza ajena".
Los consejos recibidos no los consideramos muy importantes; nuestra ignorancia nos hizo pensar que estábamos muy bien preparados y que toda la charla podría ser bien aprovechada por otras personas, pero con nosotros estaba de más.
Los principales consejos que nos dieron: llevar la menor carga posible; andar pocos kilómetros, sobre todo en las primeras etapas; no llevar prisa para poder disfrutar de las múltiples satisfacciones que El Camino nos podía deparar.
En esta charla también fuimos advertidos sobre el principal enemigo con el que nos íbamos a encontrar en la larga andadura, y que en numerosas ocasiones nos tentaría con el recuerdo de la comodidad de nuestros hogares y la inutilidad de tanto esfuerzo. Este enemigo no sería otro que el abatimiento que aparecería aprovechándose de la soledad de nuestros propios pensamientos y de la fatiga física del cuerpo desmoralizándonos y resultando vencedor en muchas ocasiones. Si a esto le añadimos las secuelas de la enfermedad de Parkinson, por mi parte, la derrota en el intento de realizar todo el recorrido está garantizada. A pesar de ello estaba tan empecinado en la aventura, que tampoco consideré necesario recapacitar, sobre los problemas a los que me iba a enfrentar en los proximos días.
8 de la mañana.
Después de una jornada de trabajo de veinticuatro horas en el puesto que desempeño en el servicio de urgencias del INSALUD en Madrid, y habiendo descansado apenas un par de horas durante la noche, al salir de trabajar me dirijo a mi domicilio
Una ducha y estoy listo para iniciar el viaje. Preparo mi mochila (la de Rosa ya está lista), empaqueto los bordones con punta metálica que yo mismo he elaborado y espero, durante unos minutos, la llegada de Javier y Angeles, un matrimonio amigo que en su vehículo me trasladarán hasta la estación de autobuses de la empresa Continental, en la calle Alenza de Madrid. En ella nos reuniremos con Rosa y con mis hijos, Susana y Angel Luis, ellos han tenido el examen para unas oposiciones.
4 Antes recogemos a José Miguel, que desde Fuenlabrada (pueblo cercano a Madrid) se ha desplazado hasta la estación de metro de Aluche que está cerca de mi domicilio.
La estación de la empresa Continental es un hervidero de actividad, El autobús que nos conducirá a Pamplona, sale de dicha estación a las catorce horas y tiene prevista su llegada a la capital navarra a las diecinueve horas. En una de las paradas, que realiza durante el trayecto, reponemos fuerzas, comiendonos unos bocadillos de tortilla de patata y unos cafes. La tensión que me invade, impide que pueda dormir ni un solo minuto. El autobús realiza la llegada a Pamplona con una escrupulosa exactitud.
19,00 horas.
Primer inconveniente que nos acontece: los domingos no hay servicio de autobús para trasladarnos hasta Roncesvalles. Aunque ya estábamos informados del inconveniente con el que nos encontraríamos, no por eso deja de fastidiarnos.
Preguntamos el precio de lo que nos costará hacer el recorrido en uno de los taxis que esperan en la estación y tras aceptar la tarifa de siete mil quinientas pesetas que nos pide el taxista iniciamos el recorrido hasta el mítico pueblecito pirenaico.
Reflexión:
Aquí viene a cuento una de las reflexiones que me he venido haciendo en varias ocasiones durante estos treinta días.
¿Cómo es posible que ningún sesudo pensante de las numerosas administraciones que pululan por esta España haya previsto la forma de trasladar a los muchos peregrinos que se desplazan hasta Pamplona en domingo y que al llegar allí se encuentran con que tan sólo le quedan dos opciones: o pagarse una pensión, o pagar lo que le pida el taxista de turno?
En nuestro caso nos decidimos por la segunda opción y la verdad es que el conductor del vehículo nos trató con simpatía y amabilidad. No nos pareció tan bueno el trato, cuando días después, confrontamos el precio abonado con otros caminantes que se habían encontrado en la misma situación y comprobamos que lo pagado por nosotros superaba en más de dos mil pesetas lo pagado por nuestros compañeros de camino.
Me había propuesto no escribir sobre los aspectos negativos que nos hemos ido encontrando en nuestro recorrido, pero también en eso he cambiado de opinión pues pienso que un buen "tirón de orejas" no le viene muy mal a muchos de esos que se sientan en los despachos y se llevan excelentes sueldos por no realizar la función por la que cobran..Al mismo tiempo servirá también para prevenir a muchos de los que deseen iniciar el Camino de Santiago, pudiendo así cambiar el inicio del recorrido.
La magnificencia de los Pirineos nos recibe con una leve llovizna que realza más, si eso es posible, la exuberante belleza natural de este histórico rincón de Navarra.
Si a esto le unimos el estado eufórico de nuestros espíritus, este momento es uno de los muchos felices con que nos va a satisfacer la aventura cultural-religiosa- de la cual estamos viviendo los primeros instantes.
En el albergue de peregrinos hay camas, pero la larga jornada de trabajo del día anterior por mí realizada y el cansancio del viaje nos animan a tomar una habitación en una de las hospederías que tiene el bello pueblo. El precio no nos parece excesivo. Después de darnos una ducha paseamos unos minutos por las cercanías visitando el albergue. El hospitalero, pone en nuestra credencial de peregrino el segundo sello; el primero ya nos lo habían puesto en Madrid.
Ya en este primer paseo por los alrededores de Roncesvalles recibimos el primer aviso de que el plan de marcha que nos hemos propuesto es una autentica locura: Tres peregrinos italianos nos saludan desde el interior de sus chubasqueros empapados, en esos momentos cae una fina lluvia que después de soportarla durante horas termina empapando también el cuerpo, finalizan aquí en esos momentos el recorrido del día, en sus caras se refleja el cansancio. Les pregunto cuántos kilómetros han hecho en este día y la respuesta me sorprende: han salido a las ocho de la mañana, son las ocho de la tarde y tan sólo han recorrido veinticinco kilómetros.
Estamos tan convencidos de nuestra buena preparación que no somos capaces de vislumbrar la dureza de lo que nos espera.
A la hora de la cena, el ambiente en el comedor del hostal resulta acogedor. La forma cariñosa con la que nos trata la camarera, resulta prometedor. Incluso en uno de los momentos de dialogo, le comento que colecciono refranes y ella me proporciona uno que al parecer utiliza su abuela y que tiene mucho que ver, con el motivo por el que estamos allí.
"Comer bien andan pies, y no buenas zapatillas"
Antes de acostarnos, intentamos corregir un problema que tiene mi mochila: es de estructura rígida y las varillas metálicas me presionan excesivamente en la espalda. Las forramos con la goma-espuma que envolvía los bordones, espero que esto sea suficiente.
Son las cinco y media de la mañana cuando nos tiramos de la cama, ahora sí que ha llegado la hora del inicio de la andadura, el estado de excitación en el que nos encontramos pone alas en nuestros movimientos y en pocos minutos estamos preparados para comenzar la marcha.
No somos los únicos en haber madrugado, en las cercanías del hostal, una pareja de jovenes parecen esperar a alguien.
Para inmortalizar el momento de la partida le pedimos a la muchacha que nos fotografíe, e iniciamos "El Camino de Santiago".
Se me ocurre que podría intentar reducir la cantidad de medicación que tomo diariamente, pero a los pocos kilómetros recorridos desecho la descabellada idea.
Nada más abandonar el pueblo tomamos contacto visual con unas flechas pintadas en color amarillo; se encuentran en los lugares más dispares: postes de cercados, árboles, piedras, señales de carretera, en el asfalto, paredes; estas señales serán el rastro que deberemos seguir hasta la mismísima catedral de Santiago.
La marcha transcurre con completa normalidad atravesando bellos paisajes que nos invitan a detenernos y tumbarnos en la verde hierba imitando a las lustrosas vacas que nos miran con ojos indiferentes, pero el largo recorrido que nos hemos propuesto realizar en más de una ocasión nos impide hacerlo.
El hemiparkinson que padezco limita bastante la velocidad de mis pasos sobre todo en los momentos de bloqueo, cuando la parte izquierda de mi cuerpo debe ser arrastrada por la parte derecha, el esfuerzo a realizar me agota y tengo que hacer paradas de descanso con más frecuencia. No tardo en darme cuenta que el largo camino va a ser más costoso de realizar de lo que en un principio había calculado.
El primer pueblo por el que pasamos es Burguete, está en fiestas y un grupo de jóvenes trasnochadores que aun celebran la fiesta nos grita -¡Gallegos!-, no sé si con buena o mala intención; de cualquier manera, a pesar de no ser de dicha región, me sentiría orgulloso si lo fuera y me precio de contar entre mis mejores amigos con personas nacidas en Galicia.
La noche anterior, la camarera que nos sirvió la cena en el restaurante ya nos advirtió de que no sería hasta el pueblo de Espinal donde encontraríamos un bar abierto y podríamos tomar un café.
Efectivamente hay un bar abierto, no es demasiado lujoso, pero eso en realidad no lo necesitamos.
Cualquiera que esté acostumbrado a desayunar en Madrid, se va a encontrar con una característica que casi le va a acompañar durante todo el camino y que probablemente no le va a sentar nada bien. Por tres cafés con leche y cuatro magdalenas (que el señor saca de una bolsa de plástico) nos cobra ochocientas pesetas. Nos parece un auténtico robo, pero no nos queda otro remedio que pagar lo que nos piden.
De rato en rato, nos vamos encontrando con grupos de peregrinos, con los que intercambiamos saludos. A juzgar por la forma de estos saludos, la moral es excelente.
La camarera del hostal de Roncesvalles, también nos advirtió sobre la conveniencia de comprar bocadillos en Viscarret, y seguimos al pie de la letra sus consejos. En un pequeño bar, repleto de público, y en el que a juzgar por gestos y comentarios de algunas de las personas que están allí, no somos bien recibidos, comemos unos bocadillos, que nos saben a gloria, sin hacer caso del rechazo del que somos objeto.
Reiniciamos la marcha con renovadas fuerzas y tomamos contacto con el primer gran obstaculo del camino: el alto de Errox, aunque nuestras fuerzas están prácticamente íntegras y no supone demasiado esfuerzo.
Al terminar el ascenso realizamos una parada descansando sobre la fresca hierba y comemos unos pocos frutos secos.
Si la subida al puerto no nos parece demasiado dura, en algunos tramos incluso voy cantando a voz en grito, la bajada nos parece verdaderamente infernal: una serie de lajas de piedra verticales convierten este tramo del camino en una verdadera trampa para cualquiera, esté o no acostumbrado a andar.
Llegamos a Zubiri.
4º error
Una de las cosas en la que más se insistió en los consejos que nos dieron en Madrid es que las primeras etapas, sobre todo, fueran cortas y que el camino hay que hacerlo sin prisas.
Nosotros, haciendo caso omiso del consejo, compramos embutidos, pan, fruta, refrescos y algo de dulce, efectuamos una breve parada en la orilla del río Arga, que atraviesa el pueblo, para comernos las viandas.
Mientras ingerimos los alimentos mantenemos los pies sumergidos en las frías aguas del rio, contemplando, el paisaje.
Nos han adelantado unos cuantos peregrinos, se nota que para la mayoría es su primera etapa. Caminan con entusiasmo, alegres y su paso es rapido.
A la entrada de Zubiri y justo cuando cruzámos el puente que hay en la entrada, nos encontramos con una pareja a la que acompaña un chico de unos trece años. Tras saludarnos afectuosamente, ellos continúan la marcha, quieren llegar al albergue de La Trinidad de Arre. Esa es también la meta de la jornada que nosotros nos hemos propuesto.
Por la tarde, el esfuerzo, el calor, el exceso de carga en nuestras mochilas y la demasía de kilómetros andados, comienzan a pasar la factura.
5º error
El peso de las mochilas. No hemos hecho caso y llevamos demasiadas cosas, incluso una tienda de campaña que es bastante ligera (tan sólo pesa cuatro kilos y medio) y la llevamos repartida entre mi hermano y yo, pero si a esto le sumamos una botella llena de agua y algunas prendas de ropa que llevamos de más, el botiquín que, por necesidades de mi enfermedad, no es liviano, planos, guías, etc, etc... la carga es excesiva.
Uno de los consejos que nos dieron es que no lleváramos cantimplora, según ellos se podían comprar botellas de agua en cualquier sitio. Hicimos caso pero por poco tiempo, pues enseguida nos dimos cuenta que había muchos tramos en el recorrido en los que resultaba francamente difícil encontrar un poco de agua potable.
A Rosa le ha empezado a brotar en las piernas una alergia que es habitual en ella cuando le da el sol con exceso. En otras ocasiones ha tomado un medicamento que en pocas horas le alivia de las molestias de la mencionada alergia pero que, a cambio, le produce una somnolencia que le impide realizar una actividad normal. Previendo este evento, traemos otro medicamento que evita el sopor y al parecer es tan eficaz como el anterior.
Los últimos kilómetros son un verdadero calvario para ella y para nosotros que nos vemos impotentes de aliviar las molestias e incluso la fiebre que padece.
Ya no tenemos ni las fuerzas ni el humor que nos acompañaba por la mañana, tan sólo miramos hacia delante con la esperanza de ver el monasterio que el libro guía que llevamos nos anuncia.
Nos encontramos con un área de descanso en lo que creemos son las cercanías de Pamplona y allí dejamos sentada a Rosa. Nuestra intención es llegar hasta el albergue y volver a buscarla, cargando nosotros con su mochila.
Estamos totalmente equivocados: desde el punto en el que la hemos dejado hasta el albergue aun nos queda más de hora y media de andar a buen paso. Cuando al fin llegamos al monasterio, el cansancio y la preocupación por nuestra compañera nos impiden disfrutar de la belleza del edificio.
Aquí en La Trinidad de Arre es donde tengo el primer contacto con el magnifico corazón que alberga en esas abnegadas personas que son los HOSPITALEROS DEL CAMINO DE SANTIAGO, y me voy a permitir siempre que los mencione el escribirlo con mayúsculas: es el pequeño homenaje que les dedico a los que he conocido y a los que no.
No hizo falta comentarle nada más. Más tarde se niega a aceptar al menos el pago de la gasolina consumida. Con su vehículo vamos en busca de Rosa, que ya desespera preocupada por nuestra tardanza.
El refugio nos parece pequeño (más adelante sabremos apreciar la amplitud del refugio de peregrinos en la Trinidad de Arre), pequeño pero muy limpio. Las camas son de literas, el modo inquieto de mi forma de dormir hace que desde el primer momento, siempre que las camas sean de este tipo, Rosa duerma en la cama superior.
Una ducha y cambiarnos de ropa nos convierten en unas nuevas personas a las que el largo recorrido efectuado durante el día parece no haber hecho mella en su organismo.
Me admira la fuerza física de Rosa. A pesar de la virulencia con que la alergia le ha afectado, aún es capaz de ducharse, lavar y tender la ropa sucia del día, antes de que yo termine de asearme. Sobre la rapidez a la hora de ducharme, tengo que decir en mi descargo que tengo verdaderos problemas para mantener el equilibrio: con una pierna en el aire, sobre las sandalias de goma que por precaución e higiene utilizo a la hora de ducharme.
Aconsejados por el HOSPITALERO cenamos en el local del Circulo Católico de Villaba. Nos tratan con verdadera cordialidad y respeto, y a la hora de pagar el precio nos parece dentro de lo barato.
En el albergue volvemos a coincidir con algunos de los peregrinos que nos adelantaron durante la jornada, entre ellos la pareja y el muchacho que nos cruzamos en el puente de Zubiri. En los pies de algunos ya han aparecido las primeras ampollas. Escuchamos como algunos piensan ya en volver a sus domicilios. Son los primeros derrotados por la dureza del recorrido. Nosotros, los tres, de momento estamos libres de las molestas inquilinas. Y a mi, el Parkinson no me ha tratado con excesiva dureza, por lo que mi moral es plena.
La hora de acostarse en los albergues resulta muy temprana para nuestras costumbres, pero el haber madrugado y el cansancio acumulado durante el día nos permiten conciliar el sueño fácilmente.
En esta etapa hemos caminado algo más de cuarenta y cinco kilómetros. En días posteriores, el cansancio acumulado por este sobreesfuerzo nos pasara la factura.
La dura jornada del día anterior, no ha terminado aún con la energía que nos animaba antes de empezar. No necesitamos utilizar el reloj despertador de pulsera que llevo: antes de amanecer, la mayor parte de los que allí hemos pernoctado nos empezamos a tirar de la cama, como si una fuerza muda e invisible nos obligara a hacerlo.
De nuevo estamos en marcha. Vamos recorriendo una interminable calle que atraviesa varios pueblos, entre ellos Villaba, cuna de ese gran ciclista que es Indurain, Pronto, comenzamos a atravesar las murallas de Pamplona, en sus calles desiertas ya hay huellas de los preparativos de las fiestas que se avecinan.
De vez en cuando somos adelantados por algún peregrino de andares más rápidos.
Es curioso que algo tan simple como el saludo haya sido completamente normal durante los setecientos kilómetros largos que hemos recorrido. Saludamos a todo los viandantes con los que nos cruzamos, y son numerosos los conductores que desde sus vehículos nos han animado con sus gritos de aliento y los toques de claxon.
Por fin encontramos una cafetería abierta y realizamos una corta parada para tomar un café con un bollo. Es muy importante reponer fuerzas.
Dejamos atrás Pamplona y en nuestro horizonte se divisa el obstáculo geográfico de lo que suponemos es la Sierra del Perdón, gran parte del perfil de dicha sierra se encuentra jalonado por modernos molinos de viento para la producción de energía eléctrica.
Antes de iniciar el inevitable ascenso somos alcanzados por la pareja y el muchacho con los que pernoctamos en el albergue.
A pesar de que su paso es más ligero que el nuestro, se mantienen a nuestro ritmo y comienza una cariñosa relación que se conservará durante varias etapas.
Viven en un pueblo de Cataluña y han iniciado el camino el mismo día que nosotros, ellos también se encuentran apretados de tiempo y su idea es realizar etapas muy largas para poder llegar a Santiago el día veinte de julio como muy tarde.
Se trata de un matrimonio y su hijo; ella se llama Tere y padre e hijo, Gerardo.
Gerardo padre y José, mi hermano, se adelantan al grupo, Tere y Rosa mantienen el paso unos metros más atrás, mientras que el muchacho y yo nos vamos quedando rezagados. Siempre se me ha dado bien conseguir la atención de los niños y en esta ocasión no es diferente, vamos hablando sobre temas que al chico le gustan. Ambos caminamos distraídos y no nos da tiempo para preocuparnos de la dureza del recorrido al que nos aproximamos.
Pasamos Cizur Menor, Guendulain y Astroin, en este último efectuamos una parada. Llevamos ascendidos bastantes metros, conviene descansar algo y reponer fuerzas, por lo tanto nos tumbamos sobre la hierba a la sombra de la iglesia del pequeño pueblo.
A Tere le han salido en los pies las temidas ampollas, a pesar de ello descansan unos minutos y continúan la marcha.
Nos proveemos de agua y un poco después iniciamos el duro ascenso. Son las once de la mañana, el sol comienza a fustigarnos con su calor. El zumbido de las aspas de los molinos cada vez es más intenso, es señal de que nos estamos acercando a la parte alta de la sierra, pero lo cierto es que esta aproximación es más lenta de lo que deseamos.
Al fin hemos coronado la Sierra del Perdón, un grupo de holandeses nos recibe con sonrisas y nos ofrece agua fresca y unos trozos de queso. Esperamos unos minutos a Rosa que se ha quedado rezagada en la ascensión, aún padece los efectos de la alergia que le brotó el día anterior, incluso es posible que tenga algo de fiebre.
La persona, que por sus ideas religiosas, crea que haciendo el Camino de Santiago le pueden ser perdonados sus pecados, es muy posible que, después de subir y bajar esta sierra, considere que ya le ha sido perdonado todo lo malo que haya hecho con anterioridad, quizás de ahí le venga el nombre de Sierra del Perdón.
La subida ha sido dura y la bajada es infernal, el camino se encuentra cubierto de piedras del tipo "canto rodado" de un tamaño medio, y esto, unido al fuerte descenso en línea recta, hace que haya que caminar asentando muy bien las piernas y valernos de nuestros bordones apoyándonos fuertemente en ellos. Son varios los peregrinos que hemos conocido, que en etapas posteriores aún se resentían de los daños sufridos en las piernas por culpa de esta bajada.
Hemos pagado muy caro nuestro desconocimiento del recorrido: ahora sabemos que esta etapa deberíamos haberla comenzado en Zizur Minor, así este duro obstáculo lo habríamos salvado con menos temperatura al ser más temprano, pero ya no tiene solución y hay que continuar.
Por si nuestras fatigas eran pocas Rosa ha comenzado a menstruar.
Todavía no se ha recuperado de la alergia y comienzo a temer que ella no pueda continuar y tenga que regresar a Madrid
Un nuevo pueblo se cruza en nuestro camino, Legarde, una solitaria maquina de bebidas nos invita a refrescarnos, cosa que hacemos sin pensarlo dos veces, buscamos una sombra en la que protegernos de los rigores del mediodía y mientras ingerimos el frío líquido con deleite comentamos la dureza de lo andado hasta ese momento.
La soledad de las calles se ve interrumpida por algún vehículo que de vez en cuando circula por la carretera que cruza por el centro del pueblo.
Dos miembros de la policía foral nos miran desde su rojo vehículo, ¿indiferencia, curiosidad?. Sus miradas son una incógnita para mí.
Continuamos nuestro camino. Al salir del pueblo nos encontramos con el matrimonio catalán y su hijo, de nuevo se unen a nosotros en la marcha.
El cansancio se va adueñando de todos.
Llegamos a Obanos, lo poco que vemos de este pueblo nos gusta, pero nuestro empecinamiento por hacer más kilómetros, nos impide demorarnos y disfrutar del resto de la jornada paseando por sus calles.
Agotados por la larga y pesada marcha y por las altas temperaturas que hemos venido sufriendo desde que el sol ascendió a lo alto del cielo, por fin entramos en Puente la Reina. En este pueblo se unen el Camino Francés y el Camino Aragonés.
Son las tres de la tarde. En sus calles se observa un intenso bullicio, el albergue está completo. Un muchacho, que es el encargado de sellar nuestras credenciales, nos informa de que aproximadamente a un kilómetro de donde nos encontramos, están las escuelas, que en su frontón podremos pasar la noche.
La entrada del recinto la ocupan varios autocares y caravanas, están rodando una película sobre el Camino de Santiago.
La mitad del frontón esta ocupada por las mesas, donde ha comido el personal que trabaja en el rodaje.
Nos instalamos por nuestra cuenta en la parte que está libre. Allí no hay nadie que nos informe de nada.
Por otros peregrinos quedamos informados de donde podemos ducharnos. Después de hacerlo y mientras curo las ampollas que han aparecido en los pies de José y de Rosa, vemos como cuatro muchachos franceses que acaban de llegar, y con ese desparpajo propio de la juventud, se han acercado a las mesas de comida y preguntado al personal encargado de servirlas si pueden coger los alimentos que han sobrado. La respuesta es afirmativa y nuevos comensales se unen a la vanguardia gala.
Nosotros, una vez que las ampollas han sido vaciadas y vueltas a llenar con Betadine (a Tere también le he curado los pies), y la ropa sucia ha quedado lavada y extendida sobre la hierba del campo de deportes de las escuelas, los dos matrimonios y José nos encaminamos hacia el centro del pueblo con la intención de comer.
Gerardo hijo se queda tumbado sobre su esterilla de aislante, las dos etapas andadas han sido muy duras y el cansancio puede más que las ganas de comer.
Rosa ha hecho un intento de quedarse pero yo la he obligado a acompañarnos.
Hay numerosos restaurantes, escogemos uno de ellos.
La comida es buena pero, como vamos a comprobar durante casi todo el camino, no va en consonancia la publicidad de engañosa economía del tan cacareado; "Menú del Peregrino", con la realidad.
Una vez que hemos comido, buscamos una farmacia, pues Tere tiene que comprar algunos productos para curarse los pies en días sucesivos.
Al muchacho le hemos traído un gran bocadillo de tortilla. Nos entretenemos en tertulia con otros peregrinos, un poco más tarde nos comemos algo de fruta que Rosa ha comprado en el pueblo y unos yogures.
Aquí las normas las pone cada cual según su educación y, a pesar de que hay grupos que no respetan el silencio debido, de que el aislante apenas mitiga la dureza del duro suelo de cemento y que el frontón no es un edificio cerrado y uno de sus laterales es diáfano (al menos estamos protegidos en caso de lluvia), el cansancio pronto nos hace pasar a la inconsciencia del reparador sueño.
Hoy mis fuerzas se han visto mermadas y ya no estoy tan seguro de poder concluircon éxito el recorrido.
Reflexión:
Sé que, como peregrino, el cobijo que nos han ofrecido en Puente la Reina es mucho más de lo que en algunas ocasiones se ofrecía a los primeros caminantes que acudían a visitar la tumba del apóstol. Además, sé que nadie está obligado a nada y que, si yo me encuentro con problemas a la hora de encontrar aposento, es porque así lo he querido y que nadie me ha obligado a venir hasta aquí.
Pero hay algo por lo que no quiero permanecer en silencio, y es que haya personajes que aparezcan en los medios de comunicación alabando las medidas tomadas para acoger sin problemas la gran cantidad de personas que caminarán hasta Santiago durante este año.
Da la sensación de que en esta localidad se ha prestado más atención al rodaje de la película y la popularidad de alguno de los actores que a los verdaderos protagonistas de la celebración Jacobea: los peregrinos.
Desde mucho antes de amanecer ya se escucha a los más madrugadores que se afanan por preparar la marcha intentando no hacer demasiado ruido. Nosotros hemos puesto el despertador a las cinco de la madrugada pero no ha sido necesario, antes de esa hora ya estamos también preparando la mochila.
6º error
Para evitar lo que creo que es un recalentamiento de la planta de los pies me he puesto dos pares de calcetines.
Partimos juntos, con nuestros compañeros del día anterior, al pasar por el puente de los peregrinos nos hacemos una fotografía.
Quizá es en ese momento cuando por primera vez se enciende una luz dentro de mi cabeza, advirtiéndome que la forma en la que estamos marchando no es la adecuada. Probablemente sea porque desde hace mucho tiempo, cuando he escuchado hablar del Camino de Santiago he mitificado ese puente y, precisamente ahora que estoy cerca de él, apenas he tenido tiempo de disfrutar contemplándolo.
A pesar de lo temprano que es, son numerosos los peregrinos que caminamos con paso decidido, los fuertes calores del día anterior nos han animado a madrugar y realizar unos cuantos kilómetros con la fresca del amanecer; en muchas ocasiones tenemos que utilizar las linternas para localizar las flechas amarillas y no equivocarnos de camino.
Me parece increíble la fuerza de voluntad que puede impulsar al ser humano cuando éste está decidido a conseguir algo.
Una mujer de aproximadamente sesenta y cinco años y unos cien kilos de peso camina lentamente pero sin pausa delante de nosotros. La dejamos atrás, pero más tarde comprobaremos que no es mucha la diferencia de kilómetros que a lo largo de las horas somos capaces de aventajarle.
Pasamos por Cirauqui, un bello pueblo que el camino atraviesa por el centro después de subir por empinadas calles.
Hay una tienda abierta y algunos peregrinos se detienen para conseguir embutidos y pan con lo que preparar algún bocadillo.
Nosotros continuamos, José y Rosa tienen por costumbre tomar café en el desayuno y mientras no encontremos un bar donde tomarlo no pararemos.
Llegamos a Lorca y por fin encontramos un bar abierto. Además de los cafés, comemos unos bocadillos. Nuestros compañeros catalanes han sido de los que se han preparado bocadillos y hace rato que pararon para comerlos. Nuestra parada ha sido larga, a buen seguro que cuando salimos del bar ya nos han rebasado.
Reiniciamos la marcha y pronto les volvemos a alcanzar; Tere lleva los pies muy mal y no pueden caminar muy deprisa.
Seguimos caminando juntos, pero al entrar en el siguiente pueblo, Villatuerta, deciden hacer un alto más prolongado para ver si pueden recuperarse.
El camino discurre a la orilla de enormes parcelas en las que se cultivan esparragos. No estamos acostumbrados a semejantes explotaciones y de vez en cuando nos detenemos arrobados, por lo que para nosotros es nuevo.
Cruzamos Estella, otro pueblo que merece la pena ver y disfrutar con tranquilidad, pero nosotros no estamos por ello y pronto lo dejamos atrás.
En esta ocasión, no habriamos podido quedarnos, el albergue esta completo.
El camino se bifurca. Preguntamos a un chico del pueblo y nos indica cual es el más corto, nos encaminamos por él. Contemplamos de lejos el monasterio de Irache y las bodegas del mismo nombre. Nos han contado que en estas bodegas, existe una fuente de la que en vez de manar agua, es vino lo que sale. Me hubiera gustado comprobar si es verdad.
Como sucederá en los proximos días, se iran acumulando lugares y cosas que me hubiera gustado hacer y debido a la suma de los errores que se van sucediendo no podremos llevarlos a cabo.
Paramos a tomar unas bebidas frías y a descansar en un restaurante de carretera.
Consideramos que es aun temprano para comer y que podemos seguir caminando antes de reponer fuerzas.
Volvemos a la andadura. A lo lejos divisamos el pueblo de Azqueta, son las tres y pensamos nuestros estomagos estan pidiendo una justa recompensa al esfuerzo realizado.
No hay donde comer, nos confirma un señor mayor, única persona que hemos podido ver mientras atravesamos las calles del pueblo, y es lógico porque la temperatura es asfixiante.
El mismo señor nos informa que en el siguiente pueblo sí hay restaurante; aunque sea un poco tarde, allí pararemos a comer.
Mas tarde y por boca de otros peregrinos nos enteramos que aquí en Azqueta, vive un señor que dota a los peregrinos con los que se encuentra, de bordones de madera de avellano. Nosotros no nos hemos encontrado con él.
Seguimos la marcha y la desilusión es mayúscula cuando un letrero en la puerta del restaurante nos avisa, que es el día reservado a descanso del personal, y por ello se encuentra cerrado.
El pueblo es precioso, y mas bonito nos parece cuando nos encontramos con carteles que nos anuncian que en este pueblo, Villamayor de Monjardín, hay un albergue en el que preparan bocadillos.
Ignorábamos que aquí hubiera albergue. Tambiés esto sucedera con cierta frecuencia, durante el recorrido.
El albergue es un edifio antiguo de piedra que esta remozado y que dirigen los mismos holandeses que nos encontramos en lo alto de la Sierra del Perdón. Ellos han habilitado el albergue.
Nueva descepción no nos pueden preparar bocadillos, porque no tienen pan &¿?
Está visto que hoy nos quedamos sin comer. Al menos podemos tomar unos refrescos y un puñado de frutos secos que conservábamos en la mochila, esa es nuestra comida.
Un peregrino de los que van a pernoctar en el albergue nos saluda y, como es costumbre entre nosotros, se interesa por el estado de nuestros pies; a él le han salido ampollas, me ofrezco a curarle. Cuando termino continuamos nuestro caminar, son las cuatro y media de la tarde y el calor sigue castigándonos inclemente.
Durante el resto de la etapa medito sobre lo ocurrido en el albergue. No voy a dudar de la veracidad de la palabra del hospitalero, pero admitiendo que fuera verdad y no tuvieran pan, me pregunto; ¿acaso tampoco tenían ningún tipo de alimento con el que reconfortarnos y permitir que al menos pudieramos ingerir algo.
En el mapa que llevamos, a pocos kilómetros se encuentra el pueblo de Urbiola, es por ello que decidimos no cargar con demasiada agua.
El mapa está equivocado, para entrar a este pueblo hay que desviarse del camino algo más de un kilómetro, y otro tanto que habría que hacer para volver suponen tres kilómetros más. No estamos muy sobrados de fuerzas, por lo tanto continuamos la marcha confiando en encontrar alguna fuente durante el recorrido. De no ser así nos podremos valer con la poca que aun llevamos. El agua se nos acaba y la sed comienza hacerse agobiante.
Los doce kilómetros que nos separan de Los Arcos se nos hacen interminables; en algunos momentos cuando más abatidos estamos, saco fuerzas de algún lugar que yo mismo ignoro y animo a mis compañeros con chistes y canciones. La enfermedad comienza a pasar la factura, apenas puedo caminar y al ir arrastrando los pies, me duelen como si en vez de ir envueltos por los calcetines llevara una funda de los abundantes cardos que bordean el camino.
Cuando calculo que nos debe faltar poco, utilizo las escasas fuerzas que me quedan para aligerar el paso mientras José y Rosa, ellos se encuentran tambien en muy mal estado, o es posible que la fuerza de voluntad sea la que me impulsa a continuar. Se quedan descansando uno minutos. La idea es adelantarme hasta el pueblo, conseguir agua y regresar en busca de mis compañeros.
Mis cálculos no los he podido hacer peor: después de caminar a buen paso más de media hora sigo sin ver algún indicio de estar acercándome al pueblo.
Me adelantan dos miembros de la policía foral conduciendo sus motos, el que marcha detrás me saluda con la mano.
La fatiga, el calor y lo mucho andado durante la jornada hacen que los pies me pesen como plomo, pero tenemos que llegar y hay que continuar andando.
La imagen de un pastor cuidando de su rebaño me hace concebir esperanzas de estar cerca de la meta, al preguntarle a cuánta distancia se encuentra el pueblo, la respuesta es como una losa de piedra que cayera sobre mis espaldas: todavía nos queda más de una hora de andar a buen paso.
Más que andar lo que hago es arrastrarme, desmoralizado, muy cansado; los pies me duelen a rabiar, seguro que me han aparecido las temidas ampollas.
Tras un recodo me encuentro con un grupo de personas que descansan a la sombra de unas piedras mientras meriendan. Son labradores que están cosechando, y han parado sus vehículos para reponer fuerzas. Me ofrecen unirme a ellos en lo que para mí en esos momentos es un banquete, pero por la garganta sólo puede pasarme líquido y lo único que acepto es agua, bebo muy despacio porque está excesivamente fría.
No creo que pueda existir mayor placer en la vida que un poco de agua fría cuando se sale del desierto, esa es la sensación que experimento en esos momentos.
El intento de adelantarme, tambien ha fracasado. Pronto se unen a nosotros José y Rosa y, como yo, tan sólo beben agua.
Después de darles las gracias continuamos la marcha algo reconfortados.
Al fin entramos en Los Arcos. Son las ocho y media de la tarde y tendremos que darnos mucha prisa para poder, estar acostados antes de las once, hora en la que se apagan las luces del albergue.
En este último tramo de la etapa hemos vuelto a caer en el grave error de la imprevisión. De haber recorrido los doce kilómetros a primera hora de la mañana no habría sido necesario un derroche tan grande de nuestras reservas físicas.
Otro pueblo que merece la pena recorrer y disfrutar, nosotros somos incapaces de ver más allá de las flechas amarillas que nos conducen al anhelado descanso.
Los HOSPITALEROS son un matrimonio belga, están auxiliados por un grupo de jóvenes voluntarios que nos reciben con cariño.
El albergue está completo, pero se han instalado unos barracones que incluso disponen de aire acondicionado, lo cual a estas alturas nos parece el colmo de la comodidad.
Una ducha y revisión general de nuestro estado físico. Efectivamente, me han salido ampollas en la planta de los pies, utilizo el sistema de inyectar Betadine y entiendo las exclamaciones de dolor de los que yo había curado hasta ahora.
Además de las ampollas, la goma espuma que pusimos en el bastidor rígido de mi mochila ha sido insuficiente y tengo heridas en la espalda.
Las mochilas llevan demasiado peso, preparamos un paquete con lo prescindible y uno de los voluntarios del albergue, que se ha ofrecido, queda encargado de enviarlo por correo hasta Madrid, así no tendremos que esperar la apertura de la oficina de Correos.
Cenamos en un restaurante cercano y nos acostamos.
7º error
Cuando iniciamos la preparación del equipaje que debíamos utilizar, en un principio pensamos en proveernos de botas de montaña, las tendríamos que comprar unas semanas antes y entrenar con ellas para acostumbrarlas a nuestros pies.
Fuimos a un comercio de nuestra confianza y su propietario - deportista y buen caminante - nos aconsejó que, ya que por donde íbamos a andar era por caminos, el calzado más adecuado eran unas buenas deportivas. Yo, que siempre he tenido fama de tozudo, en este caso me dejé convencer fácilmente y acepté su palabra.
Nunca podrá saber este señor los dolores que aquel consejo me iba a ocasionar. Estoy convencido de su buena fe, de hecho a Rosa, que se compró el mismo modelo de deportivas, le han dado un resultado magnífico.
Por eso mi consejo es que nadie dé consejos a este respecto, salvo que sean el personal sanitario especializado.
Hemos dormido solos en el barracón, por eso madrugamos algo menos, cuando salimos a la calle ya hay algunos bares abiertos y tomamos café antes de partir.
Durante esta etapa se repiten las fatigas de otros días, aunque la disminución de peso se ha notado en nuestras espaldas.
Sería ingrato no contar las muestras de solidaridad que recibimos por parte de muchas personas que nos alientan y a las que quedo muy agradecido.
Especialmente recuerdo...
Salimos de Sansol después de haber comprado pan, el relleno no lo hemos podido comprar porque no existe tienda donde hacerlo, pero la panadera nos ha dicho que en el siguiente pueblo, Torres del Río, sí la hay. Cuál no será nuestra decepción al ver como el camino parece alejarse del pueblo donde deberíamos comprar.
Dejamos a Rosa con las mochilas y nos encaminamos hasta el pueblo descendiendo por la empinada carretera que lleva hasta él.
Sufrimos una decepción mayor cuando, al atravesar las calles de Torres del Río, vemos las flechas amarillas del Camino.
Ahora nos tocará subir y otra vez bajar. Compramos algo de embutido, fruta fresca y algo de frutos secos, comentando con la señora que nos está despachando la equivocación que hemos cometido.
Nuestra interlocutora llama a su marido que, al parecer tiene que salir, y le pide que nos suba hasta el punto donde nos espera Rosa. Nos hemos salvado de una buena subida gracias a este matrimonio.
Despues de comernos unos bien provistos bocadillos continuamos, el camino.
Unos kilómetros antes de Viana vemos anunciada una fuente, Rosa tira el agua caliente que llevamos y me dirijo hacia donde indica el cartel. El agua está enlodada y por lo tanto de nuevo nos encontramos sin agua.
A lo lejos, ya divisamos la preciosa Viana, pero la experiencia nos dice que todavía nos queda más de una hora antes de poder llegar a sus calles.
El calor es aplanador y la sed vuelve a castigarnos sin piedad.
Pasamos por las proximidades de una viña en la que el dueño se encuentra trabajando, le saludamos y, después de devolvernos el saludo, me pregunta si llevamos sed. Mi lengua en esos momentos se asemeja a un pliego de papel de lija.
Al escuchar nuestra respuesta afirmativa, nos ofrece agua que lleva en una nevera portátil.
Mientras saciamos la sed nos cuenta que ha cogido el agua fría expresamente para reconfortar a los peregrinos. Aún me emociono cuando recuerdo la belleza del acto de este hombre.
Atravesamos Viana y tomamos unas cervezas heladas que nos saben a gloria. A lo lejos divisamos la capital de la Comunidad Riojana. Tardamos algo más de tres horas en llegar a Logroño.
¡Cuánto habriamos acertado si hubiéramos terminado la etapa en Viana !
El camino da vueltas y revueltas de una forma interminable y voy notando como en los dedos de los pies van apareciendo las temidas ampollas. Y mi cuerpo se va resintiendo mas y mas. Cada vez contemplo con mas insistencia la posibilidad deregresar a Madrid y concluir, habiendo fracasado en mi aventura.
Son las cuatro de la tarde y si queremos comer algo no podemos entretenernos, dejamos la ducha para después, pero estamos tan cansados que a lo único que nos da tiempo es a ir hasta un bar próximo y comer unos bocadillos.
Pasamos un rato de tertulia mientras refrescamos los pies en un pequeño estanque que esta situado en el centro del albergue.
Cenamos temprano y, después de tomar un granizado de limón, disfrutando de la tranquilidad de una céntrica terraza, nos encaminamos hacia el albergue con la sana intención de acostarnos y descansar.
En este albergue hay numerosas personas que se incorporan al recorrido, están descansados y, al apagar las luces, algunos se muestran reacios a guardar silencio, respetando el deseo de descansar de la mayoría. De cualquier manera, es tanto nuestro cansancio que creo que ni el ruido de un avión al despegar sería capaz de despertarme.
Cada día que pasa, la marcha es más penosa para mí. Al empezar después de los descansos es un autentico calvario, por eso decido realizar la etapa de un tirón.
El camino está perfectamente marcado por esta zona y no necesitamos la linterna a pesar de ser aún de noche. Pero el firme es de grava prensada, las numerosas piedrecillas que se han liberado me presionan en las plantas de los pies, aumentando los dolores y con ello dificulta mis pasos.
Las primeras horas con el frescor de la amanecida marchamos bastante bien, José se adelanta y compra bocadillos; mientras ellos descansan para comerlos, yo los ingiero mientras camino.
Pronto soy alcanzado por mis compañeros, al contrario que yo, ellos están en franca recuperación, y en vano trato de mantener su ritmo de paso; les pido que continúen pero se niegan a hacerlo.
Me impresiona la belleza de muchos de los pueblos que vamos atravesando, lástima no poder entretenernos en recorrerlos todos. También sería injusto el mencionar a unos sí y a otros no, pero hay uno de los pueblos riojanos que me ha encantado especialmente por lo poco que he podido ver de él: Nájera. Aquí hemos sellado en el albergue y hay que continuar con esta locura que nos hemos impuesto.
Aun se conservan en mis retinas las imágenes del pueblo, y las tengo que desechar y preocuparme de la fuerte subida que tenemos inmediatamente delante de nosotros.
Con tranquilidad y esfuerzo, hemos salvado el obstáculo. Pasamos por más y más pueblos. Por fin llegamos a Azofra, es la hora de la comida, mi hermano y mi mujer se paran a descansar y comerse un bocadillo y yo continúo andando mientras como.
El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
Nosotros en esta etapa vamos a tropezar de nuevo en la piedra con la que tropezamos en la Sierra del Perdón, o en el último tramo de camino antes de llegar a Los Arcos.
Lo más lógico hubiera sido pernoctar en Azofra y haber encarado la dureza de la cuesta de La Degollada al iniciar el día, pero la despreocupación que seguimos demostrando en este aspecto nos hace caer una y otra vez en el mismo error.
El calor es insoportable y, después de varios kilómetros de camino carente de toda sombra, se presenta ante mí un nuevo desnivel de cierta importancia. Subir la cuesta que tengo enfrente a las cinco de la tarde se me convierte en una verdadera pesadilla; los pies me arden. Antes de empezar a subir la Cuesta de la Degollada soy alcanzado por mis compañeros y juntos sufrimos el ascenso.
Al fin lo conseguimos, pero el paisaje es decepcionante, una interminable recta se extiende ante nosotros y allá a lo lejos un pequeño pueblo, Hervias.
Por nuestra guía sabemos que desde él aún nos quedan seis kilómetros para llegar hasta Santo Domingo de la Calzada, lugar donde pensamos pernoctar.
El agua de la fuente sale caliente pero, al no haber otra cosa, tenemos que conformarnos. En el pequeño parquecillo donde nos encontramos hay otros peregrinos. José saca unas ciruelas pasas y las compartimos con ellos.
Reanudamos la marcha todos juntos, pero pronto nos vamos separando: por un lado, un señor de edad madura con un joven que, a buen seguro y por el parecido físico, es su hijo; después, una mujer de unos cuarenta años que camina sola; y más atrás nosotros, estoy al límite de mis fuerzas, no sé si voy a poder continuar.
Les pido a José y a Rosa que ellos se adelanten, así al menos podrán encontrar albergue. Me tengo que enfadar para que me hagan caso pero al fin lo consigo.
Arrastro los pies, me resulta muy doloroso el seguir caminando, pero continúo. La mujer que marcha delante, como a medio kilómetro, tampoco debe de ir muy sobrada de fuerzas, camina muy despacio y, de vez en cuando, abandona el camino y se esconde de mi vista. Por deducción supongo que su vientre la debe de estar jugando una mala pasada.
Sueño con que a mis compañeros se les ocurra pedir ayuda para mí y que salgan a buscarme con un coche, pero ellos, respetando mis deseos de caminar, no lo hacen. Cuando comienzo a entrar por las calles de Santo Domingo, me encuentro a mi hermano que sale a ayudarme, carga con mi mochila y así llegamos al albergue. Unos metros antes de alcanzar las primeras construcciones, he arrojado el bordón a la cuneta del camino, mis fuerzas están al límite. Estoy convencido de no poder continuar al día siguiente.
Lo ocurrido después lo recuerdo como en penumbras.
¿Me duché o no?
Cenamos en un convento cercano y me quedé dormido con los pies metidos en un barreño con agua fría y sales.
De nuevo amanece, hay que continuar. No me explico de dónde se pueden sacar fuerzas para continuar, pero como es algo de lo cual estoy convencido de tenerlo que hacer...
Antes de abandonar el refugio me doy una ducha y Rosa me venda los pies.
Cada paso que doy es un suplicio, espero que cuando lleve un rato andando el dolor no sea tan intenso.
No soy el único que ha sacado fuerzas de flaqueza para continuar. La mujer que ayer por la tarde iba un poco más adelante también abandona el pueblo para continuar andando el camino.
Pasamos por Grañón y dejamos atrás las tierras riojanas, durante un buen rato marcha a mi lado un muchacho de Euskadi, nos consolamos mutuamente nuestras penas.
Hay quien aconseja hacer el Camino de Santiago con la única compañía de los pensamientos propios y, si en algún momento te apetece hablar con alguien, no tienes más que ponerte a la altura de otro peregrino y entablar conversación. Son numerosas las personas que lo hacen y, salvo raras excepciones, siempre encuentras a alguien sobre el que descargar el peso de tus meditaciones.
Iñaki -así se llama el joven bilbaíno- se adelanta, dejándome una historia verdaderamente curiosa, también me ha dejado parte de sus dudas y una poesía. Para lo único que le pedí permiso fue para utilizar la poesía en este libro, y él me lo dio; por razones obvias, la historia se queda formando parte de nuestras confidencias.
Llegamos a Redecilla del Camino, siento como las zapatillas me presionan los pies, con toda seguridad que los tengo hinchados, me molesta mucho en la punta de los dedos; lo único que me faltaba ahora es que me salieran ampollas en las uñas.
Una nueva persona se une a nosotros cuando sólo nos quedan unos pocos kilómetros para llegar a la meta de la etapa del día. Es un hombre madrileño, casi somos vecinos.
Entramos en Belorado, otro pueblo que me gustaría recorrer tranquilamente, pero que en esta ocasión va a ser imposible.
No hay camas. LA HOSPITALERA -algunas jornadas después me informaron de que era suiza- no entiende muy bien el castellano, será en la única ocasión durante todo el recorrido en la que pida una cama aludiendo a mi condición de enfermo crónico y a la situación tan desastrosa en la que están mis pies, apenas puedo dar un paso. Suelo en el polideportivo es la única opción que nos ofrece la dama.
¿Alguien puede imaginarse a un parkisoniano de noventa kilos levantándose del suelo con su cuerpo temblando y sin poder apoyar los pies?
Tenía entendido que en todos los albergues se reservaba alguna cama para los enfermos, pero en este caso no ha debido considerar muy necesario ofrecérmela a mí y no nos queda otro remedio que seguir andando en busca de un lecho donde dormir.
Rosa, José y el nuevo compañero, se llama Miguel, se van a buscar habitación.
Al poco tiempo regresan, ha habido suerte y han encontrado una habitación con tres camas, Miguel se ha decidido por el suelo del polideportivo.
Quedamos para comer los cuatro juntos en un restaurante que nos han aconsejado. El consejo ha sido bueno y la comida es excelente, a pesar de lo mal que están mis pies no he perdido el hambre, animado por Miguel nos damos un autentico festín.
Compramos unas sandalias con las cuales no me resulta tan doloroso el caminar. El calzado en este pueblo esta auténticamente barato, nos da lastima no poder comprar algo más pero sería una locura volver a cargar las mochilas.
Nos despedimos de Miguel, tomamos unas tapas y nos dirigimos a la habitación que tenemos alquilada.
Allí acordamos separarnos, José sigue con la idea de llegar a Santiago el día dieciocho y para ello, él deberá continuar la marcha realizando etapas de muchos kilómetros. Yo no estoy ni en condiciones ni dispuesto a seguir con esta obcecación que me ha colocado en la situación en la que estoy.
Rosa y yo permaneceremos descansando un día en el lugar en el que estamos, intentando que mejore mi estado.
Mi moral está por los suelos, no sé si podré continuar, estoy totalmente hundido. Al hablar por teléfono, con mi familia de Madrid, he tenido que colgar para que no se enteren que me he puesto a llorar, ante el fracaso inminente.
He puesto el despertador a las cinco de la madrugada para que José se despierte y salga temprano a continuar el camino. Yo pasaré todo el día en la cama, a ver si es posible que mis pies mejoren.
A media mañana, Rosa se marcha a comprar unos bocadillos mientras yo veo la televisión. En la soledad lloro con amargura, he puesto demasiadas ilusiones en este proyecto y ahora veo que el fracaso ronda muy cerca de mí.
Salimos por la tarde a dar un paseo y en unos carteles vemos anunciados unos conciertos de "chelo" y de órgano. Tenemos que desplazarnos hasta un monasterio de religiosas que no está demasiado lejos.
Parece como si al ir escuchando aquella música dedicada al Camino de Santiago, fueran renaciendo en mi las fuerzas que parecían haberme abandonado definitivamente.
La decisión está tomada: unas ampollas en los pies no van a lograr torcernos en nuestro empeño.
Empezamos una nueva etapa y una nueva forma de ver el camino, al hecho de no poder caminar muy deprisa se une la intención de no hacer un recorrido demasiado largo. No obstante, el recorrido del día no es el idóneo para no cansarse. Desayunamos en Villafranca Montes de Oca y, a continuación, nos enfrentamos al duro relieve que significan los montes de Oca. Una larga serie de subidas y bajadas a modo de tobogán hace que, al llegar al final de estos desniveles y cuando ya tenemos a la vista el pequeño pueblo de San Juan de Ortega, yo esté totalmente extenuado, no obstante llegamos al albergue temprano, como debería haber sido en las anteriores etapas.
Antes de permitirnos la entrada, hemos recibido verbalmente por parte del HOSPITALERO y párroco del pueblo unas normas de comportamiento:
bajo ningún concepto podrán las mujeres permanecer en bikini o sujetador por las dependencias del albergue, ni los hombres despojarse de la camisa y lucir el pecho; si alguien fuera sorprendido infringiendo dichas normas será obligado a abandonar el recinto. Así mismo, nos anuncia que a las siete de la tarde será la misa para quien quiera asistir a la celebración del oficio. Una hora después nos ofrecerán unas sopas de ajo, celebrándose una cena fraternal en la que cada peregrino aportará lo que buenamente pueda.
Mientras Rosa se ducha, yo permanezco tumbado en la cama con los pies en alto. Lo hinchados que están y el color rojizo de los dedos no me gusta nada, y, si a esto le añadimos los pinchazos que siento en ambas extremidades, el panorama no puede ser menos halagüeño.
Mientras estoy tumbado veo entrar un nuevo grupo de peregrinos, se trata de la familia catalana, cuyo hijo da muestras de alegría al verme, y de un peregrino con el que ya coincidimos en el albergue de Arre. Se llama Luis Manuel, es vasco y muy agradable, también tiene problemas con las piernas y teme no poder seguir al ritmo que hasta ahora ha llevado.
Después de ducharme, bajamos a comer al único bar que tiene el pueblo y que está atendido por un muchacho que es todo simpatía y buen humor.
Ha hecho falta mucho sufrimiento para poder darme cuenta de mis muchos errores y comenzar a disfrutar de lo que verdaderamente es el camino.
Una animada tertulia se organiza en el bar tras haber comido, e incluso, con Gerardo hijo, Luis Manuel y otro peregrino llamado Dani y que camina con su padre, organizamos una partida de tute.
El tiempo se pasa a una velocidad increíble.
Vamos a misa y la iglesia es francamente preciosa. Al acabar, el párroco nos enseña pequeños detalles esculpidos en la piedra de uno de los capiteles, se trata de la Anunciación. Nos cuenta como el día veintiuno de junio, coincidiendo con el solsticio de verano, los rayos del sol que pasan a través de la roseta del pórtico de la entrada iluminan directamente esta bella composición.
Da por finalizada la visita al templo y nos dirigimos al comedor del albergue, allí dos peregrinas que ha elegido el cura nos sirven unas sopas de ajo que han preparado las hermanas del clérigo.
Tere y Rosa han encargado unos bocadillos en el bar. Es lo único que hemos podido conseguir, eso y un par de botellas de vino es lo que compartimos con todos los que se quieren incorporar a nuestro grupo.
Cuando terminamos de cenar es ya la hora de acostarse. Me acuesto con la esperanza de que mis pies estén mejor al levantarme, de otro modo no sé si voy a poder continuar.
El mismo ritual al levantarnos, Rosa me cura los pies y me calza, y de nuevo en marcha.
No hemos madrugado tanto como otros días, son las seis y media cuando salimos a la calle. Ya está el párroco esperándonos y nos ofrece café con leche, a esa hora tan temprana la bebida caliente nos reconforta y, después de depositar un donativo en el cepillo destinado a auxiliar a otros peregrinos, iniciamos la etapa del día.
Pronto somos dejados atrás por la mayoría de los peregrinos que han pernoctado con nosotros, pero a su vez alcanzamos a un hombre que camina sólo y aun más despacio.
Ya habíamos oído hablar de él, se llama Moisés y sufre una hemiplejía que dificulta enormemente su forma de andar. La enorme voluntad y su espíritu de sacrificio le permiten el enorme esfuerzo que significa andar tantos kilómetros.
Durante un buen rato marchamos hablando con él, nos cuenta que es de Madrid, vive cerca de nuestra casa y piensa reunirse con su esposa en Burgos. Cada cierto tiempo realiza una parada para descansar y, en uno de estos descansos, nosotros continuamos el camino.
Atravesamos la zona de Atapuerca. Cuánta pena me da no poder desviarnos un poco de nuestro itinerario para poder visitar las importantes excavaciones que por aquí se llevan a cabo, pero los pies cada vez los tengo peor y mis escasas fuerzas debo conservarlas para poder continuar andando.
Iniciamos la ascensión por un camino pedregoso, es lo único que me faltaba, los dolores que padezco en los pies se incrementan más (si eso es posible) cada vez que piso uno de los salientes de piedra que tanto abundan por allí.
Una meseta y, al finalizarla, el paisaje que se divisa desde allí nos deja impresionados.
Reflexión:
Son numerosas las personas que, a la hora de ensalzar la belleza de los paisajes que hemos recorrido durante treinta días, tan sólo mencionan los de la Navarra Alta y los del Bierzo y Galicia.
Hay un dicho que es "Para gustos se hicieron los colores", y nunca se podría utilizar mejor que en este caso.
A mí personalmente me ha maravillado el paisaje durante todo el recorrido.
Desde esos paisajes verdes de los Pirineos hasta los intrincados bosques gallegos, pero pasando por los impresionantes rojizos campos riojanos, o la sinfonía de colores de los campos burgaleses, o la inmensa belleza de los trigales palentinos.
Una inmensa llanura se extiende ante nuestros ojos y, allí en medio de tanta belleza, Burgos con las torres de su catedral que parecen ser faro de peregrinos asomando entre el conglomerado urbanístico.
Por experiencia sabemos que, aunque estamos viendo la ciudad y parece estar cerca, no es así, aún nos quedan bastantes horas de andar.
La entrada a la ciudad la hacemos por una interminable avenida recta, franqueada por edificios industriales; sólo cuando por fin son edificios de viviendas los que nos rodean sentimos que verdaderamente hemos entrado en Burgos.
Es la hora de la comida y paramos en un moderno centro comercial. Nos apetece comer unos bocadillos de una conocida cadena dedicada a prepararlos.
Hemos descansado pero, nada más iniciar la marcha, comprendo que nuestra inicial idea de llegar hasta Tardajos va a ser totalmente imposible de llevar a efecto, estoy sin fuerzas y mis pies no resisten más.
Es un martirio, pero tenemos que llegar hasta el albergue. Penosamente, voy arrastrando los pies en mi lento caminar, soy incapaz de admirar la belleza que me rodea. Tan sólo una idea ocupa todos mis sentidos: descansar.
Está cerca de la salida de Burgos, al otro extremo de por donde hemos entrado. Por fin llegamos.
Todavía quedan camas libres y, mientras Rosa se ducha, yo me tumbo, soy incapaz de realizar cualquier esfuerzo, he tocado fondo.
Gerardo hijo nos está esperando en la entrada del albergue, cuando llegamos nos recibe con ese afectuoso cariño que sólo los pequeños saben dar.
Nos han dicho que, después de la siesta, viene un médico y que el que quiera puede ir a que le examine.
El aspecto de mis extremidades no le ha gustado y prefiere que me echen un vistazo en el hospital militar, está tan solo a unos cientos de metros y en él reconocen a los peregrinos que lo necesiten.
La cura es concienzuda, el enfermero me advierte que voy a perder algunas uñas, mientras que la médico que me atiende, después de recetarme antibióticos, recomienda que me tome cuarenta y ocho horas de descanso.
En el informe médico consta la recomendación y el HOSPITALERO del albergue lo lee y no hace ninguna objeción al respecto.
Estoy desmoralizado, dudo que pueda llegar a Santiago estando en este estado.
Antes de acostarnos la noche anterior, nos hemos despedido de nuestros amigos catalanes, no sin antes facilitarnos las señas de cada uno para así poder seguir esta amistad aunque sólo sea epistolarmente.
Hemos conocido a una peregrina que marcha en bicicleta, se llama Clara, es también de Cataluña y, a juzgar por lo informada que está sobre la enfermedad de Parkinson, es posible que su profesión tenga algo que ver con la medicina.
Clara nos ofrece un antiinflamatorio para mis deformados pies, después continua su camino. El HOSPITALERO nos informa de que tenemos que abandonar la habitación momentáneamente, tienen que limpiar. También nos dice que si queremos desayunar, lo podemos hacer tan sólo por cien pesetas en el garaje en donde guardan las bicicletas los peregrinos ciclistas. Este local pertenece a Javier, es el encargado de abrir el albergue para los peregrinos que llegan durante el invierno. Él no tiene prisa y nosotros tampoco, pasamos un buen rato contando chistes y anécdotas de nuestras vidas.
Rosa se marcha hacia la zona comercial de Burgos, tiene que comprar algunas cosas, además de algo de comer y, sobre todo, en la farmacia productos para el cuidado de mis pies.
Han robado una cartera esta noche en el albergue, no hay la más mínima huella de los ladrones, y el caso es que cuando nosotros llegamos el día anterior, mientras descansaba en la cama, vi a unos individuos con vestiduras de ciclista cómo miraban entre las literas. Entonces no sospeché, pero hoy al enterarme del delito cometido, he asociado el robo con aquellas personas que miraban entre las camas.
A la hora de la comida nos desplazamos hasta la universidad, no con poco sufrimiento. Allí tomamos el menú del día y, a continuación, vuelta al sufrimiento.
Así es imposible que podamos seguir.
Al levantarnos de la siesta la situación parece haber cambiado; los pies no me duelen tanto y decidimos acercarnos hasta el monasterio de las Huelgas, que se encuentra a menos de cinco minutos andando. Después de la visita al bello monumento, tomamos un autobús que nos conduce al centro de Burgos.
Llevo todo el día dando vueltas dentro de mi cabeza a una idea: estoy acostumbrado a andar, son numerosos los días que realizo grandes recorridos y nunca he tenido problemas con los pies, por lo tanto, si ahora los tengo es por que me he confundido a la hora de elegir la clase de calzado. Al menos quiero probar con lo que he usado siempre: botas.
Compramos las botas que nos ha aconsejado la dependienta y, además, cuatro pares de calcetines especialmente fabricados para andar grandes distancias. Salgo del comercio con el nuevo calzado puesto.
Las dudas me invaden, quizás convendría que cogiéramos un autobús o el tren hasta Castrogeriz. Ignoramos si hay ferrocarril hasta dicho pueblo y, como no tenemos un mapa que nos lo indique, llamamos por teléfono a Renfe, un señor con muy malos modales nos confirma que no lo hay.
La estación de autobuses está cerca de donde nos encontramos y allí sí hay una empresa cuyos vehículos realizan dicho recorrido.
Lo tenemos decidido: al día siguiente por la tarde realizaremos el recorrido de la etapa de una forma más descansada.
Regresamos al albergue, antes hemos "picado" un poco en un bar.
Antes de acostarnos cambio de idea, realizaremos la etapa andando.
Madrugamos, queremos andar todo lo que nos sea posible aprovechando el frescor del amanecer.
El camino es bastante bueno, pero para mí se convierte en un infierno debido a la gran cantidad de piedras sueltas que tiene. Cada vez que piso una de ellas, presiona sobre las llagas que tengo en la planta de los pies y de verdad que no resulta nada agradable.
En Tardajos nos paramos a desayunar.
Al salir del pueblo coincidimos con un muchacho, Jesús de Zaragoza, que hemos conocido en el albergue de Burgos. Tiene un motivo muy importante para recorrer el camino, en realidad creo que la carga que el mismo ha elegido puede resultar excesiva. Jesús y yo marchamos durante bastante tiempo juntos, hablando sobre los futuros proyectos de ambos. Con Rosa marcha una chica, las dos en animada conversación.
Según avanza el día, la velocidad de mis pasos se va haciendo más lenta. Jesús se ha adelantado y Rosa y su eventual compañera, se llama Shonya y es inglesa, se ponen a mi altura.
Ya falta poco para concluir la etapa, pero antes nos paramos en un pequeño río. Ellas se sientan a la sombra de unos matorrales y yo introduzco los pies en el agua durante un buen rato. Antes de reiniciar la marcha compartimos con nuestra nueva compañera un poco de fruta.
Llegamos a Hontanas a la hora de la comida. A pesar de ser un pueblo pequeño, hemos visto carteles en los que se anuncia una piscina y un restaurante, con lo cual matamos dos pájaros de un tiro, mejor dicho tres, porque antes de bañarnos nos damos una buena ducha y, después de nadar un rato, volvemos a ponernos debajo del chorro de agua para limpiar nuestro cuerpo del cloro.
Comemos y nos tumbamos en el césped, dormimos una buena siesta.
Antes de abandonar el recinto, cenamos un poco y volvemos al albergue. Rosa me cura los pies antes de acostarnos, la mejoría es muy lenta pero al menos hay mejoría.
La noticia me cae como un jarro de agua fría en invierno: José, mi hermano, ha abandonado al llegar a Sahagún.
Abandonamos el albergue, durante unos kilómetros marchamos a oscuras. La linterna de Rosa no funciona y a la mía apenas le quedan pilas. Tampoco importa demasiado, delante de nosotros marcha una pareja de vascos con su hijo y vamos guiándonos por sus voces.
Llegamos a Castrogeriz, desayunamos tranquilamente, hemos llegado de los primeros. Buena señal, eso indica que nuestro paso no es demasiado lento.
Han llegado la pareja de vascos y su hijo, a los que habíamos dejado atrás. Nos dicen que el resto de la etapa lo van a hacer en taxi.
Recorremos las calles en busca de un cajero automático, se nos está acabando el dinero. La sorpresa no puede ser más desagradable; a la hora de marcar la cantidad de dinero solicitado he puesto treinta mil pesetas, pero sólo nos ha dado veinticinco mil, sin embargo en el recibo aparece la cantidad que yo he pedido. Afortunadamente, una empleada de la entidad bancaria ha madrugado y está trabajando en el interior del local. Nos abre y, después de escuchar nuestra reclamación, intenta solucionar el problema. Vano intento, no sobra ninguna cantidad y en los billetes rechazados hay tres de dos mil pesetas, por lo tanto no pueden ser nuestros. Tenemos que esperar al director de la sucursal, cuando llega repite los mismos pasos que su empleada y el resultado es el mismo. Indudablemente no se fía de nosotros, avisa al servicio de mantenimiento del cajero. La cosa va para largo y nosotros hemos perdido demasiado tiempo. La única solución de momento es esperar, por lo tanto quedamos en llamarle por teléfono y le dejamos una fotocopia de la tarjeta de crédito. Si aparecen las cinco mil pesetas, nos las ingresarán en nuestra cuenta. ¿Y si no aparecen?, ¿por qué tenemos que ser nosotros los que perdamos el dinero? El cajero lo manejan más personas. No sé si una entidad como la Caja del Circulo Católico de Burgos tendrá muchos percances como éste, pero lo que sí es cierto es que a un servidor le ha borrado de entre sus posibles clientes, y me imagino que habrá más personas que se lo piensen antes de trabajar con dicha entidad.
Unos días más tarde tuvimos que llamar al director de la entidad para informarnos de la solución, efectivamente el billete se había quedado enganchado en el interior de la máquina, y ya estaba ingresado en nuestra cuenta en Madrid. Este señor se quejó porque el empleado de la sucursal con la que trabajamos se negó a facilitarle el número de nuestra cuenta.
¡Increíble! Por cinco mil pesetas duda de nuestra palabra, nos hace perder mas de dos horas, tenemos que ser nosotros los que nos molestemos en llamar por teléfono, con el consiguiente gasto... Cuando estoy escribiendo esto, ha pasado más de un mes del incidente y, tanto Rosa como yo, estamos esperando una breve disculpa, si no ya por la desconfianza, al menos sí por las molestias. Y él se queja de la desconfianza del empleado de Madrid: Sr. Director, el número de cuenta es algo que se debe mantener en secreto.
Abandonamos Castrogeriz con el firme propósito de, si en el futuro nuestra salud y nuestra economía lo permiten, volver a visitarle con más detenimiento, es francamente bonito lo poco que hemos visto. Nada más salir del núcleo urbano, nos encontramos con
La primera dificultad del día es : la Cuesta de Mostelares. El sol comienza ya a castigarnos a pesar de ser solo las diez y media de la mañana. El tiempo perdido en la entidad bancaria enseguida comienza a pasarnos factura. Está visto que no tenemos demasiada suerte, en esta ocasión que planificamos acertadamente la hora y las dificultades del trayecto, "Nos ha salido el tiro por la culata".
La subida es muy lenta pero, con paciencia, conseguimos superarla.
Según avanza el día, el calor se va haciendo insoportable, pero hay que continuar. Ya hemos perdido dos días y Rosa tiene que trabajar en Madrid el día veintinueve de julio, por lo tanto una nueva pérdida pondría en peligro la finalización de nuestro propósito.
Cruzamos el río Pisuerga por Puente Fitero y entramos en la provincia de Palencia. Por la hora que es, nos va a resultar prácticamente imposible llegar a Población de Campos a la hora de la comida.
Paramos a reponer fuerzas en Bobadilla del Camino, y el restaurante, junto con unas cuantas habitaciones que alquila, nos parece un auténtico oasis en medio del desierto. La tentación de pernoctar allí es muy fuerte, pero no, tenemos que continuar. Dejamos el pueblo, y enseguida caminamos por la orilla del Canal de Castilla, que con la frescura de sus aguas nos reconforta.
Llegamos a Frómista, nos recibe un pequeño parque con su fuente. ¡Cuánto podían aprender los ediles de muchos pueblos del Camino de Santiago de estos que se preocupan de que lo primero que se encuentren los peregrinos en sus ciudades sea una fuente!
En este parque saludamos a unos peregrinos que, al parecer, ya están alojados en el albergue desde hace bastante tiempo.
Según nos cuentan, salieron de Roncesvalles el mismo día que nosotros. Es muy extraño, que no hallamos coincidido con ellos en todo el recorrido que llevamos hecho ni les hemos visto cuando nos han adelantado.
Más tarde trato de convencerme a mí mismo: es posible que mientras estabamos con el asunto del dinero...
La masificación de las bases de acampada nos ha hecho intentar evitarlas en lo posible. Mientras Rosa se desplaza hasta el albergue para sellar nuestras credenciales, yo intento recobrar fuerzas sentado en el banco de un pequeño parque que hay en el centro de la ciudad.
Cuando regresa, continuamos andando hasta la meta prevista.
El albergue está en estado de semiabandono, pero sólo somos siete personas las que nos hospedamos y no nos importa demasiado.
Cenamos unos bocadillos - es lo único que nos preparan en el bar del pueblo - pero "a buen hambre no hay pan duro", que dice el refrán.
Mis pies siguen mejorando, mucho más lento de lo que yo querría, no obstante mejoría es.
El calor pasado durante el día anterior nos anima a madrugar y salir del albergue cuando aún falta bastante para amanecer.
Al dejar atrás las calles del pueblo hemos perdido las flechas amarillas, afortunadamente mi sentido de la orientación sigue prácticamente intacto y, a pesar de caminar durante más de dos horas sin ningún tipo de señal, retomamos de nuevo el camino correcto sin tener que retroceder ni un solo paso y sin haber tenido que andar más de lo debido.
Hoy es Rosa la que no está bien, a juzgar por los síntomas tiene la tensión arterial baja, necesitamos un bar con la máxima urgencia.
Por desgracia para nosotros los pueblos por donde pasamos o no tienen bar o éste está cerrado.
El estado de Rosa va empeorando. Ella, que hasta ahora ha sido la que con su estímulo ha conseguido que yo mantuviera la moral alta, marcha ahora desorientada y sin fuerzas.
Por fin, al atravesar uno de los pueblos, nos encontramos el bar cerrado, pero al menos una máquina expendedora de botes de refrescos me ofrece la oportunidad de paliar en parte el malestar de mi compañera.
Bebemos un refresco y, después de descansar unos minutos, continuamos andando. Ha mejorado algo pero necesita algo más consistente que un refresco a esas horas en las que todavía se dejan notar las frescas temperaturas nocturnas.
Intento avivar el paso con la intención de llegar a Carrión de los Condes y conseguir algo con lo que aliviarla, pero mi estado no es mucho mejor que el de ella y, a pesar de que en los primeros momentos le he sacado algunos metros de ventaja y de que su caminar es lento, soy alcanzado por ella antes de entrar en las calles de la población.
Soy yo el que me encargo de conseguir los bocadillos de jamón para ella, además de un buen vaso de vino, y después un café junto con un bollo. Afortunadamente se le ha pasado toda la indisposición que tenía ¡Ojalá que la que tengo yo pudiera desaparecer igual!
¡Vaya pueblo bonito! Otro que apunto en mi lista.
Le dejamos atrás con lástima de no poder quedarnos unos días y disfrutar de su belleza, pero...
La carretera por la que caminamos se encuentra rodeada de vegetación, los mosquitos nos hostigan sin compasión. Al fin nos vemos libres de los insaciables insectos pero un nuevo enemigo nos espera. Doce kilómetros de Via Aquitana bajo un sol implacable nos castigan sin compasión.
El agua que llevamos en las botellas está caliente pero no hay otra cosa, y además tenemos que racionarla.
Durante un buen rato marchamos a la misma velocidad que Nelia, una muchacha cántabra con la que ya hemos coincidido en otras ocasiones. Tiene unos andares muy rápidos y no puede madrugar en exceso, pues llega a los albergues demasiado temprano y los HOSPITALEROS desconfían de que haya hecho la etapa andando.
También se unen a nosotros chicos que viven en Madrid, aunque son de un pueblo de Ciudad Real.
Preguntamos a unos agricultores si hay alguna fuente en las cercanías: Unos cientos de metros mas adelante y en el mismo camino hay un pozo del que podremos bombear agua y refrescarnos, nos indica.
Efectivamente, pintado de un amarillo color huevo a lo lejos distinguimos el citado pozo, pero nuestra decepción es grande cuando, al acercarnos, también podemos ver la chapita metálica que nos advierte que el agua no es potable.
El agricultor no nos engañó al decirnos que podríamos refrescarnos, con eso tenemos que conformarnos.
Reflexión:
El camino hace poco que ha sido cubierto con una gruesa capa de tierra y en sus cunetas unos jovenes chopos - también plantados hace poco tiempo - luchan por vencer a la sequedad del terreno.
¿Tanto dinero habría encarecido los costos si al mismo tiempo de arreglar este trozo de camino se hubiera enterrado una instalación de agua para haber intercalado una fuente en esos doce kilómetros infernales?
Coloco la botella debajo del chorro de agua fría que sale del pozo y así consigo refrescar algo la poca que aún llevamos.
Seguimos caminando y el grupo de jóvenes se adelanta. La vista es majestuosa. Un inmenso mar de trigo se extiende ante nosotros.
De Calzadilla de la Cueza, el pueblo donde pensamos pernoctar, no se ve el menor indicio. Como ya ocurrió en la llegada a Los Arcos, la última parte de la etapa se convierte en un infierno. El parkinson bloquea la parte izquierda de mi cuerpo y la otra parte tiene que realizar un esfuerzo improbo para continuar. El avance es muy lento y cada pocos metros tenemos que hacer una parada y recuperar la fuerza suficiente y continuar mi penoso caminar.
En el horizonte y entre la bruma de la capa de calor que desprendre el suelo, algo en la lejanía me hace dudar de mi consciencia; podría jurar que es un barco lo que parece navegar sobre la inmensa llanura tapizada de dorado trigo.
¿Serán así los espejismos que sufren los caminantes del desierto?
La lengua parece estropajo y en nuestra botella apenas quedan una gotas de agua que gracias a un severo racionamiento aun conservamos para una posible emergencia.
Lo que me pareció un espejismo, al acercarnos, podemos distinguir que se trata de una cosechadora, que en dirección contraria a nosotros circula remolcando es soporte de las cuchillas.
El camino comienza a descender y a unos mil metros divisamos el pueblo de Calzadilla de la Cueza. En la primera linea de edificios, las paredes blanca de uno de ellos y un par de maquinas de bebidas nos hacen sopechar que se trata de el albergue en el que pretendemos pernoctar.
Estoy muy cansado, nos sentamos en el suelo y despues de unos minútos continuamos la marcha. Antes hemos humedecido nuestras bocas con el poco agua de agua que nos quedaba.
Al encontrarse en una hondonada es por eso por lo que no hemos podido verle hasta que no nos hemos encontrado encima del pueblo.
Dos chicas francesas son las HOSPITALERAS, nos despojamos de las mochilas y utilizamos nuestras últimas fuerzas en dirigimos a comer en el restaurante-bar del pueblo.
Nos encontramos con algunos peregrinos con los que ya habíamos coincidido en otros albergues. Eso es señal de que, a pesar de nosotros caminar muy despacio, al hacerlo con constancia, terminamos alcanzando a otros que lo hacen mas aprisa pero que de vez en cuando se tienen que tomar un descanso.
La comida es bastante buena y el precio razonable.
Tres peregrinos vascos que ya están tomando los cafés y sendas copas de aguardiente, entonan canciones de su tierra y de vez en cuando intercalan alguna de las otras comunidades españolas. La verdad es que cantan bastante bien y sus voces son un regalo para nuestros oídos.
Pasamos la tarde de tertulia con otros peregrinos, el albergue ya está lleno. Cenamos y a la cama, hay que descansar para la próxima etapa.
Hace mucho viento, al salir del pueblo un cartel nos informa que son cuatro rutas entre las que podemos escoger. A pesar de ser poca la diferencia, nos decidimos por el que nos parece mas corto.
Al salir del albergue coincidimos con la pareja que nos saludó a la entrada de Frómista y de la que yo sospeché que estaban haciendo alguna trampa. La etapa del día anterior ha reforzado mis sospechas. Cuando llegamos al albergue de Calzadilla, ellos ya estaban allí, no vimos que nos adelantaran a pesar de haber madrugado mucho y no habernos apartado del camino.
Ahora están revolviendo en sus mochilas buscando prendas de abrigo.
Se quedan rezagados.
Hemos caminado unos cientos de metros y nos arrepentimos de la ruta escogida, la carretera discurre todavia en paralelo y a corta distancia del camino que escogimos en primer lugar
A través de un rastrojo volvemos a la ruta que va por la carretera.
De tarde en tarde, cuando pasa algún vehículo, vemos las siluetas de la pareja que se quedó rezagada y que ahora marcha delante de nosotros. Un coche se detiene a su altura y ellos se suben en él. El vehículo realiza un cambio de sentido- por cierto muy peligroso- en la estrecha carretera y se aleja. Al final mis sospechas se han confirmado.
Reflexión:
Nos hemos encontrado, durante todos estos días, algunas personas que indudablemente realizan el Camino de Santiago utilizando vehículos privados e incluso transporte publico. Y yo me hago una pregunta que creo que, si alguna persona de estas que son capaces de engañarse a sí mismas la leen, convendría que recapacitaran sobre su actitud.
¿De qué te sirve una credencial de peregrino llena de sellos a cuál más bonito? Si a la hora de pernoctar has usurpado el lecho a otro peregrino que, tras andar un día tras otro un buen número de kilómetros, llega extenuado al albergue, y tiene que dormir en el duro suelo porque hay unos señores como tu, que van haciendo las etapas en coche, llegan los primeros, y ocupan unas camas que moralmente no les pertenecen. Tan sólo han tenido que mojarse con un poco de agua la camisa, simulando que es sudor y echarse un poco de tierra por los pies para que parezca polvo del camino. ¿Y toda esa mentira por qué?
¿Para poder presumir delante de tus amigos cuando llegues a tu lugar de residencia, y cuentes la "gran hazaña" que has realizado?
No sé si serán capaces de darse cuenta de lo absurda de su mentira.
Si quieren llegar a Santiago de Compostela por motivos religiosos: primero, a Dios no creo que piensen que le pueden engañar; y segundo, el jubileo adquirido por la peregrinación dudo que pueda beneficiarles si para conseguirlo han sido tan egoístas, dejando que duerman en el suelo muchas personas que se merecían una cama mucho más que ellos.
Si simplemente es por presumir, esos me dan mucha más lastima todavía. En su interior siempre prevalecerá la idea de no haber sido capaces de realizar lo que otros muchos hacen sin trampas ni mentiras.
Y, ¿quién puede sentirse satisfecho de algo que presume y no ha sido capaz de hacer? A pesar de que engañe a mucha gente, a sí mismo no puede engañarse.
Según ha ido amaneciendo, el viento ha ido aumentando hasta convertirse en una nueva molestia que sufrir, hay momentos en los que tenemos que afirmar los pies bien en el suelo para que no nos derribe.
La marcha es lenta, a pesar de ello, son pocos los peregrinos que nos adelantan.
Llegamos a Sahagún, el pueblo desde el que se volvió José, hay algunas personas que afirman que es la mitad del camino. Yo creo que la mitad ya hace unos cuantos kilómetros que la hemos dejado atrás. Comemos unos bocadillos y llamamos por teléfono a casa.
Me han aconsejado unos parches de silicona que se adhieren a la planta del pie en el lugar donde se tienen las heridas y con ellos se puede andar sin notar tanto dolor.
El albergue municipal es precioso, así como el pueblo, pero nosotros queremos llegar hasta Bercianos del Real Camino, un exhospitalero nos aconsejó en San Juan de Ortega que no dejáramos de pernoctar en él.
En las afueras de Sahagún, Rosa me coloca los parches y de nuevo caminamos, eso sí, con menos dolor, los parches se dejan sentir.
Sin nada importante que reseñar llegamos a nuestra meta.
En la entrada del pueblo también encontramos una fuente, en la que nos refrescamos.
El albergue se trata de un viejo caserón que le están restaurando.
Un grupo de personas, algunas de ellas peregrinos, están asando carne en unas parrillas. Nos reciben con cariño y simpatía, nos mandan a ducharnos mientras se termina de hacer la comida. Así, sin más, estamos invitados. Perdón, no somos invitados, somos unos más de ellos.
En el grupo se encuentran varios HOSPITALEROS, se han reunido para celebrar el cumpleaños de uno de los que allí se encuentra y que se llama Juan, todos lo peregrinos, que estamos en el albergue, nos unimos a la celebración. El ambiente durante la comida es maravilloso, nos enteramos de que algunos peregrinos se quedan en el albergue más de un día y colaboran en la restauración del edificio.
Mi estado físico me impide realizar cualquier tipo de trabajo. De no ser así, no sé si no nos hubiéramos quedado algún día más.
Después de comer se marchan casi todos los HOSPITALEROS.
Luz es la HOSPITALERA de Bercianos, nos informa que la cena la debemos preparar los peregrinos, advirtiéndonos que contemos con dos raciones más de los que somos.
Soy el único que no puede hacer prácticamente nada, pero la cena sí la puedo hacer. Entre una pareja de novios que son de Sevilla y nosotros, compramos lo necesario para preparar una cena fría.
El resto de los peregrinos se desentiende del importe gastado. A mí me da igual, allí estoy muy feliz preparando la cena para todos.
El edificio no tiene agua caliente ni luz eléctrica.
Iniciamos la cena con luz de velas. En el exterior se ha desatado una impresionante tormenta, acompañada de una cantidad importante de truenos y rayos que acongojan a la muchacha sevillana e incluso a Saúl, un asturiano que también está con nosotros.
En plena tormenta llegan dos peregrinos, uno de ellos es francés y el otro danés. Luz les ofrece sentarse y ellos lo hacen sin dilación, se sirven el resto de la ensalada que he preparado. Luz sirve de traductora para informarnos de que el peregrino danés afirma que aquello es lo mejor que ha comido desde que llegó a España.
Aun llega otro peregrino, este español, y aunque no hay ensalada, la cena que hemos preparado es lo suficientemente abundante para que no se quede con hambre.
Durante toda la cena ha estado con nosotros Angel, el sacerdote de un pueblo cercano y uno de los implicados en la construcción del albergue. Una vez que hemos terminado, nos ofrece rezar unas oraciones antes de acostarnos; nos quedamos algunos peregrinos, Angel, Luz y Juan Luis. Este último es también HOSPITALERO, durante la sobremesa ha sido con el que más he hablado y me ha parecido una persona entrañable, humilde y un montón de buenos calificativos.
Antes de acostarnos, Luz nos ofrece su particular libro de registro. Hasta ahora, en todos los albergues por los que hemos pasado, o bien el HOSPITALERO o bien nosotros mismos hemos ido inscribiendo nuestros datos en el libro destinado para ello. Pero lo que ahora se nos presenta son dos cestillos, en uno de los cuales hay unas cuantas piedras de pequeño tamaño. En una de éstas cada cual escribe lo que quiere y la deposita en el otro cestillo.
Nos despedimos de los que desde ahora son nuestros amigos en el recuerdo.
El día amanece lloviendo abundantemente, pero es igual, hay que seguir andando.
Vamos a estrenar las capas que Rosa confeccionó en Madrid. A juzgar por el negro de las nubes, tenemos tormenta para rato, y pronto comprobamos que la tela de la que están hechas nuestras prendas de agua no es lo suficientemente impermeable, pues el agua comienza a correr por nuestra piel.
Mientras voy caminando con el calvario de mis pies y el cuerpo empapado de agua, medito sobre la experiencia del día anterior; espiritualmente ya no necesito llegar a Santiago. Toda la espiritualidad que se pretenda encontrar en la vida se puede conseguir fácilmente, tan sólo hay que visitar el albergue de Bercianos del Real Camino y convivir un poco con aquellas personas maravillosas.
Llegamos a Burgo Ranero, el primer pueblo por el que pasamos desde que salimos de madrugada. Así empapados no podemos continuar y decidimos quedarnos en el albergue municipal que tiene el pueblo. Enfrente del albergue hemos visto un bar y, después de ponernos ropa seca, cruzamos la calle con la intención de comernos unos bocadillos.
No sé por qué, si bien es cierto que las plantas de los pies me molestan algo menos, sin embargo un nuevo dolor se añade a los que ya venía sintiendo: ahora son los dedos los que me martirizan.
Empiezan a entrar en el bar peregrinos, uno de ellos es el muchacho danés que anoche cenó con nosotros. Al reconocernos, da muestras de alegría y se sienta en nuestra mesa, también lo hace la pareja de sevillanos.
Mi conocimiento de idiomas es nulo.
Así nos ocurre a nosotros. No sé como, pero me entero, que el muchacho danes, ha estudiado Historia de las religiones, trabaja en un periódico de su país y que está haciendo el camino por su trabajo.
Después de un par de horas de charla, nos damos cuenta de que las nubes han desaparecido, ahora luce un sol radiante, hemos descansado algo y nos animamos a continuar la marcha.
La distancia que nos separa del siguiente pueblo se nos hace interminable, cuando llegamos a Reliegos, así se llama el pueblo, es la hora de comer. Tomamos unos refrescos en el bar que hay a la entrada de Reliegos, compramos algo de fruta y seguimos andando.
Otra vez las nubes amenazan con empaparnos. No sé de dónde puedo sacar fuerzas, pero la presencia de unas nubes muy negras detrás de nosotros y el continuo restallar de los truenos hace que los seis kilómetros de suave pendiente que separa Religos de Mansilla de las Mulas los andemos en algo menos de una hora, todo un récord si lo comparamos con la velocidad que hemos venido desarrollando hasta ahora.
A pesar de ser algo más de las cuatro de la tarde, todavía encontramos camas donde acostarnos.
La larga etapa y la rapidez con la que hemos marchado en los últimos kilómetros, han hecho que mis pies se vuelvan a resentir. Comemos la fruta que compramos en Reliegos y nos echamos en la cama a descansar un rato.
Cuando nos levantamos, aún esta lloviendo, al parecer nos hemos librado por muy poco de terminar el día como lo empezamos: empapados.
Me duelen los pies y decidimos no salir a cenar. Mientras yo me quedo en el albergue metiéndolos en un balde con agua de sal y vinagre, Rosa sale a comprar algo para cenar. Como la comida ha sido ligera cenamos temprano.
De nuevo me encuentro con Clara, ha entrado en el albergue buscando a unas amigas, pero al verme se sienta en la mesa donde estoy e iniciamos una agradable tertulia junto con la HOSPITALERA, una jovencita simpática y agradable que nos relata bastantes curiosidades sobre Mansilla.
Llega la hora de acostarse y nos despedimos de Clara, que ha cogido habitación en una pensión cercana, y de la HOSPITALERA, esta última nos regala un libro que narra parte de la historia de esta bella ciudad.
Esta etapa discurre con tranquilidad. Exceptuando una elevación que se encuentra poco antes de llegar a León, el resto del camino resultaría fácil de andar de no ser por el problema que arrastro y al que se ha añadido el dolor de dedos que cada vez es más intenso.
Nos dirigimos al convento de las Carvajalas, en donde nos han aconsejado albergarnos.
Lo corto del recorrido nos permite hacernos una idea de cómo se debe hacer el camino. Andando pocos kilómetros se llega temprano a los albergues, es fácil conseguir cama en ellos, además se tiene tiempo para descansar y para poder disfrutar de las maravillas de estas ciudades de España.
Nos duchamos y hacemos un corto recorrido por el centro de León que nos lleva hasta la catedral. ¡Es impresionante! El conjunto arquitectónico y religioso de este edificio es, simplemente, eso: Impresionante.
En realidad nos gusta todo lo que vamos viendo pero, desde hace algunas etapas, las pocas fuerzas que me quedan tengo que reservarlas para un solo fin: acabar el camino. De ahí que sea tan poco lo que podemos ver de esta maravillosa ciudad.
Después de comer nos dirigimos a un centro de salud, lo intenso del dolor y el que en algunas ocasiones los dedos de los pies se inflamen, adquiriendo un tono violáceo, me preocupa. Nada más examinar la zona afectada, el médico diagnostica: la culpa del dolor la tienen las almohadillas que me he puesto para poder andar, han provocado una artrosis. Me receta un antiinflamatorio, me recomienda descansar cuarenta y ocho horas y volver a consulta si el dolor persiste.
¡Qué razón tiene este antiguo refrán! La mejoría que he notado andando gracias a las almohadillas de silicona, ha provocado el empeoramiento de otra zona, haciendo que el dolor cambie de sitio pero no de intensidad.
Volvemos al albergue con la idea de descansar y allí nos encontramos con Jesús, el chico zaragozano. Su estado es peor aún que el mío: tiene una pierna vendada por culpa de una inoportuna tendinitis, pero eso no es lo peor, lo peor es que se encuentra desmoralizado. Le invitamos a unirse a nosotros en la cena y, después de una animada tertulia con los HOSPITALEROS y con Clara, nuestra amiga catalana, que también se encuentra en este albergue, Jesús, parece recobrar los ánimos. Al día siguiente, viajará en autobús hasta Astorga y allí nos esperará hasta que lleguemos.
A las diez de la noche, las monjas se reúnen para la oración de "Completas" y estamos invitados todos los peregrinos que queramos asistir. Oír cantar a las monjas constituye un placer difícil de igualar. Cuando ellas dan por terminadas sus oraciones, el trío de vascos a los que ya escuchamos cantar en Calzadilla de la Cueza, que también están en el templo, anuncian que van a cantar algo.
El que canta es sólo uno de ellos, pero yo, al escuchar la salve cantada por aquel peregrino al que seguramente no volveré a ver, siento mis ojos inundarse de lágrimas.
Antes de retirarnos a dormir me despido de Clara, una corazonada me dice que ya no nos volveremos a ver.
Abandonamos la ciudad de León, no sin antes pasar por San Isidoro y San Marcos, y haciéndonos el firme propósito de volver.
De nuevo en marcha, al no poder ponerme las almohadillas, Rosa me ha vendado los pies. El vendaje amortigua algo el dolor pero no lo suficiente.
Durante bastantes kilómetros marchamos a la par de dos muchachas cuyo acento nos parece alemán y también se une a nosotros una enfermera catalana, con la que iremos charlando casi todo el camino, haciendo que éste parezca más corto. En Villadangos, ella se para a esperar a una amiga y nosotros seguimos la marcha.
Cerca de las tres, llegamos a Hospital de Orbigo, el precioso puente romano nos recibe con la indiferencia que le autoriza el haber visto con sus numerosos ojos a millones de peregrinos cruzar sobre sus piedras seculares.
Seguimos con la costumbre de intentar evitar las acampadas y nos dirigimos en este caso al albergue parroquial. El albergue está concurrido, hay un numeroso grupo de franceses a los que felicitamos por ser el día de la fiesta nacional de su país. Las que también están son las dos jóvenes alemanas que, a juzgar por su indumentaria, ya se han duchado.
Lo curioso es que a las dos las dejamos sentadas en la puerta de un bar de Villadangos y nosotros no nos hemos desviado del camino. Existe una ruta paralela por la cual se hacen unos cuantos más kilómetros y, además, con bastante más dificultad para hacerlo. La conclusión es clara: han utilizado algún medio de transporte.
Comemos en un restaurante cercano y allí un matrimonio sevillano que viaja haciendo turismo se interesa por nuestras vivencias en el Camino. El marido tiene ganas de hacerlo, pero su mujer se muestra temerosa de los peligros que puedan presentarse en el transcurrir de la dura aventura. Yo le animo a intentarlo.
En el patio interior del albergue pasamos la tarde en nuestro entretenimiento favorito: la charla. Mientras, Rosa lava la ropa.
En León se han incorporado numerosos peregrinos. A los que venimos desde Roncesvalles nos miran como si fuéramos superhombres y, en mi caso, nada más lejos de la realidad. Si hay alguien a quien darle ese calificativo, es a Rosa y en ese caso sería supermujer.
Aquí nos encontramos de nuevo con Alba, la mujer que coincidió con nosotros antes de llegar a Santo Domingo de la Calzada. Se ha recuperado de sus problemas digestivos pero sus pies no están para muchas caminatas.
Salimos del albergue muy temprano. Además de habernos informado del puerto que tendremos que subir apenas comenzada la etapa, queremos hacer un pequeño recorrido por Astorga, a donde llegaremos si no hay ningún contratiempo a la hora de comernos el bocadillo.
Como en muchas de las etapas anteriores, vamos pasando por numerosos pueblos y en ninguno podemos tomar un simple café con leche.
El camino discurre en paralelo con la carretera y en la tienda de una gasolinera, conseguimos tomar el café con leche deseado y que a pesar de ser de máquina automática, y de no ser una delicia, a nosotros nos sabe a gloria.
Recobradas un poco las fuerzas, iniciamos la subida que no es un puerto, pero tiene un fuerte repecho que pone a prueba el remanente de fuerzas atesoradas durante la noche anterior.
Pasamos por el crucero de Santo Toribio e iniciamos el descenso de la cuesta que nos lleva hasta las puertas de Astorga.
Lo primero que hacemos es dirigirnos hacia el albergue en busca de Jesús. No está. Ha dormido allí pero ya se ha ido.
Dejamos las mochilas en el bar donde hemos desayunado y damos una vuelta por la ciudad. Es inútil, mis pies no están para paseos. Ya que me duelen al caminar, que sea acercándonos al final de nuestra meta. Continuamos la marcha.
Dejamos la Maragatería. Además de no haber podido recorrer un poco más a fondo esta preciosa comarca, otra cosa se queda pendiente, si puedo volver aquí: comerme un cocido maragato.
El final de etapa lo hacemos en un pueblecito llamado Santa Catalina de Somoza. Todavía hay camas libres en el albergue.
En el único bar que hay en el pueblo nos preparan unos bocadillos y eso es lo que comemos. Para la cena, si la encargamos ahora, nos podrán preparar algo tan sencillo como una sopa y huevos fritos con chorizo.
Aquí nos volvemos a encontrar con Alba, nuestra "vieja conocida".
Antes de acostarnos, el albergue está al completo, tanto que entre litera y litera han puesto colchones para poder acoger a todo el que llegue.
"Esta noche, me ha ocurrido un desgradable incidente. En los albergues es muy frecuente, escuchar durante la noche, los ronquidos de algunos de los que allí descansamos. Yo, procuro dormir boca abajo y creo que así ronco menos. Mas debido a las heridas en los piés, en las últimas etapas, lo hago boca arriba y con los pies descansado sobre el rollo de aislante. Al parecer, mis ronquidos molestan a una pareja de jovenes que pernoctan en una litera cercana y el chico ha golpeado con fuerza el aislante que esta bajo mis pies, lo que me provoca un fuerte dolor que hace que me despierte.
Los dos jovenes, ajenos a la proximidad de los numerosos peregrinos que intentamos descansar, se han reunido en una de las camas y sin ningún pudor se enfrascan en una una serie de arrumacos que concluiran...¡¡¡¡¡¡"
Salimos con renovados bríos. Viene con nosotros Alba. Ella prefiere madrugar, pero la da miedo salir ella sola de noche, por eso al enterarse de que nosotros vamos a hacerlo, nos pregunta que si puede venir con nosotros.
A partir de esta etapa se convertirá en una más de nosotros y los tres juntos colaboraremos en la consecución de nuestro propósito.
Nos adelanta la pareja responsable del incidente acaecido la noche anterior. El es valenciano y ella francesa. Al pasar a nuestro lado, nos saludan como si no hubiera pasado nada.
En la etapa de hoy se encuentra una de las más fuertes subidas del recorrido: la Cruz de Ferro, y para ir poniendo a prueba nuestras fuerzas, primero nos encontramos con Rabanal del Camino. Se atraviesa el pueblo por una calle en continua ascensión, para continuar subiendo durante varios kilómetros hasta llegar Foncebadón.
Aquí hacemos un breve descanso antes de recorrer el último tramo de subida hasta la mítica cruz. Nos han contado que en este punto los antiguos caminantes depositaban una piedra en honor a los dioses para que estos se mostrasen propicios y les permitiesen volver a sus hogares sanos y salvos.
No sé si esta será la explicación correcta a esta costumbre, lo que sí es cierto es que un imponente montón de piedras rodea el mástil de madera en cuyo vértice superior se encuentra enclavada un pequeña cruz de hierro.
Reflexión:
Si la antigua costumbre es depositar una piedra, yo me pregunto: ¿por qué hay gente que deposita todo tipo de basuras como trozos de tela, restos de prendas de vestir, trozos de papel higiénico, etc.?
Nosotros cumplimos con la tradición y continuamos andando.
Nadie nos había advertido que cuando llegas a la cruz y das por hecho que ya has terminado de subir, te estás equivocando y tienes que seguir sufriendo, mientras te acercas un poco más al cielo.
Llegamos a Manjarín, unas cuantas casas en ruinas y el albergue. No está en nuestros planes el dormir en este lugar, por lo tanto comemos unos bocadillos que compramos en Rabanal. Después continuamos otros seis kilómetros de cuesta que acaban con nuestras fuerzas y, si malo ha sido el último trozo recorrido, peor es lo que nos queda de descenso hasta el pueblo donde pensamos albergarnos y que se llama El Acebo.
Durante esta etapa vengo sufriendo un fuerte dolor en la pierna izquierda que me hace temer que tenga una tendinitis. "Al perro flaco todo se le vuelven pulgas", y esto es lo que me está pasando a mí.
El paisaje es muy bonito. Nos han dado a elegir entre el albergue y unas tiendas montadas en una pequeña pradera. Elegimos esto último.
Nos duchamos y, mientras yo descanso, Rosa lava la ropa sucia, cenamos bastante bien en un restaurante y, a continuación, a descansar.
Durante la cena, a la hora de los postres, el camarero nos recomienda la especialidad de la casa: arroz con leche. Unas peregrinas que cenan en una mesa proxima a la nuestra, hacen caso del consejo. A la hora de servirlo, ellas piden canela, ya que el postre no la lleva, es entonces cuando aparece el dueño del restaurante, con una fusta en la mano y en tono de broma, pregunta que cual de ellas es la que quiere "canela". Nostros tambien hemos pedido el mismo postre y verdaderamente no necesita la especia para estar delicioso.
El dueño del restaurante nos explica, que la receta es de su madre y que tiene por norma no agregar ningun ingrediente.
Aunque la tienda es de seis plazas, los únicos que la ocupamos somos nosotros tres.
A pesar del cansancio, aún tengo ganas de entablar conversación con dos ciclistas que han llegado a ultima hora. Son padre e hijo, rusos, no obstante hablan perfectamente el castellano. Mientras la conversación ha tratado sobre el camino y mi intención de escribir este libro, nos hemos entendido perfectamente, pero cuando he confesado que soy madrileño, la cordialidad se ha convertido en grosería, especialmente en la aclaración de principios por parte del hijo, que se declara antimadrileño, antimadridista, y poco le ha faltado para también confesarse antiespañol. Según el más joven, Madrid es una ciudad fea y poco menos que dictatorial, en cambio Barcelona y Bilbao son dos ciudades preciosas. Cuando le pregunto si en esa animadversión por Madrid no tendrá algo que ver el dichoso fútbol se confirman mis sospechas. No obstante, el padre, con más experiencia indudablemente, me ataja aludiendo a la "grave tortura psicológica" que ha sufrido el pueblo catalán por parte de los madrileños, comparándola con la sufrida por algunas etnias de la antigua U.R.S.S. Esa aseveración ya no estoy dispuesto a aceptarla, porque me parece descabellada, y paso a exponerle que siendo como soy madrileño, al menos, de cuarta generación, puedo afirmarle que ni yo ni nadie de mis familiares en esas cuatro generaciones ha tenido un puesto en un organismo oficial ni en sus aledaños y, por supuesto, jamás hemos torturado a nadie ni física ni psíquicamente. Muy por el contrario, siempre he procurado tratar educadamente y con cariño a cualquier foráneo con el que he tratado, sin importarme ni la raza ni la procedencia.
Sin que ninguno de los dos parezca haber cambiado mucho en sus opiniones, nos despedimos amistosamente y nos acostamos.
Reflexión:
No sé si este libro lo leerá alguna persona que, además de querer a Cataluña, esté dispuesta a romper una lanza por unas relaciones más entrañables entre las dos capitales.
Yo, desde este humilde relato, pienso que ya va siendo hora de que hagamos un "corte de manga" a todos esos mangantes que utilizan a saber con qué oscuros propósitos ($$$$$), o bien el fútbol, o bien la política, o bien el centralismo, para enfrentar a las gentes de dos capitales que al menos tienen una cosa en común: viven en la misma península.
Nos hemos propuesto durante la etapa de hoy llegar hasta Villafranca del Bierzo. Nuestro hijo Angel Luis viene desde Madrid para unirse a nosotros en esta última parte de recorrido.
Nada más comenzar a descender el pronunciado desnivel que por esta zona tiene el camino, aparece el dolor que sentía ayer tarde en la pierna. Según vamos avanzando, al mismo tiempo que el perfil del recorrido se vuelve más empinado y abrupto, el dolor va aumentando.
Pero el dolor físico no se puede comparar al que sentimos los tres cuando comenzamos a atravesar una zona que, hasta hace pocos días debía de ser un bello paisaje, y que hoy, debido a un incendio, se ha convertido en un negro presagio para el futuro de las generaciones venideras. Vemos como una pareja de perdices, acompañadas de dos perdigones, parecen buscar inútilmente al resto de las crías entre los carbonizados arbustos, aun humeantes.
Llegamos a Molina Seca y desayunamos. Se trata de un pueblo que nos parece precioso. Unos muchachos están bañándose en el río a pesar de lo temprano de la hora, siento envidia pero mi estado físico va empeorando por momentos hasta el extremo de que cuando terminamos de desayunar y pretendemos seguir caminando, el dolor es tan fuerte que me considero imposibilitado para poder seguir andando.
Las lágrimas se agolpan en mis ojos y una opresión me atenaza la garganta.
¡ Ilusiones, sacrificios, proyectos! Todo se ha venido abajo. En este estado, será imposible continuar.
Nos separan muy pocos kilómetros de Villafranca. Si hay que volverse para Madrid, al menos nos reuniremos con Angel Luis y, si él quiere hacer lo que falta de recorrido solo, pues que lo haga.
Nos trasladamos hasta Ponferrada en un autobús y, desde allí hasta nuestra meta de hoy, en otro.
No sé si los que me acompañan podrán darse cuenta del estado de ánimo en el que me encuentro, pero debe ser tan notorio que, durante los cortos trayectos de autobús, han respetado el silencio y la tristeza que me embarga.
En Villafranca nos dirigimos al Ave Fénix, un albergue privado del que nos han hablado muy bien. Todavía quedan camas libres y su precio, el mismo que la mayoría de los que hemos utilizado hasta ahora.
Una de las HOSPITALERAS conoce a Alba, nuestra compañera, son de la misma ciudad y, al comentarle la grave situación en la que se encuentra nuestro proyecto por mi culpa, nos da ánimos y me pregunta si me importaría que el director del albergue - le denomino así por llamarle de alguna manera, porque a Jasón le veo trabajar atendiendo al albergue como uno más - me dé un masaje. Jasón tiene fama entre gran número de peregrinos de conseguir mejorías espectaculares.
"¡ No, no me importa!"
Rosa se va a buscar a nuestro hijo, cuando le veo soy incapaz de sujetar las lágrimas contenidas.
Pasamos todo el día en el albergue, por un precio muy asequible comemos, cenamos y, durante la tarde mantenemos una animada tertulia con los peregrinos que se sientan cerca de nosotros.
Uno de los peregrinos con el que hablamos es brasileño, empezó el mismo día que nosotros en Roncesvalles. En esa etapa, coincidimos en una fuente aprovisionándonos de agua, y después también hemos pernoctado en varias ocasiones en el mismo albergue. En Burgos, fue el que llegó en muy mal estado y, al ser muy tarde y no haber restaurante cerca, comió un poco de fruta con nosotros.
Cenamos, llega la hora de acostarnos. Veo a Jasón atareado intentando acomodar la avalancha de peregrinos que han llegado a última hora.
Estoy resignado: si no puedo continuar, postergaré la finalización para otro momento, es seguro que lo que no voy a hacer es engañarme a mí mismo y hacerlo en cualquier medio de transporte.
No sé quien le habrá dicho a Jasón que soy yo el enfermo, pero se acerca a mí y, sin que nadie nos presente me pregunta:
"- ¿Qué te pasa hombre?
Y mi respuesta no tiene vuelta de hoja:
- Estoy fastidiado.
Al tiempo de preguntarme, me ha cogido fuertemente, introduciendo sus dedos en el hueco que tenemos en los hombros. Me pide que le acompañe. No sé que es lo que me habrá hecho, pero el dolor de las piernas ha desaparecido.
Es una zona en la que están los últimos peregrinos acomodados y me manda tumbarme boca abajo en una cama con patas que ha colocado expresamente para mí. Comienza a friccionarme las piernas y la espalda. Después de un buen rato, da por terminada la sesión y me manda acostar.
No acepta ningún tipo de remuneración.
Mi estado no es hoy como " para tirar cohetes", pero al menos puedo caminar. Eso si, muy despacio.
En un principio, teníamos planeado llegar hoy hasta El Cebreiro, pero nos han aconsejado que en Galicia intentemos evitar las grandes aglomeraciones en los albergues, al mismo tiempo que nos recomiendan uno nuevo que han instalado en Ruitelan, un pequeño pueblo que se encuentra unos kilómetros antes de empezar la subida al mítico puerto.
La etapa resulta algo atípica, a lo corto que puede resultar el recorrido se le une la ausencia de una íntima compañera de viaje: la mochila.
El Ave Fénix nos ofreció ayer un servicio: por trescientas pesetas, cada mochila la transporta hasta El Cebreiro facilitando así la dura ascensión.
Las nuestras las dejará en Ruitelan.
Hemos acertado totalmente. A pesar de estar bastante mejor que ayer, realizo una marcha muy lenta, no quiero volver a recaer.
Alba también está fastidiada y, mientras Rosa y Angel Luis, que no ha querido desprenderse de su mochila, se adelantan hasta la meta prevista, Alba y yo continuamos a un paso mucho más reposado.
Llegando a Ruitelan, reaparece el dolor de pierna, aunque no es tan intenso como ayer.
Rosa, ante nuestra tardanza, ha salido a las afueras del pueblo a buscarnos.
El albergue es un viejo caserón de piedra que han habilitado para tal efecto Lucio y Carlos, y al que han bautizado con el nombre de "El Pequeño Potala". Son dos personas a las que se podrían nombrar con numerosos adjetivos agradables, pero yo sólo voy a utilizar uno que para mí reúne todo lo bueno que se puede decir de alguien. Son sencillamente acogedores.
Comemos unos bocadillos y Carlos se compromete a prepararnos una opípara cena por una módica cantidad.
Antes de sentarnos a la mesa, Lucio me da unos masajes en las piernas.
Reflexión:
Habrá personas que, al leer esto, se sonrían pensando que la autosugestión puede hacer verdaderos milagros.
Yo les diría a esas personas que soy escéptico por naturaleza y que llevo casi diez años luchando contra la enfermedad de Parkinson con todas las fuerzas.
Cuando la medicina oficial me confirmó que no existía curación para el mal que me aquejaba y que lo único que cabía hacer de momento era intentar detener los efectos degenerativos que fueran apareciendo, yo, por mi cuenta, busqué medicinas alternativas que me ofrecieran la esperanza que la dura realidad me planteaba.
Visite un iridólogo, con el que no obtuve ninguna mejoría, y, más tarde, un "sanador" en la zona de Vallecas con el que noté una leve mejoría que resultó efímera.
Más tarde me hablaron de una mujer que curaba con sólo poner las manos.
Para que esta mujer me atienda tengo que desplazarme trescientos cincuenta kilómetros, a los que hay que sumar otros tantos de vuelta.
Lo llevo haciendo casi cinco años y, mientras ella quiera, seguiré yendo.
¿El motivo?
Sobre todo en las temporadas invernales, debido a que en el desplazamiento hay que pasar por varios puertos de montaña, es normal que la fecha en la que estoy citado coincida con alguna nevada. Entonces, sintiéndolo mucho, anulo la visita, citándome para otra ocasión, llegando algunas veces a transcurrir más de tres meses sin ir a la consulta. Entonces, invariablemente, aparecen los dolores musculares, en mi caso sobre todo en los brazos, que tan molestos y frecuentes son entre los enfermos del mal de Parkinson, y no creo que nadie pueda opinar que estos dolores son autosugestivos.
Bien, pues en el momento en que acudo de nuevo con regularidad a la consulta, me desaparecen los molestos invitados.
Toda esta expansión viene a cuento de que, mientras Lucio me ponía las manos en los pies, sentí correr tal energía por mis extremidades como nunca la he sentido en los años que llevo acudiendo a la consulta que he narrado antes.
Lucio también me da unas pastillas. Son homeopáticas, las debo echar en una botella de agua y después beberla poco a poco.
Si la experiencia en Bercianos fue buena, en El Pequeño Potala es similar.
"No es tan fiero el león como lo pintan"
Con este refrán se podría definir perfectamente El Cebreiro, terror de peregrinos. Sí, la subida es francamente costosa, pero en nuestra memoria aún se conserva la fatiga pasada en otros puertos que en dificultad no tienen nada que envidiar a este. También es posible que notemos menos las fuertes cuestas porque hoy también vamos sin mochila.
Lucio, el HOSPITALERO de Ruitelan, es el encargado de transportarlas hasta el alto del Poio, que es donde pensamos llegar.
Terminamos de subir el puerto rodeados de un precioso paisaje. Antes, me han hecho una fotografía en el mojón que separa Castilla y León de Galicia, con este momento llevo soñando bastantes días.
Nos detenemos a reponer fuerzas en uno de los bares del pequeño pueblo. A pesar de lo temprano que es, son las once de la mañana, el albergue está completo y los peregrinos son desviados hacia la base de acampada, que está unos metros más arriba del pueblo.
Y hablando de peregrinos, ¿a quién se le habrá ocurrido la peregrina idea?: han instalado las tiendas militares en una de las partes más altas del entorno y, en vez de hacerlo protegiéndolas de los vientos, lo han hecho en un borde del terreno, por lo tanto, vengan de donde vengan los aires, se harán notar "agradablemente" para los que pernocten allí.
Dejamos atrás el pequeño núcleo de viviendas y el no ir cargados nos permite entretenernos cogiendo fresas silvestres que nos vamos comiendo.
Mis viejas molestias de los pies han vuelto a aparecer, quizás sea porque el dolor de pierna ha desaparecido.
Después del esfuerzo del puerto el resto de la etapa resulta casi un paseo.
Para Angel Luis, seguir nuestro lento paso debe resultarle muy incómodo, por eso se adelanta.
Los kilómetros que faltan hasta Santiago nos permitirían llegar fácilmente antes del día veinticinco, pero temiéndo la multitud que nos podemos encontrar, hemos decidido hacer etapas cortas para llegar el día veintiséis.
Llegamos al alto del Poio, no hay pueblo, tan sólo dos bares de carretera, y en uno de ellos han habilitado un salón grande como albergue. No tarda en llenarse y los más tardíos tienen que conformarse con una colchoneta en el suelo.
El resto del día lo pasamos descansando, que no le viene nada mal a nuestros cuerpos. Alba ha comenzado en esta etapa a darme masajes en las piernas.
Seguimos con la costumbre de madrugar. A pesar de que en Galicia las temperaturas se han suavizado bastante, preferimos huir de las horas de más calor.
El Camino de Santiago, en la zona de Galicia, discurre por pequeñas aldeas en las que es raro encontrar un comercio, de tarde en tarde se atraviesa alguna población importante, y es aquí donde tenemos que aprovechar para sacar dinero en los cajeros, reponer fuerzas comiendo o reponer las existencias del maltratado botiquín. Todo esto lo hacemos en Triacastela, a media mañana y después continuamos la marcha.
Me encuentro tan bien que en esta etapa decido adelantarme con Angel Luis.
Los masajes recibidos el día anterior se han hecho notar, el dolor de pierna ha desaparecido por completo. Alba y Rosa caminan más despacio, nosotros dos iniciamos a buen paso el ascenso a los montes de Albela.
Al llegar San Xil se bifurca el camino. Llegado a este punto, me hubiera gustado hacer el recorrido por el que conduce al monasterio de Samos, pero como ya he dicho en anterior ocasión mis fuerzas están muy mermadas y elegimos el de Calvor que es el más corto.
Pronto desisto de mantener la marcha de mi hijo. A pesar de la mejoría, puedo volver a recaer si intento seguir el fuerte ritmo al que él camina. Insisto para que él continúe a su paso y yo marcho en solitario el resto de la etapa, haciendo una de las cosas que más me gusta hacer en mi vida cotidiana: cantar. Lo he venido haciendo desde que empezamos en los Pirineos, incluso en algunos momentos en los que mi salud no era demasiado boyante.
Yo sé que a mucha gente le molestará mis maneras de desafinar o las viejas letras de las canciones, pero a mí me gustan y por eso las canto, con ellas vienen a mi memoria muchos recuerdos agradables de antaño.
A pesar de no haber podido mantener el paso de Angel Luis, he llegado al albergue de Calvor más de una hora antes que Alba y Rosa.
Encontramos camas libres. Lo que no hay es bar en las proximidades y, si queremos comer, tenemos que encargarlo por teléfono - nos lo ha facilitado la HOSPITALERA - a un restaurante. La persona que atiende me advierte que hasta las cinco y media no podrán traernos la comida solicitada. No queda otra opción, por lo tanto le insisto en que estamos sin comer, son las cuatro de la tarde y nuestros estómagos comienzan a reclamar un mínimo de atención.
Después de ducharnos, nos reunimos en el dormitorio con otros peregrinos, el comedor está siendo ocupado por una incesante riada de personas que llegan en busca de albergue.
Aquí he conocido a Dario, un muchacho de Madrid. Es aficionado a los juegos de mano con monedas, él nos divierte realizando algunos juegos, y yo también pongo en práctica alguno de los juegos de cartas que conozco.
Por fin llega la comida son algo más de las seis y media. Hacemos una comida-cena en la cocina; cuando terminamos con los alimentos, ya hay peregrinos que están esperando a que nos marchemos para poder retirar las mesas y acostarse en el suelo.
Nos retiramos a descansar. Somos afortunados, en el albergue hay mas de doscientas personas y la mayor parte de ellas no tienen sitio en el suelo para poder estirar las piernas.
No nos explicamos que habiendo una base de acampada a menos de siete kilómetros de donde nos encontramos, tanta gente prefiera pernoctar aquí. Dario nos lo aclara: junto con un grupo de amigos, la noche anterior se quedó a dormir en la base de acampada de El Cebreiro, y a la falta de agua caliente se sumó el frío que pasaron; aunque parezca exagerado, tanto que decidieron a media noche entrar en el albergue y dormir allí apretujados unos contra otros. Porque estas tiendas no son iguales que las que la previsora Castilla y León preparó para dar cobijo a los peregrinos. Aquellas contaban con un aislante de madera para separar las colchonetas del suelo, mientras que estas ni tienen colchonetas, ni aislante. Si a esto se le añade una ubicación errónea, entonces no es de extrañar que haya mucha gente que huya de las bases de acampada.
Junto a nuestras camas se han instalado unas jovencitas vascas, se preparan para dormir apoyando la espalda en la pared. Me dan lástima, no hay lugar donde conseguir alimentos y tendrán que dormir en ayunas.
Al preparar los bocadillos por la mañana, a Rosa le sobró algo de pan y embutido, se lo ofrecemos. Aunque no es mucho, al menos no dormirán con el estomago vacío.
De nuevo en marcha, cuando nos hemos levantado, despertamos a las jóvenes vascas y les ofrecemos acostarse en las camas que dejábamos vacías. Acceden gustosas, no tienen intención de madrugar y hasta que tengan la obligación de abandonar el albergue, aún pueden aprovechar dos o tres horas.
Dario, el joven madrileño, y Angel Luis caminan unos cientos de metros delante de nosotros.
El camino hasta Sarria es una bajada suave y el recorrido se hace cómodamente.
Cuando comenzamos a entrar en las calles de Vigo de Sarria, tres perros de la raza pastor-alemán se cruzan en nuestro camino ladrando y gruñendo amenazadoramente. A pesar de intentar abrirnos paso con las varas que llevamos, ellos insisten impidiéndonos continuar. Tan sólo cuando nos agachamos y hacemos como si fuéramos a coger piedras, ellos huyen. Era impresionante ver a estos tres animales enseñando sus bien armadas dentaduras.
Han salido de una casa que tiene la puerta abierta y está a un lado de la carretera. Me pregunto qué hubiera ocurrido si, en vez de salirnos a nosotros que conocemos un poco como tratar a los perros, le salen a un peregrino que se asusta y, dándoles la espalda, echa a correr. Entramos en Sarria y buscamos un bar donde tomar un café. Desde allí llamo a la policía municipal, advirtiéndoles del peligro que pueden representar los tres animales.
El camino hoy está muy concurrido: colegios, grupos de boy-scouts y numerosos peregrinos que comienzan su andadura desde el bello pueblo de Sarria.
Caminamos a través de magníficos paisajes y pequeñas aldeas.
Desde hace unos kilómetros, un perro de la raza rottweiler camina entre los peregrinos, en ningún momento se muestra agresivo.
Un grupo de chicas leonesas, con las que ya habíamos coincidido anteriormente, se une a nosotros. Es extraordinario el parecido de una de ellas con la celebre actriz americana Barbara Streisand. La pobre muchacha lleva una pierna vendada, ha sufrido una tendinitis. Sus amigas se adelantan y ella, renqueante, camina durante bastante tiempo conmigo.
Desde que entramos en la comunidad gallega, cada quinientos metros un mojón nos informa del concello en el que nos encontramos y de los kilómetros que nos quedan para llegar a Santiago.
Por fin llegamos al mojón de los cien kilómetros. Después de tantos pasos dados, ahora es cuando sentimos dentro de nosotros que estamos llegando a la meta definitiva.
Ferreiros es un pequeño pueblo y, saliendo de él hacia Portomarín, se encuentra el albergue.
Lo corto del recorrido en el día de hoy hace que lleguemos de los primeros al albergue. Éste se encuentra cerrado y, en un bar cercano, nos informan que no abren hasta las catorce treinta.
Alba y Rosa se quedan guardando la vez para coger cama. Poco a poco, se van reuniendo más peregrinos. Cuando llega la HOSPITALERA, ya no quedan camas suficientes para todos los que esperamos en la puerta.
Reflexión:
Al llegar a este punto quiero hacer una aclaración. Prometí al principio del libro que, como homenaje a esas personas abnegadas que son los HOSPITALEROS, siempre que los mencionara en este libro pondría sus nombres con mayúsculas.
Pero, para todos aquellos que no hayan hecho el Camino, quiero diferenciar que, a pesar del trabajo ímprobo que significa tener que aguantarnos y limpiar lo que ensuciamos, no todos los HOSPITALEROS son iguales, pues, mientras que en Galicia la mayoría cobran por el servicio que prestan y la minoría son voluntarios, en el resto de las comunidades, la mayoría son voluntarios que desempeñan esta función por cariño al peregrino y la minoría lo hacen por el lucro.
En ningún momento quisiera generalizar, porque podría parecer que los que cobran por su trabajo tratan peor a los peregrinos y quiero ratificar que no es así. Pero, salvo alguna excepción, en lo que se refiere a mi persona he sido tratado con más cariño por los voluntarios.
Comemos y cenamos en el bar que está cerca del albergue y el resto de la tarde la pasamos viendo pasar peregrinos que caminan con ligereza (sin duda quieren llegar a Santiago de Compostela antes del día veinticinco).
El rottweiler que caminó con nosotros, durante esta etapa se entretiene corriendo tras un grupo de gallinas que picotean por las cercanías.
Una nueva etapa y cada vez estamos más cerca.
Nuestra intención es llegar hoy hasta Eirexe. Según la información que llevamos, en este pueblo no existe ningún tipo de comercio, pero esto no nos preocupa, nuestra experiencia nos dice que no hagamos mucho caso de lo escrito sobre el Camino, pues en todo lo que hemos leído hasta ahora hay pocas cosas que coincidan con exactitud.
Llegamos a Portomarín y el río Miño nos recibe con su sereno caudal. La vista de la población antes de cruzar el río es preciosa. Desayunamos en un bar y, sin apenas pararnos (¡ qué lástima!), continuamos la marcha.
Nada más alejarnos de sus calles, una empinada cuesta nos recuerda nuestras limitaciones físicas. Angel Luis se adelanta, lo de las limitaciones no va con él.
El recorrido es una copia del de los días anteriores. Tan sólo reseñar una curiosidad: apenas un kilómetro antes de llegar a Eirexe, está el pueblo de Ligonde y, allí, un albergue que no consta en ninguna de las guías que llevamos anuncia café y agua gratuita para los peregrinos y, si estos cogen habitación, será gratuita hasta la comida. Este albergue está regido por los Testigos de Jehova. (Cada día entiendo menos a los dirigentes de algunas religiones). A pesar de la gratuidad, continuamos hasta el final de etapa previamente establecido.
Después de ducharnos, la HOSPITALERA, que nos ha recibido con grandes muestras de cariño, nos aconseja una casa cercana donde podremos comer.
La comida es buena, abundante y barata.
Nos da tiempo a dormir la siesta y, al levantarnos, Alba y Rosa se marchan hasta un bar que nos encontramos por la mañana antes de entrar en el pueblo. Un grupo de chicas valencianas les han dicho que en ese bar hay varios masajistas diplomados que, gratuitamente, atienden a los peregrinos.
Mientras yo me siento en la puerta del albergue, se me ha desprendido una de las uñas de los pies, precisamente la que peor aspecto tiene. Todo el que pasa y ve el estado de mis pies me pregunta que cómo puedo seguir andando teniendo semejantes heridas.
Una de las chicas valencianas me ofrece un remedio casero que es bueno para que cicatricen las heridas y yo, que con tal de lograr culminar la aventura emprendida estoy dispuesto a cualquier cosa, acepto.
En esta pequeña aldea hemos comido y cenado magníficamente por un precio módico y, además, el trato ha sido excelente.
Antes de iniciar el camino, hemos desayunado, y muy abundantemente, en la casa donde comimos y cenamos ayer. No obstante, al pasar por Palas de Rei, nos comemos unos bocadillos y continuamos la marcha.
El flujo de peregrinos a pie ha disminuido, tan sólo de vez en cuando algún rezagado nos adelanta. Sin embargo, hay que llevar especial cuidado con los ciclistas, algunos nos adelantan como si de esa etapa dependiera ganar la Vuelta Ciclista a España.
Hoy es el cumpleaños de Alba, ha prometido invitarnos a comer pulpo a la gallega en Melide.
Angel Luis se ha adelantado con el grupo de chicas vascas y nosotros, que no llevamos prisa y tampoco podemos tenerla, avanzamos lentamente. Si a esto le añadimos que hemos madrugado menos, todo junto hace que nuestra llegada al final de la etapa sea un poco más tarde que otros días.
El albergue es amplio y, como ya esperábamos, hay camas de sobra.
Es muy tarde, por ello nos dirigimos a una conocida casa de Melide donde nos han aconsejado comer el pulpo. Estamos terminando de comer y vemos entrar a una de las HOSPITALERAS con la que coincidimos en Bercianos, nos saluda efusivamente y nos presenta a sus dos acompañantes del albergue de Ribadiso da Baixo.
Terminan ellos de comer, y entablamos una animada tertulia que hace que el tiempo se nos pase volando.
Nos separamos, no sin antes prometerles que mañana, cuando pasemos por el pueblo donde ellos están trabajando, iremos a verles.
Angel Luis tiene intención de llegar a Santiago el día veinticuatro. Para ello está dispuesto a hacer mañana más de cincuenta kilómetros. Tratamos de disuadirle, pero su decisión es firme.
Antes de despedirnos de nuestros amigos HOSPITALEROS, estos ofrecen a nuestro hijo alojamiento, llegue a la hora que llegue. Al ofrecerle cobijo en el lugar donde ellos duermen, no tendrá que molestar a ninguno de los peregrinos.
Dormimos la siesta pero Angel Luis, que ha decidido continuar la etapa hasta Ribadiso, antes de que anochezca, aún tiene ganas de marchar con el grupo de muchachas vascas, con las que hemos vuelto a coincidir, hasta el río Furelos para darse un baño.
Salimos a cenar y el joven valenciano responsable del incidente ocurrido en Santa Catalina de Somoza, se une a nosotros. Esta muy decaido porque la chica francesa le ha abandonado para unirse a un mejor acompañante. En la puerta del albergue nos hemos encontrado con nuestro viejo amigo el rottweiler. Alguien le ha puesto un recipiente con abundancia de comida y, de momento, parece despreocuparse de todo cuanto acontece a su alrededor.
Apenas cincuenta kilómetros y lo habremos conseguido. Los rumores de multitud de personas en las proximidades de Santiago nos hacen reconsiderar el final de etapa. Ante la posible escasez de camas, incluso en los albergues de las cercanías como puede ser el de Santa Irene, nos decidimos de antemano a buscar un alojamiento particular y no recurrir al del albergue. En estas últimas etapas, el sol apenas se deja sentir, lo tupido de los bosques por los que pasamos hace que el camino resulte más cómodo y agradable de andar.
No obstante, en el día de hoy estamos dispuestos a andar unos treinta kilómetros, la ubicación de los alojamientos nos obliga a ello.
Son muchos kilómetros para lo escasos de fuerzas que andamos. El último tramo lo recorremos por inercia como autómatas. Hasta tal extremo es notorio nuestro estado de agotamiento que en uno de los tramos en que el camino marcha paralelo a la carretera de Lugo, los ocupantes de un vehículo con matrícula francesa se bajan del automóvil y, sin pedirnos permiso, nos hacen una fotografía.
Paramos en un bar en el que sólo nos pueden preparar bocadillos, allí preguntamos si conocen a alguien que alquile habitaciones. Llaman por teléfono, ha habido suerte, la persona que está al otro lado de la línea nos dice que sí. Al ser tres personas, nos ofrece una habitación con dos camas a la que se le puede poner un colchón en el suelo, y así costará seis mil pesetas.
La pensión se encuentra a tres kilómetros siguiendo la carretera hacia Santiago. Penosamente los andamos, sabiendo que después llegará el descanso.
Se trata de un restaurante de carretera que también alquila habitaciones. Está escrupulosamente limpio y en él pasamos el resto del día descansando.
La siesta y una cena indudablemente casera nos reconfortan, y reparan en lo que cabe el esfuerzo del día.
Día de Santiago
Son sólo dieciocho kilómetros los que nos separan del Monte del Gozo, aun así, salimos temprano. Aunque ya ha amanecido, pronto comenzamos a escuchar el ruido de los motores de los aviones que inician las maniobras de despegue o de aterrizaje en el ya cercano aeropuerto de Lavacolla.
Los últimos diez kilómetros de camino no tienen mojones, por eso sabemos que ya estamos muy cerca.
En el pueblo de Lavacolla nos comemos unos bocadillos y continuamos la marcha, queremos llegar ya cuanto antes.
Después de vueltas y revueltas, al fin distinguimos las edificaciones del Monte del Gozo y allí, muy cerca al fondo, ¡¡ Las torres de la catedral!!
¡¡¡Lo hemos conseguido!!!
Ni puedo ni quiero contener las lágrimas. Durante unos minutos permanecemos los tres abrazados, llorando y riendo, rezamos una oración en recuerdo de los que se pusieron en camino y por una u otra causa no lograron terminarlo.
Andamos los últimos metros muy despacio, como si las fuerzas nos hubieran abandonado para también ellas celebrar la llegada a Santiago de Compostela.
Nuestro hijo nos espera sentado en la escalera de entrada.
No existe ningún tipo de problema para conseguir cama. Una buena ducha, una buena comida y una buena siesta nos ponen en disposición y ánimo de coger el autobús que une el albergue con la ciudad.
Llegamos a tiempo de oír misa y cumplir con todos esos rituales que conlleva la peregrinación.
Cenamos unas raciones y damos un paseo recorriendo la ciudad. Escuchamos música, es uno de los conjuntos que ameniza la fiesta.
Alba y Rosa se unen a las numerosas personas que allí están bailando. Yo sé que a Rosa le gusta bailar y al fin me decido y bailo con ella unas cuantas piezas. Después de tantas horas de dolor acumuladas en mis pies, poco importa sacrificarse un poco más. Ella se merece ese pequeño sacrificio, pues ella ha contribuido en gran manera a que yo haya conseguido mi propósito.
Subimos hasta el albergue en el último autobús. Angel Luis se separó de nosotros advirtiéndonos que si encontraba a alguien conocido continuaría la celebración.
Cuando nos levantamos de dormir es temprano pero ya ha amanecido. Después del ritual cotidiano de tener que curarme los pies iniciamos el recorrido de los últimos cinco kilómetros.
Poco a poco, las torres de la catedral se van haciendo más grandes y, por fin, llegamos a la plaza del Obradoiro.
Pasamos por la oficina del peregrino para obtener el último sello en nuestra credencial. La misma oficina ha instalado una consigna donde poder dejar las mochilas. Está atendida por personal voluntario.
Nosotros no vamos a llegar hasta Finisterre para deshacernos de la ropa vieja.
Cambiamos la ropa que hemos utilizado durante este largo mes por otra algo más presentable en la misma consigna y salimos a la calle con el cuerpo cansado pero con el corazón ligero como el aire.
Lo primero que tenemos que solucionar es nuestro regreso a Madrid, no podemos olvidar que el día veintinueve Rosa trabaja.
Lo que nos temíamos, una cosa es salir en la televisión anunciando las numerosas medidas que se han tomado para paliar los problemas que se puedan presentar en una celebración tan importante como está, y otra muy diferente es racionalizar dichas medidas.
Viajar en avión: no hay posibilidad de hacerlo hacia Madrid, al menos en tres días.
Viajar en tren: no hay posibilidad de hacerlo hoy, mañana tan sólo en el Talgo y en primera, y quedan pocas plazas.
Una vez conseguidos los billetes, nos dedicamos a comprar unos pequeños recuerdos para familiares y amigos.
Nos encontramos con los amigos de Jesús, nos cuentan que éste se volvió a su casa desde Astorga.
También nos encontramos con dos de los HOSPITALEROS de Ribadiso, con ellos tomamos unos vinos.
Hemos alquilado una habitación para tres personas.
Después de comer, acompañamos a Alba hasta la parada del autobús que va hasta el aeropuerto, pero el siguiente sale a las seis y media y el vuelo tiene previsto despegar a las seis, por lo tanto tiene que coger un taxi. Allí nos despedimos de esta amiga con la cual hemos compartido los días más intensos que hemos vivido.
Angel Luis se ha marchado en busca de alguien conocido, nosotros ya damos por finalizado El Camino de Santiago.
Cenamos en un bar y, al salir, nos dirigimos en busca de una cabina de teléfonos, hay que avisar a nuestras familias que la llegada se retrasa en un día.
Parece increíble, alguien conocido está hablando por teléfono. Se trata de Nelia, la muchacha de Cantabria con la que hemos coincidido y hablado en varias ocasiones. Al vernos, se abraza a nosotros y juntos lloramos los tres.
Pasamos a un bar y, allí sentados, contamos nuestras últimas experiencias.
Pero, al final, tenemos que separarnos...
Regresamos a Madrid el día veintisiete de junio de 1999, treinta días después de dejar nuestro hogar.
Luis Marinas Fernández
Nota: Los nombres de las personas aparecidas en este libro han sido modificados para salvaguardar su intimidad.