La fuerza del Camino
A mis compañeras de fatigas, que aguantaron
estoicamente mis despertares peregrinos.
0a. Prólogo
0b. El equipaje
0c. La preparatoria
0d. Km. 0
01. El inicio
02. La magia del Camino
03. La calma
04. El sufrimiento
05. El rompepiernas
06. Llegando a Santiago
07. Besar Santiago... pura química

Prólogo

"El Camino no tiene principio ni fin..."

El Camino es una experiencia única, que marca las vidas de aquellos que lo han vivido, por la belleza de sus paisajes, la entrega desinteresada de los peregrinos, la hospitalidad de la gente que encuentras a tu paso. En el Camino todo es más real y auténtico. Nunca tus sentidos estarán tan desarrollados como durante ese trayecto: el olor de la hierba, la caricia de la brisa, el contacto de la piel con el sol y la lluvia...viéndolo, siempre te parecerá el color del cielo distinto, y la caída de la tarde en Portomarin te parecerá irrepetible.

La bruma ya no será bruma, sino embrujo, y empezarás a soñar con duendes y meigas escondidas tras cada árbol centenario. Y no dirás nada, por si creen que estás preso de alguna locura...pero estas imágenes serán tuyas, por siempre.

Tal vez empieces el Camino como una simple aventura, pero se convertirá en la más alucinante de tu vida...envolviéndote la misma magia que compartieron a lo largo del tiempo peregrinos de toda clase y condición. Pisarás por donde pisaron caminantes llenos de sueños y esperanzas, por donde pasó fe, religión, dioses y hombres. Locos persiguiendo algo, quien sabe qué en realidad.

Cada cual en el Camino encuentra lo que quiere encontrar. Esa es la grandeza. Aunque para obtener el preciado regalo deberás sufrir un dolor físico que a veces creerás insoportable; un precio bien pequeño, sin embargo, para lo que recibes finalmente a cambio.

Olvida temores, egoísmos, prejuicios e individualidades. Forma una piña con tus compañeros de viaje y regodéate del placer de vivir esta experiencia a su lado.

Busca en el Camino, hazte preguntas; te aseguro que encontrarás respuestas...y si en algún momento no aparecen, invoca al Apostol o fíjate en el cielo...verás la Vía Lactea y te guiará....Buen viaje, amigo.

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El equipaje

Hacer el Camino tiene una preparatoria, que puede resultar algo tediosa, pero, créeme, es fundamental para poder disfrutar luego del mismo. Es importante que, ya seas caminante o ciclista, tu equipaje se reduzca a lo mínimo imprescindible, ya que cuando estés cansado, cualquier peso aunque sea mínimo te parecerá una losa. Y tampoco es cuestión de sufrir gratuitamente.

Un pequeño botiquín, un par de mudas, chubasquero (estaremos en Galicia, ya sabes...), calcetines, jabón, crema solar, antimosquitos, ropa interior, unas buenas botas de montaña y unas chanclas, es suficiente. Si vas en bici, añade recambios de cámaras, un candado y parches, por si acaso. ¡Y revisa bien los frenos!


También es aconsejable llevar mapas de la ruta con trazados sobre inclinación, etc de cada etapa del Camino.

Cuando tengas todo listo, comienza la lectura de este pequeño diario...quizá te vaya poniendo en antecedentes de lo que te espera....

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La preparatoria

Hace varias días que estoy inquieta y duermo mal. Tardo en hacerlo y cuando parece que pillo el sueño, me despierto. Una noche hasta me puse a leer un libro acerca del Camino. Creo que estoy un poco obsesionada. Pero es que nunca he hecho una ruta como esta; bueno, sí, me fui de camping, incluso he hecho camping libre, pero no es lo mismo. Nunca he estado tantos días subida a una bici, y encima mis acompañantes tampoco tienen mucha experiencia. O sea, que es una pequeña locura. No puedo evitar tener algo de miedo. Me asaltan las dudas... ¿podremos hacerlo? ¿nos pasará algún percance?. No me acabo de creer que dentro de pocos días estemos llegando a Santiago de Compostela. Habrá que tener optimismo... Lo cierto es que saber que va a ser un reto contra mí misma, lo veo como una forma de medirme, de conocer mi yo más profundo, mis debilidades. Y eso me asusta, pero, a la vez, me atrae. Lo cierto es que no tengo ni idea de la fuerza que puede haber dentro de mí. Quiero demostrarme que puedo con mis miedos, y no me arrugo, pero... ¿podré?

También me da miedo la presión del cansancio y que explotemos debido a los nervios ¿sabré dominarlos con mis compañeras de Camino? Espero que sí.

Supongo que el Apostol algo nos ayudará, y que en las cuestas peores nos dará un pequeño empujoncito, o al menos eso espero.

Por lo pronto, y dejando aparte mis miedos más ocultos, estoy pasando momentos divertidos con mis colegas peregrinas: Miriam y María y los preparativos del Camino. Está resultando muy emocionante.

Voy a echar mucho de menos mi gente, mi pareja, mis padres, mi cómodo entorno material llamado televisión, prensa, sofá, cama, etc. Pero, bueno, espero que a cambio reciba alguna compensación.

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Km. 0

Si bien el km 0 ya se que no está en León, ahí fue donde se inició nuestra andadura. Aunque llegar allí nos constó varias horas de insufrible viaje en tren, que no disponía de aire acondicionado. Lo único agradable del trayecto, aparte de la compañía de mis dos viejas (no por edad sino por correrías) amigas, fue conocer a Miguel, nuestro primer peregrino, un hombre curtido en esto del Camino y que nos dio, sin duda, una auténtica lección de cómo afrontarlo. En esta ocasión había realizado la ruta francesa desde Roncesvalles, con sus hijos y la verdad es que su espíritu nos contagió. Se le veía feliz compartiendo sus experiencias con nosotras, contando anécdotas, en fin....que nos puso los dientes largos y lo cierto es que no podíamos esperara más: necesitamos comenzar la aventura.

La llegada a León comenzó con una buena obra, ayudando a una pobre mujer que había quedado enganchada a las escaleras mecánicas. Qué bárbaro, ¿será que Santiago comenzaba ya a jugar con nuestra buena fe? En fin, cargadas con las alforjas, pero sin bicicletas, ya que debíamos recepcionarlas en la oficina de Seur, nos dirigimos a nuestro albergue: el convento de Santa Clara.

La llegada fue triunfal, ya que nuestra inexperiencia nos llevó a no reservar cama, con lo que cuando regresamos a media tarde no teníamos plaza. Pero el ánimo no decayó; tampoco lo hizo cuando al entregarnos las bicis, venía una pinchada. Pero yo creo que eran pequeñas pruebas que el amigo Santiago Apostol nos iba poniendo en el Camino, que hubo muchas más, claro y peores. Pero eso ya es otra historia posterior...

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El inicio

Como bien se sabe, quien en un albergue no hila fino, se queda sin plaza. Y como decía anteriormente, eso nos ocurrió. Dormimos en una especie de patio interior, mas parecido a un garaje, en realidad, en medio de olores corporales, efluvios y otras delicadezas que no cuento para no aburrir. Por supuesto, sin colchón, con lo cual el suelo se convirtió en el compañero de una noche insufrible, por larga, pesada e incómoda. Pero nadie ha dicho que la vida del peregrino sea fácil.

Amanecidas, nos dispusimos a desayunar (las monjitas amablemente nos dan techo y alimento, a cambio de tan solo la voluntad) y a colocar nuestro pobre equipaje en las alforjas, aunque , claro, no resulta una tarea tan fácil como parecía al hacer las prácticas en casa, con lo cual, tardamos tanto que casi nos cierran el albergue.

Pero, finalmente, salimos, disponiéndonos a iniciar con bastantes nervios y emoción, nuestro primer tramo: León-Astorga.

La salida de León se convierte en una pesadilla, ya que no está muy bien señalizado. Tras más de una hora perdidas -supongo, ya que me he quitado el reloj y no tengo intención de recuperarlo hasta ver la Catedral de Santiago-, encontramos la famosa flecha amarilla que indica por donde va el Camino y que se convertirá en nuestro mejor aliado en los siguientes días ¡que sería de nosotras si no fuera por ella, sabe dios donde acabaríamos!.

Vemos ya a algunos peregrinos caminantes, pero apenas algún ciclista, tal vez hayan salido más temprano. Los primeros repechos se nos hacen duros, porque tenemos las piernas aun dormidas, algo que nos ocurrirá siempre en cada ruta: la primera hora se hace pesada, pero a partir de aquí ya se coge la rutina y se tragan kilómetros más o menos fácilmente. Como es lógico, Santiago nos pone ya el primer obstáculo: la cadena de la bici de Miriam se sale constantemente y hay que parar para ponerla, ya que la pobre, todavía no controla mucho el tema. Acabamos llenas de grasa, pero no importa. Estamos felices por estar allí, pisando suelo castellano.

Pasadas tres o cuatro horas de pedaleo y charlar con algunos caminantes, que se ríen un poco de nuestra gran "habilidad" ciclista, paramos a almorzar en un pueblo realmente encantador: Hospital de Orbigo. Totalmente empedrado y con un limpísimo río que atraviesa la calle principal, Hospital es un punto de encuentro de muchos peregrinos, ávidos de comida y bebida refrescante, ya que el calor es muy duro en estas tierras.

Ya estamos olvidando, sin darnos cuenta, nuestra condición urbanita y comenzamos a empaparnos de la cultura y modus vivendi del peregrino. Candamos las bicis, nos sentamos sin ninguna ceremonia y comemos con una fruición que para sí quisieran muchos.

Tras haber descansado un poco, reanudamos la ruta, bajo un sol de justicia. Solo quedan 11 kilómetros, aunque nos van a parecer el doble. Hace mucho viento, pero lo tenemos en
contra. Mientras atravesamos senderos interminables e insípidos, todo va bien, pero las cuestas ahora de hacen pesadas. Estamos deseando llegar... El viento nos echa hacia atrás, apenas podemos avanzar, es la primera lucha contra nosotras mismas.

Por fin, divisamos a lo lejos Astorga, como si fuera un sueño. Se ve preciosa, elegante, majestuosa. Nos sentimos muy bien, orgullosas de nuestra primera pequeña hazaña.

Pero, claro, el Apostol nos espera con otra prueba: no hay plaza en ningún albergue de la zona. Por lo que cogemos una pensión, sin mucho entusiasmo, pero, que le vamos a hacer. Bien es cierto que todavía no había llegado nuestra vena aventurera.

El palacio de Gaudí y todas las increibles bellezas de que dispone Astorga nos hace olvidar el cansancio, por lo que nos vamos a cenar unos embutidos y unas cañitas, que al cuerpo también hay que alimentarlo.

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La magia del Camino

Amanecimos con un maravilloso día soleado, por lo que iniciamos la ruta con mucho ánimo. Al poco, nos encontramos con unos peregrinos muy graciosos: llevan un jamón serrano en la bicicleta e intentan hacer creer a todos que es una ofrenda al Apostol, aunque me temo que no llegará intacto...Tras departir un rato con ellos, entramos en un pueblo realmente hermoso: Castrillo de Polvazares. Dicen que fue el más rico de la zona y que sus habitantes eran mercaderes tan adinerados que sus casas las adornaban con oro...bueno, realidad o leyenda, lo cierto es que es un lugar encantador: flores en los balcones, suelos empedrados, y un sonido peculiar: las cigüeñas, que miran indolentes desde el campanario de la Iglesia a los viandantes. Allí, pinchamos. Y nuestra pobre experiencia en el complejo mundo ciclista, nos hizo pedir ayuda. Como es habitual en el Camino, varios peregrinos nos asisten. Entre ellos, una pareja alemana que, si bien no hablan ni una palabra de español, ponen muy buena voluntad.

A partir de aquí, todos los pueblos serán similares. Es la cuna de la maragatería. Y maragatos son sus habitantes, buena gente, con mucha vista y muy entregada al turismo. De hecho, encontramos numerosos bares y hospederías con nombres relativos al peregrinaje: hostal El Caminante, bar El Peregrino, restaurante El Camino de Santiago, y un largo etcétera de originales denominaciones. Un buen reclamo.

Consultado el mapa y visto que a partir de aquí se inicia la subida al Puerto más alto de todo el Camino de Santiago, tomamos aire. Nos va a quedar mucho por sufrir en las siguientes horas. Y así es. Cada cuesta es peor que la anterior. Nos duelen las rodillas, la zona donde la espalda pierde su nombre y los gemelos, pero hay que seguir. A solas cada una con nuestros pensamientos, vamos subiendo el Puerto. Con frecuencia se sale la cadena de la bicicleta de Miriam y casi resulta un alivio porque es un motivo para hacer una, aunque sea breve, parada.

En medio del desierto castellano, surge un maravilloso pueblo: Rabanal del Camino, donde paramos para almorzar. El albergue está lleno de peregrinos y allí un hospitalero nos informa con algo de sorna de cuantos muertos ha habido en la subida al Monte de Ferro. ¡vaya, que ánimo!. Continuamos ascendiendo, tras un pequeño tentempié, hasta no poder más. Y aún no pudiendo, podemos. Sabe dios que es lo que nos anima...

Numerosas veces nos hemos encontrado con una chica eslovena, que peregrina sola. Somos ya amigas, al final. Su mirada es limpia y sonríe de verdad, con una paz que asombra. Donde quiera que esté Natasha, confío que sea feliz. Se lo merece.

La subida aquí es muy dura, era cierto lo que decían en Rabanal, bueno, ¡avisaron, es cierto!, aunque siempre parece que se exagera, pero no. Esto es realmente penoso. Tampoco ayuda el paisaje, realmente desolador, por el frío y porque todas las casas están deshabitadas...

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Bien, en medio de esta dura lucha personal que debatimos cada una con nosotras mismas, nos encontramos una pequeña posada en Foncebadon. El viento es terrible y la voluntad la tenemos algo mermada, por lo que sin mucho insistir, nos acercamos al bar. Allí coincidimos con un peregrino muy auténtico. Es sevillano, jovencillo y viene caminando desde Roncesvalles. En él volvemos a sentir la misma mirada transparente que en Natasha y exactamente la misma sonrisa de paz.

Esto volveremos a encontrarlo varias veces en el Camino y siempre nos sorprenderá. Es como si al peregrinar se hubieran liberado de sus problemas y miedos, de sus frustraciones, sus miserias...desprenden, sin lugar a dudas, energía positiva. ¿Es la fuerza del camino, los paisajes tan embriagadores, peregrinar sólo...quien sabe...?Pero es cierto, hemos visto ese brillo especial en muchos y creo que es algo mágico. Luego explicaré qué quiero decir...

La Taberna de Gaia, que así se llama el bar donde nuestros pobres cuerpos se aposentaron, es única. Situada en medio de la nada, con una temperatura exterior bastante desagradable, dentro te encuentras envuelto en una atmósfera, por así decirlo, subyugante. La música es celta, las velas están por todas partes y los taberneros van vestidos al modo mediaval. Increíble. Allí nos atiende el amigo Enrique Notario, un verdadero caballero andante, maestro de maestros, que entre café y café nos transporta a una época muy lejana, donde la vía láctea guiaba el Camino de Santiago...allí estuvimos más de una hora escuchando historias plagadas de mitos y leyendas; realmente ¡quien pudiera detener el tiempo y entregarse al placer de imaginar vidas de otras épocas..!. Pero el deber llama y con todo el dolor del corazón nos despedimos de nuestros nuevos colegas, a los que tal vez nunca veamos de nuevo.

Los últimos tramos hasta llegar a la Cruz de Ferro son dolorosos, por frío y dureza del trazado, con lo cual lo cogemos con calma. Despacio, vamos sumidas en nuestros más íntimos pensamientos. Hemos abierto una puerta en Foncebadón. La puerta interior hacia nosotras mismas y esa sensación ya no volveremos a perderla en todo lo que queda del Camino. Santiago Apostol nos ha tocado, sí, también a nosotras, en el corazón.

Es mucho lo que se aprende en este duro trayecto. Tal vez me quedaría con una letanía mitad oída-mitad sentida en carne propia: "El Camino es eso, exactamente, una ida hacia nosotros mismos: es compartir, meditar, sincerarse como nunca lo habrás hecho con tus compañeros, no juzgar, ni preguntar, no censurar; sólo amar a los demás, porque sí, sin maldad. Sólo disfrutar intensamente de la experiencia de conocer a gente diferente, tan distinta tal vez a ti, sin nombres, sin paises, sin clases sociales". Todos tenemos un mismo objetivo: llegar junto al Apostol y nada más. No preguntarás al peregrino por nada de su vida, no te importa, solo valoras su amistad en ese instante, sus consejos y ayuda. Nada más ¡ y nada menos!

Nunca te habrás sentido tan sola, pero a la vez tan acompañada. Es extraño. Tal vez solo así puedas encontrar a Dios, en medio de la nada, solo con otros soñadores como tu que necesiten encontrar su propio camino y tomar las riendas de su destino. No te importará morir, pero tampoco vivir. Porque aquí vivirás plenamente, a corazón abierto. No entiendo por qué, pero puedo decir sinceramente que hay mucha energía en el camino y que es buena, sana, auténtica.

Tras estas filosofía acerca de lo divino y humano, hemos llegado al Monte do Ferro, el culmen de la ruta Xacobea. Ha sido duro llegar hasta aquí, pero hermoso. Nos sentimos muy bien en nuestra piel, orgullosas en cierto modo de haber llegado hasta aquí. Solo nos apena no coincidir con más peregrinas ciclistas, parece que es un mundo más restringido a los hombres, no entiendo la causa.

Bien, hechas la fotos de rigor que atestiguan que allí estuvimos, iniciamos el descenso por una carretera serpenteante. Curvas y más curvas se suceden, algunas de infarto. En el primer pueblo que encontramos, El Acebo, decidimos quedarnos a pernoctar.

Al fin, podemos dormir en litera, aunque el albergue resulta demasiado pequeño para tanto peregrino. Pero menos da una piedra...Unos exquisitos bocadillos rebozados en huevo y una cañita de cerveza constituyen un auténtico manjar para nuestros estómagos que apenas llevan en todo el día un par de pinchos, con lo cual disfrutamos del festín y nos acostamos, que el cuerpo ya no está para muchos trotes.

Nuevamente nos hemos encontrado a Natasha, a la que hemos reservado plaza ya que venía todavía muy lejos. Buena chica, aunque nos cuesta entendernos por el idioma.

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La calma

Que maravilla dormir en El Acebo, no ya por la cama, sino por el amanecer. Hace fresco , pero apetece. ¡Así despejamos!. Desde aquí, todo bajada y más bajada. Parada obligada en Molinaseca, cuyo centro del pueblo es atravesado por un río y donde -dicen- los embutidos son una gloria. Aunque llegamos de mañana y para nuestra desgracia no haya nada abierto, ni siquiera para tomar una café. ¡Mala suerte!.

El Bierzo tiene lugares tan preciosos como en la Maragatería, aunque el paisaje es ya algo distinto, más similar a Galicia. La llegada a Ponferrada es un espectáculo, ya que en lo alto de una montaña encontramos, imponente, el Castillo de los Templarios, el cual visitamos en honor a nuestros amigos de Foncebadón. Entre ruinas y leyendas, nos enteramos de la historia de estos caballeros y de cómo ha trascendido hasta nuestros días, donde grupos más o menos organizados sueñan con intrépidas hazañas y juran sus votos, fielmente ¡y eso en el siglo XXI!

Un almuerzo en Prada a Tope (Cacabelos), donde el dueño ha montado un imperio a base de olfato empresarial y golpe de palloza, nos sienta muy bien. Hace tanto calor que nos tomamos casi tres horas entre comida y café. No tenemos ninguna gana de arriesgarnos a morir achicharradas, pero ¡.el peregrinaje obliga!, con lo cual, tripas corazón y adelante.

Tras sudar la gota todo el día, llegamos a Villafranca, ciudad monumental y bellísima. Curioso que cuando hace tiempo la visité, no la vi así, tan preciosa, y hoy me parece increíble, tal vez sean las ganas de llegar que tenemos...Ahí dormimos en el albergue de Jato, una institución, aunque nosotras creo que no para él, porque llegamos algo tarde de cenar y se enfadó un poco, ¡que le vamos a hacer, son cosas de la vida!

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El sufrimiento

Hoy hemos amanecido a las 07:00 h algo atemorizadas por la famosa subida al Cebreiro. Han dicho tantas cosas-y la mayoría no muy buenas- de la dureza de esta etapa, que impone. El primer tramo, sin embargo, es fácil de realizar y muy bonito: se suceden arboledas, riachuelos...se nota que estamos entrando en Galicia porque el paisaje es mucho más verde. No te cansas de mirar los hermosos prados -que ya echabas de menos en Castilla-, las montañas, que aparecen enormes y muy desgastadas, de oir el murmullo del agua, de admirar el cielo, que hoy está increiblemente azul... Una delicia, si no fuera porque la pendiente empieza a resultar algo sospechosa...hum.

Esto es un sueño, pero despertar es duro y eso hacemos de golpe cuando en medio de lo bucólico, descubrimos una auténtica pared. Comienza la fiesta. La subida es muy empinada y ni siquiera ves una recta donde descansar. Todo curva y más curva. Apretamos los dientes, y sin decir palabra, seguimos. La verdad es que la vista es un puro espectáculo, demasiado para nosotras, que venimos del puro asfalto. Pienso que tal vez algún día este paraje único dejará de serlo, ...pero confío que tarde mucho tiempo en ocurrir y que muchas generaciones más de peregrinos puedan vivir y sentir esta experiencia como nosotras y que el Cebreiro nunca cambie. Ojalá.

En fin, en la subida lo único que ayuda es el ánimo que nos damos unos a otros, porque a estas alturas, entre el calor y la pendiente, ya nada más puede aplacar el sofoco. Parece interminable, se me ocurre pensar que Santiago nos está poniendo pruebas muy, muy duras que espero pueda finalmente pasar.

Sin decir ni una sola palabra, parecemos mudas cuando el tema se pone difícil, subimos y subimos, parece que hasta el infinito. Aquí estarás de nuevo tu, tus piernas y tu mente. Luchando. Si entre ese vivir sin vivir, prestaras atención-si te quedan fuerzas-no oirás nada más que el correr del agua, el silencio es total. Parece que el mundo ha muerto aquí, en O Cebreiro. Si miras hacia la lejanía, podrás ver colinas, que de tan lejos se confunden con el cielo y multitud de pueblos salpicados entre el espeso verdor de los prados. Parece increible haber subido hasta aquí, hasta La Laguna, el último síntoma de vida que te encontrarás hasta la cima. Aún queda el último empujón, que está plagado de piedras y tierra. Nos mojamos la cara, el cuello, bebemos constantemente, pero el calor infernal que hace ahora es imposible de evitar. Por eso estos últimos dos kilómetros se nos hacen verdaderamente insufribles.

Pero como dios aprieta pero no ahoga, ¡Por fin hemos llegado!. O Cebreiro nos espera con sus antigüas pallozas y sus tabernas, donde sirven un queso realmente rico ¿o nos lo parece por la debilidad?.

Aquí, dormimos una breve siesta, de lo más reparador. Lo necesitábamos, y lo que nos queda todavía... Pero ahora no es el momento de agobiarse. Hay que disfrutar en su plenitud del Cebreiro y sus vistas, que separan Castilla de Galicia. Son absolutamente espectaculares, ya que los ojos no alcanzan a vislumbrar tanto verde junto. Aquí y ahora, volvemos a ver al Apostol. Sí, es cierto, no sueño. El Apostol está en nosotros mismos, en las hojas de los árboles, en la brisa, en el sol...está en todo lo que nos rodea y tan pocas veces nos paramos a mirar con detenimiento. ¿Cuántas veces nos hemos percatado de verdad en la gran belleza que tiene la vida? ¿O en la hermosura impactante de la naturaleza?. Pienso que para ver a Dios hay que sufrir y luchar, que sólo cuando la vida te pone pruebas puedes abrirte paso entre la maleza de tu propia vida y ver más allá qué puede haber. No se si es la borrachera psicológica de haber llegado aquí, o si son cosas de la magia del camino, pero lo cierto es hay felicidad real en el ambiente, entre nosotras.

Algunas estamos llorando...pero de gozo, increíble...pero cierto. No tengo palabras, sinceramente el Camino me ha roto los esquemas mentales. Ya sólo me dejo llevar...me rindo a la evidencia de que algo poderoso ejerce influencia sobre nosotras. Tal vez sea la fuerza interior. Quien sabe.

Es curioso lo que nos pasa, porque no somos especialmente religiosas, ni tampoco muy místicas, que se diga, y ya ves, aquí estamos, sin poder dar crédito a lo que nos pasa.

Creo que nos estamos volviendo algo iluminadas, pero bueno, confío que sea algo pasajero. Levantamos el campamento e iniciamos el descenso a Triacastela. Cansadas pero dándole zapatilla duramente, para llegar lo antes posible. En medio de la bajada, comienza el primer dilema: elegir camino o carretera. La zona es muy bonita, con cual, elegimos camino. Y ahí es nuestra perdición, ya que acabamos como el rosario de la aurora. Las corredoiras son difíciles de realizar en bicicleta, sobre todo con nuestra experiencia "magistral". La bajada por piedras se va haciendo complicada, son bastante grandes y surgen los primeros agobios.

Agobios que pronto se convierten en discusión...sí...no todo son rosas en el camino. También hay espinas. Y pinchan. Pero es normal, son tantas emociones, tantos sentimientos encontrados que no podemos estar al margen. Hay que implicarse, esa, tal vez es la única recomendación que podemos hacer a quien tenga la osada locura de hacer el trayecto a Santiago.

Bien, como decía, los nervios nos traicionan y terminamos haciéndonos reproches que decidimos curarnos con una copita de licor café que, aparte de estar muy sabroso, dicen que curan las penas del alma. Debe ser así, porque al rato estamos dándonos abrazos y tan amigas. Cosas de peregrinos cansados y hambrientos...

Decir que esta noche acabó siendo inolvidable, ya que dormimos al raso, con la hierba por colchón, el saco por manta y las estrellas por techo. ¡Qué bueno, si no fuera porque una de nosotras terminó durmiendo encima de una bosta de vaca!. Lo que nos reímos....

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El rompepiernas

Estamos algo cansadas esta mañana, aunque la emoción de saber que Santiago está ya cerca, nos da fuerzas. Lástima que haga tanto calor, debemos estar a unos 30 grados, de mañana. Si digo que estamos quemadas, no se ya muy bien si me refiero a los efectos del sol o al agotamiento. Pero recordemos que esto es un peregrinaje y no una fiesta.

Los pueblos que nos vamos encontrando son un encanto, parece que hemos hecho una regresión en el tiempo. Es la Galicia que nos enamora, aquella que todavía mantiene sus costumbres, sus ancestros, sus raíces. Nos fijamos que algunos caminantes miran a los paisanos asombrados, sin poderse creer que todavía exista gente así, tan auténtica.

Tras una etapa más o menos fácil, aunque nos estamos abrasando, eso sí, nos encontramos con un verdadero rompepiernas. Era lo que nos faltaba, con este calor infernal. Las piedras se van volviendo más grandes y el camino es todo cuesta arriba, con lo cual nos toca pie a tierra y ¡a cargar con la bici!. Esto es insufrible, pero lo cogemos con buen humor. Tras mil y una calamidades, llegamos ya anocheciendo a un lugar espectacular: Portomarín. Bañado por un hermoso río, el pueblo surge envuelto en la bruma y las luces parecen reclamos que nos invitan a un descanso muy, muy merecido.

Pues no, hoy tampoco dormiremos bajo techo. En fin, no hay suerte. Nos toca de nuevo "disfrutar" de un esponjoso colchón...de hierba. Así, viendo de nuevo las estrellas nos dormimos, soñando con una cama como dios manda. Algún día...

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Llegando a Santiago

Amanecemos llenas de gotas de rocío sobre el saco y algo mustias, mejor dicho, muertas; por lo que nos tomamos un suculento y reparador desayuno que nos anima mucho.

La salida de Portomarín nos pone nostálgicas, ya que es un pueblo tan especial que da pena dejarlo atrás, pero nos quedan muchos kilómetros todavía por recorrer, asi que nos damos prisa. Hoy está lloviznando y estamos algo entristecidas. No hablamos mucho durante el trayecto y ni siquiera nos fijamos en el paisaje; hemos tomado bastante carretera, deseamos llegar a nuestro fin de etapa, por lo que no nos andamos con rodeos y nos damos caña. Poco puedo decir de este día; sólo que pasó sin pena ni gloria, preocupadas por un cielo cada vez más gris y que amenaza, no ya lluvia, sino auténtica tormenta.

Tras alguna que otra mojadura, llegamos a Melide, nuestro destino y gracias a dios, unos melindritos nos ponen a punto. Esta villa es muy linda y tiene una zona de vinos que, aunque pequeña, es como diríamos los gallegos, "xeitosa". Esta noche, tras descubrir que el albergue está a tope, cogemos habitación en una pensión. Dormir en un parque lloviendo es ya demasiado para nosotras...

La cena resulta divertida y, entre cañita y cañita, confesamos nuestros íntimos deseos, nuestras debilidades, en fin, hablamos de lo humano y lo divino, eso sí, tras intentar contactar por internet con nuestra gente. Tarea imposible porque los ordenadores en el camino nunca funcionan ¿qué pasa, que los machacan a golpes? Qué bárbaro, es que ni uno.

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Besar Santiago... pura química

Caray, hoy estamos con una emoción que no nos cabe en el pecho. En principio, terminamos hoy nuestra aventura y sólo de pensarlo, nos dan punzadas en el estómago. Lo cierto es que terminemos o no, llegar hasta aquí ha sido genial. No es que haya sido duro hacer el Camino, que lo fue, sino que estar las tres juntas -hace ya años que no teníamos un tiempo para nosotras- nos ha hecho recordar la grandeza de la amistad. Vivir la experiencia de estudiar juntas en Santiago fue apasionante. Una época irrepetible. Pero hoy es distinto, nos hemos convertido en compañeras de viaje, de un viaje que no termina jamás, que pervivirá siempre en nuestra mente y en nuestra alma...creo que ya nunca nada entre nosotras será igual. No se si mejor o peor, pero diferente. Descubrimos facetas de cada una que desconocíamos y eso, sin duda, cambia muchas cosas. Es amar porque sí, con lo bueno y malo de cada persona. Probablemente es un cariño más sincero, porque no fingimos. Nos hemos aceptado unas a otras tal y como somos. Y ese ha sido uno de los regalos de Santiago Apostol. Por ello brindo por mis queridas compañeras de camino y lanzo un: ¡por vosotras!

En fin, que tras esta exaltación de la amistad hay que volver a la cruda realidad y es que todavía quedan muchas horas para llegar a la Catedral. Y creédme, esta va a ser la etapa más farragosa de todas, tal vez por ser la última. Sólo lo salva un paisaje abrumador, de una belleza brutal, porque nos vamos a encontrar lugares prácticamente vírgenes y de un colorido que ya quisiera tenerlos más de un pintor en su paleta.

Los bosques son de película, muchas veces nos encontramos con árboles que se juntan haciendo pasadizos, medio en penumbra, con un verdor exultante. Dios, es increíble ver esto. Indescriptible. Parece que va a salir una meiga o un gnomo detrás de cada arbusto. Además hay un silencio tan grande que sobrecoge. Precioso. Creo que no tengo palabras para contarlo. Dejemos que corra la imaginación...solo diría que el famoso edén del que se habla debe tener algo de este lugar. Seguro.

Pero como siempre, no todo es bucólico. El terreno en ocasiones es algo abrupto y el camino se vuelve un verdadero tobogán, sube y baja todo el tiempo. Nos encontramos de todo, piedras, gravilla, tierra, agua. Hasta tenemos que vadear un río. ¡bueno, vale la pena sólo por disfrutar de este lugar tan alucinante!

Yo creo que la meiga de la que hablaba nos ha embrujado, porque a pesar de lo pesado del terreno, que cuesta un riñón, sentimos una tremenda paz interior. Tal vez sea el paisaje o el silencio tan exagerado que hay, pero lo cierto es que no decimos apenas nada en este tramos, sólo se nos escapa un ¡ah! ¡oh! Cada vez que vemos algo hermoso. Dicen que cuando ocurre eso es que pasa un ángel, pues será eso...

Hechas polvo, ya que ha sido una etapa difícil y muy pesada, a pesar de la contemplación de la naturaleza en estado puro, llegamos a ¡la Bacolla!., el Aeropuerto de Santiago de Compostela y caemos rendidas. Al suelo. Debe hace unos 42 grados como mínimo y estamos exhaustas. Casi tiramos la toalla aquí mismo. Aunque, claro, el orgullo, nos hace continuar.

*******

Aquí un señor hace la buena acción de empujarme un rato la bici cuesa arriba porque yo ya no puedo más. Me encuentro mareada del calor y rota del todo. Mis compañeras de fatigas parecen estar mejor, pero yo, no estoy para muchos más fuegos.

La llegada al Monte del Gozo es una completa desilusión, ya que nos esperábamos encontrar a muchos peregrinos emocionados por llegar aquí, y apenas vemos dos o tres. Aunque el simple hecho de poder descansar y tumbarnos en la hierba es, sin duda, ya un puro gozo. Por algo lo llaman así. Desde aquí bajamos a nuestro querido, amado y añorado Santiago. Cuantas aventuras hemos pasado en esta ciudad, cuantas risas, nervios por los exámenes, llantos, inseguridades y juergas. Pero nada comparado a hoy. Nada es ni siquiera parecido. Tal vez pueda parecer muy exagerada ¿verdad?. Pues para muestra, un botón: cuando nos acercábamos a la Catedral, con la emoción a flor de piel, oí a unos turistas que a la vez que me miraban, decía: ¡mirad a esa peregrina, que cara de felicidad tiene, es una pasada!. Pues sí, pisar Santiago es una pasada. Una auténtica pasada. Aunque todo el camino lo ha sido.

Es difícil transmitir qué pasa por la cabeza de un peregrino al llegar. Es una mezcla de alegría y tristeza. Alegría por culminar un sueño y hacerlo sano y salvo; tristeza, porque se ha acabado. Porque ya no podremos volver a vivir momentos como los que tuvimos, porque los sentidos ya no estarán a flor de piel, porque no volveremos a sentir de esa manera....Siempre quedará el recuerdo, eso sí. Pero al llegar eres muy consciente de que nunca, aunque vuelvas a hacer el camino, será igual.

En medio de esta confusión, hay algo que te puede: el orgullo. Saber que has recorrido mil penosidades pero estás frente al Apostol, te hace crecer por dentro. Te volverás más fuerte a partir de aquí, y creerás más en ti. No tendrás miedos, ni inseguridades. Dentro de ti hay una fuerza enorme, de verdad, y sólo temerás una cosa: perder el amor, ese amor puro que ha nacido en el Camino y que te desborda. Querrás compartirlo con tu gente y te dirán que no eres la misma, que pareces otra persona. Y es cierto. Es que ya no eres como antes. Algo se te ha movido por dentro, sin querer. Bueno, ha sido un nuevo presente de nuestro amigo el Apostol, que tanto nos ha enseñado.

Beso el suelo del Obradoiro e intento recibir la energía que transmite el corazón de la cristiandad. No soy especialmente religiosa, pero lloraré como una niña en la misa del peregrino, sin importarme el qué dirán. Como yo, muchos están haciendo lo mismo. No podemos evitarlo y tampoco queremos. ¿por qué renunciar a sentir emoción?

En esta Catedral hoy no hay credos, ni colores de piel, ni estatus social, ni belleza, ni fealdad, ni miserias, ni grandezas. Sólo hay hombres y mujeres deseando encontrarse a sí mismos y aprender a ser mejores. Este día se que hay Dios, definitivamente, pero con muchos nombres. ¿qué importa en qué creer, o como denominarlo: Buda, Cristo, Alá...?¿es necesario llamarlo de alguna forma en especial, darle formato a algo tan grande? Dios tiene un amor infinito, del que somos hemos atisbado un poco nada más. Y estar cerca de él es simplemente, aprender a amar. Nada más y nada menos.

¡Buen camino, peregrinos!