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La inmersión
Empiezo el día con lo que supongo que es una pataleta de mi cuerpo para que no lo arrastre a esta locura: a las cuatro de la mañana me despierta un intenso dolor en la pierna derecha. No localizo el dolor. No sé si algún movimiento me lo agrava o no. Pero es muy desagradable, y me roba las últimas horas de sueño. Al fin me levanto, me ducho, y comienzo el ritual de pringarme amorosamente los pies con vaselina. Me visto, guardo las últimas cosas y entro a la habitación a despedirme de mi marido, que aún duerme. Creo que nunca he pasado mas de cuatro días sin él. En este momento siento que ya le echo de menos.
Al coger la mochila, me parece mucho mas pesada de lo que era ayer. Ya había sacado un par de cosas (el cortavientos, por ejemplo). Repaso mentalmente y no se me ocurre qué podría dejar. Me voy al metro para ir a Bilbao. Sigo pensando que la mochila pesa mil kilos y la pierna me duele. No es el sentimiento que esperaba tener al principio de mi camino.
En la estación de autobuses voy a comprar una revista para entretenerme en el viaje. Salgo con las manos vacías. De alguna manera me parece absurdo comprarme un Cosmo, o una revista de viajes.
En menos de dos horas estoy en Burgos. Cruzo el río y me dirijo a la catedral. Está nublado y no hace nada de calor. Lo primero que hago es ir a El Peregrino, como me recomendó el ínclito Dr. Solana, para comprar mi bordón. Todos llevan escrito "Xacobeo 2004". Le pregunto si tiene alguno sin marca, y me da uno que tiene una brújula en el puño. Tampoco me gusta mucho pero me parece mejor. El hombre que me atiende bromea conmigo y me estampa en la credencial un sello gigantesco (el primero!!). Visito después la catedral, que no había visto restaurada, y me parece preciosa.
En la plaza que hay subiendo de la catedral hacia poniente hay una pequeña feria de artesanía. Me llama una pareja que parecen Amish para invitarme a un zumo de manzana recién exprimido. Está delicioso. Inmediatamente me dan un folletillo que habla de su secta, o su comunidad, o lo que sea. Me pregunta la chica qué busco en mi camino. Le digo que probablemente lo sepa a la vuelta.
Voy a empezar a caminar, pero algo me retiene, no me hago a la idea. Voy a tomar una cerveza. No me decido a salir.
Al final respiro hondo, me levanto y doy tres golpes con el bordón al suelo. Señores y Señoras, queda inaugurada esta peregrinación. Ya son las doce y media, se está despejando y va a picar el sol. El camino está marcado con conchas de peregrino en la acera. Hasta el albergue del Parral, ya estoy sudando. Entro a saludar y a ver si hago un pis. Me saluda la hospitalera Maribel (o Mariví?: soy un desastre para los nombres). Es un amor. Me anima a seguir a Tardajos, me ofrece algo para beber y me despide con un beso. Me voy con fuerzas renovadas. Conozco allí tambien a dos chicos de L'Hospitalet, Javi y Miguel, que tambien esperan llegar a Tardajos.
El camino es agradable, alguna chopera que alivia "la calorina", y sopla viento. De hecho, sopla tanto que tengo que "cazar" mi sombrero con el bordón. Al final decido llevarlo en la mano (por lo que durante el resto del día me acompañará el dolor de cabeza). Entre los campos de cereal, por un desvío para pasar bajo la autovía, veo que a unos 200 m. por detrás viene una pareja. Ella lleva una vieira en la mano y él un bordón. Y eso es todo. Noto cómo me invade un sentimiento muy desagradable de ira. Voy refunfuñando como una mona: como les vea intentar entrar al albergue y quitar la cama a alguien se van a enterar, grrrr... Al final me doy cuenta de lo tonto que es perder el tiempo mosqueándose cuando sopla una brisa tan fantástica y me río a carcajadas.
No llevo reloj, así que no sé qué hora es, aún no controlo el lenguaje del sol. Tengo sed pero me da pereza sacar la botella de agua, y pienso que Tardajos está a punto de aparecer. Aún tardaré un rato.
Cuando al fin llego al albergue tengo los labios agrietados y me duele la cabeza. Sólo han sido 10 km. y estoy hecha polvo. Por mi culpa, por supuesto: el gorro es sagrado y el agua más. Pero me doy cuenta de que ya no me duele la pierna.
Allí me encuentro con los chicos de L'Hospitalet. El hospitalero, José, me sella y me lleva a la cama. Corrijo: me acompaña a mi litera. Estupendo, tengo cama y además baja! Estoy en la habitación con Javi, Miguel y con otros chicos con los que se han ido encontrando en su camino. Ellos salieron de Pamplona y hoy han venido de San Juan de Ortega. Hacen de 35 a 40 km al día, a una media de 6 km/hora. Están locos estos chicos!
Me aseo y voy a comer un bocatilla al Pajaritos, donde me entero de la muerte de Carmina Ordóñez (no se puede estar fuera del mundo ante un notición semejante!).
A la vuelta al albergue, tras una cabezadita, llegan un padre y un hijo de Castellón, con una mujer francesa. Sólo queda una cama, así que los levantinos siguen a Rabé y la francesa se queda. Sólo queda una litera de arriba, y ella dice que no puede subir allí. Qué se le va a hacer, le cedo la mía. Se llama Jacqueline, es profesora de arte, y viene desde París andando. Lleva tres meses en camino, y 2100 km. recorridos. Ahora está un poco desanimada porque iba con una amiga, pero ésta ha ligado hace 3 días, y ahora se encuentra sola. La secuestro a enseñarle donde está el ultramarinos, y después a tomar algo. Le cuento por qué para mí es tan importante y maravilloso caminar sola: llevar tu ritmo, parar donde quieras, andar hasta donde quieras, perderte en tus pensamientos, contactar con otros peregrinos... No sé si está convencida pero conviene conmigo en que en estos tres días sola ha hablado con mucha más gente.
Volvemos al albergue. Llevo cerezas para todos, y alrededor de la mesa que hay ante la puerta nos juntamos casi todos, contando chascarrillos. El ambiente es encantador. Hay más gente, un chico de Valladolid que, como yo, ha empezado hoy en Burgos, un hombre de las Alpujarras, y más compañeros que ya se conocían del camino. Nos lo pasamos en grande. A las ocho o así empezamos a sacar cosas, fruta, queso, membrillo, pan, caldo, lomo... Se me ha olvidado el vino, vaya por Dios. Así que después me voy con Javi a tomar un trago. Tertulia hasta las diez y a la cama.
Soy incapaz de dormirme. Ha sido un día extraño. Casi no he caminado y me siento como si fuera a volver a casa al día siguiente. Hace mucho calor (no uso el saco sino el pareo: gracias de nuevo, Gloria!). Hay dos roncando en el cuarto. Otro hace un ruido extrañísimo como si sorbiera líquido por una pajita. Junto a mi cara, la ventana está entreabierta y entran los sonidos de la noche en Castilla. Huele a heno y a alfalfa, y me tiro una hora estornudando, pero aspiro cada vez más profundamente, todo se aquieta, y al final, ya muy tarde, me duermo mecida por el olor de la alfalfa.
Heridas y noche de meigas
Como me temía, los ruidos comienzan a las cinco de la mañana. Mochilas, plásticos, bordones, bisbiseos, despertadores. Se levanta todo el dormitorio menos un colombiano y un argentino, ambos residentes en Alicante, que durmieron ayer una siesta larguísima y que hoy tampoco tienen prisa. Me despido de todos deseándoles buen camino. Intento dormir otro poco, pero es imposible y termino levantándome a las seis. Está bien porque tengo el baño solo para mí. Hago la mochila de nuevo, colocando mejor las cosas, mimo mis pies, desayuno tranquilamente fruta y una cuajada y salgo a las 6:30, ya clareando el día.
La temperatura es muy agradable. Si esto sigue así mandaré el chubasquero y la camiseta de manga larga a casa. Planeo tomarme un café con leche en Rabé. Me adelanta un matrimonio y su hija, que viajan con una especie de carrito con ruedas en el que llevan las mochilas. Al llegar a Rabé vemos que no dan desayunos hasta las 7:30, aún falta mas de media hora. Yo decido seguir, pero el matrimonio dice que "la niña" (que tiene unos dieciséis años) no aguantará hasta Hornillos. Decido quitarme algo más de peso y le doy un plátano y un melocotón que llevaba. Los acepta muy contenta y siguen camino, naturalmente mucho mas rápido que yo. Poco después me adelantan los de Alicante que había dejado durmiendo. No hay prisa, he decidido quedarme en Arroyo San Bol, a medio camino a Castrojeriz, que es donde quiero pasar el día de Santiago. Una vez pasado Rabé comienza lo que la guía acertadamente llama "el juego de las mesetas". Entre campos de cereal y lomas grisáceas de tierra caliza, el camino sube. Paro en el borde a hacer un ramito, con cebada, alfalfa y unas florecitas amarillas, para adornar mi bordón. Así ya no se ve la ridícula brújula. En lo alto, comienzan a verse pequeños "milladoiros" en los bordes de la carretera. Contribuyo a la causa poniendo otra piedra encima de uno de ellos. Poco después, bruscamente el suelo se abre bajo mis pies y veo Hornillos abajo, donde me lleva la cuesta Matamulos. Gran nombre, y muy descriptivo. Entre trotando y frenándome con el bordón llego al pueblo, diseñado por y para el camino. Hay una tiendita donde compro algo para una ensalada, bonito en aceite y un zumo. Me dirijo a la plaza, donde hay un bar, para tomar aquel café postergado. No hay tu tía: cerrado. Enfrente hay unas mesas y sillas de plástico, donde están el padre y el hijo de Castellón que ayer acompañaban a Jacqueline, y un chico que está esperando a su madre, que va a continuar el camino con él. Saco mis almendritas y el zumo, y me sabe todo a gloria. El padre levantino está echando pestes del pueblo, y reclama que a Hornillos del Camino le quiten el apellido, porque no hay derecho a que esté cerrado el bar. Entre risas le digo que el peregrino no exige, agradece, y que se fije en las sillas y mesas tan agradables que tenemos a nuestra disposición.
Continúo camino hacia la segunda meseta. El cielo está despejado, y el sol ya ha comenzado a levantarse (y a calentar, por supuesto). Saludo a un hombre que pasea al perro. Me desea buen camino y me dice que tenga cuidado, que hoy será un día tórrido. Me encanta el paisaje. Ya desde la salida de Tardajos me viene acompañando "la Codorniz", aquella única codorniz de la que hablaba Riera. Parece que le gusta el sonido de mi bordón, porque si me paro se calla. Nos comunicamos un rato: "pál-pa-la", "pál-pa-la". Creo que cuando lleguemos a León entenderé qué me está diciendo.
El sol ya pica. Me adelanta un bicigrino que me desea buen camino. Parece pensárselo mejor y se para:
- Oye, no tendrás protección solar?
- Sí, claro, de 30.
- Ya sabes, siempre se olvida uno algo. Le ayudo a darse la cremita, al fin y al cabo el chico estaba como para hacerle un favor :)
Se me hace un poco largo atravesar la meseta y bajar hasta Arroyo San Bol. Quizá porque la codorniz ha decidido callar. Adelanto a una pareja: él empuja una silla de ruedas donde ella está confinada. Van con dos perros, una cachorrita de mastín y una de pastor, más mayor. Me cuentan que vienen de Roma peregrinando. Él se acerca y me dice que como no se pueden quedar siempre en albergues por la silla y los perros están gastando mas dinero de lo esperado, y que a ver si les puedo ayudar. Ando bastante justita hasta Castrojeriz, así que sólo les doy un euro. Me despido y sigo adelante.
Al fin distingo una mancha de chopos a la izquierda, y una casetita. Creo que he llegado. Me da un poco de apuro. Solo he andado 15 km, y no serán más de las diez y media de la mañana. Pero si sigo a Hontanas no me quedará nada a Castrojeriz para mañana, y sólo sé eso: que en Santiago quiero estar en Castrojeriz. Ni siquiera sé por qué. Me acerco tranquilamente a San Bol. Me admiro de los murales dibujados alrededor del albergue. En la chopera hace fresco y sopla airecito. Hay unas chicas francesas tomando un café. Entro y encuentro al hospitalero, Udo, y a un compañero suyo, Bertrand, preparando algo en la cocina. Me invitan a quedarme, comer y cenar, a lo cual accedo con mucho gusto. Me acerco al arroyo y a la "piscina". Me quito las botas y los calcetines y meto los pies en el agua. En unos segundos mis pies han bajado dos tallas, y me parece que si les doy un golpecito con la uña se romperán en mil pedazos. Es un agua gélida, clarísima y de un sabor excelente. Deshago la mochila, y me voy con una cervecita y el cuaderno a escribir un rato. Llega después una cuadrilla de franceses de mediana edad, todos familiares, que también se quedarán a comer. Y después llega la pareja de la silla y los perros. Ella se desenvuelve bien en francés, aunque tiene dificultades para hablar, y les invitan a quedarse también. Es víspera de Santiago y han venido unos amigos de Udo desde Francia, con una furgoneta con comida para celebrarlo. También está Álvaro, gallego, y autor de algunos de los murales de las paredes, y de alguno que veré también más adelante. Hablo mucho con la chica de la silla. Tiene esclerosis múltiple y se está quedando ciega. Su familia renunció a ella y viceversa, y viaja con este chico, bastante mayor que ella, que parece que le cuida mucho, pero no me gusta. No sé muy bien por qué, una actitud, una manera de tratar a las mujeres en general, y el hecho de que poco a poco va haciendo una colecta por el albergue, contando una historia un poco extraña. Cada vez que termina dice: con esto ya tenemos para pasar hasta el lunes, y yo pienso que a este paso tendrán para pernoctar en hoteles de cuatro estrellas el resto del Camino. Me callo.
Poco a poco, ella empieza con medias confesiones. Las medias confesiones se convierten en acusaciones de malos tratos en toda regla, en que la obliga a mendigar, que no tiene a nadie más, que necesita ayuda... Me dan escalofríos. Le indico que si es así debe denunciarle inmediatamente, y que no puede estar pensando que ella no va a encontrar nada mejor, que mejor sola que en esas condiciones, que recibiría ayuda de los servicios sociales... Empieza a poner pegas: qué pasa con los perros, es que yo quiero seguir camino, es que estaré sola... Le hablo muy seria: Mira, quizá te parezca un poco bruta, pero lo soy porque conozco ese problema. La llave para salir de él la tienes tú. Y tienes que salir ya. No pienses en el futuro, sólo en el siguiente paso, como caminando. Yo puedo apoyarte, pero no puedo sacarte de una jaula de la que tú tienes la llave. Y si te veo dentro de unos días y sigues en la misma situación, créeme, no sentiré ninguna pena. Ahora voy a dejarte para que pienses en ello.
Me alejo entre los chopos, con mi cuaderno, y lloro, naturalmente. Él se ha olido algo y está interrogándola. Ella está el resto de la mañana llamándome y contándome mas crueldades. No transijo: ya sabe lo que tiene que hacer. Yo le ofrezco llamar a la GC (hay que alejarse bastante para tener cobertura), pero ella no parece decidirse. Llega la hora de comer. Me intento olvidar un poco del tema, hablo mucho con Udo, me río mucho con los franceses, felicito a Bertrand por la comida, que es exquisita, tonteo con Álvaro, e intento no oír el relato de él, que cuenta lo sacrificada que es su vida teniendo que cuidar a la chica, y lo enamorado que está él de ella. Él bebe vino a toda velocidad (aunque todos bebemos). Después de la comida ella se queda sentada en el suelo, los demás en la mesa con una agradable sobremesa y muy buen ambiente, y él se va a hablar con un chico gallego que ha llegado y está sentado bajo un chopo, creo que intentando dormir una siesta. Se lleva una jarra de vino, según él para el pobre gallego. Yo supongo que le irá a dar el sablazo. Efectivamente, al cabo de una hora en la que se lleva alguna jarra de vino más (que el gallego ni toca), empieza la bronca. Grita, amenaza, monta un número... El chico gallego le mira impasible desde su puesto bajo el árbol. Parece que tiene mucho dominio sobre sí mismo, pero que puede ser muy "contundente" si pierde la paciencia. El otro sigue gritándole y amenazándole. Al final Udo y Álvaro intervienen, y él se calma algo. Pero no le echan. Supongo que les da pena la chica. El ambiente se ha estropeado bastante, y pienso en irme.
Al final estoy hablando con Udo y Álvaro. Me calmo un poco y decido que me hace falta refrescarme. Me pongo el bañador, y a la piscina!!! No aguanto ni diez segundos, pero me siento estupendamente y me gano un aplauso caluroso de la familia francesa. El final de la tarde discurre ayudando a Bertrand a pelar patatas para la cena, bebiendo vino con Udo y hablando de todo con Álvaro. No estoy haciendo ni caso a la chica ni a él y no me siento del todo tranquila por ello.
La cena transcurre de manera agradable, está todo muy bueno y estamos contentillos ya. Se une a nosotros una pareja italiana que ha llegado hace poco. Son muy agradables. El chico de la silla intenta llamar la atención, pero nadie le hace demasiado caso. Al final, y para desolación general, han decidido quedarse porque han conseguido que Bertrand les regale tabaco (en fin). Después de la cena, los franceses y yo vamos a fregar todos a la pila. Ya casi no se ve y es muy divertido. Despues Álvaro anuncia que va a hacer una queimada, y nos reunimos bajo la cúpula estrellada del refugio, con muchas velas encendidas, esperando a que el druida proceda. Yo ya estoy medio tocada, y la queimada termina de "elevarme". Creo que me transformo en gato (pardo), y me voy con Álvaro y con los amigos franceses de Udo por ahí, a reír, a hablar de lo visible y lo invisible y a ver las estrellas. Me meto en mi saco cuando la familia francesa empieza a levantarse, y con una herida en la rodilla. El día de Santiago ha empezado.
Canciones y agradecimientos
Me despierta el sol en la cara. No hay nadie en el dormitorio. Pienso que seguro que son las doce y que será duro caminar con resaca. Udo me saluda, aún son las nueve y media. Me aseo un poco con el agua helada y desayuno un café con leche y una magdalena con Udo, que también parece un poco afectado por la fiesta de ayer. Me invita a quedarme un día más, o a ir con él unos días de hospitalera. Me echo a reír y le digo que tengo que empezar a caminar. Me despido con un abrazo y sigo camino. Afortunadamente, el sol no pega mucho todavía. Por el camino hay más montones de piedras. Recojo alguna flor más para el bordón. Por algún motivo me siento muy feliz de caminar y canto. Empiezo por el Requiem de Mozart, sigo con Billie Holiday, paso por canciones infantiles y acabo por "las vacas del pueblo ya se han escapau, riau riau". Canto a grito pelado. La codorniz no participa. Creo que está escondida y aterrada. El aire huele bien.
Me acuerdo de los chicos de la silla. Sé que no quiero encontrarme con ellos. No puedo llevar la carga de otro en mi camino. Sin embargo, rezo por ella un segundo y trato de transmitirle fuerzas para cortar las cadenas. Tengo su teléfono, la llamaré dentro de tres o cuatro días para ver si ha hecho algo. Ella también tiene el mío. Me da miedo que se cuelgue de mí. Me da la impresión de que ya por el camino se ha colgado de más gente.
Ha pasado hora y cuarto o así cuando llego a Hontanas. Se me había olvidado que ayer conocí al famoso Vitorino. Vino después de la comida. Yo le había contado a Álvaro lo que había oído, y él me dijo que sí, que estaba un tanto salido pero que era un metro y medio de bondad. Nos hizo el numerito del porrón, claro, y tuvo mucho éxito entre los franceses. Por la noche vino otra vez y ya me quedó claro que le encantan las peregrinas más bien rubensianas, porque no paró de devorarme con los ojillos y de decir burradillas. Pero bueno, decidí a pesar de todo arriesgarme e ir a tomar algo a su bar. Me recibió con un abrazo, todo manos, me tomé un vino por eso de que el alcohol desinfectaría el vaso, y ya comenzó a "hablarme en confianza".- Hombre, Vitorino, cómo me dices eso, a mi marido no le gustaría. - Sí, sí ya sé que no tendría por qué enterarse, pero yo sí que me enteraría. - Vitorino, venga, que hasta ahora nos hemos llevado bien y no quiero enfadarme ahora. - Vitorino, que te recuerdo que tengo un bordon acabado en una punta de hierro y te puedo quitar la tontería.
Salgo del bar, entre indignada y muerta de risa, acordándome del genial relato de Riera sobre el canecillo de Frómista en forma de mono empalmado.
Sigo caminando por Hontanas, canturreando. Lleno la botella en una de las fuentes que digo yo que le dará nombre al pueblo, y un señor se me acerca a saludarme y a invitarme a su museo. Después del acoso de Vitorino, dudo un poco, pero me acuerdo del bordón terminado en punta y acepto. Me enseña una curiosa bajera con una colección de ramas secas, algunas tal y como están, otras transformadas, con caras, formas fantasmagóricas, fotos de peregrinos embutidas en la madera... De alguna manera es bello, hay plantas y corre un chorrito de agua. Me da su tarjeta para que le mande alguna foto que nos hemos hecho, y sigo. Al salir del pueblo, me encuentro con la piscina. No puedo resistirme, entro y me tomo una cerveza delante de la ducha, donde me pueden salpicar y me llega el frescor. Conozco una familia de Barcelona que viene también haciendo el camino, y que están en bañador aprovechando bien la paradita. Me despido y sigo caminando. Ahora el sol está más alto y hace calor. El camino sale de una carretera escoltada por frondosos arboles, y parece que sube una meseta sin una sola sombra. Vitorino me había recomendado que fuese por la carretera, pero salgo por el camino. No he andado dos pasos cuando un ciclista me grita: yo de ti iría por la carretera, me lo vas a agradecer!!! Lo pienso un poco, no me gusta pisar asfalto pero la verdad es que el calor aprieta. Sigo andando por la carretera, a veces piso asfalto y a veces la tierra que la rodea. Realmente se aprecia la sombra. Pasa muy poco tráfico, y me emociona cuando pasa un coche y me pita saludándome. Sigo cantando y me noto muy contenta, muy agradecida por estar donde estoy, muy agradecida por el cielo y los pájaros, muy agradecida por los árboles, muy agradecida por no tener la resaca que me hubiera merecido, incluso muy agradecida por ser tan atractiva que vuelvo locos a los Vitorinos. Veo algunos peregrinos andando por el camino trabajosamente, al sol. Hay un árbol especialmente ancho, lo abrazo y le doy un beso. Sigo cantando y hago música con el bordón. Cuando el camino se va acercando a la carretera, veo unos aspersores bajo los que se están refrescando unos peregrinos. Qué placer!!!! Yo no tengo más que una sulfatadora cerca, pero pienso que si no hubiera tenido sombra hubiera pedido que me sulfatasen.
Pasa Vitorino en su furgoneta y me invita a subir. Declino la invitación, naturalmente ;)
Se me hace corto el camino, cuando veo ante mí los majestuosos arcos de San Antón. Oigo ruido y veo coches debajo, y no puedo evitar una mueca de desaliento: me hubiera gustado estar un rato sola bajo los arcos, tocando los muros, sintiendo el murmullo de los miles de peregrinos... Un momento! Oigo el murmullo de los miles de peregrinos! Cuando entro en San Antón está lleno de gente. Puedo oír: Podéis ir en Paz. Y la gente se mueve, se sonríe, me sonríen a mí, me indican que me quite la mochila y me siente. Balbuceo que tengo que ir a Castrojeriz, y me dicen que de eso nada, que todos están aquí, y que coma paella y beba sangría. Conozco a Julián, el hospitalero de San Antón, que sella mi credencial y me atiende con mucho cariño. La gente me sonríe, me saluda, hola, peregrina, y yo estoy desconcertada con mi sangría en la mano, y sólo digo "Gracias". El día es precioso y la gente encantadora. Hablo con una pareja de peregrinos de Brasil, con Anna, de Italia, con una señora que me pregunta si Vitorino me ha molestado, y al contarle por encima se indigna y me dice que le denuncie a la Guardia Civil. Estallo en carcajadas incontrolables pensando en la denuncia: Oiga, señor agente, que Vitorino me ha dicho que me quiere hacer esto y aquello y de aquella manera. Jajaja! A la señora no le hace gracia, qué le vamos a hacer.
Veo a un hombre de barba y gafas que me resulta familiar. Me acerco:
- Perdona, tú eres Resti?? -me mira con curiosidad-. No, no me conoces, solo quería darte recuerdos de Mario Calvo, de Castellon.
- Coño, está por aquí??
- Que yo sepa no, me ha dado recuerdos en un foro de Internet.
Me despido y le digo que si queda un huequito me gustaría alojarme en su refugio más tarde. Me sonríe y me dice "Claro que sí habra hueco para ti" y me da una palmada en la espalda que me la descoyunta un poco.
Voy a recoger mi mochila y no me dejan en la mesa de hospitaleros y demás gente de mal vivir. Me hacen sentarme y me dan vino, y esto se repite en tres ocasiones. Al final me voy dando las gracias a todos por esta maravillosa bienvenida. Mereció la pena hacer coincidir el día del Apóstol con esta etapa. Sigo cantando.
Adelanto a los brasileños que van muy despacito. Recojo más flores y ramas por el camino. Canto y doy botes como una niña. Llego a Castrojeriz y me tomo una tónica en un bar a la entrada. Allí me encuentro con los franceses de ayer de San Bol, y luego vienen algunos de los que han estado conmigo en San Antón. Cuando salgo, entra Vitorino, que me dice que luego vaya con él, que habrá queimada. Le digo que sí, que ya nos veremos, y salgo zumbada a buscar el refugio de Resti. Lo encuentro pasada la eterna sirga peregrinal del pueblo, ya que Resti sale como una exhalación de un bar en mi busca, y me indica. En el refugio me atiende Pilar, muy amable, que me explica las normas. Me parecen muy bien y me alojo en una litera baja, al lado de la pared. A mi lado está Anna, la italiana, descansando, y una chica de Logroño, que se llama Cristina, me saluda.
Cristina tiene una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos que parecen siempre a punto de llorar. Me recibe como si fuera mi anfitriona, y me dice que así es, que llega a un refugio y se siente como en su casa. Está en una epoca de transición, deja una vida, un trabajo y una pareja para emprender una vida nueva en Edimburgo. Veo que hay mucha gente que hace el camino en estas epocas de transición. Hablamos al cabo de nada como si nos conociéramos hace tiempo. Me presenta a Anna, se han conocido por el camino y se cuidan mutuamente. Vamos a asearnos y a hacer colada. Veo tambien a dos chicos guipuzcoanos muy guapos a los que había visto en San Antón, y a un brasileño con cara de alemán que se llama Gustavo y que es muy divertido. Voy al patio: -Quién se anima a tomar un vino??? Resti sale de detrás de una sábana: Yo!!!! Y nos vamos Cristina, Resti, Anna, Gustavo y yo a tomar unos vinos. Después se nos junta Pilar. La tarde es agradabilísima, yo estoy emocionada de lo bello que es el día que me ha tocado vivir, me meo de risa con Resti, aprecio la sabiduría de muchas de sus observaciones, aunque hable tan ex-cathedra, me divierto con un tira-afloja sobre las normas que mantiene con Cristina, que, pronto me doy cuenta, es tan bruta y tan cariñosa como él, y conectan bien. Yo me siento bien y querida. Hablo mucho con Resti. Le explico que estoy descubriendo el sentido de la palabra "gracias". Ésa será la enseñanza más importante de todo el camino, pero no la única. Resti y Pilar se van después a San Antón para cenar. Nosotros no cenamos, no tenemos hambre. Nos quedamos a la entrada del refugio hablando, hablo con Gustavo, con la pareja de brasileños, que andan despacio porque él tiene unas grietas impresionantes en los talones, con Anna, con Cristina... Va llegando más gente, están las peregrinas que se mojaban en los aspersores, una chica muy dicharachera que se llama Adelaida y que yo creía que iba con Gustavo, dos franceses jovencitos muy guapos a los que me parece que les encanta exhibirse... Se acercan las diez y media y Resti y Pilar no han llegado. Cristina tiene una idea malvada: nos metemos todos dentro y cerramos la puerta del refugio. Resti y Pilar llegan a las once menos veinte y se encuentran con la puerta cerrada. Cristina dice: no, lo siento, este refugio cierra impepinablemente a las diez y media, tendrán que dormir en la calle o buscar un hotel. No podemos aguantar las carcajadas. Al final abrimos, Resti tiene una sonrisa de oreja a oreja y nos traen cerezas que han sobrado de San Antón, y que mañana enriquecerán el desayuno. Nos vamos a la cama muertos de risa y yo, con el corazón pleno.
Mundo, demonio y carne. Y huevos fritos
Me duermo pronto pero me despierto a eso de las tres y no consigo volver a dormir. Hay un par de roncadores profesionales. No es eso lo que me quita el sueño, de hecho tengo tapones de oídos para regalar a la gente porque yo también suelo roncar. Estoy excitada, no tengo más sueño y recuerdo las cosas que me están pasando, aquéllas que aprendo. Recuerdo la jornada caminando ayer, tan cantarina, ni siquiera reflexionaba, sólo me empapaba de sol, aire, el sonido de mi bordón y de mi garganta rota, el ruido de mis pasos, la sombra... como si me hubiera dejado la corteza cerebral y todo fuese mucho mas primitivo, y mucho más intenso.
Recuerdo la sorpresa de San Antón y el abrazo de oso de Resti. Recuerdo a Cristina, que estaba decepcionada porque le dijeron que no quedaba sitio en San Antón y luego sí que quedaba, y que Resti le recordó a unos brasileños que iban con un "maestro" e iban gritando por el camino: "No-pasa-nada! No-pasa-nada!" Ésa será otra de las frases que repita muy a menudo. Me invade esta sonrisa tonta de agradecimiento que he aprendido que me sale de las tripas, y creo que me estoy quedando dormida cuando oigo, muy suavecita, la Música. La Música parece el cielo. Va subiendo poco a poco de volumen, meciendo a los durmientes, no despertándoles de golpe, sino acunándoles de manera que abren los ojos como cuando miras a tu madre, cuando eras pequeño. Yo me levanto y, en un gesto antiguo, me estiro hasta tocar el techo (el cielo). Resti sube sin ruido la escalera. Le doy los buenos días con la sonrisa más ancha que puedo dibujar. Me pierdo el despertar del resto, con la cabeza de gigante maravilloso de Resti deseándote los buenos días uno por uno.
Voy al baño, salgo y hay unas chicas en el lavabo. Les saludo con un "buenos días" muy sonriente. Una chica de coletas, morena, parece un poco malhumorada. "Será para ti, vaya concierto de ronquidos". Me temo que una de las que le ha molestado he sido yo. "Pues ya sabes, todas las guías recomiendan tapones para los oídos". Resti viene "Huy, conspiración de mujeres en el baño!". La chica de coletas rumia algo de "roncadoras". Me siento culpable pero decido que es una borde.
Voy a desayunar, Pilar y Resti nos han preparado café con leche, cerezas y no recuerdo qué mas(porque me harté de cerezas). Estoy con Anna y Adelaida, a quien Resti llama "Redentorista" porque le hace demasiado caso a un francés que se había hecho daño, y después se deshace en "piropos" sobre ciertos peregrinos franceses. Adelaida está ofendida, creo, yo me meo de risa con la definición. Que conste que la mayoría de los peregrinos franceses son encantadores. Pero hay un cinco por ciento que hacen un ruido excesivo y que piensan que el Camino Francés quiere decir que está a su servicio. Me encontraré españoles y vascos por el camino que harán que abandone los presupuestos.
Salgo después del desayuno y me doy cuenta de que no tengo suficiente dinero para el donativo. Una carrera al cajero y vuelvo al refugio, Resti me mira un poco sorprendido pero me vuelve a dar fuerzas con esa sonrisa. Y me encamino poco a poco a la cuesta de Mostelares.
Por el camino encuentro a aquella chica que no dormía por los ronquidos, que va perdiendo calcetines porque los lleva enganchados a la mochila con pinzas. Le doy unos imperdibles para que no los pierda, y poco más adelante me acuerdo y le regalo unos tapones para los oídos. Se llama Natalia y es de Valencia, aunque lleva cinco años en Londres. Va con ella la otra peregrina que creo que participaba en el regadío antes de Castrojeriz. Es pequeñita, preciosa y delgadita, se llama Graciela y recuerdo haberla visto con su familia el día anterior.
La cuesta de Mostelares es durita, aunque la acaban de arreglar y el firme está... pues eso, firme. Bebo agua un par de veces, y me río al recordar a mi padre, que hace poemas sobre mi incapacidad para subir cuestas. Subo un rato con Gustavo y tengo una conversación muy seria sobre la vida y la muerte mientras echo el bofe. Increíble.
Llego al fin. Yo sola. Arriba bebo agua, más agua, y hablo más con Adelaida, Graciela y Natalia. Me parece que Natalia no era ninguna borde, y que son unas chicas muy agradables. Salen temas inesperados. Hablando de la palabra "Redentorista" de Resti, sale el tema de la chica de la silla. Vaya un comienzo de camino, dicen. Y cuando trato de cortar el tema no me dejan... hay que vivir todo, me dicen. Hablamos también del camino, de San Antón, de las Gracias... me parece que me estoy poniendo mística y me río de mí misma. Natalia me dice que me queda bien ponerme mística, y me río aún más. Viene Cristina y está también un poco. Veo a Anna también. Por último acude un hombre que viste de negro y lleva una mochila de armazón de hierro, completamente inadecuada, y una bolsa de mano que lleva colgada de la espalda y sujeta con ambas manos. Anna comenta que se ha fijado en él porque tiene un rostro muy simpático.
Me despido con la vista de Castrojeriz desde Mostelares, al amanecer. Aún llevo la emoción de La Música. Camino por la meseta reproduciendo lo que recuerdo con el bordón. Bajo la cuesta, peor que la de Matamulos? Me alcanza el hombre de negro. Se llama Holger, creo, y viene desde Colonia? "dando un paseo". Me cuenta que salió a caminar, a ver si le gustaba, y... le gustó. Por la bolsa que sujeta con las manos, no lleva bordón, pero me dice que nunca olvidará su sonido. Yo tampoco.
Holger se adelanta tras despedirse y yo sigo andando. Tengo ganas de llorar y no sé muy bien por qué. También tengo ganas de reír. El paisaje se convierte en amplias extensiones de cereal. Sigo teniendo a mi izquierda, hacia el sur, los molinos gigantes del parque eólico. Una se podría enfrentar a ellos bordón en ristre...
Llego a la Ermita de San Nicolas, preciosa poco antes del puente, de donde sale un aroma a café que hace que te encamines allí inmediatamente. Los hospitaleros italianos están dando de desayunar a Anna, Gustavo, Cristina y Holger. Me uno a todos, el café es delicioso, las tostadas con Nutella saben a gloria bendita, la imagen de Santiago es muy linda, el albergue también, los hospitaleros son muy amables, y además tenemos con nosotros a un señor mayor que se dedica a orientar y a animar a los peregrinos en ruta (y a coleccionar sus autógrafos, creo). Más tarde se unen Natalia y Graciela, y tras agradecer la atención, sellar y dejar un donativo, nos dirigimos estas dos últimas, Gustavo y yo al puente sobre el Pisuerga, entrada a Palencia. Quiero llamar a mi madre para decirle que ya llego a Tierra de Campos, su tierra, pero no lo consigo.
En Itero de la Vega un señor nos para y nos invita a visitar su museo. Natalia se muestra algo reacia, acabamos de parar, pero el camino tiene estas cosas y está claro que el Señor Miguel no acepta un NO como respuesta. Su museo es una colección de fotos y postales de todo el mundo, fotos suyas con peregrinos, alternados con estupendas señoritas en bikini. Todo un muestrario que tapiza paredes y techo de su cochera, y llena carpetas y albumes. Naturalmente, nos hacemos fotos con él y le prometemos enviárselas, nos da su dirección (curiosamente en el reverso de la publicidad de un albergue privado) y su nombre, con su edad, 87 años, escrita también en cada papel, y además de recordarnos veinte veces sus 87 años, nos dice que no lo contemos por ahí ;)
Seguimos camino. Las chicas encontramos un sitio estupendo para "regar las plantas" y lo usamos preventivamente. Espantamos a Gustavo que ha pensado que habíamos encontrado un atajo, jeje. Me doy cuenta de que he dejado olvidado mi maravilloso sombrero de paja y tela plegable, pero una que es una romántica tenía un gorro de Heineken, regalo de un amigo, guardado en la mochila, así que sigo patrocinada por esta marca. Espero que luego me paguen la publicidad gratuita, a ser posible en especies.
Poco a poco nos vamos dispersando intencionadamente. La llegada a las llanuras palentinas provoca una búsqueda de soledad para paladearlas. Voy pensando, dando gracias, comprobando cómo los mosquitos se están poniendo las botas, canturreando, oyendo la música de mis pasos y mi bordón. Empieza a hacer calorcito. Por el camino hemos encontrado muchísima publicidad del albergue privado de Boadilla. Graciela soñaba con la piscina y había decidido quedarse. Natalia y yo, mas prosaicas, soñábamos con los huevos fritos con chorizo y patatas fritas. Así que en mis ensoñaciones solitarias en el camino, de pronto aparecía el olor de unos huevos con chorizo y me impedía echar a volar de puro misticismo ;). Paro en un pinar delicioso que parece a propósito para que el peregrino pare, se refresque y haga revisión de daños en los pies. Allí estan Natalia y Graciela, cómo no, y pronto llega una pareja de italianas, una de las cuales es fisioterapeuta y le está dando a la otra un masaje transversal profundo en el tibial anterior. La otra ve las estrellas, pero le aliviará la tendinitis. Le indico que para aliviarla aún más y prevenir la siguiente, lo que debe hacer es enviar media mochila a casa. Hay muchísima gente que lleva más de doce kilos de mochila!
No tengo más que un inicio de ampollita en el segundo dedo de cada pie, pruebo el spray antiampollas del Dr. Scholl y la verdad es que no me llegarán a molestar en ningun momento. Comparto con todo el grupo mi alcohol de romero. Pienso que los cuidados de los pies tienen algo de autoerótico. Aún no se lo comento a mis compañeras porque con tantos días de camino ya tienen la hormona un poco revolucionada, y podría provocarles un cortocircuito, jejeje.
Siguen camino, poco después salgo yo. El sol ya está alto y Boadilla se hace de rogar. Por fin la veo, seductora y deseable. Paro en la fuente vieja, me mojo la cabeza, bebo agua, me encantan las fuentes. Me acerco al albergue privado y no me creo lo que veo: césped fresco y verde, piscina azul, una escultura dedicada a los peregrinos, mesitas con sombrilla para dar de beber al sediento y dar de comer al hambriento, unos manzanos voluptuosos que dan sombra... esto es un hotel de lujo!!!
Graciela ya se está duchando y espero con Natalia y Gustavo para comer los cuatro juntos. Anna y Cristina ya estan con la sandía. Graciela intenta convencernos para que nos quedemos. Son 5€, y total al día siguiente se puede llegar a Carrión sin ningun problema. No, yo quiero llegar a Frómista y ningún albergue libertino me va a hacer cambiar de opinión. La palabra del día es la tentación. Comemos, como no, los huevos fritos que están de escándalo. Nos bebemos la jarra de vino que sabe a gloria. Nos tomamos unos orujitos de hierbas, y yo digo por primera vez: "Mmm, qué dura es la vida del peregrino". Nos reímos todos, no será la última vez que lo diga. La gente se está bañando en la piscina y juegan y gritan como niños. Nos tumbamos bajo los manzanos, se está muy bien. Natalia aprecia lo bien que está el chico del albergue en bañador. -Recuerda la manzana del Edén, Natalia! Estamos bajo los manzanos!
Llegan Adelaida con la gurú francesa y sus dos acólitos, Chip y Chop. Sophie, la gurú, cura cualquier cosa con una hoja de col: ampollas, tendinitis... Adelaida me enseña su gorra, que va forrada por una gran hoja de col, y me muero de la risa (que conste que no dudo de los efectos positivos de la col: sólo me pareció cómico). La llegada de Chip y Chop, tan monos ellos, añade tentaciones a la tarde. Adelaida y ellos no lo dudan: se quedan aquí. Están toda la tarde intentando convencernos a Natalia y a mí para quedarnos. Pero nosotras, ascéticas como nosotras solas (ejem), nos preparamos para salir hacia Frómista. -Estáis locas, con este calor? -Done Jakue proveerá!
A la salida del albergue, una avispa empieza a revolotear enloquecida a nuestro alrededor. Me dan pánico. De pronto la oigo zumbar con un tono agudísimo dentro de mi sombrero. Lo tiro al suelo, ella no lo abandona, hace ochos entre mis piernas y el sombrero, yo estoy sudando tinta china, de pronto sale y vuela directa hasta el sombrero de Natalia, repitiéndose la jugada. Estoy muy nerviosa y no sé si salir corriendo hacia el albergue de Boadilla. Claro! Ya entiendo todo! La avispa es el diablo y quiere que nos quedemos en ese antro de perdición, gula, pereza y lujuria! Nos enfrentamos a ella bordón en mano y la avispa se va por la puerta del albergue. Avanzamos victoriosas hacia Frómista.
Nos separamos por el camino, y la llegada al Canal de Castilla es fabulosa. Hay sombra, hay viento, hay miles de flores, hay miles de mosquitos que se alimentan de mí, al fin y al cabo no estoy al final de la cadena alimenticia, y me parece justo.
Llego a las esclusas, es una belleza y la luz a estas horas es maravillosa. Andar por la tarde es una delicia, el camino es para ti sola, y aunque puede hacer más calor, me gusta mucho la sensación. Llego al albergue a las ocho menos veinte. Ni siquiera me ducho porque quiero ver la iglesia de San Martín con Natalia. Es el centenario de la rehabilitación y aunque el audiovisual es interesante, me han vaciado la iglesia y han puesto unos pedestales blancos con los capiteles originales... delante de Cristo Crucificado!! Parece un espacio Zen contemporáneo, y una es más de ermitas románicas... en fin. De todos modos San Martín de Frómista sigue siendo una delicia, y nos divertimos buscando entre los canecillos un mono empalmado... no lo encontramos, claro está, está en Hontanas.
Un par de vinitos, ducha, lavar ropa, aleccionamos sobre la composición ideal de la mochila a un chico de la Junta que quería hacer el camino y cenamos frugalmente en las mesitas del albergue. Ha sido un día estupendo. Diablo, te jorobas!
Botellón de almendrados y pesca en el Carrión
Creo que hoy duermo un poco mejor. Sólo me despierto a las tres :(. Esto se va convirtiendo en una costumbre desagradable. Sólo tiene una ventaja. A las tres el cuarto de baño es mío, solo mío, con lo que soluciono ciertos problemas de "ritmo" que tenía hasta ahora. Es la primera noche que duermo en una colchoneta en el suelo, y la verdad es que se descansa estupendamente. La almohada hinchable, regalo de un laboratorio, que metí en la mochila a última hora, envuelta convenientemente con el pareo (Gloria, te quiero), es muy confortable. En la habitación duerme un hombre que tiene los tobillos destrozados y hace su camino con un carrito de la compra donde guarda el equipaje, con dos bordones metidos en vertical por ambos lados, sobre los que se apoya al caminar. Debe de estar derrengado porque ronca que es un primor. Me relajo y rememoro las experiencias del día pasado, hasta que es una hora prudencial para levantarse. Están también Cristina y Anna en la habitación. Cristina habla dormida, como siempre. A las seis o así me levanto, me aseo como los gatos, recojo y me voy a desayunar. El hospitalero está de mal humor. Cristina llega al poco tiempo, desayuna con la familia francesa con la que llevo coincidiendo desde Arroyo San Bol. Uno se sirve café dos veces, el hospitalero dice que no llegará para todos, y Cristina le dice: pues haz otro puchero! Sé que no lo ha dicho con mala intención, pero el hospitalero se sulfura y tienen una pequeña discusión. Voy a llevar mi vaso a la cocina y lo encuentro muy harto: el puchero de café es lo de menos, está harto de la actitud de muchos peregrinos, y además le acaba de tomar el pelo una familia que no había pagado el desayuno y le han engañado. No sé si necesita unas vacaciones o un abrazo, yo le ofrezco mi mano en el hombro y una sonrisa. Voy a terminar de hacer la mochila.
Natalia y Gustavo ya no están. Recojo, y me voy a despedir del hospitalero agradeciéndole las atenciones. Me lo agradece aún más él a mí. Por fin salgo a caminar. Hace un día precioso. Tomo el andadero de peregrinos al lado de la carretera, que ahora está vacía. Me acompañará toda la jornada.
Por el camino me uno a Cristina y Anna. Llegamos a Población de Campos, Cristina sigue y yo voy a ver con Anna la preciosa ermita de San Miguel, que -cómo no- está cerrada. Por la mirilla veo que hay una vidriera dentro y una figura... gótica???. Nunca la he visto abierta, la próxima vez que pase buscaré a alguien en el pueblo que pueda abrirme la puerta. Hablamos sobre esto, la decepción de no poder visitar la mayor parte de las ermitas a no ser que haya culto -también raro en estas-. Lo comprendo, de todos modos: la víspera de Santiago robaron en la iglesia que hay bajo el albergue nuevo en Burgos, o al menos lo intentaron.
Anna y yo seguimos camino y nos encontramos con Cristina que sale de otra ermita, ésta sí, se puede visitar. Entro. Está oscuro y agradable, me siento un momento. Me acuerdo de San Martín de Frómista vaciada e iluminada. Aquí se respira paz. Cristina ha estado meditando un rato. Sigue con esa mirada algo temblorosa. El otro día le dije que tuviera cuidado con el exceso de emociones que le está trayendo el camino, no se si las digiere bien, pero ella dice que está feliz.
Decidimos caminar por Revenga en vez de por Villovieco. Yo me quedo un poco atrás para disfrutar de la mañana en solitario. Hoy no canto a grito pelado, sólo canturreo entre dientes y sonrío, sigo sonriendo. Me doy cuenta de que llevo varios días sin dormir apenas y sin embargo no me encuentro cansada. Descubro que andar es un poco como dormir, uno no siempre piensa, uno sólo camina, un pie delante de otro, un pie delante de otro, el ruido hipnótico del bordón, la mente se evade y lo que priman son las sensaciones, el aroma del aire, los pájaros o el viento soplando, el sol que templa la piel, incluso el dolor de pies. Sí, me molestan un poco hoy. Me ajusto los calcetines por el camino, no veo nada raro. Sigo caminando, o durmiendo mientras ando.
En Revenga han hecho, a la entrada, un "centro de interpretación" de la flora del camino de Santiago. Aún estan los árboles muy jóvenes y la verdad es que no impresiona mucho, pero bueno, es original. Paro a re-desayunar en una cafetería, donde también ha entrado Anna, que huele un buen café a distancia. Pronto nos alcanza Gustavo.
Vuelvo a salir sola, con la intención de no parar hasta Villasirga. Pero poco despues me llama un canto gregoriano desde un chiringuito con unas mesas alrededor, bajo los árboles. Entro a tomar otro café y converso animadamente con el dueño y un parroquiano. Hablamos de albergues y hospitaleros, de ánimo de lucro y servicio, de Gracias y derechos. No parece que el dueño tenga buena opinión de muchos hospitaleros -o dueños de albergues. Una no opina porque no sabe de lo que habla.
Salgo de nuevo, justo vienen los demás y sigo caminando con ellos. Me doy cuenta de que entre recoger flores y espigas (hay que ver mi bordón), abrazar árboles, intentar entrar a ermitas, tomar cafés o vinos, y descalzarme, paro mas de lo que camino. De alguna manera siento que está bien, que "me llevo" cosas en las que quizá los velocistas no puedan reparar.
De momento no hace nada de calor, el día es estupendo para andar. Pronto vemos la mole de Santa María la Blanca, en Villasirga. Nos acercamos, ya hay unos cuantos peregrinos por allí, algunos procedentes de Frómista tambien, otros de Boadilla o incluso de Castrojeriz (madrugar, madrugar, madrugar!!). Tomamos un vinito con una tortilla de patatas que sabe a gloria y nos vamos a visitar la iglesia. Yo recuerdo cuando vine allá por la edad media, que un señor hacía una visita guiada muy amena. Ya no existe, no sé si el señor o la visita, pero por la insistencia y el buen hacer de Cristina, que es licenciada en Historia del Arte, el pobre chico que vendía las entradas se ve obligado a darnos una clase magistral, con mención expresa a los extraños signos grabados en las piedras, a los canales subterráneos detectados por zahoríes, etc. La iglesia es muy bella, claro, me alejo de la clase magistral y la disfruto a mi aire. Luego huyo a un obrador y vuelvo con unos almendrados de Villasirga, riquísimos. Ha llegado Natalia también, y cuando salen los demás hacemos un "botellón" en la acera, de almendrados y cerezas, que compartimos con todos los que se acercan. Se está de cine. Nos tomamos un par de vinitos mas, la parada es muy larga pero No Hay Prisa.
Seguimos hasta Carrión. Ahora los pies me duelen más que antes. Es lo malo de las paradas. Nos dispersamos por el camino. Me estoy apoyando en el bordón con más fuerza de la cuenta, y me gano mi primera ampolla... en la mano. A medio camino me descalzo y descubro una ampolla simétrica en cada talón. Parecen demasiado pequeñas para pincharlas y para que molesten tanto. Las protejo con Compeed y me molestan aún más. Decido que no me caben las botas con dos pares de calcetines, como se me ha ocurrido hoy, y con el Compeed. Me lo quito, me pongo spray antiampollas y continúo solo con los calcetines exteriores... Aaah, mucho mejor!! Así, entre paradas para ver los pies, tardo un montón en llegar a Carrión y me fijo muy poquito en el paisaje. A la llegada a las Clarisas, donde quería alojarme, están Cristina, Gustavo y Natalia. Sólo queda una cama y como había comentado previamente esta intención, Gustavo y Natalia me la han guardado, ellos irán al municipal. Les agradezco la atención, lo de dormir con sábanas me hacía mucha ilusión... pero... las camas que nos quedan a Natalia y a mi son más baratas, pero sin sábanas ni toallas... ooooohhhhhhhhhh. De nuevo amorosamente cubierta con mi pareo (demasiado calor para el saco).
A la llegada, dentro de la cocina, oigo a los chicos guipuzcoanos, hablan con más gente y están mencionando: silla de ruedas, maltratador, romper puerta, guardia civil... Pido permiso para enterarme, y me cuentan que en Hontanas hubo tangana, estuvieron los chicos de la silla, él debió montar un lio impresionante, amenazó a todos, tiró a la chica de la silla, rompió la puerta del albergue y huyó. La hospitalera ya había dicho que el día anterior, en Arroyo San Bol, había mostrado un comportamiento violento. Vino la guardia civil y se hicieron cargo de la chica. No sé qué harían con ella o con los perros. Les cuento lo de Arroyo San Bol. Llamo a la chica, pero su teléfono no está disponible. Lo volveré a intentar durante varios días sin éxito. Me alegro por ella, aunque la situación fuera la que decidiera por ella. También me da miedo encontrarme con él.
Hago colada, saludo a la familia francesa con la que una vez más vuelvo a coincidir y voy a visitar Carrión. Con la tortilla y los almendrados no tengo hambre, pero compro algo en el supermercado para cenar. Recuerdo que llevo mucho menos peso hoy (puesto que, como Natalia, que va hasta Santiago, no lleva ropa de agua, y yo llevaba el chubasquero y la capa de agua, nos hemos hecho un favor mutuamente: yo le he dado mi chubasquero y ella me ha quitado un kilo de mochila), puedo volver a comprar una cosita que descubrí en casa antes de salir y que dejé en el albergue de Burgos porque pesaba y ocupaba: una espuma helada de extractos vegetales, de Vitiven, que es lo más parecido a darse granizado de limón en los pies. Mmm..
Veo la iglesia de San Francisco, donde hay una exposición muy interesante sobre Santiago, en todas sus facetas: peregrino, matamoros... Veo también la portada de Santa María del Camino, sólo la portada porque a estas horas está cerrada. Voy a ir hasta San Zoilo, pero los pies me duelen aún más con las sandalias puestas, y voy un poco coja, así que pienso que lo veré luego. Me encuentro con Natalia y vamos a tomar algo. No encontramos a los demás, salvo a Chip y Chop que desaparecen en el supermercado, y nos vamos solas al rio Carrión a meter los pies en el agua. Está helada, y es una maravilla lo que anestesia los pies. Natalia está a punto de sacar, enganchado en el dedo gordo, un precioso cangrejo, además autóctono, no de los cabezones!!! Cangrejos autóctonos en el Carrión!!! Quizá siga vedada su pesca y al pie le hubiera caído un puro.
Pensamos ir a San Zoilo y mis pies vuelven a decir que no, que otro año. Me retiro a las Clarisas, mañana toca la mítica jornada a Calzadilla de la Cueza y habrá que madrugar un poco. Pero en la cocina, con Cristina, nos juntamos con unos chicos majísimos de Cuenca y cenamos con ellos, así que no me voy a la cama hasta las once y pico de la noche.
Me duermo recordando a la chica de la silla.
Misticismo, cotorras y orujos
Entre el dolor de los pies y los días de insomnio (mi media de sueño habitual es de 9 horas!), pensé que esta noche dormiría bien. Pero a las dos de la mañana, el inconfundible zumbido agudísimo de un mosquito trompetero disponiéndose a atacar me perfora el tímpano. Ya no tengo nada contra los mosquitos. Mis piernas y mis brazos son un muestrario de picaduras de todas las formas, tamaños y colores: con sobreinfección, con ampollas, con pseudópodos... Pero ese sonido infernal!!! Me tapo cabeza y todo con el pareo, me rechinan los dientes, lloraría de sueño, pero cada vez que empiezo a caer en brazos de Morfeo el mosquito me trompetea en el oído y se ríe a carcajadas de mí. Me pregunto si no será servidor de la Avispa Maligna. A las cinco de la mañana, agotada, decido levantarme. Recojo las cosas, y entre pitos y flautas son ya las seis y abren el Café España cuando paso por delante. Entro a desayunar, la señora que me atiende es encantadora y habla con mucho cariño a los peregrinos. Es curioso que la gente del camino te trate tan bien sólo por hacer lo que te da la gana. El café, la bollería y el besito me saben estupendamente y se me quita el mal humor del mosquito. Empieza a clarear mientras salgo, poco a poco.
Camino a San Zoilo. Hay brumilla y alrededor, los chopos han dejado caer hojas amarillas, como un adelanto de la estación que vendrá. Está precioso. Me apena no poder entrar a ver el claustro ahora, pero supongo que durará en pie hasta la próxima visita.
Amanece mientras busco la senda que me llevará a Calzadilla. Hay muchos peregrinos ya en camino: la amenaza de los 17 km. sin sombra ni refugio nos ha hecho espabilar (supongo que yo soy ya de las últimas). Me hace ilusión esta etapa, segun las guías la más castellana de toda Castilla. El camino recto, la soledad, la encina solitaria...
El camino hasta Benevívere es muy ameno, con árboles. Los pájaros cantan enloquecidamente como si fuera primavera y estuvieran enamorados. Ni siquiera uso el bordón para no añadir otro sonido. Pienso en caminar sola todo el tramo hasta Calzadilla y disfrutar.
Una no siempre puede hacer lo que desea: justo antes de llegar a Benevívere me alcanza un chico, con una mochila un poco pequeña y una especie de bolsa de viaje. Anda con unas playeras aún limpias. Supongo que es su primer día; me pide permiso para caminar junto a mí y me da no sé qué decirle que quería estar sola.
Es de mi tierra, no es su primera sino su segunda etapa, de tres que va a hacer "de prueba". Hasta ahora no parece que le guste mucho: no le ve sentido a caminar hasta cansarse, los albergues son incómodos, hay que hacer cola para ir al baño, no se fía de la limpieza... Habla, habla, habla, habla...
Advierto que, si me dejan, yo hablo sin parar. Mucho. Pero él es incansable. No se inmuta ante mis suspiros, paradas para oler el aire, ojos cerrados a veces, le señalo con el bordón una flor, un pájaro, una piedra bonita, la inmensidad de cereal... Bueno, sí: ante la inmensidad de cereal comienza a calcular cuánto darán al año esas tierras, y si podría dejar su trabajo, comprar un terreno aquí y vivir del cereal rascándose la barriga. Le digo que sobrevalora un poco lo fácil de vivir del campo, que si fuera tan productivo los bancos invertirían en Tierra de Campos, y que no parece que sea así... pero él ya parece una maquina registradora, cling, cling, cling, y no parece que se pueda hablar con él de que los campos de trigo parecen el mar, siempre cambiante, inmenso, reflejando la luz...
Paramos un poco, me siento en el suelo, él se queja de que no haya nada mejor para sentarse. Le arreglo un poco la mochila, enganchándole en el saco la bolsa de viaje y sujetándola con el cierre de la mochila.
Me cuenta que es difícil venir solo, que no habla con nadie, que es muy aburrido. Le digo que sólo hay que estar y abrirse y me dice que eso es muy fácil para mí, porque soy muy abierta. Le recuerdo que es él el que me ha abordado, y me dice que eso es porque yo iba sola y ha pensado que necesitaría compañía.
A veces me río con él, no sé qué hace aquí, es como un pulpo en un garaje. A veces me dan ganas de darle un bordonazo. De hecho, varias veces le amenazo con hacerlo. Y él habla, habla, habla... Pasa Cristina, se la presento, ella sigue adelante y nos deseamos buen camino, sabiendo que nos volveremos a encontrar.
La jornada no está siendo como esperaba. Me gusta el paisaje, pero no es ni mucho menos tan solitario como yo lo había imaginado: la primera encina solitaria ya no es tan solitaria porque hay chopos por todo el camino!! Y además echo de menos el silencio... mi paisano lo llena tooooooodo con su conversación. Noto que me estoy irritando.
Me pregunta por la gente con la que me ha visto ayer, y especialmente por Anna, la italiana, con la que creo que cambió alguna palabra. Paramos a mitad de camino de nuevo, yo a descalzarme, comer unas almendras y beber un poco de agua. No hace nada de calor, el día se está portando. Poco después pasa Anna. Les presento, se queda un rato con nosotros y luego seguimos los tres camino. Ésta es la mía.
- Bueno, chicos, yo me voy a parar otro poco que creo que tengo una ampolla.
Él hace intención de pararse a esperar, y Anna le dice que cree que quiero caminar sola. Me da rabia no habérselo dicho asi, de un modo tan sencillo. Cualquier otro peregrino lo entendería. Me da la impresión de que este chico no.
Ahora sí. Hablo conmigo misma en voz baja, me paro a mirar la llanura, escribo Ultreia con el bordón en el camino, boto, extiendo los brazos y vuelo un poco por el camino, me reconcilio con una avispa porque no parece tan maligna...
Camino así hora y media o así (sigo sin llevar reloj, pero ahora sí que calculo mejor el sol). Me siento de nuevo un poco, a comer un par de almendras y pincharme las ampollas, que ahora son igual de pequeñas pero un poco más puñeteras. Aparece Gustavo, altísimo, con una amapola en su sombrero, lleno de energía y de sonrisas. Se sienta un poco conmigo. No me importa caminar con Gustavo. Podemos reírnos como niños un rato y después seguir caminando en silencio, ensimismados, sintiendo la cercanía del otro pero sin romper su intimidad. Poco a poco nos vamos separando, él tiene un ritmo más alto que yo, y sigo caminando sola. Veo algo por delante a mi paisano (Fernando) sentado, solo. Se levanta a mi paso y vuelve a acompañarme. Me dice un poco ofendido que en un momento dado le ha parecido que Anna quería que la dejara en paz, que ha dicho que iba a descansar y que Anna ha seguido adelante. Me río. Le explico que, aunque es agradable compartir un rato de charla, a la mayor parte de la gente nos gusta caminar solos y en silencio, que no es que le moleste pero es agradable estar solo, uno se "da cuenta" de más cosas. Se queda callado. Parece intentar digerirlo. Me parece que lo estaba entendiendo pero inmediatamente me empieza a contar cosas de Anna, de lo dulce que es, de que nunca hubiera hablado tanto con ella si no llega a ser por mí, de que luego ella volverá a Italia y él a su casa... suspiro, miro al cielo y sigo caminando. Al rato, sin embargo, yo me siento de nuevo y es él el que sigue camino (no se si para alcanzar a Anna, jeje).
Me alcanza Natalia. Es francamente difícil no encontrarnos, está claro que tenemos todos unos "horarios" parecidos. Juntas nos acercamos al punto de donde comienza a verse la torre del cementerio de Calzadilla. Comentamos el "exceso" de arboles de esta etapa, pero el juego de la torre, el pensar que ya has llegado y descubrir que está aislada, el no ver el pueblo hasta que ya estás en la calle principal, nos agrada a las dos. Gustavo y Fernando están sentados frente al refugio. Yo paso a conocerlo. En la fachada hay un mural pintado por Álvaro, el que conocí en San Bol, y que es también el sello del albergue. No está Acacio, para quien tenía recuerdos de Udo, pero los hospitaleros son muy amables. Sello y vamos a buscar el bar para tomar un vino. En la terraza del bar nos vamos juntando todos. Poco despues llega Graciela, a quien no veía desde Boadilla, y después Adelaida, Chip y Chop (Stephan y Denis por mejor nombre) y Sophie. En la mesa de al lado, los franceses de Arroyo San Bol. Anna tambien está por allí pero se va a dormir una siesta junto a la fuente, bajo un árbol, y Cristina ya ha descansado y sigue a Terradillos de Templarios.
Los demás hacemos un descanso laaargo, laaaaargo. Me como una ensalada paisana deliciosa, y bebemos varios vinos. Probamos el granizado de limón para los pies, le doy un masaje con él a todos los pies de peregrino que aterrizan por allí. La gente responde con una serie de gemidos orgásmicos que nos hacen estallar en carcajadas, y escuchar con atención cada vez que viene alguien nuevo y le ofrezco probarlo. Curo un pie a una francesa. Anna se va ya hacia Terradillos, Graciela quiere quedarse en Calzadilla, que tiene piscina. Los demás salen hacia Lédigos, donde yo he dicho que quería quedarme, para así poder llegar el día siguiente a Bercianos. Yo me quedo convenciendo a Graciela de que venga con nosotros con el contundente argumento de dos orujos de hierbas. Graciela queda nombrada Peregrina Orujitos (yo prefiero no saber cómo me llaman a mí). Nos levantamos al fin y tiramos para Lédigos. No sé si por los orujos o por el buen día que hace, pero los seis kilometritos se convierten en dos horas de camino entre carcajadas y canturreos. Paramos a descansar en un área de descanso donde tomamos el pelo a unos ciclistas de los de 100 km. diarios, a los que decimos que le digan a Santiago que nos espere, que ya llegaremos, que vamos sin prisa. Como nuestro comentario a los 100 km. diarios ha sido: "O sea que vosotros no paráis a tomar vinitos", su contestación a lo de Santiago es: "y que os guarden algo de vino, no?". Más carcajadas y seguimos camino, no sin antes subir a la mesa para saludar al sol.
Llegamos a Lédigos a las ocho y media de la tarde. Seguimos siendo "las peregrinas vespertinas". El albergue es del mismo dueño que la tienda y el bar. Lo cual ya sabemos lo que significa. Mucha hostelería y poca hospitalidad. A la entrada los franceses de Arroyo San Bol me saludan a gritos. La francesa a quien le curé los pies en Arroyo San Bol se había quitado toda la piel por consejo de no sé quién y requirió curas en el centro de salud de Carrión, ahora está mejor. Además, Sophie le hará un emplasto de berza esta misma noche ;).
Mi paisano está con otra pareja de vascos muy simpática que conocimos también en la terraza del bar de Calzadilla. Otros locos que hacen una media de 45-50 km diarios. Y ella con una tendinitis.
Los demás han decidido preparar una cena a base de ensalada y patatas fritas, Fernando y yo contribuimos con dos botellas de vino de la tierra y un poco de queso, para enriquecer en proteínas el asunto, y "olvidando" que Sophie y sus acólitos no toman lácteos. Naturalmente, en cuanto Sophie desaparece un poco para poner berzas en los pies, Chip y Chop se lanzan sobre el fromage y se lo devoran. Lo pasamos muy bien, fregamos y ya está oscuro cuando terminamos. No nos apetece dormir aún, así que Adelaida, Natalia, Graciela, Gustavo y yo nos quedamos un rato más sentados en la mesa, bajo las estrellas. Sin hacer ruido, decidimos tomarnos un chupito de orujo de hierbas para hacer la digestión.
Poco después, empieza a haber desbandada en la habitación. Todo el mundo sale arrastrando su colchón para dormir en cualquier otro sitio. Por lo visto, la abeja reina de los ronquidos se aloja allí. Entramos y la verdad es que es una campeona. Así que decidimos tomarnos dos orujos más.
Me acuesto, me dejo mecer por los ronquidos y me quedo frita. Tooooooooooda la noche. Por fin.
El infierno y las gracias
Me despierto ya a eso de las siete menos cuarto, completamente reparada. He abierto los ojos alguna vez por la noche, para apreciar el hermoso ritmo de los ronquidos de la mujer, pero me he quedado de nuevo dormida inmediatamente. Los orujos son mágicos. Pregunto incluso si me he sumado al concierto, me dicen que no. Los demás no han apreciado tanto la belleza de la sinfonía.
En la puerta del albergue, me despido de la familia francesa, que parten ya y dejan su Camino en Sahagún. Hoy también deja de caminar Adelaida, y Fernando, que termina sus "tres días de prueba".
En realidad Adelaida no termina hoy, sino mañana a primera hora. Llevan todos un par de días con la ilusión de llegar hoy tan sólo hasta Sahagun, dormir hasta las nueve, levantarse y hacer una jornada nocturna hasta El Burgo Ranero. Yo había estado pensando si sumarme, pero en realidad quiero llegar a Bercianos, incluso quiero estar un par de días de nuevo sola. Estoy muy a gusto, particularmente con Natalia, Graciela y Gustavo, con los que parecen unirme más cosas, incluso mi a veces extraño sentido del humor, pero quiero volver a vivir la soledad del camino y tambien la facilidad para hablar con gente nueva.
Salimos a caminar, Fernando de nuevo se convierte en mi sombra. Hoy no se queja del camino ni de sus incomodidades. Incluso está triste porque vuelve a casa. Habla de la belleza del trigo. Habla de Anna. Habla. Habla. Me parece que volverá.
La mañana es preciosa, hace fresquito. Los campos ya están segados y adornados con balas de cereal cilíndricas. Ya no es eternamente llano hasta el horizonte, sino que se ondula en pequeñas lomas y oteros.
Vamos a desayunar al albergue de Terradillos de Templarios. Fernando mira ansioso por si Anna no ha salido aún, pero Cristina y ella ya estarán lejos. Desayunamos café con leche y pan tostado con aceite. La hospitalera es un poco seca, pero curiosamente me hace gracia porque creo descubrir por qué. Y es que hemos entrado como si fuera un bar de desayunos, a exigir. Por lo que me sonríe con una mirada curiosa y me da un poco de conversación cuando me acerco a la cocina a llevar los platos y las tazas y darle las gracias.
Me enfado un poco después con ella, y es que encontramos a un peregrino italiano a quien ya había visto anteriormente. Está esperando el coche de apoyo de la junta, porque ayer se cayó y se dio un golpe en la cadera, y hoy le va a ver el médico porque no puede dar ni tres pasos. Hablando del coche de apoyo, la hospitalera dice que la gente abusa de él, que el día anterior unos peregrinos lo usaron para ir de compras a Sahagún. Me escandalizo, qué poco control. Y sin embargo inmediatamente después nos lo ofrece para llevarnos las mochilas a Sahagún!!! Ya en Carrión el guía turístico ofrecía un taxi para llevar las mochilas a donde quisieras, y de hecho se veía mucha gente "fresca" y ligerita por el camino, pero coño, una etapa llana, de 12 km, a Sahagún, y en el coche de apoyo de la Junta!!!!
Fernando, Natalia, Gustavo, Graciela y yo nos vamos con nuestras mochilas. Caminamos y nos vamos separando. Elijo el camino que va por el campo, en vez del andadero. A Moratinos llego con Fernando. Allí le digo que voy a parar un poco, que siga. Lleno la botella en la fuente y sigo caminando. A la salida de Moratinos, en una zona de columpios, me encuentro con Natalia y Gustavo. Jugamos en los columpios, en el tobogán, cantamos, hacemos el idiota... Nos apenamos de que la gente abandone en la ruina sus casas de adobe y construya espantosos chalets de ladrillo rojo, naturalmente con calefacción y aire acondicionado, con lo bien que protegía el adobe. Y ahora hablan de casas inteligentes...
Continuamos camino, bellísimo. Y corto, porque llegamos a San Nicolás del Real Camino, último pueblo de Palencia. Es una monada de pueblo, con un soto junto al río Sequillo (el mismo que pasa por el pueblo de mi madre, y que como su nombre indica, impide la natación olímpica en sus aguas). Para seguir con las buenas costumbres, vamos a desayunar al bar-albergue de San Nicolás, donde ya ha llegado Fernando. Sacamos unos vinos y unos helados, eso de las combinaciones gastronómicas queda a estas horas a un nivel inferior. Un peregrino... alemán? nos recrimina entre risas que nos estemos tomando un vino a las diez de la mañana. Yo le explico amablemente que por aquí hay un refrán que dice: "con pan y vino se hace el camino", y del café con leche no dice nada.
Hablo con las chicas del bar-albergue. Se admiran de mi bordón, que lleva todo tipo de recuerdos de la ruta, y que ha ido perdiendo sus espigas. Me regalan tres espigas de trigo secas y un ramito de menta. Engalano el bordon y me despido con un beso, y la intención de quedarme por aquí en un próximo camino.
Sentados aún en la terraza, vemos venir a Adelaida, y despues a Sophie, Chip y Chop... muy aligerados de peso. No soy quién para decirles nada pero me parece absurdo. No son los únicos, el coche de apoyo debe de ser un camión para llevar tanta mochila. Seguimos camino hacia Sahagún. Ya cerca del desvío hacia la ermita, atravesamos un campo de trigo para acortar, más o menos siguiendo las roderas de un tractor: Via Trattoriana, la denominamos. Hay que actualizar las guías.
Ya hemos encontrado a Graciela, que viene con Adelaida "la Antiperegrina", como cruelmente la apodamos hoy. No entendemos muy bien el desvío que nos llevan a hacer las flechas amarillas, si tenemos Sahagún allí enfrente. El misterio queda resuelto cuando llegamos al pequeño puente sobre el río Valderaduey y a la ermita de la Virgen del Puente. ¡Qué belleza! Alrededor hay unas esculturas que se supone que simulan oteros y accidentes del terreno, diseñadas para el descanso de los peregrinos. A mí me parece que son de metal y que lo que puede conseguir un peregrino que se tumbe?? en ellas es cocinarse a la plancha, pero efectivamente, en la única que queda a la sombra, Chip o Chop (Stephan) duerme... como siempre. Este chico se duerme en cualquier posición y en cualquier lugar.
Seguimos a Sahagún. Me molestan un poco los pies, pero voy bastante bien (bueno, en realidad sólo han sido 16 km). Ya hace calorcito. A la entrada hay obras y un desvío, una señora nos indica amablemente y nos acompaña toda la entrada, dándonos una agradable conversación. Ante una casita con jardín, nos dice, "Peregrinos, aquí tenéis vuestra casa para lo que queráis". Una espiga de trigo y una flor cambia de manos inmediatamente.
Fernando está un poco murrioso, ya se tiene que ir y no ha alcanzado a Anna. Vamos todos al albergue situado en la antigua iglesia de la Trinidad. El hospitalero no estará hasta las cuatro, así que se instalan para la siesta, mientras Fernando, Graciela y yo vamos a buscar un restaurante. Fernando se pone nervioso porque no sabe de dónde sale su autobús, así que se despide de mí en privado y se escapa. Vamos a un restaurante cercano al albergue y Graciela y yo nos sentamos en una mesa de plástico en el exterior. Llega una chica a traernos las cartas. "Coño, yo te conozco!" -dice mirándome-. "Si eres Monika, mi doctora!!!" Me meo de risa. Es cierto, es Naiara, que hasta hace unos meses ha sido mi paciente. Ahora vive en Sahagún y es toda una casualidad encontrármela allí. Le decimos que esperamos más gente, y nos pone en un comedor dentro, en una mesa grande. Poco a poco van llegando los tardones. Nos reímos mucho con la traducción al inglés de la carta (Ejemplo: macarrones = tubular powders). Comemos muy bien y estamos muy a gusto. A mí me empieza a dar un poco de envidia el plan nocturno que tienen todos pero al final decido continuar. Me despido de Adelaida, a quien ya no voy a ver, recojo la mochila que había dejado en el albergue, y me pongo a andar, a las seis menos cuarto, con un calor impresionante.
A pesar de todo me siento contenta de continuar y de caminar sola. Quería ver "La peregrina" pero es imposible. Salgo de Sahagún por el puente del Canto, donde las lanzas cristianas florecidas.
Sigo camino hacia Bercianos. Calculo que si ando corta de agua puedo desviarme un poco hacia Calzada del Coto y llenar la botella, porque hace calor y además de beber, es una gloria mojar el pañuelo que me cubre la cabeza. Hablo con dos caminantes que vuelven de Calzada del Coto, dando un paseo, mientras paro para beber. Sigo risueña, a pesar del calor. Paseo por el andadero junto a la carretera, arbolito, arbolito, arbolito, arbolito, crucero, arbolito, arbolito, arbolito, arbolito, crucero, arbolito... Los bordes del camino están llenos de porquería. El día de Calzadilla de la Cueza estuve recolectando basura en una bolsa de plástico grande, pero ahora no tengo nada similar, y hay demasiada mierda, con perdón.
Paso la desviación a Calzada del Coto, pienso que en cualquier momento refrescará y soplará el viento, que en la tierra de mi madre llaman "amargalacena". Pero no sopla, y sudo a mares. Voy bien de agua así que no paro.
Arbolito, arbolito, arbolito, crucero, arbolito... a pesar del sudor estoy disfrutando del paseo sola. No hay nadie más por el camino. No sé qué hora es pero por el sol serán las siete. Paro un momento, me apoyo en un crucero, saco la botella de agua, y pienso de nuevo en que lo de la bolsa con el tubo ese como de buceador no es tanta tontería, que es mucho mas cómodo y no se "ahorra" en agua por pereza. Inclino la botella para empezar a beber. Me sudan las manos. La botella se resbala y derrama toooodo su contenido en la tierra. No lo puedo creer. Cojo la botella. No quedan ni cinco gotas. Hace calor, faltan unos cinco o seis kilómetros y no tengo agua. Y tengo sed. Y no hay nadie.
En un minuto me pregunto, presa de la rabia, qué coño hago yo aquí. Me planteo volver hacia atrás, hacia Calzada del Coto. Miro hacia delante. Miro hacia atrás. Miro hacia la carretera por si viene algún ciclista con suministros. Nada.
Tengo algo de hambre, además. Pero sólo tengo almendras y me darán mas sed. Siempre llevo algo de fruta, menos hoy. Maldita sea. En fin. Saco de la riñonera mi viejo optimismo, un poco arrugado, y pido un refuercillo a Done Jakue (Santi). Tiro p'alante.
Un cuarto de hora después, tengo los labios resecos y estoy mucho más cansada que antes. Pienso que es psicológico y que en realidad no tengo tanta sed. Pero la verdad es que estoy sudando a mares, y hasta chuparme los labios es un trago de mar mediterráneo. Por fin oigo acercarse por detrás unas bicis. Pero son un matrimonio de mediana edad, con sus bicis de paseo y ni una mala botella de agua. Les pregunto si hay alguna fuente por el camino, y me dicen que sí, que en Bercianos. Me da la risa tonta. Me preguntan si me he quedado sin agua y les digo que no, que aún me queda. No sé por qué se lo digo, se despiden y me quedo con cara de idiota.
No tiene mucho sentido quedarme ahí. Sigo adelante. Los pasos van siendo mas lentos, pienso que Bercianos está escapándose hacia delante, quizá tenga una cita nocturna con el Burgo Ranero, ranas, agua... De pronto, en el borde del camino, entre la basura, brilla algo. Es un botellín de agua con algo más de dos cm. de líquido. Me abalanzo a por él. El agua está como para hacer té ahora mismo, pero me parece un manjar, y ahora me da igual si puede estar contaminada o lo que sea. Qué buena!
Sigo algo mejor, aunque hubiera necesitado muchos buches de agua caliente para sentirme saciada. Falta poco ya para Bercianos, creo. Voy cansada, aún sedienta y un poco frágil emocionalmente. Estoy subiendo una lomita cuando en lo alto, con el sol por detrás, aparece el arcángel San Miguel en bicicleta, que vuelve de Bercianos, y dice: adivina lo que te traemos!!!! enarbolando una botella de agua. Se me cae el bordón. Se me llenan los ojos de lágrimas. Cojo la botella de agua, bebo... el nudo de la garganta me hace daño al tragar. No puedo decirles nada. Cojo todas las flores que tenía en el bordón, las espigas, las bayas, y se las doy. Soy incapaz de pronunciar una palabra. Ella se ríe, y la risa sí parece de un arcángel, o quizá me ha dado mucho sol en la cabeza. Me despido con la mano, aún muda. Sigo adelante con la botella en la mano, me duele la garganta, no puedo llorar y sólo pienso "gracias, gracias, gracias!!"
Poco a poco me calmo. Estoy ya en Bercianos, a la entrada del pueblo hay una fuente. Me río a carcajadas y me mojo toda la cabeza. Hablo con unas señoras que van a dar un paseo a la puesta de sol. Me hablan orgullosas de "su" refugio: -Corre, corre, que llegarás tarde!! Para correr estoy. Me doy cuenta de que me duelen los pies, pero ya no puedo dejar de sonreír. El refugio, cómo no, está a la salida del pueblo. Me parece precioso. Entro y digo: -Aleluya!!! El hospitalero viene corriendo, me quita la mochila, no me deja sacar la credencial -que era mi única obsesión-. Le digo que no creo que sienta tanta ilusión al llegar a Santiago, y me dice: -No tienes ni idea! Hala, hala, ve a lavarte las manos y ve a sentarte allí!
"Allí" es una mesa corrida donde unos cuantos peregrinos me saludan, me hacen sentarme, me ponen un plato de macarrones y un vaso de vino delante. A mi lado está Anna, la peregrina italiana, estoy feliz de verla y estar allí. Se interesan por mi camino y mi estado, les estoy contando lo de los ciclistas y el agua, se me quiebra la voz y comienzo a dar rienda suelta a las lágrimas, en silencio. Anna me pone la mano en la cintura, me sonríen, asienten y respetan mi emoción. Es como una catarsis. No puedo decir "gracias" todo el rato, así que sonrío a todos cuando me calmo y sigo comiendo los deliciosos macarrones, y el melón con jamón y ensalada. Se van todos a la oración a la puesta de sol, dejándome que termine la cena. ¿Cómo?? Me meto en la boca todo lo que puedo y corro a buscarles. Tras el refugio, están sentados en la hierba, en semicírculo, mirando al sol poniente. Hacemos una reflexión, leemos un himno, cada uno lo tiene en su idioma, y terminamos de la mano, rezando, también cada uno en su idioma, el Padre Nuestro. Al final nos abrazamos deseándonos buen camino. Es precioso, y me siento feliz a ver la esfera naranja escondiéndose tras las lomas.
Nos quedamos un rato por allí. Evidentemente no voy a hacer colada hoy. Voy a ducharme, por fin, llevo las cosas a mi cama, en un dormitorio precioso, con camas, no literas, y un techo con vigas, al lado de la ventana, con una tela metálica. Es el paraíso. Bajo de nuevo y juego con el perro del hospitalero, que ha amenizado la oración queriendo jugar. Hablo con una familia levantina que caminan todos juntos, madre, padre y tres hijos. Hay un ciclista joven encantador, otro ciclista alemán que sonríe con los ojos constantemente. Voy al bar del pueblo a llamar a mi marido, porque no tengo batería, y a tomar un vino bajo las estrellas. Allí está Anna con el hospitalero y una chica italiana también que viaja de vuelta a Italia, desde donde había peregrinado a Fátima y a Santiago, en compañía de un burro, tres perros y su novio. Su novio ha sentido "La Llamada" y se ha quedado en León, con las Carvajalas, dejándola a ella colgada con los cuatro animales. Me da mucha lástima, pero el hospitalero intenta ayudarla en algo y ella no admite ayudas parciales, exige que alguien solucione todo el problema!! Anna y yo hablamos con ella, creo que ha bebido demasiado hoy y se encuentra frágil y asustada. Descansará y tomará alguna decisión mañana. Me acuerdo de la chica de la silla, su teléfono sigue inactivo.
Me retiro a dormir, agotada. Hace fresquito, pero ni se me ocurre cerrar del todo la ventana: entra olor a limpio, sonidos de paz y de vez en cuando, el viento me da besos en los párpados. Más gracias...
Pies a remojo y el baile a la luna
Me despierto a las seis y media más o menos (no he usado el despertador ningún día!), habiendo descansado maravillosamente. Voy a desayunar al comedor, donde tenemos café, leche, infusiones, madalenas, tostadas... Está la familia de Levante, encantadora. Me aseo un poco, recojo tranquilamente la mochila, todo el mundo se va yendo, yo espero un poco a Anna pero como nunca tiene prisa para levantarse y sé que me acabará alcanzando, salgo a caminar.
La mañana es fría, lo cual me parece una bendición. Bajo junto a la pequeña laguna, y me dirijo de nuevo al andadero, arbolito, arbolito, arbolito... Estoy eufórica por el día de ayer, tan duro y tan emocionante a la vez. Noto los pies cansados pero el corazón ligero.
Hay una laguna entre el andadero y la autopista. Está llena de patos y aves acuáticas. Me da lástima no saber un poco mas de ornitología, pero me quedo un rato escuchando los sonidos y admirándome de que no les moleste el tráfico, tan cercano.
Poco después de un área de descanso me alcanza Anna. Vamos caminando, a veces en silencio, a veces charlando y riéndonos. Sobre todo al recordar a Fernando: ayer le di su teléfono, como él me había pedido, y ella me contó entre carcajadas que cuando estaba en Bercianos, en el albergue, la vecina de enfrente había venido corriendo a preguntar por una tal Anna, y cuando se había puesto al teléfono se encontró con Fernando, hablando como un torrente, que se había equivocado de autobús y estaba en Donostia, y que había estado llamando a todos los albergues desde Sahagún en adelante para buscarla. Esto es amor a primera vista. Confesó que no había podido decir palabra y que no había entendido ni la mitad, como le pasó en el camino a Calzadilla, ya que Fernando hablaba a tal velocidad que olvidaba que Anna no entendía muy bien el castellano, con lo que ella optaba por desconectar y asentir a todo sin entender nada. Yo pensaba que me moría de la risa, pobre Fernando!
En menos de una horita llegamos al Burgo Ranero. No hemos encontrado lobos por el camino, y si me encuentro alguno me lo como. Así que vamos a un bar a desayunar de nuevo. En cuanto nos sentamos vemos a Cristina, sonriendo junto al refugio. Pensaba que quería quedarse en Bercianos, y también lo pensaba Anna, nos sorprende que esté aquí. Nos cuenta que a la salida de Sahagún se confundió de camino y fue hasta Calzadilla de los Hermanillos, allí vio que en el albergue sólo había un hombre y le dio miedo, o pena, quedarse, así que fue desde Calzadilla hasta El Burgo Ranero, con lo que hizo casi 40 km. y llegó con tendinitis. En el albergue de El Burgo le habían dicho que podía quedarse un día más pero pensaba seguir 13 km. a Reliegos. Estaba apenada porque tenía un gran recuerdo del albergue de Bercianos, pero decía que eso le había enseñado dos cosas: que nunca hay que dar nada por sentado, y que hay que escuchar al cuerpo.
Un rato después, vemos a Gustavo y a un chico que no conocía. Voy a saludarles, el chico es el hermano de Adelaida, que llegó ayer por la tarde a Sahagún e hizo la etapa nocturna con los demás. Adelaida se ha ido hace un rato ya, en tren. Bromeo con él, hacen el camino a relevos? compartirán la Compostela? Nos sentamos todos juntos, Cristina y Gaspar, que así se llama el recién llegado, hacen muy buenas migas. Casi inmediatamente se unen Natalia y Graciela. Todos habían ido en la etapa nocturna a Calzadilla de los Hermanillos y luego cruzaron a El Burgo Ranero, en vez de seguir a Mansilla de las Mulas. No entiendo muy bien la jugada pero me alegro de verlos a todos. Natalia y Graciela quieren quedarse a descansar en El Burgo. Les tiento para que vengan hasta Reliegos, con éxito.
Comemos bocadillos y tomamos los dos primeros vinos de la mañana, la parada dura más de dos horas. Anna sigue adelante. Ya no hace nada de fresco, el día se presenta tan cálido como la tarde del anterior, me temo. Nos ponemos en camino poco a poco, arbolito, arbolito... Las ranas cantan para nosotros a la salida de El Burgo Ranero. Y saltan desde el camino al agua a nuestro paso.
Caminamos Natalia, Graciela y yo. Les cuento mi aventura con el agua del día pasado, y la acogida en Bercianos. Me cuentan su etapa nocturna, la huida de Sophie y sus acólitos, a los que han perdido, y que los chicos se metieron a dormir al albergue de Calzadilla a las cuatro de la mañana, mientras que a ellas les dio apuro y se quedaron durmiendo en la plaza, con un frío de la leche.
Al cabo de menos de una hora, encontramos la primera zona de descanso. Se trata de una zona arbolada, con hierba aplastada, al lado de un arroyo que hace un pequeño remanso... Acabamos de estar dos horas paradas!!! Pero el arroyo me llama... Monikaaaaaaaaaa... Monikaaaaaaaaaaaa... y yo nunca he sabido decir que no. Botas fuera y pies dentro!!! Aaaahhhhhhh! Gélida. Me recuerda a Arroyo San Bol. Canturreamos con los pies poniéndose azules dentro del agua. La verdad es que duelen.
Al cabo de un rato, pasa Gustavo, que se une a la cura de pies. Después, llega Gaspar, al que también invitamos a unirse. Pasan más peregrinos, seguro que alguno piensa: éstas no eran las que estaban tomando un vino hace menos de una hora?? vaya vagancia!!!... pero estamos disfrutando como criaturas.
Decidimos irnos al cabo de ni se sabe el tiempo. Justo en ese momento, llega Cristina. Gaspar se ha quedado a dormir la siesta a la sombra. Cristina no pensaba pararse, pero le explico que ese agua es mágica para las tendinitis, que necesita crioterapia y que haga el favor de descalzarse y meter el tendón en el arroyo! Allí les dejamos a los dos.
Ya hace calor. Hemos parado más de lo que hemos andado y el día no perdona. Voy mojando el pañuelo en las acequias, charcos y arroyos todo el camino, exprimiéndolo luego sobre la cabeza y poniéndomelo mojado. En cada regato mínimo que vemos, nos descalzamos y metemos los pies. Hoy sí que me duelen. Supongo que acuso el día de ayer. Las ampollas se hinchan constantemente, son demasiado pequeñas para atravesarlas con hilo pero las tengo que pinchar cada hora para que no me incordien mucho. Habíamos empezado conversando muy animadamente, pero según transcurre la jornada estamos más silenciosas. Se hace largo, muy largo. Son 12,8 km desde El Burgo a Reliegos, pero parecen como tres caminos de Carrión a Calzadilla de la Cueza. En una de las áreas de descanso, hay un cartel que indica que hay una fuente. No la encontramos.
Poco antes de las vías de ferrocarril, encontramos un camión de los que se ocupan del riego por la zona. La camionera está sentada en una silla plegable, al lado de la acequia. Llegamos, trabamos conversación con ella, metemos de nuevo los pies en la acequia, nos echamos agua por la cabeza... nos dice que nos quedan sólo tres kilómetros, nos da ánimo. Se va y nos deja un rato la silla plegable, Natalia se sienta y casi se queda dormida allí. Están agotadas y me recriminan constantemente haberlas sacado del Burgo Ranero. Yo en realidad pensaba llegar hoy a Mansilla, pero se me está haciendo durísimo y pienso quedarme en Reliegos. Solo tres kilómetros!!!
Nos ponemos en marcha. Compruebo que no viene nadie, me quito la camiseta, la mojo entera en la acequia y me la vuelvo a poner chorreando: mucho mejor!!! Miss camiseta mojada peregrina en camino!
Los últimos tres kilómetros se hacen eternos. Voy cojeando. Hace un calor espantoso. Reliegos no se ve, arbolito, arbolito, arbolito, me entran deseos de quemar los arbolitos. Como en una broma de recuerdo de Calzadilla de la Cueza, Reliegos sólo se ve cuando ya estás dentro del pueblo. Son casi las cuatro. Hay muchísimos peregrinos tirados en la hierba, junto a la fuente, en la plaza del pueblo. Más aún en las mesas del bar. Están allí Sophie, Chip y Chop, Gustavo también ha llegado. Natalia y Graciela se tiran en la hierba, yo voy con Gustavo a buscar el albergue.
No quedan casi camas, hace muchísimo calor en las habitaciones donde las literas están un tanto hacinadas. Solo hay sitio arriba, naturalmente, y me pregunto si podré trepar tal y como tengo hoy los pies. Dejo las cosas y salgo a comer algo, Gustavo se queda preparando algo en la cocina. Graciela y Natalia están en la terraza del bar comiendo tortilla de patata y ensalada de tomate. Pido lo mismo y les advierto de que no quedan casi camas. Carrie, una chica norteamericana a quien yo creo que no había visto, se ofrece a llevar sus credenciales, y explicarle al hospitalero que están comiendo y que luego vienen. No hay problema y les coge cama.
Voy a ducharme, hay un peregrino moreno, grandísimo, del sur, que me ofrece todo un repertorio mientras me aseo y hago la colada: "Mira que eres linda", "Angelitos negros", "Reloj no marques las horas"... Le digo que es la primera vez que tengo hilo musical en un albergue.
Gustavo y Carrie duermen la siesta. Natalia, Graciela y yo vamos a hacer compra y decidimos hacer cena común. Cocino yo, que soy la vasca. Un arroz con setas y verduras, vino de Mencía del Bierzo, ensaladita de tomate y melón. Vamos a la terraza del bar a tomar algo. Allí atiendo a un hombre muy simpático, creo que de Almería, pero no lo recuerdo bien, de una tendinitis de tibial anterior. Él piensa que no es nada, pero crepita que da gusto, le recomiendo frío, le doy unos antiinflamatorios y un protector gástrico, y le digo que se lo tome con muucha más calma (va caminando al ritmo de unos niños que hacen de 40 a 45 km diarios, a 5-6 por hora). Me pregunta si en dos días estará curado, le sonrío y le digo que escuche a su cuerpo, y particularmente a su tendón. Creo que me ha entendido, porque tras un cuarto de hora de hielo ha pensado llegar al día siguiente hasta Mansilla, que unos amigos le acerquen a León, y hacer quizá una etapa de descanso.
Nosotras también fantaseamos con la idea de la etapa de descanso en León. La fantasía se va concretando. Al fin y al cabo si no la hacemos no nos dará tiempo a ver mucho, y la etapa de hoy ha sido psicológicamente dura y estamos tocadas. Podemos coger una pensión, así nos damos una vueltilla por el Barrio Humedo el sábado, sin hora de cierre, y el domingo, si nos dejan, intentamos alojarnos en las Carbajalas, para asistir a las vísperas.
Vamos juntándonos gente en la mesa, invitamos también a Carrie a cenar con nosotros, a un hombre polaco que habla con Graciela y cuyo nombre no recuerdo, y a Cristina y a Gaspar que aparecen por fin. Anna ha seguido a Mansilla, como Sophie y sus acólitos.
Vamos a preparar la cena, es un poco desastre porque hay más gente con la misma idea, la cocina es de placas eléctricas y exasperantemente lenta, no se pueden encender varios fuegos a la vez porque salta el diferencial, y el arroz acaba quedando pegajoso y apelotonado, pero da igual, la gente se lo come mezclado con el tomate en ensalada, nos reímos mucho y desde luego, el vino del Bierzo está soberbio. Además el ambiente en la cocina es genial, estamos tres mesas de gente de lo más variopinta comiendo juntos, nos cambiamos cosas de mesa a mesa, nos sacamos fotos mutuamente... Tras fregar, vemos que sólo faltan diez minutos para que el albergue cierre, pero hay luna llena, o casi! El hospitalero dice que no nos preocupemos, que cerrará más tarde. Así que nos vamos a ver la luna llena. Naturalmente con unos chupitos de orujo de hierbas. Las chicas hacemos un baile a la luna. Nos lo estamos pasando de cine, hasta que el hospitalero viene a recordarnos que hay que dormir :). Le damos las gracias por el ratito y nos retiramos. Hay lleno absoluto en el albergue, y gente durmiendo en colchonetas en el piso de abajo. Se me ocurre que es más cómodo y más fresco que en las literas, y me quedo allí. Duermo como una bendita.
Natación en Arcahueja y torcedura de tendón
Poco despues de acostarme llegan dos chicas italianas muy llamativas, que tienen aspecto de ir haciendo malabares por el camino. Les falta un perro. Con ellas entra además un chico delgado, pelirrojo, con barba y coleta, que además de llevar una mochila muy grande, lleva una guitarra adosada. Es una cosa de infancia, me llaman muchísimo la atención los chicos pelirrojos con aspecto de irlandeses. Me duermo pensando que quiero conocerle.
Me despierto más bien tarde, a eso de las siete. Oigo fuera la voz del hombre de la tendinitis, voy a saludarle y a desearle buen camino y pronta recuperación. Como pensó, unos amigos le llevarán desde Mansilla a León. La verdad es que yo tengo los pies hechos cisco y también fantaseo con la idea de saltarme la entrada de León. Pero me reprimo.
Recojo todo y salimos a caminar. El bar está cerrado, así que quedamos para desayunar en Mansilla. Para variar, caminamos Graciela, Natalia y yo. Gustavo remolonea mas, no sabemos nada de Carrie y Gaspar y Cristina se han quedado durmiendo. La mañana ya promete ser calurosa. El primer paseo hasta Mansilla es agradable. Poco antes de un crucero encontramos a Carrie sentada en un banco, no sé si meditando o echando una cabezadita. Nos dice que le gustaría quedarse en León un día, pero no sola. Hacemos rápidamente un plan y decidimos, ya seriamente, tomar una pensión esta noche. Continuamos a Mansilla. La posibilidad de ver mañana con más tranquilidad León y de descansar un poco los pies me da nuevos brios. Mansilla en la distancia no parece muy bonito, pero nos encanta al entrar, la puerta, las calles, la plaza con las casas porticadas... Vamos a desayunar a un bar-obrador de pastelería. Todo está tan bueno y tiene un aspecto tan maravilloso que sacamos fotografías al desayuno. Nos hemos colocado en un patio interior, decorado con murales referentes al camino, un tanto extraños. Buscamos en la guía y llamamos por teléfono a la Pensión Sandoval. Nos alquila las dos últimas habitaciones, de dos y tres personas (de momento no contamos con Cristina y Gaspar, que van más por libre). Bromeamos con quién va a dormir con Gustavo, demasiadas hormonas almacenadas, me parece, por el tono de la conversación! Menos mal que Gustavo no nos oye!! Poco a poco llega él, que se preguntará a qué vienen tantas risitas infantiles. No duda mucho porque se lo explico y se queda encantado de que nos lo rifemos ;).
A la salida de Mansilla de las Mulas un ooooooooooooohhh! se nos escapa a todos. Vemos la maravillosa playa fluvial y nos da rabia no haber venido ayer hasta aquí. El albergue también parecía una preciosidad. Nuestros pies piden agua fría, todo nuestro cuerpo pide agua fría! (para evitar conversaciones rijosas como las del desayuno, por ejemplo). La idea de un bañito y un descanso a la sombra de enormes árboles de ribera se instala en nuestras mentes, y con ella caminamos hasta Puente de Villarente.
Nos disgregamos por el camino, cómo no. Yo sigo mojando el pañuelo en las acequias para exprimirlo en mi cabeza. Qué calor hace hoy!. Cerca de Puente Villarente me encuentro con una escena entrañable y cómica. Natalia, con su atuendo peregrino, sentada en el suelo en un prado de flores blancas, a la sombra de un árbol, se está retocando las cejas con la ayuda de un espejo. Rompo a reír y me cargo la magia del momento. Queda convenientemente inmortalizada, eso sí.
A las once y media estamos a la entrada de Puente Villarente. Nos metemos a un bar y allí están Cristina, Gustavo y Carrie. Cristina no se apunta a quedarse en León, aunque al día siguiente saldrá a caminar muy tarde. Poco después llega el peregrino con pinta de irlandés, que devora un bocadillo y una cervecita. Le saludo con la mano y me echa una sonrisa preciosa (tengo que llamar a mi marido, tengo que llamar a mi marido).
Natalia, Graciela y yo decidimos comprar unos bocadillos, buscar un arroyo antes de llegar a León, comer allí, bañarnos y seguir a León cuando no haga tanto calor. El plan es perfecto, sacamos el mapa y nos indica un arroyo antes de Arcahueja. Mmm... perfecto, ya son las doce y pico, llegaremos allí a la hora de bañarnos antes de comer.
Con esta ilusión sincronizamos nuestros bordones y salimos a caminar. Justo antes del puente, en una lagunita bajo los árboles y hierba fresca alrededor, Anna mete sus pies en el agua. Parece que no somos las únicas que tenemos la misma idea. El sitio es idílico, pero acabamos de parar y tendremos tiempo para bañarnos en Arcahueja.
Caminamos, a veces solas, a veces juntas, canturreando. El calor empieza a ser sofocante, además parece cargado de humedad. Vamos viendo masas de árboles en la distancia: mirad, mirad, nuestro arroyo!!! Las masas de árboles se van quedando atras, seguimos caminando y no encontramos nuestro arroyo. Nos cantamos canciones de ánimo. El paisaje no es como para disfrutarlo demasiado. Pero encontramos ocas, y también a ellas les contamos lo bien que vamos a estar tumbadas en la sombra, bañándonos (en pelotas, si está un poco lejos del camino) y comiendo nuestros bocatas de pan con tomate y cecina de León.
Parece mentira lo lejos que parece Arcahueja. Hasta que de pronto no parece nada lejos. Está allí enfrente, lo cual quiere decir que el arroyo... el arroyo? El arroyo es una hendidura transversal al camino, con un resto de vegetación verdosa, y sin un solo hilo de agua. El soto boscoso y umbrío, la corriente cristalina, el hedonismo... todo a la porra.
La decepción es excesiva. Hay un antiguo lavadero, o abrevadero, que da sombra, pero que parece que la gente usa de retrete improvisado. Los cuatro árboles que hay no dan casi sombra y su base está llena de cardos. Qué abatimiento.
Subimos la cuestita hasta la plaza del pueblo. Hay una mesa de cemento con dos bancos, una fuente y dos robinias. Nuestro picnic se traslada del arroyo soñado a mojar los pies en la fuente. Menos da una piedra. A quien me diga: "la enseñanza que tenemos que sacar de esto es que..." le restriego la cara con la cecina!
Cuando estamos ya terminando de comer, suben a la fuente una pareja de Polonia, y despues Anna con las dos chicas italianas que llegaron a Reliegos ayer. Por lo visto eran las amigas con las que había salido de Italia, y de las que se había separado por el camino porque tenían un ritmo mucho mas lento. Están felices de haberse encontrado, y hablan sin parar contándose anécdotas. Preguntan si hemos visto al chico pelirrojo, les cuento que estaba en Puente Villarente, y se alegran muchísimo, al parecer los pelirrojos con aspecto irlandés tocan más fibras que la mía, jajaja. Me cuentan que no es irlandés ni escocés sino austríaco, que viene desde Austria andando y que canta muy bien.
Después de comer y recoger lo que hemos manchado, vamos al bar del pueblo a tomar un café. Allí nos encontramos con Gustavo, que se ha juntado con un brasileño que lleva tantos bultos colgando por todos sitios de la mochila que paro a sacarle una foto. Creo que Gustavo tenía necesidad de encontrarse con alguien que hablase bien portugués, y con un hombre, después de tanta mujer tooodo el día!
Tomamos algo en la terraza. Hace muuuuuuuuucho calor. Nos da mucha pereza caminar. Faltan 8 km. a León y la entrada es solemnemente fea. Nos duelen los pies y estamos decepcionadas por la historia del arroyo. Empezamos a dirigirnos miradas, al principio culpables, luego un poco más desafiantes, al final cómplices. Pregunto a un paisano cuándo pasa el autobús a León. Nos dice que faltan veinte minutos, que en festivo sólo pasa cada dos o tres horas. No lo pensamos más y nos vamos a la carretera, donde nos han dicho que pasará.
Esperamos los veinte minutos, el calor es aplastante, no tenemos sombra. En un momento dado pasa un autobús, pero no para. Al cabo de un rato nos damos cuenta de que habrá pensado: las peregrinas no esperan al bus, las peregrinas CAMINAN! Pasa un taxi libre, somos demasiado lentas en reaccionar. Pensamos cuál será el teléfono de los taxis. A mi me da vergüenza subir al bar a preguntarlo. Pasa un chico por allí y Natalia, con su sombrerito, sus dos coletas y el tono más dulce de voz que puede modular, le pregunta. Muy socarrón, le dice: "Qué, ya no podéis mas?" "Es que... se nos ha torcido un tendón!" Graciela y yo nos meamos de risa. A las tres!! Se nos ha torcido a las tres!!! No puedo ni decirle que los tendones, además, no se tuercen. Es todo demasiado cómico. El chico se ríe, entra a su casa y nos llama a un taxi desde allí.
Me siento un poco culpable, pero la verdad es que se me pasa pronto. La entrada a Leon es espantosa, y el termómetro marca 36 grados, húmedos, muy húmedos, como cuando en Bilbao hace calor. Nos deja en la puerta de la pensión.
La pensión Sandoval es excelente. Limpísima, hay una fragancia suave pero muy acogedora, nos da la habitación triple a nosotras, tiene un bonito mirador con una mesa y dos sillas y está decorada con telas blancas con flores amarillas. Los baños están limpísimos, y son amplios. Preguntamos a la señora de la pensión donde podemos colgar un poco de ropa, y nos dice que juntemos la de todos, que ella nos la lava en la lavadora.
Mis chicas se quedan durmiendo un poco de siesta, yo me ducho y me curo los pies y voy a visitar a mis abuelos paternos, que viven en León. No sé si mi abuelo me reconoce, ha cumplido 100 años y hoy no es de sus mejores días, mi abuela me riñe por no quedarme a dormir, a cenar, a desayunar, a vivir... Está mi tía Mati y mi tío Jesús, que se ofrecen por la tarde-noche a hacernos una visita guiada por León y a llevarnos a cenar algo típico.
Vuelvo a la pensión, espabilo a todo el mundo (Gustavo y Carrie ya habían llegado) y salimos a dar una vuelta. El calor sigue siendo sofocante. Nos encontramos con Anna y sus dos amigas, están alojadas en las Carbajalas y han salido a dar una vuelta. Quedamos con mis tíos en una taberna, y comenzamos la ronda turística, amenizada con vinos y anecdotarios de León, así conocen mis amigos la historia de San Genarín, santo laico que murió atropellado por el primer camión de la basura de León, en las murallas. Mis tíos son cofrades de Genarín, claro, y nos enseñan el brindis. Juramos todos no perder ningún momento ni oportunidad de placer. El hedonismo al poder.
Hablamos mucho de eso, de placer. De lujo, incluso. Lo que pasa que el lujo ahora se ha convertido en una tapa de chorizo puesta con cariño, en una fuente cuando hace calor, en un arroyo helado para meter los pies, en un beso de un amigo, en un "buen camino!" desde una ventana, y en un masaje con alcohol de romero.
Visitamos la plaza del Grano, con la iglesia de Sta María del Camino, la plaza de las Concepciones, todas las callejas y plazas del Barrio Húmedo, evitando conscientemente acercarnos a la Catedral. Eso vendrá luego. El vino está buenísimo y las tapitas que lo acompañan también. Mati quiere llevarnos a un restaurante con bodegas del siglo XII a cenar, pero está completo. Así que de momento nos lleva a La Bicha a comer morcilla de León, como aperitivo. El aperitivo sería suficiente como para cenar, claro. Aquí todo se hace a lo bruto. Miro con curiosidad a Carrie, cuando le decimos que la morcilla es básicamente sangre, cebolla y especias, levanta las cejas, dice: oh!! y ataca sin piedad la fuente, disfrutando muchísimo. Me encanta Carrie, porque cuanto más pinta tiene algo de ser inmediatamente prohibido por los inspectores de Sanidad de su país, más le gusta a ella.
Después vamos justo enfrente, a comer en la terraza, un surtido de tapas leonesas que elige sobre todo mi tío: Setas con crema de queso de Valdeón, chichas, morcilla, cecina, mollejas de cordero, y demás cochinadas que nos hacen chuparnos los dedos. Menos al amigo brasileño de Gustavo, que se ha unido a la fiesta y que es vegetariano. Nos pregunta si la morcilla es un producto vegetal y me tengo que morder la lengua para no decirle que sí, que se hace con una seta y una legumbre de la tierra, que la pruebe.
Lo pasamos muy bien, brindamos con el brindis de Genarín con una copina de orujo blanco, y nos vamos, ahora sí, hacia la catedral. Es poco antes de media noche, hay nubes alrededor de la luna y ésta tiene un tono azulado increíble. Al día siguiente nos enteramos de que es la famosa Blue Moon de la canción, que es un fenómeno meteorológico que ocurre sólo cada cierto tiempo, pero entonces sólo podemos apreciar lo bella que es. A las doce en punto de la noche se apagan las luces de la plaza, y la catedral comienza poco a poco a iluminarse por dentro. Al cabo de un rato las vidrieras son perfectamente visibles desde el exterior, y la imagen es mágica. Enmudecemos. Yo he visto muchas veces la catedral, las vidrieras están, desde luego, hechas para verse desde dentro, pero esto es también muy especial, la catedral está bellísima, la noche es preciosa y me siento muy feliz de estar aquí, con mi familia peregrina.
Pasamos tiempo allí, después vamos a un bar con asientos bajos y música clásica donde empezamos a hacer planes para volver todos a León en Jueves Santo, ya sabemos, empieza a planear sobre nuestras cabezas el fantasma de la separación, empezamos a tener nostalgia de los otros antes de haberlos dejado.
Para ahuyentar el fantasma, decidimos irnos a bailar. Estamos un rato con Mati y Jesús frente a la Casa Botines y al Palacio de los Guzmanes, nos despedimos y nos vamos a buscar un antro. A mí me rechinan los dientes nada más entrar, la música de baile espantosa, la gente puestísima, parecemos fuera de lugar, pero resulta muy divertido, hacemos el tonto y bailamos y bailamos hasta no notar en nuestros pies el ahorro de los 8 km. desde Arcahueja. Yo bailo descalza, claro. A ver si reviento las ampollas! Nos retiramos a dormir a eso de las cuatro. Derrengados. Felices.
Stendhal y la bendición
Nos despertamos a las doce. Yo he dormido como un bebé, pero sin las interrupciones para pedir teta. He quedado para ir a comer a casa de mis abuelos, así que nos espabilamos para ir a ver San Isidoro. Desayunamos como reinas, yo tortitas, que hace siglos que no probaba. Me pregunto cómo es posible que esté adelgazando con las panzadas que me meto.
En San Isidoro están celebrando misa, así que lo vemos muy discretitas desde los lados, y nos vamos al museo. Hay muchos turistas. El museo es muy bonito, aunque yo ya lo conocía, y la guía no es muy simpática. La cripta de los reyes es una delicia. Me sigue asombrando que podamos estar a centímetros de unos frescos románicos tan bien conservados y no haya límite de visitas diarias, ni los hayan protegido con vidrios, ni nada. De momento me alegra poder verlos así. Carrie comentaba ayer que una de las cosas que le emocionaban de ver arte aquí era la inexistencia de distancia, que en EEUU todo lo que merece la pena verse está separado del espectador. En el claustro me encuentro con Cristina, que viene a despedirse porque a mediodía sale a caminar. (Con unos cuarenta grados de temperatura y humedad a tope). Me apena perderla de vista, pero nos llamaremos.
Carrie y Gustavo, para variar, acaban de llegar cuando nosotros salimos. Se habían equivocado y habían ido a la Catedral. Entran ahora al museo y les decimos que les esperamos tomando algo en una terraza. Han pasado dos horas cuando yo me tengo que ir ya a casa de mis abuelos, la puerta del museo parece cerrada, y ellos no han salido. Me los imagino encerrados en la cripta, durmiendo sobre las tumbas de los reyes.
Voy a casa de mi abuela, que me ha preparado un salpiconín de ole, com dice ella. Sólo tiene dos variantes de comida: en verano salpiconín y en invierno cocidín. Ambos de ole. De ella se podría sacar un diccionario castellano-leonés, leonés-castellano.
Mati y Jesús quedan en venir un rato antes de que entremos al albergue, a tomar algo y a recoger una bolsa en la que he separado lo que aún no he usado de la mochila, y que ya previsiblemente no usaré. A lo tonto será más de un kilo de peso que me voy a quitar, no sé qué pesará ahora mi mochila pero menos de la que llevaba de pequeña al cole, con todos los libros.
Me voy a buscar a mis niños, que están comiendo cerca de las Carbajalas. También Carrie y Gustavo, que finalmente no se habían quedado encerrados en la cripta. Les había dejado mi credencial por si acaso, y ya me han cogido una colchoneta en el gimnasio, porque hay lleno total. No nos han dicho nada por el día de descanso. Allí nos encontramos con Gaspar, que ayer fue a ver las ruinas de Lancia y se quedó allí durmiendo. Se trajo, además, una teja, lo que pasamos el resto de los días recriminándole. Él se encoge de hombros y dice que estaba todo roto y tirado por allí, y que además no trajo la piedra grabada en latín que pensaba coger en un principio. Para matarle. Se quedan todos durmiendo un poco de siesta y yo me voy con Gustavo a tomar un café, empresa casi imposible porque todos los bares están cerrados. Lo conseguimos ya al final, tenemos una de nuestras conversaciones intimistas, que disfruto tanto. Gustavo es un niño, sobre todo en su capacidad para disfrutar de las pequeñas cosas. Yo siempre digo que desayuna cocaína, está super energético por las mañanas, a media tarde le da el bajón y desconecta. Yo lo llamo sus ratos On-Off. Se me olvida a veces que el español no es su lengua, y que a veces escucharnos a todos hablar a la vez y rápido es superior a él, así que deja de escucharnos simplemente.
Volvemos a buscar al resto para ir a ver la Catedral. Bellísima como siempre. Nos unimos a una visita guiada, esta vez la guía es magnífica y me descubre muchos detalles que para mí habían pasado desapercibidos en visitas anteriores. En la portada, me fascina el juicio final, con esos terribles diablos cocinando o devorando... mujeres desnudas, las mujeres siempre nos llevamos la peor parte. Aunque hay una figura a la que parece que le falta algo en la entrepierna, debía ser un hombre. Gaspar y Gustavo bromean preguntándose dónde se esconden tantas mujeres malas, porque mira que las buscan...
A la salida de la Catedral tomamos algo en la terraza. Gaspar monta el número comiéndose allí media hogaza de pan leonés rellena con ingentes cantidades de mermelada. La camarera no da crédito a sus ojos. Pasamos un buen rato riéndonos y bromeando, menos Carrie que está en pleno síndrome de Stendhal y ha olvidado hablar en español. Ha sido demasiado para ella. Ya me había comentado mi tía durante la comida: "Oye, yo creo que la americana no vuelve. Ésa se queda a vivir en un pueblo del Bierzo y pone un restaurante". Se lo comento y me dice: "Y por qué no en León?".
Se va haciendo tarde, decidimos ir a comer una tapa de morcilla a la Bicha, pero está cerrado, y en la puerta tienen el viejo cartel de Horarios:
"Abrimos cuando venimos Cerramos cuando nos vamos Y si vienes y no estamos Será que no coincidimos".
Así que no coincidimos y vamos donde cenamos el día anterior. Allí se nos unen Mati y Jesús, recogen mi bolsa y me traen un salchichonín de la abuela para que no note tan ligera la mochila, y piquemos por el camino.
Nos retiramos al albergue, para las vísperas y la bendición. Natalia se queda haciendo la colada, Carrie no quería venir, pero le comento que me han dicho que merece la pena, incluso si no eres creyente.
Viene la madre superiora, nos reúne y nos lleva al convento. Allí nos explica el rito, habla con una ternura que toca la fibra. Pasamos a la iglesia, donde nos esperan las hermanas. Es precioso, me vienen las lágrimas a los ojos en más de una ocasión. No soy religiosa, pero me llega muy dentro la liturgia, me da paz y fuerza, y de alguna manera me vuelve a situar en pleno camino, esa sensación un poco dejada de lado durante este fin de semana.
A la vuelta al albergue, nos quedamos comentando a la entrada, dejamos nuestro agradecimiento en el libro de peregrinos, Carrie me agradece que le haya convencido, está aún más emocionada de lo que lleva todo el día. Hablo un rato con una de las hospitaleras, no recuerdo el nombre, de la isla de Reunión, y un encanto. Poco después se apagan las luces y nos vamos todos a dormir.
Hierbas aromáticas sin guiso de conejo y cantos élficos
Son las seis de la mañana cuando me despierta un fulgor y un estruendo, seguido del inconfundible sonido de la lluvia golpeando el techo. Fantástico, hoy no hará calor, y además estreno ropa: no había usado aún la capa. Me quedo un rato más remoloneando, pero todo el mundo, sobre todo los nuevos que se incorporan hoy, están recogiendo a toda prisa, haciendo muchísimo ruido, y me levanto al final. Natalia sale corriendo a recoger la ropa que había dejado tendida, que afortunadamente no está aún hundida. Meto todo el contenido de la mochila en bolsas, recojo, saco la capa y Natalia y Graciela me ayudan a colocarme semejante invento del demonio. Nos miramos y estallamos en carcajadas. Natalia parece un parchís, con el chubasquero rojo, la funda de la mochila amarilla, las correas de la mochila azulonas... Graciela y yo parecemos directamente Quasimodo. Salimos al patio entre risas, yo no puedo parar, río y río y lloro de la risa. Hay gente, malhumorada por la tormenta, que nos mira como si estuviéramos locas. En las mesas bajo el porche nos está esperando el desayuno. Los hospitaleros se desviven, trayendo y llevando cosas, somos muchísimos hoy, al final la temida marabunta ha hecho su aparición. Desayunamos café y Actimel, para mejorar nuestras defensas ante las inclemencias meteorológicas, y nos ponemos en camino.
Nos liamos entre calles y nos perdemos después de pasar San Isidoro. Un perro se pone a ladrar como un loco, al vernos a ocho seres extraños de otro mundo, armados con palos, salirle al paso en una calle. Se lanza contra Natalia, pero ya parece que quiere jugar y no llega la sangre al río. Yo sigo con mi ataque de risa, de la pinta que tenemos. Nos orientamos al fin y llegamos a San Marcos. Es bellísimo, nos entretenemos sacando fotos, pero la cafetería está aún cerrada y no nos podemos dar el homenaje. Pregunto si se puede ver el claustro, pero me dicen que no horrorizados. Los peregrinos chorreantes no somos bienvenidos.
Salimos de allí y en un ratillo estamos en Trobajo del Camino. Resulta cómico ver a la cola de extraterrestres cruzar el paso alto sobre la vía del tren, en fila india. Hay viento y decido que mi capa no vale para mucho: se me sueltan los corchetes, va volando, y la tengo más tiempo por encima de la cabeza que por encima de la mochila. Algo tiene que ver que no he conseguido la manera de poner la esterilla en vertical, y en horizontal ocupa demasiado para la capa. Subimos por una cuestita, entre las bodegas. Nos sacamos una foto delante de ellas, es lo más parecido a Hobbiton, con las casas excavadas bajo la colina, y las chimeneas saliendo de la tierra. Yo me inclino ante un minijardín que hay plantado frente a una, con malvas, rosas, tagetes, coles, lechugas y acelgas, y me siento Sam Gamyi.
Seguimos camino por una zona industrial hasta la Virgen del Camino. Va dejando de llover. En Virgen del Camino nos paramos a almorzar medio bocadillo de tortilla con otro café con leche, entra divinamente. Guardo ya la capa, que está seca, aunque pienso que la necesitaré de nuevo más tarde. Deliberamos sobre el camino que vamos a tomar y decidimos ir por el páramo, a Villar de Mazarife. Y vamos a visitar el santuario de la Virgen del Camino. A mí los apóstoles y la virgen me gustan. Pero es lo único que me gusta. Bueno, y las vidrieras de la cámara detrás del altar.
A la entrada una señora viene corriendo: "Peregrina, peregrina!! Toma, es lo único que tengo!" Y me da un paquete con cuatro galletas maría. Se lo agradezco con un beso y unas flores de mi bordón. En el interior del santuario se vuelve a acercar y nos dice por dónde tenemos que entrar para acceder al manto de la Virgen, que asoma por detrás y que hay que besar para ganar indulgencias. A la salida, un cura con la sotana blanca ondeando me llama también "Peregrina, peregrina, ven que te sello!!". Nos pregunta la procedencia a cada una, cuando le digo que soy de Bilbao me dice lo de siempre: "No serás de la ETA, hija?" "Padre, usted cree que si yo fuera de la ETA se lo diría a usted fuera de confesión?" Se ríe palmeándose los muslos: "Pues también tienes razón, hija!"
Seguimos adelante y pronto vamos encaminándonos hacia el desvío para Villar de Mazarife. Este tramo es vergonzoso. El camino se convierte en una gigantesca valla publicitaria: "A Europa" "A Villar de Mazarife" "Albergue nuevo con piscina y transporte de mochilas en San Martín del Camino" "Camino sin ruidos ni humos" "Camino homologado por la UE". Tooodo el camino igual. A una le entran ganas de darse la vuelta y volver a León. Paramos en la fuente del Cañín a beber y a llenar las cantimploras. Y ya torcemos para los páramos, hacia Villar. Al principio el camino está asfaltado, pero pronto tomamos la pista de tierra.
El día ha quedado precioso, quedan nubes aún pero no hace calor, y ya no parece que vaya a llover más. La tierra huele bien. Voy caminando, ensimismada, el aroma es cada vez más intenso, y voy viendo que hay tomillo, romero, jara... Se me ocurre que esta noche puedo guisar un conejo al estilo de mi abuela. Y me doy cuenta que estoy haciendo una asociación con el Señor de los Anillos, cuando Frodo y Sam caminan por Ithilien y Sam decide guisar unos conejos con hierbas aromáticas.
Voy feliz caminando de nuevo. El paisaje se presenta en ondulaciones suaves con encinas, otra especie de quercus también achaparrado que no sé cuál es, trigales pequeños en las vaguadas, y un montón de flores silvestres. El cielo está adornado con nubes que filtran el sol y la luz es preciosa. Y ese aroma...
Pasamos por dos pueblos preciosos, sin servicios para el peregrino, o qué coño, los saludos de sus gentes, una fuente deliciosa, y una morera cuyos frutos no estaban aún del todo maduros pero que no nos impidió aprovisionarnos. Me encantó la estampa, y el nombre, de Oncina de la Valdoncina. Suena a cuento, no?
Poco despues de Oncina paramos a descansar bajo una encina, a ver cómo llevamos los pies, y a beber un poco de agua. Se está de cine. Allí nos alcanza Carrie. Nos extraña que Gustavo no nos haya pasado con sus grandes zancos aún. Es tan despistado que es muy capaz de haberse equivocado de camino y continuar hasta Villadangos. Bueno, pensamos, nos encontraremos de nuevo en Hospital de Órbigo. Pero me da un poco de pena, me queda tan poquito que quiero compartir mis tardes con mi familia peregrina.
No debo pensar en lo poco que me queda sino en aprovechar a tope. Salgo de nuevo a caminar. La amenaza de lluvia ya se ha disipado completamente. Pero no hace tanto calor como los últimos días y andar es una delicia. Además, ayer que no caminé, me dolía la espalda. Creo que echaba de menos mi mochila. Y ahora va tan ligerita...
Llegamos a Chozas de Abajo, donde sabemos que hay un bar, aunque está dificil de localizar. De hecho, está oculto bajo el engañoso nombre de "Casa de Cultura", jejeje. Paramos a tomar algo. Allí me encuentro con aquel chico de Valladolid que empezó el camino el mismo día que yo, que encontré en Tardajos. Qué casualidad!! Me cuenta que el hombre de las Alpujarras, que iba tan acelerado, tuvo que abandonar por tendinitis. Comentamos nuestros caminos. Me da la impresión de que él tampoco disfruta mucho del suyo. Ya ha mandado peso a casa. Comenta lo fea que es la etapa de hoy, que a mí me está pareciendo una gozada. No termina de encontrarse a gusto. En fin. Qué pena, con lo que lo estoy gozando yo.
Le pedimos a la chica que atiende si nos podría vender un poco de pan para darle un tiento al salchichonín de mi abuela, se nos ha olvidado por la mañana. No hay suerte, aún no ha llegado el panadero según dice.
Continuamos camino. Han asfaltado la pista los últimos kilómetros, hasta Villar de Mazarife. Odio el asfalto. Tiene sentido en el Camino de la Costa, cuando llueve constantemente y las sendas se embarran hasta hacerse intransitables. Pero aquí son una tortura para los pies. Voy casi todo el rato caminando por los campos segados y por el páramo, provocando un revuelo de saltamontes, que huyen despavoridos. Mis calcetines acaban rebozados en estos receptáculos espinosos de semillas, que no sé como se llaman. Es dificilísimo quitar todos luego. Claro que el resto de mi ropa está igual, incluida la interior, para lo cual no encuentro explicación.
Llegamos por fin a Villar de Mazarife. Nos queremos quedar en el albergue de Jesús, como nos han recomendado en León, pero se nota la cantidad de peregrinos nuevos que se han incorporado hoy. Está lleno. Nos ofrecen unos colchones en el patio, que se pueden poner cuando todo el mundo está acostado, pero eso impide que ahora pueda sacar las cosas de la mochila, o que nos podamos tumbar un poquito, así que decidimos irnos a otro. Hay dos más, uno a la entrada, que creo que vale seis euros, y que se publicita con un contundente: "Chocolate con churros en el desayuno", y otro más adelante, que es restaurante y bar, y se llama "Tío Pepe". Dada nuestra tradición vinófila, elegimos el segundo. La hospitalera del que estaba lleno nos advierte que cuesta seis euros, pero el precio es de cuatro. Allí nos dicen: sois de Bilbao, Valencia y Zaragoza? Sí? Pues os están buscando. Nos sorprende, pero inmediatamente baja las escaleras Gustavo. Se había entretenido mucho en la Virgen del Camino, y después no había encontrado el bar de Chozas, así que había seguido y nos adelantó sin que le viéramos nosotras. Carrie ha decidido quedarse en el de Jesús de todos modos, así que nosotros nos alojamos juntos, en una habitación con cuatro literas. Natalia, como ya viene siendo costumbre, tira su colchón al suelo para dormir mas cómoda. Bajamos a comer, pero tenemos que esperar hasta las cuatro. La comida está estupenda, pero nos sirve un chaval de unos doce años, a quien antes ya hemos visto en la barra, mientras el padre está fuera tomando vinos. Un motivo de cabreo. La madre y el propio crío, sin embargo, son encantadores. Después de comer me voy a duchar y a hacer colada. En el patio está mi amigo el austríaco con pinta de irlandés, que se llama Martin, y un chico italiano que me temo que no recuerdo como se llamaba. Les saludo, termino la colada y me siento con ellos. Se incorpora Gustavo poco después, y despues Graciela, Natalia, el chico de Valladolid, un chico de Gipuzkoa... Animamos a Martin a sacar la guitarra, y aquello se convierte en una tarde de canciones y cervezas (y varios chupitos de orujo). Como todos bebemos demasiado, nos atrevemos a cantar sin ningún tipo de vergüenza. Incluso Gustavo se arranca con "A garota de Ipanema", y me gusta tanto que se la hago repetir. Martin canta también una canción compuesta por un amigo suyo, preciosa, se la haremos repetir también varias veces, y yo le pido que me la escriba. No he olvidado la música aún. Luego se unen al grupo un chico irlandés, éste sí, y su moza. Nos lo pasamos muy bien, sacamos muchas fotos, y dejamos de cantar cuando una mujer baja y felicita a Martin por su voz, pero le dice que ella tiene que dormir y que ya vale. Son ya las diez y media, asi que nos callamos. Luego nos enteraríamos que esa mujer había exigido a la dueña una habitación para ella y su marido solos, y habían cogido una que daba al patio. La dueña les indicó que esas sólo se daban para cuando las demás estaban llenas, porque se oía el ruido del patio, pero ella insistió en que quería estar sola y que ya se aseguraría ella de que en el patio no hubiese ruido. Hay gente para todo. Pero bueno, era una hora prudencial, aunque seguimos hablando hasta las doce, hora ya de retirarse, haciendo eses, a las literas.
Canciones, sorpresas y sopa de truchas
Nos despertamos a eso de las siete y pico, y yo con una "ligera" resaca. Sin embargo, con muchísima energía, y ganas de cantar. Desayunamos bien en el hostal, y nos ponemos en camino. Yo ya había decidido que quería quedarme en Hospital de Órbigo aunque mi etapa fuera muy cortita, quería ver la cruz de Héctor y saludar a la ex-pecadora del páramo, vieira do Minho. Los demás deciden hacer lo mismo.
Llamo a mi marido, que me había dicho que quizá, y sólo quizá, viniera a buscarme a Astorga. Me dice que no, que no viene. Van a venir mis padres a buscarme, de paso que van a León a ver al abuelo. Desconecto el teléfono.
Nos ponemos en camino. Caminamos por la llanura, junto a acequias y campos de trigo. Graciela se adelanta, Gustavo va por detrás, Carrie se ha quedado más tiempo en Villar de Mazarife (ayer tampoco pasó la tarde con nosotros, porque estuvo escribiendo su diario). Natalia y yo caminamos juntas y atacamos un repertorio capaz de poner los pelos de punta: lo más sangriento de la copla española, boleros, tangos, canciones talegueras de los Chichos, canciones apasionadas de Ana Belén... en fin. Cada vez que nos adelanta un peregrino, a quien no habíamos oído llegar por nuestros berridos, nos morimos de la risa. Curiosamente, la codorniz, a quien creí muerta hace muchas jornadas, ha revivido y nos acompaña cuando la dejamos.
El camino se hace muy cortito hasta Villavante. Nos dirigimos al pueblo, y un lugareño nos dice: ¿Tenéis ganas de andar? No entendemos bien, y nos cuenta que atravesando el pueblo se anda un kilómetro más.
- ¿El pueblo tiene bar?
- Sí que tiene
- Pues bienvenido el kilómetro, le respondemos.
Vamos al bar, delante, en la acera, se van acumulando peregrinos: unos valencianos, un florentino muy cantoso, con cabello rizado y largo, un collar de bolas de colores que pesará dos kilos, una hebilla en el cinturon de tamaño XXL que pesará cinco kilos, y un molinete de viento de colores en la mochila. Vaya, discreto a la vez que elegante. Nos juntamos también con el italiano que acompañaba a Martin, y con una familia francesa y otra italiana. Sacamos unos vinos, y con el pan que hemos comprado, y un poco de queso, atacamos el salchichonín de mi abuela. Tenemos que levantarnos varias veces para dejar paso a algún tractor o a algún coche. A la gente que pasa por la calle le hace gracia el picnic que tenemos montado.
Seguimos camino al cabo de más de una hora, al fin y al cabo la etapa será muy corta y no hay ningún tipo de prisa (ni nadie que nos la meta, como ya decimos siempre). A la salida vamos caminando Graciela y yo y, siguiendo con mi mañana musical, atacamos despiadadamente todo el repertorio de Disney. Nos dirigimos hacia el Puente, siguiendo las recomendaciones divertidísimas de un cartel:
"Si a Santiago quieres llegar, por el Passo Honroso debes pasar; El camino no se siente si no cruzas por el puente; Si quieres caminar fino, sopa de truchas y buen vino"
El puente es una belleza. Les cuento la dudosa hazaña del Passo Honroso y nos sacamos unas fotografías haciendo el idiota, y batiéndonos en singular duelo sobre el puente. Nos prometemos hacer un picnic junto al río y darnos un bañito, aunque no identificamos ninguna zona de baño buena.
Nos dirigimos, Gustavo, Graciela, Natalia y yo, al albergue parroquial. Tengo ganas de conocer a Sofía. La guía en inglés que lleva Carrie avisaba de infestación de pulgas el pasado año, pero esperamos que se haya solventado ya :).
Seguimos hasta el albergue, hay una chica atendiendo a los llegados, el patio de la entrada es precioso y le saco muchas fotos. Me pregunto dónde estará la cruz. La hospitalera nos dice que nos quitemos la mochila, me río porque ya se me olvida que la llevo a la espalda. Nos dice que ha llegado hoy, le pregunto su nombre y me dice que se llama Mari Carmen (o María Teresa??? qué desastre!!). Igualmente, no es Sofía, he llegado tarde. Seguro que se fue el día anterior.
Igualmente es muy agradable, cogemos cama y desayuno y nos instala en una habitación. Las literas estan muy apelotonadas, pero a mí me gusta el sitio, aunque a Graciela le parece un poco cutre. Se le quita la idea cuando vamos a explorar y ve el patio trasero. La cruz es muy especial, y me imagino que la fiesta de erección (jo, qué mal suena eso) fue increíble. Claro que yo tuve mi fiesta particular en San Bol, jejeje.
Me pongo mi bañador bajo la ropa, mi pareo al cuello, y vamos a hacer compra para el picnic. Un brick de gazpacho, ensaladilla rusa, mejillones, empanada y el salchichón, y una botella de vino de la tierra de León "Peregrino", del 99, y muy, muy rico.
Nos instalamos en una mesa junto al río, dejamos a Gustavo guardando la comida y las tres locas vamos a intentar bañarnos. Intentarlo, porque por ese lado no cubre, el fondo está tapizado de verdín y resbala que es un gusto, y donde cubre hay una corriente muy fuerte. Joer con el Órbigo. Y además... el agua, para variar, corta la circulación. Bueno, pero pataleamos en el agua como niñas pequeñas, mirando hacia el puente por si vemos pasar a Carrie, que como siempre va por libre.
Disfrutamos del picnic, vienen al cabo de un rato Martin, con su guitarra, y con otra chica también con guitarra incluida, que se llama Chloe. Han caminado de noche, al parecer, y están agotados, así que les indicamos dónde está el parroquial para que vayan a echar una siesta, si pueden. Luego quieren seguir a Santibáñez.
Después de comer conecto el móvil para hablar con mis padres. Mi sorpresa es que tengo doce llamadas perdidas de mi marido. Le llamo y me dice:
- Dónde coño estás??
- Cómo que dónde coño estoy? En Hospital de Órbigo, junto al río.
-Pues yo estoy a 15 kilómetros!
Quedamos en que me llame en cuanto aparque. Llamo a mis padres, un poco apurada, para decirles que ya no hace falta que vengan, que el otro me ha dado la sorpresa. Mi padre se enfada un poco porque están en León. Igualmente decidimos que vengan a Astorga y así comemos juntos. Parece que al final mi familia peregrina acabará conociendo a todo el resto de mi familia.
Voy hacia el puente, me llama mi marido en ese momento, le digo dónde estoy y le espero allí. Cómo no, aparece por el otro lado del puente, con lo que el encuentro es en la mitad, que bonito... parece una justa medieval, jeje.
Vamos al albergue a explicar lo ocurrido, me llevo mis cosas y vamos a buscar hotel. El hostal junto al río me parece muy caro, cruzamos de nuevo el puente para ir a la Pensión Asturiana, que está completo, y nos envían a la carretera. Decido que nos alojaremos en El Kanguro Australiano, recordando el diario de Paca y Salva, en el que lo llamaban El Conejete del Páramo. El precio es razonable y la habitación está muy limpia y es muy cómoda. Las actividades complementarias que realice el local no son de mi incumbencia.
Volvemos al pueblo a buscar a los demás, y nos encontramos con Carrie, que estaba en la terraza de la piscifactoria esperando a ver si pasábamos. La recogemos y nos vamos al río, pero ya se han ido todos y les encontramos en el albergue. Presentaciones, besos y a tomar algo a un restaurante que hay cerca, muy agradable. Se está tan bien que pasamos media tarde allí, tomando vino de la tierra y aturdiendo a mi marido con anécdotas. Lo pasamos muy bien.
Vamos a cenar a la piscifactoría, sopa de truchas, como es menester en estos pagos. No me imaginaba siquiera que podría estar tan buena. Es la última noche que pasamos juntos, así que nos reímos mucho pero flota en el ambiente una sensación extraña y un olor a despedida. Brindamos, nos sacamos muchas fotos y hacemos promesas de volver a vernos, aunque será prácticamente imposible, particularmente a Carrie (Gustavo creo que vuelve a Londres después de un año en Brasil, así que quién sabe). Salimos corriendo porque se nos echa encima la hora de cierre del albergue. Y mi marido y yo nos vamos a dormir. La noche es preciosa pero yo estoy triste.
Últimos regalos
He dormido muy bien. Al despertar me desperezo y pienso... Último día. Decido que no puedo desperdiciar con pena los últimos kilómetros que me quedan, me aseo, me visto como siempre, hago la mochila, le dejo ya a mi marido la esterilla (él me dice que me lleva también la mochila en el coche, pero no me quiero separar de ella), y salgo a caminar. La recepción está vacía, y al salir no tengo ni idea hacia dónde tengo que caminar. Afortunadamente, sale un hombre a coger su coche y me indica el camino.
El cielo está precioso. Las nubes hacen todo tipo de formas extrañas, y se tiñen de todos los colores mientras el sol despunta. Pienso que me apetece caminar sola, no puedo evitar que me invada la melancolía y sola podré llorar a gusto si me apetece. Paro constantemente a sacar fotos al cielo. Me fascina. Camino media horita cuando llego ante el cartel de entrada a Villares de Órbigo, donde pienso desayunar. Mirándolo hay dos chicas, que se ponen a hablar conmigo. Una es de Madrid, se llama Mariví, y resulta ser hospitalera, casi siempre en Villafranca donde Jato. La otra es Vera, de Brasil, que camina con su marido y con Mariví. Vamos a desayunar juntas, a un bar que aún tiene el suelo recién fregado, pero donde nos ponen unos cafés muy ricos. Mariví y yo hablamos mucho y congeniamos rápidamente. Me da la impresión de que a ambas nos gusta una determinada manera de hacer el camino, y esta vez Mariví no lo puede hacer así por la pareja de brasileños, que llevan otro ritmo. Me cuenta que se han alojado en el albergue privado de Hospital, que ella pretendía seguir hasta Santibáñez, pero que en el albergue San Martín les habían dicho que en Santibáñez no había nada, no se podía comer, ni desayunar, ni cenar, no había bar, y el albergue estaba muy mal, así que los brasileños dijeron que no seguían y se quedaron todos allí.
Vera se queda un poco atrás y Mariví y yo seguimos caminando. Me da la impresión de que me ha visto los ojos y no quiere dejarme sola, porque a pesar de hacer algún intento por despedirme no me lo permite. Y la verdad es que su charla me sienta bien. Me parece una persona encantadora, y las dos nos apenamos de no habernos conocido antes, pero no dudo de que nos volveremos a ver.
Con nuestra charla llegamos a Santibáñez de Valdeiglesias. Poco antes de la entrada, vemos un hombre y una mujer que recogen una planta en un campo, que no sé qué es. Tiene vainas pequeñas y secas. Entro al campo, les pregunto qué recolectan, lamentando mi ignorancia. ¡Son garbanzos!!! Me enseña una de las vainas, se lo agradezco y le digo que nunca hubiera pensado que en mi bordón llevaría una vaina de garbanzo, y me dice: No, mujer, cómo va a llevar sólo una vaina, llévese esta vara!! y me da un tallo largo con varias vainas colgando. Queda precioso y se lo agradezco muchísimo.
Mariví me dice que le acompañe a saludar a la hospitalera, pero el albergue está cerrado y no responde nadie cuando llamamos. Vamos al bar de al lado donde yo me tomo un vinito. Los que atienden el bar son encantadores, nos cuentan que Sara ya no está en Santibáñez, que quería poner un albergue en otro sitio, ahora está una mujer cubana que se llama Mari Carmen.
Mariví y yo hablamos de todo, incluida su experiencia en el 11-M, Tomás el de Manjarín, peregrinos y turistas... Lloramos juntas, reímos juntas, me siento muy cercana a ella. Me regala un pañuelo porque yo he perdido (o me han mangado) uno mío, y me dice que ya soy una peregrina "Coronel Tapioca", como yo llamo a los superequipadísimos megafashion, porque es comprado en esa tienda.
Cuando nos vamos, llamamos por última vez al albergue y nos abre Mari Carmen. Encantada, nos enseña el albergue, que tiene un jardín encantador, con detalles entrañables, como dos rosales enanos plantados en sendas botas, o una lechuza de peluche colgada de una rama. Se tiene que estar estupendamente aquí. Nos cuenta que el bar de al lado da desayunos y comidas, y que ella suele dar la cena, buscando la colaboración de los peregrinos, que sí tiene agua caliente, así que la información que le dieron a Mariví era maliciosamente errónea. Nos cuenta Mari Carmen que ya lo sabe, que se lo ha dicho más gente, y que está dolida. Prometemos publicar en Internet la información correcta.
Cuando vamos a salir, llegan por allí Natalia y Graciela, y seguimos juntas. Vera se ha adelantado con su marido. El camino sigue por monte bajo, con encinas, el paisaje es encantador. El cielo sigue muy bonito, no hace nada de calor y se anda estupendamente. Le contamos a Mariví que vamos a comer todos juntos un cocido maragato en un restaurante que nos recomendó mi tío, y aunque ella no se anima, anota el sitio para otra vez, en que pase de turista.
Paramos a descansar un poco junto a una caseta con un cartel clavado en el que pone "Jesús", con el ojo dentro del triángulo divino. Curioso. Me llama mi marido, que lleva tres horas en Astorga, y que se pregunta cómo podemos ser tan lentas. Le explicamos la larga parada en Santibáñez, y le digo que si no quería aburrirse, haber caminado con nosotras. Le decimos que creemos que nos queda una hora o así, en realidad nos quedan dos.
Estoy disfrutando realmente del camino hoy. Me gusta mucho el paisaje, el aire huele bien, la compañía es perfecta. Me pregunto dónde estará Gaspar, y me cuentan que lo han encontrado en el albergue, que se ha quedado a dormir hasta tarde porque ayer llegó a las once y media de la noche. El día anterior durmió en la Virgen del Camino, donde pidió alojamiento a los dominicos. Consiguió cama y huevos fritos, es un caso pero está haciendo un camino envidiable. Me gustaría verle hoy, pero al ritmo que va, no lo creo.
Por el camino hay una encrucijada que no está muy bien señalizada, así que hacemos una gigantesca flecha con piedras, y la miramos con cariño. Es nuestra flecha.
Natalia me regala un ramito de castaño con sus castañas verdes, que ni siquiera pinchan, y mi bordón está más bonito que nunca, con trigo, escaramujos, bayas, flores amarillas, los garbanzos y las castañas.
Por fin vemos Astorga, poco después del vértice geodésico donde trepan Graciela y Natalia, haciendo saludos al sol. Está bellísima desde aquí. Parece que tendríamos que llegar antes por un camino que veo yo, pero el camino marca en otra dirección hacia el crucero de Santo Toribio. No hay prisa, así que seguimos las flechas amarillas.
En el crucero nos encontramos con Vera y su marido, Mariví se queda con ellos y nosotras nos despedimos, con la promesa de vernos luego en Astorga. Seguimos hacia San Justo de la Vega. Allí, en una terraza en un bar, está Gustavo. Nos sentamos con él, y sin pedir nada, sacamos el salchichón de nuevo y picoteamos un poquito. Gustavo va a seguir camino, yo sigo con él y dejamos a Natalia y a Graciela dándole la puntilla al salchichón. Le cuento a Gustavo que he tenido una mañana perfecta, que he conocido a Mariví, después me he juntado con mis dos amigas de gamberradas, y ahora el cielo me permite caminar un poco junto a él.
Astorga se acerca inexorablemente y cada vez estoy más silenciosa. Cruzamos el puente sobre el Río Tuerto, con una maravillosa explanada verde junto a él, donde un bañista disfruta de un chapuzón. Tengo la tentación de parar a bañarme, pero la imagen de mi marido siendo confundido por los turistas con un guía oficial de Astorga, de tanto dar vueltas por los mismos monumentos, me hace desistir.
Pasamos después por el puente romano, cruzamos las vías del tren, y la carretera se convierte en una empinada calle de entrada a la ciudad. Un último esfuerzo apoyada en el Bordón, tengo un nudo en la garganta, al terminar la cuesta le alargo la mano a Gustavo, me la aprieta, y seguimos andando hasta la calle San Francisco y la plaza Mayor. Poco despues encontramos a mi marido, que seguía vagando por Astorga, un poco aburrido, le abrazo y nos paramos un momento a charlar delante de una chocolatería, señalando un trozo de chocolate de color naranja, que lógicamente es chocolate de naranja, y una de las especialidades. A mis espaldas una voz me dice: "Ése es buenísimo". Me doy la vuelta y me sonríe un hombre, que sigue adelante y me ha parecido que llevaba una cruz roja colgada. Creo que sospecho quién es.
Sigo adelante, le saludo, y naturalmente es Tomás el de Manjarín, llamo a Gustavo y a mi marido para presentarles, le doy dos besos, me hacía ilusión conocerle, y le cuento que aunque ahora mi camino queda truncado aquí, en Octubre espero saludarle. Se despide muy afectuoso y cita a Gustavo para dos días mas tarde, para un café (aunque luego decidirán quedarse a dormir).
Estoy llamando a Graciela, pero no me coge. Delante de la catedral encuentro a mis padres y a mis tíos Mati y Jesús, que se han animado a venir. Vamos todos, Gustavo, mis padres y mis tíos, mi marido y yo a tomar un vino, todos hablamos a la vez y contamos anécdotas, Gustavo está un poco aturdido. Me llama Graciela, me dice que están delante de un albergue municipal, a la entrada de Astorga, les digo que nosotros estamos al lado de la Catedral, que nos han dicho que hay otro albergue aquí, no aparecen, les llamo y el teléfono está apagado. Mi tío nos lleva al albergue municipal, donde yo sello el fin de mi peregrinación, por el momento, y Gustavo se aloja. Le esperamos y no sabemos dónde buscar a las chicas, al final logro tener cobertura y me dicen que están en el privado al lado de la catedral, hay un poco de barullo porque nos hemos cruzado, pero se quedan ya allí, están contentas con el albergue. Mientras, Gustavo va con mi tío para ver si en el restaurante Casa Juan Luis hay sitio. Mis padres, con mis tíos, se iban a comer a otro sitio y después iban a venir a tomar café, pero con lo tarde que se nos ha hecho buscándonos entre nosotros, deciden finalmente unirse a la expedición del cocido. Carrie no aparece y no sabemos cómo localizarla, y es tarde, así que ya nos vamos todos al restaurante.
Nos sirven un cocido maragato exquisito, bromean con que la norma de la casa es que si el cliente se termina todo, no paga, pero si no termina, paga el doble. Evidentemente, todo el mundo tendría que pagar el doble. Hay comida para cien personas, ahora sí, está todo exquisito, la carne, la suavidad de los garbanzos, las dos sopas, una con pan y carne y la otra con fideos... De postre, como colofón, natillas y roscón, que es una especie de bizcocho. Y vino buenísimo, y café con orujo, y orujo con cerezas maceradas. También están en el restaurante Mariví y los dos brasileños, Juan Luis se acerca a darme las gracias porque Mariví le dice que he sido yo la que le ha descubierto el sitio. Resulta baratísimo y mi padre también dice que, con el de Maruja Botas, en Castrillo de los Polvazares, es el mejor cocido que ha probado.
Me despido de Mariví, nos cambiamos los teléfonos y quedamos en vernos en Octubre donde Jato. Tras la sobremesa, nos vamos poniendo en movimiento. Intentan convencernos para quedarnos a dormir esta noche, y mañana salir de viaje por la mañana, pero mi marido dice que si lo hacemos nos liaremos por la noche, y que prefiere salir ahora. Casi no hay tiempo para las despedidas. Abrazo a Natalia, a Graciela y a Gustavo y no puedo evitar llorar. No hay nada que les pueda decir que exprese lo que me han dado y lo que me han acompañado en esta gozada de camino. Nos hemos apuntado nuestras direcciones. Les doy también recuerdos para Carrie (a la que además de recuerdos llevan un paquete de papel de aluminio con carne del cocido), para Gaspar y para todos los que han ido apareciendo y dándome alegria por todo el camino. Estoy muy emocionada, y para romper tanta llantina descubro la ventana donde los peregrinos alimentaban a las mujeres de mal vivir recluidas para su escarnio allí, y nos sacamos fotos con poses de mujer de mala vida. Estallamos en carcajadas y me despido así de todos. Mi marido y yo vamos hacia el coche, él me consuela por el camino, y emprendemos ruta de regreso a casa.
Por la autovía del Camino no puedo por menos de ir contando anécdotas, señalando lugares. Supongo que a mi marido le va a estallar la cabeza de un momento a otro, pero es como una recapitulación rápida. Y tan rápida. Esto que estamos haciendo en una tarde, es lo que me ha costado a mí doce días. Al llegar cerca de la salida a Castrojeriz siento tentaciones de pedirle a mi marido que vayamos allí a tomar un vino con Resti. Pero vamos tarde y de algún modo es hora de que me despida. Desde Burgos a Algorta voy encerrada en mi mutismo, pero mi mente bulle bombardeada por recuerdos. Llegamos tarde y yo estoy agotada, como si todo el cansancio del camino me hubiese caído de golpe encima. Hoy dormiré abrazada a mi marido, y mañana?? qué hago mañana??? Esperar a Octubre, empieza la cuenta atras...