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Por amor a Tu nombre
Comparto con vosotros un diario. Es el diario de una persona que comparte su ser peregrino.
Lo iré publicando, en diferentes entradas, a lo largo de las próximas semanas.
Es un diario de peregrinación, un itinerario existencial, un yo que se narra, que dialoga con un Tú, que es Dios.
Dios siempre presente, que se presiente y se intuye, aunque no se vea, a lo largo de un camino.
El Tú de Dios que, sin sombra en la calzada, con una sombra que recoge en la palma de su mano, empuja suavemente, acompañando el caminar.
Desde Roncesvalles hasta Santiago de Compostela, el Camino francés atraviesa el norte de España, metáfora de la vida, desde la salida del sol hasta su ocaso.
Mucho caminantes escriben su diario, donde comparten con el cielo, consigo mismos y a veces con los demás, qué es lo que busca, qué le mueve a ponerse en camino, qué le saca de su tierra y de su casa y le convierte en un icono de lo que cualquier ser humano es: un caminante.
Cada peregrino, con su ser, sus palabra y sus gestos, nos narra y da testimonio de los caminos por los que discurre su peregrinar, lo que aprende por esos senderos que suben, que bajan, que son tortuosos y a veces rectos; nos cuenta lo que ve, lo que escucha lo que celebra, lo que comparte, lo que calla, lo que visita o por quien es visitado; nos habla de sus cansancios, de sus fatigas, de sus descansos, de sus reposos. De sus tristezas y alegrías. En definitiva, nos abre a su itinerario vital.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Sea lo que sea, te doy las gracias.
Escribo este primer episodio en Roncesvalles.
Esta mañana, al salir de casa, en Madrid, me he hecho la señal de la cruz. Acompáñame, Dios mío, en mi peregrinación. Peregrino hacia ti, con deseo de ti, porque te amo. Peregrino porque quiero hacerme consciente del camino de mi vida. Tú eres el camino. Tú eres mi camino.
Siempre quiero controlar y también quiero controlar el camino. Es mi tentación. Tengo ya calculadas las etapas; dentro de 29 días he tenido que terminar. Por eso, como siempre, me centro en mis posibilidades, en mis fuerzas, en mi...en vez de abrirme al camino, como me han aconsejado. Quizá aprenda estos días.
Dame, Señor, la gracia de centrarme en tí. Dame la gracia de caminar hacia la conversión. Te deseo y este deseo es el que me pone en camino. A pesar de mis pecados, desde ellos, tengo sed de ti, como tierra reseca.
Ayer recibí tu gracia y tu perdón sacramental. Dame tu amor y gracia para peregrinar. Que ellas me basten.
La noche pasada he dormido inquieto. A las 5.30 ya estaba despierto. No controlo lo que me va a pasar el próximo mes. Surgen fantasmas, neurosis, soy a veces tan neurótico, me imagino todo tipo de tragedias o calamidades; procuro desterrarlas de la imaginación. Han sido sueños, que me vuelven en el autobús, hacia Pamplona.
Voy recitando Señor Jesucristo, ten misericordia de mi.
Quiero hacer de esta oración del corazón mi compañera de camino, como el peregrino ruso. Quiero que me descienda a lo mas profundo de las entrañas, donde tu me tejes.
Acabo de pedir la credencial del peregrino.
Subimos Beltrán y yo hasta el alto de Ibañeta, dando un paseo vespertino. Hace un sol espléndido. La panorámica que se divisa es muy hermosa. Una carretera de serpentina baja a Saint Jean Pied de Port. Teníamos que haber salido desde allí, pero...
Te alaba la creación.
"El que me ofrece acción de gracias ese me honra. Te han explicado, hombre, el bien que Dios quiere de ií: simplemente que respetes el derecho, que ames la misericordia y andes humilde con tu Dios."
Que andes humilde con tu Dios. Que andes como peregrino.
Participo en la eucaristía en la Colegiata. Antes he rezado el rosario. La Virgen de Roncesvalles me acerca a ti.
Me impresiona un señor mexicano, con más de 65 años, que no sabe ni lo que es la fecha amarilla. No se si es un insensato, o que confía demasiado en ti. ¿Demasiado?
A las diez se apaga la luz.
Unos pies cercanos apestan.
¿Qué me espera? ¿Llegaré a Santiago?
En tu paz; aunque no me duerma.
Inicio la peregrinación, en tu nombre, Señor.
Salimos de Roncesvalles a las seis de la mañana. Muy nublado. Amenaza lluvia. Resuena en la piedra el bordón, y mi corazón hace eco.
Al llegar a la cruz de Roncesvalles, relámpagos y truenos. Santiago, Bonaerges, se nos hace presente al inicio del camino, en su solemnidad.
Al pasar por Burguete comienza el diluvio universal. Poner delante los tiempos míticos de la creación, el pecado, el arca...Parece que las cataratas de Iguazú se han venido a pasar el día, oscuro como la boca del lobo, hasta estas lindes de los Pirineos. Si la lluvia es una bendición hoy nos bendices copiosamente.
En Espinal, al entrar en el bar para desayunar, estoy empapado hasta el tuétano. Ya me he preguntado mil veces que hago yo bajo tanta, tantísima, lluvia. Lluvia de mis pecados. Lluvia en la oscuridad, en los hayedos, los robledales, en un bosque que se hace profundo y vaporoso. Me doy cuenta que no hay que pensar, ni quejarse, si resignarse, sino tratar de vivir el momento presente del camino, tal y como viene. Con los pies chapoteando de incertidumbre y barro.
Alto de Mezquiritz, una vista hermosísima, niebla y verde de Escocia. Tímidamente quiere rasgar el cielo el sol. Una lápida: "Aquí se reza a nuestra señora de Roncesvalles". Rezo: Alégrate, María. Hágase en mí según tu Palabra. Y Habitó entre nosotros.
Solo miro el camino. Los interrogantes escampan.
Al llegar a Zubiri estoy agotado, con calambres, no puedo dar un paso. Llegamos los primeros al albergue, una clase de escuela. Al minuto aparece una norteamericana, con toda la ropa empapada. Le animo. Estar atentos a las necesidades de los otros.
Te vas haciendo presente. En el otro. Cada vez que...
Terminamos de comer, lluvia, frío, ambiente desapacible. Empiezan a llegar peregrinos calados pro la lluvia temprana y tardía.
Mejor no hacerme preguntas. Quizá esa sea la respuesta. En este momento, como respuesta, empieza a salir definitivamente el sol.
Como los caracoles sacan los cuernos empezamos a sacar, para secar, botas, calcetines húmedos, pantalones...y personas al sol. Se desvela un valle verde y hermoso, una verde pradera donde nos haces recostar.
En el albergue estamos casi treinta personas, en la misma sala. Hay dos. Ambiente de cordialidad agradable. Van apareciendo las historias, los planes, las expectativas.
Celebramos la eucaristía en la parroquia del pueblo. Tu mesa y tu palabra.
"Todo es para vuestro bien", nos dice hoy la carta a los Corintios.
En tus manos, Señor, mi peregrinación. Celebrar la eucaristía me reconforta. Te haces presente en el camino. Te reconocemos al partir el pan.
A las ocho cena. A las nueve y media, ya en la cama, hablo con un oculista catalán. Cerramos los ojos.
En tus manos, Señor.
Segundo día. Pasó una tarde, pasó una mañana. Y vió Dios que todo era bueno.
Hoy empezamos con una niebla navarra que hace muy agradable el tramo inicial, entre tanto verde. La neblina se queda enganchada de los árboles. Beltrán y yo vamos en silencio. Un silencio lleno de escucha. El sonido de los bordones. El mío, regalo de mis padres.
He dormido muy mal. Me desvelé pronto y, en la cama, en paz, he ido repitiendo la oración del corazón. No me ha preocupado excesivamente - ¿me habré despertado por ello?- el hecho de tener un día de marcha por delante. A las cinco y media, en pié. Con bordón.
Suena el bordón en la piedra de la calle, en las piedras del camino, en mi interior. Tú pones el eco, Señor. Suena el bordón en los bosques profundos, arañando la arena, acuchillando el charco.
Dicen que son los últimos bosques, casi los primeros, hasta Galicia. Dicen tantas cosas del camino... ¿Las escucho? Dicen que el camino dice. ¿Lo escucho?
Llegamos hasta el refugio de Trinidad de Arre, junto al río, tan bucólico y pastoril. El Arga canturrea su canción, para quien conmigo va. Seguimos hasta Pamplona por una calle larga e interminable.
Entro en Pamplona por la fronda, viendo en alto la catedral. Hace sol, hace calor. Una rozadura en la ingle me está martirizando, a cada paso un envite. Entrada medieval, el puente, las murallas, la calle que es camino francés. Suena el bordón de San Fermín.
La rozadura...¿me permitirá seguir mañana? No preocuparme. A cada día le basta su afán. Quiero seguir tu camino, Señor, que es el camino de cada día.
Nos abre una hospitalera alemana. Refugio de casi cien literas, en un polideportivo. Los espejos reflejan y amplían hasta el infinito el bosque de camas. El camino empieza a reflejar mi propia imagen.
El camino de Santiago tiene la virtud de afectar a toda la persona, desde lo más externo hasta lo más profundo de su yo. Paso a paso, a medida que avanzamos por las sendas y caminos, el espíritu del camino va calando en nosotros y modelándonos hasta convertirnos en auténticos peregrinos. Es bueno que seamos sensibles a estos cambios interiores, que los gustemos y cuidemos para que, como pretendemos, sea una experiencia que deje huella.
Silencio y soledad, en medio de una multitud, como equipaje para el camino. Tu presencia, Señor, alentadora. En tus manos.
Ahora, mientras escribo esto, me siento muy cansado. Hace calor pastoso, calor húmedo, calor de humanidad. Sesteo hasta las cinco de la tarde, con la imaginación bulléndome. Trato de hacer silencio a tanto pensamiento que danzan en mi interior.
Un peregrino me dijo que la limitación del cuerpo es la peor. Comienzas a notarlo en los detalle más mínimos. Requiere tu atención. Me doy cuenta: estoy asaeteado por las agujetas, como un sansebastián. Ando que parezco un imposibilitado. Tengo una rozadura que me tiene la rojo vivo. Aún así quiero seguir tus caminos.
Salgo con Beltrán a dar una vuelta. Compramos moscatel para celebrar la eucaristía. El pan y el vino. Tu cuerpo y tu sangre. Nada más. Nada menos.
Algunas personas reconocen el gesto de partir el pan. ¿Celebráis la eucaristía?
He venido con ganas de pensar mientras camino. Creo que se van a quedar el temario de mi vida, y los pensamientos, en la mochila. Me voy dando cuenta que en el camino se camina. El camino te camina. Ni más, ni menos. El camino aclara la vida, sin pensamientos.
Ando repitiendo tu nombre, acostado y levantado. Con el deseo de envolverme, de arroparme con tu misericordia.
Aprendo que cada día tiene su propio afán. Dejar de lado las ansiedades. No agobiarse por el mañana. Mirad los lirios del campo, y las avecillas, herrerillos, pinzones, gorriones y colorines. Me cuesta mirarles.
Procuro vivir cada momento del camino, respetando la realidad. Tomar conciencia de mí en ti, de tú en mí, Señor y Creador de tantas maravillas que estoy contemplando, de mi ser.
Habremos visto despertarse el mundo mil veces, pero siempre resulta distinto y maravilla aún más. Al principio el alba lo baña todo con una claridad que se parece mucho a la leche en la que se hubiera vertido mucha más agua, y no hay ningún ruido. Es como si el campo contuviera por unos minutos la respiración, y eso es lo que hace que las cosas se sumerjan en una claridad subacuática, escribe el diarista y su lectura mientras transcribo este diario del camino me permiten rendirle este mínimo y desapercibido triduo de homenaje.
Me parece increíble que con lo deshecho que estaba ayer, casi descuartizado por dentro, hoy me ponga a caminar. Domino la tentación de aquí me quedo. Destierro la pregunta, dejo pasar la nube de ¿llegaré a Santiago?
Beltrán suele caminar unos doscientos metros por detrás. Tan solo el sonido del silencio, y de tanta vida que me rodea. Repito tu nombre, en una letanía de pasos: Señor Jesucristo, ten misericordia de mí. Así he subido, y he bajado, el Alto del Perdón. Sudando la gota gorda.
Antes y después iglesias y pueblos de postal: Zariquiegui, Uterga, Monruzábal, Obanos, este último con una plaza medieval, engalanada para las fiestas, que nos transporta a otros tiempos.
En el Alto, una Virgen del Perdón. Le pido que nos alcance tu misericordia: Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores.
El resto es mirar más al camino que al paisaje. El paisaje está dentro del camino. Es ir acumulando cansancio y sudor. Es preguntarme, de vez en cuando viene la tormenta seca, qué hago aquí, cuanto voy a aguantar. Y empieza el montaje de la película un amino hecho trizas, tres etapas y un adiós, la tendinitis asesina...lo que demuestra que tengo una imaginación perniciosa y que no vivo el presente.
En mi presente, sin embargo, siempre estás tú, Señor.
A las seis y media me voy a buscar las llaves de la sacristía de la Iglesia del Crucifijo. Empezamos la misa tres, Beltrán, Sonia y yo. Cuando dos o tres estáis reunidos en mi nombre. Sonia te busca y no te conoce. Ayúdale a encontrarte. Se va sumando gente a la celebración.
El rato que paso, de acción de gracias prolongada, después de la misa es de suave presencia tuya y profundo silencio. Me viene la tentación de quedarme en el monasterio de Irache, una semana a rezar, dejarme de caminos. Siempre la contemplación como llamada y huída. Contemplarte en el camino, en medio del mundo. Aunque sea tan ruidoso, complicado, masivo y poco espiritual como este albergue donde escribo.
Ya ha pasado el día. Atardece cuando escribo estas líneas. Trina un canario, en la jaula, en el albergue de Estella.En una pared me encuentro una receta con los ingredientes del camino como un itinerario espiritual:
- Silencio. Para escucharte a ti, a mi, en mi, en la creación.
- No tener prisa. Es lo que tengo yo para llegar a Santiago. Sigo calculando kilómetros y días. Algo obsesivo.
- Soledad. Yo solo, en mi mismidad, frente al cielo, a la tierra, a Dios.
- Esfuerzo y sacrificio. Andar, andar, andar y no preguntar.
- Sobriedad y dominio del espíritu.
- Gratuidad.
- Arte y belleza natural para contemplar.
Para el camino y la vida. Dame tú, Señor, los dones que me quieras seguir dando. Que ya me das.
Albergue magnífico, comparado con el de ayer. Uno no debería tenerlo en cuenta, procuro no tenerlo, pero salta a la vista. Quiero recordar que las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos pero el Hijo del Hombre no tiene un sitio donde reclinar la cabeza.
Nunca pensé que habría tantos peregrinos. Ayer se hospedaron aquí ciento treinta y cuatro. Hoy no le anda a la zaga. La hospedera comenta que muchos vienen a pasar las vacaciones de una manera barata y ecológica. En el camino entra todo. Como en tus brazos, Señor.
Al final de la marcha un poco de desesperación. Estella no llegaba nunca, solo se veía, amenazante para la historia, Montejurra. Al doblar una curva, imprevisiblemente, apareció la ciudad. Cuando menos te lo esperas, cuando más has bajado las defensas, cuando la desesperación se ha sosegado y uno se ha lanzado al abandono, entonces, zas, encuentras y llegas. O eres encontrado y te llegan. Misterios del camino y de la vida. De tu amor.
Estallo, al ver Estella, en un alarido de gozo. ¡Qué alegría cuando me dijeron, cuando mis ojos vieron! Me pregunto: ¿hubiera podido continuar? Probablemente, sí.
En la soledad y el silencio, cómo se repiten estas palabras, pisadas verdaderas del camino, he dejado que la oración del corazón calara en mis entrañas. Estás en mi corazón, Señor, vas y vienes como la sangre, en un latido de vida, sonoro como el bordón. Juntos, tú y yo, pasamos por Mañero. Llegamos a Cirauqui, nido de víboras, dice la etimología, y pienso en María aplastando la cabeza de la serpiente; paramos a desayunar en la fuente de su plaza. Todavía el cuerpo, y la mente, no se saben peregrinos, y andan como un tanto extraviados de sí mismos, con un bostezo existencial, sin saber bien de qué pié cojean, intuyéndolo...
Soledad acompañada.
Al llegar me dolían mucho las plantas de los pies, ahí experimentaba la mayor limitación física. Ungir mis pies que van por el camino...no se si es una oración, un poema, o una adaptación de mis sentimientos. Pero la hago. No podía dar un paso más y lo seguía dando.
No ha hecho calor. La nube negra, amenazante, nos ha ido acompañando con su sombra mosaica. Así cubrías con tu presencia al Pueblo de la Alianza. Gracias Señor, por tu compañía.
Me quejo de mis pies. Las ampollas de un francés, a la puerta del albergue, me dejan alucinado. ¿Qué fuerza interior le mueve? ¿Yo lo hubiera dejado...?
Sigo deseando silencio y soledad y me muevo en medio de una multitud. La muchedumbre, desde la que me has llamado tantas veces, se hace una vez más presente. Multitud como ovejas sin pastor. ¿Qué presencia soy?
En fin, Señor, que aquí te escribo. Sabiendo que estás ahora, que te busco y te deseo. Que es don tuyo esta peregrinación, éste no estar nada en lo extraordinario, sino en lo cotidiano.
Hemos celebrado la eucaristía en una pradera, al borde del río, junto al tímpano románico de la Ultima Cena. De una manera tan simple vienes hasta nosotros.
Sea lo que sea, te doy las gracias.
Oración en el corazón cojera en el pie
Padre, me pongo en tus manos, haz de mi lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias.
Me he vuelto a despertar pronto, con el primer canto del gallo. Estuve un rato con la oración en la boca. Oración del corazón que me ha acompañado hoy, muy particularmente, a lo largo de toda la marcha.
Salimos por la calle mayor, o la calle Santiago, o la calle principal, siguiendo la flecha amarilla. Siempre hay una flecha que guía, que muestra, que evita perderse. Una fecha anónima, pintada por sabes tú quien. Una flecha como don que muestra el camino. La flecha de tu Palabra, la flecha del hermano, la flecha de la comunidad. Siempre, en los lugares más recónditos, al principio y al final. Los ojos la buscan, el corazón la desea, los pies la siguen, los miedos desaparecen.
Salimos y voy cojeando. Me entran los siete males ¿Me tendré que parar? Me fuerzo, y a medida que me caliento parece que el pie responde, o al menos no se para.
Hoy estaba cubierto y la luz del amanecer estaba tamizada, si cabe aún más.
La verdad sea dicha, camino y no pienso. Y viene: me sigues llamando, ¿cómo?, a una aceptación disponible del futuro, sin manipularlo, sin organizarlo, sin preverlo, sin querer controlarlo. Como venga, con disponibilidad total. Abierto a ti, como María. Receptivo. Ay, ese pecado de intentar disponer todo según mi voluntad y no la tuya.
Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten misericordia de mí.
La marcha ha tenido un momento particularmente unificado. Un largo paseo entre trigales segados, todo el horizonte un campo dorado a cepillo. Yo solo en el camino. Ni rastro de nada. Nada, nada, nada. Nada de nada. Ni rastro de n, ni rastro de a, ni rastro de d, ni rastro de a. Ni rastro del mudejarillo. Y sin embargo, tú presente con una dulzura infinita, tú presente en la inmensidad sencilla de tu creación. He parado un momento para dejar serenarse a tanta consolación regalada, un infinito. He parado, he alzado las manos, te he alabado.
Apoteosis barroca en la Iglesia de Santa María. En un pueblo tan pequeño, con unas casas de adobe, hace siglos , entrar en una iglesia así sería entrar en el paraíso del oro. En lo sagrado. Gozo estético. Sobrecogimiento. Admiración. Desde el coro el espectáculo es increíble. Adorar...
Participamos en la eucaristía. Al final, la oración del peregrino:
Oh Dios, que sacaste a tu siervo Abraham de la ciudad de Ur de los caldeos, guardándolo en todas sus peregrinaciones, y que fuiste el guía del pueblo hebreo a través del desierto; te pedimos que nos guardes a nosotros, siervos tuyos, que por amor a tu nombre, peregrinamos a Santiago de Compostela:
Se para nosotros
Compañero en la marcha
Guía en las encrucijadas
Aliento en el cansancio
Defensa en los peligros
Albergue en el camino
Sombra en el calor
Luz en la oscuridad
Consuelo en los desalientos
Y firmeza en nuestros propósitos
Para que, por tú guía, lleguemos sanos y salvos al término del camino, y enriquecidos de gracias y virtudes, volvamos ilesos a nuestras casas, llenos de saludable y perenne alegría.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Por amor de tu nombre.
Por amor.
Padre, me pongo en tus manos, sea lo que sea, te doy las gracias.
Me desperté dos veces por la noche. Brotó espontáneamente la oración de Jesús. Velando medito en ti, Señor.
Bajando el camino, desde Torres del Río, con su maravilla octogonal, Beltrán tropieza con una piedra y cae cuan largo es. A los ángeles he dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Ahí estaba yo, como ángel tuyo, pues en ese momento caminábamos juntos, no como habitualmente, que camino sin verle. Durante unos instantes se quedó como aturdido, mareado, no respondía a la pregunta tan boba, pero tan necesaria, ¿te has hecho algo?, y a las caricias que si no merman el dolor al menos consuelan pues uno entiende que no está solo, que hay alguien caminando con él.
Gracias, Señor, pues un peregrino que iba delante, al ver lo que pasaba, vino dispuesto a socorrernos. Camina con su hijo autista, muchos veranos realiza el camino con él, dice que es una buena terapia, por las noches el autista pega alaridos en el albergue, la niña tonta de los santos inocentes, llena de ternura recibida y compasión.
La primera caída. Esto es lo que pasó. Para qué pensar lo que podía haber pasado, lo que puede pasar.
De pronto me dices que no acumulemos tesoros en la tierra, no te agobies por el futuro, (sigo pensando en Santiago, en las etapas, en los kilómetros...) A cada día le basta su propio afán: levantarse, los dos yogures azucarados, caminar mirando el camino interior, de vez en cuando una panorámica, sudar como un guarro, vencerse, llegar, ducharse, sentir la lluvia de la ducha que te hace revivir, lavar la ropa, comer, descansar, escribir, hablar con los peregrinos, pasear en medio de calambres, agujetas y tirones, participar en la eucaristía, cenar, dormir...abiertos a ti.
Una francesa me dice que hace el camino porque es cristiana. Un italiano que quiere encontrar lo que lleva buscando desde hace años, tu rostro, Señor. ¡ Misterio de la fe! Tú entre nosotros, con nosotros, Emmanuel.
Al salir, por la tarde, me acerco hasta la parroquia de Santa María. Casualmente, en tu Providencia, me encuentro con el párroco; al verme peregrino me abre el templo - ¡abrid las puertas, no veis que estoy a la puerta y llamo! -. Puertas que se cierran, puertas que se abren, puertas que se entornan. Siempre en la puerta.
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué estraño desvarío
si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!
¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos -respondía-,
para lo mismo responder mañana!
¡Cuántas puertas en el camino...! ¡Cuántas llamadas!
En la Iglesia me quedo un rato contemplando la imagen de Santa María del Ebro. Un rato en tu paz, con María, haciéndome disponible para ti.
Vuelvo al albergue. Desde la terraza veo la torre románica, las cigüeñas, el cielo. Repito tu nombre siguiendo la danza de las cigüeñas. Tu nombre que me enciende el corazón. Gracias, Señor.
Sigo caminando. Tú en mi camino. Te vislumbro también en los caminos de Madrid, en las aceras, en las líneas de metro, en los pasos elevados, en los túneles. En el camino de cada día.
Dadme vuestro amor y gracia, que ellas me bastan. Valga hoy, en la onomástica del santo de Loyola, una de las frases de los ejercicios espirituales que más rezo. Otro mantra.
Salimos a las seis en punto del albergue, con los yogures en el estómago y un farmatón que me pone las pilas. Promete ser un día de calor invencible. De hecho, a esta hora tan temprana, los termómetros de las calles marcan un infierno.
Debían ser las siete de la mañana, ya clareado, y por el pantano de la Grajera el calor era sofocante. Quedan tan solo 600 kilómetros hasta Santiago. Me parece mentira haber caminado ya casi 150. Llegamos a Navarrete empapados de sudor.
El día se promete horrible, caluroso, un horno abierto sobre La Rioja. No defrauda. A tres horas de Nájera, subiendo hacia el alto de San Antón, por monte bajo, lleno de matorrales y de piedras puestas una encima de otra, como pirámides tibetanas, (seguro que algún significado esotérico tiene), empieza a sentirse un ligerísima brisa, como la de Elías junto a la cueva. Pues a pesar de tan ligera y vaporosa, como una gasa transparente, airea las entrañas y da una esperanza de frescura. Como un regalo que nos haces para no sucumbir a la asfixia. De pronto me viene el verso el Veni Sanctus Spiritus, "brisa en las horas de fuego", y se me abre la inteligencia a la realidad. Tu Espíritu da la vida así, permite seguir avanzando en medio de las tórridas realidades de la vida, anima, reconforta, imperceptiblemente. Unas chicas norteamericanas que deben añorar el fresquito de Arizona escuchan mi traducción al inglés. No me entienden, pero ven que eso del Holy Spirit debe ser algo delicioso, porque se me ha mudado la expresión.
En la pared de una vieja fábrica de harinas, unos versos: ¿peregrino, quién te llama? ¿Qué fuerza oculta te atrae?. Dos flechas amarillas y una bandera de España.
Hoy he dejado que el sonido de las pisadas, tan rítmico, con cojera incluida, fuese el respirar de mi oración: Señor, paso, Jesús, paso, ten misericordia, paso, de mí, paso. Arrastrar la planta del pie por el asfalto, por el sendero, por la tierra, por la piedra, por la vida, tú eres el camino.
He sentido en algunos momentos tanto cansancio que me daba rabia. Dejaba de respirar la oración y, al faltarme el aire, era peor. Aquí deben entra los orgullos, las soberbias, y todos sus campos semánticos.
La mochila. Tres camisetas, tres calzoncillos, tres calcetines, una sudadera, la capa de lluvia, media pastilla de jabón lagarto, el cuaderno que me compró Giovanna en Venecia, la guía, el bañador, un pijamilla, una toalla mínima, unos pantalones de pintor, el nuevo testamento en hoja de papel de fumar, el saco, poco más. Parece mentira vivir con tan poco, estando habituados a tanto consumo, tanto cacharro inútil. Como el cargador del móvil, que es de lo más pesado. Todos los días con la casa acuesta. Un aprendizaje de sobriedad. Gracias, Señor, por esta llamada a la pobreza.
A pesar de los días que llevo andando, cuando paro, voy como un auténtico zombi. Dolor que es también penitencia. Me cuesta dar un paso, dos pasos, diez pasos. Parezco un patizambo, un tanto ridículo.
Vamos a misa a una parroquia cercana al refugio. Parábola del grano de mostaza. Así se está haciendo el camino para mí.
Antes de entrar en el albergue, en el marco incomparable de la plaza, un convierto de canto medieval. Melodías que nos transportan a los primeros peregrinos. Todos por amor a tu nombre. Hasta en esos pequeños detalles me regalas. Mañana es un concierto de los coros del ejército ruso. Que silencio. El del peregrino ruso.
Sea lo que sea te doy las gracias.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo.
Dimos una vuelta casi a la redonda para encontrar la puerta del albergue, en la torre de la iglesia, en Grañón, con un calor de alferecía. A veces la solución más sencilla, la puerta en nuestras narices, es la que más rodeos nos hace dar. Gracias, Señor, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has manifestado a los sencillos.
En el albergue hay silencio y cuidado exquisito en la relación.
En la cartelera un lema: la diferencia entre el turista y el peregrino es que el turista visita y el peregrino es visitado. Con esto ya tengo para toda una contemplación de tu amor. Visítame tú, Señor, desde el seno Virginal de María. Que mis entrañas salten de gozo. Proclama mi alma...
Salimos de Nájera a las seis. Campos de paja. Solo se ve camino. Voy repitiendo con el corazón, con los labios, con los pies, señor, ten misericordia de mi. Solo veo camino, camino; y los pies al andar.
Marlon me cuenta su búsqueda, el por qué de su caminar. No es religioso. Quiere encontrarse. Hasta ahora no hablaba castellano. Hoy me habla, en portuñol, de su soledad después de sus varios matrimonios...que su camino le recupere. Muéstrale tú, Señor, lo que tiene oculto en su corazón.
Llegar desde Santo Domingo a Grañón nos ha hecho para momentos duros de calor. Junto al cementerio, un nogal, ha sido la bendición de tu sombra. Hemos optado por empezar a frecuentar albergues pequeños, donde haya dos o tres reunidos en tu nombre y no los ciento cuarenta y cuarto del Apocalipsis, que te alaban con demasiada algarabía.
En tus manos, Señor. Se tú camino, mi verdad, mi vida. Se tú el camino que me desvela sin mostrarme nada en particular. Contrasta mi vida. Hazme disponibilidad.
Después de las liturgias diarias, sacras y profanas, pues todo de todo se hace un culto agradable a ti, intento dibujar en mi cuaderno la ventana gótica de la sala, geminada, con su ojiva, traspasada por mi bordón. Dibujar no es lo mío, pero pone un toque artístico a tanta letra de bitácora. Colgamos la ropa recién lavada en las vigas del campanario. Deliciosa estampa de contraluces. Gracias.
Tengo las rodillas hechas polvo y cojeo excesivamente. Me admira que no se me ocurra ir a un médico, con lo aprensivo que soy. Igual el médico me dice que deje el camino, y prefiero continuar mientras el cuerpo aguante. ¿No quiero aceptar la realidad? ¿Quiero forzarme para descubrir el verdadero límite? ¿Me intento demostrar algo? Preguntas que aletean, e incordian, como las moscas. El hospitalero me dice que si quiero me puedo quedar un día más. Le digo que por la tarde no puedo con los pies, mientras que por la mañana, en cuanto me caliento, camino.
Tú verás. Pero no vas a llegar muy lejos. ¿Llegaré a Burgos? Ya has llegado hasta Grañón.
Mis pies, todo mi ser, en tus manos.
Miro por la claraboya, la torre, el cielo, el anochecer. Gracias por el día.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mi lo que quieras.
En Olmos de Atapuerca; muy cerca, un cráneo de más de hace 300.000 años. Hay cifras que te dejan con un vértigo de tiempo en la boca del estómago y un asombro parecido al mirar las estrellas de Abrahán más la Vía Láctea, en una noche despejada y profunda.
Creó Dios al ser humano a imagen de suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Les bendijo y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos.
Desde entonces, historia de salvación. Que también llega a este pueblo pequeño, como llegó a Nazaret, a Belén a cada uno de nosotros. Veinte habitantes en invierno, nos dice el cura, que se encarga del albergue, en nombre del pueblo, y que nos recibe barnizando la puerta del hospital de peregrinos, no digáis albergue, por favor.
No hay tienda; la comida y la cena en la taberna, auténticamente de pueblo. Unas lentejas cocidas en puchero de barro. Deliciosas. Eso sí: hemos tenido que esperar a que viniera el panadero con el pan; sin pan no hay comida, y menos para unos peregrinos. El que coma de éste pan vivirá para siempre. Una taberna con sabor a muerte reciente, según nos cuentan, un cambio de dueños, un emigrar a la ciudad...muerte rural.
Escribo en la plaza. Una calma infinita. Pasan peregrinos (nos hemos juntado unos cuarenta en un pueblo tan pequeño, antiguo paso de peregrinos, hoy fuera de las guías y de los itinerarios establecidos). El horizonte, abierto, cruzado por la autovía que lleva a Burgos, por la vía del tren, a lo lejos. Atravesado por el Camino de Santiago. Veo la torre de la Iglesia, que hoy es espadaña. Otro ritmo, otra vida, Señor.
La salida de Villafranca Montes de Oca es un bosque continuado, tres horas de pasos cojos, hasta llegar a san Juan de Ortega. Pinos, robles, monte bajo.
Dice la guía que los grandes bosques de roble y la ausencia total de ruidos sumergen al caminante moderno en un mundo cercano al que debieron de vivir y sentir los primeros peregrinos.
Sí y no. Sí porque tú sigues caminando con el hombre desde Atapuerca, pasando por Abraham y por los que siguieron a Jesús en Palestina, y por este camino de Santiago, hasta nuestros días. Y a la vez que uno avanza en el camino interior, ahí estás tú, en el silencio. No porque por mucha ausencia de ruidos estamos con móviles, con tarjetas de crédito, y no hay ni la inseguridad del silencio de los que amas, a los que puedes llamar en cualquier momento, ni la soledad medieval, ni el miedo a los mil peligros que acechaban a los primeros peregrinos. Siempre hay sopa de ajo en el hospital de San Juan de Ortega. Sí porque sus ojos, como los nuestros, vieron el bellísimo capitel, milagro de luz.
Me siguen diciendo que ando cojo. Pongo cara de ser cojo de nacimiento. Ando. Tú en el camino.
Hago la marcha en silencio y soledad. Soledad y compañía.
Celebramos la eucaristía con Pedro, el cura, algunos peregrinos y gente del pueblo. Josune, con la que venimos coincidiendo desde Grañón, nos dice que ha sido un regalo tuyo entrar en la Iglesia (la natividad de la Virgen) y encontrarse con que estábamos celebrando la eucaristía. Leemos la plegaria eucarística de Jesús nuestro camino. Cada vez que leo la palabra camino la hago especialmente mía. Tú eres mi camino, Señor. Me enseñas el camino de la Vida. Prolongada acción de gracias.
Paseamos por las lindes del pueblo. En la conversación las vidas que llevamos en Madrid, en ...los horarios de locos, el ritmo de taquicardia, el ir y venir y no tener presente sino un futuro que te atropella el presente...Estos días nos das una hora de sesenta minutos en presente, un camino desde que sale el sol hasta el ocaso, la luz, la mirada, el ritmo renqueante, cada uno el suyo. Adagios de una existencia consumada.
Sale el sol que te acaricia la espalda, cada mañana, mientras caminas; si está nublado simplemente descubre los perfiles de la oscuridad y los va atravesando de contornos reales. Caminas hacia el ocaso. Llega el ocaso y entras en la muerte del día, para resucitar cada mañana. Vida y muerte. Un paso. Una pascua.
Al regresar al hospital de peregrinos veo Venus. Cae la noche. Hasta de noche me instruyes internamente, Señor..
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias.
A las 6.30 dejamos Olmos de Atapuerca, iluminados por la linterna que lleva Marlon en la cabeza, como un minero que desciende a las entrañas de la tierra, como un faro que rompe la noche y abre el día.
A las 3.15, hora del calvario, llegamos a Hornillos del Camino, y atravesamos su espina dorsal de piedra y siglos.
Desde Tardajos no tengo palabras para describir. El dicho señala: "De Tardajos a Rabé, libéranos, Domine". Menos mal que no me has liberado, que nos hemos decidido a seguir caminando hacia Hornillos y no nos hemos quedado, como pensábamos, en el hospital de peregrinos de esa localidad; hemos avanzados unos kilómetros más, a medio día, sin excesivo calor y....
...blanco de nube, azul intenso de cielo, trigales, inmensidad del mar castellano, olas de lomas, espuma de cúmulos y algodonales. Belleza sencilla de lo visto, en una soledad y un silencio plenos, que resuenan al describirlo y hacen callar las palabras.
...campos granados, penachos de oro, gasas de albañales, cal viva, brochazos de cielo, infinito abierto y envolvente.
Solo por el camino. Con la seguridad de que los demás venían detrás, amparado, con las espaldas cubiertas por la compañía cierta, por la amistad que va haciéndose profunda y hundiendo sus raíces a la vera del camino.
Dos horas y media de una hermosísima experiencia de plenitud, en medio de los campos castellanos. La luz va con la luz. El sol con el sol. La nube con la nube. El viento arrastra la luz, el sol, la nube y al peregrino. Dicho sea parafraseando al poeta, que hace música con las piedras y con el viento, del que líneas más allá pondré unos versos. Soledad entre camino y el cielo, que me da una sensación de unión suave contigo, en tu creación, que se mueve en el aire. Sin parar de caminar.
Todo había comenzado subiendo una ladera, continua, muy de mañana, con fresco. Robles y olmos. A lo lejos, divisamos Burgos, y dejamos atrás todo un horizonte andado, con los Montes de Oca como telón de brumas. Iba andando, muy fastidiado de la rodilla, con fuertes dolores. La sigo forzando demasiado para no cojear, y es peor el remedio que la enfermedad. Apenas me pregunto ya, ¿dejaré el camino?. No hay pregunta, hay caminar.
Llovizneaba, al igual que en mi corazón, la oración del peregrino: "Señor Jesús, hijo de Dios, ten misericordia de mí, que soy un pecador". Tu Palabra desciende y me hace germinar. Cuando tú quieras.
Ante la puerta de la catedral, en el parteluz, me entran escalofríos de emoción. En Burgos. Ante ti y contigo, Señor. En tus manos.
En tus manos, Señor, nuestra vida peregrina. Nuestro camino, que eres tú. Cada día me anticipas, me haces entrar en el pórtico de la gloria. Gracias.
Sin mayor misterios me estás educando en el camino de la vida. Enseñándome a vivir. Enseñándome cómo vio. Homo viator. Por amor a tu nombre. Por eso peregrino. Porque te amo.
Sacias de favores a todo viviente, inmensidad, meseta, cielo y tierra
Padre, me pongo en tus manos, haz de mi lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo.
Se juntaban el cielo y la tierra en un inmenso horizonte.
A las seis nos ponemos en camino, atravesando la calle de Hornillos, en medio de un silencio que anuncia el alba. Dejamos nublado a la espalda, las últimas estrellas al frente. Comenzamos a subir una ladera que, en lo alto, nos abre a la inmensidad de la meseta.
Si cabe, mas sensación de infinito que ayer. Paro y contemplo admirado. En medio de los trigales, el camino, una raya de pasos y siglos, surcada en la tierra, con el arado de Santiago.
Hace fresco, un día espléndido para caminar. Nos estas regalando una temperatura deliciosa. Peyo comenta que hace dos años estuvo a punto de morir abrasado de calor en estos mismo parajes. En la provincia de Burgos nos has mostrado tu frescor, Señor. Gracias.
Hacia Castrojeriz, por un valle en el que aplauden los árboles del bosque y las colinas se orlan de alegría; las laderas se visten de mieses que aclaman y cantan: bendito sea el Señor, Dios nuestro. Mientras voy caminando te alabo con la oración del corazón, fuente que mana incesantemente durante toda la etapa, en el camino. Unas veces con la boca, otras con los ojos, con los pies, con el corazón, "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí". Siempre contigo.
Llegamos a Castrojeriz y seguimos hacia Itero de la Vega. Es mediodía, tenemos una brisa en las horas de fuego que nos permite avanzar, y subir a la meseta, que desde el pueblo parece un himalaya de zigzag. Desde arriba, el paisaje incomensurable que no me canso de describir. En el valle, dorado, Castrogeriz. En la meseta, cielo y tierra, y un mar de trigo.
Sin parar, paso a paso, desde Roncesvalles, ahora comiéndonos Burgos, vamos avanzando. En varios momentos siento desfallecer el ánimo, pero sigo avanzando. Un espejismo, o un mareo: las nubes moviéndose, como un tornado, absorviéndome desde el horizonte.
Ponte Fitero, con el hospital de peregrino, bajo la tutela de los caballeros de la Orden de Malta. Los hospederos lavan los pies a los peregrinos, que se alojan allí.
¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y tenéis razón, porque efectivamente lo soy. Pues bien, si yo, vuestro maestro y Señor, os he lavado los pies, lo mismo debéis hacer vosotros unos con otros. Os he dado ejemplo: debéis portaros como yo he hecho con vosotros. Seréis dichosos si lo ponéis en práctica.
Por primera vez hoy me niego a hacer un cálculo de kilómetros de la etapa de mañana, de vivir pendiente de la guía, de las etapas, de los posibles albergues. Caminar...y Dios dirá. En tus manos.
Celebramos la eucaristía en la parroquia de San Pedro, frente al albergue. Albergues e iglesias, juntos. Dios con nosotros, dando reposo, posada, y alimento al peregrino. Preparas un banquete, reparas nuestras fuerzas. Tu presencia, Señor, permanente.
No solo en el corazón, si no al alzar la vista, cada tarde. Hoy suenan los tres toques de campana, nos convocas. Preside el párroco, un venerable anciano. La sacristana nos lo enseña todo, y está encantada de ver que algunos peregrinos vienen a misa. La eucaristía renueva las fuerzas.
El hospedero, un alcohólico, violento. Por la noche cierra la puerta, con llave, por fuera, y nos deja encerrados. A las cinco y media de la mañana tendremos que salir por la ventana, como si juanes de la cruz fuésemos. Me gustaría estar tan enamorado de ti.
Acaba de sonar el primer toque de campana para la eucaristía. Abres tú la mano y sacias de favores a todo viviente. En tus manos.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias.
Hacia Itero de la Vega, antes de ayer, fue una línea horizontal. Hoy es vertical, y rasga el cuaderno de arriba abajo. De Villarcazar de Sirga a Calzadilla de la Cueza una recta. Nada más. Y una sola encina.
El paseo se hace eterno. Sólo el conocimiento de que es un tramo de camino original anima a seguir...Por ponerse metas es bueno fijarse en el horizonte. Es el juego de las ilusiones. Llenar de futuro un paisaje que parece haberlo perdido.
La guía, como siempre, es precisa, muy descriptiva. Pero le falta, es una guía, no un abecedario ni un itinerario espiritual, una mirada de fe, un ir un poco más allá de lo que se ve, de lo que se intuye, de lo que se desconoce. Es una línea recta, que une dos puntos por el trayecto más corto. Línea sencilla, sin dobleces, clara.
En mi cuaderno, línea vertical. Unir lo humano con lo divino. La horizontal y la vertical se juntan en la cruz: la cruz del camino, la propia cruz de cada día, la encrucijada. La encrucijada de la cruz es tu corazón abierto, dándose. Solo el conocimiento de que tú eres el camino, de que el camino conduce hacia ti, invita a seguir.
Líneas rectas. Es evidente que seguimos en la Castilla del autor de "el camino", por cuya tierra, más al sur, capital castellana, no pasa el de Santiago.
Hasta llegar a Carrión de los Condes, y un poco más, he cojeado con mucho dolor. Me da miedo el estar forzando excesivamente, el no llegar. ¿A dónde? Tu me llegas cada día. ¿Por qué no aprendo de una vez por todas el ritmo de lo cotidiano, lo lento, lo callado? ¿Por qué no respeto el ritmo que tú me marcas?
Siempre haciendo los cálculos de que dejan perplejo al principito cuando se encuentra al negociante de estrellas. "Yo poseo las estrellas porque jamás, nadie antes que yo, soñó con poseerlas. ¿Y qué haces tú con las estrellas? Las administro, las cuento y las recuento"
Hoy calculo que estamos atravesando el ecuador del camino. Un cálculo. ¿Qué quiere decir? Contar kilómetros es como contar estrellas. No sirve para nada si no hay dentro una poesía susurrando que no sirve para nada contar sino admirar.
En cualquier caso, gracias, Señor, porque me has traído hasta aquí, porque vas a mi vera; gracias por hacerme, y hacerme peregrino. Gracias por hacerte tú caminante por nuestra tierra. En tus manos estoy, entre el cielo y la tierra, en silencio y soledad, en compañía. Gracias, Señor, por esta peregrinación, en la que tu nombre me acompaña. Por amor a tu nombre.
Desde Carrión a Calzadilla una línea recta, desnuda, despojada, un horizonte que no avanza. Nosotros sí avanzamos. Un solo campo que lo envuelve y lo invade todo. Los pasos, el camino, el polvo, un no parar de andar sabiendo que siempre se acaba llegando.
El albergue, en medio de esta nada, son los jardines del generalife. Después de la recta interminable, jaima de oasis. Un edificio alargado, sencillo, con literas, sin apenas espacio: 50 camas, un barracón Una bendición, tu pan de cada día, para quien no tiene nada y es recibido siempre. Amabilidad del hospitalero.
Celebro la eucaristía en el patio del albergue, en un lugar que, de astroso, podría ser perfectamente el pesebre de Belén. Y me quedo embobado, contemplando tu gloria. Es actualizar, en la encrucijada, el misterio de la encarnación y de la eucaristía. La creación y la pasión. El nacimiento y la muerte. Todo unido, unificado en ti.
Realmente es un don tuyo poder celebrar la eucaristía en estas condiciones, y luego estar un rato hablando de la importancia de vivir la fe en comunidad, de llevar la fe a la vida y la vida a la fe.
Estuve mirando al infinito castellano, repitiendo Señor Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, que soy un pecador. Me respondía con una paz infinita y un silencio sobrecogedor.
En tus manos.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mi lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias.
Hoy entraremos en otra provincia: ya hemos pasado por Navarra, Rioja, Burgos y Palencia. Hoy nos abrirá sus fauces calurosas León.
Vuelve hacia atrás la vista, caminante,
verás lo que te queda de camino; desde el oriente de tu cuna, el sino
ilumina tu marcha hacia delante.
Era cierto que en el horizonte se vislumbraba, a media mañana, Sahagún. En vez de torres de iglesias, tan advertidas, se veía un silo enorme de grano. Y mucho sol. De pronto el camino se desvió y nos hizo pasar por la ermita de la Virgen del Puente. Allí, a la sombra dela propia ermita, descansamos. Bajo la protección de Santa María.
María, que acoge con cordialidad a Dios y a los hombres. María, en quien se resume el ansia y la búsqueda de Dios de la humanidad. Como Ella queremos comprometernos plenamente con las exigencias del misterio de nuestra vocación. Como Ella quiero llegar a ser un hombre de fe que consideran todo a la luz de la revelación y descubrir cómo actúa Dios en la historia de los hombres y en los acontecimientos de nuestra vida diaria. Para ello me está ayudando la presencia de María, tan discreta, en este camino. Hoy la traigo hasta aquí.
María del consuelo, del refugio. María, en esta experiencia de auxilio, protectora con su sombra, pues hoy hervía el campo.
Ahora estoy tumbado en la cama. Hemos sido los primeros en llegar a este refugio, magníficamente montado en lo que fue la nave central de la Iglesia de la Trinidad, en las alturas. Son las cuatro de la tarde y sigue llegando gente, que ha hecho una etapa de casi el doble de kilómetros que nosotros. Vienen destrozados por el sol. Algunos caminan peor que los paralíticos que intentan andar. Así cada día: levántate y sígueme. Por ellos te pido, Señor. Por todos los peregrinos, por lo que van buscando, para que de alguna manera te encuentren.
A las seis de la mañana estamos caminando dentro de una noche enorme, llena de estrellas. Sin parar, en una recta infinita, una más, pero algo más ondulada que ayer, vamos atravesando pueblos pobrísimos: Ledigos, Terradillos de Templarios, Moatinos, San Nicolás del Real Camino (tanto nombre para tres casas de adobe y una fuente con sabor a lejía), así hasta llegar a Sahún. Camino bien, rápido. Si me paro y me enfrío, me cuesta mucho arrancar, Como todos los días, voy repitiendo tu nombre con los labios, esperando que descienda hasta el corazón, que me transforme la mirada tanta oración.
A veces me asalta la aridez, pero sigo andando y repitiendo, Señor Jesús. Aquí es fácil hacerlo. Más difícil, sin duda, en las arideces de cada día en el trabajo, en...
Beltrán va cantando cánones de Taizé. La música me alegra el corazón. Para ti es mi música, Señor. Tañe tú mi melodía.
Hago un acto de fe, tan desnudo como todo lo que estoy contemplando estos días. En la nada, todo. Atravesar el vacío en la sencillez. Don tuyo. Dejarme hacer.
Continuar, contemplar, poner voluntad y constancia sabiendo que nada depende de uno, ni el tiempo, sol o fresco; ni el dolor de los pies o de las espaldas; ni la distancia que hay que recorrer. ¿Ponerse pequeñas metas en el gran horizonte?¿Hacer del horizonte una pequeña meta?
Salimos por la tarde y el calor es abrasador. Las calles del pueblo son un horno. Bajamos hasta la residencia San José, donde a las siete y media tiene lugar la eucaristía. Es una residencia de ancianos, de las hijas de la caridad. Cada día, celebrar la eucaristía en una comunidad distinta, en un pueblo distinto, en una circunstancia distinta, me habla de la universalidad de tu Iglesia. Tú siempre el mismo.
Hoy asisten muchos simeones, que desean sin duda decir ahora señor puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu salvador. Cuánta mirada de fe. Cuántos ancianos que te ven como salvación, con su fe sencilla, con su vida entregada y aparentemente oculta. Cuánta comunión delos santos, cuánto caudal de Gracia. Te pido por ellos, para que en su ancianidad vivan abandonados en tu misericordia y en la ternura de tu amor.
El crepúsculo es bellísimo. El sol, rojizo, enorme. Hacía él vamos. El sol, el que guía nuestros pasos por el camino de la paz.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.
Hoy comenzamos el camino una hora antes. A las cinco de la madrugada todas las estrellas en el cielo, toda la oscuridad en la tierra. No hay ángeles que digan: Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres que Dios ama.
Queremos hacer una marcha de casi treinta kilómetros y, siempre amenazante, el calor. Nos hemos puesto al retortero de siete varones atléticos, un pequeña legión romana. Caminan a muy buen ritmo, van bien pertrechados, se les ve preparados, hacen del camino un ejercicio físico. Llevan varias linternas .Cuando salió la luz les dejamos continuar a su ritmo, más veloz. Llegaremos al mismo tiempo a Reliegos.
Salieron de Sahagún, un tanto legionarios, contando chistes. Violaban lo sagrado de la noche espléndida, del silencio ensordecedor. Seguirles nos ha ayudado a continuar el camino, a orientarnos, nos ha dado luz. Y ruido.
En varios cruces nos hemos despistado. En uno he esperado a Beltrán. En otro nos han respondido a las llamadas de auxilio con haces de luz. Principio de etapa en oscuridad, con solidaridad. En un momento dado me he parado a reconstruir una flecha de piedras, pues en otra encrucijada se prestaba a equívocos y la gente se iba por otro lado.
Reconstruir flechas, restaurar direcciones, señalar. Juan el Bautista. Es preciso que él crezca y que yo disminuya. La dinámica es clara.
Teníamos miedo al calor y el calor ha hecho bravo el miedo. Etapa aridísima, de calora apocalíptico Desde Burgo Ranero hasta Reliegos no hay palabras para describir la planicie eterna sin horizontes, tan solo paja y tierra. Mucho más que ayer, un continuum. El camino recto, con árboles raquíticos, penachos de hojas a medio secar. Si no secan, con el paso del tiempo, este sendero será una sombra. Hoy por hoy es un desierto. Con alguien que ha plantado futuro. Y gente que trata de que el presente no lo ahogue. Pasa un camión cisterna, en medio de esta nada, regando cada árbol. Pura poesía.
A partir de las once un infierno de calor. Paramos varias veces para tratar de exprimir la más mínima sombra. Seguir andando, andando, andando. La mente en blanco, blanca de sol y luz. Absorbida por el camino de polvo. En el corazón una atmósfera de oración, con tu nombre que se hace esparto en la boca.
Nunca llegaba el pueblo. Tenía que estar al doblar, y no estaba. Tenía que estar más allá, y no estaba. Al final, como siempre, apareció. Uno se mueve sabiendo que llegará, aunque no sabe cómo, ni cuándo. Siempre está. Como tú.
Llegamos al refugio, asediado por el fuego, y recibimos un bienvenidos y un vaso de agua fresca: dar de beber al sediento, dar posada al peregrino. Cada vez que lo hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis. Puro evangelio, que refresca, en medio de un calor de juicio final.
El pueblo no tiene nada más que calor. El refugio es un horno de calma chicha y condensada. En la tienda compramos para una ensalada, pan y vino para el banquete...
Celebramos en lo alto del pueblo, en la zona de las bodegas, en medio de un algo carcomido por el tiempo. Ofrecemos la eucaristía por la paz en el país vasco: ayer mataron a uno, hoy a otro. Una irracionalidad. Tú nos das tu vida entregada. Para que construyamos la paz.
Un regalo insólito: primeras ampollas. Después de 16 días caminando. Fruto del calor. Cuando uno creía controlar, brotan ascuas en los pies. Pongo mis pies en tus manos. Dame fidelidad al camino, que eres tú.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias.
Al llegar a León me abraza la certeza de que Santiago está al alcance de la mano. Tiemblo de emoción. Procuro combatir la ansiedad de llegar.
A las cuatro y media... el sueño del peregrino es tan frágil como profundo. Despertar y ponerse a caminar: que yo bien se la fuente que mana y corre, aunque es de noche.
Nos perdemos por el pueblo, tan diminuto. Noche estrellada, bellísima, calurosa; y nosotros en el laberinto de las calles. Queríamos salir pronto y nos enredamos en la propia desorientación, no encontramos la salida, volvemos sobre los mismos pasos. Éramos ocho a opinar, por aquí, por allí, a oscuras...Confusión, babel, una tensión sorda. Todo pasa: siempre hay un final y una apertura.
Rua de árboles en la noche hasta Mansilla de las Mulas. Atravesamos la ciudad de noche. Piedras, iglesias, sombras.
A oscuras y encelada, estando ya mi casa sosegada.
Andaderos, caminos, senderos, arena, piedra, cielo:
En la noche dichosa, en secreto que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía.
Pueblos desperezándose: Villamoros de Mansilla, Puente de Villarente, Arcahueja ( la fuente que mana y corre de la plaza, deliciosa), Valdelafuente...¡qué nombres más ricos!¡qué pueblos más pobres!
Las ampollas me han molestado en el camino. A veces apretaba los dientes de rabia y resignación. Sigo cojo y ahora con ampollas. No he parado. Hasta León. Con tu nombre como consuelo y bálsamo.
La entrada en León no es tan pesada como imaginaba, ¡ay imaginación peregrina! Lo primero que vemos fueron las agujas de la catedral, parecía que se pudiesen tocar con las manos. Iglesia siempre visible en una sociedad que la oculta tanto. Iglesia tan invisible, como germen, fecundando el mundo.
Ha sido una marcha corta. A las doce habíamos terminado las liturgias diarias. La ducha de agua de los montes de León, cortada a cuchillo de los neveros estivales. Frescos de agua limpia paseamos hasta la Catedral, la pulcra leonina por calles y callejuelas de ciudad vieja. Sobrecoge, cada vez que se llega, su belleza, su agilidad, su luminosidad de color. Estaba, Señor, transportado por tanta belleza, en el interior de tu casa, dentro de ti. No miraba detalles, los había hermosísimos, sino disfrutaba de la sensación completa de estar en armonía con los corazones que crearon tanta belleza par alabarte.
Veante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y solo para ti quiero tenellos.
Estallido de tu gloria en paz. Hermoso rato de oración.
Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura, mira que la dolencia de amor ya no se cura sino con la presencia y la figura.
Tarde de mayor descanso y oración. De nuevo en la catedral en la capilla de tu eucaristía. Sin palabras, estoy contigo. Estás conmigo.
Allí me dio su pecho, y yo le di de hecho a mí sin dejar cosa.
Eucaristía en el monasterio. El sol se llama Lorenzo, por eso celebramos hoy su fiesta. En todo su esplendor.
A las diez las Carvajalas, monjas benedictinas que nos hospedan en su albergue, invitan a todos los peregrinos a completas. Asistimos todos. Con mucha catequesis y sencillez explican el sentido de la oración, de los salmos. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Día de luz en León . Día de gloria.
La luz seca que nos ha enardecido la mañana y cegado el camino, que no la meta; luz que también ha caído, como estrella fugaz, en la noche abierta al sueño y al peligro.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.
Las normas del albergue de las carvajalas, en León, no dejan salir a los peregrinos hasta las seis de la mañana. A esa hora los hospitaleros abren la cal y el canto. Han preparado, para los que vamos a empezar a caminar, un desayuno de leche caliente, galletas, y una buena dosis de gratuidad.
Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.
Hay que descubrir que la vida es un don o mejor dicho, una continuidad de dones, muchas veces inesperados, como este desayuno, el primero que nos ofrecen en el camino. La vida está llena de sorpresas, cosas inmerecidas, gratuitas, inesperadas... como este desayuno que, si bien nos ha retrasado el empezar la marcha, nos ha permitido gozar de la generosidad gratuita que al amanecer te ofrece leche caliente y en la canícula una sandía fresca.
Pensábamos llegar a Villandangos del Páramo, a 21 kilómetros de León. Hacer hoy una marcha corta, descansar, como ayer, en el ecuador de nuestro camino, tomar fuerzas para llegar a Santiago...Escribo esto, desecho, en el Puente y el Hospital de Órbigo. Han sido 34 kilómetros de calor: una marcha larga, la mayor desde Roncesvalles. Uno propone, y tú dispones, que dice el dicho.
Dejamos León a través de unos barrios interminables y feos, tras atravesar el centro de la ciudad, y poner la mirada en el hospital de san Marcos. Fue hermoso cruzar su puente para adentrarse, hasta la Virgen del Camino, en un corredor industrial que desazonaba el alma.
Recordaba el santuario de la Virgen, hace casi veinte años, junto a un camino. Guardo en el corazón muchas cosas, sin saberlo, y de pronto me vienen a la memoria. María también guardaba en su corazón las cosas de Jesús, sus asombros por oír lo que decían del niño, su desazón por no haber sido acogida en ninguna posada, la bendición en la que había prorrumpido Isabel al verla, los imposibles haciéndose realidad en su vientre...recordar, volver a pasar por el corazón, como hago al escribir de nuevo un camino escrito hace varios años, como la Virgen guarda el nombre de todos los peregrinos.
Venid a mí y saciaos de mis frutos, ni recuerdo es más dulce que la miel, mi herencia más dulce que los panales.
El camino, pararalelo a la carretera, es ruidoso y feo. En la fealdad vamos buscando algo, y no lo encontramos. Bello es el rostro de la tierra, bello hasta cansar el corazón, Dios mío.
Legamos a Hospital de Orbigo a rastras. Cruzamos el puente: pasa el río: todo fluye. Atravesamos juntos el puente del siglo XII, hermosísimo, tantas pisadas, tantos peregrinos, tanta historia en cada arcada.
Patio de pueblo, agradable, fresco, acogedor de peras y agua, donde encontramos a los que salieron ayer de Sahagún. Nada más llegar y a pesar de ser más de las tres de la tarde, en vez de la hiel del calvario nos ofrecen una jugosísima rodaja de sandía. Gracias.
Así pasamos la siesta del bochorno plomizo, en un cuarto con vigas de madera y olor a viejo. Descansar y reponer fuerzas. Las ampollas, no muy grandes, me hacen polvo, me aguanto. Recuerdo las ampollas del francés de Estella, en Villarcázar, en... Te pido, Señor, que los pies me sigan conduciendo hacia ti y, en la medida de lo posible, hacia Santiago.
Se fue condensando el calor y a media tarde descargó un aguacero, sin parar, el río era agua que caía del cielo. Me refugio en el atrio de la iglesia. Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa, y prefiero los umbrales del señor...Entro a rezar y están en el rosario, mojando avemarías. Bendito el fruto de tu nombre, Jesús, que se hace letanía de viejas, que se transforma en nana de aya, que mecen mi espíritu, que me adormecen en ti, como un niño en brazos de su madre. Celebran tres sacerdotes. El que preside lo hace en voz baja, rápido y distraído. A pesar de todo, estás tu presente, te haces don.
En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque sólo tú, Señor, me haces dormir tranquilo.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mi lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias.
Como un reloj de precisión, a las cinco y media estamos en pie, a las seis caminando. Los chicos del albergue, que ayer hicieron su primera etapa y se devoraron cuarenta kilómetros, queda atrapados en su desierto y nos dijeron que hoy se levantarían tarde. Una duda que pueda seguir.
Nos metemos en el monte, más matorrales, bajando hacia Molinaseca. El pueblo está en fiestas, y las calles son hoy ríos de agua, que tratan de lavar la cara al espanto nocturno.
En Molinaseca una pintada: no vayas aprisa, peregrino, la meta es el camino.
Desde hace días, creo que desde que todos los días, al llegar, me digo, y proclamo en alto: Ya hemos llegado a Santiago. Aquí y ahora es Santiago
Me brota el eco de la adolescencia, los cantos en catalán que no entendía:
"Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo. Quesean muchas las mañana de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos antes nunca vistos.
Ten siempre a Ítaca en tu pensamiento. Tu llegada allí es tu destino. Más no apresures nunca el viaje..."
Llego a Cacabelos a mediodía, con un calor terrible, con tu nombre en los labios. Atravesar toda la población hasta el albergue, cruzado el río, al final, un final que aparentemente, no llega nunca.
A la sombra de una Iglesia, la Virgen de las Angustias, un albergue de diseño, a estrenar. Camarotes de dos camas, madera, metal, minimalismo total. Vuelve la sensación de estar en un cuarto Debe tener unas ochenta plazas, debemos ser unos ciento cuarenta peregrinos, muchos dormirán al aire libre. Y siguen llegando.
Sigue enseñándome el camino a caminar; a ver cómo camino. Autosuficiencia, avasallamiento, un rosario de hermosuras que Beltrán, en silencio, me dice con solo mirarme, mientras me cura los pies. Me escuece.
A media tarde nos vamos a mojar los pies en el río Cúa. Todas las tardes ando como un pato, me parece increíble que por la mañana pueda caminar sin problemas. En el río todos los pies peregrinos a remojo, agua heladora, quedas nuevo. Parece un cuadro impresionista.
El pueblo está en fiestas, celebrando la Asunción. La eucaristía concelebrada por tres sacerdotes. Me llama la atención que no hay sermón. Me quedo con el Proclama mi alma la grandeza del Señor. Por María y por tantas bellezas y durezas como estamos viendo y padeciendo estos días.
El amigo, en su cuaderno, ha escrito:
El camino de Santiago tiene muchas cosas que nos impulsan a vivir desde el interior. Vivir desde la fe es vivir toda mi vida desde la profundidad que las cosas tienen. El camino de Santiago tiene muchas cosas que nos empujan a vivir desde el interior. Lo importante es hacer de lo que estoy viviendo como peregrino espacio del encuentro con Dios. Tener a Dios como compañero de camino. Muchos peregrinos, al escribir su diario, dejan que lo que han vivido les cale más hondo en su corazón, allí donde Dios tiene puesta su morada.
Señor, tú me sondeas y me conoces, me conoces cuando me siento y me levanto, de lejos penetras mis pensamientos. No ha llegado mi palabra a la boca y ya, Señor, te la sabes toda. Tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco. Señor ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino recto.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.
Adelantamos la madrugada. A las cinco y media estamos caminando. Tememos el calor por el arcén de la carretera nacional, los camiones, las estrechuras de Piedrafita. La marcha es sencilla hasta Villafranca. La luna, llena, se va poniendo acariciando la montaña, y asistimos a un espectáculo insólito, como si fuera escalando por la ladera, reposando en la cumbre y, finalmente, deslizándose por la pendiente hasta la luz de un nuevo día, cuando se oculta. El ir caminando nosotros hacia la luna, permite este efecto óptico: la luna por pedestal de la cima. Montes y cumbres, bendecid al Señor. Sol y luna, bendecida al Señor.
Villafranca es una ciudad agradable, con su sabor medieval que despierta. La Iglesia románica de Santiago, la Puerta del Perdón, donde los peregrinos impedidos conseguían la misma indulgencia que llegando a Santiago. Me repito que Llego a Santiago cada día. Quiero llegar a Santiago, por amor a tu nombre.
Desayunamos en una posada, sencillamente, pero lejos de las austeridades de la primera semana, de Castilla. El cuerpo se va festejando con la cercanía de Galicia, que se intuye, y adquiere una mayor levedad, nuevos bríos y ánimos, a pesar de las ampollas y dolores del camino.
Me asusta el asfalto reconcentrado de calor en las ampollas, cada paso que doy por la carretera. Me habían contado tantas truculencias del paso por el arcén de la nacional seis, y había desbordado mi imaginación varias veces, que no me parece tan tremendo. Encajonados por el valle, coches y peregrinos.
Hago la marcha con tu nombre; con el sol acariciando las frondas y descargando en los descampados; con la paz de quien va caminando y solo se preocupa del ahora, de los pies en el sendero, del ruido del pasar. Con el bien del saberse en armonía con uno mismo, con a naturaleza, por los senderos de la vida. Brotan los versos del poeta sacerdote, que tanto me acompañaron en los atardeceres romanos:
Contigo el sol es luz enamorada
y contigo la paz es paz florida.
Contigo el bien es casa reposada
y contigo la vida es sangre ardida.
Pues si me faltas Tú, no tengo nada:
Ni sol, ni luz, ni paz, ni bien, ni vida.
Mezclo sonetos, sin duda, pero te sigo diciendo, el un murmullo de versos que hacen nido de amor en mi corazón:
Ya de hoy no más me saciaré con nada,
sólo Tú satisfaces con tu todo.
Un espejo seré de tu mirada,
esposados los dos, codo con codo.
Y cuando pongas fin a mi jornada,
yo seré Tú, viviendo de otro modo.
A las doce, hora tan mariana, en este día de la Asunción, entrábamos en el refugio, donde una ducha de agua fría, literal, descansa nuestro cuerpo agotado. Vista a los montes de Ruitelán, con las ruinas del castillo recortadas al sol. Me imagino que uno de esos montes será el legendario Cebreiro. Mañana entraremos en Galicia, terra a minha mae.
Me parece increíble mirar hacia Roncesvalles, seguir las huellas de los sellos en la credencial, y contemplar todo el camino a mis espaldas, mochila de peregrino. Me quedo ensimismado, espero que en ti. Y de nuevo me pongo en tus manos, porque tú estás siendo mi camino. Gracias por el rato que he estado contemplando la montaña. Si escalo al cielo, allí estás tú.
Participo en la segunda eucaristía de la Asunción, hoy del día, ayer de víspera. Muchos peregrinos celebran esta solemnidad que nos habla del destino glorioso de la humanidad, anticipado en María.
Dichoso el vientre que te llevó. Dichosa tú María, porque has creído.
Eres tú, María, la mujer vestida de sol, la luna por pedestal.
Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.
Escribo en los tablones, que me imagino centenarios, de una casa, probablemente fue la casa cural, luego dirán que del sacristán, junto a la iglesia de Barbadelo. El olor a vaca, la paja que fermenta y que está en balas bajo nuestras narices, dentro de la casa, las inevitables golosas, que me comen a estas horas todas las tardes, ayer en sábanas, hoy en el suelo.
Sabemos, además, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado según sus designios. Y a los que desde el principio destinó, también los llamó, a los que llamó los puso en camino de salvación; y a quienes puso en camino de salvación les comunicó su gloria.
¿Qué más podremos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
El que no perdonó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente con él todas las cosas?
¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?
Así es, Señor. Cuánta verdad.
Castaños y robles centenarios, que abrazo con la mirada.
Hemos llegado a Barbadelo, mucho más que una pequeña aldea somñolienta, a la hora de comer. En el albergue solo nos ofrecen el suelo junto a los lavabos. Quedan cinco plazas. Imposible extender las esterillas, pues el pasillo es estrecho. El panorama no podía ser más desolador, aunque lo he aceptado tal y como es, es la realidad, es lo que hay, no quiero hacerme un mundo, ni rumiarlo excesivamente. Lo acepto pero busco también otra solución, ahí está el equilibrio, aceptación de entrada, y manos a la obra.
En un caserón inmenso, junto a la Iglesia de Santiago, románica, con un pórtico lleno de símbolos, en la clave creo que está la resurrección, una familia nos acoge a dieciséis peregrinos. Un cierto misterio gallego, pues no quieren que en el pueblo, tan mínimo, se sepa. Os acogemos no por dinero, sino porque sois peregrinos. Pero lógico es que nos paguéis algo por los gastos y las molestias: aceptamos la voluntad.
La entrada a la casa de piedra; el zaguán oscuro y fresco; el perro, el heno, la escalera de madera que trastablillea, el crujir, la suciedad, los miles de bichos diminutos que corretean por el suelo, como motas de polvo animadas, me trasladan a una realidad de peregrino casi medieval.
Agradecer al matrimonio que nos da techo y cobijo, posibilidad de ducha, y espacio para lavar la ropa en una laja de piedra, en un pilón con tanta suciedad como jabón. Agradecer la mediación de tu don.
Calcula el paisano, por lo bajo, que en estas fechas están pasando unos mil peregrinos diarios. Cada año más. ¿Qué mueve a los romeros a Santiago? Dicen que la señora del bar sirvió ayer más de doscientas comidas. Estamos desbordados, dicen. Todo se anda en decires.
Me temo mucho que la masificación va a ser el pan nuestro de cada día hasta Compostela.
Me brotan nuevas tentaciones: el considerarme superior por se un peregrino que viene desde más lejos; el preocuparme por si mañana dormiremos ¿dónde? pues la masificación todo lo alcanza; el desprecio a otros peregrinos más bullangueros, más turistas, como si ellos no fueran hijos tuyos.
Celebramos la eucaristía, a la que se añaden algunos peregrinos, en la joya del románico gallego escondida en esta aldea. Una vez más en ti encuentro reposo y sosiego. Vienes a mí. Me introduces en tu camino y en tu vida. Gracias, Señor.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.
María y José no tuvieron sitio en la posada, no encontraron un lugar en el albergue. El Salvador del mundo nació en un establo. No nos debe preocupar dormir esta noche aquí o allá, al raso...Sí es más triste el ambiente de caravana gigante, de turismo barato, de vacaciones esotéricas, en el que parece se ha convertido el camino desde que pasamos Triacastela. También me repito no juzgues y no serás juzgado. En el camino hay sitio para todos, cada uno encuentra en la medida de sus capacidades, y muchas veces tú nos desbordas. Si me desbordas a mí, ¿por qué no vas a hacerlo con mi hermano?
Si tenéis algún consuelo en Cristo, alguna muestra de amor; si estáis unidos en el mismo Espíritu; si tenéis entrañas de misericordia, llenadme de gozo teniendo todos un mismo pensar, un mismo amor, una sola alma y unos mismos sentimientos. No hagáis cosa alguna por espíritu de rivalidad o de vanagloria; sed humildes y tened a los demás por superiores a vosotros, preocupándoos no sólo de vuestras cosas, sino también de las cosas de los demás. Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús...Dame tus mismos sentimientos Señor, dame tu mirada para mirar a los demás con el mismo amor con el que me miras.
Empezamos nuestra marcha nocturna, se repite la luna llena, se repiten los bosques encantados, entre las brumas, seguimos subiendo y bajando colinas, pasando por aldeas diseminadas, atravesando las calles de Santiago que en otras regiones han sido reales o mayores. Aldeas sin nombre, oscura, con olor a estiércol y panocha, con perros que aullan y hacen sonar las cadenas de los esclavos.
Unas señoras gallegas que venían desde Saint Jean Pied de Port comentan que dejan el camino, que no resisten el ambiente que se está creando, que...
Aceptar la realidad. No empujar el río de la vida. Dejar que todo fluya. En tus manos, Señor. No darle valor a lo que no lo tiene. No hay mayor riqueza que ser peregrino por amor de tu nombre, sin que nada me sea debido, sin esperar nada, sin poner otro deseo que en ti:
Todo lo tengo por pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien he sacrificado todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar a Cristo y encontrarme en él; no en posesión de mi justicia, la que viene de la ley, sino de la que se obtiene por la fe en Cristo, la justicia de Dios, que se funda en la fe a fin de conocerle a él y la virtud de su resurrección y la participación en sus padecimientos, configurándome con su muerte para alcanzar la resurrección de los muertos. No quiero decir con esto que haya alcanzado ya la perfección, sino que corro tras ella con la pretensión de darle alcance, por cuanto yo mismo fui alcanzado por Cristo Jesús.
Nos encontramos ayer, por Sarria, al catalán con el que bajamos de Roncesvalles hasta Zubiri, y luego de allí a Pamplona. Esta mañana vemos al señor inglés, mudo y callado, al que no veíamos desde Reliegos. Nos ha dado la mano y ha sonreído. Olemos la tumba del santo y esto nos tiene como en una euforia tenue, pero euforia al fin y al cabo.
En la siesta comienza a llover, Galicia nos está recibiendo. ¿Qué hubiera sido el camino con lluvia? ¿Qué con...? No quiero jugar a variar. Todo lo que he recibido es don tuyo.
Parece que n pasa nada estos días. Pasa que el camino se condensa, se centra, que ya uno no piensa, ni reflexiona mucho, ni mira, sino que se hace camino y escucha tu Palabra. Me da la impresión de que todo se simplifica.
Lloviznea, escampa, y vuelve a lloviznear. Como la lluvia mansa, tu palabra empapa mi tierra.
Tarde de silencio y contemplación, repitiendo tu nombre.
Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de mí.
Para no privarme de nada, las tripas se revuelven y comienzo con descomposición.
Entro en el sueño. En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque tú solo Señor, me haces vivir tranquilo.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.
Comenzamos la marcha con lluvia, casi una hora, ininterrumpidamente, con las capas de caracol. A la incomodidad inicial viene luego la aceptación, un tanto resignada. Porque ¿quién prepara cauces al aguacero y señala camino a la tormenta, para traer la lluvia a tierras despobladas? ¿Puedes levantar tu voz hasta las nubes para que caiga un aguacero sobre ti? ¿Están a tus órdenes los relámpagos y te dicen: "Aquí estamos"?
Vamos a llegar a Santiago, si es tu voluntad, con lluvia o sin lluvia, secos o mojados. En tus manos.
A las entrada de Melide, durante media hora, el diluvio universal. Empapados. Los pies, que hasta entonces se habían mantenido secos, se convierten en lagunas, tras remansar en ellos los ríos de las calles, cauces impetuosos. Llegamos al refugio envueltos en la tormenta, en medio de una ciudad que prosigue la vida, y sus fiestas de San Roque, como si no hubiera lluvia.
En la marcha me has mostrado la importancia de la gratuidad en la peregrinación. Por amor a tu nombre. Nada más. Por amor a tu nombre subir y bajar, ir y venir, pasar y cruzar, caminar y parar, andar y andar, hoy por unos pasajes húmedos y suaves, de una infinita melancolía estática, y estética.
Emoción al entrar en la provincia de La Coruña. Siempre contando: Navarra, La Rioja, Burgos, Palencia, León, Lugo y ahora, por fin, Coruña. España de Este a Oeste. De la salida del sol hasta su ocaso.
Todo húmedo; la ropa sin secar; las tripas revueltas, pero Santiago a dos días. Hemos lavado la ropa a mano, como todos los días, la hemos metido en una secadora, es el primer refugio con secadora, y sigue húmeda. Mañana tendré que caminar con un uniforme distinto, después de tantas jornadas con la misma camiseta, los mismos pantalones -los segundos, pues los primeros se deshilacharon de tanto roce-,los mismos calzoncillos y calcetines, eso sí, lavados todos los días.
Paseo con Beltrán un poco hacia la nada. Entramos en una iglesia y me quedo con la mirada perdida, en ti.
Cada palabra tuya tiene un eco inmenso y desarrolla caudales en mi ser:
Pero Dios, rico en misericordia, por el inmenso amor con que nos amó, nos dio vida juntamente con Cristo (pues habéis sido salvados por pura gracia) cuando estábamos muertos por el pecado, nos resucitó y nos hizo sentar con él en los cielos con Cristo Jesús, a fin de manifestar en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia mediante su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Habéis sido salvados gratuitamente por la fe; y esto no es cosa vuestra, es un don de Dios; no se debe a las obras, para que nadie se llene de vanidad. Él nos ha hecho, él nos ha creado por medio de Cristo Jesús, para hacer obras buenas tal y como él lo dispuso de antemano.
Con esos ecos, que no apagan cientos de gaitas que toan en la plaza mientras celebramos la eucaristía me embebes: rico en misericordia, inmenso amor, nos resucitó, manifestar la excelsa riqueza de su gracia, salvados gratuitamente, don de Dios.
Todas las palabras callan.
Recréame con tu Palabra. En tus manos, Señor.
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre.
En la oscuridad, como todas las mañanas, el camino se inicia en la oscuridad, salimos del albergue. Beltrán olvidó su cartera, con dinero y la tarjeta de crédito, en la cocina y allí estuvo toda la noche. Nadie quitó nada, es agradable ver la honradez de la gente, tan cerca del sepulcro del apóstol.
Empezar a andar y empezar el diluvio. Como en Roncesvalles. Nos tenemos que refugiar bajo un balcón. Vemos llover. Como no escampa, aunque amaina, seguimos caminando. La linterna filtra de luz la cortina de agua. En un momento dado no vemos la flecha amarilla, en una desviación, y seguimos caminando.
Tan cerca del final nos perdemos. Desandamos lo andado. Una sencilla lección.
La segunda parte de la marcha, después del desayuno, se me hace muy pesada, lenta, limitada. No disfruto de los paisajes, que son hermosos y suaves, frescos y prolongados, verdes, boscosos, con olor a tierra mojada y eucalipto, con sabor a meta que se va logrando.
Por primera vez voy al último del grupo, renqueando, con esfuerzo y fatiga. Otra lección.
Me sigues enseñando a caminar tu mismo camino, derramas sobre mí tu Espíritu.
Caminad según el Espíritu, y no os dejéis arrastrar por los apetitos desordenados. Ahora bien, las obras de la carne son bien claras: lujuria, impureza, desenfreno, idolatría, supersticiones, enemistades, disputas, celos, iras, litigios, divisiones, partidismos, envidias, homicidios, borracheras, comilonas y cosas semejantes a éstas. Os advierto, como ya antes os advertí, que los que se entregan a estas cosas no heredarán el reino de Dios. Por el contrario, los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia; contra estas cosas no hay ley. Los que son de Cristo Jesús han crucificado los apetitos desordenados, con sus pasiones y apetencias.
Si vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu.
En el único bar que vemos tomo una manzana, la saboreo. Pero parece que todo el cansancio del amino me viene de golpe, el final de la etapa se me hace eterno, fuerzo la pierna, tengo una especie de calambre agarrotado en la mente. Me digo que me quedan veinte kilómetros y, aunque todos los días llego a Santiago, mañana entraré en Compostela.
En medio de tanta limitación en medio del camino me ha embargado una emoción honda e intensa. Así, Señor, se me en tus manos. Desde el primer momento hasta el último.
Llegamos al albergue, una casona junto a la carretera nacional que une Lugo con Santiago. Solo estamos once personas, tenemos sitio, ducha, descanso. Es un albergue menor, más retirado de las etapas oficiales, de las guías. Volvemos a preferir una cierta tranquilidad y descanso. Para ir a comer tenemos que retroceder un kilómetro por el arcén, parece imposible pero es un suplicio, vamos como borrachos, dando tumbos, sin poder andar normalmente.
En el restaurante, desbordados por la avalancha de quince comensales peregrinos, nos tienen dos horas esperando. Pongo a prueba mi paciencia, y no con excesivos buenos resultados. ¿Qué hay de mi aceptación del a realidad?
Toda la tarde ha ido llegando gente al albergue. Son las ocho y continúa la riada: les dan sitio en el suelo, en los huecos junto a las camas. Cada uno viene con una historia que contar, un problema, una dificultad, una limitación, una esperanza a punto de cuajar.
Fuera a ratos llueve y ratos sale el sol. El camino y la vida.
Me está dando un cierto agobio llegar a Santiago, entrar en la realidad de la multitud, de la ciudad, dejar la peregrinación...Ayúdame a vivir en la realidad y no en la fantasía imaginada.
En muchos momentos, a lo largo del día de hoy, he recordado que este camino lo he hecho por amor a tu nombre. Me han venido en un todo, en un aleph, etapas, nombres, lugares, personas, en una sensación de globalidad y plenitud, sentimientos. En la cama, con los ojos abiertos, llenos de lágrimas, voy repasando la película d e mi propia vida en el camino, poniéndola en tus manos. Gracias, Señor.
Dame un corazón agradecido. Que cante tus alabanzas y te de gracias por todo lo que has hecho germinar en mi corazón a lo largo de éstos días. Por todo lo que me has enseñado imperceptiblemente. Haz tú que este camino de frutos abundantes y duraderos. Para que, enriquecido con tus gracias y virtudes, vuelva a casa lleno de saludable y perenne alegría.
Me admira que me hayas concedido que, en ningún momento, a pesar de las dificultades y limitaciones, haya tenido una tentación real de abandonar el camino. Gracias porque no me he sentido desesperado ni he experimentado miedo, más que de mí mismo. Me he descubierto con más fortaleza física, y psíquica, de la que imaginaba. Don que procede de ti. Don que me has dado con Beltrán, principalmente, y con Marlon, Itziar y Cristina. El don de la comunidad. Gracias, Señor.
Antes de meterme en la cama veo la puesta de sol. La toco cerca, estamos ya en el ocaso. Fin del camino. En tus manos.
Salimos de Santa Irene a la hora de la oscuridad. Arriba, el cielo, estaba claro y estrellado. Dentro de mí, ancho. En la medida que íbamos bajando al valle entrábamos en la bruma. Vapores mágicos en los bosques de eucaliptos, en las últimas corredoiras, en las subidas y bajadas del camino. Camino, camino, camino, como tránsito gozoso hacia el pórtico de la gloria.
Se me seguía dilatando el corazón y las piernas me conducían imparables, como si nunca hubieran estado cansadas, con espíritu renovado. Camino de encuentro contigo, camino en tu presencia.
El monte del gozo estaba neblinoso y no vimos las torres de la catedral. Nos se veían, pero estaban allí. Imagen de la fe.
La entrada a Santiago no se me hizo nada pesada, tanto era el deseo, tanto me ardía el corazón.
Al ver la catedral, desde la vía sacra, por la plaza de Quintana, voy llorando. En silencio.
Todo es como un sueño: haber llegado, los rituales, el pórtico que anticipa la gloria que me tienes prometida en Cristo Jesús, la meta, tú el camino, la verdad y la vida.
Voy a la sacristía. No hay ningún problema para concelebrar. Gracias, Señor, por este inmenso don de darte, gracias unido a Cristo.
Antes hago una larga cola para abrazar a Santiago y en el abrazo pongo todo mi ser. Con devoción bajo a la cripta del sepulcro y allí te pido por mi misión de apóstol y evangelizador, por mi sacerdocio.
Me tienes en un silencio profundo.
A pesar de estar cansado por los kilómetros de hoy, de tener los pies cocidos dentro de las zapatillas con las que he andado, en la eucaristía me tienes profundamente recogido. Gracias.
Santiago me hace el regalo del evangelio: tan unido a mi vocación.
El muchacho le dijo, todo eso lo he cumplido. ¿qué me falta?.Jesús le contestó: Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, dáselo a los pobres - así tendrás un tesoro en el cielo- y luego vente conmigo"
Tu palabra par mi vida. La confirmación de la vocación. Una opción por los pobres. Es tu palabra al final del camino. Si quieres llegar al final vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, y vente conmigo. Hazme disponibilidad total para ti. Quiero y elijo pobreza con Cristo pobre. Sea lo que sea, te doy las gracias.
Dame, Señor, tu fortaleza.
Indícame el camino que he de seguir.
Tú estás conmigo, eres compasivo y misericordioso. Me colmas de gracia y bendición y de ternura.
Tu gracia vale más que la vida.
Por la tarde estuve un rato de silencio en la capilla del Santísimo, en la catedral. Adorándote. En un agradecido trato de amor.
En la credencial me ponen el sello de Terminó su camino, en Santiago de Compostela.
En el cuaderno, pongo el sello de Santa María del camino, en Santiago de Compostela.
II
María Reina
A las siete y media de la mañana estoy en la catedral, silenciosa, solo dos o tres peregrinos madrugadores, que van llegando con sus mochilas.
Solo contigo en el Pórtico de la Gloria, dejándome acoger por ti.
Solo contigo, en la intimidad, en un prolongado rato de oración, tras la eucaristía.
En un buen rato de intimidad, solo, abrazando de nuevo a Santiago, apoyando en sus espaldas mi camino. Un instante de nuevo, en el sepulcro, cuando los canónigos entonaban el Hosanna y comenzaban el canon romano, en la capillita de la cripta.
Eres la delicia de mi corazón.
Te han explicado, hombre, lo que Dios quiere de ti: simplemente que respetes e derecho, que ames la misericordia y andes humilde con tu Dios.
Señor, Jesús, ten misericordia de mí.
Me pongo en tus manos. Sea lo que sea, te doy las gracias.
En la memoria litúrgica de María Reina del año Jubilar
Dos mil años de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo.