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Verdadera historia
O sea,
Viaje desde Nápoles a Santiago de Galicia
hecho por el Señor NICOLA ALBANI,
natural de la ciudad de Melfi
En donde da noticia de las ciudades, tierras, casales, castillos y todos los lugares que hay en dicho viaje, como tambien de todas las maravillas y curiosidades que se ven en el haciendo notar, inclusive, las desgracias que le sucedieron en este viaje, en el que fue liberado milagrosamente

Año del señor de 1.743
I.M.I.

(extracto de su libro, del tramo gallego)
01. La Faba - Santiago
02. Días en Santiago
03. La catedral
04. La ciudad
05. Los españoles
06. Cumpleaños
07. Itinerario
08. Advertencias

La Faba - Santiago

... boscoso; de este modo me procuré una posada en casa de uno de aquellos paisanos en un poco de paja, porque luego la mañana del día 20 continué mi viaje, y hacia las cuatro de la tarde llegué a un lugar llamado La Faba, último pueblo del reino de León, situado en un valle sombrío sin nada que decir de él, por ser pueblo frontera entre un reino y el otro, y es también pueblo de paja como los demás, y refrescándome un poco seguí mi camino establecido, que en el tránsito del día tuve que hacer una subida de cuatro millas por una montaña tan horrible que incluso las bestias se habrían cansado.

Por la noche llegué a un lugar llamado el Cebreiro, a doce millas de La Vega, primer castillo del reino de Galicia, pero que se llama castillo porque allí está un pequeño convento de S. Domingo con un solo monje que diga misa, y dos laicos, como si fuese una capillucha, con cuatro habitaciones, pero no todas de construcción.
En el pueblo hay treinta y cuatro hogares, y está situado encima de un altísimo monte, y me dijeron que en el invierno, la mayor parte del tiempo está cubierto de nieve, que cada palloza tiene fuera una gran provisión de leña, y éste es un pueblo de los grandes de Galicia, que más adelante me dicen que son pueblos mucho más miserables, y había también aquí un pequeño hospital, mejor dicho una palloza con una mujer viejecita de guía, con la única comodidad de cuatro sacos llenos de paja, a donde me fui, y me sucedió un bonito hecho, y fue que por la noche tuve que hacer de párroco, y fue así, que en dicho hospital encontré un pobre pasajero castellano que estaba alií enfermo desde hacía tres días, que venía también de Santiago, y viendo que el susodicho estaba mal, con fiebre muy alta, que apenas respiraba, me fui al convento para hacer que le dieran los sacramentos, y se me dijo que no estaba el padre que decía la misa, que estaba en otro pueblo, por lo cual me vi obligado a tomar en la mano mi crucifijo, y lo mejor que pude le encomendé su alma, y al cabo de dos horas pasó a la otra vida bien contrito, justamente a las 4, y después de esto, la buena viejecita había preparado una sopa de nabos, y la cenamos como madre e hijo, y después me fui a descansar sobre un saco de paja con el cadáver cerca de mí, que apenas pude descansar durante toda la noche; pero después, finalmente, al amanecer despidiéndome de la buena mujer me puse en camino, fue la mañana del día 21.

Me perdí en una montaña, de modo que no sabía a dónde dirigirme porque era una montaña muy desastrosa, muy alta y de bosques muy espesos, que están siempre con niebla, de una niebla tan horrible que no se ven del camino más que diez o doce pasos; además no hay caminos principales, así que cuando se está en la montaña, o bosque o como se llame, no se encuentran más que tres o cuatro snderuchos, y el viandante no sabe por cual de ellos ha de ir, y lo peor es que no se encuentran personas que puedan enseñar el camino, como por ejemplo pastores, campesinos, u otras gentes de paso de un pueblo a otro, que los pueblos están muy distantes entre sí, y no se encuentran ni hospederías ni pallozas de campesinos, que es necesario caminar jornadas enteras y no se encuentra persona alguna, que sólo se ve algún peregrino que va o viene a Santiago, y por ello un pobre pasajero que no conozca el lugar se pierde, y a veces se extravía durante jornadas enteras, y además son lugares sospechosos de bandidos, que frecuentemente se encuentran cruces clavadas en el suelo, que es señal de que allí se mató o se robó a algún pobre pasajero, que a veces yo temblaba todo de miedo cuando encontraba estas santas cruces, y decía para mis adentros, ¿quién sabe si no se tendrá que clavar también para mí una de estas cruces?; pero por la gracia de Dios no tuve ningún encuentro de aquellos y llegué salvo a Santiago a los pocos días.

Volviendo otra vez a mi viaje diré que ya me había desesperado tan perdido en aquella montaña, hasta que a lo lejos sentí un estrépito de carro, y me encaminé en busca de él, y encontré a un carretero que me enseñó el camino de Triacastela, a veinte millas del Cebreiro, pero yo había hecho más de cuarenta aquel bendito día, así que me busqué una posada, y fui acogido en una pajar, y se me dio un poco de paja, casi sin alimentarme de ninguna cosa el susodicho día, que si hubiera querido comprar algo con mi dinero, ni siquiera se encontraba, porque son pueblos desiertos e infelices, algo de no creerse; que en aquellos lugares no se encuentra más que pan de grano de la India, que el pan de trigo se vende como reliquia, vino no se consume, que viene algo de lejos cuando hace buen tiempo, y va muy caro, pensad qué cosa buena puede ser lo que va de un pueblo a otro, ni hay agua buena de fuente, sino que son todas aguas de lluvia, ni se utiliza carne de ninguna clase, sólo pollos y huevos, no hay lácteos ni verduras, sino sólo abundancia de nabos, de legumbres hay mucha abundancia, de frutos, sólo hay castañas, y ya no hablemos de cosas delicadas, que no saben ni lo que es eso.

Ni hay hosterías ni pensiones en donde se pueda alojar un forastero, si bien es verdad que estos caminos no los recorren más que los peregrinos, y si por casualidad se encuentra alguna venta, no hay más que huevos y vino, que sólo Dios sabe cómo; por lo demás, el viajante tiene que llevar encima la provisión que le haga falta.

Por la mañana del día 22 seguí mi viaje y por la noche llegué a Portomarín, a treinta y seis millas de Triacastela, éste es un pueblo de construcciones de piedra, con algunas tiendas en donde se venden ciertos objetos, pasa por medio un río con un bellísimo puente, que tiene gran cantidad de peces, que aquí me sacié de todo lo que había perdido en el viaje pasado, y luego me fui al hospital, que aquí fue donde encontré el primero del reino de Galicia con un poco de comodidad, donde se acostumbra a dar dos cuartos de España, que son una pública de Nápoles, a cada peregrino y ofrecer la comodidad de un lecho de paja para dormir, que me parece una cosa extravagante.

La mañana del día 23 proseguí mi camino, y ese día por milagro no me perdí en un espesísimo bosque de castaños, menos mal que a tiempo me encontré con dos mujeres que llevaban comestibles para vender a un cierto pueblo, y sirviéndome de su guía, me condujeron hasta Ligonde, porque desde allí ellas hicieron otro camino, y yo seguí el mío, y por la noche llegué a un pueblo grande llamado Melide, a treinta y dos millas de Portomarín, éste es también un pueblo levantado con piedra, donde había un conventucho de cuatro o cinco frailes dominicos, y obtuve una limosna de una cierta sopa, y recogí también cuatro o cinco limosnas de moneda, que no había visto limosna de quattrini desde Astorga, y me busqué por la noche también un alojamiento en una palloza por caridad, que después la mañana del día 24 seguí mi camino, y por la noche llegué a un pueblo llamado S. Marcos, a treinta millas de Melide, desde donde podía llegar a Compostela por la noche, si yo quería.

Pero para llegar de día a Santiago me quedé aquí por la noche, y no me fue posible encontrar a nadie que me diera algo de alojamiento para la noche, aunque fui casa por casa porque estaba ya lloviendo y por eso buscaba algo de cubierto, de manera que me vi obligado a hacer de predicador por aquellos callejones para que me alojasen, y en efecto salió un pobre hombre con una candela en la mano y me condujo a su palloza, que también este pueblo era de paja, y me trato con buen talante, aunque era el más pobre de aquel pueblo, con seis hijos, que vivían con gran miseria, y yo les di todo el pan que había buscado todo aquel día con una peseta de veinticuatro grana, y me besaron mil veces las manos y los pies, y pasé la noche cómodamente, que después por la mañana del día 25, miércoles, seguí el resto del viaje que faltaba para llegar a Santiago, que hacia las ocho de la tarde llegué a la santa ciudad de Compostela, donde yace el glorioso cuerpo del Apóstol Santiago, a seis millas de S. Marcos.

Pero cerca de dos millas antes de llegar a la ciudad empecé a descubrir los campanarios, al momento me arrodillé y besé la tierra mil veces, descalzándome del todo, cantando la santa letanía, con prisa avanzaba el pie hacia la santa ciudad, y al llegar a la puerta no tuve más preocupación que la de preguntar por la iglesia de Santiago y habiendo llegado ya con la ayuda del Santísimo, entré rápidamente y se me iluminó el corazón y la mente, pareciéndome haber entrado en el cielo, que las piernas y el cuerpo entero me temblaban, la cabeza me daba vueltas, los ojos miraban por aquí y por allá para encontrar la misteriosa capilla del glorioso santo, y habiendo encontrado justamente la capilla mayor, inmediatamente hice la genuflexión, y con el rostro en el suelo daba gracias como era mi deber por tantas mercedes particulares que me había hecho en mi viaje, por haberme hecho digno de llegar a visitar felizmente su santuario, y ya no digo por haberme protegido con su gracia en todo mi viaje siendo tan largo desde Nápoles a Compostela, de dos mil setenta y ocho millas durante un tiempo de cinco meses y catorce días, y siendo un viaje tan terrible, que cualquier hombre valeroso se hubiera desesperado desde el día 11 de junio que partí de Nápoles, en la estación más calurosa del año, y en tiempo de peste y guerra, que desde la Romaña hasta que entré en Francia siempre tuve problemas, y la molestia de las tropas militares y de subalternos en los lugares, pasando bosques, montañas y llanuras terribles y solitarias con agua y viento solamente, hambre, sed y mal dormir, que fueron más las noches que dormí en el campo que las que dormí al cubierto, he sufrido mucho, que muy pocas veces he reposado con tranquilidad, sino generalmente en la tierra o en la paja con el agotamiento de larguísimas jornadas, que por necesidad me esforzaba en hacerlas hasta de cuarenta millas al día con peso de equipaje encima, y dos días a la semana, pan y agua, sin deciros otras devociones que yo observaba, y de haberme visto muchas veces en peligro de muerte, parado y robado por ladrones, y con obstaculización de paso en muchas partes de mi viaje, y tantas y tantas otras desgracias que no se pueden explicar en este libro mío, ni tengo suficientes palabras para decirlo de otra manera, únicamente se puede decir que desde Nápoles hasta Santiago fue siempre para mí un viaje de gran padecimiento y lleno de desgracias, que tendría que haber muerto en mil lugares a causa de las persecuciones.

Pero la omnipotencia del misericordioso Dios, y ayuda de la Virgen Santísima, y con la protección de mi glorioso Santiago, llegué felizmente, y fui liberado de todas las desgracias que pudieran haberme sucedido.

Así que, después de haber adorado y dado gracias a mi glorioso Santiago, por mí y también por devoción de tantas otras personas devotas, que se habían encomendado a mí a la devoción de dicho santo desde Nápoles y durante el viaje, pensé ya de salir de allí e irme al santo hospital, que había hecho una parada en dicha iglesia desde las ocho de la tarde hasta el Ave María, que ya no se permitía estar más, que si no, hubiera estado toda la noche, que el corazón no me empujaba a irme, pero habiéndose hecho ya de noche, me fui al hospital, en donde se me asignó un lecho sin gran limpieza, y sin cena, que dicho hospital no da a los pobres peregrinos otra cosa que tres noches de alojamiento con malísimas camas; allí encontré la primera noche cerca de ciento sesenta peregrinos de diferentes naciones, que no hay un sólo día que no lleguen treinta o cuarenta peregrinos por la devoción de dicho santo.

[subir]

Días en Santiago

La mañana del 26 de noviembre una vez que me levanté, rápidamente me fui otra vez a la santa iglesia, no estando todavía satisfecho de ver aquella santa imagen de mi glorioso Santiago, que allí estuve desde la mañana muy temprano hasta el mediodía, que después estando ya un poco cansado, me fui al convento de S. Francisco, de los observantes, donde el portero me hizo entrar en el refectorio, y me dio bien de comer, y después a la misma hora me fui a la iglesia de Santiago, que todo el día hasta la noche estuve siempre contemplando y considerando las grandes maravillas y curiosidades de aquella hermosa iglesia, que no me quedaba nunca satisfecho.

Pero finalmente, cerca de la media noche, me fui a mi acostumbrado hospital, y se me dio el mismo lecho; la mañana del día 27 me fui de nuevo a la iglesia, siempre con la misma curiosidad de ir visitando capilla a capilla, sitio por sitio, preguntando e informándome de todo a los sacerdotes más capaces, y cada uno me decía, unos una cosa y otras otra, y todas las cosas ponía por escrito minuciosamente, que enseguida escucharéis todo; pero al mediodía, me fui al convento de S. Francisco, donde también fui bien tratado en el refectorio, que el buen padre portero me dijo que siempre que quisiera ir, que fuese, que siempre me encontraría algo para comer, que el tal convento daba grandes limosnas; después me fui nuevamente a la iglesia sin ver ninguna curiosidad, me puse solo en un rincón de la capilla de Santiago, y allí me estuve hasta media hora después de entrada la noche, solo, examinando muy bien mi conciencia, porque había pensado hacer a la mañana siguiente mi confesión general; así que después de haberlo hecho bien, me fui al acostumbrado hospital, que era ya la última noche, y a la mañana siguiente me procuré un alojamiento en una posada para todo el resto del tiempo que me quedé.

El día 28 muy temprano me fui a la iglesia y habiéndome puesto en un lugar alejado de la gente, allí estuve un ratito acordándome bien de mi descarriada vida, de la que tenía que acusarme en presencia de mi padre confesor, y habiendo venido ya el padre confesor francisca no, napolitano, que ya estaba avisado desde hacía dos días, me arrodillé, y empecé a decirle mis culpas desde que había tenido uso de razón para distinguir el bien del mal, hasta el momento presente, que el buen padre aceptó toda la incomodidad, que minuto a minuto me andaba examinando, y recordándome pelos y señales, que me tuvo en el confesionario durante cuatro horas y un tercio, y habiéndome dado ya la absolución de todo, me restablecí con el sagrado pan celestial de la santa comunión, y no me fui de aquella iglesia hasta la noche, sin pensar en comer nada, y por la noche habiendo salido de allí me fui a mi habitación, donde había pactado con la patrona de la casa, llamada María Crespa, buenísima mujer, de gran garbo, y sierva de Dios, en donde estaban otros dos peregrinos, pero todos diferentes, quién pagaba más y quién pagaba menos, que con poco gasto se estaba cómodamente, que el que pagaba más era yo, que no pagaba más que cuatro cuartos al día, que son dos grana y medio, y hay muchísimas mujeres que hacen este of icio de alojar peregrinos, sin cobrar mucho por las habitaciones, o camas, todas con colchones de paja, pero las hay también cómodas y más limpias para las personas distinguidas; y así, habiéndome alimentado por la noche con alguna cosilla, casi a la fuerza y no por voluntad, que ya me sentía satisfecho por haberme quitado de encima todas las culpas, que me sentía tan ligero como si hubiese acabado de nacer, que bien me figuraba que no me había quedado ni un pecado venial, como si hubiese nacido en ese momento.

[subir]

La catedral

Habiéndome levantado muy temprano por la mañana del día 29, me fui a la iglesia para empezar a deciros todas las maravillas y curiosidades, una por una, que se ven en esa iglesia, todas pormenorizadamente, que todo hombre que haya venido o venga a Santiago de Galicia, y quisiera escribir sobre el papel las maravillas que aquí se ven, no lo podrá hacer nunca con la minuciosidad con que lo he hecho yo que creería que son cosas imposibles si las leyera.

En primer lugar os hago saber que esta iglesia mayor es sede arzobispal y tiene una estupenda entrada, con un suntuosísimo y numerosísimo cabildo de seiscientos o más sacerdotes, con tres dignidades de canónigos, la primera dignidad son catorce canónigos, siete con título de cardenal dados por los papas Pascual y Calixto I con muchos privilegios, que tienen la capa magna, como si fuesen cardenales, y al hacer la función llevan detrás de sí todo aquel cortejo que pueden llevar los cardenales primeros, y los otros siete son canónigos de dignidad, que tienen los primeros cargos del cabildo; el segundo grado de canónigos son treinta y seis, todos mitrados con capas de color púrpura, como usan los canónigos de Nápoles, también con muchos privilegios.

El tercer grado de canónigos son cuarenta y ocho, sin mitra, pero con capas largas y con otras distinciones.

El resto son todos curas, sacerdotes, capellanes, diáconos, clérigos y otros ayudantes, que diariamente se ven en la iglesia doscientos o más sacerdotes que están de jornada, según las reglas que ellos usan, pero en las jornadas solemnes de festividad debe asistir todo el cabildo entero, que no se puede estar en la iglesia oyendo tantas voces de sacerdotes, que hacen diversos coros en distintas capillas, y al salir de dicha iglesia se sale atontado como un capón.

Además, en la capilla mayor, donde yace el glorioso cuerpo de Santiago no se puede celebrar misa, a no ser los catorce canónigos y el arzobispo de dicho cabildo, y son los canónigos con el título de cardenal, y los siete canónigos de dignidad, también privilegio dado por el Papa Calixto, y confirmado por tantos otros Sumos Pontífices, y en dicho altar se dicen tres misas cantadas por la mañana por las tres dignidades de canónigos de primer, segundo y tercer grado; dicen misa en la capilla de Santiago pero no en aquel altar, sino que se forma otro altar delante de aquel, y allí se celebra, y después se levanta; y cuando viene algún sacerdote forastero u obispo o arzobispo cualquiera que quiera celebrar misa por devoción en la capilla de Santiago, también se coloca otro altar delante, como ya se ha dicho, y allí se celebra, pero en aquel altar, como se ha dicho, no pueden celebrar más que estos catorce canónigos, con el arzobispo de dicho cabildo.

La capilla mayor es la de Santiago, y está situada en el medio de la iglesia, como también el coro, que por atrás, desde uno y otro lado se puede girar alrededor, y están uno frente al otro, cerrados con cancillas de hierro que no pueden entrar seglares, y particularmente en la capilla que hay en el coro, de día, a veces, se puede entrar, aunque todo se ve desde fuera, pero se tiene así, con rejas de hierro para que la gente no se confunda, que todos querrían besar la santa imagen de Santiago; aquella imagen está en el altar mayor y es del tamaño de un hombre alto, toda de plata maciza sin láminas, y está puesto como si estuviera sentado en una silla también de plata, y vestido como un peregrino con toda la vestimenta que éstos llevan encima; el altar está todo revestido de plata y oro, y delante y alrededor de dicha capilla hay cuarenta y ocho lámparas de gran espesor de plata, veinticuatro arañas de luz, doce cornucopias y seis candelabros, cuatro de doce palmos y dos de dieciocho palmos de altura, y no digo nada del grosor del cuerpo; todos estos se pueden considerar donativos hechos por devotos de dicho santo; las lámparas con seis candelabros de encima del altar están encendidas día y noche.

Además me dicen que el glorioso cuerpo de Santiago, yace bajo el altar mayor, y no es visto por nadie, y dicen que hace un siglo o antes se podía ver por todos el Santísimo cuerpo y la cabeza, pero por la gran insolencia de cada día, el santo quiso no dejarse ver más por nadie, de modo que un tal Marcelo, arzobispo de dicha ciudad, queriendo satisfacer la curiosidad de bajar al sepulcro, perdió la vista, y tembló toda la ciudad con fiero terremoto, y desde ese momento se fabricó la puerta del sepulcro, y sólo se abre cada diez años una vez, en el año santo, porque sabed que aquí hay el año santo como en Roma, se ganan las mismas indulgencias, y aquí vienen gentes de todas partes como van a Roma, nada menos, y se ven reliquias y cuerpos santos más que en Roma, y se hace el mismo of icio abriendo la puerta santa a media noche del primer día del año; pero ni siquiera ese día se ve el cuerpo, que bajando sólo una escalera de seis pasos, se camina como si fuese un pasillo de ocho o diez pies, y luego se encuentra una verja de hierro, y ya no se va más adelante, y desde dicha cancilla se ve dentro el santo sepulcro, y no se ve más que una luz que cae de encima de la iglesia por un agujero, que las llaves de dicha cancilla están depositadas en Roma; o sea que quiero deciros que no se ve más que la imagen de plata de Santiago sobre el altar mayor, como ya he dicho.

Luego, detrás de dicho altar mayor hay dos pequeñas puertecillas, es decir una del lado derecho y otra del lado izquierdo que se abren sólo dos horas por la mañana y dos al mediodía para hacer subir a los peregrinos a besar y a tocar la santa imagen de Santiago, que está encima del altar mayor, y no siendo peregrino no se puede subir, que cualquier persona acomodada, o caballero o dama o sacerdote u obispo, o incluso que sea el rey, no puede subir, si antes no se pone encima algún signo de peregrino, que este es privilegio sólo de peregrinos, puesto por el Papa Calixto, y confirmado después por muchos otros Pontífices, y por la puerta de la izquierda se sube, y por la de la derecha se baja, y se suben doce peldaños y se bajan otros doce, y sólo puede subir una persona a la vez porque es estrecha; al subir dicha escalera se encuentra un pequeño rellano que viene a estar justo detrás de la imagen de Santiago, y en dicho lugar hay siempre dos clérigos que enseñan cómo deben hacer los peregrinos; aunque más bien están para vigilar el tesoro y para dirigir a la gente, así que, habiendo yo subido la primera vez, hice como hacían los demás, que se acostumbra a poner nuestro sombrero en la cabeza de la propia imagen del santo; habiendo hecho yo esta operación de poner mi sombrero en la cabeza, y tocarlo con el suyo propio, hice lo mismo con el bordón, con la muceta y la cartuchera, y revestí toda la indumentaria quitándola de encima del peregrino y poniéndola encima del santo apóstol Santiago, pero sólo por un momento, que enseguida se quitan y se ponen de nuevo encima del peregrino, y luego se le da un abrazo a la santa imagen, encomendándome al santo según mi intención, salí enseguida llevado por aquellos clérigos que son ayudantes y os hacen bajar por otra escalera a mano derecha para dejar espacio a los otros peregrinos que vienen cerca, y esta operación yo la hice al mediodía y por la mañana durante todo el tiempo que estuve aquí, porque me parecía que me diese una gran dignidad, que no es pequeño privilegio este que gozan los peregrinos.

Hablando del coro que está situado, como dije, en medio de la iglesia, que también desde atrás de dicho coro se gira alrededor, y este coro es soberbio con tres órdenes de asientos para los canónigos de primero, segundo y tercer grado, todos con sus distinciones de los otros sacerdotes de misa, además del dosel del arzobispo, que no se ve más que plata y oro; además hay dentro de dicho coro dos riquísimos, magníficos y grandes órganos que al tocar las registros del medio se oyen por buena parte de la ciudad, cosa de no ser creída.

Luego, delante de dicho coro hay una pequeña columnilla de bronce, donde dicen que está el bordón, es decir el bastón que fue usado por el apóstol Santiago, y en dicha columnilla hay un pequeño agujero, justo para que puedan entrar las cuatro puntas de los dedos de la mano, y metiendo los dedos en aquel agujero, se toca el bastón, pero no se ve porque la columnilla está toda fundida en una pieza, sin llave, y tocándolo se ganan muchas indulgencias.

Más adelante de dicho altar mayor, encima de la verja de hierro hay una pequeña cruz de madera con la imagen de Jesucristo en pintura, cuya cruz dicen que fue usada por el apóstol Santiago en tiempo que echaba fuera de España a los moros, y adorando esa cruz se ganan muchas indulgencias otorgadas por Pío V.

Más atrás de dicho coro hay otra pequeña cruz con la imagen de Cristo Señor Nuestro, que está con la cabeza inclinada, que en el año 1500 habló a un canónigo de vida santa, mientras dicho canónigo adoraba esta imagen, y de la misma manera que habló así se quedó con la boca sonriente y la cabeza inclinada, y después de esto ha hecho muchísimos milagros, y los sigue haciendo cada día, que se ven gran cantidad de exvotos de oro y de plata por los milagros hechos, y adorando este Cristo, se ganan muchísimas indulgencias, y el pueblo le tiene gran devoción.

Todavía más atrás de dicho coro, a mano derecha está la Capilla del Tesoro, es decir tesoro de reliquias, que es más grande que una galería, y se abre dos horas por la mañana, y dos horas al mediodía, que hay primero, segundo y tercero penitencial, y cada uno de ellos tiene las llaves, y cada vez que se abre tiene que ayudar uno de esos penitenciales para hacer ver todas y cada una de las reliquias que allí están, y dicha capilla se ve toda llena de muchísimos cuerpos de santos, y ya no hablo de tantísimas cabezas, piernas, pies, manos, dedos, brazos, vientres, ampollas de sangre de mártires, que hay también una pequeña ampolla con la sangre de S. Jenaro de Nápoles, y también dos ampollas llenas, una de leche de los pechos, y la otra de las lágrimas que se derramaban de los ojos de la Virgen sobre el monumento de su Santísimo Hijo, y también se ven los cabellos y vestidos de la Virgen, con tantas y tantas otras reliquias cuantas pueda haber en Roma, o incluso en Jerusalén, que este santuario de Galicia es una de las tres basílicas de la cristiandad, que son Roma, Jerusalén y Santiago de Galicia, que me dicen los propios penitenciales que las mismas indulgencias que se ganan en Roma y en Jerusalén se ganan también en Santiago de Galicia, por haber sido el primer apóstol en morir después de la muerte de Jesucristo; y en dicha capilla no se puede entrar, excepto los peregrinos, el mismo privilegio gozan para subir la grada de detrás del altar mayor de Santiago puesto por el Papa Calixto y por Pío V, aunque abriendo la primera puerta se encuentra una cancilla de hierro que más adelante de allí ya no pueden pasar los paisanos, o sea los que no llevan la insignia de peregrino, pero fuera de dicha cancilla se ve todo, pero los peregrinos todos entran, y el penitencial les va enseñando y les hace ver con detalle cada una de las reliquias, y se las hace besar casi todas, y tocar también las coronas u otras devociones que los peregrinos traen, y con gran minuciosidad les hace comprender ésto y aquello, y éste es tal santo, y aquélla tal cabeza, y ésta tal reliquia, y además les dan un papel impreso con todas las reliquias que hay allí; y en dicha capilla se ganan millones de indulgencias otorgadas por muchos sumos pontífices, y casi todo el tiempo que estuve aquí, entraba por la mañana y al mediodía.

Al salir fuera de dicho tesoro hay una capilla de la Virgen Dolorosa, llamada en su lengua Nuestra Señora de la Piedad, que es una Virgen milagrosa, que hay alrededor muchísimos exvotos de milagros hechos a sus devotos, que parece que se habla de ella por todas partes, y allí se ganan muchísimas indulgencias.

Después, en la capilla de las ánimas del Purgatorio se ven otras reliquias, y se ve el monumento de un tal Enrique de la antigua familia de casa Tocco Bono fundador de dicha capilla y de dicha iglesia, que fue el primero en echar a los moros de España, que Santiago muchas veces lo presenta con caballo blanco y espada desenvainada en la mano, a la cabeza de su armada animando a la gente, y le hacía hacer todo lo que el tal Enrique quería, y por ello fue el primero en levantar este gran templo e hizo su capilla con su sepulcro, que se ve entorno a las paredes las descripciones de todas sus conquistas y la ayuda obtenida de parte de Santiago, y hay en la capilla muchísimas indulgencias, que quien haga celebrar una misa ella, saca a un alma del purgatorio, la más querida. En la capilla de la Inmaculada Concepción hay muchas reliquias, y se ganan grandes indulgencias concedidas por el Papa Calixto; la capilla fue fundada por Alfonso Porras, primer arzobispo de la ciudad.

Detrás del altar mayor está la capilla del Santísimo Sacramento fundada por S. Luis, rey de Francia con soberbio coste, y se ganan gran número de indulgencias.
Más hacia la mano derecha entrando a la iglesia hay una escalinata de seis escaleras, y allí se encuentra una capilla del ángel de la guarda fundada por Felipe 11, rey de España de gran coste, y hay muchas indulgencias; no hay capilla en la que no se conserven reliquias y en todas se ganan indulgencias, estaciones y perdón y absolución de todos los pecados.

Además hay que haceros saber que la mañana del día 30 fui a la cima del campanario para ver varias curiosidades y maravillas, primeramente hay una campana de treinta y tres palmos de contorno, hecha por San Luis, rey de Francia, con el badajo de tres agujeros con tres cadenas que para tocarla a toque se necesitan tres personas, y con su sonido no se puede tocar, siendo demasiado extravagante, y dicha campana sonó por sí misma cuando Santiago hizo un milagro a un peregrino, que se iba a colgar inocentemente en Santo Domingo de la Calzada, la cual hace también algunos milagros, que la persona que tenga dolor de cabeza, toca con la frente la campana y le pasa inmediatamente el dolor; y para las mujeres que no pueden parir, basta con que se den tres golpes en dicha campana, y dan inmediatamente a luz, y se conceden allí muchísimas indulgencias del Papa Pascual 11, y hay dieciséis campanas entre pequeñas y grandes, pero en el campanario no hay nada de particular, si bien en aquel tiempo se estaban haciendo dos campanarios nuevos en las dos esquinas de la iglesia de inmenso coste.

Y desde aquí arriba me fui a ver otra maravilla bastante milagrosa, que viene a estar justo encima de la cúpula de la capilla mayor, donde yace el cuerpo de Santiago, en donde hay un gran trozo de mármol con un agujero en medio del tamaño para que pueda pasar un hombre, y deben de pasar casi todos los peregrinos, porque los confesores ponen como penitencia el pasar y volver a pasar por dicho mármol agujereado que dicen que se ganan muchas indulgencias, y dicen también que cuando uno no quedó bien confesado y no es digno de ganar el mérito del santo viaje a este Santísimo santuario no puede pasar porque aunque el agujero es grande, se hace muy pequeño, pero no hay nadie que se acordase de que le hubiera sucedido este caso a ninguna persona, aunque lo digan los propios confesores; y yo pasé y volví a pasar tres veces al día durante todo el tiempo que aquí estuve, y pasé siempre libremente, tanto al pasar como al volver a pasar, y éramos, a veces ocho o diez peregrinos que pasábamos libremente; pero lo que a mí me maravillaba es que pasaba yo, que era pequeño, lo mismo que otro de medida extravagante, aunque fuese un D. Lelo Cáraba, cosa que dejaba admirado a todas las personas.

Todavía más encima de dicho mármol había un gran balón, según es costumbre en dichas cúpulas, y encima de dicho balón había una cruz de bronce con la descripción en lengua hebraica, y dice que quien no llega a besar la peana de esta cruz, no llega a tener el mérito de haber estado en Santiago de Galicia, y dicha cruz se plantó encima de dicho balón, justo a la altura de un hombre, pero que sea un hombre maduro, no un niño, que entonces a penas podrá tocar la peana de dicha cruz alzando lo más que pueda el brazo, y la cosa maravillosa es que yo pueda tocar dicha cruz, que soy un hombre de tamaño normal, y lo mismo la pueda tocar un hombre que sea de extravagante altura, aunque sea más alto que un gigante, que ni se pasa, ni le falta, sino que llegará a donde llegan todos los demás, y esto dicen todos los hombres más viejos, eclesiásticos y confesores, que es un milagro potentísimo que el apóstol Santiago se digna hacer diariamente en esta santa ciudad, o mejor dicho su santuario, para dejar quedar admiradas a todas las personas que vengan aquí, y ciertamente es cosa como para no ser creída, si no se ve; pero que la crea el que quiera y no la crea el que no quiera; no es en modo alguno aquella fábula que se dice en Italia, que en Santiago hay un agujero que se oyen pasar a todas las almas por el fondo, o aquella otra fábula que dicen que el que no vaya vivo a Santiago irá muerto; esto no es necesario creerlo, porque se engañan, que yo me he informado bien de los confesores y de los padres penitenciales, y me dicen que es todo fábula; se debe venir a Santiago por ser santuario como Roma o Jerusalén, y por ser el apóstol más cercano a Dios, y los que vienen del extranjero ganan más indulgencias que si fueran a Roma; así que quiero decir que pasando por el agujero de dicho mármol, y besando la cruz, se ganan muchísimas indulgencias concedidas por varios sumos pontífices.

Además os digo que en dicha iglesia hay cuarenta y ocho capillas y en todas las capillas hay ciento veintiséis lámparas diariamente, y dieciocho arañas de luz y dieciséis cornucopias y treinta angelotes todos de plata; pero en los días solemnes se ve otra pompa, y particularmente en el año santo, que viene cada diez años una vez; además hay ocho puertas, o sea cuatro pequeñas y cuatro grandes, que vienen a estar en las cuatro fachadas, y en la propia puerta mayor se suben seis escaleras, y en la otra, frente a ésta se bajan cuatro; de la otra, que da a la fachada del hostal se suben cuatro escaleras, y a la de enfrente de ésta se sube directamente.

Además os hago saber que la iglesia es magnífica, grande y bonita, casi más grande que la iglesia del Jesús nuevo de Nápoles, pero mucho mejor hecha, y hecha a seis naves en cruz, que tres entran por la puerta de la fachada del hostal con grandes pilastras y grosísimas columnas con el altar mayor, y el coro en el medio de la iglesia, pero detrás de dicho altar mayor y de dicho coro se gira por toda la iglesia, lo peor es el ser un poco húmeda y oscura por la ocupación de tantas columnas y pilastras hechas todas de antiquísimos mármoles; la iglesia es como si fuese una isla, que no se une a ninguna casa, sólo con el palacio del obispo, hecho por Calixto 11, que transportó la sede del arzobispado de Mérida a esta ciudad de Compostela; hay además dos bellísimas fachadas, una de la parte del hostal y la otra de la parte de los orfebres, y las otras dos que se unen con algunos palacios son muy antiguas.

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La ciudad

La ciudad es grande, pues tiene casi cerca de 50.000 almas, pero mal situada, ya que hay poco sitio por donde puedan andar las carrozas, y se llama Compostela, ciudad riquísima, llena de comerciantes, con muchos habitantes y nobleza y gran concurrencia de forasteros, y sobre todo un gran número de peregrinos que vienen a la jornada en honor del Santo Apóstol protector de las Españas; hay muchísimos conventos y monasterios, entre los cuales está el convento de S. Benito, convento real, que tiene riquezas innumerables, con trescientos frailes, y está el monaste rio de Santa Clara, y el de Jesús, también monasterio real, y tienen grandes entradas y grandes privilegios, y estos tres mencionados dan grandes limosnas; hay seis colegios con estudios universitarios; hay un gran hospital fundado por Felipe 11 y renovado con gran gasto por Felipe V, y es una gran fábrica bastante notable, que atrae a hombres muy importantes en todas las ciencias.

Son muy buenos siervos de Dios y amantes de los pobres, particularmente de los peregrinos; todos los conventos, monasterios y otras casas ricas acostumbran a dar limosna: el convento de S. Francisco empieza con una hora de día, y el convento de Santo Domingo termina por la tarde hacia la hora del Ave María, y todos dan comida cocinada; pero el que da más cantidad de sopa, carne y pan es el convento de S. Benito, y todos acostumbran a dar dichas limosnas con mayor cuidado a los peregrinos que a los pobres de la nación, aunque hay innumerables pobres.
Además todos los canónigos acostumbran a dar limosnas a casi todos los peregrinos, pero no se pide a ninguno limosna en la iglesia, sino fuera de ella; por lo general en el palacio del arzobispo todas las mañanas se da limosna a todos los pobres, pero a todos los que son peregrinos forasteros se les da mucho más que a los nacionales, que yo tenía todas las mañanas cuatro cuartos, que son tres grana menos dos cavalli, y recogía además otras limosnas de los señores canónigos.

Por lo que respecta al comer se estaba muy bien, que además de las limosnas dispensadas por los monasterios y por particulares, también comía varias veces en el refectorio de distintos conventos.

Además hay bellísimos palacios, y calles todas enlosadas con aguas excelentes, y hay gran abundancia de toda clase de vituallas, todas a bajo precio con gran abundancia de pescados, a pesar de estar distante del mar, es decir, de la parte del norte, en donde está la ciudad capital del reino de Galicia llamada La Coruña, residencia del virrey, que no hay más que diez leguas, y de allí viene el pescado del mar océano Cantábrico, y de la otra parte del mediodía, hacia Portugal, de una villa llamada Padrón, que no hay más que cuatro leguas, de allí viene gran abundancia de pescado que se pesca en el mar del occidente, y el pasajero no puede seguir más adelante porque aquí termina la tierra, que no hay más que cuatro leguas de tierra hacia el mar de occidente, que hay que volver para atrás, o bien encaminarse hacia Portugal o por Vizcaya, que si se vuelve atrás, no se encuentra más que mar.

Alrededor de la ciudad hay campiñas muy deliciosas y que producen de todo.

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Los españoles

Dado que ya voy acabando este libro quiero haceros saber las características particulares de los españoles, habiendo sido yo un viajero de a pie por España adelante.
Debéis saber que España es un país menos poblado que Francia, pero más amplio, y que desde el mar gálico se extiende por un gran trecho hasta la parte más occidental de Europa, sometida a un clima bastante benigno por lo que goza de una salubridad perfecta e igual por todas partes; a ella contribuyen la elevación de la tierra que no deja estancarse al agua, y por ello los pastos son más perfectos y los animales tienen más sustancia y sabor, y hay por todas partes filones de distintas clases de metales, y está regada por gran cantidad de ríos con arenas de oro, y son navegables, y la campiña no está muy trabajada por campesinos, tanto por la escasez de población como porque son muy holgazanes, pero son muy cristianos, que nunca han permitido infección de herejía en sus reinos.
Los españoles son de temperamento caliente y seco, y de color pálido; las mujeres son todas feas y de baja estatura, y son circunspectos en el hablar, y se creen todos nobles y graves en todas sus acciones, aunque muestran su valentía sobre todo en las guerras, y particularmente la infantería que usa de grandes estratagemas, y tienen gran sutileza de ingenio y son especulativos y ceremoniosos en los tribunales, y de la universidad salen hombres doctísimos.
Es de reír el ver la gravedad de los estudiantes que usan de grandes títulos, y de ellos en buena medida ha recibido la costumbre nuestra Italia de llamarse todos caballeros; son muy fieles a su monarca, pero reina una gran miseria; tiene por confín este reino por el occidente Portugal y por el norte el océano Cantábrico o mar de Vizcaya y los montes Pirineos que lo separan de Francia y el resto confina con el mar.
Y se dice que todos los autores dividen España en catorce partes, reduciéndolas bajo tres coronas, es decir, la de Castilla, de Aragón y de Portugal, que también camina con España, pero reconociendo sin embargo a su propio rey, y los otros trece reinos están gobernados por virreyes, a excepción del de Castilla la Vieja, y la Nueva, que allí es donde reside el propio rey de España.
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Cumpleaños

Además os hago sabedores de que el día 6 de diciembre, día de S. Nicolás, mi nombre, quise celebrar la jornada de mi cumpleaños, según era costumbre en el pasado de celebrar mi cumpleaños, para la que había conservado ocho o nueve ducados que había recogido de limosnas en mi viaje, e invité a todos los peregrinos italianos que estaban en mi pensión y a todos los que estaban en otros alojamientos, con el patrón y la patrona de casa con otros parientes suyos, que fuimos a cenar veinte personas con música de tambores, pífanos y trompetas y disparo de algunos cohetes, y quema de algunas hoguera y treinta farolillos de papel, todos alrededor de dicha pensión, que estaba toda la calle iluminada, según se usa en las fiestecitas de Nápoles, y con mucha alegría de muchachos que gritaban en voz alta en aquella calle, "viva, vivas al Señor D. Nicolás, viva S. Nicolás y viva Nápoles", justo como se hace en Roma la víspera de S. Pedro en la plaza Farnese, en donde todos dicen "viva Nápoles y viva el rey de Nápoles", porque a aquellas gentes les parecía cosa maravillosa ver aquella iluminación de luces y hogueras encendidas, porque en esos lugares no se acostumbra eso, y por haber sido una buena noche, se reunieron muchas gentes de la ciudad; además, dentro de la casa, había hecho un altarcito con un cuadro de S. Nicolás con sus adornos, y luces de cera, e hice que se cantara por dos clérigos la Salve Regina española, y había colocado también un asiento como si fuera dosel para hacer la función de mi besamanos, sólo entre nosotros los peregrinos, y cantamos también el Te Deum laudamus, y después de esto cenamos, y fue una cena abundantísima en carnes por ser miércoles, y entre otras cosas hubo vino en abundancia por ser barato, y estuvimos con gran alegría, que de los ochenta y seis carlini que había reunido no me quedó más que un quattrino, porque todos quisieron derrocharlo en vino.
Así la mañana del día 7 no había persona que no me preguntase por la calle y en la iglesia, si era yo el peregrino que había hecho aquella fiesta la noche anterior, y todos decían " jviva usted muchos años!#, y creo que ha quedado la memoria de esta fiesta.
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Itinerario

Luego, en la mañana del día 8, festividad de la Santísima Concepción, hice otra vez mi confesión, y tuve la fortuna de ver el cuerpo del Papa Pascual 11, Sumo Pontífice, tan gran benefactor de dicha iglesia, que se ve conservado dentro de una caja de cristal encerrada en otra de mármol, y se ve solamente este día dentro de la capilla de las ánimas del purgatorio, y se ganan muchísimas indulgencias.

Os digo también que desde Nápoles a Santiago, con las reglas de mi juicio de contar las millas día a día del tránsito de un país a otro, he encontrado después de hacer el cálculo, el número de dos mil setenta y ocho millas, hecho en el espacio de cinco meses, y diecisiete días, pero de camino son tres meses y cuatro días, porque dos meses y trece días estuve de descanso en diversos lugares, que a veces me paraba; pero tenéis que saber que para este viaje que he hecho yo, son esas millas porque yo no he seguido nunca el camino recto, que siempre he atravesado en distintas partes la caminos, para mejor comodidad o por gusto, como también para evitar los pases, porque era tiempo de peste y tiempo de guerra, que en primer lugar se me negó el paso en el Piamonte, y tuve que hacer el camino de Milán a Génova y el de la ribera de Poniente, Provenza, Languedoc y el de Cataluña, de Madrid, y desde Madrid a León, que todos fueron caminos que alejaban centenares de millas; pero desde León a Santiago se hace ya el camino recto.
Pero el verdadero camino derecho que se debe hacer para ir a Galicia, sería desde Roma por Florencia, Milán, Piamonte, Lión de Francia, por París por la vía de Borgoña y San Juan de Luz, y se entra en España por Vizcaya confinando con Galicia, y de esta manera se sigue el viaje siempre recto; y se hacen en este viaje mil seiscientas sesenta y seis millas, y se ahorran cuatrocientas doce, y es siempre el viaje que hacen los peregrinos y correos. Pero hay siempre montañas horrorosas y despobladas; así que quiero deciros que para el viaje descrito, el viajero podrá hacerlo cómodamente en un período de tiempo de 6 meses, entre la ida y la vuelta.

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Advertencias

Pero no quiero olvidar antes de finalizar este libro mío el manifestar claramente algunas advertencias, habiendo sido yo un solitario viandante, por si se diera el caso de que algún viajero se quisiera acompañar con la guía de este libro mío, porque se puede saber bien de quien ha padecido y no de quien aún debe padecer. De manera que la:

Y aquí terminan las advertencias de vuestro siervo Albano, aunque habría mucho que decir, pero baste sólo esto, y entre tanto es necesario haceros saber el final del libro que habla sólo del viaje empezado en Nápoles y terminado en Santiago de Galicia, pero este primer tomo sólo habla de esto, porque del regreso de Santiago hablo en el segundo tomo que termina en Nápoles, y donde están descritos con más minucia los casos sucedidos, y termino.
Y de ahora en adelante, empezaré la tabla de las millas que hay desde Nápoles a Santiago, pueblo a pueblo, con su nombre, ciudades, castillos, burgos, y hosterías, hablando sin embargo del camino del viaje hecho por mí con todo el detalle y la particularidad que se pueda poner en el papel.