http://www.geocies.com/Yosemite/Trails/8558/index.html
En el camino hasta Rabanal nos encontramos con un cartelillo traidor que nos hizo dar un rodeo considerable. Si mal no recuerdo, estaba entre Santa Catalina de Somoza y el Ganso. Da mucho el cante porque es el único cartel del contorno. Señala a la derecha de la ruta y tiene un peregrinillo (puteado, supongo) pintado. No hay que hacerle caso.
Después de andar un rato se llega a Rabanal del Camino. Pueblo muy pequeño que sin embargo cuenta con dos albergues y ambos cojonudos. Además en uno de ellos se da prioridad según el medio de transporte empleado y el estado físico (aunque también tienen algún otro criterio más discutible como el lugar de origen (no el de comienzo de la marcha, el de origen de la persona(!))). Hay dos bares (mesón y bar) un panadero[1] que aparece en furgoneta a media mañana, y según las guías unos castros (fortalezas) astures que no llegamos a localizar y de cuya existencia los lugareños no tenían ni puta idea (al final avistamos unas piedras en lo alto del único cerro de los alrededores que podrían ser).
Merece comentario el pan del lugar.
A pesar de encontrarnos en la provincia de León, el pán es ya propiamente gallego: ese pan correoso y aspero que tiene la impagable cualidad de no ponerse duro ni mohoso.
Compré un pan. De quilo. Cuando volvimos a Madrid parte del pan seguía en la mochila de Norberto... ¡igual de blando (o duro) que al principio!
Las piedras las había de todas las formas y tamaños. Dicen las guías que cada peregrino debe llevar una piedra desde su lugar de origen, sin embargo cada uno la coge de donde puede (más bien de allí cerca). Yo tire varias, porque conseguir que una se quede en lo alto del montón es realmente difícil.
Llamaba la atención una piedra del tamaño de un baul pequeño con algo escrito (con pintura blanca) sobre ella: «familia garcía-nosequé». Curiosa familia la garcía-nosequé. O bien improvisaron unas parihuelas para llevar la piedra a rastras desde su pueblo hasta allí, o bién llegaron al lugar en coche con la piedra en el maletero.
Tendremos que confiar en la versión de las parihuelas. Unos peregrinos tan orgullosos de serlo como para llevar una piedra de cien quilos allí arriba no pueden haber hecho el camino en coche.
O las parihuelas o el psiquiatra.
A partir de la Cruz de Hierro la cosa empieza a llanear y al poco trecho a bajar. Lo primero que se ve del bierzo son las dos columnas de humo de una central térmica que hay cerca de Ponferrada. Se sigue por la carretera, bajando, el paisaje es impresionante, hasta que el camino se separa a la izquierda (está debidamente señalizado) y baja directamente y con una pendiente de impresión a El Acebo, primer pueblo del Bierzo, en el que además de bares hay refugio. Pasado El Acebo el camino y la carretera juegan un poco al ratón y al gato y se pasa por otro pueblo la salida del cual es un poco delicada (yo tuve que preguntar) porque el dueño de un mesón ha puesto sus propias flechas. Se empiezan a ver castaños (yo no los conocía), algunos grandiosos. Se pasa un río o arroyo, y se cruza la carretera.
Después de cruzar la carretera descansamos un poco y tomamos contacto con dos lugareños (uno joven y otro viejo) que andaban por allí. Tuve la ocurrencia de preguntarles qué idioma se habla allí (según las guías y las pintadas, gallego). No se pusieron de acuerdo. Uno decía que castellano y el otro que leonés (el gallego ni lo nombraron). Lo cierto es que la discusión la entendimos bien. Después tuve la segunda ocurrencia: les pregunté la hora, y, sorprendentemente, tampoco se pusieron de acuerdo en eso. Les dejamos discutiendo.
Ahí el camino cambia a la margen derecha de la carretera y se empieza a hacer abrupto, al poco se convierte en una tortura. Tal vez la culpa fue nuestra por intentar ir demasiado rápido. Luego se junta momentaneamente con la carretera y se vuelve a separar (subiendo) para seguir siendo igual de difícil (si se tiene prisa lo mejor es seguir por la carretera después de cruzar el río que he mencionado antes) hasta que, ¡por fin!, se junta finalmente con la carretera pocos metros antes de entrar en un pueblo que los de la zona llaman «La Molina» y que en los mapas y guias aparece como «Molinaseca». Es un pueblo grande con todo y con dos cosas muy importantes: Refugio y Río. El río lo han acondicionado en un tramo como piscina y está de puuuuta madre (ahora, que el agua tiene que estar friísima). El refugio es nuevecillo y en él se come barato. Mucha gente se quedó allí en vez de ir hasta Ponferrada, que son unos 7 Km. De La Molina se sale por la carretera. Al rato aparece una senda alternativa a la izquierda. ¡Se recomienda encarecidamente no cogerla! Al cabo del rato se entra en Ponferrada y todavía hay que andar bastante hasta llegar al albergue, que está junto al castillo. El albergue está un poco decrépito y es todito de madera (qué peligro con los incendios). Ponferrada no está mal, merece la pena darse una vuelta.
Lo de Villafranca tiene su miga sin embargo. Hay dos albergues (y al parecer una zona de acampada): el municipal y el del Jato. Del municipal lo único que se puede decir es que es fenómeno. El del Jato, que está cincuenta metros más allá, es otra historia. El Jato es un lugareño que con toda su familia se dedica a servir a los peregrinos. Ha «acondicionado» unos antiguos invernaderos como albergue. La verdad es que el resultado es treméndamente cutre. Lo hace en principio altruistamente y por la voluntad, aunque hay vecinos que cuentan otra cosa y le ponen a parir. En la tarde-noche hace queimada a la que invita (voluntad mediante) a todo el mundo. Lo menos que se puede decir de él es que es un personaje controvertido.
Villafranca tiene todos los servicios. Piscina incluida.
Una última nota sobre Villafranca. Antes he dicho que poco antes de entrar en la ciudad, el camino está rodeado de frutales. En la época en que yo lo hice (19 de julio) los frutales estaban cargaditos de peras, ciruelas, y demás. Yo no cogí ninguna (eso de robar no va conmigo), pero hubo gente que se encontró a los lugareños propietarios de los terrenos y además de regalarles toda la fruta que quisieron les dijeron que ellos no recogen esa fruta porque no se puede vender y que les hacían un favor cogiéndola porque evitaban roturas en las ramas y que se pudriera en el árbol. Así que que cada uno vea, pero en principio en esa época se puede coger sin mucho peligro de que un lugareño te sacuda un zurriagazo.
Se sale de Villafranca por un túnel con una acera pequeña, y después carretera y manta. En un momento se llega a no se que sitio en el que hay un restaurante de carretera al ladito del cual hay una tienda-bar más cutre exteriormente en la que invitan a un vinillo y un trozo de empanada a los peregrinos. (se pasan varios pueblos pero, cosa frecuente a partir de ahora, no me acuerdo de los nombres). En un momento el camino se separa de la carretera y baja (un poco) y empieza a seguir la antigua carretera nacional VI. Facilmente reconocible porque en la mayor parte de los pueblos se llama «calle carretera nacional VI». El segundo (¿o era el primero?) pueblo que atraviesa es «Vega de Valcarce» (el Valcarce(l) es el río que se ha ido siguiendo desde la salida de Villafranca) allí hay albergue, y como hay aún 15 quilómetros hasta El Cebrero, y como son de una subida de cojones, mucha gente se queda en Vega de Valcarce y los que seguimos les envidiamos. A partir de ahí empieza la subida de verdad, un poco más adelante por camino. No recuerdo los nombres de los pueblos, sólo sé que hasta ese día no recordaba haber sufrido tanto. Horrorosa. Para colmo en el Cebreiro había fiesta (la del peregrino, para más inri) y veíamos los cohetes y un buen rato después los oíamos. Deprimente. Al final se acaba llegando (¡Milagro!).
Mientras tanto el Jato había subido las mochilas de los de su albergue en coche y, como el albergue del Cebreiro lo abren a las 16:00, las había puesto junto a la puerta. La gente había ido llegando (después) y a las 15:45 allí había una cola de unos 80 peregrinos, muchos armados de cayado, esperando que apareciera el primer desmochilado que intentara ponerse en la cola junto a su mochila. Afortunadamente los únicos que lo intentaron fueron unos viejecillos irlandeses que se tuvieron que avenir a razones y llevar sus mochilas (e ir ellos) al final de la cola.
Hoy lo pienso y me siento un poco culpable. Estos eran unos viejecillos irlandeses (viejecillo y viejecilla) a los que vi por primera vez en Villafranca. Llevaban una guía escrita por algún compatriota peregrino y --al igual que ellos-- romántico, puesto que, a pesar de haber contemplado los «lujos» del albergue municipal, me preguntaron por el albergue del jato (que en la guía se recomendaba por su espíritu altruista) y allí se fueron. Y, lo que es más sorprendente, a pesar de haber contemplado los «lujos» del albergue del jato, en él se quedaron.
Los dos eran blanquísimos, al menos en origen, porque a aquellas alturas ya tenían el tono propio de los centollos una vez cocidos. La viejilla, a pesar de no tener el exceso de peso de su marido, tuvo bastantes problemas físicos (musculares, me refiero, lo de las quemaduras (o más bien la quemadura) parecían llevarlo con estoicismo).
No me puedo imaginar como lo tuvieron que pasar para llegar al Cebreiro. Basta decir que iban sin mochilas y llegaron los últimos con mucha, mucha diferencia. Cuando los peregrinos, al verles aproximarse a sus mochilas que el jato había dejado junto a la puerta del albergue, comenzaron a «sugerirles» que fueran al final de la cola el hombre se dirigió a mí (sin duda me recordaba del día anterior) para preguntarme si no había cierta indulgencia con los peregrinos de la tercera edad. No la hubo.
El desarrolladísimo sentido ibérico de la justicia, supongo.
El albergue del Cebreiro... en fin, baste decir que la habitación que me tocó y compartía con otros 7 era la viva imagen de un chabolo penitenciario. En otras plantas (la mía era la baja) la cosa estaba mejor. Al final decidimos montar tienda en lo alto del Cebreiro y allí dormimos, con un biruji que se nos llevaba pero muy a gusto.
Para comer en el Cebreiro los que llegaron pronto lo tuvieron más fácil porque en la fiesta esa del peregrino (20 de julio) invitaban a pulpo y a vino, así que más de uno se puso las botas. Yo fui al mesón Carolo que no estuvo mal. Tal vez un poco caro.
Ojo al salir del Cebreiro. La carretera buena es la que pasa junto al albergue.
Hasta Triacastela la cosa está bien. Al principio hay un monumento al peregrino desconocido al lado izquierdo de la carretera (el camino queda al derecho) en el que merece la pena echarse una foto. Después hay una subidita de órdago (¡pero no era todo bajada??!!!) y luego una bajada (más o menos) larguííííísima hasta Triacastela (todo pasando por mil aldeillas) por corredoiras y tal. No fue cansado y sí bastante bonito.
En Triacastela hay todo lo exigible: restaurantes, supermercado, farmacia, albergue.... la única pega es que el abergue lo abren a las 15:00 o las 16:00 . Mucha gente se queda allí.
Para ir de Triacastela a Sarria hay dos caminos posibles: por Samos, o, el tradicional por San Xil. El que va por Samos es 10 quilómetros más largo o algo así y además por carretera, pero se puede pernoctar en Samos, donde hay albergue en el monasterio.
Yo recomiendo ferviertemente el de San Xil. No conozco el de Samos, pero el de San Xil es la hostia. Precioso. Bestial. Todo lo que diga es poco. Se empieza a subir al salir de Triacastela, y se pasa por Balsa, una aldeita rodeada de una naturaleza acojonante. Después se pasa junto a una fuente puesta por la Xunta con forma de Vieira (buen sitio para descansar; al peregrino que en ese lugar se detenga tal vez le entren ganas de cagar. ¿original? Pues no. El bosquete junto a la fuente parece una manifestación de mierdas. Es difícil andar sin pisarlas, más aún encontrar "letrina" libre; cuidado con las moscas -son caníbales-) y al poco se pasa junto a San Xil. Todavía queda mucha subida. Cuando por fin se llega a lo más alto el camino se bifurca, por un lado baja y hay un cartel que dice «fuente», por el otro sube un poquito más al alto de noséqué. Bien, yo cogí el que sube y (odio las subidas) estaba muy bien. En el de la supuesta fuente, según los que lo cogieron, la fuente no se ve por ningún sitio; y además bajas para subir inmediatamente. Luego, si mal no recuerdo, se empieza a bajar y se pasa por pueblillos, tierras de labor, y un bosque autóctono de robles que nuevamente es acojonante. De cuento. Después se sube un poquin más (ya por carreterilla) y se acaba llegando a Calvor, que queda a 4 o 6 quilómetros de Sarria. En Calvor hay albergue, y dicen los que allí se quedaron que está bien. En Sarria el albergue está fenómeno, pero el problema es que como Sarria queda a 111 quilómetros de Santiago (el mínimo para obtener la compostelana son 100) hay mucha gente que empieza el camino allí, además, si venimos desde el Cebreiro llegaremos bastante tarde, en definitiva, que la probabilidad de que el albergue de Sarria esté lleno llenísimo es muy alta (según las fechas también, si no son las cercanías del 25 de julio seguramente sea más baja). Así que en principio merece la pena quedarse a pasar la noche en Calvor. Si se sigue hasta Sarria le espera a uno la depresión de ver como en el mojon del quilómetro 114 o algo así pone «sarria» pero Sarria no se ve por ningún sitio. Todavía quedan 4 quilómetros que se hacen larguísimos. Llegados a Sarria hay que subir (¡dios!) al albergue.
Sarria es una ciudad importante que tiene de todo. Se puede comer bien por 800 pesetas (en 1997) en el hostal londres. El albergue está muy bien, las duchas magníficas. La única pega es que seguramente esté tan lleno que no puedas usarlas. Hay mucha marcha nocturna. Se puede llegar a un acuerdo con los del albergue para volver a altas horas (si uno de los del grupo queda encargado de abrir desde dentro).
Al salir de Sarria hay una subidilla, nada importante, aunque a estas alturas uno ya está hasta los huevos de las subidillas de 45 grados. Después es llano y se pasa por varios pueblillos. Al salir de uno de ellos hay una puta piedra con dos flechas amarillas, una a la izquierda (un caminillo), y otra a la derecha (sigue el camino principal). Bien, evidentemente la piedra esa (está en lo alto de una tapia) ha sido movida. Hay que fijarse en otra flecha que hay en el suelo y que apunta inequivocamente al camino de la derecha. Al poco se coge una corredoira a la izquierda y tal y tal... . Antes de llegar a Ferreiros hay un arroyo convertido en camino, por el que se sube saltando de piedra en piedra. Puro Lugo. En Ferreiros hay albergue (que no vi), y una casa convertida en bar para la ocasión. Comimos bien, barato, y los viejecillos fueron muy simpáticos.
Antes de Ferreiros, está el quilómetro 100 (100 quilómetros hasta Santiago). Cuando yo pasé había un montón de papeles sobre el mojón con una piedra a modo de pisapapeles. En ellos los peregrinos habían ido escribiendo sus pensamientos, sentimientos, y demás en ese trascendental momento del paso por la centena. Generalmente eran frases de ánimo.
Los viejecillos de Ferreiros nos aseguraron que de allí a Portomarín era una delicia, todo bajada de la de verdad (no de la gallega). Mentira. No tengo muchos recuerdos de esa parte porque me empezó una tendiditis en un tendón de aquiles que hacía que las estrellitas no me dejaran ver el camino. Sólo recuerdo una bajada horrenda (en mi estado mucho más) antes del embalse --al final de la cual yo esperaba ver los cuernos de algún ciclista clavados en un árbol (pero ni eso)--, y la subsiguiente subida (igualmente horrenda) hasta el pueblo.
Portomarín esta en la ribera de un embalse del Miño. En realidad es un pueblo nuevo, hecho con cachos de otros tres pueblos (el antiguo Portomarín entre ellos) que quedaron cubiertos por el embalse. Tiene todo lo exigible excepto un albergue suficientemente grande. Así que los que llegamos tarde fuimos al polideportivo municipal y allí dormimos en el suelo (todo estaba guarrísimo). Gracias a dios pudimos ducharnos (al módico precio de veinte duretes).
A la salida de Portomarín se puede ir por la carretera o por un cerro. Yo, no tenía muchas ganas de subir y bajar, fui por la carretera y no estuvo mal. (...quilómetros...) . A la salida de uno de los pueblos, cuando se va por la carretera, había una flecha amarilla en el palo (soporte metálico) de una señal de tráfico que parecía señalar a un camino a la izquierda de la carretera. Nada de eso. Hay que seguir por la carretera. Los que cogieron el camino tuvieron que retroceder. Al ratillo se llega a «Hospital». Allí hay una casa convertida en bar y un albergue. La casilla convertida en bar está muy bien. El albergue no sé (estaba cerrado). Al pasar el albergue hay que cruzar la carretera (¡Cuidado con los coches!). Después de eso el camino es bueno y no hay albergue hasta Airexe (¡a pesar de lo que digan las guias!). En Airexe además hay una casa que, en tiempo de peregrinos, funciona como bar-restaurante. Está al ladito del albergue. El dueño es un gallego emigrado a la Argentina y regresado que como nota curiosa tiene unos cuantos emúes (el avestruz argentino) en el jardín. (Pregunta: ¿por qué en el sello del albergue de Airexe pone «albergue de Ligonde»?).
De Airexe a Palas del Rei lo hicimos a la carrera porque se nos iba la luz. El albergue de Palas lo vimos por encima. La impresión fue buena, aunque, como es habitual a partir de Sarria, estaba bastante lleno. Es un pueblo grande con todo.
Entre Palas del Rei y Melide se cambia de provincia. De Lugo a La Coruña. Dicen las guias que el cambio se nota, y es verdad. Lamentablemente tuvimos que hacer algo que (a pesar de las luciérnagas) no recomiendo a nadie: Ir por la carretera y de noche (te juegas, literalmente, la vida). Llegamos a Melide pasada la media noche, así que tuvimos que plantar la tienda en el jardin del albergue. El aspecto de éste es magnífico. Melide es un pueblo grande, y tiene una pulperia en la que se toma un buen plato de pulpo y una jarra de vino por 900 pesetas. Muy popular entre los peregrinos. Merece la pena sellar en la cervecería «el peregrino».
Recuerdo que antes de llegar a Arzua había un pueblito con albergue con la particularidad de que éste se encuentra prácticamente sobre un río. Inmediatamente se sube a Arzua, que es una gran calle con casas a los lados. Tiene todo lo necesario (incluido albergue, que esta a la salida) y se puede sellar en la biblioteca municipal.
El recorrido entre Arzua y Rua es puramente lucense, pese a estar en La Coruña: caminitos, aldeitas, y tal. Había un punto, después de cruzar la carretera para entrar en un pueblito, en el que no estaba claro que camino tomar. Por suerte por toda la zona no falta la gente y se puede preguntar. El camino bueno era el que conducía de nuevo a la carretera. Un tramo después la sucesión de aldeillas es continua, y sin darnos cuenta, en una de ellas, perdimos el camino y nos encontramos en la carretera. Recuperar el camino costó un poco (ir por la carretera en ese tramo es peligroso), asi que se nos hizo de noche y sólo nos dio tiempo a llegar de nuevo a la carretera (en ese tramo el camino hace una especie de zig-zag cruzándola una y otra vez) y plantar la tienda en la parte de atrás de un bar de carretera con unos propietarios muy amables. Lamentablemente no recuerdo el nombre del bar en el que, por cierto, cenamos muy bien.
Mientras cenábamos pudimos ver en la tele las celebraciones de la noche del 24 al 25 de julio en santiago.
En el festivo programa que siguió cantaba Juan Pardo. Ahora resulta que canta en gallego y a Galicia; (supongo que los cantantes también tienen que comer todos los días). Cuando, al final de la difícilmente apreciable canción, alcanzó el paroxismo diciendo «fogar de breogán, de breogaaaaán» Norberto y yo estallamos en carcajadas.
Lamentablemente no todos allí eran tan inteligentes como nosotros, y, mientras llorábamos y nos retorcíamos intentando que no se nos acalambrara el diafragma, los circunsedentes nos miraban con cara de odio pues debían considerar que nos estábamos riendo de Galicia. Lo que es la gente.
(lo de «fogar de breogan, de breogaaaaán» es el último verso del himno gallego)]
El punto en el que dormimos estaba casi llegando a Santa Irene (creo), que es el pueblo antes de Rua. Ambos tienen refugio.
Al monte del gozo se puede subir por un camino (lo señalizado) o por la carretera. Nosotros fuimos por el camino, y se hace un poco durillo, pero nada grave. Se pasa junto al camping (de hecho se rodea el camping) y se entra en San Marcos. Aquí sí merece la pena ignorar las señales e ir por la carretera, porque sólo desde ella se ven las agujas de la catedral.
Cuentan las crónicas que cuando los peregrinos veían las agujas de la catedral saltaban de alegría, lloraban, y se abrazaban unos a otros. Sin embargo, cuando las vimos Norberto y yo, lo único que pensamos fue: «¡la hostia lo que nos queda!». En fin. Además, hacer la bajada del Monte del Gozo por la carretera tiene la ventaja de que se pasa por unos cuantos mesones de carretera.
Rápidamente se entra en Santiago. En un rato se cubren los dos quilómetros que quedan hasta la catedral y ya. Nada de nada. Eso. Que ya.
El papelajo llamado compostelana no lo dan en la catedral, sino en la oficina de la peregrinación en la Rua do Vilar número 1. Allí te ponen también el último sello. Si no se lo pides no te lo ponen al final de todos los demás, sino sólo donde dice «cumplió la peregrinación» en la credencial. Lo más importante del sitio (aparte del sello) es que pidiéndolo te dan un mapa de la ciudad. Utilísimo.
Para recibir la compostelana tienes que poner en un papel tu nombre, y motivos por los que haces la peregrinación. Yo mentí como un bellaco y puse «religiosos», pero Norberto puso «cultural-antropológicos» (Norberto, por si alguien no se ha dado cuenta aún, es la bomba) y se la dieron igual.
En Santiago hay muchas pensiones (a 2500-3000 la noche) y un albergue (a 400 la noche). El albergue está algo apartadillo de la catedral y es un pelín cutre (sobre todo las duchas). Además lo cierran a las 24:00.
Y creo que es todo.
Y es todo. Excepto el de no-mudanza, que no respetó del todo (se cambio una vez de camiseta), todos los demás los cumplió a rajatabla y, curiosamente, llegó.
Como dijo el propio Dios, son muchos los caminos del señor, y además insondables.
Normalmente estos se superponen, y los ciclistas y jinetes suelen ser del tipo amariconado.
Los jinetes se empeñan en demostrar que incluso en el camino existen clases. Pasean su tez pálida, sus barrigas cerveceras, y sus sonrisas autistas en lo alto de sus monturas. Y encima saludan.
Los ciclistas no tienen ni barriga cervecera ni tez pálida. Sólo son pobres ignorantes del placer que supone el contacto con la madre tierra. Lo malo es que con su ignorancia te joden intentando atropellarte o llenando los albergues. Un poco de gesto autista si que tienen, el mismo del niñito que va dentro del carrito del supermercado que empujan sus papás.
En cuanto a los caminantes con coche de apoyo... que decir de ellos. Te los encuentras normalmente a partir de Sarria (hacen el mínimo posible). Lo suyo debe ser un placer místico supraorgásmico al recibir el papelajo ese en latín que a otros solo nos sirve para hacer una pajarita. Si no, con toda seguridad, hubieran preferido quedarse en su casita tirándose pedos, pintándose las uñas, o sacudiendo el felpudo, que es lo que les va.
Hay un último tipo que no he enumerado. Los que van en coche de un pueblo al siguiente y luego se ensucian un poco y resuellan artificiosamente para hacerse pasar por peregrinos y dormir gratis en los albergues. Es turismo barato. En fin, no merecen diatriba, bastante desgracia tienen...
Hay algunos signos externos bastante fiables que nos pueden indicar que nos encontramos ante un peregrino:
También los hay para el caso de los turistas. Cualquiera de los siguientes:
Ambos, peregrinos y turistas, tienen algo en común: transitan de un sitio a otro.
Pero los peregrinos además:
Y esa es la diferencia real entre peregrinos y turistas, que sin embargo no es observable a simple vista.
El tránsito, aunque personal, por lo general se realiza rodeado y ayudado por otros peregrinos.
Por eso cuando leo a algunos (como a los de «pedalando pela via lactea») defender la «peregrinación» en bicicleta porque «uno llega descansado a los sitios y así puede dedicar más tiempo a ver monumentos...», sólo pienso: «pobres turistas, no se han enterado de nada».