http://www.andarines.com/raulfv/a%20finisterre.htm
El despertador improvisado con el teléfono móvil suena a las 6:45 de la mañana. A pesar de que ayer nos acostamos pasadas la una de la mañana, disfrutando de nuestro primer día en Santiago, no me levanto cansado. Tras recoger la mochila y pagar la habitación, salimos en dirección a la Praza do Obradoiro. Nadie en ella. ¡Qué diferencia con respecto a ayer! donde peregrinos, turistas y músicos callejeros daban ese ambiente que hace de la Ciudad del Apóstol un lugar tan especial. El tiempo empieza a mostrarnos que hemos dejado la seca Andalucía y estamos en Galicia. Llueve. Cae esa lluvia fina ("barruzo" la llaman por aquí) que cuando se pretende andar 20 kms cala hasta los huesos. Dejamos atrás la plaza por la Rúa das Hortas junto al Hostal de los Reyes Católicos. Allí se nos une Víctor, un peregrino de Madrid aunque residente desde mucho tiempo en Marbella. Bordeando el Campus Universitario Sur, la Rúa de San Lourenzo nos conduce a la Carballeira del mismo nombre. Gracias a Víctor, que ayer estuvo buscando el camino, damos con la salida de la ciudad, bastante complicada. El sendero transcurre a través de un bosque de eucaliptos con manchas de pinos. Increíble espectáculo. Me recuerda a los caminos de la Sierra de Aracena, en Huelva, pero más bellos aún y verdes. La humedad, a diferencia de allí, es una constante. Ya en plena zona rural, cuando llevamos una hora de camino, empieza a llover con fuerza. Paramos para sacar las capas de agua que nos libren del chaparrón. Una mirada al cielo, me hace comprender que hoy no me despojaré de ella. El día se está cerrando por momentos. Continuamos la senda, cuyo trazado en este punto coincide con el Camino Real, y que atraviesa varias aldeas y zonas residenciales (Vidán, Moas de Abaixo...). El recorrido evita la concurrida carretera C-543 de Santiago a Noia, circulando por caminos ahora de tierra ahora de asfalto. Siguiendo las flechas amarillas, sin pérdida alguna, llegamos a la fértil vega de Covas. Una larga recta une Lombao con Aguapesada. Nunca nombre alguno corresponde tan bien a la realidad: ahora llueve copiosamente, tanto que no dudo en parar en un bar a pie de carretera y tomar un desayuno caliente. Apenas he desayunado y casi desfallezco. Nuestro gozo en un pozo: sólo un buen Cola-cao y algunas magdalenas, aunque Víctor se muestra como un buen conversador y el desayuno es muy agradable. Desde la salida habremos completado unos diez kilómetros, la mitad del recorrido, aunque nos queda la mitad más difícil porque desde la ventana del bar vemos una colina alta, entre la lluvia, que nos cierra el paso: el Alto de las Ovellas Negras. Bajo un aguacero, salimos del bar y seguimos por la recta que cruza esta aldea, hasta llegar a un pequeño puente medieval que cruzamos, entrando en uno de los tramos mejor conservados del Camino Real, conocido como O Rueiro y que ha sido enlosado recientemente. La subida es de la quita el resuello, larga, empinada y enseguida nos hace sudar debido, en parte a las capas de plástico y en parte a su dureza. A veces, si no fuera por la lluvia, me entran ganas de sentarme en unos coquetos bancos de piedra que hay en este tramo a modo de paseo. El camino muere en una carretera estrecha que conduce a Trasmonte, por donde seguimos para llegar, por asfalto, al Alto de las Ovellas Negras. El descenso, nos da un pequeño respiro sin lluvia, aunque es un espejismo porque a los diez minutos empieza a llover de nuevo. Este suave descenso hasta el valle del Río Tambre nos introduce en la comarca de A Barcala. En la aldea de Susavilla de Carballo, vemos paisanos que bajan, paraguas en mano, a Trasmonte para ir a misa de doce. Ahora son las 11:30 y descendemos, bajo una fina lluvia, por una solitaria carretera comarcal bajo un arbolado autóctono, y tras pasar por Trasmonte, llegamos a Pontemaceira (km 15), junto al río Tambre. Al llegar al río, deja de llover y esto nos permite ver uno de los paisajes más bello de la jornada. Pontemaceira es un núcleo del s.XIV muy bien conservado, con un puente medieval que,bajo mi punto de vista, no tiene nada que envidiar a los del Camino. En la orilla opuesta hay un conjunto monumental donde distingo un pazo con la fachada cubierta de hiedra, un cruceiro y diversas casas blasonadas de una belleza increíble. Para embellecer aún más el conjunto, el río tiene un pequeño rápido justo delante del puente. Nos paramos para hacer algunas fotos. Al poco, nos pasa un peregrino, Gisella, una chica alta, delgada, de Barcelona que está haciendo el camino sola según nos comenta. Sigue adelante con Víctor, que prefiere ir ganándonos tiempo mientras nosotros nos quedamos para disfrutar de este rincón medieval. Continuamos, saliendo de esta aldea por una pista, paralela a la orilla del río, que se estrecha hasta convertirse en senda, donde cruza un bosquecillo y pasa por debajo de un arco de la Ponte Maceira Nova (s. XIX) y luego desemboca en la carretera AC-450, por donde el camino transcurre, peligrosamente por la velocidad a la que nos pasan los coches, por el arcén de la carretera. A la izquierda, subimos al Castro de Logrosa hasta el Pazo de Chancela. Nosotros seguimos en línea recta donde alcanzamos a Víctor y Gisella y juntos entramos en Negreira.
En esta localidad no hay manera de localizar el Albergue de Peregrinos. En la Guardia Civil nos han enviado al Polideportivo, y allí aguardan cinco peregrinos más a que se abra el pabellón. Llevan bastante tiempo allí. No nos fiamos de que se pueda abrir hoy, ya que al parecer el conserje se encuentra de vacaciones y decidimos buscar alojamiento por nuestra cuenta. Lo encontramos en el Hostal La Mezquita, donde el dueño, muy simpático, nos indica que el camino pasa por la misma puerta. Tras comer, vamos a comprar algo de comida. Mañana nos dirigiremos a la aldea de Maroñas, donde no creo que encontremos alojamiento y ni siquiera un bar. Si esto es así, nos desviaremos a Pino do Val, donde nos han dicho que hay varios hostales. Con estos pensamientos, me meto en la cama cansado del primer día de camino.
Nos levantamos temprano, a las 6:45 de la mañana. Tras prepararnos y tomar las mochilas, bajamos a la cafetería del hostal para desayunar. A través de los cristales vemos que llueve copiosamente. Saboreando un café pienso en qué fuerza de voluntad nos mueve para salir en un día así. Tras desayunar, nos ponemos las capas de agua y empezamos a bajar calle abajo en dirección al Pazo de Cotón con la capilla de San Amaro a su lado; junto al pazo queda el Campo de Feira donde, me dicen, se celebra el mercado todos los domingos. Después de salvar el río Barcala por un pequeño puente, subimos a la parroquial de San Xulián. En esta parroquia, doblamos confiados a la izquierda y andamos 1.5 kms por una tranquila carretera, antes de advertir que las flechas indicativas amarillas han desaparecido, señal de que nos hemos despistado. Volvemos hacia San Xulián, dado que hemos razonado que ha sido en este punto, confuso, donde nos hemos despistado. Efectivamente. Una flecha "escondida" nos indica que el camino bueno era el de la derecha. ¡cuarenta minutos bajo la lluvia de más! Ahora sí, volvemos a retomar el Camino Real, por una zona muy boscosa hasta llegar a los depósitos de agua de Negreira, donde abandonamos el camino para seguir por carretera a la aldea de Zas, a partir de la cual empieza uno de los tramos más interesantes, a mi entender, de la etapa, con senderos y veredas de tierra siempre envueltas en vegetación. En este lugar mi imaginación vuela pensando en aquellos peregrinos que atravesaban estos bosques, entre nieblas, lobos y asaltadores de camino y cómo siglos más tarde puedo volver a sentir la misma niebla, la misma inquietud al observarme rodeado de vegetación a pesar de las comodidad de mi equipo. Siempre siguiendo las flechas indicativas atravesamos, bajo la lluvia, el Monte Campelo, la aldea deRapote y los bellos lugares de Santo Mariño hasta llegar a A Pena. Aquí paramos a desayunar. La caminata nos ha abierto el apetito, aunque Víctor prefiere continuar con José, un asturiano que vive en Sevilla con el que hemos coincidido aquí, en A Pena. Además aprovechan que ha dejado de llover aunque persiste la niebla. La gallega que atiende el bar nos dice, amablemente, que abandonemos el camino del bosque y sigamos por carretera hasta Cornado. Evitaríamos así el barro que poco a poco nos ha mojado las botas. Todos coincidimos en que es un buen consejo, estamos un poco hartos de "chapotear" en el barro. Por tanto, seguimos por carretera, donde tras unos 8 kms llegamos a Cornado, atravesando la aldea donde no vemos a nadie. Ahora luce el sol a ratos y paramos para disfrutar de esos rayos que calientan nuestros huesos y despojarnos de las capas de agua. Seguimos por una pista de tierra que nos conduce a Maroñas, donde volvemos a coincidir con Víctor y José. Tras salvar el río Maroñas, por esa misma pista llegamos al pequeño núcleo de Maroñas. Nos dirigimos a la iglesia, buscando un lugar donde comer, pasar la tarde descansando y dormir. La iglesia tiene una pequeña habitación de reciente construcción demasiado pequeña para nosotros seis. Preguntando a unos amables lugareños, nos indican que en Liñares, un kilómetro más adelante hay una pequeña escuela donde los peregrinos suelen quedarse a pasar la noche. Al llegar allí, vemos que la escuela son cuatro paredes sin techo y malas hierbas que nos llegan al pecho. Tras ver semejante panorama, decidimos parar a comer y desviarnos del camino hacia el sur a Pino do Val. En esta población hay alojamiento según nos comentaron en Negreira y podemos volver a retomar el camino un poco más adelante en Ponte Olveira. Partimos por una aburrida y solitaria carretera que atraviesa un amplio y apacible valle formado por riachuelos que desembocan en el Embalse de Ponte Olveira. Ahora, paradójicamente, aprieta el sol y me hace despojarme de todo abrigo. Tras una hora de camino, llegamos a esta localidad donde conseguimos alojamiento en el Hostal La Parrillada. Tras acomodarnos y asearnos, cenamos como señores, bacalao a la gallega, pimientos de Padrón, Ribeiro y una copita de orujo para brindar por nuestros compañeros de viaje. Tras la cena, a las once durmiendo a pierna suelta
De nuevo nos levantamos a las 6:45 de la mañana. Tras recoger nuestras cosas, desayunamos algo más incómodos en un banco en la calle. No hay nada abierto para desayunar, hoy se celebra la Virgen de Agosto y el dueño del hostal nos ha dicho que es fiesta en todo el concello y, prácticamente, en toda Galicia. Partimos en un día fresco, con niebla, por una solitaria carretera hacia A Picota, un pueblo relativamente grande, alargado, que ha crecido a lo largo de la carretera que lo atraviesa. La niebla ha levantado rápidamente y hace un día soleado. Después de tanta lluvia es una buena noticia. Tras desayunar en un bar de carretera, el único que hemos visto abierto, seguimos hacia Ponte Oliveira, donde siempre por carretera, buscamos el desvío hacia Olveiroa. éste es un núcleo de población grande y concentrado con una bonita iglesia parroquial dedicada a Santiago. Siguiendo las señales, iniciamos el ascenso al Monte do Sino, por un cuidado camino medieval. La subida es bastante larga pero no muy pronunciada y es realmente amena por las hermosas vistas al río Xallas, donde más abajo se encuentra el Coto de Pesca. Tras pasar un pequeño núcleo rural (Hospital), donde hubo un albergue en la Edad Media y se saborea ese sentimiento rural de Galicia, llegamos a la cima de este alto, donde tropezamos con un "punto negro" en el hermoso paisaje que nos rodea: las chimeneas de la fábrica de Carburos Metálicos. Mi sensación al empezar a ver el humo de las chimeneas es realmente de disgusto, ya que afean una de las subidas más bonitas del camino, con mariposas revoloteando a nuestro alrededor y algunos frutos de zarzamoras, aún comestibles, que nos sacian durante la subida. Justo al final del alto donde podemos contemplar la mole de la fábrica, volvemos a pisar asfalto y tras un pequeño descenso....¡¡El mar!!. En un cruce con 2 mojones indicativos que nos dirigen a Finisterre o a Muxía, observamos por primera vez, desde que salimos de Santiago, el mar. La sensación es inmensa...Después de tantos días, vemos como nuestro destino está cerca. Miro a mis compañeros de viaje que no hablan, sólo miran a lontananza, a esa alfombra azul que es el Atlántico y sé que están sintiendo lo mismo que yo. Tras tomar algunas fotos, continuamos, dejando la fábrica a nuestra izquierda y adentrándonos por un viejo trazado, que nos recuerda a un paisaje lunar, sembrado de montículos de escorias de color verde. Tras un kilómetro y medio aproximadamente llegamos a la encrucijada del Marco de Couto, señalada por un cruceiro con una Piedad y un Crucificado. Hacemos un alto en el camino junto al crucero para beber agua a la sombra de un pequeño bosque de eucaliptos. La gente empieza a estar tocada. Gisella y Víctor que además han hecho parte del Camino de Santiago, no están en buenas condiciones. Tumbado a la sombra de un eucalipto pienso en el tramo que nos queda por recorrer: Un nuevo tramo del Camino Real, quizás el mejor conservado, 9 kilómetros en línea recta hacia poniente, por lo alto de los montes y total tranquilidad. Ningún pueblo y apenas árboles, tan sólo un cruceiro y dos ermitas. Seguimos caminando y me uno al ritmo de Juan Carlos, los otros van por detrás y enseguida nos distanciamos. Nos reencontramos de nuevo a la sombra de la Ermita de Nosa Señora das Neves, donde hay una fuente (Fonte Santa) con propiedades curativas, según dicen los lugareños. Por si acaso fuese cierto, bebemos de ese agua fresca, que al menos, si no curativa, sí sacia nuestra sed. Al poco de entrar en el municipio de Cée, a la derecha, aparece la Ermita de San Pedro Mártir, donde una familia come apaciblemente en unas mesas de madera al sol, el día es espléndido para ello. Continuamos una hora más por la ancha pista de tierra...ahora el sol aprieta con fuerza y por irónico que parezca, echamos de menos la lluvia. Tras una vuelta de camino, atravesamos los Petóns da Armada y Campolongo para llegar al Alto do Cruceiro da Armada (247 m.) donde vemos en primer plano la Ría de Corcubión, limitada por el Cabo Cée y al fondo, entre brumas, la silueta del Cabo Finisterre..Nuestra ilusión desde hace tres días, ahora está ahí a nuestro alcance. En una bonita vista, su mole se levanta detrás de Corcubión y el Atlántico, que se extiende hasta el infinito. Iniciamos un rápido descenso por el Monte de la Armada, donde las vistas hermosas coinciden en un tramo con la horrible visión de la fábrica de Brens, que nos conduce a Cée, donde llegamos a la hora de comer bastante sudorosos por la alta temperatura que hace y con las piernas algo doloridas. En el pueblo están de fiesta y, es bastante difícil encontrar alojamiento. Finalmente lo encontramos...aunque justo detrás del parque de atracciones. Tras ducharnos y comer, dado que el ruido no nos va a dejar descansar, nos unimos al "enemigo". Cenamos en una pulpería en las fiestas con un buen ribeiro y la siempre agradable conversación de mis compañeros de camino.Luego, nos unimos a los paisanos, en la plaza del pueblo para disfrutar de la música y los fuegos artificiales. Nos acostamos a las 12:30 y caigo como un bendito...
A las ocho de la mañana empezamos a recoger las cosas. Es una pequeña recompensa por ser el último día. El día amanece soleado y la etapa promete ser un paseo. El hostal está cerca del paseo marítimo por el cual nos dirigimos a la vecina Corcubión, prácticamente unida a Cée, con vistas a la ría. Tras 5 minutos de paseo (500 m.) un cártel en el mismo paseo nos anuncia que estamos en Concurbión. Un poco más adelante, con señales bastante confusas, nos dirigimos a la parte alta de la villa, buscando el Campo do Rollo, por el que tomamos una empinada y estrecha cuesta que nos deja sin aliento y que nos acerca a la aldea de O Vilar, que cruzamos por una pista asfaltada que desemboca en la comarcal C-550, por la cual avanzamos unos instantes, ya que enseguida nos desviamos por una senda que transcurre en paralelo a la carretera hasta la aldea de Amarela, un caserío que atravesamos para, de inmediato, tomar un atajo que nos evita las grandes curvas de la carretera comarcal. Entramos así en un bosque mixto de eucaliptos y pinos, que nos proporciona un agradable sombra bajo la cual la etapa de hoy se convierte en un apacible paseo. Más si cabe en el suave descenso hacia la Ensenada de Sardiñeiro, tomando de nuevo la carretera a la altura de la Playa de Estorde, un lugar muy turístico a la vista de los numerosos camping y el tráfico que hay a estas horas tempranas. Y no me extraña porque la playa es realmente hermosa. Forma una media luna amplia resguardada por un monte de pinos y eucaliptos que forman un auténtico muro vegetal. Andando por las calles del pueblo, volvemos de nuevo a la pista de tierra, esta vez de nuevo un tramo del Camino Real, que tras salvar la carretera, nos deja junto a la bella y solitaria Cala do Talón. Nos paramos a contemplar el paisaje: junto a un mar azul plomizo en calma, al fondo como una isla, la villa de Fisterra, el Finisterre, blanca sobre la península verde que forma el Cabo, nuestro final. Enseguida enlazamos con el Paseo Marítimo de Langosteira, junto a la playa del mismo nombre, que a esta hora ya empieza a llenarse de veraneantes, por el que llegamos a la villa marinera de Fisterra. Tras pasar por la casa del concello y el albergue de peregrinos, cruzamos, sin dejar las mochilas, la población para tomar el camino hacia el Faro de Finisterre. El camino, de 3,6 kms. Transcurre por carretera y ya desde el principio, advertimos lo que vamos a encontrar: una marea de turistas, veraneantes, que suben en coche particular o autobuses,. Nosotros, nos apartamos de esa vorágine, para visitar al Santo Cristo de Fisterra, una talla admirable, muy realista, de un cruficado con un llamativo faldón rojo. De nuevo en la carretera, seguimos ascendiendo mientras pienso que para todos estos veraneantes, el cabo es un lugar geográfico, una foto...Para nosotros seis, es algo más, es una ilusión por la que hemos soñado cuatro días y ahora esta ahí, a nuestro alcance. Llegamos al punto Km. 0.000 a unos 100 m. del faro, final del Camino de Santiago. La alegría de todos mis compañeros es enorme, e incluso de asombro cuando unos turistas alemanes nos hacen una foto y nos preguntan en inglés si de verdad somos peregrinos. Tras admirar el faro, nos dirigimos a quemar parte de nuestras ropas, en un ritual antiguo, mezcla de purificación y de homenaje a otros peregrinos y marineros que han muerto en estas duras costas. Mientras mis calcetines se queman dejo que la vista se pierda en la inmensidad del mar. Es hora de bajar a soltar las mochilas en el Albergue, comer y descansar y subir al atardecer para ver una de las puestas de sol más espectaculares que he visto jamás. En aquel momento entendí a los soldados de Julio César que, al llegar a estas costas, lloraron al ver ese mismo sol ponerse en el Finis Terrae...