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Camino de Santiago
0a. Preámbulo
0b. Guadalajara - Sahagún
01. Sahagún - El Burgo Ranero
02. El Burgo Ranero - Mansilla de las Mulas
03. Mansilla de las Mulas - León
04. León - Hospital de Órbigo
05. Hospital de Órbigo - Astorga
06. Astorga - Rabanal del Camino
07. Rabanal del Camino - Molinaseca
08. Molinaseca - Villafranca del Bierzo
09. Villafranca del Bierzo - O Cebreiro
10. O Cebreiro - Triacastela
11. Triacastela - Sarria
12. Sarria - Portomarín
13. Portomarín - Palas de Rei
14. Palas de Rei - Arzúa
15. Arzúa - Rúa
16. Rúa - Santiago de Compostela
17. Postdata

Preámbulo

Somos Paca y Salva, peregrinos que hicimos por primera vez el Camino de Santiago en 1999, Año Santo. Entonces lo hicimos desde Roncesvalles a Santiago en 30 días.

En el año 2001 lo intentamos por segunda vez. Entonces salimos desde Jaca para conocer el Camino Aragonés. Por asuntos de índole familiar tuvimos que dejarlo en Sahagún.
Este año, 2002, lo iniciamos de nuevo desde Sahagún y llegamos a Santiago. Aquí os lo contamos.

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Guadalajara - Sahagún

Etapa 0
31-Junio-2002

Son poco más de las cuatro de la mañana. Paca está dormida. Yo me he levantado hace un momento y me he hecho un café. Aún estamos en casa, en Guadalajara. La salida será a media mañana. Primero a Madrid en un tren de cercanías y luego a Sahagún en el Express Valladolid-León. Sin embargo, el viaje ha comenzado hace días. Hoy, más que el comienzo, es el reencuentro con el camino. El nerviosismo de siempre.
- ¿Estaremos entrenados?
- ¿Aguantarán bien los pies?
- ¿Llevaremos demasiadas cosas?
- ¿Olvidaremos algo importante?
- ¿Olvidaremos no olvidarnos de algo?
A las 11 salimos de casa con las mochilas. Será la primera etapa. Bajar a la estación, unos 3 Kms. Sin embargo, al salir de casa, tropezamos con nuestros queridos vecinos Tito y Angelines. Nos despedimos de ellos casi contagiándoles nuestra emoción por el viaje. Ni doscientos metros hemos andado cuando aparece Tito con el coche. Que nos baja a la estación. Gracias, imposible negarse.
El tren sale a las once y seis minutos. A las doce y veinte estamos en Chamartín. Hacemos tiempo tomando algo y viendo la primera parte de la final del campeonato del mundo (Brasil-Alemania). A las dos y treinta minutos sale puntualmente nuestro tren.
Detrás de nosotros viaja una mujer ciega con su perro guía, el obediente Gaspar, tumbado inmóvil a sus pies. Lleva con ella a su hija, una niña de unos seis años, a la que dejará con sus abuelos en Palencia.
En otro asiento cercano una abuela lee a su nieta Amara el cuento de la sirena que se casó con el príncipe.
- Léelo otra vez, abuela.
- Bueno.
- Qué niña tan maja, ¿cómo te llamas?
- Es que no lo sé decir.
- No, lo que pasa es que la gente no conoce ese nombre y se lo hacen repetir, pero ella lo dice bien. Amara es el nombre de una estrella.
Los teléfonos móviles suenan de cuando en cuando. Por las conversaciones de sus propietarios nos enteramos, sin proponérnoslo, de algunas intimidades familiares. El teléfono móvil, es lo que tiene, puedes hablar donde quieras si careces de pudor.
Estamos en Sahagún a las seis y diez minutos previstas. A los que tenemos cincuenta años la puntualidad de la RENFE aún nos llama la atención. En nuestra juventud era algo impensable.
Caminamos con las mochilas hasta la Plaza Mayor.
- ¿Por favor, el hostal Alfonso VI?
- Va usted mal, tiene que volver hasta la terraza triangular de El Asturcón y allí, a la izquierda.
Nos dan una habitación de matrimonio. Dejamos las mochilas y nos vamos a dar una vuelta por el pueblo. Llegamos al soportal donde nos despedimos de Walter, el amigo argentino. Allí prácticamente, junto a la cabina de teléfono se truncó nuestro viaje. Bueno, pues aquí estamos de nuevo. A ver si este año llegamos a Santiago.

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Sahagún - El Burgo Ranero

Etapa 1
1-Julio-2002
Distancia 19 Kms.
Tiempo empleado 4 horas y 30 minutos

Casi son las siete cuando dejamos el Hostal Alfonso VI. Hace frío y salimos con los jerséis puestos. Tiritamos y vamos deseando que el sol comience a templar un poco el ambiente. Nos cruzamos con algún madrugador.
- ¡Buen Camino! ¡Vaya mañana buena para andar!
Cruzamos el puente sobre el Cea y enseguida estamos en el andadero que nos lleva, paralelo a la carretera, hasta el cruce con Calzada del Coto. Allí nos adelantan los primeros miembros de la Vuelta Ciclista Jacobea. También nos adelantan tres peregrinos franceses. Nos saludan con sus voces cantarinas. Dos de ellos son matrimonio, aunque él tiene aspecto de cura. Se despiden entre sonrisas. ¡Qué atentos estos franceses!
Al salir del pueblo vemos un caminante con una gorra verde de John Deere, chaqueta de cuadros y pantalón de pana. Lleva también una mochila no muy grande y bastante sobada. Sentado en una piedra nos mira al pasar.
- Aquí, fumándome un cigarro.
Inmediatamente le cae mote. Es el Peregrino Mangurrino.
Continuando de nuevo por el andadero llegamos a Bercianos donde se ha abierto un hostal nuevo junto al camino. Desayunamos. Ya se sabe, dos desayunos 6 euros. Menos mal que la vida no ha subido con el euro y que España va bien. También desayunan los franceses con nuevos gorjeos cantarines y más sonrisas. Le petit déjeuner, bon apetite, merci, merci, oui, oui, oui! ¡Qué educados!
Por el andadero que nos lleva a El Burgo Ranero nos adelantan dos espigadas españolas seguidas muy de cerca por dos fornidos y rubicundos alemanes.
- ¡Hola, chicos, buen camino!
- Gutten morguen!
Recordamos el calor que hacía en el 99, cuando llegamos a El Burgo Ranero por primera vez. Son casi las once y media de esta fresca mañana cuando llegamos al pueblo. El albergue abre a la una. Mientras preparan nuestra habitación en el hostal El Peregrino, tomamos un vermú y escribo un poco.
Una vez aseados, nos sentamos en la terraza del hostal. Un hombre calvo y corpulento nos aborda. Se presenta como Don Jesús Calvo, el párroco, y se dirige a nosotros como peregrinos. Nos da una fotocopia con una poesía por duplicado de Eugenio Garibay. La poesía está, al parecer, publicada por los Amigos del Camino de Nájera. El párroco nos firma en el anverso de la fotocopia escribiendo esto:

El Burgo Ranero
(León)
Feliz Peregrinación!
Jesús Calvo
(párroco)
1-7-2002

El sacerdote es hombre expansivo y hablador que nos da conversación y nos pregunta de dónde somos. Después Don Jesús se declara músico compositor y poeta. Con celeridad, gran conocimiento de causa y sin admitir dudas al respecto, nos dice que los mejores poetas de la lengua castellana son Bécquer y Gabriel y Galán. El primero de ellos es el gran genio del sentimiento; el segundo el gran genio de lo cerebral, o sea, del intelecto.
- Claro, amigos. Esto es así. No lo dudéis. Sin embargo, a Gabriel y Galán jamás se le hizo justicia. El nunca fue uno de esos rojillos que se exiliaron como los "Llorca" y demás. Así que el pobre Gabriel y Galán está hoy en el olvido.
También, Don Jesús, que ve en su calvicie un don divino, no duda nuevamente en ilustrarnos.
- Dios creó portentosos cerebros, cabezas de belleza sublime. Sin embargo incomprensiblemente, de modo incompatible con tamaña belleza, a algunas las cubrió de pelo.
Enseguida Don Jesús se levanta y se va. Antes de recorrer treinta metros se detiene con un grupo de peregrinos ciclistas. Les da la fotocopia con la poesía y les ilustra con profusión sobre la injusticia, no remediada aún, cometida contra el eminente Gabriel y Galán. El párroco es famoso en los pueblos del contorno por viajar leyendo sobre su bicicleta mientras va de un pueblo a otro en cumplimiento de su ministerio. Dicen que esto lo hace aún en los días de hielo y nieve. ¡Y todavía hay quien duda de la existencia divina!
Son casi las tres cuando la patrona del restaurante del hostal El Peregrino nos dice que podemos entrar a comer. La patrona es mujer muy dispuesta y vivaz que no permite dudar a los peregrinos.
- A ver, de primero ensalada mixta o espaguetis con tomate. De segundo, filete con patatas o lomo embuchado con dos huevos "pa el que le falten".
Comemos unos dieciocho peregrinos, sin que ninguno se atreva a rechistar al ama. Cuando terminamos nos obsequia a cada uno con una camiseta del local y un bolígrafo. Parece que hemos observado buen comportamiento.
Resucitados de la profunda siesta, la hospitalera del albergue, que es finlandesa, se pasa por la terraza del hostal.
- In diez minuotos, il sacristano mostrará la igluesia a peregruinos que deseen verla. OK?
Paca y yo vamos a ver la iglesia. El sacristán es un hombre menudo y vivaz. Está acostumbrado a enseñar la iglesia a los peregrinos extranjeros. Así que se viene hacia nosotros y, mirándonos a los ojos, gesticulando, dando voces y marcando las sílabas nos dice:
- Mu-y an-ti-guo. To-do re-cons-tru-í-do. Mu-cho di-ne-ro gas-ta-do y mu-cho ga-na-do por al-gu-nos. Vi-drie-ras muy bo-ni-tas.
- ¿Cómo las hicieron?
- Anda, joder, pues vino uno de León, tomo las medidas y las pusieron.
- ¡Ah!
Después de ver la sencilla iglesia de El Burgo Ranero, damos un paseo hasta el barrio de la estación. Allí hay otro bar, pero hoy está cerrado.
A las ocho y media nos dirigimos a Juli, la temperamental patrona del hostal El Peregrino, y le preguntamos cortésmente si va a dar cenas o nos va a despachar con un bocadillo. Nos contesta que si lo que tiene nos vale, que nos da de cenar. Sin pensarlo nos ponemos a la mesa y damos cuenta de una ensalada, un filete con patatas y dos huevos fritos que con el postre y una botella de buen vino del Bierzo cierra el menú.
Terminada la cena y sentados en la terraza del hostal, charlamos con Doña Juli del camino, de cuando ella fue a Santiago, de los peregrinos, de las comidas, de los venenosos que son los rencores entre la gente del pueblo, de su ayudante la chica marroquí, de eso y de lo otro y de lo de más allá.
- ¿Cómo no iba a ir yo a Santiago? ¿Cómo no iba a ir yo donde van los que vienen a mi casa? Yo tenía que verlo y me emocionó mucho.
Finalmente echamos cuentas con la simpática Juli. Se porta la señora muy bien con nosotros, no nos cobra los vinos pedidos fuera del menú y (como comprobamos al día siguiente) nos invita a desayunar.
A punto estamos de irnos a la cama cuando aparece una mujer recia y madura que resultó ser la cuñada de Doña Juli. Esta señora, muy bien plantada, no siempre está de acuerdo con la Juli y le dice que en sus disputas con los del pueblo unas veces tiene razón y otras no. Supimos también por ella que un quiñón es una suerte grande de tierra cedida por un ayuntamiento o corporación para uso de alguno. Sostiene también la señora que ella, que es viuda, se las ha tenido que ver con muchos.
- Miren los de aquí son muy brutos. Por ejemplo, si no estoy al tanto me habían hecho mujer a una hija a los once años. Claro que no fue flojo el que lo intentó. Que yo soy viuda y estoy acostumbrada a defenderme y a salir adelante.
Terminada la tranquila velada, a la cama. Son las 11.

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El Burgo Ranero - Mansilla de las Mulas

Etapa 2
2-Julio-2002
Distancia 19 Kms.
Tiempo empleado 5 horas

A las siete de la mañana y después de desayunar en el hostal El Peregrino, salimos de El Burgo Ranero. Al desayuno hemos sido invitados. Ordenes de Doña Juli, que también se encarga de que su marido tenga abierto el bar desde las cinco y media de la mañana para que los peregrinos puedan desayunar. Detalle muy de agradecer en el camino.
Salimos del pueblo por el andadero que comienza junto a la charca de las ranas que, este año, está muy menguada de agua. Al salir del pueblo coincidimos con un pastor con sus tres perros.
- ¡Güendiós, no va a haber sitio en el cielo pa tanta gente como pasa. Yo, bien ancho voy a estar!
La mañana está muy fresca y da gusto caminar por estos andaderos. Los caminos discurren por los llanos al lado de campos de trigo, avena, centeno y cebada. De vez en cuando atraviesan alguna zona húmeda o semipantanosa llena de juncos. Donde hay tanta llanura el camino se presta poco a lo exotérico y a lo misterioso, quizás por eso, muchos peregrinos odian estos páramos. Sin embargo a Paca y a mí nos encantan. Vicios y deformaciones que tenemos los castellanos, gente, como todo el mundo sabe, drogada por las llanuras.
Algunos peregrinos, más bien pocos, nos movemos hoy por estos andaderos. Casi a las 11 llegamos a Reliegos. Antes de llegar Paca y yo hemos comido naranjas que llevábamos en el macuto, así que sólo tomamos un café. A Mansilla llegamos sobre las 12. Es día de mercado, con lo que el pueblo está muy animado. El refugio lo abren a las doce y media. Así que hacemos tiempo dando una vuelta por el mercado.
Encontramos al Peregrino Mangurrino. Está sentado en un poyo fumándose un cigarro con deleite. Al Peregrino Mangurrino, sólo si le miras de cerca, se le nota que bizquea.
- ¡Qué bien te sabe el cigarro!, ¿eh?
- Sí sabe bueno, sí. Pero aún no he desayunado.
Cuando vamos a sellar, el refugio está lleno de peregrinos franceses que con sus peculiares y educados gorjeos se saludan entre sí y a los demás. Los peregrinos van mostrando sus credenciales a dos chavalotas españolas que hacen de hospitaleras. Es el turno de la francesa Conguite y su marido.
- Toma tu credencial y la del cura que va contigo.
- Mais Il est mon mari, il n'est pas prêtre! ...Il non e cura, comprendes?
- Pues tiene toa la pinta, tía.
Después de sellar nos vamos al hostal San Martín, nuestro alojamiento del día. Luego aseo, cura de pies, vuelta por el pueblo y a comer al restaurante Casa Marcelo. Muy bien, verdadera comida tradicional y no es caro.
Terminada la siesta, decidimos aligerar algo mi mochila. Entregamos a las hospitaleras dos camisetas nuevas y unos zapatos seminuevos de senderismo que pesan mucho. La hospitaleras guardan nuestra entrega para algún menesteroso.
Deambulamos por Mansilla, compramos alguna cosa y tomamos unos vinos. Vemos al Peregrino Mangurrino.
- ¿Hace un vino?
- Y un poco queso también.
Cenamos en el hostal San Martín. Tomamos un rato el fresco en la terraza del hostal y a dormir.

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Mansilla de las Mulas - León

Etapa 3
3-Julio-2002
Distancia 19 Kms + 3 atravesando León
Tiempo empleado 5 horas

Son las siete menos cuarto de la mañana cuando dejamos Mansilla. La mañana no está fresca sino fría. Además el cielo está encapotado y sopla un viento gélido.
- Con un día como hoy ya pegaréis buen avance. ¡Bien fresco está para caminar!
Apenas pasado el puente sobre el Esla comienza un camino que discurre a la izquierda, junto a la carretera León-Valladolid. El camino bordea campos de regadío y llega casi hasta Puente de Villarente. Sin embargo, antes de llegar a este pueblo, va casi un par de kilómetros por el arcén de la transitada carretera. Antes de llegar al puente, en el hostal Casablanca, tomamos un café. Dos peregrinos brasileños, ataviados con la camiseta de la selección de fútbol de su país, desayunan. Lo hacen con cierta solemnidad y empaque. Pagan su cuenta.
- Moito obrigados!
- De nada, filiños, que para eso ganasteis el mundial.
- Espanha-Brasil non foi possivel.
- Otra vez será, hombre.
A la salida del bar Paca me pone un parche de Compeed en una rozadura dolorosa del dedo gordo de un pie.
Atravesamos el peligroso puente sobre el río Porma que da nombre a la localidad: Puente de Villarente. Los camiones tienen que frenar para dar paso a otros de su género que vienen en dirección contraria. Los peregrinos nos escabullimos, asustados como lagartijas, entre el tráfico que va y viene.
Cuando acaba el pueblo sale un camino a la derecha de la carretera que nos lleva a Arcahueja. No se deja de oír y ver el tráfico de la carretera, que ahora queda a nuestra izquierda. En Arcahueja hay bar, pero nosotros nos sentamos en unos bancos que hay a la misma entrada del pueblo, donde acaba la cuesta, junto a una fuente. La fuente no tiene agua. Mientras Paca y yo comemos algo de fruta, un señor mayor sale de una casa. El hombre se dirige a unos registros que una placa de metal oculta en una pared, manipula unos segundos y la fuente comienza a manar agua. Mientras vuelve a la casa de la que salió, murmura:
- ¡Buen Camino!
- ¡Muchas gracias!
Es la seca y distante delicadeza de alguna gente de pueblo.
La pista de tierra que sale da Arcahueja pronto nos lleva a una especie de polígono industrial. Aquí tomamos de nuevo la carretera. Por ésta y entre un tráfico de mil demonios comenzamos a bajar el Alto del Portillo. Vemos que están haciendo un acceso especial para peregrinos. Aún están echando el alquitrán, pero nosotros, muy contentos con el detalle, lo utilizamos aunque no esté inaugurado.
Cruzamos el puente sobre el río Torio y tranquilamente seguimos las flechas por la ciudad. Vamos al albergue de las monjas a sellar. De allí a la plaza de San Martín, luego a la Plaza Mayor y después a la catedral. Visitada ésta, nos vamos a San Isidoro y de allí a la avenida Don Suero de Quiñones. Allí, en el hostal Don Suero, tenemos nuestro alojamiento de hoy. Aseo y revisión de pies. Nuevo apósito de Compeed en el meñique del pie izquierdo en vista del éxito obtenido con la aplicación del anterior.
Vermú en una terraza frente a la catedral y a comer al restaurante San Martín. El personal de este restaurante es amable y dicharachero, pero confunden el salpicón de mariscos con un platazo de gambas peladas con cebolla y tomate. También creen, en este restaurante, que a una especie de caldereta de ternasco con patatas se le puede llamar impunemente lechazo asado. Exagerados sí son. Si se te ocurre pedir una copa con el café, te pueden echar media pecera de licor. Pero esto no es necesario ni arregla nada.
Después de la siesta, León es una ciudad perfecta para mirar. Las terrazas de las calles y plazas peatonales se prestan a ello. Vemos por allí a algunos peregrinos conocidos: Ala de Paloma y su inseparable amigo el Peregrino Calvito departen en una terraza, la estadounidense Jeanne está sentada en la Plaza de la Catedral en actitud contemplativa y el Peregrino Mangurrino, más materialista, come pan con chorizo y bebe vino de una caja, sentado en un poyo bajo los soportales de la Plaza Mayor.
Acabamos el día con unas tapas en El Botijo, bar de la plaza San Martín. A dormir a las diez y media.

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León - Hospital de Orbigo

Etapa 4
4-Julio-2002
Distancia 34 Kms.
Tiempo empleado 7 horas y 30 minutos

Dejamos León a las siete menos diez de la mañana. Pasamos frente al Hostal San Marcos. Sólo de verlo nos animamos. Después, el puente viejo sobre el Bernesga. La salida de León está mejor que hace tres años. Se ha mejorado la señalización y hay una pasarela nueva para que los peatones salvemos un cruce peligroso.
Una señora nos da un papel y nos ruega que lo leamos. Es una breve glosa que ensalza el peregrinaje como un camino de perfeccionamiento personal. Lo firma la Legión de María, deducimos que la señora que nos lo dio debe ser una legionaria.
Desayunamos en León, en el primer bar abierto. El dueño tiene una imagen de la virgen en una esquina del bar, en una especie de altarcito. Parece que la mañana viene muy mariana. El hombre nos atiende muy bien. Además nos cobra utilizando céntimos. Muy buena señal. Al peregrino, por lo general, se le redondean los precios. Seguramente para evitar que le mortifique el peso de la calderilla.
- ¡Buen Camino! ¡Gracias!
- ¡Gracias a usted, amigo!.
Observamos, a la salida de León, algún que otro coche de la Policía Local y de la Guardia Civil colocados discretamente a lo largo del camino. Delante de nosotros camina un matrimonio maduro a quienes oímos decir que son de Irún. Casi sin darnos cuenta llegamos a la Virgen del Camino. Para entonces una docena de peregrinos vamos casi juntos.
Después de tomar el camino y atravesar un túnel que salva una intersección de carreteras, hemos de decidir: A Villar de Mazarife o a Villadangos del Páramo. Decidimos ir a Villadangos donde, si nos encontramos bien, continuaremos hacia Hospital de Orbigo. Nos llama la atención un peregrino brasileño que parece que ha comenzado desde el aeropuerto de León. Lleva la mochila más grande que hayamos visto nunca. Ya veremos cómo se las arregla.
Cuando llegamos a Villadangos tomamos un zumo y un café en el Hostal Libertad. Creemos que nuestro estado es bueno. Nos lavamos los pies en la fuente de la plaza. Cura de ampollas, friegas con alcohol de romero, cambio de calcetines y a Hospital de Orbigo. Previamente Paca telefonea al Canguro Australiano donde reserva habitación.
En una sombra, a la salida de Villadangos, descansan dos brasileños. Un poco más allá otro peregrino sentado en el suelo tiene los pies metidos en una artesa por donde pasa el agua de una cacera. El día es ya muy caluroso. Los brasileños saludan al de los pies en el agua y se quedan con él.
Paca y yo avanzamos por los andaderos paralelos a la carretera. Estos están muy descuidados. La maleza se ha apoderado de ellos y, en algunos tramos, te llega por encima de la cintura. Muy cansados, llegamos a Hospital de Orbigo. Son las dos y cuarto. Cruzamos el puente legendario. En el estanco hay un letrero que dice que se sellan credenciales. Aún está abierto, así que sellamos. La señora del estanco nos dice que el sello es el mismo que el del albergue parroquial de peregrinos. Le preguntamos que dónde está el Canguro Australiano. La señora con muestras de disgusto y, supongo que en un acto inconsciente, nos manda en una dirección equivocada. Después de encontrar la dirección correcta y tras otros veinte minutos de andar, llegamos al Canguro.
El Canguro Australiano es un hostal de carretera. Tiene un bar muy espacioso y un restaurante que ofrece un menú del día económico. Es más barato que el resto de los hostales del pueblo. Lo atienden mujeres inmigrantes.
El comedor está hoy lleno. Hay una excursión de unos cuarenta ancianos y ancianas. Al frente de la misma hay dos chicas jóvenes que son autoritarias pero cariñosas. Casi todos los ancianos tienen un estado mental muy deteriorado. Están bien cuidados y van bien vestidos, pero sus mentes se perdieron alguna vez y sus cuerpos quedaron a la deriva. Uno llora porque ha perdido una gorra, otro se quiere escapar a fumar, otro se toma una copa a escondidas, otra no encuentra los servicios, otras quieren jugar a las cartas, otro no para de hablar... Parecen peregrinos desorientados, perdidos para siempre dentro de sus propios cuerpos.
Paca se echa la siesta y yo escribo estas líneas sentado en una mesa del bar.
- ¿Qué le debo del café y la copa?
- Son cuatro euros pero, como me caes bien, dame dos cincuenta.
Son las cinco de la tarde y hay un extraño trasiego en el bar del Canguro. Hay más camareras extranjeras de las que parecen necesarias. También llegan clientes que aparcan fuera el tractor o el coche y entran a tomar algo. Se les nota nerviosos. Algunos parecen del pueblo. Miran a todas partes y se ve que desean pasar desapercibidos. Las chicas vienen y van con unos y con otros. Al niño pequeño de una robusta joven rubia, que parece polaca, le dejan durmiendo en un sofá junto a mí. Hay un televisor enfrente que, a todo volumen, transmite una telenovela. El niño duerme plácidamente. Entra un hombre marroquí y habla en su lengua con una camarera de su misma nacionalidad. Me llaman la atención las babuchas que calza el hombre. Al poco entran dos hombres españoles. Vacían el dinero de las tragaperras y se van. La camarera marroquí habla ahora animadamente por teléfono en su idioma. Otro niño de una de las camareras llora y se revuelca por el suelo. El hombre marroquí le coge de la mano y se lo lleva, mientras el chiquillo grita y patalea.
Paca y yo, a la caída de la tarde, damos un paseo por el pueblo. Visitamos el albergue parroquial de peregrinos. Está ubicado en el centro. Es un bello caserón con patio interior. Hablamos con el hospitalero.
- Deberíais convivir más con los peregrinos. ¿Dónde os habéis quedado?
- En el Canguro.
- ¡Cielo Santo! ¿Queréis que os busque otro sitio?
- No, gracias. Este es muy entretenido y además ya estamos instalados.
Tomamos un vino en la terraza del Hostal Don Suero de Quiñones, que está situado en un extremo del puente y tiene una vista excepcional sobre éste. Damos un paseo por el pueblo. Es un lugar agradable con dos albergues de peregrinos y un ambiente de veraneo.
Cenamos en el restaurante del Hostal Don Suero. La mejor mesa del local está reservada. Cuando unos cuantos comensales estamos cenando, entra en el comedor una señora mayor. Saluda a todo el comedor desde la puerta, como si todos estuviésemos esperándola. Lo hace en voz alta pero con un tono distante. Se dirige a la mesa reservada y la ocupa dando la espalda a las vistas y mirando al comedor, como si lo presidiera. Bajo la augusta mirada de la dama cenamos todos. Cuando la señora termina, se marcha como entró, despidiéndose del comedor entero y dando por concluida la ceremonia, como si fuera la reina de Inglaterra. ¡Adiós noble señora, adiós altiva dama! ¿Será alguna descendiente de Don Suero de Quiñones? Pudiera ser.
En el Canguro hubo movimiento hasta las cuatro de la mañana. No descansamos mucho. ¿Por qué le pondrían al local el nombre del Canguro Australiano? Quedaría más castizo El Conejete del Páramo.

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Hospital de Orbigo - Astorga

Etapa 5
5-Julio-2002
Distancia 17 Kms.
Tiempo empleado 4 horas y 30 minutos

No madrugamos. Hoy, etapa corta. Una joven marroquí atiende el bar del Canguro Australiano, donde desayunamos. Poco después de las siete y media estamos andando. Hay dos trayectos a Astorga, el paralelo a la carretera (16 Kms) y el que va por el monte (17 Kms). Tomamos el segundo. Discurre éste por caminos normales, algo pedregosos, nada que ver con los andaderos.
En Villares de Orbigo tomamos un café en el bar que hay en la plaza de la fuente. Una extranjera, esta vez sudamericana, atiende el local.
- ¡Vaya día bueno para andar! ¡Qué tengan buen camino!
En Santibáñez de Valdeiglesias bebemos agua de su peculiar fuente. Charlamos un rato con el hospitalero que está deseando pegar la hebra con nosotros. Una señora se ofrece a hacernos café. Lo agradecemos pero no lo tomamos. Lo aceptan dos peregrinos que vienen detrás de nosotros. Son el Peregrino Calvito y su amigo Ala de Paloma.
- ¡No os quejaréis de la mañana! ¡Da gusto andar en mañanas así!
Continuamos. Vemos unos diez peregrinos en el tramo. Efectivamente, la mañana está soleada, pero todavía fresca. En un tramo de monte encontramos una extraña estampa con unos dibujos. Está clavada en un árbol con una navaja vieja. También penden del árbol cintas de colores. ¿Ritos exotéricos?
Al llegar al Crucero de Santo Toribio nuestro camino se junta con el que viene junto a la carretera.
En San Justo de la Vega tomamos otro café. Es un bar que hace esquina y tiene unas escaleras para entrar. Dentro sirven bocadillos gigantes. Hay varios peregrinos y, por extraño que parezca, lo atiende un español.
Cruzamos el río Tuerto por un puente nuevo que ha sido hecho, paralelo al de la carretera, para uso de los peatones. A las 12, y tras dar mucha coba a la caminata de hoy, llegamos a Astorga.
Hay un hospital según se entra en el pueblo. Debe ser un sitio específico para enfermos impedidos. Junto al hospital hay un parque. Hay enfermos en sillas de ruedas circulando por él. Algunos, desde sus sillas de ruedas motorizadas, empujan las camillas de otros sin tracción propia. Enfermos y jardineros bromean y los segundos juegan a echarles agua a los primeros entre las carreras y el regocijo general. Si no os hiciereis como niños no entraréis en el reino de los cielos.
Sellamos en la catedral. Nos alojamos en La Peseta. Comemos allí también, donde, casualidades, nos encontramos con dos amigos de Guadalajara. Son la Chuchi y el Pete. Así que, mesa para cuatro. Damos una vuelta por el pueblo con nuestros amigos y les despedimos, pues ellos continúan viaje.
Después de cenar nuestra tarjeta Visa no sirve para pagar. Llamamos a Visa, que no es culpa de ellos. Llamamos a la entidad bancaria que la emitió (Ibercaja), que será problema de la terminal del establecimiento. Llamamos al teléfono de atención al cliente (Ibercaja), que no pueden hacer nada. Pedimos a la persona que nos atiende que se identifique, para hacer una reclamación formal. Se niega. Pues muy bien, ya sabemos con quién nos jugamos los cuartos. Vergonzoso. A dormir. Muy cabreados. ¡Seguro que estas cosas no le pasan al Peregrino Mangurrino!

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Astorga - Rabanal del Camino

Etapa 6
6-Julio-2002
Distancia 22 Kms.
Tiempo empleado 5 horas

A las 7 dejamos Astorga en dirección a Murias de Rechivaldo. Allí, en Casa Félix, desayunamos como hace tres años: café con leche y torrijas. Hablamos con un italiano que viene desde Sevilla por la Ruta de la Plata y que ahora se encamina a Roncesvalles siguiendo el camino en dirección inversa. En Murias hay un refugio de peregrinos con 20 camas, pero casi nadie se queda por estar tan cerca de Astorga.
Casi llegando a Santa Catalina de Somoza rebasamos a un peregrino muy anciano que camina apoyado en dos bastones metálicos. El pueblo es pequeño, bonito y limpio y ofrece los servicios de varios bares.
En el trayecto hasta El Ganso encontramos un grupo de caminantes sin mochila. Da la impresión de que han salido el fin de semana a hacerse algún trozo del camino y, de paso, a comerse unos bocatas en los bares de los pueblos.
Llegamos a El Ganso, donde dos locales, La Cabaña y El Cow-boy, ofrecen sus servicios al viajero. Tomamos café y descansamos un rato en el último. Los caminantes sin mochila van llegando e inmediatamente se meten entre pecho y espalda unos bocadillos que a nosotros nos hubiesen impedido, de haberlos comido, andar con la ligereza necesaria.
Un poco antes de llegar a la ermita de Rabanal del Camino un zorro rojizo se nos cruza por la carretera. Junto a la ermita hay un tenderete de baratijas de un alemán con pinta de hippy. Un cartel ofrece masajes de manos, pies, piernas y totales. El alemán nos ofrece té. No nos detenemos y le decimos que quizás volvamos luego.
Nos alojamos en el hostal El Refugio. Hace tres años era el único hostal, pero ahora hay otros dos: La Posada de Gaspar (donde comemos) y la Posada de Tesín. Los tres ofrecen comidas y camas.
Tras la siesta, sellamos nuestras credenciales donde los padres Benedictinos. Un fraile joven nos pregunta por nuestra procedencia y nos desea buen camino. Damos una vuelta por el pueblo.
Hay en él tres albergues de peregrinos: El Municipal, el de Ntra. Sra. Del Pilar y el de San Gaudelmo. En el segundo de ellos se aloja el anciano que vimos. Nos enteramos de que se llama Antoine, es francés y tiene cáncer.
Bajamos al tenderete de la ermita. Parece una especie de tienda beduina con techo de lona. Tiene el mostrador al frente, un fuego en el centro, camas al fondo, un coche a un lado y asientos. El joven que nos invita a té no es el dueño del garito. Al poco llega un hombre joven delgado y moreno, con el pelo largo y rizado. No es gitano pero su aspecto es agitanado. Se dedica a organizar excursiones a caballo. Los cuatro hablamos de viajes, de nuestras infancias y de ecología, a la sombra de la modesta carpa.
Al rato aparece el Alemán, que es el dueño del chiringuito, con tres peregrinos que hablan su misma lengua: un chico y dos chicas muy guapas. Enseguida comprendemos el abandono de su negocio por parte del Alemán, que sólo tiene ojos y conversación para una de las chicas. Nos despedimos agradecidos por el té, pero el Alemán no nos dedica ni una mirada. El hombre está embelesadito con la moza.
Cuando a última hora de la tarde estamos en el bar del hostal El Refugio, aparece por allí el de los caballos. Tomamos unos vinos con él. Nos cuenta que la zona se está repoblando con gente a la que él llama "alternativa". Dice que es gente que vive de otra manera, practican el trueque, están contra la caza y, en general, se arreglan con muy poco dinero. Nos cuenta que algún pueblo, que estaba abandonado, está tomado por gente así. Hablando del camino, dice que últimamente vienen peregrinos muy mayores y que casi todos los años alguno se queda por aquellos puertos.
- Claro, llegan aquí, se lían a andar, se hartan de subir cuestas, del sol o del frío (según la época), comen lo que se les antoja y para colmo se toman unas copas y ¡Zas, infartazo en cualquier repechón!.
Nos despedimos del simpático caballista y cenamos en el comedor del hostal en plan casero, luego a dormir.

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Rabanal del Camino - Molinaseca

Etapa 7
7-Julio-2002
Distancia 25 Kms.
Tiempo empleado 6 horas

Son las siete de la mañana cuando estamos desayunando en el bar del hostal El Refugio. Hemos dormido muy bien. En Rabanal, el único sonido que puede oírse por la noche es el del reloj de la torre dando la hora.
La mañana está fresca, pero el día va a ser cálido. Iniciamos la subida hacia la Cruz del Ferro. Alcanzamos a Antoine, el vejete francés de los bastones que vimos el día anterior. Mas que caminar, lo de este hombre es una lucha para dar cada paso. Parece que su meta es llegar hoy a Riego de Ambrós. ¿Volveremos a verle?
Paca y yo vamos comentando cómo se necesitan 5 ó 6 días para que el cuerpo se adapte a las largas etapas del camino y esto aunque se haya entrenado. Tomadas en conjunto la mayoría de las etapas son una paliza, aunque tomadas por partes todas tienen ratos muy agradables. Ahora por ejemplo, subimos lentamente y disfrutamos de la frescura de la mañana, del contraste de luces y sombras que produce el sol según se eleva, de los colores y olores de las distintas plantas silvestres en floración, del canto del ruiseñor y del de la codorniz y del cacareo de alguna perdiz lejana, cuyo sonido cascado rebota en las peñas de los barrancos.
Nos parece que el camino está mejor señalizado que en el 99. Atravesamos por mitad de Foncebadón. El pueblo, que prácticamente estaba deshabitado, parece que se está recuperando. Hay un hotel medieval, muchas casas arregladas y también la iglesia. A la salida del pueblo y junto a las ruinas de una ermita pastan una docena de vacas pardas y gordas, entre ellas una yegua negra y su potrillo color canela retozan.
El camino de tierra nos lleva, apenas cruzando una vez el asfalto, hasta la misma Cruz del Ferro. No hay mucha gente para ser domingo. Paca y yo, un poco emocionados, dejamos allí nuestras dos piedras de pedernal traídas desde Guadalajara. Quedan también allí nuestros mejores deseos para quienes los necesitan. Hay una mujer de Irún, la de Xavier, que está llorando. Casi nos contagiamos.
Comenzamos el descenso entre silencios y recuerdos. Le digo a Paca que para mí es tan importante el paso por la Cruz del Ferro como la llegada a Santiago. Paca dice que, sobre todo, porque en la Cruz del Ferro sigues y en Santiago acabas. ¡Qué lista es esta Paca!
Según avanzamos nos rebasa un Land Rover verde que al poco se para. Bajan dos hombres, uno viejo que habla a voces y gesticula mucho y otro de unos cuarenta años.
- Mira aquellos valles de abajo y los prados que tienen. Son de lo bueno bueno.
- Buenos parecen y me gustan,
- Pues entonces, sólo queda ajustar.
- Antes hay que ver las trochas para llegar a ellos.
Montan de nuevo en el coche y se van allá, a donde señalaban, a buscar las trochas. Ellos sabrán cómo, porque no se ve carretera ni camino.
Baja ya algún coche de apoyo, llevando mochilas de caminantes. Bajan también ciclistas con mucha precaución.
Llegamos al refugio de Manjarín y oímos el tañido de la campanilla en cuanto Tomás, el jefe del refugio, nos descubre. Creo que junto al de Arroyo San Bol es el refugio más cutre del camino. No obstante es casi una tradición el parar aquí. Aceptamos el café con leche y galletas y el agua (embotellada) que el alberguero ofrece sin pedir nada a cambio. Tomás nos cuenta que tres o cuatro días por delante llevamos una oleada de 150 peregrinos de un colegio salesiano, pero que el camino en estos momentos está tranquilo y nada saturado. Nos cuenta también que no aguanta a los franceses, que les gusta dormir la siesta (protestando si alguien les molesta) y luego salir a las cuatro de la mañana sin respetar el descanso de nadie. A nosotros nos parece que no es un problema de los franceses, sino que la inconsciencia y el egoísmo tienen que ver con las personas más que con los países. El jefe de Manjarín opina también que todo el desmadre que suele tener el camino en Galicia es culpa de la Iglesia por poner los últimos 100 Kms. a pie para ganar la Compostela.
- ¡Que lo pongan desde León, que hay 300, verás que pronto se arregla!
Continuamos nuestro camino y llegamos a El Acebo (después de bajar la peligrosa y empinada cuesta que hay a su entrada). El pueblo está muy cuidado, tiene albergue, tiene hostal y dan comidas. Mientras tomamos un zumo hablamos con el abuelo de los del bar, que también es el hostal. Es un hombre amable y simpático que, después de hacernos el padrón, se queda con muchas ganas de que nos quedemos allí.
- Sobre todo, no me explico como hay gente capaz de quedarse en esa pocilga de Manjarín.
En El Acebo vemos a las dos jóvenes alemanas y al chico que las acompaña. Se ve que el vendedor de baratijas no pudo retenerles.
Unos kilómetros más abajo está Riego de Ambrós. Tiene alberque de peregrinos, cuadra para caballos y bares. Cuando lo cruzamos unos niños que juegan al balón en la calle interrumpen su juego y vienen hacia nosotros.
- ¿De qué nación sois?
- De España.
- ¡Jo, qué mala suerte!
- ¡Pues sí, ricos, muy mala suerte! ¡De España, ni siquiera de Portugal! (Les dice Paca muy digna)
Los chicos ya no nos prestan ninguna atención visto lo vulgar de nuestra procedencia. Le propongo a Paca que, si nos vuelva a ocurrir, digamos que somos chinos y a ver qué pasa.
Salimos de Riego por un estrecho pasadizo de vegetación que da a un bosque con algunos árboles centenarios. Después llegamos a la zona que se quemó hace tres años. Luego, después de una bajada, al fondo de un barranco y en un recodo del camino hay un hombre sentado junto a un árbol lleno de estampas. Intenta el hombre que nos paremos, pero no lo hacemos. Le decimos adiós pero no nos entretenemos, hace mucho calor y estamos deseando llegar a Molinaseca.
El camino es bastante escarpado. Pues bien, antes de llegar a la carretera, que casi te deja ya en Molinaseca, nos adelanta un ciclista por este durísimo camino. ¿Cómo no se matará?. A continuación del ciclista aparecen 3 motos de 4x4, eso sí, haciendo el macarra. Pero ni siquiera estas motos pueden pasar por los estrechos tramos que la bici supera. Contra gustos no hay disputas.
Un placer entrar en Molinaseca por el viejo puente, atravesar el pueblo y alojarse en la Posada de Muriel. Comemos muy bien en el Mesón Real, también conocido como el de Rodrigo.
Siesta obligada. A eso de las siete de la tarde vamos a dar una vuelta por el pueblo. Vamos a sentarnos a una terraza que hay junto al puente. Allí hay una piscina fluvial. Hace mucho calor. Es uno de los pocos días que estamos pasando calor en el camino. Vemos algunos peregrinos conocidos: Ala de Paloma y Calvito, los alemanes, los de los coches de apoyo...Todos andamos junto al río buscando el fresco.
Hacia las ocho de la tarde el pueblo se llena de coches. Nos dicen que es casi una tradición que las tardes de los domingos (y no las de ningún otro día) la gente de Ponferrada y alrededores se vaya de vinos a Molinaseca.
También nosotros nos vamos de tascas y disfrutamos de los vinos del país con su pinchito (0,35 € el chato). En una de las tascas encontramos al Peregrino Mangurrino. El hombre se está comiendo un plato de patatas fritas en pelotón con pimientos verdes y un par de huevos. Da gusto verle, y cómo se concentra en rebañar con el pan y con qué esmero lo va empujando todo gaznate abajo con vasitos de vino tinto.
Cenamos un plato donde comimos y a las diez y media en la cama. Estamos cansados.

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Molinaseca - Villafranca del Bierzo

Etapa 8
8-Julio-2002
Distancia 30 Kms.
Tiempo empleado 7 horas

En la etapa de ayer cogimos miedo al calor de última hora. Hoy nos levantamos antes de las 6. Un cuarto de hora después estamos saliendo de Molinaseca. El acceso a Ponferrada se ha mejorado. Ahora se entra a la ciudad siguiendo una acera rojiza paralela a la carretera. Cuando se llega a la antigua desviación, un letrero en el suelo advierte: "Sigue", "Es más corto", "Sigue". (Al señalizador sólo le ha faltado poner: "Yo ya, ¿ si no entendéis esto...?")
Siguiendo por el nuevo acceso se llega al albergue, luego al castillo de los templarios, después al centro. Continuamos luego con la aburrida y larga salida de la ciudad: la parte moderna, los montones de escoria, ENDESA, Compostilla y el túnel bajo la carretera. Antes de dejar Ponferrada desayunamos en un bar de la parte moderna. La señora del bar es muy atenta.
- ¡Buen Camino! ¡Vaya día bueno para andar que van a tener ustedes! ¿No se quejarán, eh?
Al atravesar Columbrianos aparecen bastantes peregrinos, deben haber estado desayunando en el pueblo. Vamos muy juntos y parecemos un grupo de gente que hubiese bajado de un autocar. Preponderan las mujeres, que van en grupos de cuatro y de dos. Cuando estamos atravesando Fuentes Nuevas, dos peregrinas nórdicas rubias y muy guapas van delante de nosotros. Dos mujeres mayores del pueblo vienen de paseo en dirección contraria y no quitan ojo a las nórdicas. Les miran con pena.
- ¡Ay, pobriñas! ¡Cómo llegaréis a Santiago! ¡Por putiñas que hayáis sido el Señor os tendrá que perdonar!
Las nórdicas, que no han entendido nada, les dicen adiós muy complacidas y sonrientes. Paca y yo, atónitos, contenemos la risa hasta que las dos autóctonas se cruzan con nosotros y las dejamos atrás.
En Camponaraya tomamos un café y descansamos un poco. Hablamos con dos peregrinas que han comenzado hoy. Están un poco asustadas. Les animamos.
Cuando llegamos a Cacabelos vemos un grupo de 10 ó 12 que caminan sin mochila o con una mochila diminuta. Llevan una furgoneta de apoyo con matrícula de Barcelona. Los peregrinos que cargan con su mochila les ignoran y algunos muestran su mal humor al verles. Saben que gente como ésta puede dejarles sin cama en los refugios.
Tomamos otro café en Cacabelos y pasamos frente al nuevo albergue de peregrinos con 70 camas en celdas de dos. Se abre a las doce y media y sólo hay una peregrina esperando.
Carretera arriba, seguimos hacia Villafranca del Bierzo bajo un sol de justicia. Una peregrina sube delante de nosotros por la cuneta. La mujer lleva mucha carga y va muy despacio. Cuando la rebasamos vemos que según anda va leyendo un libro. ¡Y luego que en España no se lee, y eso con la chicharrina que hace!
Cuando llegamos al camino que, saliendo a la derecha de la carretera, conduce a Villafranca, vemos como un grupo de peregrinos viene en dirección contraria. Se lo han pasado y se quejan de la señalización. Le cuento a Paca cómo en este camino encontré el año pasado a Reed Cooper, el amigo peregrino estadounidense, y la charla que tuvimos.
Hacemos este tramo acompañando a un chico que salió de Burgos y que se encuentra lesionado a causa de las fuertes pendientes de ayer (descenso de la Cruz del Ferro). Le recomendamos los servicios del Jato, uno de los hospitaleros y masajista de Villafranca, pero el chico no nos hace mucho caso. Al llegar a Villafranca se queda en el albergue municipal.
Paca y yo entramos a la iglesia de Santiago a sellar y porque esta iglesia nos gusta mucho. Nos parece un punto importante del camino. Nos alojamos y comemos en el hostal Casa Méndez.
Terminada la indispensable siesta, hacemos unas cuantas llamadas telefónicas para reservar habitaciones en los pueblos de Galicia por donde pasaremos los próximos días. Recordamos el 99 y nos da miedo no encontrar alojamiento en ninguna parte. Pero este año no hay ningún problema, encontramos en todas partes y a la primera.
Salimos por el pueblo a tomar unos vinos esperando encontrar peregrinos. Vemos a muy pocos. En el Jacobeo había más gente, más jarana, más alegría y más anécdotas. Echo de menos el bullicio de entonces y me parece que la crónica me está saliendo muy aburrida.
Tomamos un vino sentados en una terraza que hay delante de la farmacia del Doctor Cela. Cuando termino el vino, decido tomar otro. En lugar de esperar y pedírselo a la muchacha que atiende la terraza, me adentro totalmente despistado en la farmacia. Según entro en ella voy pensando "qué buena idea el mantener una vieja farmacia y utilizarla como bar", pero de repente el farmacéutico de bata blanca me pregunta:
- ¿Qué desea usted?
Caigo de golpe en mi error y, avergonzado, apenas musito:
- Perdone usted, me he confundido.
Cuando salgo de la farmacia, con la copa de vino vacía en la mano y cara de jilipollas, la concurrencia de la terraza, que no había perdido ripio, se troncha de risa. A partir de ahora seré conocido como el peregrino bolinga, pienso para mí.
Cenamos, no muy bien, en el mesón Los Ancares. Nos sentamos de nuevo en una terraza de la plaza a tomar el fresco y, ante la falta de ambiente, a dormir. Son las once.

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Villafranca del Bierzo - O Cebreiro

Etapa 9
9-Julio-2002
Distancia 30 Kms.
Tiempo empleado 7 horas

Como le tenemos un poco de respeto a la etapa, hoy nos levantamos un poco antes de lo habitual. Son las seis y quince de la mañana cuando salimos de Villafranca. Lo primero que nos sorprende es ver venir dos peregrinos en dirección contraría.
- ¿Qué ocurre? ¿Han cambiado el camino por alguna obra en la carretera?
- No, es que queremos tomar la variante de Pradela y la hemos dejado atrás.
Son dos peregrinos de más de 60 años. Uno es delgado y alto, el otro, más bajo, tiene el pelo blanco. Les decimos que la subida es dura y que, de todos modos, tendrán que volver a bajar a la carretera. No les importa. Bueno, ellos sabrán por qué quieren hacer la etapa por Pradela en un día gris y lluvioso como hoy.
Al cabo de un rato llegamos a Pereje por la antigua carretera nacional que ahora ha quedado como una vía de servicio. Hasta aquí hemos llegado solos, pero ahora nos alcanza un grupo de peregrinos.
La autovía, después de tantos años de obras, aún no se ha terminado. A efectos del camino, la cosa está casi como hace tres años. ¿Por qué tanta lentitud en terminar la principal vía de comunicación de Galicia con el resto del país?. Mala sensación que las obras duren tanto.
Llegando a Trabadelo se nos cruza una ardilla. Son las ocho de la mañana. Desayunamos frente al hotel Ruta Nova, en un bar con un nombre raro, al otro lado de la carretera. Transmiten por la tele el encierro de los Sanfermines. Hasta que no termina el encierro allí no se mueve nadie, ni para pedir ni para servir.
Llegamos a la Portela y luego a Ambasmestas donde abandonamos definitivamente la carretera. Entramos en el primer bar de Vega de Valcarce a tomar un café. Hay dos peregrinos sesentones. Son alemanes, uno moreno y otro de tez colorada, y no paran de beber botes de Cocacola. También hay tres españoles maduros, un hombre y dos mujeres. Los españoles piden bocadillos de tortilla y de jamón y también zumos envasados para llevar. El hombre, ante las mujeres y ante quienes podemos oírle, alardea de ser caminante curtido y veterano. Paca y yo tomamos café y le decimos a la señora que nos atiende que pasamos por allí el primero de agosto del 99 y escribimos en un libro. Ella nos muestra los libros y, efectivamente, aparece lo que escribimos. El hombre y las dos mujeres se meten en la conversación. Dice él, que se ha hecho tres veces el camino, que una vez lo hizo entero desde Roncesvalles, que lo hizo en bici, y asegura que tardó seis días.
- ¡Oh, qué buena media!
La señora del bar dice que se acuerda de Paca, pero no de mí.
- Quizás sea porque yo, entonces, estaba más gordo.
- Pues ésta y yo tenemos un hijo que ha perdido cuarenta kilos y se ha quedado de puta madre.
La señora del bar me pregunta si he perdido peso en el camino. Yo le digo que no, que creo que en el camino no se suele engordar, pero tampoco adelgazar.
- ¿Cómo que no? En el camino se adelgaza y mucho. ¡Seis kilos, perdí yo una vez!
Antes de que mi compatriota siga puntualizando cada cosa que digo, pago, nos despedimos amablemente y continuamos el camino.
Cuando vamos por las Herrerías me dan ganas de ir al servicio con cierta urgencia ("Me dio al vientre", que dirían en el pueblo de Paca). Entramos en un bar que está vacío y en penumbra. Enseguida aparece el ama muy amable:
- ¡Ay, filiños, no me digan que entraron para ver la herrería!
- Pues, la verdad,...
- ¡Niña, niña, abre la herrería para que la vean estos señores!
- No, es que yo...
- Pero si no es ninguna molestia, ¡ya verán ustedes qué cosa más antigua! Está todita como la dejó mi padre hace treinta años. Bueno, excepto el fuelle que lo restauramos.
Al cabo de unos segundos Paca me echa un cable y entretiene a la señora. Yo me lanzo como un desesperado en busca de un retrete. Cuatro o cinco segundos más en encontrarlo y habría sido fatal. ¡Uf, ...qué descanso!
Son las once y media. A la salida de las Herrerías el día ya está muy frío y desapacible, además se ha puesto a llover. Un hombre sentado bajo un porche nos ve pasar.
- Fresquiño el día, pero bueno para caminar.
- ¿No nos nevará, verdad?
- ¡No, hombre, eso no!
Enseguida empiezan las rampas. Unos ocho kilómetros de cuesta más o menos dura, pero continua, hasta alcanzar O Cebreiro. El ritmo de los caminantes se va ralentizando a medida que las cuestas se empinan y se alargan. Una chica joven, Paca y yo nos distanciamos un poco del grupo y ya hacemos la subida juntos. Hace frío y eso hace que nos pongamos en O Cebreiro a la una y cuarto con muy buen paso.
Sellamos en la iglesia, nos alojamos en el Mesón Antón. Una vez aseados, comemos en la Hospedería de San Giraldo. La comida es buena y abundante. Allí vemos a otros peregrinos: un brasileño que comenzó muy fuerte desde León, pero que ya utiliza los coches y los taxis descaradamente; un peregrino cuya mujer le espera al final de cada etapa y a los dos peregrinos sesentones, el flaco y el del pelo blanco, que esta mañana subieron por Pradela.
Después de comer nos vamos a la Venta Celta, donde hay bastante gente. Nos acercamos a la barra. Irene Alkorta nos mira de refilón y sigue a lo suyo. No pasan ni dos segundos antes de que nos identifique.
- ¡Ahí va, pero si sois Paca y Salva!
Irene nos da un par de besos y nos invita a un chupito.
- Irene, tienes que poner la Venta Celta en la guía. Por no tener tu teléfono no dormiremos esta noche en tu casa,
Charlamos un rato con Irene. Siente de verdad que no la hayamos podido telefonear. Irene deja todo por hablar con nosotros y nos hace sentirnos como si estuviéramos en nuestra casa. ¡Vaya mujer cariñosa, esta Irene! Nos hemos visto tres o cuatro veces y nos trata como de la familia.
Volvemos a nuestra habitación del Mesón Antón. Paca se echa la siesta. Yo cojo cuaderno y boli y me vuelvo a la Venta Celta a escribir un rato. Cuando entro el local está vacío y sólo una señora pela patatas junto a la puerta. Me pregunta si quiero tomar algo, pero lo que quiero es sólo tranquilidad y confianza. El local ya me lo da.
Al cabo de un rato comienza a venir gente. Enseguida aparece Irene con el pelo recogido, un bonito jersey rojo y el aspecto tranquilo y resuelto de quien domina la situación.
- ¡Hola, Salva!
- Ya sabes: Paca a la siesta, yo a escribir.
En la Venta Celta se come prácticamente a cualquier hora. Ciclistas, gente del refugio, excursionistas, gente del pueblo, turistas de paso, pero principalmente peregrinos, mantienen casi siempre animado el local. Los embutidos de la zona, la empanada, el pote gallego, las tortillas de patata hechas con huevos de las gallinas del pueblo, las ensaladas, el estupendo bacalao que Irene sabe hacer, el cálido tinto mencía de la casa, pero, sobre todo, la amabilidad, la familiaridad y el buen trato, hacen de la Venta Celta el local (a mi juicio) con más ambiente de O Cebreiro. ¡Aupa, Irene!
En O Cebreiro la tarde está lluviosa, como lo estuvo la mañana. Así que muchos peregrinos andamos refugiados por los bares. En la Venta Celta están los dos alemanes que esta mañana tomaban Cocacolas a destajo en Vega de Valcarce. Ahora beben, junto a otros peregrinos, copas de coñá, perdón de brandy. Parece que el producto es internacionalmente aceptado por unanimidad, pues los peregrinos que contrastan una y otra vez su calidad son mayormente extranjeros o, mejor dicho, de nuestra multinacional Europa. Recalan también en la Venta Celta las dos guapas alemanas a quien el día anterior una berciana les vaticinó el perdón de sus pecados. Las dos mujeres se ven amablemente asediadas por peregrinos donjuanes que, con 20 ó 30 años más que ellas, les agasajan con cuantas atenciones, carantoñas y gracias se les ocurren. La inspiración de los licores es fuente inagotable de galanterías para los peregrinos y éstos las prodigan sin recato en las lenguas más divulgadas de nuestra comunidad europea.
Voy al Mesón Antón a buscar a Paca. Damos una vuelta por O Cebreiro y descubrimos que a la Hospedería de San Giraldo ha llegado una peregrina holandesa uncida por la cintura a un carrito. El ingenio se apoya en el suelo mediante una sola rueda y sobre él lleva la holandesa su mochila y su equipaje.
- I have weak shoulders and back, but strong legs.
Curioso el carrito de la holandesa. Un invento muy creativo, sí señor. ¿Servirá sólo para viajar por carretera? ¿Qué tal agarre tendrá en las bajadas? ¿Llevará ABS? ¿Tendrá que pasar la ITV?
Pagamos la habitación del Mesón Antón por la tarde. El patrón nos invita a lacón y a vino. El hombre no es de natural simpático, pero pone todo su empeño en ser agradable con nosotros. Se agradece.
Cenamos en la Venta Celta: unos buenos trozos de empanada, una ensalada mixta y una jugosa tortilla de patata casi del tamaño de la rueda del carrito de la holandesa. No falta la botella de mencía de la casa. Imposible acabar con la tortilla. De ninguna manera. Tampoco nos cabe el postre. No damos más de sí. Nos despedimos cariñosamente de Irene y le agradecemos tan buena cena. Por cierto, muy barato.
Cuando nos vamos, los peregrinos del brandy siguen allí. Ríen sin parar. Algunos, con los pelos alborotados, parecen satanases coloraditos. Las dos alemanas y sus caballerescos peregrinos también siguen en sus puestos. Cómo se lo pasan estos compatriotas europeos en la perdida aldea de O Cebreiro a las tantas de la noche. Mientras tanto, las ciudades de sus países de origen están desiertas a las ocho de la tarde. Tendrá que ser así.

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O Cebreiro - Triacastela

Etapa 10
10-Julio-2002
Distancia 21 Kms.
Tiempo empleado 5 horas

Pasamos muy buena noche. Amanece nublado y amenaza lluvia. Desayunamos en la Venta Celta. Irene aún no se ha levantado, el turno de desayunos lo lleva una de sus compañeras.
Apenas hemos salido de O Cebreiro, cuando nos adelanta el Peregrino Mangurrino con su gorra verde de John Deere. El sol sale por un resquicio entre unas nubes y nos envía unos rayos tímidos entre el cielo cubierto. El Peregrino Mangurrino saluda al sol levantando su garrota un par de veces con la mano derecha. Más adelante les dice a unas chicas que por la carretera los peatones, por muy peregrinos que sean, tienen que ir por la izquierda. Se nota que el Peregrino Mangurrino está puesto en educación vial.
Bajamos a Liñares y luego a Hospital de la Condesa en un pispás. Sigue el día encapotado y fresco, pero no llueve. Los valles, por debajo de nosotros, están llenos de niebla.
- ¡Vaya día bueno para andar, bien fresquito, no se quejarán!
El paisaje, como digo, es grandioso. Llegamos a Padornelo. Alguien ha perdido un pañuelo rojo. Lo dejamos atado a un árbol, por si vuelve. Nos encaminamos hacia el fuerte repechón del Alto del Poio. Un grupo de tres chicas sin mochila viene hacia nosotros.
- ¿Habéis visto un pañuelo rojo?
El repechón a muchos peregrinos nos acelera la respiración, cuando no nos la corta. En el bar que hay en el alto mucha gente entra a tomar algo. Paca y yo continuamos hacia Fonfría, en cuyo trayecto un perro husky con un collar negro tachonado en plata se nos une. No sabemos de donde ha salido. En la palloza moderna que hace de bar en Fonfría tomamos un café. Unos chavales jóvenes, peregrinos que conocemos desde Astorga, nos preguntan por el perro. Nos cuentan que la Guardia Civil lleva algunos días buscando a un ladrón que hay en el Camino y que se sabe que éste llevaba un perro husky. No les hacemos mucho caso. Sin embargo, los chicos insisten en que hay Guardias Civiles infiltrados entre los peregrinos. Paca y yo nos imaginamos a los guardias vestidos de peregrino pero con el tricornio y el naranjero. Nos entra la risa. Recuerdos de la infancia, de cuando las parejas de la Guardia Civil patrullaban a pie por los caminos, cubiertos con aquellos impresionantes capotes.
A la salida de Fonfría se echa una niebla espesa. Al rato llueve con ganas. Así hacemos casi todo el resto del recorrido, que es bajada. No para de llover hasta Pasantes, donde hay varios peregrinos junto al castaño gigantesco que hay junto al camino. Una lugareña muestra el árbol a los peregrinos con el orgullo de quien tiene algo irrepetible.
- ¿Cuántos años tiene?
- Uy, más de mil, filiña.
- ¿Cuándo medirá de ancho?
- Uy, filiña, ¡necesítanse doce peregrinos para abarcarlo!
(Curiosa medida la del peregrino abarcador).
- Algunos suben arriba.
- Y, ¿para qué?
- Para hacerse fotos.
- ¡Ah!
Ya hay gente esperando junto al albergue cuando a las 12 llegamos a Triacastela. Sellamos en la histórica iglesia y nos alojamos en el hostal O Novo. Hay pocos peregrinos comiendo en el Xacobeo. Hay dos primerizos, que han empezado en O Cebreiro. Uno de ellos es cincuentón, gordo y moreno con el pelo rapado. Al peregrino cincuentón le ha martirizado la mochila. No comemos muy bien en el Xacobeo pero, en cambio, echamos una buena siesta.
A la tarde una vuelta por el pueblo. Recordamos lo abarrotado que estaba en el 99 y lo tranquilo que está ahora. Llegamos a la salida del pueblo y encontramos dos señales juntas que indican las dos variantes del camino: bien por Samos o por San Xil. Alguien ha escrito a mano en el de Samos lo que sigue: "No recomendable ir por Samos te estafan y te roban mucho. Son unos cabrones. Por hayí mejor." , y una flecha que señala al letrero de San Xil, en el que la misma mano ha escrito: "Feliz Camino".
Nos vamos al bar Xacobeo a tomar un vino. Aparece el peregrino que puntualizaba cuanto yo decía en el bar de Vega de Valcarce. Viene acompañado por las dos mujeres de entonces. Nos saludamos e inmediatamente, y juro que sin mediar provocación, se pone a contarnos con detalle que han bajado por la carretera en lugar de por el camino, que cuando él se hizo el camino en bici se hacía una media diaria de 126 Kms., que cuando se lo hizo andando se hacía medias de 45 kilómetros diarios pero que claro, ahora, al ir con mujeres, ya se sabe... Pero, Dios mío, qué le he hecho yo a este hombre para que nos dé esta monserga. Asentimos a todo cuanto nos dice y aún hubiésemos estado de acuerdo en reconocer que, él solo y en no más de cuatro días, levantó el monasterio de Samos cuando, por fin, se marchó a cenar. Las mujeres llevaban ya un buen rato esperándole en el comedor.
Notamos que hasta los camareros (no debieran hacerlo) se ríen a hurtadillas de algunos peregrinos. Paca y yo, nos digan lo que nos digan, procuramos no alterar el gesto.
En el Xacobeo hay algunos peregrinos cenando. Algunos se alojan allí. Destaca un grupo de 8 ó 10 chicos y chicas que van coordinados por una chica delgada y menuda, algo más mayor y con autoridad. Ella es María Severa.
Al salir del bar comienzo a sentirme mal. Decidimos irnos a dormir y perdonar la cena. Tengo fiebre y temo que el camino se me acabe aquí. Tomo dos pastillas de antibiótico y afortunadamente estoy bien al día siguiente. Paca sin dormir, a ver.
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Triacastela - Sarria

Etapa 11
11-Julio-2002
Distancia 19 Kms.
Tiempo empleado 4 horas y 15 minutos

Afortunadamente la fiebre que tenía ayer noche ha desaparecido y puedo continuar el camino. A las 7,15 dejamos Triacastela. Hemos desayunado en el Xacobeo, que está abierto desde las 6. Están desayunando el grupo de peregrinos que coordina María Severa.
Desde Triacastela elegimos el itinerario de San Xil. No tomamos el de Samos por ser casi todo paralelo a la carretera. Gozamos de nuevo con la lenta ascensión entre frescos prados escalonados a lo largo del hermoso valle. Los mirlos y los ruiseñores no se cansan de cantar. A diferencia de ayer, el día ha amanecido claro y soleado. Si el día acompaña, como es el caso, esta etapa puede convertirse en una de las más bellas del camino. Cuando terminamos de subir por el valle y llegamos a San Xil, que está en el alto, el sol nos da de lleno. Abandonamos definitivamente la umbría del valle. Allá en el alto oímos el canto rítmico de la codorniz, como un vibrante pito de agua. Detrás de nuestros talones quedan abajo los vallejos desbordándose de niebla.
En un paseo lento y entretenido bajamos hasta Furela, donde paramos a tomar un café. Nos sirven el café por una ventanilla, casi como las de las taquillas de los viejos cines de pueblo. Es el quiosco de Furela donde, además de bebidas, venden bocadillos y sellan credenciales. Toman algo con nosotros Pedro y María, peregrinos desde Ponferrada, y un hombre solitario, callado y serio, que parece un peregrino infiltrado de la Guardia Civil.
Encontramos el camino bastante mejorado también en el sector de la etapa de hoy. No en cuanto a señalización, sí en cuanto a servicios. Nos vamos acercando a Sarriá por los caminos paralelos a la carretera, algo monótonos si se comparan con los que hemos recorrido en la primera parte de la etapa.
Al llegar a nuestro alojamiento de hoy, el hostal Londres, tomamos un zumo de naranja mientras terminan de preparar la habitación. Después de asearnos damos una vuelta y llegamos hasta el albergue de peregrinos. Vemos al peregrino español de las exageraciones, el que viaja con dos mujeres. También vemos al Satanasín Colorado y a su amigo (los de la Venta Celta en O Cebreiro).
Subimos hasta lo alto del pueblo, casi hasta salir de él. Allí damos la vuelta y al bajar, casi a la altura de la Prisión Preventiva, nos topamos con el Peregrino Mangurrino. El Peregrino Mangurrino viene hoy contento, canturrea y fuma lentamente mientras sube. Además esta vez a los numerosos complementos de su mugrienta mochila les ha añadido un hermoso botillo que brilla retesado sobre ella. Parece que no se queda en Sarriá.
Bajamos a comer hasta el hotel Alfonso IX, después de que una señora (a la que preguntamos, la culpa fue nuestra) se empeñase en que comiésemos en el mesón de su amiga Mercedes. Cuando, siguiendo a la buena señora, llegamos al mesón, resultó que su amiga Mercedes lo había vendido hacía tres meses.
Así que, como digo, comimos en el Alfonso IX y en plan fino. Consecuencias, casi 60 euros la comida. Antes de marcharnos del hotel paso al servicio de este elegante establecimiento y, para mi sorpresa, me encuentro dentro a un peregrino. El peregrino está haciendo la colada tranquilamente, aprovechando que en el servicio del hotel hay jabón, gel y agua caliente. Además para más comodidad se ha quitado las botas y la camiseta, así que allí está el tío descalzo y en plan Tarzan haciendo su limpieza.
- ¡Buen Camino!
- No me digas que tú también lo haces.
- Pues sí.
- ¡Qué también lo tengas tú!
Para que luego digan que los peregrinos no usamos los servicios hoteleros.
Después de la siesta, salimos a dar una vuelta por el pueblo e irremediablemente acabamos junto al río, en el paseo al que llaman El Espolón. Nos sentamos en la terraza de la cafetería Santiago. Pedimos una de gambas al ajillo y dos riojas. Estamos sentados junto a la ventanilla del bar que da a la terraza, por donde los camareros recogen lo que sirven. Las gambas tardan veinte minutos en venir y cuando llegan son algo minúsculo, duro y salado. Nos callamos y comemos, por algo hicimos propósitos de no regañar con nadie en este viaje. Sin embargo, no podemos evitar oír al jefe de la cafetería Santiago (que debe pensar que el gallego es una lengua ininteligible) apremiar a la camarera para que cobre lo que él diga.
- ¿Qué te pidió?
- Me pidió un calimocho y le dije que no había, pero entonces él me pidió un vino normal con hielo y una cocacola.
- Pues le cobras cuatro euros, dos consumiciones.
- Oiga, yo no puedo pedirle eso.
- ¡Carajo!, qué te crees que cobran por una consumición en una terraza de Santiago o de Ourense
El jefe de la cafetería Santiago, desde su ventanilla de servir, parece un francotirador de Sarajevo dispuesto a abatir clientes. Pronto nos llega nuestro turno.
- Son diez euros.
La terraza de la Bodega O Pobo que está al lado no tiene nada que ver. Un buen vino blanco con un pincho de tortilla caliente vale en ella 0,75 euros. Honrados trabajadores. Para consolarnos nos vamos a cenar al hotel Alfonso IX, donde por 11,75 euros tomamos el menú del día. Luego a dormir.

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Sarria - Portomarín

Etapa 12
12-Julio-2002
Distancia 22 Kms.
Tiempo empleado 5 horas

Desayunamos en el Hostal Londres. Las chicas que lo atienden nos despiden muy amablemente. A las siete y quince ya estamos camino de Barbadelo. No se ven muchos peregrinos. Adelantamos a una peregrina que camina fatigosamente con una gran mochila. Tiene el pelo rubio y muy corto, parece extranjera, pero no lo es.
En cuanto cruzamos la vía del tren los parajes ganan en belleza y comienza una ascensión por el bosque. Alguien ha perdido una capa de agua, la dejamos sobre una gran piedra por si la buscan. Pronto llegamos a Barbadelo. Empieza a llover. Hay una pareja bajo un árbol.
- ¿Habéis visto una capa de agua de color verde?
Visitamos la iglesia de Barbadelo. El albergue está cerrado y hay varios carteles anunciando servicios en algunos caseríos próximos (desayunos, compra de víveres... "todo para el peregrino", reza otro.) Pasamos por la Casa Nova de Rente sin detenernos (hoy parece vacía, pero hace tres años no nos dieron ni agua.) Paramos a echar un trago en la fuente que hay un kilómetro después. La fuente está junto a un estanque del que se avisa que tiene 3 metros de profundidad.
Llegamos a la carretera y, tras cruzarla, vemos que hay un bar. Alguien nos hace señas desde dentro. Son Pedro y María (un matrimonio joven que inició el camino en Ponferrada) que están desayunando. Paca y yo tomamos un café.
Cuando continuamos, nos damos cuenta de que el camino está bastante arreglado, mucho mejor que en el Año Santo, y de que este trayecto ofrece más limpieza y algunos servicios nuevos. Bien esta vez por la Xunta, que no va a ser siempre meterse con Don Manuel. A cada uno lo suyo.
En Ferreiros pasamos a saludar al del bar de arriba, el que nos dejó una tienda para dormir en el 99 y de paso tomamos algo.
- ¿Nos pone un vino y un plato de queso?
- Piden queso, pues queso. Pero hay una empanada que está reciente... Yo la tomaría, pero si quieren queso, yo les doy queso...
- Bueno, pues empanada.
El mesonero de Ferreiros nos dice que le mandaron quitar las tiendas, aunque él deja acampar a quien se lo pide. También dice que tiene unas cuantas literas, pero que no le dejan alquilarlas.
- Hombre, pero si nos hiciera falta nos alquilaría dos, ¿no?
- Siendo gente de confianza...
Cuando salimos de Ferreiros comienza a llover continua y mansamente. Al pasar por el bar de abajo hay un hombre en la puerta.
- Está el día fresquiño y bueno para andar, ¿eh?
- Pues, sí señor, sí.
En este trayecto sólo vemos a la peregrina Noelyn, una mujer rubia que va sola y a la que siempre pillamos comiendo.
- ¡Bon apetite!
- Thank you. Well, I mean ... ¡Gruacias!
A la una menos cuarto ha escampado y llegamos a Portomarín después de cruzar el largo puente sobre el pantano. Vamos al Mesón Rodríguez, que es donde hemos reservado. Nos llevan a un hotel bastante nuevo y nos dan una habitación abuhardillada.
Comemos en la Fonda. Bien y barato. Durante la comida vemos a Salvador el de Castellón con sus mujeres (camina con su esposa y su cuñada). Nos saludamos. En ese momento entra la peregrina que por la mañana adelantamos y tomamos por extranjera. Es la rubia del pelo cortísimo. Se sienta a una mesa y comienza a hacer llamada telefónicas desde su móvil como una posesa. Las llamadas se suceden una tras otra. El comedor termina en silencio y la única voz que se oye es la suya que, nítidamente y sin el menor pudor, nos pone a todos al tanto de sus confidencias. Es la enferma Fernanda, tiene esclerosis, viaja con una mochila de 17 kilos y, según ella, lleva en su mochila (no se sabe de qué modo) a sus dos amigas enfermas de cáncer. Fernanda apenas prueba la comida, pero bebe mucha agua y toma un montón de pastillas. Dice que aguantará y pide a alguno de sus interlocutores que le llame a las siete de la tarde para despertarle de la siesta.
Cuando salimos de la Fonda y estamos cruzando frente a la bonita iglesia para ir al hotel, nos encontramos con dos conocidos: Paco, que nos dice que viene de Suiza, y Antonio, un sevillano que vive en Palma y viene de Roncesvalles. Son los peregrinos que subieron al Cebreiro por Pradela. Charlamos un poco y les decimos que somos de Guadalajara.
- ¿No seréis vosotros Paca y Salva que tenéis una página del camino en Internet?
- Pues sí.
- ¡Vaya!
Antonio nos dice que antes de salir se leyó nuestra página. ¡Qué casualidad venirnos a conocer en Portomarín!. Nos presenta a Patrick, el bretón. Quedamos en vernos y charlar los próximos días.
Tras la siesta damos una vuelta por el pueblo y descubrimos La Pousada, en cuya terraza tomamos un vino. Es un lugar muy agradable. Vemos a Pedro y María comprando cosas para cenar. Paca y yo cenamos en la Fonda. Muy bien, por cierto. En una mesa hay una pareja de italianos. Coincidimos allí con algunos peregrinos que hacen tertulia en una mesa grande. Son conocidos de los días anteriores. Nos entretenemos en escuchar lo que dicen antes de irnos a dormir. Hay dos mujeres vascas, un valenciano, otro al que le acompaña su mujer en coche, un madrileño...
- Yo he perdido seis kilos.
- Pues yo sólo tres.
- ¡Joder!, pues, yo, todos los kilos que perdéis, me los voy encontrando.
- Así que vosotras sois de la costa del Cantábrico, de donde el centollo.
- No hombre, lo que se hace allí es empotar el atún, que viene a ser como por otros sitios las matanzas...
- A mí lo que me mata es la mochila.
- Que vas matao de cansancio y va y te adelanta una extranjera más vieja que tu abuela con una mochila más grande que la tuya y, nada, que la tía va como si nada...
- Pues yo, chica, lo que llevo mal es la sed. Fíjate con la que habré llegado que hasta me he bebido una cerveza sin gaseosa.

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Portomarín - Palas de Rei

Etapa 13
13-Julio-2002
Distancia 25 Kms.
Tiempo empleado 5 horas y 15 minutos

Salimos de Portomarín a las siete y veinte tras desayunar totalmente solos en el bar de la fonda. A la salida somos muchos peregrinos. Casi nada más salir de Portomarín, en el primer repechón del camino, Antonio, Paco y Patrick el bretón nos adelantan. Van los tres muy contentos y a muy buen paso. Nos saludan con una alegría contagiosa. Parecen tres chavales, da gloria verles.
El camino es muy agradable hasta Gonzar y el día está soleado. Allí tomamos otro café y continuamos, ya por asfalto, en compañía de Pedro y María. Nos reímos mucho con ellos y les comentamos que en el camino casi todo el mundo tiene un mote y que todos terminan sabiendo el mote de los demás excepto el suyo propio. Por ellos sabemos que a nosotros nos llaman "la parejita". Bueno, no está mal. María y Pedro se quedan tomando algo en el refugio de Ligonde.
Paca y yo avanzamos a muy buen paso y sobre las 12 estamos muy cerca de Palas. Nos llama la atención una pareja de japoneses maduros a los que no habíamos visto hasta ahora. El hombre va bien pero la mujer va muy despacio y camina con dificultad apoyada en dos bastones. Cuando llegamos a su altura la mujer se ha sentado y se ha quitado las botas. Tiene los pies con ampollas y algunas uñas negras. Al pasar por delante de ellos todos les miramos y saludamos amablemente pero pensamos que no hablan español.
- ¡Menudos pies! La única solución es amputar.
- The only one problem es que no salen otros nuevos.
Vaya con la señora japonesa, lo entiende todo.
Un cuarto de hora más tarde estamos sellando en Palas, lo hacemos en la iglesia por la que pasa el camino. Nos piden que escribamos nuestros nombres y lugares de procedencia, así como el punto de inicio de nuestra peregrinación. Nos alojamos en una habitación del Bar Plaza. Comemos en el restaurante Villares, donde también lo hacen el peregrino Centollo y otro, cuya mujer le sigue en coche. Mientras comemos, comentamos que seguimos encontrando el camino muy mejorado en Galicia y con más servicios, aunque a la etapa de hoy le sobra asfalto.
Después de la siesta nos vamos a escribir un poco al bar Villares, enseguida llegan cinco chicas y un chico que son peregrinos y se sientan a otra mesa. También vemos al peregrino Ala de Paloma, ya solo desde ayer. ¿Qué habrá sido de su compañero perenne el peregrino Calvito?
Nos sentamos un rato en una terraza protegida por una carpa. La terraza está en una plaza muy cerca del albergue, frente a la pulpería y al bar Plaza. Permanecemos un rato observando el deambular de los paseantes, el juego de los niños y el ensimismamiento de muchos peregrinos que por allá descansan. Una peregrina inglesa muy mayor, con modales de auténtica lady y que no habla una palabra de español, quiere saber la genuina composición de la empanada gallega que sirven en la terraza. El amable camarero pone todo su esfuerzo en explicárselo.
- ...Red pepper, green pepper, onion, tomato sauce, tuna fish or Spanish saussage...¡Me cago en la leche!, ¿cómo se dirá en inglés masa de hojaldre?
Cuando cae la tarde y nos encaminamos hacia la pulpería en plan de degustación, vemos a nuestros amigos los veteranos. Son Antonio, el sevillano de 67 años que vive en Palma, Paco, de 65 años que viene desde Suiza tras 79 días de camino y más de 2200 Kms., y Jorge, que es vasco-francés, viene desde Le Puy (unos 1500 Kms.) y tiene una barbita recortada que le enmarca toda la cara. Inmediatamente nos acercamos a saludarles y, tras un poco de conversación en la calle, todos juntos nos metemos en la pulpería.
Dentro encontramos a María y a Pedro, el joven matrimonio con quien hemos hablado y reído más de una vez en el camino. La idea era tomar un vino, pero la cosa se complica para bien. El ambiente es tan familiar como si todos fuésemos amigos o casi familiares que se han reencontrado. Antonio, el sevillano de 67, está radiante. Nos cuenta, con la misma ilusión de un niño, cómo viajó a Pamplona, cómo le perdieron la mochila en el aeropuerto, cómo la recuperó después de un día de espera, cómo tuvo que subir en taxi a Roncesvalles y cómo salió al día siguiente con la mezcla de incertidumbre y alegría del peregrino primerizo. Antonio se destrozó los pies al recorrer en los dos primeros días lo que debiera de haber hecho en tres. Fue de Roncesvalles a Puente La Reina (unos 70 Kms con varios puertos) en dos días. Tuvo que verle el médico.
- Amigo, usted con esos pies no puede seguir.
- ¡Vaya!, no me diga eso, por favor.
- Y, ¿qué quiere que le diga?
- No me diga nada. Mi cabeza está bien y si me dice que me vaya a casa, destroza usted la ilusión de mi vida. Cúreme, pero no me diga nada. Seré yo solo el que me vaya si me veo incapaz.

Y Antonio no se paró y se cortó las botas (¡Vaya cuadro!) y siguió. Un muchacho vasco le regaló unas sandalias y le dijo que tirase las botas. Así llegó hasta León donde se encontró con Paco, el español que viene andando desde Suiza. Paco es un experto y se las arregla para convencer a Antonio (el gato escaldado del agua fría huye) de que tiene que se comprase calzado adecuado. Le acompaña a comprarlo y desde allí ya siguen juntos el camino.
Paco y Antonio recuerdan con especial emotividad la etapa de la subida a O Cebreiro. Salieron temprano, aún de noche, pero se pasaron de la variante por Pradela (la de la subida empinada) que querían tomar. Cuando se volvían se encontraron con nosotros que salíamos en ese momento. Nos preguntaron que por donde se subía a Pradela, les indicamos. También les dijimos que la subida era dura y que luego tenían que volver a bajar a la carretera, pero a ellos no les importó.
A Paco y Antonio les encantó la variante de Pradela, el recorrido por una fuerte pendiente inicial, la ascensión sobre los valles brumosos, la lluvia fina y todo el mundo envuelto en niebla bajo sus pies. Con ellos, nadie.
- ¡Mira Antonio, qué altura, qué belleza, qué soledad!
- ¡Vaya! Ya lo creo, Paco. Y todo nuestro.
Con la amabilidad propia de los buenos amigos todos invitamos a todos y nos despedimos para ir a cenar. Antonio, Paco y Jorge se fueron por su lado. María, Pedro, Paca y yo fuimos al Villares a tomar un plato caliente. Pasamos un buen rato y Pedro y María nos invitaron a cenar. Quedamos Paca y yo un poco abrumados por su amabilidad, pero aceptamos su invitación de muy buen temple. A las 11 a dormir.

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Palas de Rei - Arzúa

Etapa 14
14-Julio-2002
Distancia 28 Kms.
Tiempo empleado 7 horas

A las siete de la mañana no hay abierto en Palas de Rei un solo local para desayunar. Paca y yo nos echamos al coleto un buen buche de agua a falta de cosa de más sustancia.
El camino, a trozos por carretera a trozos por senderos, es agradable, como casi siempre, a primeras horas de la mañana. Sólo al llegar a Leboreiro, casi a las nueve, es cuando encontramos donde desayunar. Hay dos locales. El uno es un bar normal y el otro, que está enfrente, es la Casa Rural Somoza. Como el bar está lleno de caminantes y casi no nos pueden atender ni hay donde sentarse, entramos en la casa rural. Allí sólo está desayunando un matrimonio de peregrinos italianos.
La señora que nos atiende es el colmo de la amabilidad y la llaneza. Nos pone mesa y mantel en el comedor interior (la mañana está aún fría para desayunar en la terraza). Nos sirve café con leche, tostadas recién hechas con mermelada y mantequilla, nos prepara unos zumos de naranja natural, nos da conversación y nos cobra lo mismo que en cualquier garito del camino. Oye, pues puestos a elegir, nos quedamos con la casa rural.
A la salida del pueblo nos detenemos un momento a contemplar la pequeña iglesia románica. Lo mismo hace el matrimonio italiano.
María y Pedro han desayunado en el bar y enseguida nos alcanzan. Entre bromas y risas caminamos juntos hasta Melide. Allí nos vamos los cuatro a la pulpería más famosa del pueblo. Despachamos un gran plato de pulpo regado con botella y media de vino tinto y espeso. La dueña, que es la que hace el pulpo y la que dice lo que hay que cobrar a cada uno, nos desea buen camino y que nos veamos otro año. Salimos tan contentos, faltaría más.
A la salida de Melide nos encontramos con Salvador y sus mujeres que van escoltando a la enferma Fernanda y a su mochila de 17 kilos. Todos ellos tienen intención de quedarse en Ribadixo, así que van tranquilos. Paca y yo, que deseamos llegar a Arzúa, vemos que van demasido lentos, así que nos despedimos y les dejamos atrás.
Dejamos atrás Boente, donde no entramos a sellar a la iglesia porque están en misa.
Antes de llegar a un puente que cruza sobre una carretera, encontramos, en mitad del camino, una hermosa víbora de Seoane. A Paca, que no puede ni oír mencionar el nombre de cualquier reptil, casi le da un ataque y del brinco que pega por poco se me sube encima de la mochila trepando como un gato. El esquivo animal, también asustado, se retiró a la espesura precipitadamente (aunque más despacio que Paca). Lo difícil que es toparse con una víbora y a Paca (que no puede resistirlas) le salen hasta en lo más limpio. Qué le vamos a hacer, será su sino.
A la una y veinte entramos a sellar al refugio de Ribadixo y luego iniciamos la subida a Arzúa. En Ribadixo hay un bar que da bocadillos y comidas unos 300 metros antes del llegar al refugio y luego otro bar junto al río con una playa fluvial donde también se puede comer. Para encontrar este último hay que continuar en dirección a Arzúa y luego desviarse a la izquierda.
En Arzúa es fiesta, San Cristóbal. Los camiones pasean por el pueblo tocando las bocinas. También hacen una procesión, tiran cohetes y la gente endomingada sale a las calles, toma el vermú en los bares y se concentra en la plaza para escuchar a la banda local.
Nos alojamos en Casa Frade donde también comemos después de asearnos. Siesta y un poco de escritura tranquila. La patrona me obsequia con un café que acepto y con un aguardiente que amablemente rechazo, pues para mí no son horas de darle al orujo. El bar está ahora vacío y sólo un niño de unos 5 ó 6 años en camiseta y calzoncillos me observa, mientras escribo, con su balón bajo el brazo.
- ¿Es de fútbol o de baloncesto? ¿O no sabes?
- Sí sé. En el fútbol le puedes dar con el pie, con la cabeza y con más cosas que ahora no me acuerdo y en el baloncesto sólo con la mano. ¿Lo ves?
A la tarde salimos a dar una vuelta. Al rato nos sentamos en una terraza frente al templete de los músicos. Hoy, por cierto, la banda municipal toca en plan orquesta durante buena parte de la tarde. Lo hacen con tal solemnidad que, aunque a veces tocan pasodobles, todo el mundo escucha y aplaude cuando acaban, pero nadie baila.
- Salva, ¿nos arrancamos?
- Paca, ¡ni se te ocurra!
Al rato aparecen por allí Antonio, Paco y Patrick el bretón. Patrick nos saluda y se va con unas alemanas que están sentadas al otro lado de la terraza. Antonio y Paco se sientan con nosotros y nos dicen que están preocupados por Jorge, el vasco-francés, que está con fiebre y en la cama. Van a verle al albergue de peregrinos y parece que confían en que no sea serio. Jorge dice que de ver al médico nada.
Hablamos un buen rato con Antonio y Paco. Antonio nos cuenta que tiene dos hijas y un nieto y que a su nieto le quiere dedicar su peregrinación a Santiago. Charlamos de un montón de cosas como si fuésemos amigos de toda la vida. Antonio es un peregrino que nos llama la atención. Todos los peregrinos vamos disfrazados con pantalones cortos, ropa deportiva, etc, sin embargo Antonio es el único que en cualquier sitio pasaría por una persona del lugar, pues tanto para andar como para descansar utiliza ropa normal. De hecho es el que mejor vestido va, sin embargo cuando se lo decimos, él contesta:
- No creáis que no llevo unos pantalones de esos elegantes como los del Salva, pero los llevo para ponérmelos en Santiago y luego en el avión, cuando vuelva a casa, para que me vean mi mujer y mis chicas. ¡Vaya!
Qué cosas. El único que viste normalmente y piensa que los elegantes somos los demás, que vamos hechos unos disfraces.
La conversación se hace muy amena y se nos hacen más de las 10 sin darnos cuenta. Paco y Antonio se van a cenar, Paca y yo a los cinco minutos.
A la patrona de Casa Frade le sabe mal servirnos la cena a las diez y veinte minutos. Le decimos que en España hasta las 11 es normal cenar. Sin embargo, ella, acostumbrada a los peregrinos extranjeros y a sus costumbres tempranas, se ha olvidado de que para ella no somos sino clientes y no puede, aunque ya le gustaría, mandarnos a dormir a la hora de las gallinas. No le pasa a ella sólo, es un defecto muy extendido entre la hostelería del camino.

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Arzúa - Rúa

Etapa 15
15-Julio-2002
Distancia 18 Kms.
Tiempo empleado 4 horas y 30 minutos

No madrugamos. A las siete y media estamos desayunando en la cafetería de Arzúa que tiene una terraza en la plaza, junto al templete de los músicos.
- ¿Qué le debo?
- Seis euros y ¡Buen camino!
- ¡Buen camino, buen camino, pero que no paran ustedes de sangrarnos, dichosos euros!
La que se despide con cajas destempladas es una mujer a la que por dos cafés, dos copitas minúsculas de zumo y un bollo le sacan limpiamente lo que antes eran mil pesetas.
La mañana está clara, soleada, espléndida.
- Buen día tienen ustedes para caminar.
- Sí señor, buen día.
Paca y yo estamos muy descansados y sabemos que la etapa de hoy es corta, así que caminamos despacio. Disfrutamos del hermoso camino. Hablamos de lo acostumbrados que ya estamos a él. No sabemos por qué, pero siempre se nos olvida lo duro que es y lo mucho que cuesta adaptarse al principio. Sin embargo, cuando lo acabas es cuando te encuentras mejor de forma. Lástima que todo tenga que terminar.
Pasan los prados, los bosques de eucaliptos, los macizos de hortensias que adornan algunos caseríos, los frecuentes cruces con las carreteras, los hórreos mejor o peor conservados junto a las casas de labor... El sol resplandece y le da a este paisaje verde unos contrastes plácidos de luces y sombras. Los caminos son agradables pues suelen discurrir bajo una capa umbría de castaños, eucaliptos, pinos y hayas.
Enseguida llegamos a la carretera y luego al Alto de Santa Irene y después, ya muy despacito, nos encaminamos a Rúa. Nos alojamos en el Hostal O Pino. Nos aseamos, hacemos unas llamadas telefónicas y comemos estupendamente en el restaurante del hostal. Buen sitio.
Después de la siesta nos acercamos a Arca (que está a un kilómetro) dando un paseo.
Sellamos las credenciales en el refugio de peregrinos. No encontramos a Antonio ni a Paco. Deducimos que, como madrugan tanto y andan tan rápido, habrán avanzado hasta Lavacolla o el Monte del Gozo para entrar mañana en Santiago a primera hora. Allí esperamos verles.
En cambio, vemos a María la de Pedro que sale del refugio con Salvador, el de Castellón, y sus mujeres a comprar para hacerse una cena comunitaria. Nos cuenta María que esta etapa la ha tenido que hacer en autobús pues estaba lesionada. Salvador y sus mujeres la han hecho a cámara lenta pues han acompañado a la enferma Fernanda y a su mochila de 17 kilos cargada también con los espíritus de sus otras dos amigas enfermas. Tomamos un refresco con ellos y nos reímos un poco.
Salvador, el de Castellón, nos cuenta que trabaja en una fábrica de cerámica en la que le han cambiado los turnos y le están volviendo loco. Para qué quiere él trabajar por las noches, dormir por el día y librar entre semana cuando todo el mundo trabaja. A Salvador le sobra razón y no es extraño que la gente se desquicie con esos planes. Al poco se van a hacer la cena.
Vemos al Peregrino Mangurrino, siempre solo, pasar de lejos comiéndose un bocadillo. Su visera verde le ha delatado.
Hay, al menos, un gran grupo de gente joven en Arca. Son de esos grupos a los que les encanta salir de noche y hacer el último trozo del camino cantando a la luz de las estrellas. No obstante, y para ser la base normal de la última etapa del camino, el pueblo no está congestionado ni mucho menos.
Paca y yo desandamos lo andado y nos vamos de nuevo a Rúa. Nos sentamos en la terraza de O Azivro, que es un pequeño conjunto muy agradable de turismo rural. Tomamos un vino y disfrutamos de la frescura de la tarde. Cómo estamos disfrutando esta vez de Galicia. Qué placidez, qué tranquilidad. Nada que ver con el Año Santo. Cenamos en nuestro hostal y salimos de nuevo a disfrutar de la frescura de la noche. Son casi las 12 cuando nos acostamos.

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Rúa - Santiago de Compostela

Etapa 16
16-Julio-2002
Distancia 20 Kms.
Tiempo empleado 5 horas y 30 minutos

Salimos a nuestra última etapa del camino. Aún no son las 7 cuando dejamos el Hostal O Pino, en Rua. Casi no hay peregrinos en el camino o, si los hay, nosotros no vemos a casi ninguno. El día ha amanecido raso y pronto el sol ilumina y calienta con fuerza. En el cielo, azul purísimo, no se ve una nube. La brisa mueve suavemente los árboles. Casi imposible imaginar una mañana mejor de la que hace.
- Vaya mañanita para andar, ¿eh?
Los agradables bosques de eucaliptos por los que el camino discurre, lindan con prados, huertas y campos de heno y de centeno, junto a los cuales hay caseríos y, a veces, hermosos chalets
- Maruxa, ¿cómo te va?
- ¡Ay filiña!, estoy aburrida, aquí no hay quien pare.
- Pero, ¿qué me dices?
- Mi marido está por vender el chalet, y es que en cuanto llega el buen tiempo no para de pasar gente ni de día ni de noche. Y a la noche es lo peor, que los perros del contorno no paran de ladrar, que hay muchos peregrinos que hacen este trozo de noche y en grupos y van cantando himnos, oraciones, salmos o qué sé yo, y yo ya es que no aguanto más...
- ¡Ay pobriña!
- La otra noche a las cuatro de la madrugada mi marido, que no había pegado ojo en toda la noche, ya no pudo más y les dijo a un grupo que por favor dejaran de cantar, que ya estaba bien, que no eran horas. Y, ¿sabes qué contestaron? Pues le dijeron: "Oiga, señor, esto es el Camino de Santiago y, si usted no cree en Dios, que le den por culo." Bueno mira, Aurita, que ya estamos hartos de aguantar y de disgustos...
Poco a poco el camino se va animando. Vemos a algunos conocidos, a Pedro y María, a Salvador con sus mujeres, a la enferma Fernanda y a otros que no conocemos.
Sobre las nueve y media llegamos a Lavacolla, donde entramos a desayunar al Hostal Sampaio. Buen desayuno y precio caro, pero ni el desayuno ni su precio nos llaman tanto la atención como el potentísimo chorro de voz del ama. Además habla y habla sin parar, quiere ser amable, no para de hablar. Atrona y monopoliza el espacio aéreo circundante con su abrumadora superioridad decibélica. Salgo de allí con tal dolor de cabeza que casi me sienta mal el desayuno. ¡Qué pena de voz perdida!, si esa voz hubiese sido educada para el bel canto quizás la Caballé sería hoy una desconocida.
Subimos al Monte del Gozo y recordamos nuestro paso por allí en el 99. Aglomeraciones entonces y un día de temporal, ahora casi solos y con un día espléndido. El camino de entonces y el de hoy no tienen nada de común excepto el unir los mismos puntos. Sellamos por última vez y tomamos un café en la gran cafetería, casi vacía, del último albergue de peregrinos, el del Monte del Gozo.
Iniciamos el último tramo. A Santiago.
Vemos de lejos las torres de la catedral y vamos comprendiendo que la cosa, nos pongamos como nos pongamos, se acaba. Los recuerdos de todo el camino vienen, es inevitable en este último tramo, a tocarte el corazón y se agarran un poco a la garganta. A los ojos no les cuesta nada empezar a brillar un poco más de lo habitual.
Enseguida llegamos a la población. Su travesía se hace un poco aburrida hasta que llegamos a la Puerta del Camino. A partir de aquí las calles están muy concurridas. Entramos por Praterías y al cabo de un momento estamos en la Plaza del Obradoiro. Abrazo y beso. No queremos ni dejamos que la emoción se nos desate, sería demasiado fácil.
- ¿Necesitan alojamiento?
- ¡Pero hombre, déjanos respirar!
- Me llamo Ramón Barreiro y estaré por aquí, tenéis habitación por 24 euros.
- ¡Anda, hombre, de momento, sácanos una foto!
Nos vamos a la Oficina del Peregrino. No hay casi nadie, sólo unos chicos delante de nosotros. Cuando llegamos al mostrador un hombre serio de unos treinta y tantos años nos pide que rellenemos un formulario: nombre, sexo, edad, motivos de la peregrinación, lugar de partida.
- ¿Motivos culturales?
- Sí, motivos culturales.
- ¿Ninguna motivación religiosa?
- No, ninguna.
Nos entrega una especie de Compostela laica en la que se nos felicita por haber llegado y se nos da la bienvenida. Nos sella la credencial: "Cumplieron la peregrinación."
Mientras estamos en el trámite aparecen Pedro y María y Salvador el de Castellón y sus mujeres. Ven el papel que nos dan.
- Ahí va, este año las Compostelas son de otra manera.
- Ah, pues yo la quiero de esas, que la otra ya la tengo, hija.
A la salida de la Oficina del Peregrino, entre risas y despedidas les hacemos una foto. Nos decimos adiós y nos deseamos buena suerte. Quizás algún día volvamos a verles, quizá no.

Volvemos a la Plaza del Obradoiro, que está ahora muy concurrida, a buscar a Ramón Barreiro. Ya más relajados nos recreamos mirando la plaza. A la entrada hay un mimo estático vestido de estatua de ángel dorado a quien, con las aglomeraciones y el despiste, alguno le puede apagar un cigarro en un ala. También hay dos egipcios (macho y hembra) que, más previsores, hacen su trabajo estático subidos en sendos pedestales. En el centro de la plaza hay un tuno, bueno un hombre de unos 60 años con boina y capa de la estudiantina, que vende casettes y que por lo menos debe estar en segundo de carrera. También hay un hombre de cara colorada, barba poblada y que anda dando notables zancadas. Viste el atuendo pardo tradicional de peregrino, con capa, sombrero vuelto de ala ancha y concha y sólo consiente fotografías previo pago. Cruzamos a su lado cuando al zancudo peregrino le sobreviene una cadena de fuertes estornudos.
- ¡Me cago en la hostia!
Nos retiramos sin poder contener la risa y pensando que, al menos, el ángel estático dorado no ha salido blasfemo. Eso sí que sería deslucir la faena.
Enseguida Ramón Barreiro nos localiza.
- Nos han ofrecido otras habitaciones pero venimos porque tú has sido el primero, para que veas que somos formales.
Vamos donde Ramón y nos aseamos. Nos da llaves de la casa y nos dice que si subimos a comer al centro nos clavarán. Nos recomienda comer por la Rua de Galeras y más concretamente, si nos gusta, en el restaurante Puñal. Le hacemos caso y comemos en el Puñal, donde comprobamos con agrado que el nombre no se tiene en cuenta a la hora de cobrar. Bueno y barato.
Después de comer vamos a la estación. Sacamos dos billetes en el TALGO para Madrid, en el que sale a la 1 y 47 del próximo 18 de Julio (unos 36 € cada uno).
Subimos al centro y pasamos un buen rato descansando y escribiendo en el soportal donde está la terraza del Restaurante Carballeira.
Cuando damos una vuelta por la zona antigua nos encontramos con Jorge, el vasco-francés. Nos dice que busca a Pedro y María. Le decimos que ya se han ido y el hombre queda desconsolado. También, como nosotros, busca a Paco y a Antonio, pero no les ha visto. Jorge nos dice que se marcha mañana, pero se nota que está nervioso. Busca alguna cara conocida para sentirse aún en el camino. A ninguno nos gusta perdernos en el irremediable anonimato de la llegada. Nos intercambiamos las direcciones. Aún nos vemos un par de veces más por el casco viejo. Pensamos invitarle a un vino si nos tropezamos con él de nuevo, pero ya no le vemos más.
En el Café Dakar, en la Rua do Franco, puede uno sentarse junto a unas ventanas que dan a la calle y descansar mientras se observa al personal deambular. En el Café Dakar hay casi siempre más camareros que parroquianos. Quizás sean becarios del gremio de la hostelería.
Al comienzo de la Rua do Franco, desde la catedral, hay un guitarrista disfrazado con una máscara de negro que sostiene un cigarro en la boca. El peregrino Mangurrino pasa indiferente ante él y sigue calle adelante mirando sin disimulo las papeleras y las cajas de devolución de monedas de los teléfonos. Dos policías locales de azul con las manos a la espalda le observan.
Cuando, ya cansados, damos la última vuelta antes de irnos a cenar, damos con Paco, Antonio y Patrick el bretón en una terraza de la Puerta de Faxeiras. Nos damos la enhorabuena por haber llegado todos. Decidimos irnos a cenar juntos a Prada a Tope. Antes recogemos a la esposa de Patrick que ya ha llegado a Santiago por avión. Durante la cena nos hacemos fotos. Reímos y recordamos cosas del camino con un sentimiento que sólo puede darse entre quienes las han vivido juntos. Todos sabemos de qué hablamos. Nos es tan fácil entendernos...

Son casi las 12 de la noche cuando nos despedimos, o mejor, cuando no queremos despedirnos. Preferimos dejar flotando la posibilidad de vernos al día siguiente para que la separación no sea un adiós definitivo. Paco y Antonio están muy emocionados, irradian felicidad. Paca y yo también, pero no es lo del primer camino. Para los repetidores ya no es lo mismo. Es medianoche. Nos separamos y, ya del todo, acaba el camino.

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Postdata

Vimos en Santiago a otros peregrinos conocidos y nos alegramos de que llegaran:
Jeanne, la estadounidense que tomamos por francesa.
El matrimonio de Irún.
Las alemanas.
El Satanasín colorao.
Las dos vascas.
La enferma Fernanda.
Los del caminar distraído.
El valenciano y el madrileño.
Ala de Paloma sin Calvito.
María Severa y su gente joven.
Aparte del ubicuo y ya citado Peregrino Mangurrino que, seguramente, será el único que aún siga en el camino.