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Acabo de llegar de Galicia, de hacer el Camino de Santiago, y ya quiero volverme a ir. Lo he hecho con mis dos hijos; Ramón de 11 años y Oscar de 9. Unos me han llamado valiente y otros insensata.
Dicen que el camino te llama, y es muy posible, pues, de pronto me obsesionó la idea de ir, lo consulté con los niños y, sin más, compré los billetes de tren. Creo que es lo mejor que he hecho en mucho tiempo.
Salimos el día seis de agosto de Barcelona hacia Ponferrada y una vez allí, tras comprar las credenciales en el albergue, iniciamos el camino. Por consejo del hospitalero decidimos no caminar mucho el primer día y llegar a Cacabelos. Así lo hicimos y la primera etapa por carretera fue bastante dura, nos quemaban los pies. Luego por los viñedos y caminos de bosque fue mucho mejor.
El premio del día llegó cuando vimos la playa fluvial del río Cúa, ya en Cacabelos. El agua estaba helada pero no nos importó, nos zambullimos en ella. Estuvimos un par de horas bañándonos. Poco a poco, llegó algún otro peregrino también con los pies destrozados.
El albergue fue genial, una iglesia reconstruida en madera, con lavadora, secadora... Los niños tendieron la colada y vivieron una experiencia nueva compartida con mucha gente, todos con la misma finalidad.
A Oscar -el pequeño- le salió una ampolla en cada pie. Se las curé como previamente me habían indicado, con aguja esterilizada, betadine, gasa, esparadrapo de algodón, etc.
El día siguiente fue mucho peor pues nos dirigíamos a Vega de Valcarce. Iniciamos la marcha, casi los últimos, hacia las 8 h.
Fuimos poco a poco hacia Villafranca del Bierzo. El mayor cada vez iba más rápido porque se ponía nervioso al ver como el pequeño se paraba tantas veces y hubo un rato en que le perdí de vista. Fui preguntando a diferentes peregrinos que estaban parados descansando pero nadie lo había visto.
Empecé a pensar que se había equivocado de camino ya que hay un desvío que sale de la carretera nacional y se mete por bosques.
Efectivamente, Ramón siguió por la carretera (cuando había que seguir el otro). Llamé a la Guardia Civil (bendito móvil) y "enseguida" enviaron un coche patrulla. Ramón ya había llegado al albergue.
A partir de aquí, todo fue mejor.
Ramón no se separó de mí. Nos fuimos encontrando con más peregrinos. Pasamos por diferentes parajes, carreteras, caminos llenos de almendros, pueblos semi-abandonados como Pereje, etc. Fue un poco duro, sobre todo para Oscar, pero al final llegamos. Allí nos encontramos a varios peregrinos que nos adelantaron durante el día. A dos valencianos, por ejemplo, que le dieron dos bocadillos a Ramón mientras estuvo "perdido". Eran muy divertidos y nos alegró verles. A Ramón le llamaban "Torrente".
Compartimos charla y cena. Todos en el albergue se admiraban de ver a dos peregrinos tan pequeños. Nos trataron muy bien. Compramos comida para el día siguiente y tras hacer una larga cola nos pudimos duchar y cambiar.
Al día siguiente nos dispusimos a subir al Cebreiro. Nos habían hablado tan mal de esta subida que nos la esperábamos mucho peor y no nos costó tanto como creíamos. Al principio, había unas vistas fantásticas, pero luego se fue nublando y tapando con una niebla densa. Para colmo empezó a llover "chirimiri". Yo me preocupé bastante porque se me acabó la batería del móvil y no veíamos a nadie por los alrededores. Los niños lo pasaban muy bien porque vieron cerdos en una granja y se estuvieron riendo mucho.
Por fin, llegamos a la cima hacia las 13 horas. Me relajé y fuimos al albergue. Vino el hospitalero y estuvimos charlando un rato. A Ramón le regaló una pluma para el gorro y le explicó historias del Camino.
Más tarde llegaron algunos ciclistas que también comieron, y todos continuaron ruta, así que los niños insistieron también en continuar también. Yo quería quedarme porque llovía pero ellos no. Así que les tuve que hacer caso.
Al poco tiempo ya me había arrepentido porque cada vez llovía más fuerte, íbamos por carretera y la tarde estaba muy oscura. Nos dirigíamos a Hospital. Al pasar por Liñares, entramos en una tienda-bar y vimos a cuatro mujeres peregrinas que nos dijeron que en Hospital no había sitio para dormir. A pesar de todo, continuamos, pues no queríamos volver atrás.
Pasamos el Alto de San Roque y comenzamos a bajar. Ramón iba delante hablando con una de las peregrinas y Oscar y yo detrás.
Entonces me emocioné mucho, al ver a los niños caminar bajo la lluvia y tras haber pasado dos montañas, pensé que nada podría con nosotros. Me sentí muy orgullosa y me saltaron las lágrimas. No quería que Oscar me viera llorar. Le dije que cuando fuera mayor se acordaría de aquel viaje siempre, aunque no recordara los detalles sí recordaría que había sido una proeza que habíamos logrado los tres solos. Me quedé atrás para que no me viera llorar y allí seguí un rato. Me acordé también de alguien que nos enseñó la montaña, gracias a lo que había sido capaz de una hazaña así.
Cuando llegamos al albergue, efectivamente, no había sitio ni en el suelo, pero yo estaba tan cansada que no pensaba irme 4 kms. más lejos. Preparé la merienda para los niños y me instalé en un hueco. Otros peregrinos -valencianos- al verme así me dijeron que colocara la mochila en un rincón, quitamos una mesa y me instalé.
Otras chicas de Barcelona cedieron su sofá para los niños. Esperamos a la hospitalera y cuando vino nos dio permiso para quedarnos.
Por la noche fue genial porque como no había casi cena cada uno sacó lo que llevaba y pudimos cenar compartiéndolo todo. Fue algo muy bonito. Más tarde, cuando ya todos dormían, Ramón empezó a vomitar, me avisaron y un peregrino valenciano se levantó conmigo acompañándome con su linterna, me ayudó a limpiarlo todo y aún se levantó las cuatro veces más que vomitó el niño.
Destacó el buen compañerismo, la unión y las ganas de ayudar de todos. A partir de aquí, hicimos un equipo, ya que el grupo de valencianos consistía en cuatro adultos con dos niños de 14 años y otro de 17. Ya no nos separamos prácticamente en todo el camino y nos ayudaron mucho ya que por ejemplo a Oscar había que llevarle la mochila a ratos y nos turnábamos. En los momentos difíciles me apoyaron y animaron pues la siguiente etapa a Triacastela fue con lluvia sin parar y Oscar ya no quería seguir. Hicimos muchas paradas.
Unos vecinos nos ofrecieron alojamiento y creps recién hechos (benditos gallegos).
Cuando por fin llegamos yo me estaba planteando volver a casa. Estábamos justo a la mitad, a 120 kms.
La siguiente etapa en Portomarín hicimos lo mismo. Oscar y Ramón durmieron mucho y al día siguiente se levantaron como nuevos.
Las siguientes etapas fueron cada vez mejor. Oscar llegaba a regañadientes, pero lo hacía y cada vez le costaba menos (con porteadores de mochila variables). Fuimos hasta Santa Irene -de nuevo dormir en el suelo-, luego hasta Monte do Gozo -litera- donde intentamos ver amanecer pero no pudimos porque estaba nublado. Y finalmente llegamos a Santiago el sábado 17 a las 10,30 horas. Fue muy bonito.
Llegamos todo el grupo y luego fuimos a la Misa del peregrino donde nos encontramos de nuevo todos. Por la noche aún mejor, ya que nos fuimos a comer una mariscada, luego una queimada y poco a poco nos fuimos encontrando todos los peregrinos de los diez días anteriores intercambiando teléfonos y direcciones.
Para volver otra odisea, pues tuvimos que alquilar un coche a medias con dos peregrinos más de Barcelona, ya que estaban agotados todos los billetes de avión y de tren de todo el fin de semana y la semana siguiente.
Creo que vale la pena la experiencia y la recomiendo a quien la pueda vivir, pues es única. Es otro mundo aparte, lejos de la televisión, del consumismo, donde prima lo más básico; alimentarse, descansar, compartir y colaborar. Todo el mundo es igual y tiene la misma finalidad. Para los niños también ha sido muy ilustrativo ya que han aprendido a convivir, compartiendo y han disfrutado de la naturaleza desinhibiéndose completamente, a pesar de las ampollas y de mi tendinitis.
Susana García