Rumbo al fin del mundo
Diario de una peregrinación en bicicleta
a Santiago de Compostela,
a través del Camino de la Costa

del 15 al 26 de junio de 2008

Víctor Miguel Saiz Martínez

0a. Dedicatoria
0b. La Historia
0c. La credencial
0d. El entrenamiento
0e. La bicicleta y el equipaje
00. Bilbao
01. Bilbao - Laredo
02. Laredo - Santander
03. Santander - San Vicente de la Barquera
04. San Vicente de la Barquera- San Esteban de Leces
05. San Esteban de Leces - Gijón
06. Gijón - Avilés
07. Avilés - Luarca
08. Luarca - Ribadeo
09. Ribadeo - Vilalba
10. Vilalba - Sobrado de los Monjes
11. Sobrado de los Monjes - Santiago de Compostela
12. Santiago de Compostela - Fisterra
13. La Compostela
14. Las cifras
15. Breve conclusión

Dedicatoria

Dedicado a Rosi, por su incondicional apoyo y ayuda durante todo el proceso de preparación del Viaje, a mi sobrino Marcos, porque dentro de la ingenuidad propia de sus siete años, ha mostrado cierta preocupación por el "rumbo" que iba a realizar, y sobre todo a mi padre, al que tanto echo de menos, y cuya presencia noté a lo largo de todas las etapas.
[subir]

La Historia

El centro de la tradición jacobea es la creencia de que el cuerpo de Santiago, uno de los discípulos de Cristo, está enterrado en la ciudad de Santiago de Compostela.
Corría el año 813 d.c. cuando Teodomiro, el obispo de Iria Flavia (la actual Padrón), avisado por el eremita Pelayo de la existencia de unas luces misteriosas, informó al rey asturiano Alfonso II del descubrimiento milagroso de una sepulcro que contenía los restos mortales del apóstol Santiago.
Alfonso II, consciente de la importancia política y religiosa del hallazgo como elemento aglutinador contra el invasor árabe (hay que recordar que los Omeyas dominaban prácticamente una península ibérica, en la que los pequeños núcleos de poder cristianos se encuentran dispersos en el norte), ordena edificar sobre el sepulcro una sencilla iglesia y comienzan a llegar visitantes a la tumba del Apóstol.
Este es el origen de Compostela y del nacimiento de un mito del cristianismo y un símbolo de occidente.
En el año 844, otro fenómeno sobrenatural daría el definitivo espaldarazo a la figura de Santiago como encarnación de la Reconquista; el 23 de mayo en Clavijo, cerca de Logroño, el rey Ramiro I de Asturias se enfrenta a las tropas musulmanas de Abderramán II en clara desventaja numérica. En pleno fragor de la batalla, el Apóstol aparece espada en mano a lomos de su famoso caballo blanco, atacando a los infieles. Los cristianos vencen contra pronóstico y el mito jacobeo traspasa definitivamente los Pirineos.
En el S. X la peregrinación a Compostela es un hecho consolidado en la cristiandad, convirtiéndose paulatinamente en, además de una vía de manifestación religiosa, en una ruta de comercio internacional que permitió la entrada de nuevas manifestaciones artísticas y distintas corrientes de pensamiento.
Es precisamente esta época, la de mayor auge del llamado Camino de la Costa, mucho más seguro que otros Caminos interiores, expuestos a las correrías árabes.
A medida que avanzó al sur la reconquista, este Camino fue casi reemplazado por el llamado Camino Francés, con menos dificultad e impulsado por monarcas como Sancho III el Mayor y Alfonso VI, que crearon un gran número infraestructuras (calzadas, puentes...) y concedieron importantes fueros a los núcleos de población que se iban creando (los llamados burgos), para favorecer el asentamiento de artesanos y mercaderes, que formarán una nueva y pujante clase social, la burguesía, y por diversas órdenes religiosas (fundamentalmente la de Cluny) que establecieron lugares asistenciales para el peregrino como hospitales y albergues. Así, durante siglos, El Camino de la Costa apenas fue utilizado por los peregrinos, sin embargo, el auge del caminar a Santiago le ha devuelto su estatus como ruta y comienza a ser de nuevo muy popular.
[subir]

La credencial

La actual credencial del peregrino, que se entrega exclusivamente a los que hacen todo o parte del Camino de Santiago a pie, en bicicleta o a caballo, tiene sus orígenes en las cartas de presentación que desde los albores de la historia jacobea, concedían los reyes, nobles, papas y otras autoridades, como documento de recomendación o salvoconducto a los que peregrinaban a Compostela. La historia relata multitud de documentos, en los que se concedía por mediación de dicha carta todo tipo de privilegios y gracias, para que el portador y sus acompañantes obtuviesen protección y también exención del pago de multitud de tributos (montazgos, portazgos, peajes, etc..), cuyo montante podía llegar a ocasionar graves problemas a los peregrinos. La credencial se puede obtener en asociaciones, parroquias, cofradías...o en el lugar donde se inicia cualquiera de los Caminos.
[subir]

El entrenamiento

Para poder hacer el Camino en bicicleta, a través de cualquiera de sus rutas, es preciso estar en buena forma. Yo practico deporte regularmente, y mi entrenamiento específico consistió en hacer spinning en el gimnasio a lo largo de todo el año y, los dos últimos meses, salir con la bici una media de 3 días a la semana y con un peso en las alforjas de 7 Kg, haciendo recorridos de alrededor de 65 Km en asfalto y caminos. Intenté circular por zonas montañosas, subiendo y bajando pequeños puertos, con el fin de utilizar constantemente el cambio de marchas y comprobar el correcto funcionamiento de frenos y suspensiones.
[subir]

La bicicleta y el equipaje

LA BICICLETA.
Aunque dudé en comprarme una bicicleta nueva, he utilizado mi vieja Conor con la que ya hice el Camino Francés, y que tan buen resultado me dio. Mi principal recomendación, es que el cambio sea fiable y responda en cualquier circunstancia. Lo que sí modificaría si lo hiciera de nuevo, es el tipo de rueda: yo utilice una rueda pura de montaña, y la cambiaría por un neumático mixto con menos taco, con el fin de que se agarre menos al asfalto.

EL EQUIPAJE.
Lo primero es desechar la idea de utilizar mochila. Es fundamental usar alforjas, siendo suficiente con llevarlas en la parte trasera. También resulta muy útil acoplar una pequeña bolsa extraíble (las venden en las tiendas de bicicletas) al manillar, en la que transportar el móvil, mapas, el dinero, documentación, la cámara de fotos...con la ventaja de que la podemos llevar con nosotros cada vez que bajemos de la bici.
En cuanto al peso a transportar, se puede utilizar la misma medida que si lo hiciéramos andando, es decir, no cargar con más del 10% del peso corporal. En mi caso (alrededor de 10 Kg.) fue algo más, ya que al inicio del viaje estaba en 87 Kg.
Esta es la relación pormenorizada del equipaje que llevé:

Utilicé prácticamente todo, excepto las polainas y el botiquín.

En cuanto a incidencias mecánicas, solo usé un par de llaves para montar los pedales y ajustar los frenos, y un poco de aceite de engrasar.

[subir]

Bilbao

Sábado, 14 de junio

Bastante nervioso me levanto, con Rosi, a las 4 de la mañana para coger el avión que me llevará a Bilbao, ciudad dónde comienza mi aventura. Menos mal que vamos bien de tiempo porque la batería del coche está descargada (tengo que utilizar el de mi padre para poderlo arrancar). Llegamos al aeropuerto con la antelación suficiente para facturar la bici que el día anterior, con la inestimable ayuda de mi mujer, embalé lo mejor que pude. Todos los trámites de embarque transcurren correctamente y el avión llega puntual a Bilbao a las 9,30 h. tras una breve escala en Madrid.
El tiempo en la ciudad del "bocho" es soleado, tras varios días de intensa lluvia, por lo que calculo que entre unas cosas y otras, puedo salir hacia Castro Urdiales alrededor de las 12 de la mañana y aprovechar el solecito pero, mi gozo en un pozo, la bici no sale por la cinta de equipajes....Temiéndome lo peor, me dirijo a la oficina de Iberia y me confirman que efectivamente no ha llegado, y que además no saben donde está. Comunican la incidencia y el empleado me pregunta que dónde me alojo para llevármela en cuanto aparezca; sonrío y le respondo que no sé donde voy a dormir porque pensaba salir de inmediato de Bilbao. Me pide un nº de teléfono y, mientras, hago una llamada al albergue juvenil para ver si hay plazas libres. La empleada me comenta que está lleno porque hay una competición atlética de minusválidos pero que dado mi caso, que me vaya para allá y ya me buscará un hueco. Eso hago y en media hora estoy en un moderno edificio donde me asignan una litera en una habitación dónde en ese momento solo hay un japonés, con el que mantengo una breve conversación en inglés.
Después de instalarme, salgo a dar una vuelta por Bilbao (no hay mal que por bien no venga), dónde visito el mítico estadio de S. Mamés y el espectacular museo Guggenheim. A continuación, regreso a mi alojamiento para echarme una pequeña siesta y ver el partido de España en la Eurocopa. Una vez finalizado, me voy dando un largo paseo hasta el Casco Viejo, donde observo el animado ambiente y me tomo unos pintxos en varias tabernas de la zona. En una de ellas, recibo una llamada del aeropuerto, confirmándome que han encontrado la bicicleta y que me la enviarán en el último vuelo del día, así que sobre las 11 de la noche llego al albergue, y compruebo con alivio que allí se encuentra, perfectamente embalada, mi sufrida compañera. Me voy a acostar y compruebo que en la habitación, además del "japo", hay alojada una peregrina que duerme profundamente.

[subir]

Bilbao - Laredo

Domingo, 15 de junio
65 km.
5 h. 40 m.

Me levanto a las 7 h. impaciente y deseoso de dar pedaladas. Tras montar la bici, preparar las alforjas y desayunar inicio mi Rumbo (como dice mi sobrino Marcos), bajo un cielo encapotadísimo que amenaza lluvia. Voy saliendo de Bilbao por el margen izquierdo de la ría y a los pocos kilómetros me adelanta un ciclista que me pregunta si voy a Santiago. Ante mi respuesta afirmativa, comenta que ha hecho el Camino varias veces y propone hacerme de guía durante unos kilómetros, hasta que él de la vuelta.
Acepto encantado y circulamos charlando animadamente por una bidegorri (carril bici) bastante llana, en medio de un feo paisaje industrial.

En la playa de la Arena, después de unos 20 Km., nos despedimos, y continuo en solitario atravesando el arenal y teniendo que subir 120 escalones (no es que los contara, sino que me lo dijo un paseante) para acceder a un antiguo camino minero, senda peatonal que transcurre prácticamente colgada sobre el mar, con unas vistas fabulosas.

Así llego, casi sin darme cuenta, a la coqueta ciudad de Castro-Urdiales, donde destaca, altiva, la iglesia gótica de Santa María emplazada al lado del puerto, junto a las ruinas del Castillo de Santa Ana y un esbelto faro. Me tomo una "birra" (por la que me cobran la nada despreciable cantidad de 2,80 ) y un bocata en una terraza y continúo dirección Laredo por la antigua Nacional 630, con escasísimo tráfico.
Cerca de Islares, me desvío siguiendo la típica flecha amarilla y me interno en un bosque solitario. El paisaje es precioso pero circular por el sendero es una auténtica tortura, ya que está lleno de barro, maleza, piedras enormes y montones de excrementos del animal tótem de toda la zona, la Vaca.
Unos kilómetros después, salgo del camino- trampa y retomo la n-630, para comenzar a subir el Portarrón de Gurienzo, puerto que se me hace bastante duro por lo que tengo que parar en varias ocasiones a tomar aliento y comer un par de azucarillos. Tras la bajada, noto que me flaquean las fuerzas así que paro a comer en un bar de carretera, en el que mantengo una animada conversación con varios clientes.

Después de subir otra cuesta de cierta importancia, llego a Laredo, bella localidad marinera, asomada a la playa de Salvé, que con sus más de 4 kilómetros, presume de ser el arenal más extenso de la cornisa cantábrica

Allí me instalo en una confortable celda del actual Convento de Trinitarias, que ocupa una parte de la antigua iglesia de S. Francisco, originaria del S.XVI, y donde me atienden con exquisita amabilidad. Tras una buena ducha y lavar la ropa, salgo a descubrir la ciudad, que posee un magnífico casco viejo formado por seis "ruas" al pie de la Iglesia de Santa María, en las que se encuentran casonas, palacios, torres e iglesias con siglos de antigüedad. Más tarde me dirijo hacia la zona de playa, donde una tormenta (adiós colada) hace que me tenga que refugiar en la terraza cubierta de un restaurante cercano. En una hora deja de llover y tras dar un paseo y cenar rabas de calamar (plato bastante típico de Cantabria) y una ensalada, me voy a dormir. Tengo que abrir la reja exterior y un enorme portón de entrada y, deambulando por los vetustos y solitarios pasillos, siento que soy un privilegiado por poder alojarme en un lugar con tanta historia.

[subir]

Laredo - Santander

Lunes, 16 de junio
40 Km.
3 h.
(cifras aproximadas porque a mitad de la etapa, se rompió el cuentakilómetros.)

Como será norma durante todo el Camino, me levanto tempranísimo y desde el pequeño ventanuco de mi habitación, observo que el amanecer llega acompañado de una tormenta increíble con gran aparato eléctrico. Un atrevido peregrino sale a la calle en medio de la tromba de agua, pertrechado con un aparatoso chubasquero.
Mientras tanto, preparo las alforjas, y sobre las 8,30 y de forma repentina, deja de llover y me dirijo al Puerto para cruzar hasta Santoña en barca con el fin de ahorrarme unos cuantos kilómetros. El barquero, como ya ocurría hace mil años (en el S. XIII, el ayuntamiento de Santiago llegó a reprender públicamente a los comerciantes por cobrar en demasía a los peregrinos), me engaña y me pide 3 euros por un trayecto de no más de 2 minutos, argumentando que la bici "pagaba" igual que una persona. Al llegar a Santoña leo en un cartel que la tarifa es de 1,70 por lo que si su afirmación es correcta debería haberme cobrado 3,40.
Continúo por carreteras locales y después de desayunar, me detengo para ver el exterior de la iglesia románica de Barayo. Algún tipo de rapaz me acompaña con su vuelo durante bastante tiempo y, como no llueve y hace viento, cuelgo la ropa mojada en las alforjas para ver si consigo secarla. Al poco tiempo el cuentakilómetros deja de funcionar, y como si fuera un mal presagio, el cielo comienza a nublarse de forma amenazadora.

Decido, sobre la marcha, llegar a Somo, y desde allí coger otra lancha que me llevará directo a Santander, evitando dar una importante vuelta; bendita idea porque el viento arrecia y casi no puedo avanzar (luego me comentarían que había circulado en medio de una galerna). En el embarcadero, me cobran sólo 2,40 por un trayecto de unos 20 minutos, con lo que me reafirmo en la idea de que en Laredo me la "pegaron".

El mar está muy picado y la barca se balancea peligrosamente. La bici va en el exterior y, ahora que la ropa que llevo sobre las alforjas estaba prácticamente seca, comienza de nuevo a mojarse con las salpicaduras del agua, mientras el resto de pasajeros ­yo incluido- se agarran como pueden a los asientos de la zona interior.
Al llegar a Santander, me dirijo al albergue, pero un letrero avisa que está cerrado hasta las 15 h., así que voy al bar de al lado dónde varios peregrinos están comiendo. La dueña me advierte que en el albergue no permiten dejar la bici, y que ella me la puede guardar esa noche por 2 , pero que por la mañana no abre hasta las 10,30. Como alternativa me ofrece un hostal por 15 . Me lo pienso mientras degusto el menú del peregrino (8,5 ) y decido ir al hostal; buena elección porque me dan una estupenda habitación que cuenta incluso con televisión.
Tras ducharme y dejar la ropa en el tendedero me entero que en las proximidades hay una tienda de bicicletas, por lo que me acerco para que me revisen el velocímetro. Está roto y me lo cambian por el módico precio de 12 . Mientras tanto empieza a llover con fuerza (estoy gafado con esta ciudad, porque siempre que he pasado por aquí, la lluvia ha hecho acto de presencia) por lo que desisto de mi idea de ir a visitar la Catedral y el Palacio de la Magdalena.
Estoy francamente cansado, así que aprovecho la comodidad de mi habitación para ver el fútbol cenando en la misma, aunque me duermo antes de su finalización, con una ligera esperanza de que el maillot y el culotte consigan secarse, porque si no tendré que utilizar los que he usado hoy.

[subir]

Santander - San Vicente de la Barquera

Martes, 17 de junio
70 km.
5 h. 8 m.

Me despierto a las 7,45 h.. He descansado bien pero el día está otra vez nublado y la ropa sigue húmeda.
Desayuno con los restos de la cena y después de recoger la bici salgo de Santander en medio de un denso tráfico y con el cielo cada vez más oscuro. Pedaleo cómodamente por la antigua carretera de Torrelavega, a esas horas sin demasiados vehículos. Sobre las 11 h., con el sol luchando para abrirse paso entre las nubes, llego a Santillana del Mar, precioso pueblo aniquilado por la gran cantidad de comercios y atestado de turistas.
Doy una breve vuelta para ver la hermosa Colegiata de Santa Juliana, de estilo románico, hago unas fotos y transito por las típicas callejuelas y, aunque tengo hambre, decido continuar la marcha y detenerme más adelante en otro lugar menos concurrido. Media hora después diviso un restaurante con una acogedora terracita donde me tomo mi pertinente medio bocata con una cerveza -he de significar que tanto en esta zona como en la propia capital, los precios son más comedidos que en Castro y Laredo, donde la influencia vasca se hace notar-.
Continúo en dirección a S. Vicente de la Barquera, en medio de un paisaje de montañas verdes pobladas de vacas; el olor (mezcla de estiércol y heno) es a veces un poco "raro" por llamarlo de alguna forma, pero queda compensado por las maravillosas vistas en las que las grandes casonas tipo película "Los Otros" imprimen un aire señorial. Poco antes de alcanzar Comillas, importante lugar de veraneo de reyes y nobles en el S.XIX y sede de la Universidad Pontificia, hace acto de aparición el mar, y disfruto de veras, a pesar de algunas subidas que me hacen sudar de lo lindo.
Penetro en Comillas por la playa y, sentado en uno de los muros superiores de su pequeño puerto pesquero, llamo al albergue de S. Vicente, dónde me comentan que hay plazas de sobra, así que doy una vuelta por el casco histórico, que cuenta con un importante conjunto arquitectónico, para ir a ver el Capricho de Gaudí, preciosa construcción modernista diseñada por el genio catalán, reconvertida en restaurante, y el no menos imponente Palacio de Sobrellano, imposible de visitar por estar rodándose una película en su interior. En los alrededores, me llama mucho la atención el Cementerio, con un extraño aspecto de ruina gótica, rematado por una magnífica escultura de un ángel guardián.
Había pensado en comer cuando llegara a S. Vicente, pero son las 15 h. y me dirijo a un restaurante al borde del mar, al que le había echado el ojo al entrar en Comillas. Iba a pedir el menú del día, pero observo a un par de "guiris" tomándose un espectacular bocata de rabas de calamar, con una pinta estupenda, así que decido imitarlo; está buenísimo, y eso, acompañado de la visión relajante del agua, hace que me demore una hora en comerlo leyendo el periódico.
Sobre las 16 h. con un sol que no calienta demasiado, continúo la etapa, atravesando el fantástico Parque Natural de Oyambre, espacio natural protegido con gran valor ecológico integrado por rías, playas, marismas, dunas y bosques que albergan una fauna y flora bastante importante. Sufro un poco en un puerto que tiene alguna pendiente del 9%, pero en poco tiempo alcanzo el pintoresco pueblo de S. Vicente de la Barquera, en el que entro, atravesando la Ría, por el impresionante puente de la Maza, original del medievo y reconstruido en el S.XVIII. Lo peor es que para acceder al albergue, situado en la parte alta de la Ciudad, hay que subir un par de cuestas que yo calculo que en algún momento pueden tener desniveles del 20% por lo que tengo que echar pie a tierra. Así, sofocado, llego al lugar donde pasaré la noche, y en el que tengo una cálida acogida por parte de los hospitaleros Sonia y su marido Luis José. Hay pocos peregrinos, todos ellos extranjeros, y después de instalarme me voy a dar un paseo (antes de marcharme, me comentan que van a preparar una cena para todo aquel que estuviera interesado, y que incluso puedo ver el fútbol allí, así que les confirmo mi asistencia).
Después de visitar la imponente iglesia de Santa María de los Ángeles (construcción que se inició en el S XIII, muy posiblemente sobre otra anterior, y cuyas dimensiones son un signo evidente de desarrollo económico que la villa alcanzó durante los S. XIII y XIV, y en la que me llama la atención el magnífico sepulcro del inquisidor Antonio del Coro), el Castillo del Rey, mandado construir por Alfonso VIII en 1210, uno de los mejores ejemplos de arquitectura defensiva de la región, y el importante puerto pesquero, me siento en una terraza para tomarme una botella de sidra, con un escanciador mecánico que hace que no se derrame ni una sola gota - increíble invento que luego veré más a menudo por toda Asturias.
A las 8 de la tarde me voy al albergue a cenar. El menú consiste en una estupenda sopa de pescado (más parecido a una bullabesa diría yo), ensalada de verano, queso y postre, con abundante vino. El hospitalero me saca después una botella de anís El Mono y junto a un par de "guiris" tomamos unos chupitos viendo el partido. Hay una pareja de alemanes que ha tenido que venir en autobús, porque teóricamente van andando y me los encontré ayer en Santander, así que o son maratonianos, o han hecho trampa. Sobre las 11 nos acostamos, sabiendo que nos toca Italia en el cruce de cuartos; ¿nos volverán a eliminar?.

[subir]

San Vicente de la Barquera- San Esteban de Leces (Ribadesella)

Miércoles, 18 de junio
83 km
5 h. 43 m

"Etapón". Me levanto sobre las 8 de la mañana, pero entre recoger las cosas, colocarlas en la bici y desayunar, no salgo hasta cerca de la 9 h., bajo un sol radiante. Se divisa claramente el mítico Naranjo de Bulnes, y el resto de los Picos de Europa, algunos de ellos con restos de nieve.
Circulo por la nacional en dirección a Llanes, entre el mar y la montaña, y a unos 20 Km. de esa población, veo un desvío para ir a la Cueva del Pindal, con importantes pinturas prehistóricas y que hace años no pude visitar con Rosi, porque estaba cubierto el cupo de visitantes del día. Decido ir hasta allí y comienzo una dura ascensión hasta llegar al pueblo de Pidiago para continuar con una vertiginosa bajada que me lleva al borde del mar, al que llego acompañado de un pequeño perrito.
Después de dejar la bici, me acerco hasta la cueva, situada en un paraje impresionante, enfrente de una calita deliciosa. Está cerrada y un letrero avisa que la próxima visita será a las 11,30. No hay ni un alma, y espero tomando el sol y deleitándome con el sonido de las gaviotas y las olas del mar. La visita guiada, que hoy es gratis, y en la que soy el único visitante, se demora una hora y disfruto con las explicaciones de la guía. Al regresar a por la bici, me encuentro con la sorpresa de que el cabrón del perro, se ha entretenido con mi equipaje, rompiéndome un maillot, el libro de ruta, y documentación variada que llevaba en un bolsillo parcialmente abierto. Después de tirarle una piedra (con la que naturalmente no le acerté), y dirigirle múltiples adjetivos irreproducibles, inicio un fatigoso regreso hasta encontrar de nuevo la carretera nacional.
Sobre las 14 h. llego a Llanes dónde, después de visitar los Cubos de la Memoria, obra artística en la que el pintor y escultor Ibarrola utilizó los bloques de hormigón de la escollera del Puerto, aprovecho que ya estoy en Asturias, para darme un homenaje con fabada y ternera al cabrales, aunque al reanudar la marcha me pesará, porque casi voy durmiéndome literalmente sobre la bici.

Mi intención es terminar la etapa en el albergue de Pria, pero está cerrado y me tengo que ir a San Esteban de Leces, unos 5 Km después de Ribadesella. Hago una breve parada en ésta Ciudad, con el objetivo principal de aprovisionarme de alimentos para cenar, porque tengo entendido que en San Esteban no hay ni tan siquiera un bar.
Tras una durísima subida, sobre las 18,30 h llego reventado a las antiguas escuelas de la localidad, reconvertidas en albergue de peregrinos donde, como siempre, soy el único español. Estoy tan cansado que, después de cenar en una maravilloso jardín con vistas al mar, me voy a dormir sobre las 22 h. con el sol todavía luciendo.

[subir]

San Esteban de Leces - Gijón

Jueves, 19 de junio
78,59 km.
5 h. 12 m.

A las 5,30 h. me despiertan los "guiris" haciendo un ruido tremendo al recoger los utensilios de cocina que llevan (cazos, cubiertos, incluso hornillos..). Durante todo el Camino me da la impresión de que hay mucho falso peregrino que lo que hace es viajar por España en plan barato. Cuando todos se han ido, me levanto y salgo del albergue a las 8 h. de una mañana espléndida. Tras comerme mi última barrita energética, comienzo a rodar con un destino que todavía desconozco (no sé si coger el Camino Primitivo por Oviedo, o seguir por el de la Costa, destino Gijón). El caso es que, enfrascado en mi pensamientos, me equivoco de dirección y comienzo a subir por una carretera estrecha que cada vez más se introduce entre las montañas y después de una bajada prolongada, me detengo porque estoy convencido de que no voy bien.
No se ve un alma y, tras varios minutos de espera, tengo que parar a un camión para preguntarle al conductor, el cual me confirma que voy en dirección equivocada, más concretamente hacia el puerto del Fito, por el que a veces pasa la Vuelta ciclista a España. Sigo su consejo y doy la vuelta maldiciendo mi suerte, mientras subo la empinada cuesta hasta encontrar la carretera correcta, una hora después.
Tengo hambre, así que hago un descanso para desayunar en un bar después de charlar con una cuadrilla de trabajadores, que están arreglando la carretera. Continúo sin novedad en una dura etapa, con constantes subidas y bajadas que hacen que las piernas se resientan.

Paso cerca de la iglesia prerrománica de Priesca, pero hay que tomar una pista de bajada con gran pendiente, y tras la experiencia para ir a la cueva del Pindal, decido dejarla de lado, así que después de un veloz descenso alcanzo Villaviciosa pasando delante de la fábrica de sidra El Gaitero, donde un cartel anuncia visitas guiadas. Sin dudarlo, me detengo y hago el recorrido acompañado de una simpática guía, que para finalizar, me anima a degustar diversos tipos de sidra, que me vienen de perlas para calmar la sed y reponer algo de glucosa.
La chica me aconseja irme hacía Gijón, porque el trayecto es más corto y menos duro, así que le hago caso, y después de comerme un buen bocata en un bar cercano y hacer una llamada a un par de hostales (en dicha ciudad, incomprensiblemente, no hay albergue de peregrinos), me encamino hacia la capital de la Costa Verde, dónde llego hacia las 4 de la tarde, después de subir un par de puertos que, a esta hora, molestan bastante, pues el sol calienta como nunca.
Recorro el paseo marítimo con la playa de S. Lorenzo atestada de bañistas que me dan una envidia terrible, así que después de instalarme en un céntrico hostal, me voy corriendo a dar un chapuzón. El agua no está demasiado fría, por lo que disfruto de veras. Lo peor es que la marea está subiendo y cuando estoy tumbado en la arena, una ola moja la toalla y el maltrecho libro devorado parcialmente por el perro.
Vuelvo a mi alojamiento donde, después de engrasar la bicicleta para intentar solucionar un extraño ruido, que he venido soportando durante toda la etapa, me lanzo a descubrir una ciudad que todavía respira aires de fiesta por el ascenso del Sporting, y en la que las terrazas y tabernas están llenas de gente escanciado sidra.
Paseo por el barrio de Cimadevilla con sus calles estrechas y empinadas, en el que visito el Palacio de Revillagigedo, la colegiata de S. Juan Bautista, la casa natal de Jovellanos, y en la cima, cara al Cantábrico, El Elogio del Horizonte, monumental escultura de Chillida.

Me llama muchísimo la atención un bar en el que hay instaladas varias máquinas de escanciar sidra, en las que pasas una tarjeta similar a las de crédito, que previamente pagas en la barra, y te sirve un "culín". Me compro una tarjeta de 10 "culines" por 2,50 y disfruto del Portugal-Alemania junto a animados parroquianos. Al acabar el partido, ceno un par de medias raciones y doy una vuelta por el Gijón nocturno para irme a dormir sobre las 12,30 de la noche.

[subir]

Gijón - Avilés

Viernes, 20 de junio
35 km.
2 h. 28 m.

Hoy he decidido hacer un descanso activo (como hacen los ciclistas profesionales en las grandes vueltas) y aprovecho para levantarme a las 10 h. Después de desayunar en una cafetería cercana salgo, no sin dificultad, de Gijón dirección Avilés. Tengo que preguntar varias veces hasta encontrar una senda verde que me lleva a la salida de la ciudad.
La etapa resulta muy fea, y cuando cojo la nacional, el tráfico es intenso y el paisaje horrible, con enormes complejos industriales que vomitan un humo asqueroso sin parar. A la 13,30 h. llego al albergue de Avilés, dónde por primera vez me encuentro con peregrinos españoles. El hospitalero José María, persona encantadora, me inscribe rápidamente y me voy a comer a una bar cercano, dónde me "hago" una suculenta fabada cuyos efectos perniciosos combato con una buena siesta.
Por la tarde paseo por el cercano y agradable casco histórico de la Ciudad, con varios palacios e iglesias rodeados de soportales centenarios, y termino la jornada tapeando y escanciando unos vasos de sidra. Cuando acaba el partido del la Eurocopa vuelvo al albergue, donde ha llegado un grupo de 7 ciclistas (4 chicos y 3 chicas), a los que veré en diversos momentos el resto de los días.

[subir]

Avilés - Luarca

Sábado, 21 de junio
74,87 km.
5 h. 07 m.

Etapa pesada y dura, muy dura. Comienzo por camino, como me había indicado el hospitalero, pero está bastante confuso y después de unos 15 Km. retomo la n-630, que en este tramo, al no haber autovía, tiene bastante tráfico. Me desvío para ver el encantador pueblo de Cudillero, aun sabiendo que debo bajar una pronunciadísima cuesta de unos 2 Km. (y, claro, todo lo que se baja, se sube después....).
Todavía es temprano y no hay apenas turistas, así que desayuno relajadamente en una pequeña terraza en el puerto. Más tarde, recorro andando las solitarias calles que, desde lo alto de la montaña, se desparraman sobre el mar, ofreciendo una panorámica magnífica. Tras el relax, viene el sufrimiento; tal como suponía, la subida es mortal y aun llevando el desarrollo más cómodo lo paso bastante mal. Llego de nuevo la nacional, pero en un nuevo descuido tan normal en mi, me "cuelo" en la autovía. Cuando me doy cuenta ya no puedo volver, así que decido apretar el ritmo para encontrar la primera salida 5 Km. más tarde. Después del susto, y dando gracias por que no me viera la guardia civil, transito de nuevo por carretera, ahora absolutamente vacía, disfrutando de la cercanía de la costa. Me quedo sin agua en un día especialmente caluroso, y como no hay un bar en los alrededores, pido que me llenen los bidones en una casa cercana, a lo que sus dueños acceden gustosamente.
A unos 15 Km de Luarca llego a una playita en cuyas cercanías hay un mesón con buena pinta, así que decido parar porque el hambre aprieta, y aunque soy consciente de que no debo comer mucho, me tomo un par de platos de pote asturiano y una bandeja enorme de carne asada con patatas y pimientos; las consecuencias fueron que esos últimos kilómetros se me hicieron eternos y llegué fundido al albergue que se encuentra en las cercanías de esta afamada localidad turística. Está cerrado, así que espero dormitado en una hamaca que hay en el exterior, hasta que el jovial hospitalero abre la puerta.
Al poco tiempo llega un peregrino aragonés, prejubilado de banca con 51 años (qué envidia) y el grupo de ciclistas que conocí en Avilés. Hago la colada y me voy con la bici hasta el faro y el cementerio, que se encuentran en lo alto de la montaña, rodeados por un mar que presenta un intenso color azulado, para hacer unas fantásticas fotos. De vuelta al albergue me voy a un bar a tomar unas cervezas y cenar viendo el Rusia-Holanda junto al peregrino maño. La noche es estupenda cuando me acomodo en mi litera.

[subir]

Luarca - Ribadeo

Domingo, 22 de junio
58,45 km.
3 h. 19 m.

Me despierto a las 7 h. y la niebla, acompañada de una ligera llovizna inunda el paisaje. Lo primero que pienso es en la ropa otra vez mojada; así no la conseguiré secar nunca. Después de remolonear un poco por el interior del albergue salgo a la calle, donde la lluvia me cala en poco tiempo (menos mal que no hace demasiado frío). Ruedo deprisa por el amplio arcén lleno de caracoles de una carretera desierta, y pienso que es una auténtica pena, porque en mi libro de ruta tenía anotadas un par de sendas costeras y alguna playa, que no voy a poder disfrutar por la escasa visibilidad; incluso me desvío unos kilómetros para visitar Tapia de Casariego, pintoresco pueblito costero, pero no se ve un pimiento, así que decido dar la vuelta e incrementar el ritmo para llegar cuanto antes a Ribadeo, localidad de la costa de Lugo al pie de la desembocadura del río Eo.
Eso mismo debieron pensar el grupo de ciclistas, porque me los encuentro en varios momentos de la etapa e incluso acabo llegando con ellos, tras 3 horas de frenético pedaleo, al puente que separa Asturias de Galicia; es difícil transitar por él porque está en obras, de hecho a pie es casi imposible cruzarlo, por lo que hay taxistas que cobran a los peatones por hacerlo.
Me adelanto y llego el primero al pequeño albergue al lado del mar. Ya hay 4 peregrinos, así que conmigo y los 7 ciclistas, se completan las 12 plazas. Me voy a dar una vuelta y tomar unas cervezas muy baratas con buen aperitivo, al estilo de Cuenca. Después de comer vuelvo a descansar un rato y me encuentro con que los ciclistas están preparándose para marcharse, puesto que han llegado 4 peregrinos a pie y como tienen preferencia..... .Yo rezo para que no venga más gente, aunque tengo claro que, una vez pasadas las 6 de la tarde, de allí no me mueve ni la Guardia Civil.
Visito la zona antigua de la ciudad, en el que destaca el palacete modernista de los Hermanos Moreno y el medieval Convento de Santa Clara. y acabo viendo el España-Italia junto a otros peregrinos en un bareto rodeado de ruidosos aficionados. Me tomo no sé cuantos vinos y pinchos por un precio a escote francamente ridículo.

[subir]

Ribadeo - Vilalba

Lunes, 23 junio
76,95 km.
6 h. 5 m.

Impresionante etapa. Aunque parezca una contradicción, dura y bonita a la vez.
Otra vez amanece lloviendo, y vuelvo a ser el último en salir del albergue. Pongo rumbo a Mondoñedo dónde llego sin dificultad, aunque empapado porque la lluvia se hace cada vez más intensa. Visito el interior de la imponente Catedral de origen románico, deteniéndome fundamentalmente en las interesantísimas pinturas murales del S.XV y desayuno en el bar El Peregrino, donde por primera vez y sin que sirva de precedente, -que frío no tendré- cambio mi habitual desayuno (bocata o pincho y cerveza) por café con leche y una tostada (como diría un amigo mío, soy un flojo).
El día no invita precisamente a callejear por esta histórica localidad, así que, sin demora, inicio por una solitaria y estrecha carreterilla la durísima subida al puerto de A Sexta, largo y con pendientes en algunos casos importantes, que hacen que, además de utilizar el plato pequeño y el piñón más grande, tenga que parar continuamente para descansar y comer varias barritas energéticas con el fin de evitar la temida "pajara".
La densa niebla, que como un gran manto, lo cubre todo, y la pertinaz lluvia convierten el paisaje en algo fantasmagórico. Paso al lado de un pequeño cementerio, y no se me ocurre mejor lugar en el que pueda vivir la Santa Compaña, aunque no tenga ningún cartel que lo indique.

A medio subida, el corazón vence al cerebro y en vez de continuar por el asfalto, sigo la flecha amarilla indicadora del Camino. Tremendo error; tras una imponente bajada entre barro y piedras, tengo que echar pie a tierra para arrastrar la bici al menos un par de kilómetros de durísima subida, jurando en Arameo. La sensación de soledad es increíble, aunque queda mitigada por la belleza sobrecogedora del paisaje. Imagino que no debe andar muy lejos otro personaje mítico gallego, el famoso bandido Fendetestas que en la película "El Bosque Animado", interpretó mafníficamente Alfredo Landa, aunque me tranquiliza suponer que con ese tiempo, es imposible que se encuentre trabajando. Me prometo a mi mismo que a partir de ahora siempre circularé por carretera.
No se ve a más de 20 metros, así que cuando puedo subir de nuevo a la bici llego a una confluencia de caminos, donde no hay ningún cartel. Oigo ruido de coches en la lejanía, y hacia allí me dirijo para encontrarme ­en una bendita aparición- con la carretera nacional justo en la cima del puerto.
Desconozco cuantas horas han pasado desde que comencé el ascenso, pero tengo la sensación de que me ha llevado muchísimo tiempo. Comienzo a descender a gran velocidad, siendo consciente del peligro ya que voy vestido de azul oscuro, y no sé si seré muy visible para los coches; menos mal que al poco tiempo la niebla comienza a desaparecer para dar paso a un agradable solecillo. Restan 18 Km. a Vilalba, más o menos llanos, así que acelero el pedaleo para llegar cuanto antes. Entrando en la ciudad donde nació Fraga, noto con desesperación como el eje de los pedales se parte y me hace parar bruscamente. Mi expresión debía de ser todo un poema porque una señora se me acerca para comentarme que, no muy lejos, se encuentra una tienda de bicicletas en la que quizá me la puedan reparar. Allí me dirijo con bastante temor, aunque también con la esperanza de poder continuar el Camino. El dueño cree que tiene solución, aunque hasta las 8 de la tarde no la podré recoger. Bastante aliviado, llamo a Rosi para contarle mis últimas penas y me da una agradable sorpresa: me va a hacer una visita desde Ferrol, ciudad dónde está pasando unos días de vacaciones.
Me instalo en un moderno y confortable albergue, cerca del polígono industrial y, al poco tiempo, llega Rosi con Marinita, Juanjo y Cristina y vamos a tomar algo a la espera de volver a la tienda de reparaciones. Sobre la hora convenida nos acercamos y efectivamente, previo pago de 50 , recojo a mi compañera de fatigas con el pedalier nuevo. Después de despedir a mis familiares, ceno en el albergue leyendo la prensa y me voy a dormir, agotado, pero satisfecho por la visita recibida y por las impresionantes imágenes de la etapa, que todavía se mantienen en mi retina.

[subir]

Vilalba - Sobrado de los Monjes

Martes, 24 de junio
62,08 km.
4 h. 7 m.

He dormido como un lirón, derrotado por el esfuerzo de ayer. El inusual silencio hace que me levante un poco más tarde de lo habitual, y salgo a la calle con el cielo algo nublado, aunque parece que no va a llover.
La etapa transcurre por pequeñas carreterillas llenas de repechos que castigan mis piernas, maltrechas por el esfuerzo del día anterior. Sale el sol y circulo atravesando minúsculas aldeas llenas de hórreos y todo tipo de animales domésticos, pero en las que no se ve un ser humano.
Tras detenerme en Baamonde para ver la Iglesia románica de Santiago, que cuenta en su exterior con un espectacular crucero triple del S.XVIII. me equivoco de carretera advirtiéndome del error los hospitaleros del albergue de Miraz. Ya en dirección correcta, hago un descanso tomando una cervecita en el único bar en 30 Km. a la redonda y continúo hacia Sobrado de los Monjes, pequeña población donde tengo previsto llegar hoy.

A las 14,30 alcanzo el impresionante Monasterio Cisterciense de Santa María, ya mencionado con el nombre de S. Salvador en el S. X. En 1142 Bernardo de Fontaines envía desde Francia una comunidad de monjes del Cister, y a partir de ahí comienza su desarrollo, aunque la imponente iglesia no se concluye hasta finales del S. XVII. En el siguiente siglo se iniciaría una paulatina decadencia cuyo punto culminante es la desamortización de 1835 y su paso a manos privadas, lo que prácticamente lo llevo a la ruina, y a su posterior reconstrucción a partir de 1954.
Cómo no abren hasta las 4,30 de la tarde, aprovecho para ir a comer y de vuelta, inscribirme en el magnífico albergue, que ocupando las antiguas caballerizas del edificio está situado enfrente del Claustro de los Peregrinos, de origen renacentista y constituido por dos arcadas, la superior con columnas de estilo dórico, y la inferior de estilo jónico Lavo la ropa y deambulo por el recinto monacal dónde, completamente solo, visito varias dependencias y otro magnífico claustro, lamentablemente en restauración, hasta llegar al interior de la grandiosa y mal conservada iglesia para inspeccionarla con deleite.
Converso con una pareja de jóvenes burgaleses y a las 19 h. voy, junto a otros peregrinos, a participar en los oficios de los monjes, que aunque interesantes por sus cánticos y sus silencios, me decepcionan un poco por el hecho de no celebrarse en la iglesia, y por, a mi parecer, pecar de modernos, con luces que se iluminan y apagan como en una representación teatral.
A las 10 de la noche hay "toque de queda", por lo que una vez finalizadas las Vísperas, prefiero comprar un poco de queso y paté, para cenar observando el Claustro de los Peregrinos. Así, en tan privilegiado mirador, finaliza mi jornada, porque cinco minutos después de las 22 h., el monje hospitalero, comienza a apagar las luces, y un espectacular silencio se cierne sobre el Monasterio.

[subir]

Sobrado de los Monjes - Santiago de Compostela

Miércoles, 25 de junio
64,10 km.
3 h. 45 m.

Tras desayunar un par de pastelitos que me quedan en las alforjas, son las 7,45 h. cuando atravieso el portón de salida, después de despedirme de los burgaleses. La etapa se presenta bastante llana, y aunque no era mi intención inicial, creo que si pedaleo a buen ritmo, puedo llegar a Santiago a las 12 h. para asistir a la denominada Misa del Peregrino; así que comienzo una carrera contra-reloj por tranquilas carreteras locales sin ninguna complicación.
En Arzúa enlazo con el Camino Francés y se nota en el fuerte incremento de peregrinos que transitan por él. A 10 km. de Santiago, enlazo con un interminable rosario de subidas y bajadas hasta llegar al Monte do Gozo, y aquí tengo que retractarme de lo dicho en mi anterior diario del Camino Francés, ya que aunque el monumento sigue siendo horrible, he de reconocer que es posible, si se tiene buena vista, ver en la lejanía las torres de la Catedral, como hicieron los peregrinos cientos de años atrás. Inicio el descenso con una sonrisa en los labios, y pienso en mi padre. Sé que si me está viendo estará orgulloso de mi. Una lágrima furtiva asoma bajo uno de mis párpados.
A las 11,45 entro en mi amada Plaza del Obradoiro, que como siempre que la he visitado, aparece iluminada por un sol radiante y, aunque no me fío mucho, encadeno la bici a una señal de tráfico y me voy a misa. En la iglesia hay bastante gente, pero se puede estar sin agobios. Sigo el ritual durante media hora, pero estoy intranquilo porque todo mi equipaje está en la calle, así que voy a vigilarlo y me encuentro a dos de los ciclistas madrileños con los que compartí algunos momentos, despidiéndome de ellos.
Afortunadamente todo está en orden, así que me dirijo a la oficina del peregrino a recoger la Compostela, documento por el que se reconoce que se han hecho al menos 100 Km. a pie o 200 Km. en bicicleta, previa presentación de la Credencial justificativa del trayecto realizado, aunque la cola de personas que están esperando, hace que lo deje para más tarde, encaminándome al enorme y desangelado albergue del Seminario donde me instalo rápidamente para, acuciado por el hambre, salir a la calle y comer un buen tazón de caldo gallego y una ración de pulpo con cachelos, que "maridados" con media botella de Albariño me hacen olvidar el cansancio acumulado.
Tras la comida, me introduzco en la Catedral para visitar la Cripta en la que descansa Santiago y abrazar su imagen. Hace un fresquito muy agradable y hay poca gente curioseando por el espectacular edificio de origen románico. Andando entre naves y capillas, llegó hasta el extraordinario Pórtico de la Gloria del Maestro Mateo, en mi opinión, una de las obras de arte más interesantes que el hombre ha creado, pero la decepción es mayúscula porque está restaurándose y aparece cubierto de andamios.
Después visito el cercano Hospital del los Reyes Católicos, hoy Parador Nacional, donde es increíble que no permitan la entrada para visitarlo si no eres cliente. A pesar de ello, aprovecho un descuido del vigilante para acceder a un par de extraordinarios claustros renacentistas. De regreso al Seminario, descubro otras iglesias y palacios -el casco histórico de la ciudad compostelana es una maravillosa sucesión de monumentos- así como plazuelas y callejas, a cual más bella. Compro queso y fruta para cenar viendo el Alemania-Turquía en el salón del albergue, que está lleno de ruidosos alemanes, antes de irme, agotado, a la cama.

[subir]

Santiago de Compostela - Fisterra

Jueves, 26 de junio
99 km.
6 h. 37 m.

Aunque Finisterre, inicialmente no forma parte del Camino, ya desde fines del siglo XIV, pero sobre todo a lo largo de la siguiente centuria, se convierte en destino casi obligado de los peregrinos llegados hasta Santiago, quienes desde la ciudad del Apóstol se dirigían aquí con el fin de visitar el santuario dedicado a Nuestra Señora y que, según la tradición, había mandado construir el propio San Pablo. Según mis previsiones es mi penúltima etapa, porque pienso llegar a Oliveiroa, a unos 66 km. de distancia, para al día siguiente alcanzar Finisterre, pero de nuevo El Camino me lleva por derroteros que no siempre se pueden controlar.
La mañana es fresca pero sin lluvia (menos mal, porque ayer perdí el chubasquero), así que después de salir de Santiago inicio por senda el recorrido, y atravieso un caudaloso río por un puente de piedra, aunque, como siempre, el barro me hace volver en pocos kilómetros al asfalto. Voy un poco desorientado, así que paro en un bar de carretera a desayunar y preguntar cual es la dirección correcta; me tomo un buen bocata de jamón, una "birra" y como colofón, un orujito de café.
Al salir del bar, me encuentro con un control de alcoholemia, donde están haciéndole la prueba a un repartidor del Butano ­. Sonrio pensando en que si me pararan a mi......
Sin más novedad llego a Oliveiroa sobre las 14 h. El albergue está cerrado y un cartel advierte que los ciclistas tienen que esperar hasta las 6 de la tarde para poder ocupar una litera, así que decido continuar, aunque no sé si dirigirme hacia Fisterra y quedarme en Corcubión (a unos 10 km. del final del Camino), o dar un rodeo e ir hacía Muxía donde también hay albergue.
Después de comer ligeramente en un solitario bar de carretera, acometo una fuerte subida rodeado de molinos eólicos, hasta llegar al desvío, en el que cual, tras breve reflexión, decido continuar a Corcubión para pasar allí la noche y llegar al día siguiente al Fin del Mundo.
Lo mejor es que desde aquí, es prácticamente todo una bajada donde "devoro" kilómetros sin parar. A las 17 h. y tras atravesar el paseo marítimo de Corcubión, en el que destacan sus casas acristaladas, llego a la puerta del albergue, pero no abre hasta una hora más tarde así que hago una llamada al de Fisterra para ver si quedaban plazas, y al contestarme afirmativamente, acelero el paso para llegar a mi destino final en poco menos de media hora.
Estoy contento y en este breve trayecto me vuelvo a acordar de mi Padre. Estoy convencido que desde algún lugar me está viendo, e incluso adivino una sonrisa de satisfacción debajo de su eterno bigote, por haber conseguido algo que el año pasado tuve que posponer por esa maldita enfermedad. Sé que me ha ayudado en los momentos difíciles de esta apasionante aventura, y que, al mismo tiempo, ha disfrutado como yo, de los múltiples avatares surgidos durante las etapas. Gracias Papá.
tres ritos que la ortodoxia peregrina señala: bañarme en las frías aguas de la playa de Langostera, subir al faro, en la cumbre del Monte Facho, al que llego tras una dura ascensión de 3,5 km. para desde allí observar lo que los latinos llamaban el Mar Tenebroso, más allá del cual no existía nada conocido (la posición geográfica en la que me encuentro y su increíble puesta del sol hicieron creer al emperador Decimo Junio Bruto en el S. I, que estaba en el Finis Terrae, el final de la tierra donde moría el astro rey), y quemar, en una especie de ceremonia pagana de purificación, algo de la ropa que he llevado durante la peregrinación -en mi caso un maillot, unos calcetines y unas zapatillas-.
Debo de encontrarme no muy lejos de donde la tradición sitúa el Ara Solis, lugar celta de culto al Sol y santuario de la fertilidad, destruido por la intolerancia religiosa y cuya leyenda ha sido, paradójicamente, asimilada y adaptada a una tradición tan cristiana como El Camino de Santiago.
Llamo a Rosi, a mi madre y a mis hermanos para hacerles partícipes de este instante mágico, en el que una intensa satisfacción recorre todo mi cuerpo.
El tercer rito, es el de observar la puesta de sol, pero hoy es el España-Rusia, y sé que Santiago, ferviente patriota, sabrá perdonarme por no haberlo cumplido.
Mi mujer me ayuda telefónicamente a gestionar el retorno de la bici a Ferrol, donde la recogeré en Agosto, y comienzo el descenso del faro porque debo embalarla correctamente, antes del comienzo del partido. A las 9 de la noche, llego a un bar atestado de bulliciosos parroquianos, donde entre cervezas y ribeiros, mejillones, pulpo, berberechos, empanadas y otras viandas deliciosas, celebro la victoria de la Selección, para después dar un largo paseo por el pueblo, y su pequeño puerto pesquero, aprovechando que el albergue no cierra hasta las 12 de la noche.
Sobre esa hora vuelvo, agotado tras las intensas emociones vividas durante la jornada para, junto a otros 40 peregrinos, descansar plácidamente después de recorrer durante 12 días el llamado "Camino de las Estrellas" y haber cumplido con ALGO (un reto, un sueño, una aventura...) difícil de explicar, pero que durante más de mil años y por diversas motivaciones, ha arrastrado a millones de personas de todo el mundo.

[subir]

La Compostela

La Compostela es un documento del Cabildo Catedralicio de Santiago que certifica la peregrinación por motivos religiosos o espirituales a Santiago. Ya desde el S.XIII, se expedían Compostelas o Cartas Probatorias, similares a la actual. Para conseguirla, se debe mostrar la credencial, donde se ha ido sellando y poniendo la fecha a lo largo del Camino, como por ejemplo en los refugios en los que se ha dormido. Para conseguir la Compostela se ha debido llegar a Santiago tras 100 kilómetros andando o 200 en bicicleta o a caballo, como mínimo. Esta escrita en latín. Su traducción es: "EL CABILDO de esta Santa Apostólica Metropolitana Iglesia Catedral Compostelana, custodio del sello del altar de Santiago Apóstol, para que todos los Fieles y peregrinos que llegan desde cualquier parte del Orbe de la tierra con actitud de devoción o por causa de voto o promesa hasta la Tumba de Santiago, Nuestro Patrón y Protector de las Españas, acredita ante todos los que observen este documento que: VICTOREM MICHAELEM SAIZ MARTINEZ ha visitado devotamente este sacratísimo Templo con sentido cristiano (pietatis causa). En fe de lo cual le entrego el presente documento refrendado con el sello de esta misma Santa Iglesia".
La Finisterra es, imitando a La Compostela, un documento expedido por el Ayuntamiento de Finisterre, que acredita que se ha llegado a dicha localidad, como continuación de cualquiera de los Caminos. Aunque no tiene ninguna tradición, porque se hace desde hace pocos años, no deja de ser un detalle simpático que sirve para tener un recuerdo de la visita al Fin del Mundo.
[subir]

Las cifras

Nº. DE ETAPAS: 12
ETAPA MÁS LARGA: Santiago de Compostela-Finisterre. 99 kilómetros
ETAPA MÁS CORTA: Gijón-Avilés. 35 kilómetros.
ETAPAS CON LLUVIA: 4
KILÓMETROS RECORRIDOS: 810
TIEMPO INVERTIDO: 55 horas 30 minutos
MEDIA DIARIA KILÓMETROS RECORRIDOS: 67,5 kilómetros
MEDIA DIARIA PEDALEO: 4 horas 33 minutos
VELOCIDAD MÁXIMA: 63,5 Km/h
VELOCIDAD MÍNIMA: 2 Km/h arrastrando la bici. 5km/h pedaleando.
VELOCIDAD MEDIA: 14,59 Km/h
ETAPA MAYOR VELOCIDAD MEDIA: Sobrado de los Monjes-Santiago. 18,58 Km/h
ETAPA MENOR VELOCIDAD MEDIA: Ribadeo-Vilalba. 12,7 Km/h
[subir]

Breve conclusión

El Camino de la Costa es para mí, uno de los más bellos y emocionantes Caminos que se pueden realizar. Transcurre la mayor parte entre la montaña y el mar Cantábrico, con un trazado más duro que el tradicional Camino Francés, pero con paisajes más atractivos, donde el intenso verdor de las montañas salpicadas de un sinfín de caseríos y aldeas, que parecen sacadas de un cuento, se funde con los innumerables colores del mar, que rodea, como acariciándolas, a preciosas localidades marineras.
Todo esto, unido a la hospitalidad de sus gentes, a que todavía no se encuentra masificado y a una gastronomía superlativa, convierten este maravilloso Camino en algo inolvidable para el peregrino.